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Tania (I)

en No Consentido

Cuando me dejó, no me lo pude creer. Y seguí sin creérmelo durante esos últimos 48 días. Había pasado por un montón de estados desde entonces: tristeza, ira, rabia, autocompasión… Hasta que mis amigas me zarandearon para que despertase de mi letargo depresivo y saliese a resucitar a la vida. Yo no quería, pero lo hice por ellas.

Nos parábamos en los coches, para fijarnos en nuestro atuendo, poniendo poses provocativas y haciendo chistes verdes, que me hacían sentir mal, pues siempre me identificaba con la victima infiel o insatisfecha de la broma. Pero disimulaba y me reía.

Lidia me observaba a menudo, no era de mis mejores amigas, pero había pasado por una ruptura similar tiempo atrás y pretendía animarme.

-Anímate, Tania – me susurró cuando las demás se adelantaron en nuestro recorrido y nosotras nos quedamos rezagadas.- No vale la pena ponerse así por un capullo como Sebas. Sé que suena tópico, pero es así. Eres simpática, linda y vivaz, no tardarás en encontrar a alguien que se arrastre por ti.

Yo la miré, escéptica. Lidia era increíble, rubia, ojos verdes intensos, labios finos, rasgos aristocráticos, y un cuerpo digno de revistas masculinas. Ella también lo había pasado mal, y le agradecía sus palabras, pero en esos momentos solo quería emborracharme para olvidar. Olvidar mi ruptura, mis complejos, mi físico, mis problemas…

Es difícil ser la “normalita” en un grupo donde todas podrían pasar por modelos de lencería. Las ondas de mi pelo están definidas, teniendo solo la ventaja de este que es largo, pues ni siquiera me gusta el soso marrón que tengo. Mi piel es blanca, cual vampiro, según bromea siempre mi hermano; y mis ojos, del color de las hojas en otoño, opinión de mi romántica hermana. En mi familia todos son guapos, absolutamente todos, con rasgos simétricos, esbeltos… Yo… tengo cara de niña aun con diecinueve años.

 Mi cuerpo… bueno, tengo lo mismo que mis amigas… solo que en proporciones diferentes… Las medidas del pecho y las caderas deberían ser las mismas, sin embargo, mis pechos crecieron más de lo que mis caderas se ensancharon cuando me desarrollé; por lo que estoy “desequilibrada” en ese aspecto. Mi cintura se mantiene delgada a base de ejercicios y gracias a las clases de danza del vientre (Dios bendiga a Shakira por ponerla de moda).

Lo dicho. En general, “normalita”… acercándome a “linda del montón”.

La noche era templada, y el local parecía lleno. Era uno de esos sitios que se ponen de moda durante unos meses por algo novedoso que no tenga otro, y al poco tiempo, ya ha sido desbancado.  Este tenía la originalidad de tener tres pisos, y en cada uno se escuchaba un tipo de música diferente.

Las tres pistas de bailes estaban llenas, y mis amigas decidieron subir a la última, pues un conocido estaba trabajando de DJ esa noche. Yo me dejé llevar. Encontré un lugar en un rincón, con unos sofás algo incomodos por el uso, pero aun así me senté. Con el alcohol y las charlas, el tiempo se pasó rápido, y yo me encontré algo mareada por culpa de los chupitos de mezcla desconocida que nos habían puesto en la barra.

-¡Tengo que ir al baño!- grité a Diana, mi mejor amiga.

Ella solo me levantó el pulgar, mientras seguía bebiendo su copa con ojos entrecerrados. Cuando llegué a los baños, había diez o doce chicas esperando para entrar, por lo que decidí bajar a los baños de la primera planta. Éstos tenían una fila más larga, y decidí bajar a la planta del sótano.

Tuve suerte, no había nadie esperando, y cuando entraba, una chica iba saliendo. Los baños del sótano estaban muy oscuros, solo había una luz alumbrando los lavabos, las cabinas de los urinarios estaban oscuras, pero no me importó, ya había hecho esto antes a oscuras.

Salí al acabar, y mientras me lavaba las manos bajo esa luz tenue y amarillenta, escuché como alguien se acercaba detrás de mí. No pude verle la cara, pero no me gustó la sensación que me dio. Me apresuré en terminar y me di la vuelta para dirigirme a la puerta, pero me acorraló contra la encimera del lavabo. Mi cerebro, hasta entonces embotado por la música y el alcohol, se puso alerta, pero aun así estaba lento. No sabía quién era, pero tenía mucho miedo. Quise gritar, pero como si me leyese el pensamiento, me tapó la boca con su mano, guiándome con la otra hacia un rincón donde no llegaba la luz. Intenté soltarme torpemente, pues el alcohol había hecho mella en mis fuerzas, pero su firme agarre no se inmutó.

Me cogió ambas manos con una de las suyas cuando intenté pegarle, y me las puso por encima de mi cabeza. Quitó la otra de mi boca y al segundo sus labios estaban callándome. Me quedé paralizada, mientras me besaba suavemente, siendo vagamente consciente de cómo su mano empezaba a acariciarme por debajo de mis pechos. Mis pezones se erizaron, traicioneros, se volvieron pesados, presionando duramente contra mi top, notándose a través de éste, maldiciéndome vagamente por no haberme puesto sujetador o pezoneras. Me estaba excitando de una manera increíble, con un extraño, y apenas por un beso y algunas caricias. Pero sabía que estaba mal. Yo no era así. No me gustaba esa sensación que estaba creciendo en mi interior. Me estaba excitando, pero no lo quería, no con un desconocido.

Intenté zafarme de nuevo, pero apretó su agarre en mis manos y profundizó su beso en mi boca al tiempo que dirigió su mano a mi entrepierna, por debajo de mi corta falda, y empezó a acariciarme por encima del tanga. Gemí en su boca involuntariamente, en señal de protesta, y ante mi incapacidad de poder hacer algo o protestar. Él se pegó más a mí, haciéndome estremecer cuando sentí su erección. Un rayo de pánico me atravesó la mente, e intenté volver a sacudirme. Su respuesta fue embestirme con su polla, cada vez más dura, y me paralicé con la amenaza implícita que había en ello. Se acomodó entre mis piernas y siguió embistiéndome, suavemente, para que notase como su polla, por debajo del pantalón, se rozaba con mi coño.

Pronto empecé a temblar de miedo. ¿Iba a violarme? Él se separó de mí, ambos jadeando, y me llevó hacia la encimera del lavabo, una que no tenía bombilla, pero a la que llegaba un poco de luz. Me sentó sobre la encimera, deteniéndome en los intentos que yo hacía para intentar escapar.

-La música está muy fuerte, no sirve de nada gritar, así que ahórratelo, muñeca.

Impotente, sabía que era cierto, y más borracha como estaba. Mis movimientos no eran tan rápidos para intentar deshacerme de él, y estaba sintiéndome cada vez más cansada por el esfuerzo y la somnolencia que producía el alcohol en mí.

Sin embargo, en alguna parte de mi cerebro, sabía que había escuchado alguna vez esa voz. No sabía dónde, pero la había escuchado.  

 Me recostó sobre el espejo al mismo tiempo que me incitó a separar las piernas. Escuché el sonido de su cremallera sobre nuestras respiraciones, echó la escasa tela de mi tanga a un lado y acercó su pene a la mi abertura, introduciéndolo de un solo movimiento. Yo no estaba tan húmeda, y jadeé ante la sorpresa y el dolor. Sus manos se pusieron a ambos lados de mi cabeza, apoyándose en el espejo; y yo, en un intento de empujarlo, de alejarlo, le agarré por sus brazos. Quien quiera que fuese mi violador, estaba fuerte.

“Mi violador”, la conciencia de lo que me estaba ocurriendo me llevó a estremecerme de pánico. No sabía porque me pasaba esto a mí, pero tenía que pararlo. Cerré los ojos, puse mis manos en su pecho e intenté empujarlo de nuevo, pero él se acercó más a mí, hasta que sentí su aliento en mi cuello.

-No sabes… como deseaba hacer esto…

Tenía cada vez más calor, sintiendo como entraba, centímetro a centímetro, parecía muy grande, y casi me alegraba de no tener constancia de su tamaño real. Sus jadeos en mi oído me provocaban una sensación extraña en el bajo vientre, quería que se apartase de ahí, era mi punto débil, me excitaban las caricias en esa zona. Empecé a sentirme mejor con el calor de su aliento, ya mi coño no dolía tanto, y dejé de hacer esfuerzos para alejarlo. Él pareció notar mi rendición, y la mantuvo un momento fuera, mientras pasaba su lengua lentamente por mi lóbulo, por la parte trasera de mi oreja, por mi cuello… Y cuando me notó más relajada, volvió a penetrarme con su inmensa polla de una estocada.

No sé exactamente si lo que salió de mis labios fue un jadeo, un gemido, o una combinación de ambos, pero cuando estuvo completamente dentro, solté el aire que no me di cuenta que estaba conteniendo, y comenzó su vaivén de forma suave, haciéndonos jadear a ambos. Sentía su tamaño, su dureza dentro de mí, resbalando por mis fluidos, excitándome cada vez más, haciendo que se me escapasen gemidos involuntarios que avivaban sus embestidas.

-Tu coño… sabía que sería increíble follarte… pero eres muy estrecha… y te siento… jodidamente bien…

Sus palabras me estaban excitando cada vez más, y eso me alarmaba; estaba empezando a disfrutarlo. Cerré los ojos, arqueándome contra él. Mi cuerpo me traicionaba, mis sentidos estaban embotados, y mi coño se estremecía. Estaba a punto de correrme… mientras me violaban.

No daba crédito, mi cuerpo se rindió. Escondí mi cara en su cuello, mis manos aferrándose a su camiseta, notando sus músculos, y gemí como una vulgar puta con el mejor de sus clientes, solo que yo no fingí. Lo sentí. Mi orgasmo fue increíble, muy intenso, me dejó agotada, laxa. Nunca me había sentido así con mi ex. Estaba drogada, y ya no me importaba que siguiera violándome un desconocido cualquiera en los baños de una discoteca llena de gente.

Cuando pude respirar con normalidad de nuevo, noté que él había parado, con su gran polla dentro de mí. La metió, la sacó, suave, lento, pero fuerte. Su respiración se había controlado un poco, y esta vez habló sin jadeos.

-Jamás pensé que eras de las que podría correrse mientras se la follan por la fuerza. ¿Era una fantasía que tenías? ¿Eh, pequeña putita? – Yo intenté zafarme, no me gustaba que me llamaran así, ya me sentía bastante sucia, pero él me abrazó con uno de sus brazos, dejándome inmovilizada contra su pecho y su cuello.- Me alegro de ser yo el que ha hecho realidad esa fantasía… Con la carita que tienes… nadie pensaría que tienes el cerebro de una putita… una ninfómana y cachonda putita… que es toda mía…

A medida que hablaba, su ritmo se aceleró aún más. Él mismo se estaba encendiendo con sus propias palabras. Me detestaba a mí misma en esos momentos, me había corrido sobre la polla de mi violador, y me había encantado… Era el mejor orgasmo que había tenido en mi vida, y mi cuerpo no quería que este desconocido dejara de follarme, tan sórdido como parece. “Puede que tenga razón, y sea una puta al fin y al cabo”, pensé en mi desesperación.

Siguió follándome fuerte un buen rato. Yo era su prisionera, y no podía hacer nada. Quería llorar, pero lo que empezaron a salir de mis labios eran jadeos y gemidos. “No debe tardar mucho en correrse”, pensé.

Incorporándome un poco, cogí una de sus manos que tenía en mis caderas, y las llevé hacia mis pechos, haciendo con mi mano que me bajase el top con la suya, él pareció excitarse más cuando notó mis pezones duros entre sus dedos. Los apretó más, haciéndome jadear.

-Quiero… que me beses…-susurré entre jadeos.

Estrelló sus labios en los míos, y yo envolví mis piernas alrededor de su cintura, desinhibida completamente. Ya no me importaba nada, solo quería que se corriera y que acabase. Lo hice gemir con mi boca y se puso un poco más descontrolado, me sentí un poco poderosa en ese momento.

Apenas escuchábamos la música del exterior, solo nuestros jadeos y gemidos. Dejamos de besarnos un momento y yo me acerqué más a él para besar su cuello. Sabía salado, estaba caliente, duro. Encontré su pulso y lo chupé como si la vida me fuera en ello, mientras me movía con él y sentía como jugaba con mis pezones.

De pronto, me empujó poco a poco para apoyar mi espalda en el espejo, sin sacar su polla de mi coñito, quitó mis piernas de su espalda y las puso sobre sus hombros. Sus embestidas eran ahora más profundas. Lo sentía más, mi coño parecía estar en llamas, y no me aguanté los gemidos.

Mi orgasmo me sorprendió, me arrolló sin previo aviso. Drenó mi energía, sentí las convulsiones de mi centro alrededor de su miembro mientras luchaba por aire, casi al borde de la inconsciencia. Noté como él se vino, todo el líquido caliente inundándome mientras sus embestidas se ralentizaron y sentía las olas de sus fluidos dentro.

No fue hasta unos segundos más tarde que me di cuenta. ¡No tenía condón! ¡Me había follado sin condón y se había corrido dentro de mí!

-Te… te has corrido dentro…

-¿Qué esperabas? Tengo la perfecta oportunidad para follarte, ¿y crees que iba a desperdiciar mi leche en un condón?... No… siempre he imaginado como me corría dentro de ti y te dejaba embarazada… Ha sido mi fantasía por tanto tiempo…

Jadeé, alarmada. Quería decirle de todo, pero salió lentamente de mi y puso mis piernas hacia abajo, aunque manteniéndolas separadas aun. Noté sus dedos en los hinchados labios de mi coño, acariciándolos, mientras sentía como su semen salía de mí. Él también lo notó, metió dos dedos en mi coño, haciendo círculos con ellos. Estaba tan sensible en esa zona que lo noté todo, pero no sabía por qué hacía eso… Hasta que sacó sus dedos y los llevó a mi boca entreabierta por mis jadeos.

-Chupa –ordenó. Yo no quería, me negaba, pero él pareció adivinar mis pensamientos cuando dijo- Si no lo haces voluntariamente, te obligaré. Y procura no darme ningún bocado, o tendré que castigarte.

Abriendo un poco más la boca, él los metió, y chupé el semen. Me lo tragué rápidamente, intentando aguantar las náuseas. Lo escuché sonreír, me besó en la sien y me acarició la cara.

Entonces se alejó, me besó en los labios, y se marchó del baño.

No podía dejar de preguntarme si alguna vez sabría su identidad.