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La golfilla de mi cuñada (5): las dos hermanas.

en Amor filial

Durante el almuerzo bromeamos como habíamos bromeado siempre, con picardía pero sin maldad. Como si no hubiera pasado nada entre nosotros, hablábamos con total confianza y sin tabúes, como habíamos hecho siempre. Empecé preguntándole:

― Apenas nos has contado nada sobre tu año en la universidad. ¿Cómo te ha ido este curso?

― Apenas os he contado nada porque ha sido un año corriente. Muchas asignaturas complicadas, pero todo ha salido bien. En un par de años más tendrás una bióloga parada en la familia ― dijo con una sonrisa.

― Y tu vida amorosa, ¡¿qué tal?

― Sigo soltera. No tengo novio, aunque no me he comportado como una monja. He tenido mis ligues y me he tirado a unos cuantos ―me dijo con un guiño.

― Al final vas a resultar una guarrilla como yo pensaba ―le contesté yo con otro guiño.

Ella sonrió y me dijo con picardía.

― Tú no sabes lo que te pierdes por no haberte liado conmigo cuando me insinué.

― Cuando te insinuaste tenías trece años. No estabas tan buena como ahora. Y además me habrían metido en la cárcel.

― Pero ahora tengo veintiuno, estoy buenísima y no te meterían en la cárcel.

Yo le seguí el juego como si no hubiera nada entre nosotros:

― Pero sigues siendo mi cuñada y yo estoy muy enamorado de tu hermana. No la engañaría por nada del mundo ―mentí y sonriendo de nuevo para indicar que era una broma le dije― y aunque estás buena, no estás tan buena como tú te crees.

Bromear con mi cuñada como siempre, como si no pasara nada cuando habíamos hecho casi de todo me ponía muy cachondo. Y estaba claro que ella pensaba seguir hablando como si nunca hubiésemos hecho nada. A mí me venía bien, porque yo no quería terminar con mi esposa. Aquello estaba siendo un calentón al que no podía resistirme, pero no era una relación y ni ella ni yo pretendíamos que lo fuera. Estaba claro que tanto ella como yo nos habíamos hecho algunas pajillas fantaseando con el otro, pero era solo eso, una fantasía cumplida. Ella no quería romper con su hermana por un calentón y yo tampoco. Pero no podíamos resistirnos. Mucha gente pensará que éramos unos cerdos, pero no podíamos evitarlo.

En un momento en que me levanté de la mesa y pasé tras ella no pude resistir la tentación y tiré de los nudos del cuello y la espalda de su sujetador. Al hacerlo, el sujetador del bikini cayó al suelo. Ella, tras un respingo inicial, no se inmutó. Seguí tras ella y tiré de los lazos que sujetaban su tanga en las dos caderas. El tanga también se soltó, aunque no cayó porque se quedó sujeto contra la silla. Me senté de nuevo en mi sitio y seguí charlando como si no hubiese hecho nada.

― Además, yo nunca me atrevería a tocarte. Me pondría muy nervioso verte desnuda ―seguí como si no hubiera cambiado nada.

Así seguimos charlando como si estuviéramos normalmente vestidos y comiendo sin nada extraño entre nosotros.  Al terminar, recogimos la cocina y pusimos el lavavajillas y nos fuimos los dos al sofá  a ver la televisión. Como siempre, pusimos un documental de animales que no nos interesaba en absoluto a ninguno de los dos, pero con el que duermen la siesta la mitad de los españoles. Al levantarse no intentó siquiera llevarse el tanga, sino que éste se quedó en la silla donde había estado sentada.

Ella se paseó por la habitación para recoger la mesa, limpiar la cocina y demás, completamente desnuda y sin inmutarse. Cada vez me impresionaba más que pudiera comportarse con esa tranquilidad como si no pasara nada.

Yo me quité el bañador  me senté en el sofá como siempre, pero desnudo. Ella estaba en la cocina y no me vio desnudarme. Me cubrí con una sábana que teníamos para taparnos cuando hacía más fresco. Ella se echó también apoyando la cabeza en mis piernas, sobre la sábana. Yo levanté la sábana para que se tumbara sobre mis piernas cuando ya estaba boca arriba. No vio que yo me había quitado el bañador. Cogí la sábana y la eché sobre ella. Tapándola hasta el cuello. Con un pico me tapé la entrepierna para que no viese que estaba desnudo. A continuación metí la mano debajo de la sábana y empecé a acariciarla.  

Comencé por los hombros y fui bajando lentamente hacia los pechos. Empecé muy suavemente. Bajé hacia el vientre con suavidad. Ella entonces se dio la vuelta y puso la cara hacia mí. Seguí acariciándola ahora con más fuerza. Empecé a estrujarle el pecho entero y a pellizcarle las areolas y los pezones. Me sentía bastante bruto, no sé por qué, Supongo que por el rato que llevaba viéndola desnuda, así que fui bastante brusco. Sé que le hice daño, pero no dijo ni una palabra. Levantó el pico de la sábana que me cubría y se tapó la cabeza con ella. Debió de llevarse una buena sorpresa, porque dejó oír una exclamación. Inmediatamente sentí como se metía la polla en la boca de un golpe y empezó una mamada inolvidable. Fue subiendo y bajando por el tronco sin parar por fuera y metiéndosela dentro. Yo estaba cada vez más caliente, pero esta vez no quería correrme en su boca. Quería correrme en su coño. La cogí, la separé de mi cuerpo, lo que no le gustó, la levanté, la puse de espaldas a mí y la fui bajando poco a poco hasta ponerle la punta del  pene en la vulva.

Yo no sabía cómo estaba de excitada, pero no quise ni mirarlo. Una vez que estaba colocada, la empujé con fuerza por los hombros haciendo que se empalara de un golpe. Soltó un gemido fuerte. Por suerte estaba bastante lubricada. Se ve que la había excitado antes lo suficiente. La hice subir y bajar con bastante brusquedad. Mientras con las dos manos le estrujaba el pecho y le pellizcaba con fuerza los pezones. Me sentía un salvaje. Recorría los hombros, apretándolos, el pecho, le pellizcaba el vientre y le estrujaba el pubis. Todo esto mientras la subía y la bajaba. Lo normal es que se hubiera enfadado conmigo pero estaba más excitada que yo. Jadeaba con tal fuerza que yo creía que se iba a asfixiar, por no poder respirar apenas.  Por fin yo no pude más y me vacié en su interior. Ella, al sentir el chorro de semen que la llenaba sintió que no podía más y explotó también en un gran orgasmo.  Luego la levanté, la giré y la abracé como pidiendo disculpas por la brusquedad con que la había tratado, pero ella me sonrió y me besó en la boca.

Tras un rato abrazada a mí, por supuesto hablando de la programación de televisión que ponían, como si no estuviésemos los dos abrazados en el sofá, desnudos; se relajó y se durmió. Yo seguía tan excitado que no podía dormirme, así que seguí allí mirando la televisión mientras velaba su sueño y le acariciaba el brazo que tenía cerca de la mano, con mucha suavidad.

Cuando despertó, al cabo de una hora, la llevé en brazos hasta la bañera y la duché con mucha ternura. Después la sequé y por último, tras quitarle la toalla, la envié desnuda hacia su habitación para vestirse. Ya era una hora a  partir de la que su hermana podía volver en cualquier momento, así que cuando salió de su habitación se había vestido con una camiseta larga que la tapaba bien. Evidentemente no llevaba un sujetador, porque el pecho se le balanceaba un poco. No me extrañó. A menudo en casa estaba sin sujetador para estar más cómoda  Cuando pasó a mi lado, le metí la mano por debajo de la camiseta y descubrí que la muy golfa, estaba muy decente por fuera, pero iba sin bragas. A partir de ahí cada vez que estaba cerca yo le daba una palmada en el culo, pero no volvimos a hacer nada temiendo que mi esposa volviera y nos pillara, aunque me pasé toda la tarde medio empalmado.

Cuando volvió mi mujer era ya la hora de la cena, así que nos fuimos los tres a un chiringuito a comernos unos boquerones  y tomarnos un helado. Volvimos pronto a casa porque mi mujer decía que estaba cansada. Cuando llegamos, dijo que se iba a la cama. Yo me había quedado excitado después de la siesta y  había pensado darle una sorpresa esa noche, pero viendo que estaba cansada la dejé dormir un par de horas.

Una vez pasadas las dos horas me fui al dormitorio y miré como estaba. Como era habitual se había acostado cubierta únicamente con una braguita. Le  até los brazos al cabecero de la cama. También le tapé los ojos. La dejé tumbada de costado como estaba, ya que prácticamente todo su cuerpo quedaba accesible. Luego empecé a acariciarla. Ella se despertó sobresaltada:

―¿Qué haces?

―¡Calla! ―le susurré yo.

Pareció darse cuenta de lo que pasaba y se calló. No era la primera vez que se lo hacía, así que no se sorprendió demasiado. Le hice unas cuantas caricias y la dejé un poco. Me fui a donde María estaba con la tablet, entretenida, y le hice señas de que me siguiera. La llevé al dormitorio y le mostré a mi mujer atada y cegada en la cama y le abrí el cajón del armario donde guardábamos los juguetes eróticos. Ella entendió lo que yo le insinuaba y seleccionó unos cuantos. Luego salió hacia la cocina y la seguí. En la cocina cogió una cuchara  y algunas cerezas, que teníamos confitadas. Puso también en un vaso unos cubitos de hielo. Mi mujer ya estaba nerviosa por la tardanza y me llamaba:

― ¿Por qué me has dejado sola atada? ¡Vuelve aquí! ¡Por lo menos desátame!

Llegué junto a ella y de di una palmada en el trasero sin decir nada. Dio un respingo y se calló.

Le hice señas a María para que se acercara y me retiré. María cogió a su hermana de las piernas y la giró con brusquedad, dejándola tumbada de espaldas.

Empezó con la cuchara, colocando un cubito de hielo en ella y luego tocando con la parte trasera  sobre la espalda en distintos puntos para que notase la frialdad del metal. Mi mujer se estremecía y soltaba un gemido cada vez que notaba el metal helado sobre su piel. Observé como sus pechos se erguían y sus pezones se ponían de punta. Empezó a jadear un poquito.

Yo me limitaba a mirar lo que le hacía María a su hermana. Había decidido intervenir lo menos posible esa noche, a no ser que María se pasase con mi esposa. Pero la verdad es que había empezado muy bien.

María después de tocarle con la cuchara por toda la espalda, el trasero y las piernas, volvió a coger a su hermana por las piernas y a darle la vuelta bruscamente. No hizo fuerza suficiente para girar a su hermana, pero al sentir el tirón en las piernas no tuvo más remedio que girar ella misma contorsionando el cuerpo porque no podía apoyar las manos atadas. 

Una vez que estuvo boca arriba, su hermana le quitó las braguitas de un tirón, con cierta violencia, arañándole un poco uno de los costados. Volvió a gemir. Mi cuñada cogió las braguitas, las olió y las miró, viendo que tenían una buena mancha húmeda. Entonces la vi que las abría y se las ponía a su hermana sobre la cabeza, colocándolas de modo que La mancha de humedad quedaba encima de su nariz. De esa forma, cada vez que respiraba, el olor de su propia excitación le inundaba la nariz. Mi mujer no dijo nada. La verdad es que la guarrilla de mi cuñada estaba resultando más que morbosa.

Le ató las piernas bien separadas. Volvió a coger un cubito de hielo con la cuchara y vuelta a empezar. Fue tocando en distintos puntos de su cuerpo pero sin seguir ningún orden, para que mi mujer nunca supiera donde la iba a poner en el momento siguiente. Ella empezó a retorcerse un poco cada vez que la tocaba el frío metal. Cada tres o cuatro veces le colocaba la cuchara  en los pechos o en el pubis. Cogió otra cinta y, separándole los pies bruscamente, le sujetó cada uno a un lado de la cama, de forma que no pudiese cerrarlos. Entonces, soltando el hielo en el vaso, le pasó la cuchara helada por la vulva haciendo que diese un bote en la cama. Finalmente detuvo la cuchara un par de segundos en el clítoris. Su hermana dio un gemido enorme y se retorció en la cama.

María dejó entonces la cuchara y cogió el bote de cerezas. Metió dos dedos y sacó una. La colocó sobre el vientre de su hermana y la fue deslizando hasta depositarla en el hueco del ombligo.  Se podía ver el reguero brillante que había dejado sobre la piel al deslizarla. Cogió la siguiente y separó un poco la abertura que traen por haber quitado el hueso. Después la fue deslizando alrededor del pecho en espiral hasta llegar al pezón y encajarla allí. Continuó haciendo lo mismo en el otro pecho.  Repartió después unas cuantas por el resto del tronco. El almíbar en el que venían le servía para sujetarlas. La vi dudar un momento si ponerle alguna en la cara, pero al final optó por no hacerlo para no tener que quitar las braguitas de la cabeza. Se ve que le daba más morbo verla respirar sus propios olores. Había dejado sin poner en la zona del pubis, pero ahora fue repartiendo cuatro o cinco. Luego colocó tres o cuatro seguidas en la vulva y, por último Encajó el hueco de una en el clítoris. A medida que colocaba cerezas en las zonas más íntimas, mi esposa se iba excitando cada vez más de una forma evidente,  aunque desde que le puso las bragas en la cabeza ya se había excitado bastante.

El siguiente paso de María fue comenzar a lamer y mordisquear el reguero de almíbar que había dejado cada cereza, para después comérsela, en el mismo orden en que las había ido colocando.

Mi esposa, haciendo de plato para mí, según creía ella, estaba excitadísima. No sé qué hubiera pasado si hubiera sabido que era su hermana y no yo quien comía en aquel plato. Una vez comidas todas las cerezas y lamido y mordisqueado todo el tronco, sólo quedaban las cerezas del pubis hacia abajo. Empezó a dar lengüetazos rodeándolas, luego mordisquitos y por fin se comió todas las del pubis. Se bajó entonces a la vulva y fue mordiendo las tres que había colocado entre los labios mayores, atrapando suavemente entre los dientes los propios labios al morder las cerezas. Por fin quedaba la que estaba encajada en el clítoris. Empezó a mordisquearla, pero sin tirar de ella, de forma que cada bocadito, la cereza comprimía el clítoris, que estaba ya bastante hinchado. Se veía que a mi querida esposa le faltaba muy poco para tener una corrida monumental, la golfilla de mi cuñada no se lo iba a poner tan fácil.

De un tirón se comió la última cereza. Su hermana se retorcía de placer todo lo que le permitían las ataduras. María cogió una fusta que había sacado del cajón y le dio un golpecito en el vientre, con suavidad, pero mi esposa saltó por no esperarlo. Le acarició la vulva y el clítoris, que chorreaban literalmente. Empezó a jadear más fuerte. Un nuevo palmetazo en el vientre. Y otro más. Y otro. Cada uno un poquitín más fuerte que los demás. Mi esposa se agitaba cada vez más. Su respiración a través de las braguitas se oía cada vez más fuerte.

Volvió a acariciarle la vulva y el clítoris. Se detuvo en él unos instantes, presionándolo entre dos dedos. A su hermana le chorrea por la vulva el flujo que le sale de la vagina. Está más que empapada.  María la golpea ahora en la vulva. Muy suave, pero esa zona está tan excitada que salta como si le hubiesen dado un latigazo. Vuelve a hacerlo varias veces. Ella me suplica suplica:

― No, por favor, para, no hagas eso. ¡Déjame!

Ella y yo teníamos pactada para nuestros jueguecitos una palabra de seguridad. En nuestro caso era Madrid. Si ella suplicaba que parara, pero no decía Madrid, significaba que realmente no quería parar. Era parte del juego, así podía hacerlo más real suplicando que la dejase, pero sin desearlo realmente. Me acerqué a su oído:

― ¿Te gustaría ir a Madrid? ―Le pregunté para recordarle la palabra de seguridad por si no se acordaba.

―¡No! ―Contestó con mucho ímpetu.

María entonces siguió azotándole la vulva y el pubis, Ella gritaba con cada golpe. En medio, maría le acariciaba el clítoris.  Su hermana estaba tan excitada que apenas podía respirar, pero el dolor producido por los golpes le impedía correrse, aunque no conseguían bajarle la excitación cada vez más alta.

Por fin se cansó de darle golpes y se acercó y empezó a lamerle toda la zona. Lo hacía de una forma muy extraña. Le daba un lametón grande, desde arriba hasta abajo o al contrario, y luego paraba unos segundos. Mi mujer estaba como nunca la había visto. Yo no pude aguantarme más. Me puse detrás de mi cuñada y, como no tenía bragas, la empalé de un empujón mientras ella le comía el coño a mi mujer. Ella y yo estábamos también muy excitados. En cuanto se la metí, me di cuenta de que estaba empapada también. Empezó a lamer a su hermana como loca en el clítoris. Lamía con más fuerza con cada empujón que le daba yo. Yo estaba tan excitado que con tres o cuatro empujones me corrí. Ella, al notar el semen que le llenaba el coño, explotó en un orgasmo con un frenesí de lamidas y chupetones a su hermana. Su hermana estalló por fin también en un orgasmo espectacular.  Los tres nos habíamos vaciado, pero la golfa de mi cuñada no había terminado todavía con su hermana. Me hizo señas de que seguía. Salió un par de minutos  de la habitación mientras yo me acercaba al oído de mi esposa y le repetí:

― Esto no ha hecho más que empezar. ¿Seguro que no quieres ir a Madrid?

Ella volvió a gritar:

― ¡No! ¡No quiero ir a ningún sitio!

― Entonces prepárate, porque te espera una noche muy larga…

En ese momento volvió mi cuñada, cogió un consolador pequeño y se lo fue metiendo y sacando de la vagina, hasta que lo tuvo bien empapado. Luego empezó a metérselo por el culo en lugar de la vagina, hasta que lo tuvo bien metido. Después cogió otro más grande y se lo metió por la vagina. No le puso la vibración a ninguno de los dos. Por fin le soltó las piernas, se las cruzó y se las volvió a atar en esa posición de forma que los consoladores no pudieran salirse. A continuación me hizo señas de que la acompañara afuera. Tuve una idea. Me acerque a mi mujer antes de salir y le susurre: esta noche duermes sola. Yo me voy al sofá. Si quieres que te desate grita tu palabra de seguridad.

Y me fui al salón con mi cuñada. Estuvimos follando un buen rato, intentando no hacer ruido y pendientes de que mi esposa pudiera decir algo. Pero se calló y no dijo ni una palabra. Por fin, a las siete de la mañana, me di una ducha y me acerqué desnudo a mi esposa. La observé desde la puerta y me di cuenta de que estaba despierta y agitándose para sentir mejor los dildos que tenía metidos dentro.  Fui a hablar con ella y le dije:

― Te adoro. Eres una auténtica guarra.

Todavía tenía las bragas sobre la cabeza. Se las quité y las olí. Prácticamente no olían a nada. Lo había absorbido todo al respirar en ella durante toda la noche. Le quité también la venda de los ojos. La besé con mucha pasión. La verdad es que pensar en cómo había pasado ella la noche me tenía empalmado. Le puse la vibración en los dos dildos y le acerqué la polla a la boca. Aunque estaba exhausta, no lo dudó ni un instante. Se lanzó sobre mi polla y me hizo una mamada impresionante. Me corrí muy rápido en su boca. No me aparté porque sabía que le gustaba. Ella se corrió también en un momento. Luego la desaté, la llevé en brazos a la bañera y le di un baño caliente, lavándola con mucho cariño y mucha suavidad. Por fin la sequé y la devolví a la cama, donde se quedó durmiendo sin parar hasta la hora del almuerzo. Nunca sospechó  quien le había hecho todo aquello en realidad. Siempre ha pensado que había sido yo.

Lo que sucedió a continuación ya es cuestión de otro relato.