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La golfilla de mi cuñada (6): El coche.

en Amor filial

Los días siguientes pasaron en una vorágine de relaciones entre mi cuñada y yo cada vez que mi mujer se daba la vuelta. Incluso cuando ella estaba presente, pero de espaldas, no podía resistir la tentación de meterle mano a mi cuñada cuando mi esposa no miraba. Seguimos teniendo sexo cada vez que nos quedábamos solos y fue un milagro que en esos días mi mujer no nos sorprendiera. Esto se debió más a una gran suerte que a nuestra prudencia, que fue muy poca.

Al cabo de unos días, mi cuñada tenía que ir un día a la universidad a realizar los trámites de matrícula para el curso siguiente, ya que había algún problema con su identificación para hacerla por Internet y le pidieron que se personara en la Secretaría del centro. Tendría que quedarse en la ciudad al menos una noche, ya que debía ir muy temprano a la oficina, pero eso no supondría ningún problema porque en verano mantenía alquilado el piso que compartía con dos amigas durante el curso, de forma que podía quedarse allí sin ir a un hotel.

Un par de días antes de su viaje, cuando salí para desayunar, mi esposa y mi cuñada María estaban hablando delante de sendas tazas de café. Me paré a escucharlas antes de que me vieran.  

― Pero María, es una tontería. Nosotros estamos de vacaciones. Simón puede llevarte. No está haciendo nada. Y además tu sabes que aquí se aburre ― decía mi esposa ―. Le puede servir de distracción.

― No me gusta molestar ―decía María―. Yo me voy en el autobús y ya está.

― Ni hablar. Ya te he dicho que te llevará Simón.

― Pero es que hay que quedarse por lo menos una noche para estar allí temprano. Y no sé si se resolverá en un día.

― Pues que se quede. Está de vacaciones y no tiene nada que hacer. Además, tienes ahora mismo dos habitaciones vacías en el piso, porque tus compañeras no están, así que ni siquiera tendrá que dormir en el sofá.

Mi cuñada cambió de tono y, siguiendo una broma que llevaban entre las dos desde que maría era una cría, le hizo un comentario a su hermana.

― ¿Y si aprovecho estos días fuera para ligarme a Simón y quitártelo?

Mi esposa le siguió la supuesta broma.

― No puedes. Aunque lo intentaras, es mío porque yo se la chupo mejor que nadie. Y nunca me dejaría. Pero si lo consigues adelante.

Mi cuñada se rió de la burrada que acababa de escuchar, y comentó:

― Vale, pero luego no te pongas celosa.

Viendo por donde derivaba la conversación decidí entrar y participar en la “broma” que llevábamos desde hacía años.

―Así que hablabais de mí a mis espaldas.

― Sí. Le estaba diciendo a María que tú la llevarías a la universidad el martes para que no tenga que darse la paliza de autobús ―dijo mi esposa.

― Por supuesto. Estaré encantado de llevarla.

― Pero serán por lo menos dos días, quizás más. Puedo irme en el autobús.

Yo seguí en tono de broma.

― Oye, si es porque quieres tirarte algún noviete mientras estamos allí, por mi no hay problema. Yo me quedo tranquilamente en el piso leyendo mientras te vas. O te lo traes. Yo me meto en otra habitación. Además, en el piso tendrás Internet para distraerme, ¿no?

― Si hay Internet, y no quiero tirarme a nadie. Le estaba diciendo a mi hermana ―continuó la broma― que puedo aprovechar para follarme a mi cuñado, que está muy bueno, y que eso a ella no le iba a gustar. Pero ella dice que no tengo ninguna posibilidad porque ella la chupa como nadie. ¿Tú qué opinas?

― Es verdad que tu hermana la chupa como nadie ―seguí la broma― pero tú tienes unas tetas que me vuelven loco. No sé qué pasaría.

En ese momento mi mujer sonrió y siguió el juego.

― No hay problema. Si prefieres liarte con ella, yo te la corto y luego ya os vais los dos juntos.

Esto último lo dijo sonriendo, pero no sé si no hablaba medio en serio, que una cosa es bromear con el sexo como hacíamos desde siempre, pero otra es lo que pasaría si fuera verdad. Por supuesto toda esta conversación era igual que muchas otras que habíamos tenido siempre, desde que nos conocimos. Ni mi cuñada ni yo nos comportábamos de forma distinta a la habitual, así que mi mujer no podía sospechar nada fuera de lo normal.

― Pues nada. Yo te llevo. No hay más que hablar. Y lo que pase, ya veremos ―terminé―. ¿Cuándo nos vamos?

― Tengo que ir a secretaría el miércoles a primera hora, así que deberíamos irnos mañana por la tarde.

―Vale. Nos vamos después de comer.  Prefiero no conducir de noche si puedo evitarlo ―dije yo.

El martes por la mañana hicimos una pequeña bolsa con un par de mudas y las dejamos preparadas. Después del almuerzo, mi cuñada siguió la broma con mi esposa.

― Bueno. Ya nos vamos. ¿Estás segura de que te fías de mí?

Mi esposa le siguió el rollo.

― No me fio de ninguno de los dos, pero, ¿qué le vamos a hacer? Tendré que dejaros marchar. No es plan de que te pegues una paliza de autobús por mis celos. Pero recuerda que os liquido a los dos si os pasáis un pelo.

Lo dijo con una sonrisa, con lo cual sonaba a broma. Mi cuñada decidió darle otra vuelta de tuerca.

― No puedes matarnos porque hace años ya que follamos y tú sin enterarte ―le dijo con otra sonrisa.

― Entonces procura que no os pille ―contestó mi mujer ya un poco mosqueada por la broma de su hermana, que esta vez se había pasado un poco.

Yo intervine para calmar los ánimos.

― Lo que nos va a pillar es la noche si las dos gatas en celo siguen discutiendo. Y al final seguro que pierdo yo.  Tranquilas que yo tengo para las dos.

Terminé con una sonrisa para indicar que todo no era más que una broma.

Por fin María y yo cogimos nuestras bolsas de viaje y nos montamos en el coche. María estaba contenta porque el viaje duraba un par de horas solamente con el coche, mientras que el autobús de línea tardaba entre cuatro y cinco, según el trayecto que hiciese. Desde que salimos, mi cuñada se retrepó su asiento y se relajó un poco hacia atrás. Se había puesto una camiseta de tirantes y una falda corta.  Por los lados de los tirantes de la camiseta se veía parte del sujetador que llevaba puesto, de color malva.

En cuanto nos alejamos de la ciudad y cogimos la autovía, me miró con picardía y me dijo:

― Ponte al lado de aquel camión y trata de mantenerte a la misma velocidad.

― ¿Por qué? ―pregunté.

― Es solo para divertirnos un poco.

Yo hice lo que me pedía y en cuanto estábamos al lado de la cabina del camión y vio que el camionero le echaba un vistazo de reojo, se echó hacia adelante y se quitó tranquilamente la camiseta, quedándose en sujetador.

La verdad es que el sujetador era una monería, que le levantaba el pecho tapando apenas los pezones con una cinta de encaje que le recorría el borde. El camionero al volver a mirar de reojo de dio cuenta de lo que ella había hecho y pegó un bote.  Ella, sin pensárselo dos veces se desabrochó el sujetador y se lo sacó de los brazos quedando con el pecho al aire. Cuando el camionero volvió a mirar de reojo se sorprendió tanto que el camión dio un bandazo y a punto estuvo de salirse de la carretera. En ese momento, temiendo que se liara, aceleré y adelanté al camión fácilmente. Ella se volvió a poner la camiseta, ahora sin sujetador. Me miró con picardía.

―Has visto la cara que se le ha puesto, ―me preguntó.

― ¿Qué si lo he visto?  Casi se mata y nos lleva por delante de la impresión que se ha llevado.

Yo seguí nuestro rollo habitual como si nunca hubiéramos hecho nada.

― Mira que eres  calientapollas. Has dejado a ese pobre hombre empalmado para un par de horas y a mí para un mes. Si no fueras mi cuñada paraba ahora mismo y te metía hasta miedo.

Ella me siguió el juego.

― Pues te jodes, que eres mi cuñado y esto lo verás, pero no lo catarás.

La verdad es que ver como le enseñaba las tetas al camionero provocándole casi un infarto, me había puesto la polla como el mástil de un velero. Al llevar la camiseta de tirantes sin sujetador, yo le veía la mitad del pecho izquierdo, e incluso veía como el pezón levantaba un poco el tejido de la camiseta. No pude resistir la tentación y apoyando mi brazo en el lado de mi asiento, le metí la mano por debajo de la camiseta y le aprisioné el pecho, pellizcándole el pezón.

Ella, como siempre, hizo como si no pasara nada entre nosotros, pero no pudo reprimir un gemido. Seguí por el otro pecho y volviendo atrás, pellizcando el pezón cada vez que pasaba junto a  él. Le acaricié también los hombros, la espalda, el vientre; todo ello por el hueco de la camiseta.

Finalmente retiré mi mano y la puse en su rodilla. Ella no se había inmutado, descontando un pequeño cambio en el ritmo de la respiración cuando empecé a acariciarla. Seguí subiendo de la rodilla hacia arriba de la pierna, acariciando con la yema de los dedos la cara interna del muslo.

Para comprobar cómo llevaba su pequeño juego de no hablar de lo que hacíamos como si no pasara nada decidí empezar a hablarle de otro tema mientras le acariciaba la pierna.

― ¿Qué piensas hacer estos dos días en la ciudad?

― Pues había pensado quedar con algunos amigos que se quedan en verano allí, pero estando tú, me da no se que dejarte solo.

― Por mí no te cortes. Yo, teniendo una conexión a Internet, me entretengo con la tablet y no me aburro. Puedes irte cuando quieras.

― Ya veremos ―contestó ella por fin.

Mientras hablábamos, yo había ido subiendo y bajando por su pierna hasta rozarle la vulva. Mi sorpresa fue enorme cuando descubrí que tocaba directamente la piel. Definitivamente, a mi cuñada le gustaba el morbo y no se había puesto bragas para darme la sorpresa. Ni que decir tiene que la sorpresa me encantó. Pero no pude resistirme y pensé que si le gustaban las sorpresas le iba a dar yo una. La acaricié suavemente separándole los labios y, sin ningún tipo de preparación le metí dos dedos. Yo esperaba que le doliera por no estar lubricado y soltara un grito, pero los dedos entraron como si llevara ya un par de corridas. Esa vagina estaba perfectamente lubricada. La muy golfa se había puesto cachonda, al parecer, enseñándole las tetas al camionero y todavía le duraba.

Seguí metiendo y sacando lo dedos, acariciándole al mismo tiempo el clítoris con la palma de la mano. Seguí hablándole para ver cómo reaccionaba en su juego estando bajo presión.

― ¿Y que papeleo tienes que hacer?

― En realidad es una tontería ―me contestó ella―. Es sólo elegir las asignaturas para el curso próximo, pero como no me funciona mi clave para la plataforma virtual de la universidad, tengo que ir en persona y enseñar mi documento de identidad a la secretaria para que me asignen otra clave. Es sólo un pequeño trámite. Podía haber venido en autobús, hacer el trámite y volverme el mismo día, pero era mucha paliza y preferí venirme un par de días. SI quieres marcharte mañana por mí no hay problemas.

Al hablar ya se le notaba jadeando levemente, como si estuviera subiendo una cuesta. Yo seguí acariciándole la vulva y comenté.

― No. Me vendrá bien cambiar de ambiente dos o tres días ―mientras decía eso, empecé a meterle un dedo en la vagina. Le entraba perfectamente. Estaba empapada.

Entonces vi delante otro camión distinto del que habíamos adelantado. Se me ocurrió otra maldad. Me puse en paralelo de nuevo al camión y de un tirón le levanté la falda dejándole el chochito chorreando al aire. Ella me miró con sorpresa y luego se dio cuenta de que estaba a la vista del camionero. En este caso también el camión dio un pequeño bandazo. Yo aceleré dejándolo atrás. Por el retrovisor vi que el camionero tenía la cara desencajada de asombro.

 María no se bajó la falda, sino que se la dejó levantada. Yo volví a acariciarla, pero esta vez también le levanté la camiseta dejando sus tetas al aire. Mientras le estrujaba los pechos y le metía los dedos en la vagina, seguimos hablando como si nada, aunque a ella le costaba hablar con normalidad porque la excitación que iba subiendo le entrecortaba la respiración. Pese a ello mantuvo su juego de hablar como si no pasara nada.  Empecé a hablar yo.

― ¿Tienes planes para salir estos días?

― La verdad es que no. Mis amigos están todos de vacaciones en sus pueblos de origen o en la costa. Aquí no quedará prácticamente nadie.

― Entonces, querrás volver mañana mismo, ¿no?

― Pues la verdad es que no. Ya que estoy aquí me gustaría quedarme un par de días. Pero bueno, tú eres el conductor, así que tú decides.

― A mi me da igual. Yo estoy de vacaciones y tú sabes que me aburro bastante en la playa, así que por mí no tengas prisa.

A María cada vez le costaba más hablar debido a lo excitada que estaba. En ese momento, se corrió ruidosamente y sentí como un chorro de líquido le salía por la vagina. Llegó a empapar su falda e incluso a manchar el asiento. Tendría que limpiarlo antes de volver. Paré en un área de descanso de la autopista, en la que ya había un par de coches parados. Yo aparqué en el otro extremo de donde estaban, bastante alejado.  Tenía un calentón enorme. Me había excitado muchísimo notar como los camioneros e incluso otros conductores le habían visto al pasar las tetas o el chocho.  Me ponía cachondo pensar en las pajas que se iban a hacer todos ellos esa noche a costa de la golfilla de mi cuñada.

Con el calentón quité la mano de la vulva de María y le cogí la cabeza y la empujé hacia mi entrepierna. No tuve que insistir. Con un ligero empujón entendió lo que yo quería, y aunque yo la solté muy lejos, ella no titubeó en acercase a mi pene y comenzar una mamada monumental. Empezó con una buena lamida por toda la superficie. Luego empezó metiéndose en la boca el glande, y luego, poco a poco comenzó a metérselo y sacarlo. Mi polla no es ninguna barbaridad, pero ella  consiguió lo que no había conseguido nadie hasta ahora, metérsela entera hasta que la barbilla me golpeaba los huevos. Esa sensación me hizo correrme con muchísima intensidad. Fue un orgasmo muy grande y solté una cantidad de semen mucho mayor de lo que acostumbraba. Ella no pudo contenerlo entero en la boca y parte  se le escapó, pero una vez que terminó de tragarse lo que tenía en la boca, me fue limpiando el resto que quedaba en mi polla y la que había caído por los alrededores. Entonces eché mi asiento hacia atrás y le pedí que se sentara sobre mí, de espaldas cara al volante y de espaldas a mí.

La abracé, crucé los brazos por delante de su cuerpo. Mis manos alcanzaban los pechos del lado contrario. Mi polla había bajado mucho después de correrme, pero mi excitación seguía en la cumbre. Le estrujé los pechos con fuerza, cogiendo los pezones con dos dedos y apretando con fuerza hasta hacerla gritar. Luego la cogí del pelo y la obligué a volver la cabeza todo lo que podía para darle un morreo monumental. Ella soltó un gemido al sentirse tratada así, pero no protestó. Bajé las manos y comprobé que estaba excitada de nuevo. Eso me puso  a tope. La levanté un poco y la empalé de un golpe. Soltó otro gemido. Después empezó a subir y bajar con dureza, incluso a veces haciéndome daño, y seguramente haciéndose daño ella misma. En poco tiempo los dos nos corrimos ruidosamente.

Descansamos un rato y luego seguimos camino hacia la ciudad. Cuando se volvió a su asiento para continuar camino le volví a levantar la falda y la camiseta para dejar sus vergüenzas al aire.  La hice mantenerlo así hasta que llegamos a los arrabales de la ciudad y empezaron los semáforos.  En ese momento yo mismo la tapé, no fuera a ser que nos cruzásemos con alguno de sus conocidos, aunque era improbable.

Llegamos al piso que tenía alquilado en el distrito universitario al cabo de un rato. Era temprano, así que soltamos las maletas, nos cambiamos y nos acercamos a una gran superficie para hacer algunas compras, sobre todo de comida para el tiempo que estaríamos allí.

Lo que ocurrió a continuación ya es tema para otro relato.