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Realidades (I)

en Voyerismo

Había días… y días. La diferencia estaba en la paciencia que tuviese Sara para aguantar a Damián. Ella había estado muy bien hasta que él había empezado a hablarle.

-¿Un chupa-chups? ¿Practicando ya para el próximo fin de semana? –Preguntó él.

-Es un poco viejo ese chiste, ¿no te parece? Aunque claro, no se puede esperar nada muy original de ti…

-Con esos comentarios de sabionda no vas a conseguir a muchos tíos… Pero tranquila, creo que si mantienes tu boca llena y ocupada no se entenderá lo que dices y quizá puedas ligar con alguien.

-¿Ese es el único requisito que tienen los tíos… que sepamos cómo usar la boca?-inquirió Sara levantando una ceja.

-Y la lengua. La lengua también es muy importante. Mira que no saber eso… Pareces una novatilla… Pero me siento generoso, si quieres impresionar a algún tío, yo me ofrezco voluntario para que ensayes conmigo.

-¡Oh! Gracias por tu amable ofrecimiento, pero para eso ya tengo el chupa-chups.

-Mi polla es mucho más deliciosa y dulce… al menos por fuera, la sorpresa de dentro es más salada.

-Y eso lo sabes porque tú mismo lo has probado, ¿no?

Él empezó a reírse.

-¡No! Es lo que me dicen las tías, ya sabes, las que no se comportan como una zorra mal follada como tú.

-¡Oh! ¿Ya empezamos con los insultos elaborados? Muy bien, gilipollas pajillero.

Él se rió.

-No vayas por ahí, Sarita. No tienes ni idea de cómo es mi polla. Si la tuvieras no la nombrarías sin hacerme una reverencia antes… y una mamada de paso.

Sara le dedicó una de sus muchas sonrisas ladeadas y frías.

-Yo no soy de las que prueban de todo… yo soy más selectiva con lo que me meto en la boca… Tiene que dejarme satisfecha… -ella giró su cara para mirarle directamente a los ojos.-No me gusta perder el tiempo con nimieces…

Damián soltó una fuerte carcajada.

-Cualquier día vas a arrepentirte de esas palabras.

-¿Es una amenaza? –preguntó ella alzando una ceja.

-No, es una advertencia –respondió él.

Abrieron el portal de su viejo edificio, y entraron. No iban a insultarse allí dentro, no porque ya no lo hubiesen hecho antes, sino porque estaban guardando sus alientos para lo que les esperaba a cada uno en sus respectivas casas. El escalón que separaba el interior del edificio y la calle era el punto en el que los asaltos verbales acababan, aunque la pelea hubiese sido horrible e irritante, pero ese era su trato no hablado.

Damián se dirigió al bajo A, y Sara al B, dándose la espalda mutuamente, y entraron en sus respectivas realidades.

Damián podía escuchar claramente los altisonantes sonidos del heavy metal procedentes del techo. Su vecino de arriba era un jodido loco de la música estridente, pero él se conformaba. Prefería escuchar eso a los gemidos de su madre con algún cliente en su habitación. Se dirigió directamente a la cocina, cogió algunas sobras de la cena de la noche anterior, y se fue a su cuarto.

Buscó en su lista de “Favoritos” en Internet alguna película buena para ver mientras comía, y se decantó por una de Chaplin sobre la Primera Guerra Mundial. La había visto tantísimas veces que ya no le hacían gracia las disparatadas situaciones del actor, pero aun así la seguía viendo.

Cuando terminó, escuchó los golpes de un palo de escoba en el techo, a modo de queja por el ruido. Damián sonrió, su madre había acabado de trabajar y era entonces cuando se percataba de los molestos sonidos. Realmente no sabía por qué el viejo Billy le hacía el favor de poner la música tan alta cuando su madre estaba con un cliente… Seguramente porque él también tuvo que convivir con alguien así y sabía que es difícil olvidar la voz de tu madre gimiendo mientras otro tío se la está follando por sesenta euros. Le agradecía siempre al viejo por el ruido.

Sara encontró a su abuela en la cocina, llenando los platos con el caldo de pollo. La saludó y preguntó:

-¿Y mi padre?

-Se ha tenido que ir antes al trabajo… -Sara tuvo la sensación de que su abuela iba a decir algo más, pero se contuvo.

-¿Pasa algo? –inquirió mirando el perfil de su abuela.

-¡No! No, hija, no. Anda deja la mochila y siéntate a la mesa, que la comida se enfría.

Ella obedeció, no muy contenta con la respuesta. Comieron las dos en silencio, con el ruido del heavy metal del vecino de arriba de fondo y la televisión puesta en un programa de cotilleos. Su abuela hacía comentarios susurrados sobre lo que los periodistas contaban.

-…Vaya sinvergüenza, con lo mayor que es y aun haciendo esas cosas… ¿Una sorpresa que le haya puesto los cuernos? Pues yo ya lo sabía por la cara de lagarta que tiene… ¡Anda ya! Si ese no sabe hacer ni la O con un canuto, no me creo que haya hecho eso… ¡Pero si está medio hecha! ¿Cómo va a ser madre con esa edad y esos pelos? Pobre criatura la que tenga…

Sara se divertía con los comentarios de su “yaya”, pero procuraba no reírse mucho o ella entraría en una diatriba sobre reírse a su costa y a costa de temas tan serios como los que la televisión trataba. Terminó de comer, esperó a su abuela y recogió ella la mesa. Se fue a su habitación e intentó estudiar algo.

-¿Qué tal te ha ido hoy en el instituto? –preguntó la madre de Damián.

-Bien… ha estado interesante…

Ella sonrió con orgullo. Damián era lo mejor que le había pasado, y aunque había cometido algunas locuras y había sido un poco rebelde, se estaba centrando poco a poco. Fácilmente podría haberse ido al haber alcanzado la mayoría de edad, pero seguía con ella por temor a que intentase hacerle daño alguno de sus clientes. Ya se había llevado un par de sustos, pero él había estado allí para defenderla.

-¿Cómo está…? ¿Era Jessy, no?

Él empezó a reírse mientras volvía al salón con una cerveza en la mano y una botella de agua para ella.

-No estoy con ella, pero creo que está bien.

-Se la veía muy colada por ti –él hizo un sonido de afirmación mientras tragaba la cerveza, sin apartar la vista de la televisión.- Está bien, dejaré el tema. Pero solo dime que tuviste cuidado y saliste a tiempo.

Damián se atragantó y tosió, derramando un poco de cerveza por su camiseta. La miró con ojos muy abiertos y le dijo:

-Mamá, ya hemos tenido esta conversación antes, y no es agradable. No voy a hablar de mi vida sexual contigo.

-¡Solo pregunto para quedarme tranquila! Además, tu sabes la mía, ¿por qué no me dices algo de la tuya? Me darás cierta paz mental si me dices que por lo menos utilizas protección y te aseguras de que sales antes de…

-¡Basta! ¿Qué mierda…? Mamá, no tienes que preocuparte de nada, ¿vale? Siempre utilizo un condón. Así que, asunto zanjado.

-Bien, bien…-ella tomó un poco de su agua.-Solo te recuerdo que tienes suministros por toda la casa…-él suspiró pesadamente y se levantó para dirigirse a su habitación.- ¡¿Qué?! ¡Damián! ¡Es normal que te pregunte por ello! Sales mucho y casi nunca coges alguno por si acaso.

Él la miró con el ceño fruncido. Fue a decirle algo pero se calló y se encerró en su habitación antes de la hora acostumbrada, dejando a su madre con un mal sabor de boca. Ella sospechaba porque estaba así, pero quería pensar que él era lo bastante maduro para comprender que… su trabajo era su trabajo, y a veces no había más remedio que aguantar y tragar… literalmente.

-Buenas noches, abuela.

-¿Ya? Es temprano.

-Lo sé, pero estoy cansada. Dale un beso a papá de mi parte cuando llegue.

-Está bien. Buenas noches, hijita. ¡Ah! Quería preguntarte si tendrías que estudiar mucho este fin de semana. Hace mucho que no vienes a misa conmigo, y te vendría bien confesarte de nuevo.

Sara suspiró. Casi todas las semanas igual…

-No sé yaya… Si no me ponen ningún examen de última hora, creo que podré ir… Yo te digo mañana.

-Bien, hijita. Descansa.

Ya en la privacidad de su habitación, Sara calibró si ese fin de semana tendría las ganas y la paciencia suficiente para ir a la iglesia. Era demasiado pesado, aburrido, cansino, y… miles de sinónimos más… No le gustaba la idea de que su abuela fuera sola, pero escuchar al cura más de una hora… esa voz pastosa, esa mirada reprochadora…

Apartó todo ello de su cabeza cuando vio su ordenador. Necesitaba relajarse un poco. Para cualquier otra persona, sería difícil hacerlo con el fuerte volumen de la televisión de su abuela, pero ella ya estaba acostumbrada y se sentía tranquila hasta cierto punto de que su abuela necesitase de tantos decibelios para escuchar lo que decían sus programas de cotilleos.

Bajó la persiana de su ventana, que daba al patio comunal, dejando la ventana abierta para que entrara la suave brisa primaveral. Se sentó en la cama con su portátil y se puso a mirar algunas páginas web, hasta que encontró un vídeo que le gustaba y le dio al play. Sin voz, comenzó a ver las primeras imágenes mudas y empezó a excitarse, sin percatarse de que alguien estaba cerca…

La conversación con su madre le había puesto de un humor extraño. Era su trabajo y lo había aceptado desde que comenzó a tener uso de razón, pero eso no significaba que no le incomodase la imagen de algún capullo metiéndosela hasta la saciedad. Simplemente evitaba pensar en eso…

El eco de una persiana siendo bajada en el silencio de la noche le llamó la atención y se asomó por la ventana para ver. Sara la había bajado, pero era muy temprano para que se fuese a dormir. ¿Estaría enferma? No le gustaba preocuparse, y menos por la estúpida vecina de al lado, pero al no tener nada mejor en lo que ocupar su cerebro en ese momento, abrió su ventana y cruzó el patio. Solo vería que le pasaba para pensar en otra cosa, solo era curiosidad… hasta que vio la mirada de la chica fija en la pantalla del ordenador. La luz de éste era la única iluminación de la habitación, pero ello no evitó que viese toda la escena que se desplegaba delante de sus ojos.

Oculto en la oscuridad de la fresca noche, vio como Sara se puso de rodillas en la cama y se quitó la vieja camiseta que utilizaba como pijama, sin apartar los ojos de la pantalla. Podía decir entonces que la chica tenía un gran cuerpo. Capulla e irritante como ella sola, pero jodidamente caliente. No podía negar tampoco que fuese guapa, pero de ahí a verla realmente así, había un enorme trecho…era difícil ver los atributos físicos de una persona cuando se comportaba tan…

Se quitó el sujetador. Sus tetas… eran geniales. Blancas, con pezones perfectos para ser mordidos, no muy grandes, pero llamativas. Empezó a tocárselas, a masajeárselas con ambas manos, aun estando de rodillas. Parecían de arcilla y tan suaves… Sara llevó uno de sus dedos a su boca y lo chupó, se lo pasó por uno de sus pezones haciendo que se fuese poniendo duro poco a poco. El temblor en su respiración y su mirada, tan sensual y desinhibida terminaron por romper la poca paciencia de Damián.

Miró alrededor, a los vecinos de los pisos de arriba, y no vio a nadie en ninguna ventana, solo el resplandor de las televisiones y muchas ventanas abiertas, pero en la oscuridad de la noche y gracias a las altas macetas de la abuela de Sara nadie lo vería o lo confundirían con algún objeto. Se bajó los pantalones del chándal lo suficiente para liberar su erección, y empezó a acariciarse.

Sara se imaginaba a sí misma siendo la chica del vídeo. La que estaba recibiendo el consolador que su amiga le metía poco a poco mientras ella se tocaba las tetas falsas. Se masajeó a sí misma los pechos tal y como lo hacía la chica, imaginando como sonarían sus gemidos. Queriendo sentir como sería tener algo tan grande metido dentro, tan profundo y tan placentero que le hiciera voltearse los ojos.

Sara cerró los ojos y dirigió una de sus manos a su entrepierna, mientras la otra seguía jugando con su pequeño pezón. Metió la mano por debajo de sus braguitas y empezó a acariciarse los labios vaginales. Le gustaba sentir la suavidad de los dedos, por eso siempre se depilaba aquella zona por completo. Se sentían más y mejor las caricias, la suavidad de su coño desnudo a sus propios dedos, para explorarse ella misma con total libertad.

Abrió los ojos brevemente y volvió a mirar el vídeo. La morena de las tetas falsas era ahora la que dominaba la posición, chupando el agujerito del ano a la rubia, que imitaba la posición de una perrita con la boca abierta del placer…Necesitaba quitarse las bragas…

Damián aguantaría. La visión de Sara masturbándose era muy caliente y el estaba con la polla muy dura, como pocas veces, pero no acabaría hasta que ella lo hiciese. Quería ver que más le gustaba hacer a su vecinita. Por eso, cuando vio que se quitaba las bragas y dejaba al descubierto aquel coño rosado y mojado de la excitación, tuvo que obligarse a apartar la mano de su pene y respirar hondo para tomar paciencia.

Ella se puso a cuatro patas, lo que le dio una perfecta visión de su redondeado culo y toda su vagina… sin un solo vello púbico… “Joder, puedo ver lo cachonda que está”, pensó para sí. Sara apoyó la cabeza y los hombros en la cama, la mirada siempre fija en su portátil y lo que fuera que estaba viendo, y llevó una de sus manos a la boca. Se chupó un dedo y se lo metió… “¡Se está masturbando el culo! ¡Ella misma!”.

Sara se llevó la otra mano al coño e introdujo dos dedos. Le gustaba esa ligera presión que se producía en su interior al sentir los dos orificios ocupados. Empezó a meter los dedos del coño cuando sacaba casi por completo el que tenía en su ano, siempre poco a poco, pues hacía poco que se había aventurado con aquella parte de su cuerpo. Cuando iba metiendo el dedo con el que masturbaba su orificio trasero, sacaba los dedos de su coño.

Repitió el sencillo ejercicio varias veces más, hasta que estuvo completamente relajada y solo se dejó llevar, como lo estaban haciendo las actrices del vídeo. Se mordió el labio para no gemir, el placer que sentía cuando se masturbaba el coño era estupendo, pero si se le sumaba la excitación que le producían las entradas y salidas de su dedo en su culo, se ponía muy caliente, demasiado cachonda como para soportarlo durante mucho tiempo. Cerró los ojos y se imaginó siendo masturbada por otra chica, otra morena de tetas falsas que le comía el coño mientras le metía un consolador por el culo y ella gemía como una zorra cualquiera.

Damián supo que no le quedaba mucho para correrse, ni a Sara tampoco. Sus dientes mordiendo firmemente su labio inferior para evitar hacer algún sonido que lo delatase. La cara de la chica era puro éxtasis, la boca entreabierta, los ojos cerrados, la respiración irregular… no olvidaría esa imagen. La vería cada vez que se pajease, imaginándose mil y una escenas.

Los dedos de Sara adquirieron una velocidad increíble, sobre todo el del culo. Se notaba que le gustaba por aquella zona, era importante recordar algo así. Su propia mano alcanzó la vigorosidad de los dedos de la chica, hasta el punto que no sintió ni sus propios dedos ni nada, solo sus ojos y su cerebro observando, obsesionados por la imagen, ansiosos de lo cerca que se encontraba ella del orgasmo, y deseando a medias que acabase y que continuase con su propia autosatisfacción.

Sara mordió la manta, con los ojos cerrados herméticamente, olvidándose de todo lo demás, solo sintiendo las contracciones de las paredes de su coño alrededor de sus propios dedos. La sensación fue tan increíble que lo sintió en su ano, y en el dedo que estaba metido en ese huequecito sentía también las réplicas. Sus duros pezones rozando la suave manta incrementaron la sensación de placer. El flujo cayendo por su mano, sus dedos embadurnados de él… quiso probarlo, probarse a sí misma.

Damián vio los dientes de Sara apretar la tela de la manta, y lo perdió, al mismo tiempo que ella. El semen salió disparado a una de las macetas que había a su lado, pero ni siquiera se fijó en eso… Podía jurar que vio como temblaban los labios del coño de Sara con su orgasmo. Lo vio, además de toda la humedad que salía de ella y manchaba su mano, y entonces… Sacó su dedo de su ano, se dio la vuelta en la cama hasta que estuvo tumbada boca arriba, con las piernas aun flexionadas y dándole a Damián una visión perfecta de su coño húmedo. Ella sacó sus dedos lentamente y se los llevó a la boca, chupándolos y probándose a sí misma, degustándose con deleite, cerrando los ojos con su sabor.

Y volvió a por más. Damián quería probarla también, pero no podía entrar ahora, se metería en muchos problemas. Se subió los pantalones, se dirigió a su ventana y regresó a la seguridad de su habitación.

Ya tumbado en la cama, su cerebro comenzó a pensar, insistentemente, que también quería conocer el sabor del coño de Sara.