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El hotelito rural (3): el primer dia de Virginia.

en Hetero: General

Os recuerdo que soy el director de un hotelito rural que, además de los servicios habituales, ofrece menús “especiales”, muy caros, pero que tratan de satisfacer los deseos más secretos de nuestros clientes. Por supuesto, nadie sabe esto más que los clientes que lo han probado y se va pasando su existencia de unos a otros mediante el boca a boca. Jamás pondremos un anuncio porque muchas de nuestras actividades rozan los límites de la legalidad. Pese a eso, cada vez es una parte más importante de nuestro negocio.

La siguiente historia que os voy a contar ocurrió cuando una clienta habitual a la que llamaremos Virginia pidió hablar conmigo en privado.

― He pedido hablar con usted porque me ha dicho un amigo que tienen menús especiales.

― Si ―contesté. Podemos prepararle casi cualquier menú que usted desee, aunque tengo que avisarle de que según lo que pida, puede ser muy caro.

― Por dinero no hay problema. Supongo que sabéis que mi familia es muy rica y yo puedo disponer de dinero casi sin límites. Mi problema es otro.

― Cuénteme su problema.

― Verá: Yo estudié en un internado femenino en el que sólo había mujeres, ni siquiera profesores teníamos ninguno salvo aquel de latín con setenta años. Luego al poco tiempo de acabar y empezar a moverme en sociedad, conocí al que después ha sido mi marido y me casé con él muy pronto. Nuestro matrimonio no ha estado mal, pero en el… sexo… ha sido bastante aburrido. ―Nuestra clienta se calló.

― Puede usted continuar sin ningún temor ―le dije―, Nada de lo que hablemos aquí va a salir de aquí incluso si no llegamos a un acuerdo. Para poder servirla es preferible que hable usted con claridad y sin rodeos para evitar errores de interpretación.

― Lo intentaré, aunque no será fácil, porque tantos años de educación religiosa son difíciles de superar.  Veamos: el sexo con mi marido consistía en que se acercaba, me daba un beso casi de compromiso, yo me metía en la cama vestida, él desnudo; me quitaba el pijama como podía tendida, se montaba encima, me penetraba unas cuantas veces y se corría. Yo notaba una cierta excitación, pero cuando el terminaba yo me quedaba frustrada y de mal humor, con una sensación de vacío en el cuerpo. He hablado con mis amigas y desde luego, la experiencia de la mayoría de ellas es muy distinta de la mía. Ahora que me quedé viuda, una de ellas me recomendó que pidiese un menú para ponerme al día.

― ¿Pero qué desea exactamente?

― Me gustaría tener una experiencia sexual variada y completa, que me enseñe al menos las posibilidades del sexo para que yo pueda seguir investigando. Pero hay  una complicación. Las monjas me inculcaron que casi todo el sexo (todo fuera del matrimonio) es pecado. No sé si podré librarme de esa carga.

―Me gustaría que lo dejara usted en nuestras manos. Le diseñaremos un plan para que pase unos días con nosotros y le iremos proporcionando diferentes experiencias. Sólo le pido que intente dejarse llevar para que no resulte frustrante para usted.

Quedamos en los días que podía pasar en nuestro hotel y empezamos a preparar su “menú”. Por supuesto no se trataba de enseñarle todo sobre el sexo. Es demasiado grande y tiene demasiadas zonas oscuras; pero al menos queríamos darle una cierta variedad de opciones para elegir.  La informamos de que a partir de ese momento la llamaríamos Virginia.

Cuando se fue, yo empecé a citar a unos cuantos de nuestros asesores, que son personas con amplia experiencia en distintas áreas sexuales que, sin ser profesionales, están dispuestos a plegarse a los deseos de nuestra clientela, siempre que coincida con sus gustos, a cambio de una buena gratificación. Fuimos planificando entre todos unas pequeñas vacaciones para Virginia.

Cuando llegó el momento de las “vacaciones” de Virginia, una de nuestras asesoras personales la recibió en recepción.

― Buenos días, Señorita Virginia. Soy Isabel. A partir de este momento yo seré su asistente personal hasta que se marche. Solo tiene que decirme lo que desee. Una vez que se acomode, comenzaremos con una sesión de spa, con hidromasaje, chorros, ducha de frio-calor, y terminaremos con mascarilla de algas y masaje de piedras calientes. Yo la acompañaré a lo largo de todo el día.

Durante todo el día Virginia fue pasando por los distintos tratamientos con la intención sobre todo de relajarla y bajar la tensión que evidentemente tenía que sentir.

El problema con la educación religiosa es que no siempre cala. Muchas veces da como reacción un deseo de promiscuidad. Pero incluso en esos casos, el machaque permanente con el concepto de pecado, con que todo es malo (pensamiento, palabra, obra y omisión), lastra a la gente muchas veces de por vida.

Nuestro problema principal consistía, por tanto, en conseguir que Virginia se olvidara de su educación católica y pudiera disfrutar del sexo sin limitaciones mentales. Al final de la tarde, Isabel, nuestra colaboradora, se reunió con Virginia después de la última sesión el el spa.

― A continuación vamos a comenzar con tu primera cita. Te hemos preparado una mesa en un reservado del restaurante con Carlos. Es un profesor de Educación Física en un instituto cercano. Se trata de un hombre agradable. Por supuesto, no estás obligada a hacer nada, pero si el chico te gusta, te recomiendo que te dejes llevar. Comprobarás que es mucho más agradable de lo que has probado hasta ahora.

Habíamos preparado la primera cita con Carlos porque pensábamos que era el candidato ideal. Se trata de un chico muy guapo, alto, delgado, deportista, con un buen cuerpo y un trato muy agradable. En el sexo conocíamos sus gustos. Era heterosexual, bastante clásico, sin estridencias, pero muy buen amante. El hombre ideal para no asustarla en la primera cita.

Isabel acompañó a Virginia al restaurante, donde la esperaba Carlos, ya sentado en la mesa. Carlos era un chico alto, guapo, con un cuerpo esculpido por el ejercicio permanente.

― Virginia, te presento a Carlos. Carlos, te presento a Virginia. Yo tengo que marcharme. Espero que paséis una velada agradable. Si necesitáis algo, sólo tenéis que llamarme.

Virginia, al ver a Carlos había sentido un cosquilleo en el estómago que apenas supo identificar. Era muy reticente a pesar de que esto lo había contratado ella, y temía que fuera un disparate, pero Carlos le pareció un chico guapo y agradable, por lo que decidió seguir adelante y ver qué pasaba.

Mientras cenaban se dio cuenta de que Carlos era un gran conversador. Le contó algunas anécdotas muy divertidas de su trabajo como profesor, para romper el hielo, pero supo callar a tiempo para no resultar pesado. A continuación se interesó por la vida de ella. Virginia descubrió que Carlos podía escucharla como no la había escuchado nadie antes. Al poco de empezar a cenar se dio cuenta de que estaba contándole su vida a Carlos como si lo conociera desde siempre. Incluso había empezado a contarle cosas de su vida con su esposo, al que había querido y respetado.

― Mi marido era muy bueno. Yo lo he querido y lo quiero a pesar de que murió. Siempre me trató bien y procuró que no me faltase ningún detalle. Más incluso de lo necesario, pero en el único terreno en el que nunca se preocupó por mí me dejó muy frustrada.

― Es normal. Muchas personas, sobre todo las que tienen un tipo muy concreto de educación, consideran ese aspecto de la vida como secundario. Los hombres aprenden en sus internados que el sexo es sólo un alivio pecaminoso de sus impulsos, lo que los deja muy tocados para el futuro. Además, es idea común en esos círculos que el sexo para la mujer es sólo una obligación desagradable, así que no se preocupan demasiado por ellas. Al contrario. Consideran que cuanto más rápido vayan y menos las molesten, más contentas estarán. Y eso además en culturas en las que el tabú sobre hablar de sexo es mucho mayor aún que sobre practicarlo.

― Además ―siguió él―, a menos que tengan mucha suerte, la mayoría de las mujeres, sobre todo las de clase alta tienen una relación parecida a la tuya. Aunque es verdad que en la mayoría de los casos ambos salen de la frustración buscando amantes con los que dar rienda suelta a sus deseos.

― Pues yo no sé si mi esposo tuvo alguna amante ―dijo ella―, pero yo no he conocido más hombre que mi esposo. Y nuestra relación ha sido muy frustrante ―y continuó diciendo ― ¡Pero no sé por qué te estoy contando estas cosas! ¡No debería hablar de esto con nadie, y menos con un extraño! ¡Es pecado! ¡Yo no debería estar aquí!

Virginia hizo ademán de levantarse y Carlos le puso la mano en el brazo suavemente:

― ¡Espera! ¡Te lo ruego! ¡Escúchame! ―ella paró el movimiento a medio levantarse, y se dio cuenta de que había personas mirándola alrededor, por lo que suavemente volvió a sentarse para no llamar la atención.

― ¡Escúchame! ―repitió él―. Esa vergüenza que sientes de pronto no es tuya. Es el fruto de tu educación represiva. Tienes que sobreponerte o toda tu vida será igual de frustrante. Dios dijo: “amaos los unos a los otros”. Sin tabúes, sin tapujos, en todos los planos, físicos y espirituales. El miedo y la vergüenza lo inculcan unos cuantos personajes trasnochados que quieren controlar a la gente con la culpa. De todas formas, si te incomoda hablar de eso hablemos de otras cosas. No tienes que hacer nada que no te apetezca, pero tampoco tienes que salir corriendo.

Virginia pareció relajarse un poco en ese momento. Carlos dejó de hablar del tema y ella no volvió a nombrar a su marido. Hablaron de sus aficiones, de sus gustos, del teatro que les gustaba, de sus visitas a la ópera, del último tenor que Virgina había visto en Nueva York…

Carlos, evidentemente, había viajado mucho menos y con menos lujos, pero pese a ello, compartían muchas aficiones.

Después de la cena tomaron unas copas en el club del hotel. Empezaron a bailar y Carlos comenzó a acariciar la espalda de Virginia mientras lo hacía. Virginia se había relajado evidentemente en sus brazos. Apoyó su cabeza en el hombro de Carlos y se dejó llevar. El aprovechó el momento para levantarle la barbilla y mirar sus ojos. Los tenía brillantes. Él se inclinó hasta que sus labios se rozaron. Ella se estremeció y bajó un poco la cabeza. El aprovechó para besar su cara y sus párpados cerrados. Virginia apoyó la cabeza en el hombro de Carlos. Él aprovechó para besarle suavemente el lóbulo de la oreja y el cuello. Ella se estremeció de nuevo. Teniéndola sujeta por la cintura, el se dirigió hacia la puerta. Ella se dejó llevar.

Fueron hasta la habitación de ella. Se la encontró muy distinta de cómo la había dejado. Las luces estaban apagadas y había velas encendidas repartidas por toda la habitación. Había pétalos de rosa por todo el camino que llevaba hasta la cama.

Carlos la agarraba por la cintura mientras ella iba delante. En cuanto cerraron la puerta, él se paró y la hizo parar a ella. Cuando ella intentó volverse el se lo impidió y empezó a besarla en la nuca, en el cuello, en los hombros, al tiempo que sus brazos enlazados sobre el vientre se separaban y empezaba a acariciarlo, subiendo lentamente hacia el pecho. Cuando le tocó el pecho, Virginia hizo un movimiento instintivo para separarse de él. Él la sujetó sin brusquedad y le susurró al oído:

― Virginia, recuerda que eres tú la que quieres tener experiencias nuevas. Relájate.

Virginia se mantuvo tensa un segundo y, finalmente, se relajó. Carlos siguió acariciándola con suavidad sujetándola desde la espalda. Le acarició los brazos, le acarició el vientre y fue subiendo y bajando hacia el pecho y las caderas, mientras la besaba en los hombros y en la parte alta de la espalda.

Le bajó un tirante del vestido para seguir besándola. Luego le bajó el otro. El vestido, de seda natural, se deslizó por su  cuerpo como si fuese una pluma acariciándola.  Se quedó tan solo con unas braguitas y un sujetador de encaje azulados. Al sentir caer el vestido ella se quedó quieta como un pajarillo. Carlos se separó un poco y tranquilamente se quitó la chaqueta. Entonces ella, bruscamente, se dio la vuelta y se lanzó a sus brazos besándolo apasionadamente. El la estrujó entre sus brazos. Sentía los pechos de ella contra el suyo, turgentes y firmes. Siguieron besándose apasionadamente. Virginia parecía que quería recuperar el tiempo perdido. Su lengua se introducía en la boca de Carlos y se entrelazaba con la de él vorazmente. El recorría su espalda y su trasero con las dos manos, como si fuera la última piel sobre la tierra.   Durante un instante paró las manos en el centro de las manos y ella notó como su sujetador quedaba suelto entre los dos. El acercó la mano y lo retiró tironeando suavemente. Al notar como la tela del sujetador se deslizaba sobre su pecho, ella se estremeció, y sus pezones, ya erectos desde antes, se pusieron duros como piedras.

Se separó un poco de él y empezó a desabrocharle los botones de la camisa.  Lo hizo con cierta torpeza, ya que se olvidó los botones  de las mangas y cuando intentó sacársela las mangas se atrancaron, dejándolo atrapado. Eso provocó una risa nerviosa de ella que él siguió, riéndose también. Eso ayudó a distender la situación.  Volvió a subirle la camisa y desabrochó los dos botones que le faltaban. Por fin pudo quitarle la camisa. Ya parecía no darse cuenta de que llevaba solo las braguitas y que tenía totalmente al aire su esplendido pecho. Cogió a Carlos de la mano y le condujo al lecho.  Una vez delante de la cama, Le acarició el pecho, le soltó el cinturón, le dejó caer los pantalones y lo empujó sobre la cama para terminar de quitárselos.  

Después, Carlos la abrazó y se dejaron caer los dos sobre la cama. Carlos todavía en boxers y Virginia sólo con las braguitas. Carlos empezó a acariciar su cuerpo desnudo con cariño, con ansia. Ella cada vez estaba más excitada. Intentó bajarse las bragas con urgencia. Él no se lo permitió. En su excitación, ella había olvidado todos sus tabúes, por lo menos por el momento. Él le hizo darse la vuelta y la colocó boca abajo, ayudándole a estirar un poco los brazos hacia arriba. A ella no pareció hacerle mucha gracia, ya que estaba muy excitada, pero no dijo nada.

Carlos comenzó con un beso en la  base de la nuca. Al sentir el suave roce de los labios de él, ella se estremeció. Carlos siguió besándola y bajando por su espalda, variando del centro a los lados, pero siempre hacia abajo. Cuando llegó a la cintura Virginia estaba ya respirando entrecortadamente. Volvió a la nuca y fue bajando de nuevo, pero esta vez a base de pequeños mordiscos en lugar de besos. Ella intentó volverse, pero Carlos no se lo permitió. Estaba tan excitada como no lo había estado nunca. Sus braguitas estaban empapadas.

Virginia de pronto fue consciente de cómo estaban sus braguitas y enrojeció de vergüenza al plantearse lo que iba a pensar él cuando se diese cuenta. Él llegó de nuevo hasta el borde de las braguitas, pero siguió con los mordisquitos por las piernas, comenzando por los pies y terminando de nuevo en el límite de las braguitas. En ese momento sacó la lengua y repasó la piel siguiendo el borde de las braguitas en los glúteos. Las piernas de Virginia se fueron separando como si tuvieran un muelle, sin que tuviera nada que ver con su voluntad. Carlos terminó con la parte trasera dando un largo lametón sobre las braguitas, llegando desde el ano hasta el clítoris, pero solo sobre la tela. Luego le dio la vuelta.

Ya había notado que ella estaba totalmente excitada. Empezó de nuevo con los besos por la cara y el cuello, pero en seguida bajó hasta el pecho, que subía y bajaba con su respiración jadeante. Comenzó de nuevo los mordisquitos en el pecho, rodeándolo para acabar en los pezones. Cuando mordía los pezones alargaba el mordisco suave y lo estiraba un poco. Notó que ella estaba a punto de correrse, así que siguió mordisqueando por el vientre y bajó por el pubis hasta mordisquear el clítoris por encima de las braguitas. Virginia no pudo más y explotó en un orgasmo intenso. Oleadas de placer recorrieron su cuerpo. Sintió un fuego en el vientre. Apartó la cabeza de de Carlos. Se ve que estaba agotada. Apenas conseguía respirar. Sus braguitas parecían haber estado debajo del grifo.  

Carlos se detuvo un tiempo y Virginia empezó a levantarse, pero Carlos no la dejó continuar. Le empujó suavemente de nuevo sobre la cama. Cogió sus braguitas y las bajó poco a poco hasta sacarlas por completo. El también se quitó los boxers. 

― No te muevas ahora ―le susurró―. Ella se relajó hacia atrás. Entonces el comenzó a acariciarle el cuerpo con el dorso de la mano. Muy suavemente. Al principio ella no reaccionaba, pero poco a poco se la vio estremecerse. Le recorrió el pecho, el cuello, la cara; los dedos se detuvieron en los labios un instante y luego continuaron de vuelta al pecho. El dorso de los  dedos recorrió la areola rodeándola y después se dirigieron a los pezones. Los pezones estaban sensibles y Virginia se estremeció. Carlos siguió bajando hasta el pubis y luego al clítoris. Ella estaba demasiado sensible y se encogió al sentir el tacto de sus dedos. Entonces Carlos se agacho y comenzó a besarla. Empezó por el pecho y poco a poco fue besando y lamiendo hacia abajo. Cuando llegó al pubis sigue lamiendo hacia la vulva. 

Virginia ya estaba otra vez excitada. Carlos veía el brillo en la vulva de ella.  Entonces la ayudó a incorporarse y la colocó a su lado de rodillas mientras él se tumbaba. Luego le indicó que pasara una pierna sobre su pecho de forma que la vulva le quedaba a la altura de la boca mientras ella se mantenía erguida apoyada sobre los abdominales de él. Entonces él empezó a lamer su vulva, llegando desde el ano hasta el clítoris. Ella empezó a gemir de nuevo. El chupaba y lamía cada vez con más intensidad. Ella se retorcía sin cesar. Por último, fue bajando el tronco poco a poco hacia ese pene que parecía llamarla desde lejos. Él siguió lamiendo y chupando, mordiendo el clítoris y los labios mayores. No esperaba que ella llegara hasta el pene, pero al final sintió que los labios de ella besaban su glande. Siguió lamiéndola y ella cada vez estaba más lanzada. Se la veía más y más excitada y se tragaba la polla cada vez más adentro. Virginia estaba a punto de correrse.  Ella no era ninguna experta. De hecho se veía su inexperiencia, pero precisamente el pensar que ella no lo había hecho antes excitó a Carlos y le hizo aguantar muy poco. Siguió acariciándola a ella con la lengua, pero la retiró con la mano para evitar que le pudiera saltar el semen en la boca y le desagradara. Pero ella, muy excitada, en lugar de retirarse volvió a tomar el tronco del pene entre sus labios por un lado y cuando saltó el semen hacia arriba, volvió a caer en parte sobre Carlos y en parte sobre la cara de ella. Al sentir la leche en su cara se corrió gritando como las locas un buen rato mientras Carlos seguía mordisqueando el clítoris. Por fin, cuando se acabó el orgasmo, sorprendió de nuevo a Carlos limpiándole todo el semen que le había caído en el pene y sus alrededores. Finalmente rebañó también lo que  tenía en la cara con los dedos y los lamió mirándolo a él con cara lasciva.

Carlos la hizo bajarse y se tumbó junto a ella. Los dos estaban agotados, así que pararon para descansar un rato. Acabaron durmiéndose haciendo la cuchara, ella de espaldas y el abrazándola por detrás. Pero tras un par de horas Carlos abrió los ojos. Al notar que ella parecía dormida, no se movió para no despertarla. Pero no pudo evitar excitarse al sentir que abrazaba su cuerpo, de forma que su verga empezó a hincharse de nuevo. La verdad es que no lo esperaba tan pronto, pero no pudo evitarlo.

Su polla se fue encajando entre las nalgas de ella, empujándola hacia adelante. Ella no dijo nada pero empezó a removerse para acomodar la polla entre sus muslos. El empezó besándole la nuca y fue bajando los besos por la espalda. Al tiempo, como él tenía los brazos por delante se dedicó a acariciarle el pecho, el vientre, el pubis, hasta llegar a la vulva. Increíblemente para una mujer que nunca había tenido un orgasmo, volvía a estar excitada. Él le dio la vuelta, se puso boca arriba de nuevo y La levantó hasta colocarla sobre su pene. Luego la fue dejando empalarse poco a poco. Ella, mientras se empalaba con aquel tronco iba soltando un gemido continuado. La verdad es que le entraba sin dificultad, pero ella nunca se había sentido tan llena. Parecía que la polla le llenaba hasta el estómago. Cuando llegó abajo y él empezó a empujar, ella sentía cada empujón como si le estuviera llegando la polla hasta los pulmones y a veces hasta la garganta. No pudo aguantar la excitación y empezó a moverse hacia adelante y hacia atrás moviendo la pelvis sobre la de Carlos, y frotando el clítoris con toda la fuerza que podía con el pubis de Carlos. Al cabo de pocos minutos los dos se corrieron de nuevo como si fuese la primera vez. Después ella cayó sobre él, extenuada. El esperó unos minutos, la bajó suavemente de encima y le dijo al oído:

Lo siento, pero tengo que irme. Dentro de una hora tengo que estar en el trabajo. Descansa.

Ella le besó en los labios y le dejó marchar con cara de pena. Cuando el salía por la puerta ella preguntó:

―¿Volveré a verte?

― He jurado no buscarte, pero quién sabe si algún día nos encontraremos. Por favor, tu no me busques, disfruta del resto de tu aprendizaje.

― Yo no quiero aprender más. Ya he sentido más y más tiempo que nunca en mi vida.

― Esto es solo el principio. Déjate llevar. Te garantizo que va a ser maravilloso ―y tirándole un beso salió.

Ella se quedó en la cama toda la mañana, disfrutando un delicioso desayuno que le sirvieron y durmiendo el resto de la mañana.