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En casa de tía Luisa (2).

en Amor filial

Después de pasar mi primera tarde con mi tía y el sexo que habíamos tenido juntos, mi vida se convirtió en algo alucinante. Al día siguiente, que era domingo, cuando me levanté me encontré a tía Luisa y a mi prima Silvia sentadas en la mesa, desayunando, como dios las trajo al mundo. Yo salía también del dormitorio, como habíamos quedado, completamente desnudo.

La prima Silvia exclamó con sorna:

―¡Vaya! ¡Mi primito ha aprendido rápido! ¡Y encima tiene un buen “asunto”!

Por supuesto, nada más salir, yo había visto a las dos desnudas y me había empalmado. Le contesté:

― No he necesitado aprender nada. Yo en Sevilla ya estaba así. Pero no iba a hacerlo aquí sin saber que pensabais. En cuanto tu madre me dijo que os gustaba estar desnudas, yo encantado de hacer lo mismo.

― Si, pero te has puesto contento rápidamente.

― Eso no lo voy a poder evitar. Si estoy delante de dos pibones como vosotras me voy a empalmar continuamente, pero no me importa.

― A  nosotras nos encanta verte así. Eso no va a ser problema. Hemos preparado tostadas para ti también. Y hay café recién hecho.

Me serví un café con leche y me senté en la mesa. La verdad es que la situación era extraña. Los tres alrededor de la mesa, desnudos. Yo veía la desnudez de las dos. Silvia tenía un pecho pequeño, tal como yo había supuesto al verla vestida. Pero era un pecho erguido y orgulloso. Su madre, por el contrario tenía un pecho generoso, con aureolas pequeñas, pero pezones erectos. El pecho, a pesar de estar un poco caído por la edad, todavía resultaba muy atractivo. Las dos estaban perfectamente depiladas.

Nos pusimos a charlar mientras desayunábamos con total normalidad, sobre la semana, las clases, la adaptación de los dos a la nueva universidad de cada uno. Era extraño. Al mismo tiempo era una conversación normal y me sentía flotando sentado con esas dos mujeres. Sentía una barra de hierro entre las piernas. Estaba tan empalmado que me dolía. Cuando terminamos de desayunar me levanté a recoger la mesa y mi prima se quedo mirándome. Me llamó.

― Simón, ven un momento.

Me acerqué a la mesa de nuevo y Silvia, sin dudarlo un momento, me cogió el pene y tiró de mí hacia el sofá.

― Ven conmigo. Tenemos que hacer algo con este “pequeño problema” ―dijo mirando mi polla.

Me empujó hasta sentarme en el sofá. Luego empezó a acariciármela. Se inclinó sobre mí y me besó, empezando por los labios y pasando a la cara, con besos breves pero intensos. Recorrió toda mi cara mientras que con la mano me masturbaba. Luego bajó hasta el pecho y siguió dándome besitos. Siguió con los pezones y más abajo, hasta el ombligo y más abajo. Por fin llegó a la polla y empezó una mamada lentamente. Su técnica es distinta de la de su madre, pero también era exquisita.

Mientras Silvia me la chupaba, noté que me abrazaban por detrás del sofá y me pellizcaban suavemente los pezones. Me recorrió un escalofrío que me llegó desde el cuello por toda la espalda hasta la base de la polla. La tía Luisa se había acercado por detrás y me estaba acariciando mientras Silvia me la chupaba. A continuación la tía se puso a mi lado de rodillas en el sofá, acercándome un pecho a la boca mientras me acariciaba con la misma mano. Yo empecé a chuparle el pecho que tenía en la boca y a acariciarle el otro. Ella me empujó para tumbarme en el sofá. Silvia seguía chupando. Tía Luisa, una vez que estuve tumbado, se subió sobre mí, y me colocó la vulva sobre la cara.

En cuanto la vi en esa postura no dudé en empezar a lamerlo y a chuparle los labios y el clítoris.  Yo estaba loco de excitación y exploté lanzando un chorro de semen que me dio la sensación de que salía con la fuerza de una bala, aunque supongo que sería sólo una sensación, porque mi prima Silvia no apartó siquiera la boca y se tragó todo lo que salía, o al menos eso pensé yo.

En cuanto terminó de salir, Silvia se levantó con la boca entreabierta y pude ver que la llevaba llena de semen. Se acercó a su madre y la besó en la boca, compartiendo lo que llevaba en la suya. Las dos se estaban besando e intercambiando fluidos de su boca con auténtica fruición, como si fuese un manjar exquisito.

Yo seguía medio empalmado. De pronto las dos separaron las bocas e intercambiaron sus posiciones. Tía Luisa pasó a ocuparse de mi polla, lamiendo el glande suavemente y haciendo que me excitara lentamente mientras ahora Silvia me ponía el coño en la cara para que se lo chupara y empezaba a moverlo arriba y abajo de forma que casi me asfixia. Yo seguí chupando cada vez más excitado. Tía Luisa consiguió rápidamente que me empalmara de nuevo, pero no siguió con una mamada, sino que, en cuanto estuvo lo bastante duro, se levantó y se la metió de un golpe en la vagina.

Estaba ya perfectamente lubricada después de que se lo chupara, así que entró de golpe hasta el fondo de la vagina. En la postura que estábamos, las dos quedaron cara a cara y empezaron a restregarse los pechos y a besarse con lujuria mientras que ambas movían la pelvis adelante y atrás, así que mientras mi tía me follaba de una manera salvaje, mi prima casi me ahoga porque a duras penas conseguía respirar. Me corrí sin darme tiempo a decir nada, pero ellas siguieron durante un tiempo aún, hasta que ambas se corrieron al mismo tiempo. Luego se bajaron y entre las dos se acercaron a mi cara y la lamieron para recoger los jugos que las dos habían depositado en ella. Parecía que gozaban de su propio sabor. Por fin nos sentamos los tres en el sofá, relajados. La polla se había bajado del todo, por supuesto. Silvia me puso la mano encima y dijo con picardía:

― ¡Parece que ya no se levanta tan orgullosa!

― ¿Qué esperas después de dos corridas? ¿Qué siga empalmado? Tu toca mucho y verás como se pone otra vez ―le dije sonriendo.

― ¡Me parece que lo vamos a pasar los tres muy bien este año! ―dijo tía Luisa poniendo su mano sobre la de Silvia que agarraba mi pene.

Nos dimos cada uno una ducha y el resto de la mañana lo pasamos Silvia y yo estudiando, cada uno en su habitación. Aunque el curso estaba recién comenzado, había empezado bastante fuerte. Tía Luisa se dedicó a ordenar armarios y a su habitación. También después preparó una paella para almorzar los tres. Comimos desnudos también, aunque estábamos todos bastante tranquilos. Después de almorzar nos tomamos un café. A continuación, Silvia se vistió y se fue a casa de su novio a pasar la tarde con él. Yo decidí echarme una siesta en mi habitación y tía Luisa se quedó echada en el sofá.

Me dormí en mi cama en poco tiempo. Desperté de nuevo al rato. Más concretamente me despertaron los gemidos que se oían a mi lado en la cama. Me volví y descubrí una imagen que me dejó alucinado. Tumbada en mi cama, junto a mí, estaba tía Luisa, desnuda como llevaba todo el día, pero con los brazos levantados, sujetos con unas esposas al cabecero de la cama. Los gemidos que oía eran de mi tía, que parecía estar disfrutando sola. Me incorporé y me acerqué más a ella y pude notar como una especie de vibración que venía de su vagina. Metí la mano entre sus piernas, que estaban bastante apretadas. Encontré que salía un hilo de su vagina. Y empecé a tirar. Los gemidos aumentaron. Dejé de tirar y empecé a buscar a mi alrededor. Pronto vi que en mi mesita de noche había un pequeño mando a distancia y unas llaves para las esposas. Pulsé inmediatamente el botón on/off del mando y la vibración dejó de oírse.

Luisa soltó otro gemido más fuerte y me miró con cara ansiosa. Me quedé mirándola, esperando que me dijera que pasaba, pero al verle la cara, impávida, comprendí que parte del juego era que yo adivinara qué hacer. Que ella no iba a decir nada en ese momento. Movía las piernas, frotándoselas, supongo que para seguir excitándose ahora que yo había apagado lo que fuera que tenía dentro de la vagina.

Decidí que si se había colocado ella sola en esa posición, quería que yo dispusiera de ella como quisiera, así que me di una vuelta por la casa  buscando algunas cosas. Sabía dónde estaba la caja de herramientas, de modo que busqué en ella y encontré el trozo de cuerda que buscaba. Luego cogí un trozo de tubo de plástico que había junto a la caja y volví al dormitorio. Tía Luisa seguía frotándose las piernas, pero llegué, la cogí, y le separé bruscamente las piernas. Luego le até los dos tobillos al trozo de tubo de plástico, cada uno a un extremo, de forma que no pudiese volver a juntar las piernas. Puso cara de enfadada. Parecía que no le gustaba como había seguido yo el juego. Supongo que esperaba que me lanzara sobre ella y la violase directamente al verla atada. 

Una vez que no podía frotarse las piernas para masturbarse decidí dejarla cocerse en su propia salsa y salí de la habitación. Me fui a su habitación y empecé a registrar los cajones. No me equivoqué. En uno de los cajones de su armario encontré más de lo que buscaba.  Al parecer a tía Luisa le iba el sexo duro. Encontré consoladores, palmetas para azotes, látigos, vibradores de distintas clases, esposas, cuerdas, lubricantes, ropa de cuero, y un largo etcétera. Me llevé algunas cosas al dormitorio. Entonces se me ocurrió que podía ser el momento ideal para comprobar si mi primita tenía las mismas tendencias que su madre, así que volví a dejar a tía Luisa sola y me dirigí a la habitación de Silvia. Después de una búsqueda rápida, encontré un cajón parecido al de su madre. Al parecer, mi primita tiene las mismas tendencias que su madre. Archivé la información en mi cabeza para cuando fuese pertinente.

Volví con tía Luisa. Parecía seguir el juego, y no habló nada. Pero no tenía cara de contenta. Parecía enfadada. Yo le había cortado el rollo.

Cogí la palmeta que había traído de su dormitorio y se la enseñé.

―¡No me gustan las malas caras! ¿Quieres que te suelte?

No contestó. La cogí por los tobillos y le di la vuelta a su cuerpo bruscamente. Seguramente le hice daño en las muñecas atadas, porque soltó un gemido. La dejé con las nalgas al aire y después le acaricié la vulva. A continuación le di una fuerte palmada con la palmeta que tenía. Tía Luisa me sorprendió.

―¡Uno! ¡Gracias mi señor!

Se ve que no era la primera vez que hacía aquello. Yo no entendía por que lo hacía, pero decidí callarme y dejarla. Seguí alternando las caricias en la vulva con los golpes con la palmeta. Ella siguió contando y dando las gracias.

―¡Dos!¡Gracias mi señor!

Entonces me di cuenta de que esa vulva se iba poniendo chorreando. Aparté el cordón que salía de su vagina y metí un dedo en aquel chocho encharcado. Entró sin ninguna resistencia. Dentro sentí una forma de huevo. Ese era el vibrador que tenía metido dentro. Se lo saqué de un tirón y salió con un buen chorro de flujo. Había Notado en mis dedos que la pelvis se contraía lentamente y me apretaba el dedo que le había metido.

Comprendí que lejos de enfriarla, los golpes y las ataduras la excitaban cada vez más. Seguí con los golpes y las caricias pensando llegar a diez y viendo como se excitaba cada vez más y jadeaba cada vez un poquito más alto. Al llegar al séptimo golpe, explotó en un alarido y se quedó parada, incluso sin respirar unos instantes. De su vagina empezó a salir un buen chorro de líquido blancuzco. La dejé un rato para que se recuperase y le di la vuelta con cuidado.

Una vez recuperada encendí un vibrador y fui estimulándola con él toda la zona de la vulva, el perineo y el ano. Cogí el lubricante y lo unté con cuidado por el ano, metiendo poco a poco el dedo. Luego seguí empujando con el vibrador hasta introducírselo completo. Estaba de nuevo muy excitada. Lo dejé dentro y lo regulé al mínimo. Luego me acerqué a la cabecera de la cama y le desaté las manos del cabecero, pero se las dejé atadas por delante del cuerpo. Luego la cogí del pelo y la acerqué a mi pene.

Entendió mi petición inmediatamente y comenzó una felación espectacular. Un poco apresurada, porque ya estaba muy excitada, pero fue una mamada fantástica. Yo estaba a tope y sus convulsiones por el orgasmo fueron el estímulo definitivo para correrme yo. Se la saqué de la boca porque tenía la sensación de que estaba tan excitada que podía ahogarse con mi corrida. En lugar de dejársela en la boca, me corrí abundantemente sobre su cara y su cuello. Ella estaba exultante. Yo recogí mi corrida con la mano y se la unté por la cara, el pelo y los pechos, dejándola rebañada de semen. A continuación le quité el vibrador. Y la desaté del todo. Estaba agotada, por lo que en cuanto pudo tumbarse cómodamente se quedó dormida. Me acosté con ella y la abracé. Yo ya había dormido y no me dormí, sino que me quedé pensando en lo que había pasado. Mientras lo pensaba me fui empalmando de nuevo, y, en la postura en la que estábamos, mi pene se quedaba exactamente enfrente de su vulva, así que se quedó presionando el clítoris. Yo no hice ningún intento de seguir. Sabía que ella necesitaba descansar.

Tía Luisa se despertó al cabo de un buen rato, y, al notar la presión que tenía entre las piernas me miró y sonrió. Ya no estaba atada, así que parecía que el juego había terminado para ella también, porque me sonrió y me dijo:

― Parece que te alegras de verme. Pero no sé si voy a tener fuerzas.

Sin decir una palabra la besé y la fui besando por todo el pecho y el vientre  hasta  llegar a la entrepierna. Me centré en el clítoris, y al cabo de pocos instantes estaba excitada de nuevo y también estaba empapada de jugos otra vez. Me levanté cuando estaba ya excitada y le metí el pene en la vagina de un solo empujón. Luego empecé a bombear hasta que nos corrimos los dos. Por fin caímos rendidos y nos dormimos los dos hasta casi las diez de la noche. Esa noche ya no tuvimos fuerzas para hacer nada. Y eso que Silvia llegó temprano y probablemente con ganas de guerra, pero ni su madre ni yo teníamos fuerzas para nada.

Al día siguiente volvimos a la rutina diaria  del trabajo y de las clases.