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Realidades V

en Lésbicos

Los objetos cayeron al suelo estrepitosamente, pero no importaba mucho. Damián subió a Sara a su escritorio mientras ella le desabrochaba los vaqueros. Él llevó sus manos por debajo del vestido de la chica y tiró de las bragas hasta que las rompió.

-Idiota, son las terceras que me rompes –le recriminó ella empujándolo en el pecho.

-Es la adrenalina, Sarita. Si no tardases tanto en venir por mí y por mi polla, no tendría tanta acumulada –dijo él mientras se las llevaba a la nariz para olerlas.

El olor dulzón del excitado coño de Sara inundó sus sentidos. Cada vez le gustaba más aquella fragancia, adictiva y provocadora como una droga. Pero no disfrutó mucho de su preciado tesoro, pues la destrozada prenda fue quitada de sus manos de forma rápida e imprevista.

-Solo tienes que decirme que me las quite. No hace falta que las rompas.

-Me gusta coleccionarlas –dijo con una sonrisa divertida mientras se quitaba la camiseta.

Su humor había mejorado, todos lo habían notado, y aunque él no quisiera admitirlo, sabía que la presencia de aquella niñatilla le había hecho más llevadero el cambio que se había dado en su casa durante las dos últimas semanas.

Sara se bajó los tirantes de su vestido, dejando libres sus redondeados pechos. Se estaba empezando a acostumbrar a llevar los vestidos, resultaban muy cómodos cuando sabía que iba a encontrarse con Damián… siempre acababan follando.

Cuando se irguió en toda su altura, se paró un segundo al ver los embobados ojos de Sara en su orgullosa polla, erecta y firme.

-¿Seguro que es solo adrenalina lo que has acumulado estos días? –Preguntó Sara con una sonrisa pícara.

Él se acercó más a ella, retirando el vestido hasta sus caderas, revelando el objeto de sus más oscuros y excitantes deseos. Aquel coño había llegado a obsesionarlo, no sabía realmente por qué, solo que había sido el mejor en el que se había metido en su vida… y el único que había llenado…

Ella se adelantó al borde del escritorio, abriendo más las piernas y cogiendo el grueso miembro con una mano, acariciándolo de arriba abajo como había aprendido recientemente.

-¿Seguro que no quieres chuparla un poco? –preguntó Damián roncamente.

Sus caras estaban a escasos centímetros, sus ojos fijos en los del otro. Ella negó con la cabeza, estrechando su agarre al mismo tiempo.

-Sabes que jamás pondría mi boca ni mi lengua en tu polla… Dejarías de respetarme y tendría que arrancarte la cabeza si eso ocurriera…

Damián soltó una seca carcajada.

-Cómo prefieras… pero después no te quejes si escuece…

-¿Cuándo me he quejado yo…?-dijo acercándose más al borde del escritorio.- ¡Ah, sí! Cuando te metiste dentro de mí a traición… -acercó su cara al cuello de Damián mientras susurraba.- Y no olvidemos las dos veces que me has llenado de leche…

-Sí… Jamás olvidaré eso… Ni tú tampoco, Sarita… -estaba tan excitado que no encontraba las palabras que quería decir.- Recuérdalo siempre que pienses en algún otro tío: solo mi polla entra en tu coño…

Sara detuvo su mano un momento, atenta más a las palabras de Damián que a su sensible cuerpo o al pene que sujetaba. No le gustaba como había sonado eso, ni aunque fuese broma. Sabía que no debía darle mucha importancia a lo que dijese Damián cuando estaba así de excitado, pero simplemente algo en ella le impedía seguir con aquello hasta haberle dejado algo en claro. Aunque sus palabras no hubiesen ido en serio.

-¿Qué dices, Damián? Entrarán todas las pollas que yo quiera en mi coño…

Él se separó un poco de ella, lo suficiente para cogerle la cara entre sus manos y mirarla fijamente. No tenía tiempo para eso, quería penetrarla como un animal y escucharla gemir… Pero podía esperar un par de segundos más.

-Escúchame, Sarita…-dijo negando con la cabeza.- No vas a acostarte con ningún otro tío, al menos mientras yo viva… ¿Entiendes?

Comprendiendo que hablaba en serio, Sara puso cara de inocente y le susurró, con la voz más dulce que pudo encontrar:

-No… yo me follaré a quien yo quiera… Ya puedas estar vivo o no… -alzó las cejas ante el fruncido ceño de Damián.- ¿Entiendes?

Se acercó más a ella con actitud intimidante, soltándole la cara.

-Déjate de gilipolleces, Sarita…-sin previo aviso, llevó su mano a su coño y apretó sus dedos donde se encontraba su entrada, metiéndolos abruptamente y haciéndola jadear.- Tú empezaste este puto juego… y yo digo cuando se acaba…

En otra ocasión eso la habría puesto impaciente por más, pero en esos momentos le dolió la violenta intrusión. Sin bajar la vista de sus ojos, le pegó un fuerte empujón en el pecho que lo hizo retroceder un par de pasos. Damián la miró con rabia mientras ella se bajaba de la mesa, se ajustaba el vestido y se dirigía hacia la puerta.

-¿Se puede saber qué cojones haces? –preguntó él, enfadado.

Ella se detuvo un instante y se giró, volviendo sobre sus pasos hasta estar justo frente a él, mirándolo como si quisiera que le explotasen los ojos.

-Que te jodan, Damián.                    

Sara salió de su habitación dando un portazo, y él se quedó parado unos instantes, hasta que escuchó la puerta principal cerrarse, sin saber qué hacer. Ninguna chica había sido tan orgullosa con él, siempre habían hecho gustosas todo lo que le apetecía… pero como siempre, no podía encasillar a la puñetera Sarita.

La ira corría por sus venas, haciendo que viese rojo. No quería volver a casa de su abuela en aquel momento, lo que necesitaba era hablar con alguien, desahogarse. “En esos casos,” pensó, “la gente suele acudir a sus amigos”. Los que ella consideraba como tal podían contarse con los dedos de una sola mano, y sin embargo, tampoco tenía tanta confianza con ellos como para contarles lo que le pasaba.

Pero debía hablar con alguien o aquel sentimiento de ira que la carcomía por dentro saldría con la persona que menos lo merecería. Ya le había pasado en otras ocasiones y no quería volver a sentirse como una mierda después de su arrebato.

“Lidia”, decidió mientras se encaminaba a su casa.

No le importaba que la llamasen ninfómana, pues realmente sería negar algo que ella era. Lo que no toleraba era que la llamasen puta, ella no cobraba por el sexo. Follaba porque le encantaba, y con quien quisiera. Nadie podía impedirle nada, era completamente libre. Sabía que no debería considerarse así, pues vivía con su padre aún y había ocasiones en las que el hombre le daba ciertas órdenes o limitaciones, que ella cumplía más por darle la satisfacción a su padre que por obediencia. Él le compraba todos los caprichos que quería y casi nunca estaba en casa, por lo que a ella no le importaba aparentar ser la angelical y responsable hija en su presencia para que él no pensara que debía vigilarla más.

Sara le decía siempre que debería valorar más el padre que tenía, y conociendo su situación, Lidia entendía el consejo de su amiga. Ella adoraba a su padre, y por ese preciso motivo, prefería que siguiese en la bendita ignorancia de los gustos y aficiones de su hija. Sabía que si el bueno de Cristóbal, como lo conocían en el barrio, veía lo que su hija estaba haciendo en esos instantes, le daría un infarto.

-Joder… me encanta cuando haces eso con la lengua… -suspiró Samuel.

Era grande, pero ella tenía práctica y se conocía algunos trucos. El chico le acariciaba la cabeza suavemente, pero paraba algunos segundos cuando ella llevaba su pene más profundo, o jugueteaba con su lengua y sus dientes. Ambos estaban deseosos de follar después de una semana llena de exámenes y trabajos, pero Lidia lo había convencido para que esta vez fuesen más tranquilos, dándose la oportunidad de alargar más el placer.

Las pelotas de Samuel estaban llenas, tan suaves al tacto que Lidia abandonó por un momento el pene y empezó a lamerlas. Sabía que aquello le gustaba al chico, pero lo que lo ponía casi frenético era las leves succiones que hacía donde más se marcaban sus venitas. Ella lo sabía, y aunque quería ir esta vez más con más calma, no pudo evitar la tentación de provocarlo un poco más de lo prometido.

Samuel apretó los dientes mientras los labios de Lidia le proporcionaban aquella particular tortura que lo dejaba a punto de correrse. Sabía que cuando terminase la tiraría sobre la cama y se la follaría de cualquier postura, metiendo su polla en el primer agujero que su lujuria le permitiese ver.

Alicia Keys comenzó a sonar en alguna parte de la habitación.

Lidia abrió los ojos e intentó apartar la boca de las pelotas de Samuel, pero su mano se lo impidió.

-Sh… sigue… ya se cansará…

A duras penas, Lidia consiguió liberarse de su mano para hablar un poco, aunque sus labios seguían pegados a las suaves bolas.

-Es el tono de Sara, tengo que contestar –explicó.

-Luego la llamas. Venga, sigue.

Lidia se deshizo de la mano de Samuel y se incorporó buscando su móvil por la habitación. Samuel bufó.

-Me prometiste que me sacarías los sesos por la polla, Lidia…

-Y lo voy a hacer –cortó ella.- Pero voy a contestarle a Sara.

Samuel suspiró, impaciente, mientras escuchaba la canción. El sonido que no cesaba procedía de la mesita de noche, de debajo de sus pantalones para ser exactos, pero Lidia no se había percatado, así que él lo encontró y se lo dio.

-Toma –le dijo.- Cuanto antes hables con Sara, antes podremos seguir.

Lidia bufó, molesta por su actitud.

-Lo ha pasado mal en varias ocasiones, yo no he podido estar con ella todo lo que me hubiese gustado y  querría estarlo en un futuro más cercano. Ella ha hecho mucho por mí.

Samuel levantó sus manos, instándole a que se calmara, mientras ella descolgaba.

-Hola, nena. ¿Qué tal?

-Ho-hola, Lidia. Yo…-titubeó Sara.- Me gustaría hablar contigo… un momento…

Por el tono, supo que algo le pasaba a su amiga. Y lo que fuera, era grave. Sara nunca vacilaba.

-Claro, ven a mi casa.

El  ceño fruncido de Samuel le indicó lo poco que le gustaba la idea, pero tendría que aguantarse.

-Y-Yo… estoy frente a tu puerta… ahora mismo…-balbuceó Sara.- Sé que debería haberte llamado antes, por si estabas ocupada o algo, pero… no se me ocurrió hasta ahora… Lo siento.

-¡Sin problemas! Ahora mismo te abro la puerta.

Los ojos de Samuel se abrieron como platos, y empezó a negar y a gesticular los labios diciéndole que estaba loca, pero no le importaba. Colgó y empezó a buscar una camiseta que ponerse. Cogió la de él y se la puso mientras abría la puerta. Samuel la cogió por la muñeca y la detuvo antes de que se marchase.

-¡¿Qué coño piensas?!-exclamó en un susurro enfadado.-Yo estoy aquí, va a verme.

-Pues recoge tu ropa y escóndete –repuso ella soltándose de su agarre.

-¿Dónde?

-¡Donde siempre! En mi armario –dijo Lidia señalándoselo con la cabeza mientras salía y cerraba la puerta de su habitación.

Se dirigió a toda prisa a la puerta y la abrió, sin importarle si alguien la veía con tan poca ropa. Samuel, por su parte, recogió su ropa y la metió en el armario, pero decidió quedarse fuera hasta que escuchase si se dirigían a la habitación o se quedaban en el salón, que era lo más lógico y lo más probable…

-¡Hola! –saludó demasiado entusiasmada Lidia.-Pasa, cariño, y dime que te ocurre.

Sara la miró de arriba abajo, aguantándose un poco la risa.

-Oye, si estás ocupada…- dijo sonriendo, recuperando un poco de buen humor- puedo venir después o mañana. No es na…

-¡No digas tonterías! Entra, venga –viendo aún la duda en la cara de su amiga, decidió mentir.- Estoy sola… estaba poniéndome cómoda.

Sara entendía el significado de esas palabras, así que se encogió de hombros y, aún no muy convencida, entró.

-Ven, sentémonos en el sofá y…

-En realidad… preferiría ir a tu habitación… si no te importa… Me parece un poco más… No sé, pero allí es donde me abro más, ya me conoces…

Sara tenía sus manos entrelazadas, y se había llevado el pelo detrás de la oreja dos veces desde que había entrado, estaba ansiosa por algo y Lidia simplemente accedió a su petición. Nunca la había visto así.

-Claro, por supuesto.

Jodida Sarita de los cojones”, pensó Samuel cabreado mientras se escondía en el armario. Esperaba que no lo viese por las rendijas de las puertas del armario. El padre de Lidia nunca lo había visto allí escondido, y esperaba que Sara ignorase también su presencia. Por un momento, cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse, también se preguntó por el motivo que había puesto tan nerviosa a Sara. ¿Sería por algo relacionado con su padre? ¿Por su abuela? Fuese lo que fuese, lo escucharía.

Lidia respiró aliviada al no encontrar a Samuel en la habitación. No debería haber permitido aquello, debería haber convencido a su amiga para que hablasen en el salón, pues Samuel se enteraría de todo, pero ya no había tiempo para cambiar lo sucedido sin que Sara sospechase.

-Bueno –dijo sentándose en su cama.- Cuéntame, qué te ocurre.

Sara no podía sentarse, así que decidió permanecer de pie mientras hablaba.

-Me he acostado con un tío.

Los ojos y la boca de Lidia se abrieron mucho, atónita. En su escondite, Samuel tuvo casi la misma reacción. “Creo que esto me dará para un par de fantasías”, pensó divertido.

-¿Qu-quién?

-No… Lo siento, pero no te diré su nombre.

-¡No me jodas, Sara! ¡Dime quién es!

-No, y no insistas.

-¡Eh! Espera, si has empezado a hablarme de esto es porque ese tío es quién te ha puesto así de nerviosa y preocupada –Sara abrió la boca para decir algo, pero Lidia no le dejó.- Por lo que, como tu amiga, necesito saberlo para arrancarle las pelotas.

-No –repitió Sara cruzándose de brazos.

Lidia quiso protestar de nuevo, deseaba hacerlo pues sabía cómo conseguir las cosas que quería, y siempre se salía con la suya. Sin embargo, algo le decía que difícilmente conseguiría ese nombre.

-Pe-pero… ¿por qué no quieres que lo sepa? ¿Qué te ha hecho ese tío para que lo defiendas?

-No lo defiendo.

-¡Y una mierda que no! ¡Si no me dices quién es, es porque sabes que lo castraré por ponerte así! –Exclamó furiosa Lidia.- Joder, Sara, ni que vaya a ser el padre de tus hijos…

Sara apartó la mirada de su amiga en ese instante, Samuel pudo verlo desde donde estaba. “Imposible”, se dijo.

-No… -susurró Lidia.-S-Sara, mírame… -tragó saliva.- Nena, mírame y dime que… que…

-No…-respondió Sara.- ¿Qué si utilizamos protección? No, en ninguna de las ocasiones.

Lidia se llevó las manos a la boca mientras susurraba: “Joder, joder, joder”. No aguantó más tiempo sentada y empezó a dar vueltas por su habitación. Sara, abatida, se quitó los zapatos y se sentó en la cama de su amiga con las rodillas cruzadas. Samuel tenía una buena vista del coño de Sara, por lo que no sabía en qué dirección iba su cerebro, aún estaba alucinado por la confesión de la inocente Sarita, pero verla así, y tener a poco más de un metro su coño… Eso dejaba en shock a cualquiera. “Con que es de las que se depilan…”, pensó.

-¿Cu-cuándo fue la primera vez que follásteis? –preguntó Lidia quedándose quieta algunos instantes después.

-Hace casi tres semanas –contestó Sara encogiéndose de hombros.- No te marees con las fechas, ya lo hice yo.

-¡Joder, Sara! ¡¿Es que nunca me escuchas?! ¡Condones! ¡Utilízalos siempre!

-¡Sí! ¡Ya lo sé! Pero ya no me sirve de mucho que te enfades conmigo, ¿no crees?

Lidia bufó mientras asentía. Debía centrarse por el bien de su amiga, esa actitud solo la pondría peor.

-Bueno y qué… ¿qué te pasa?- Se acercó hasta su cama y se sentó al lado de Sara. –Este tío… ¿te ha maltratado siempre? ¿Desde cuándo sois novios? ¿Cómo…?

La seca carcajada de Sara cortó sus palabras. Se tumbó en la cama, haciendo que su vestido se subiese hasta quedarse a escasos dos centímetros de mostrar aquel capullo que Samuel no había dejado de mirar. Ante una visión así, nadie podría dejar de tocarse, “mucho menos un pervertido como yo”, se dijo mientras sonreía en su escondite.

-¿Novios? Solo follamos, Lidia… Bueno, follábamos. Jamás sería novia de un…-se guardó el sobrenombre por el que llamaba a Damián, Lidia averiguaría de quien se trataba.- Capullo como él.

Lidia arrugó su frente, recordando.

-No intentes pensarlo, no llamo así a nadie… Y, contestando a tu primera pregunta, no. No me ha maltratado nunca….

Por muy bueno que fuese en el sexo, lo mataría si se atreviese”, se dijo a sí misma.

Lidia posó su mirada en un punto fijo, reuniendo toda la información que le había dado Sara hasta el momento. Y ese punto fijo resultó ser la entre pierna de su amiga, notando algo extraño que su sexto sentido de ninfómana (como lo llamaba Sara) captó. Sin pensárselo dos veces, agarró la parte baja del vestido y lo levantó.

-¡Joder, Lidia! –Exclamó Sara.

Se incorporó y echó hacia abajo su vestido, tapándose. Fueron dos segundos, si acaso tres, pero Samuel jamás podría olvidar aquella visión tan completa. Después pensaría en algo para regalarle a Lidia por aquello.

-¡No tienes bragas! ¿Y tus bragas? –Preguntó Lidia.

La cara de Sara se puso roja en un instante, como si fuese un tomate.

-¡Serás guarra! ¡Vienes de follártelo!

-¡No! No hemos follado. Él… -se giró para enfrentar a su amiga.- Él se ha comportado como un auténtico cabrón, ¿vale? Me ha venido con eso de que solo él me folla y… más cosas…

-Pero…-Lidia volvió a intentar levantar el vestido, pero Sara lo sujetó fuerte contra sus piernas.- Pero tu coño huele como si hubieses estado excitada.

-¿Cóm…? Es igual, no quiero saberlo. Pero sí, estaba tan caliente como una…mona… y él me dijo eso y se me cortó el rollo.

-¿O sea, que estás frustrada? –Sara la miró extrañada.-Sexualmente. Mira, ese tío tiene que ser estúpido para decir algo así cuando tenía a una chica cachonda. Si enfadas a una tía cuando está a punto de tener sexo, la mala hostia de la susodicha se incrementa exponencialmente.

-¿De dónde has sacado eso?

-Es una ley universal –respondió Lidia encogiéndose de hombros.- Pero podrías haberte ido a tu casa y haberte masturbado un rato…

-No todas tenemos la suerte de tener el último modelo de consolador escondido en nuestra habitación.

Lidia empezó a reírse.

-Mira, si quieres te lo puedo dejar mientras ahorras para uno. O mejor, te regalaré uno para tu cumpleaños. Debe haber algún rincón en tu habitación que Doña Pepa no mire.

-Déjalo –suspiró Sara.- Ni siquiera sabría cómo usarlo. Es decir, ya sé cómo funciona una… de verdad, pero no sé si encontraría placer en una de plástico.

-¿Quieres que te enseñe? –Dijo Lidia ilusionada mientras se levantaba de la cama.

-¿Enseñarme el qué? ¿Cómo masturbarme con un consolador? No, gracias.

-No seas tonta, nena –dijo mientras buscaba su juguete en su tocador.

Creo que estoy en el puto cielo…”, pensó ilusionado Samuel, apretando su mano un poco alrededor de su erección, preparándose para lo que podría ver.

-En serio, Lidia, no creo qu…

-Deja de decir tonterías, Sara –ordenó Lidia mientras se giraba con su consolador en la mano.- Te presento a Lex. Lex, esta es mi mejor amiga, Sara.

Sara no daba crédito al tamaño que tenía aquel objeto. Y Samuel tampoco. Era negro, muy largo y grueso, acabando ambos extremos en la forma de un pene.

-Ya sabía que les ponías nombres a tus juguetitos… pero, ¿Lex?-preguntó Sara casi a punto de reírse.

-Es por Lexington Steele –ante la cara de duda de su amiga, se explicó.- Un actor porno negro, uno de los mejores ahora mismo. Me estoy aficionando a sus vídeos.

-Increíble –susurró Sara mientras Lidia se acercaba a su lado de nuevo.- Una ninfómana cultivada…

-Ahora, abre las piernas –ordenó alegre.

-¿Qué haga qué?

-Dices que crees que no se sentirá igual un consolador que una polla de verdad, y tienes parte de razón, pero cuando empiezas a masturbarte con esto, esa diferencia se te olvida en un instante.

Sara estaba casi en shock, y por un momento Samuel creyó que se negaría, por lo que hizo algo que no había hecho en su vida. “Joder, Dios, si existes, o Satanás, me da igual, que Sara no se eche para atrás…”, rezó para sus adentros.

-Espera… a ver si me ha quedado claro: quieres que me abra de piernas para que… -señaló a su amiga con un dedo- tú puedas masturbarme con… -apuntó hacia el consolador- eso.

-“Eso” se llama Lex.

Durante unos segundos, Sara miró a su amiga atónita, esperando que la sorprendiese diciendo que solo bromeaba… Pero Lidia solo la miraba muy… ilusionada.

-¿Estás loca? No pienso abrirme de piernas para ti. Eres mi mejor amiga, joder.

Lidia bufó.

-Ni que tú tengas algo diferente a lo que tengo yo. Además, tengo práctica en lo que a masturbar a otra persona se refiere –resolvió con una radiante sonrisa.

-Sí, pero yo soy una chica, concretamente tu mejor amiga.

-Ya he tenido varios encuentros lésbicos, así que no temas, sé lo que tengo que hacer para que te guste. Y… -levantó su dedo para silenciar la réplica que iba a lanzarle Sara- nuestra amistad no va a cambiar por esto, te lo prometo.

Sara miró a Lidia y al consolador durante lo que pareció una eternidad para Samuel. “Por favor, Dios, Satanás…”, suplicaba cerrando los ojos y deteniendo su mano en su polla, a la espera de una respuesta.

-E-está bien. Dime qué tengo que hacer.

¡Sí! ¡Joder, gracias a quien sea que lo haya hecho!”, estaba tan entusiasmado en su escondite, que casi lo gritó en voz alta.

-¡Genial! Lo primero, quítate el vestido.

Sara dudó un instante más, pero se sacudió sus inseguridades y se lo quitó. Samuel vio por primera vez las dulces tetas de Sara, tan redondeadas, tan blancas… se le hacía la boca agua con solo pensar en probarlas.

-¿No llevabas ni siquiera sujetador? –Sonrió Lidia.- Te estás volviendo más guarra a pasos agigantados.

-Cállate –rió Sara, sonrojándose.

-Súbete a la cama y ábrete de piernas.

Sara volvió a obedecer, flexionando las rodillas como recordaba haber visto en los vídeos porno en Internet. Respiró hondo y soltó el aire para tranquilizarse. Había visto varias películas y vídeos lésbicos, y eran los que más le gustaban, pero de ahí a practicar sexo ella misma con otra chica…

-Si te duele podemos utilizar lubricante –dijo Lidia.

Sara sonrió.

-Me gusta duro.

-¿Qué?

¡¿Qué?!”, Samuel paró de nuevo su mano, que había empezado a mover sin siquiera percatarse.

-Que me gusta sentirlo duro. Así que no te preocupes si estoy mojada o no, solo mételo y haz lo que tengas que hacer.

Lidia sonrió a su amiga y acercó el consolador a la suave y depilada rajita que separaba sus labios vaginales. Paseó a Lex por toda ella varias veces, hasta que sintió el cuerpo de su amiga relajarse un poco más, entonces se lo metió. El gemido gritado de Sara la hizo detenerse y mirar su cara. La sonrisa extasiada la tranquilizó.

-¿Lo quieres así de duro? –le preguntó suavemente.

Sara solo asintió, ampliando su sonrisa y mirando a su amiga con los párpados medio cerrados. “Sí…Dale duro, Lidia…”, pidió para sí Samuel, apretando las prendas de ropa de la chica en sus puños, en un intento de no tocarse aún para no correrse antes de que viniese lo mejor.

Lidia empezó a sacar y meter a Lex violentamente, y Sara volvió a recompensarla con altos gemidos que, en poco tiempo, la excitaron mucho. Se olvidó de todo, menos de aquel coño y del placer de su amiga. De reojo veía como agarraba las sábanas de la cama mientras arqueaba su espalda. No sabía que su amiga era tan apasionada, pero tampoco le sorprendía. Se centró en introducir el consolador todo lo que pudo y empezar a girarlo un poco, hasta que empezó a salir con los flujos blanquecinos de Sara.

-Dime, nena, ¿cómo sabes? –preguntó bajito.

Sabía que no la había escuchado, pero tampoco le importó, solo se dejó llevar. Sin dejar los salvajes movimientos, acercó su cara al coño de su amiga y respiró su olor antes de darle un casto beso en su clítoris. Pasó su lengua por él, solo para degustarlo, y no se demoró mucho en empezar a lamerlo y chuparlo.

Sara sentía algo distinto, pero no le importaba, solo quería seguir sintiendo aquellos movimientos que llegaban hasta  el fondo de su vagina, aquella polla tan ancha que ha hacía sentirse más abierta y más expuesta, más excitada de lo que nunca habría imaginado.

Samuel no quiso aguantar más cuando vio como Lidia comenzó a comer el clítoris de Sara. Tenía una vista excelente desde donde estaba, y sus ojos se movían entre la boca de Lidia y la cara de Sara. Los gemidos de la chica y los sonidos que hacía su mojado coño lo tenían muy excitado, y la visión del consolador que salía de Sara lleno de sus blancos fluidos casi hizo que se corriera. No le faltaba mucho, pero tampoco iba a ser esa la única vez que se corriese ese día.

La saliva y los fluidos de su amiga se mezclaban en su boca y se iban por su garganta, siempre le había gustado comerse un coño delicioso, pero también quería degustar otras partes. Se incorporó y se desplazó hacia arriba por el cuerpo de su amiga, parando su muñeca, pero no con la intención de descansar.

Sara lo notó y abrió los ojos un poco para preguntarle a Lidia porqué había parado, pero no le dio tiempo a decirle nada, pues la lengua de su amiga la acalló. Comenzó a follarla con el consolador de nuevo, y ella no pudo evitar volver a gemir en su boca. Sabía a ella, a su sabor, llenándola con toda su lengua, jugando y besándola como si no existiese mañana.

Soltó las sábanas y llevó sus manos por debajo de la camiseta de Lidia, hasta sus senos, más grandes que los suyos, y empezó a tocarlos suavemente, pasando casi imperceptiblemente sus pulgares por sus pezones, como le hacía Damián a ella. No tardaron en ponerse duros, así que siguió frotándolos en delicados círculos. Lidia gimió en su boca y rompió su beso para mirarla con las pupilas dilatadas.

-Me estas poniendo cachonda, nena… -jadeaba.

Sara sonrió, pícara, sin dejar de apretar sus pezones.

-Entonces… deja que te folle yo ahora…

Lidia sonrió trémulamente. Se puso de rodillas un momento en su cama y se deshizo de su camiseta sin apartar sus ojos de los de Sara. Se puso frente a su amiga, sentada y con las piernas bien abiertas, pasando una de las de Sara por encima de una de las suyas, cogió el otro extremo del consolador y empezó a introducírselo. Sara lo veía todo, se había incorporado hasta quedarse sentada y observaba como su amiga se metía a Lex poco a poco en su coño.

Joder, no voy a poder aguantar mucho más…”, se lamentaba Samuel. Sara decidió no esperar a que su amiga terminase de metérselo, quería que ella también sintiera la salvaje sensación de un polla metida hasta el fondo de una sola embestida, así que se impulsó hacia delante en un movimiento rápido y la penetró ella misma con el consolador, quedando las dos cara a cara.

El gemido extasiado que escapó de los labios de Lidia fue todo lo que necesitó Samuel para correrse. No quitó sus ojos de la escena, solo dejó que todo su semen saliera y se disparase en cualquier prenda que hubiese por allí. Y aún así, siguió masturbándose. Su polla no bajaba y seguía estando igual de dura que al principio.

Sentía como sus labios vaginales se tocaban, era una posición muy morbosa y le estaba gustando mucho el sexo con Lidia, pero no quería ser egoísta y debía preguntar.

-¿Te duele?

Lidia negó con la cabeza. Sara sonrió y empezó a moverse. A pesar de su inexperiencia con aquel objeto y, sobre todo, en el sexo práctico en general, supo que lo estaba haciendo bien cuando Lidia comenzó a jadear y gemir suavemente, moviéndose al compás del ritmo que sus caderas marcaban con el enorme consolador que las llenaba a las dos.

Lidia sujetó a su amiga por la nuca y empezó a besarla mientras cogía una de sus manos y la llevaba a una de sus tetas para que las tocase como lo había hecho momentos antes. Sara entendió al instante y reanudó la tortura a aquel pezón mientras la lengua de Lidia invadía todos los recovecos de su boca.

El roce dentro de ambos coños de aquel enorme consolador tenía a las chicas gimiendo en la boca de la otra. Los movimientos de Sara se fueron haciendo más bruscos, más violentos, buscando la mayor fricción posible para las dos, haciendo que las gotas de sudor del esfuerzo corriesen por sus espaldas y entre el canal de sus pechos.

-Sí… fóllame Sara… -imploraba con voz ronca Lidia. –Más fuerte…

Sara se dejó llevar por la lujuria, sin importarle ya si hacía daño a su amiga o a sí misma, impulsó sus caderas contra el consolador, con todas sus fuerzas, para llegar hasta el rincón más profundo de su amiga, rozándose los coños, mezclándose sus fluidos, sus gemidos extasiados, y sin soltar su pezón. Lo pellizcaba un poco más a medida que los envites se hacían más rápidos y duros.

Lidia solo podía decir el nombre de Sara mientras gemía, Sara solo murmuraba el nombre de Lidia como una letanía, con los ojos cerrados, y Samuel ya no tenía conciencia de su mano sobre su polla ni de la velocidad a la que se estaba masturbando. Estaba hipnotizado con aquella escena.

-Sa… Sara… voy a…

-Sí… Sí… Yo…

Ninguna pudo acabar sus palabras, los gemidos y los jadeos retumbaron por toda la habitación mientras sus coños se estremecían alrededor de aquel grueso eje que las atravesaba. Samuel soltó todo el semen que tenía en sus pelotas, creyendo que moriría si seguía corriéndose así. Tuvo que aguantar un poco su respiración para que no se escuchase su jadeante esfuerzo de conseguir oxígeno.

Las chicas cayeron hacia atrás, respirando con dificultad. Miraban al techo con la mente en blanco, recuperándose del orgasmo cuyas réplicas continuaban haciendo estremecer sus cuerpos.

-Guau… -susurró Lidia.

-Sí… -balbuceaba una cansada Sara.

Los minutos pasaron despacio, y casi tuvo la impresión de quedarse dormida mientras sus pulmones adquirían su ritmo normal de respiración. Reaccionó con esfuerzo, pensando que debía sacar aquel consolador de su vagina y de la de Sara, por lo que se incorporó un poco y se lo empezó a sacar. Sara no se movía, solo miraba, como si estuviese drogada, al techo, con una sonrisa satisfecha en su cara. Lidia sonrió también mientras le sacaba el enorme consolador.

-Cuando quieras, repetimos.

Sara soltó una risa seca.

-No creo que a Damián le guste la idea… -se percató al instante de las palabras que no había podido detener en su boca.

Se incorporó para ver a Lidia con los ojos y la boca muy abiertos, y sujetando el consolador con una mano. Ni siquiera esperó a que dijese nada, cogió su vestido y sus zapatos y salió corriendo mientras se vestía.

Los gritos de Lidia se escuchaban desde su habitación, y sabía que había reaccionado y la seguía para detenerla, pero ella era rápida y escapó de su casa a tiempo. Salió corriendo del edificio, pensando que era la segunda vez en un día que huía, no sabía de qué, pero era la sensación que le daba.

Lidia volvió a su habitación en estado de shock, sin recordar realmente como se andaba. Se sentó en su cama pensando, ensimismada, y se asustó cuando Samuel salió de su armario con su misma expresión. Se había olvidado de él… y cayó entonces…

-Tú… ¡¿Tú nos has visto?! –exclamó señalándolo con un dedo acusador.

 El chico asintió, pero no pudo articular palabra. Solo pensaba en su amigo y en Sara, y en todo lo que había escuchado.