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Internas: Paula (I)

en No Consentido

NOTA: Estas historias ocurren durante un fin de semana, desde la tarde de un viernes hasta el anochecer del domingo. Los días, el mes o el año, realmente no tienen importancia, solo lo que ocurre durante ese tiempo…

El internado de Santa Catalina estaba situado en una zona montañosa, de no muy difícil acceso, y a solo una hora de la gran ciudad y la playa. A ese internado acudían las hijas de las familias más adineradas por la amplia oferta académica que ofrecía y los profesionales que estaban siempre atentos a las jóvenes.

El edificio era como un castillo, haciendo fantasear a las más pequeñas sobre los cuentos y libros que leían, imaginándose princesas, e imponiendo respeto a medida que iban siendo más mayores, pues una sola mirada a la fachada del edificio inspiraba a las estudiantes a seguir el recto camino educativo que allí marcaban.

El director, Don Fernando, era un hombre de mirada severa, estricto y justo. En sus casi cincuenta años, tenía un currículum impresionante, habiendo trabajado en las mejores escuelas europeas como profesor de Física. Era respetado, e incluso temido en algunas ocasiones, pues no retiraba ningún castigo ni tenía misericordia con las faltas severas. Podría verse, tras haberlo conocido después de algún tiempo, que seguramente habría sido un hombre guapo en su juventud, pero el paso de los años le habían convertido en un señor alto aunque no muy ancho ni fuerte, de mandíbula cuadrada y con un cuerpo normal para su edad.

Santa Catalina, sin embargo, no era solo un internado, pues algunas chicas que estaban allí eran huérfanas. Estudiaban en el centro hasta que conseguían el graduado escolar, siendo pagados sus gastos como obras de caridad de parte de personajes influyentes y poderosos, con el fin de limpiar su imagen pública o ganar popularidad. Estas chicas recibían exactamente la misma educación que las que procedían del seno de una familia pudiente, pero no tenían algunos privilegios, como habitaciones y baños individuales, o salidas del centro los fines de semana y festivos. En esas fechas, y sobre todo en verano, ellas se encargaban de limpiar y cuidar el edificio en el que vivían para que estuviera reluciente para el curso siguiente, y al haber sido niñas rescatadas de la mendicidad y la pobreza, lo hacían gustosas.

El problema de estas chicas era que tras acabar su formación obligatoria y conseguir su graduado escolar, debían abandonar el edificio si no tenían el dinero para pagar los cursos del bachillerato. Acudían entonces a cualquier opción que pudiese presentarse en su camino o que pudiesen idear, aprovechaban cualquier oportunidad para demostrar a  alguien, quien fuese, benefactor o alma caritativa, sus habilidades físicas e intelectuales. Debían convencerlos que eran una buena inversión, pero eso rara vez ocurría.

Además, estaba el hecho de la competencia. Todas eran amigas y compañeras, pero ante una oportunidad de cambiar el rumbo de su vida, nadie abogaba por nadie. Se decidió entonces que, el benefactor o “avalista educativo”, pudiese tener la opción de elegir a la chica cuyos estudios quisiese pagar para llevarla a parte, ya fuese dentro del propio centro o a algún lugar fuera del mismo para hacerle pasar las pruebas intelectuales o físicas que creyese convenientes.

Era por ello que las amigas de Paula estaban tan nerviosas.

Aquel jueves empezaba con un examen de Lengua y Literatura, tras el cual, Paula se relajó… Pero ni Noemí, ni Irina, ni Mei tranquilizaron sus nervios. Las tres habían tenido pasados difíciles, y estudiaban en Santa Catalina gracias a las donaciones de personas importantes y ricas. Las tres eran las perfectas estudiantes, aunque cada una destacaba más en las materias que más les gustaban.

Paula, por su parte, no tenía tanta necesidad de demostrar su potencial académico, pues su padre podía mantenerla allí, pero estaba bien como estaba, no se sentía celosa ni insegura por las notas de sus amigas. Sacaba notables en casi todas las asignaturas, menos en los idiomas, que los adoraba, y en Física que… Don Fernando la detestaba… Siendo el sentimiento mutuo.

La madre de Paula había muerto cuando era pequeña, y su padre se había vuelto a casar años más tarde con Bárbara, una mujer tan guapa como zorra, en su opinión. Era diez años más joven que su padre, y odiaba a Paula con toda su alma. Ella no se había percatado de ello cuando era pequeña, deseosa del trato maternal, hasta que los castigos injustos y la manipulación a su padre hicieron que cambiara de idea sobre Bárbara.

Cuando su madrastra se había quedado embarazada de su hermanito Germán, convenció a su padre para que la enviase a Santa Catalina con la excusa de que necesitaba disciplina para que se centrase en sus estudios y en su formación. No hubiese sido tan malo el haber entrado a un centro completamente nuevo, lejos de todo lo que conocía, si el director hubiese sido otra persona y no Don Fernando… hermano querido de Bárbara…

Los años que había pasado allí podían llamarse buenos, aprobaba, tenía amigas, no veía a su madrastra… solo tenía que comportarse y no meterse en problemas, así no le daría motivos al idiota de Don Fernando para castigarla. Ya era bastante tener que verlo para las festividades que se pasaban en familia… ¿por qué no podían ser Bárbara y Don Fernando como Hugo?

Hugo era la mano derecha de Don Fernando en el internado, pero era muy diferente a sus hermanos. Estaba en sus cuarenta, era amable, simpático…y atractivo… Era el médico del centro y el Jefe de Estudios, siendo además el único por parte de esa familia que le caía bien a Paula.

Durante el almuerzo, cansada de los nervios de sus amigas, intentó calmarlas.

-Chicas, deberíais tomároslo con un poco más de calma. Sois geniales y muy inteligentes, y sean cuales sean las pruebas que os pongan, las pasareis.

Tres pares de ojos la miraron, dos de ellos con inseguridad, los de Irina con escepticismo.

-He escuchado algunas alumnas de bachillerato que han pasado por lo mismo decir que eran pruebas muy duras. Y si tenemos en cuenta que cada benefactor o “avalista educativo” va a ponernos pruebas diferentes y desconocidas durante todo un fin de semana, comprenderás que realmente estamos lo más tranquilas que podemos estar –dijo Irina mirando a Paula con sus claros ojos.

-Nada va a ser peor ni más duro que algunos exámenes que hayamos hecho aquí. No pueden evaluaros de algo que no hayáis aprendido aquí.

Noemí y Mei respiraron un poco tranquilas, pero solo por un segundo.

-¿Dónde pone esa norma? –inquirió Irina.

Paula abrió la boca, pero sabía que no podía decir nada porque era solo una suposición lo que había dicho. Soltó un suspiro. Irina tenía razón, no había normas para las pruebas. Al igual que a sus amigas, se le cerró el estómago, y cinco minutos después, recogieron sus bandejas prácticamente intactas.

Los pasillos del centro no estaban muy decorados, pero el que conducía al despacho del director sí. Las vitrinas llenas de premios y los cuadros con antiguas alumnas que han sido el orgullo de la institución adornaban casi todas las paredes, hasta llegar a ser claustrofóbico. Era una manera de mostrar a los padres, benefactores y avales educativos el prestigio y la importancia del internado.

Paula se dirigía allí pocas veces, por suerte, pero aun así eran muchas para su gusto. Llegó al lugar ensimismada, pensando en la despedida que había tenido con sus amigas. Sabía que iban a hacerlo bien, cualesquiera que fuesen las pruebas, pero aun así, era imposible deshacerse de los nervios que le atenazaban el pecho. No podía imaginarse en el internado sin sus mejores amigas.

Llamó a la puerta, y escuchó brevemente el sonido de varias voces, todas conocidas, antes de que le diesen permiso para entrar. En el interior del despacho, se encontraban Don Fernando, Bárbara y Hugo, y se veían muy felices. El bello de su nuca se erizó, “algo pasa”, pensó desconfiada.

-Hola, Paula –saludó muy amigablemente su madrastra.

A ella no la engañaban, algo sabían aquellos tres que ella no, y no le gustaba esa desventaja. No le devolvió el saludo hasta que vio el entrecejo de Don Fernando. La máscara de Bárbara era innegablemente falsa, la sonrisa no podría ser más forzada. Tras unos instantes de silencio, Bárbara le pidió que se sentase con ella y con Hugo en unos sofás que el director tenía allí para la recepción. Paula se movió rígidamente, incómoda por mostrar de esa manera su nerviosismo. Había aprendido que solo podían ganarle si sabían que ya se había dado por vencida.

-Bueno… -comenzó a decir Bárbara a través de su amarga sonrisa.- Venía a darte la noticia de que un nuevo miembro de la familia está en camino.

Paula la miró, sorprendida. La postura de Bárbara era triunfante, relajada con las piernas cruzadas, y muy feliz. Por alguna extraña razón que ella no llegaba a imaginar o comprender, Bárbara creía que a Paula le disgustaría la presencia de otros niños en su hogar, nada más lejos de la realidad. Paula adoraba a Germán, y el niño besaba el suelo por donde pisaba. Pero Bárbara apenas se fijaba en eso, y siempre andaba con cuentos sobre los supuestos celos que ella tenía hacia su hermanito.

-Vaya… ¡Eso es genial! ¿Cuándo llegará? ¿De cuánto estas? –preguntó alegre.

La cara de Bárbara fue imperturbable, pero su mirada adoptó un brillo cínico, haciéndose presente la ira en sus pupilas. Notó que Hugo la miraba atentamente, al igual que Don Fernando. Supuso que era porque no esperaban esa reacción de una supuesta hermana celosa como creían que ella era.

-Bueno, el doctor no se atreve a decir cuándo llegará, ya que podría adelantarse como lo hizo Germán… -contestó con la misma sonrisa que se esforzaba por mantener. – Supongo que querrás brindar con nosotros por esa noticia. Nando, no te demores mucho con las bebidas.

Al instante, una bandeja con cuatro bebidas se presentó en la pequeña mesita del centro de la estancia. Dos zumos y dos copas de champán. Brindaron por el nuevo miembro de la familia, sin percatarse Paula de las miradas extrañas de Don Fernando y de Hugo, ni la tensión que desprendían sus cuerpos.

En su regreso a su habitación, empezó a sentirse mareada. No supo exactamente como llegó a su habitación, solo que se sentó en su cama deshecha con un golpe sordo, y su cabeza retumbó. Vio su papelera al lado de su escritorio, a poco más de un metro de distancia, pero levantarse para cogerla por si vomitaba estaba más allá de sus fuerzas.

Con un esfuerzo inhumano, se quitó los zapatos con sus propios pies. Intentando mantener un equilibrio que no sabía que había perdido aun estando sentada, se desvistió, lanzando su ropa de cualquier forma al escritorio. El pijama estaba en su cama aun, arrugado, y se puso solo la camiseta, considerando una misión imposible ponerse los pantalones.

Se tumbó en la cama, y una extraña sensación le recorrió el cuerpo. Sudor frío provocó que sus rizos se pegasen a su cara, mientras notaba como su cuerpo alcanzaba una temperatura muy alta en apenas unos segundos. Apagó la luz de su habitación con un gesto débil, y miró como los colores del atardecer se colaban por su ventana…

Eso fue lo último que Paula recordó antes de caer inconscientemente dormida.

El silencio se apoderó de los pasillos del internado de Santa Catalina. Todo estaba oscuro, salvo por las luces mortecinas que se dejaban encendidas cada muchos metros por si ocurría alguna emergencia.

Fernando y Hugo llegaron a la parte trasera del edificio, acompañados por Bárbara. Ambos hermanos vivían en una modesta y cómoda casa dentro del recinto del edificio, a cien metros de la entrada de las cocinas, por donde estaban entrando en esos momentos.

La tensión era palpable en los cuerpos de ambos hombres, estaban nerviosos por lo que iban a hacer, pero su hermana lo había pedido, y a ellos les resultaba imposible negarle nada a Bárbara. Había sido así desde que eran pequeños, cuando los mimos a la pequeña eran excesivos, pues había estado a punto de fallecer siendo una neonata para el terror de su familia. Pero ya no se podía hacer nada para cambiar su actitud, y Bárbara sabía que sus hermanos harían lo que fuera por ella.

Llegaron a la tercera planta, a la parte oeste, donde se encontraban las habitaciones individuales, ahora vacías porque las chicas se habían ido ese fin de semana con sus familias para aprovechar el buen tiempo. Bárbara se dirigió directamente a la habitación de su hijastra, dejando rezagados a sus hermanos, cuyos pasos eran más lentos.

Abrió la puerta lentamente, y miró precavida, por si el somnífero no hubiese hecho su efecto. Pero sí lo había hecho, y la suave respiración de Paula llegó hasta sus oídos. Entró en la habitación, y esperó a que sus hermanos la siguieran dentro para cerrar la puerta.

Los hombres miraban a la adolescente dormir, el cuerpo relajado y los rebeldes ojos verdes cerrados, en un sueño muy profundo. Se sintieron culpables, pero era su hermana quien se lo había pedido, así que debían hacerlo. Respiraron, mirándose de reojo, mientras Bárbara se acercaba a la cama y destapaba el cuerpo de Paula de un solo tirón de las mantas.

La chica dormía solo con unas braguitas de un color claro y una camiseta, tras la que empezaron a notarse los pezones debido al cambio de temperatura repentina. Sabían que Paula era un hueso duro de roer, y que su hermana les había contado en innumerables ocasiones los problemas que había tenido con la chica, sobre todo desde que había llegado a la adolescencia, pero creían que era excesivo el castigo que Bárbara iba a darle a Paula. Además, la chica no había mostrado ninguna mala expresión ante la noticia de un nuevo bebé como Bárbara había asegurado.

Los redondos pechos de Paula subían y bajaban al ritmo de su respiración, Fernando y Hugo los miraban hipnotizados. Un cuerpo tan joven, tan hermoso y atlético, a su entera disposición. No había límites para ellos esa noche, con ese cuerpo. La magnitud de la petición de Bárbara les sobrepasó. La violación de Paula era algo que quedaría para siempre en sus conciencias…

-Tomen –dijo Bárbara acercándoles unas tijeras.- Destrócenle la ropa.

Dada la orden, ella se sentó en la silla frente al escritorio, mirando con suficiencia a la inconsciente Paula. Los hombres también la miraban, y como era costumbre ya para él por ser el mayor, Fernando se adelantó con las tijeras. Pero Hugo lo detuvo, le cogió las tijeras de la mano y se agachó sobre el cuerpo de Paula. “Él ya ha cargado con mucho sobre sus hombros por nosotros”, pensó Hugo. Se encargaría de que el acto quedara solo sobre su conciencia.

Cortó cuidadosamente las braguitas de Paula, rozando brevemente la suave y cálida piel de la chica. Al instante, el fino vello que cubría aquella zona tan íntima quedó visible a la luz de la luna. Hugo tragó saliva. Realmente no quería hacer aquello, y pensaba que cuando su hermana viera que no se ponían duro ni Nando ni él, desistiría con su plan… pero aquella visión, aquel coñito tan pequeño, tan perfecto e inocente, ante sus ojos, con la completa libertad que tenían para tomarlo… Su polla se hinchó en un instante, paralizándolo.

Nando también vio la misma visión, y su cuerpo tuvo la misma reacción, pero algo en su mente le llevó a mirar de reojo a su hermana. Sonreía como el gato con la panza llena la ver la reacción de Hugo, quien respiraba pesadamente intentando controlarse.

-¿La camiseta? –preguntó suavemente Bárbara.

Hugo no tenía fuerzas, ni para apartar su mirada de aquel coñito ni de coger las tijeras para cumplir la orden. Nando lo notó, y fue él quien cortó la camiseta de Paula con cuidado y la abrió, exponiendo unos pechos suaves, con unos pezones no muy grandes, pero lo suficientes para secarle la boca. Eran redondos, medianos, pesados y apetitosos… y no pudo evitar tocarlos. Frotando los capullos de sus pezones hasta que estuvieron muy duros. Pero de pronto, paró, dándose cuenta de lo que había hecho.

-¿Por qué paras? –inquirió Bárbara a su espalda.

Nando miró a Hugo, y su hermano, con los ojos muy abiertos y la mirada culpable, empezó a quitarse los pantalones. Se desnudó por completo, con movimientos lentos y algo rígidos, queriendo atrasar el momento. Pero una vez dejada toda la ropa en el suelo, ya no había mucho que le separase de cumplir la petición de Paula. Decidió que lamería un poco a Paula, para que estuviese una pizca de lubricación, aunque no le quitaría mucha molestia.

Pero Bárbara, al ver sus intenciones, lo paró.

-No. Sin ninguna facilidad. Métesela fuerte, de una sola vez.

A Hugo se le hizo un nudo en la garganta. Se sintió asqueroso, pero era por su hermana.

-M-me dolerá a mí también… Yo no estoy lubricado… -excusó Hugo mirando a su hermana.

Bárbara sonrió. Ya había hecho eso antes con sus hermanos, no había necesidad de pudor. Se dirigió a su hermano, se puso de rodillas ante él, y metió su verja en su boca, chupándosela como una profesional, tocando en los lugares correctos que sabía que excitaban a Hugo. Se deleitó con su pene en su boca como hacía tiempo que no lo hacía, sin demorarse mucho con las caricias que su hermano disfrutaba en sus pelotas. Esas caricias le hacían gemir, poniéndolo tan duro que tenía que correrse irremediablemente.

Hugo echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, rezando en su cabeza para que Bárbara parase u ocurriese un milagro para que no tuviesen que violar a Paula. Pero en medio de la bruma sexual, sintiendo la punta de su polla en la garganta de Bárbara, su lengua jugando con toda su longitud y con las venas que se le marcaban en su miembro, supo que si él no lo hacía, recaería sobre Nando hacerlo.

Agarró el pelo de su hermana y sacó su pene de su boca, mirándola salvajemente, respirando con dificultad. Miró a Nando, quien lo miraba atónito, acariciándose su miembro… siempre le había gustado observar, no le gustaba tanto la acción. Y lo que acababa de presenciar no tenía ningún secreto para él.

Hugo separó las piernas de Paula, situándose entre ellas. Su polla estaba muy mojada por la saliva de Bárbara, y acarició con ella los dulces pliegues del coñito de la joven. Su respiración era regular, ajena a todo lo que estaba sucediendo y todo lo que iba a sucederle.

Empezó a meterla poco a poco, por aquella estrechez virgen, hasta que notó el débil himen. Respiró hondo y la penetró de una sola embestida. Sus ojos se pusieron blancos por la presión de su polla en aquel agujero. Escuchó un leve gemido de protesta de Paula, pero ella no se despertó ni se movió. Él la miró, respirando rápidamente. Ya estaba hecho…pero debía seguir.

Sacó un poco su polla y la miró, viendo algunos restos de sangre. Irracionalmente, eso lo excitó más, y en ese instante, decidió olvidarse de todo. De las consecuencias de sus actos, de su posición, de su ética, de su hermana, de todo… y se dispuso disfrutar como un primitivo hombre con un coño por delante al que poder follar.

Volvió a embestirla con la misma fuerza, y empezó a follarla como si la vida le fuese en ello. Se volvió salvaje y sin escrúpulos, sintiendo como la vagina de Paula lo recibía sin obstáculo alguno, sin resistencias. Estaba apretada, cálida, y él era grande, y estaba follándosela sin piedad. Se sentía tan bien estar violando a aquella chica, que no se percató de los actos de su hermano.

Nando estaba fuera de sí. Ver a Hugo de aquella manera, embistiendo sin demora y sin arrepentimiento el cuerpo de Paula, jadeando levemente de placer… solo podía imaginarse cómo sería estar metiéndosela a la joven, como sería su coño apretado, sabiendo que es su primera vez… Ni siquiera se percató del acelerado ritmo que estaba tomando su mano con su polla.

Estaba prohibido lo que estaban haciendo, pero ya no se sentía tan mal. La chica era toda suya sin saberlo, y no iba a desperdiciar esa oportunidad de tener un poco de desahogo sexual después de tanto tiempo. Acarició los rizos de Paula, del color del caramelo, sus suaves labios, entreabiertos… le abrió la boca un poco más, y empezó a rozar la punta de su pene por ella. La introdujo lentamente en aquel caliente orificio, hasta que dio contra su garganta, y empezó a sacarla y meterla suave y lentamente. Él no tenía prisa, quería disfrutarlo todo lo que pudiese.

Desde la periferia, Bárbara había empezado a masturbarse con la escena. Estaba muy caliente, y ver a sus hermanos desquitarse con la odiosa chica le puso más cachonda aun. No podía esperar a ver salir la sangre de Paula. Ya no eran tan pura e inocente…

Hugo respiraba con dificultad. Cuando vio como Nando metía su pene en la boca de Paula, supo que no le quedaba mucho para acabar… Sobre todo cuando su hermano aumentó el ritmo con los ojos cerrados de placer, la boca entreabierta de deleite y sus manos en la cabeza de la joven, moviéndola hacia adelante y hacia atrás.  Como si su hermano leyese sus pensamientos, le miró, sin ralentizar el ritmo, y Hugo hizo un breve asentimiento de cabeza. Esperaría a su hermano para correrse juntos.

Nando sentía que también le faltaba poco, y decidió meterle toda su polla dentro a Paula para acelerar su orgasmo. La chica protestó inconscientemente, pero él siguió, sus movimientos bruscos y rígidos, su respiración casi atascada, hasta que sintió el semen a punto de salir. Salió de aquella boca y apuntó a las tetas de Paula, derramando toda su leche sobre ellas, embadurnándolas mientras observaba la expresión de Hugo cuando se corrió dentro de la chica.

Correrse dentro de una joven virgen era una de las experiencias más placenteras para un hombre. Hugo bombeó toda su leche dentro de Paula, ralentizando el ritmo de sus embestidas, recuperando el control de sus pulmones. Llevó su mirada a la inconsciente Paula, llena con el semen de Nando. “Pobre chica”, pensó por un momento. Pero ya no podía hacer nada. Salió poco a poco de ella y se quedó allí, observando como la sangre mezclada con su corrida salía de ese pequeño coño. Su propio pene tenía restos, y en su mente era una imagen que quedaría grabada para toda su vida.

Miró a Nando, y éste le devolvió la mirada, ambos empezando a vestirse con un sentimiento de culpa y miseria rondando sus cabezas. Al minuto siguiente, se dirigían los tres a la salida trasera del edificio, por donde habían entrado. Bárbara estaba contenta, por ello no se esperó la reacción de sus hermanos cuando se estaba despidiendo de ellos.

-Bárbara, te queremos, pero por favor, no nos pidas que hagamos nada más por ti –dijo Nando con voz abatida.

Ella los miró, sorprendida.

-¿Por qué? Lo habéis disfruta…

-Por favor, -dijo Hugo levantando su palma para parar sus palabras- lo hemos hecho por ti. Y vamos a cargar con ello por el resto de nuestras vidas. Paula puede ser una chica rebelde o difícil, pero creo… creemos que no se merecía esto.

Ella lo miró fríamente.

-¿También tenías esos pensamientos cuando te la estabas follando como si no hubiese mañana?

Ni Nando ni Hugo le respondieron, solo la miraron, con los ojos vacíos. Ella no dijo nada más tampoco, solo se montó en su coche y se fue.