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Internas: Noemí (I)

en Sexo con maduros

Rodrigo era un hombre serio, cuya presencia imponía respeto y autoridad. Sus acciones, las conocidas al menos, eran intachables, y se esforzaba en que siguiese siendo así, pues en su trabajo eran muy importantes las apariencias de cara al público. Su carrera política despegó antes de cumplir los treinta años, y poco a poco se había ganado su posición y su imagen. Había sido duro, por eso no permitiría jamás que nada ni nadie pudiese entrometerse en sus asuntos.

A sus cincuenta y cuatro años debía admitir que había llevado una buena vida. Su esposa era una buena mujer, buena madre, atenta, considerada, y lo mejor, no le preguntaba, solo escuchaba lo que él decía o contaba sin presionar en algunos temas. Su matrimonio había sido pactado por la posición de sus familias, pero no se podía decir que hubiesen tenido muchos problemas durante todos aquellos años de casados. Solo que ya no era lo mismo.

Habían tenido amantes, ambos, ninguno se engañaba con ese tema, solo lo disimulaban a la perfección. Llevaban ya varios años que no mantenían relaciones sexuales en el dormitorio, y se comportaban como buenos amigos por el mutuo bien, pues sabían lo que podían perder en caso de que se viniera abajo toda su perfecta fachada.

Tanto Isabel como él tenían que ir a ciertas galas benéficas para mantener las apariencias y como modo de apoyo al trabajo de Rodrigo. Y una de ellas era pagarle los estudios de bachillerato a una de las chicas huérfanas o pobres del internado Santa Catalina. Normalmente se encargaba Isabel, pues al haber tenido tres hijos, echaba en falta la presencia de una niña. Pero este año, ella se encontraba en el extranjero por las operaciones de estética y tratamientos que se hacía para parecer más joven, y él se había ofrecido a hacerlo en su lugar.

Era la cuarta vez que se encargaba personalmente de ser el avalista educativo en lugar de Isabel, pero tampoco le molestaba mucho, tenía buenos recuerdos de lo que las chicas estaban dispuestas a conseguir para continuar con sus estudios. Este año había vuelto a hacer un esfuerzo en su agenda por su mujer, aunque realmente no debería llamarlo “esfuerzo”.

La chica, Noemí Calho, se acercaba por el pasillo con la tutora de su curso. Tenía la piel aceitunada, los ojos grandes y expresivos, marrones, cálidos. El pelo, del color de la madera oscura, estaba recogido en una trenza, y algunos mechones rebeldes se escapaban, enmarcando su cara y dándole un toque más inocente. Sin embargo, por debajo de la blusa del uniforme, Rodrigo pudo adivinar un busto que probaba que su cuerpo no era el de una niña.

La tutora de la chica le estrechó la mano al estar frente a él, con una expresión profesional.

-Buenas tardes, Don Rodrigo, le presento a Noemí Calho. Noemí, saluda al Señor Milar.

-Ho-hola, buenas tardes señor – dijo la chica con una dulce voz.

-Buenas tardes, señorita. Es un placer conocerla. Sus notas me han dejado impresionado, y debo decirle, para tranquilizarla, que no creo que vaya a tener ningún problema para conseguir convencerme de financiar sus estudios.

Ella le dedicó una sonrisa tímida, y él se la devolvió desde debajo de su bigote. Se despidieron de la tutora, y se dirigieron a la salida, a la limusina negra y con cristales tintados que había traído Rodrigo para esta ocasión. Era ya una costumbre para él ser un poco ostentoso cuando iba a darle a alguien la primera impresión, fuera quien fuese.

Su chófer abrió la puerta a la chica, y él se dirigió a la puerta del otro lado del vehículo. No le gustaba que le abriesen la puerta a él, pero no toleraba que no se lo hicieran a una dama, y aunque fuese solo por un fin de semana, Noemí era su dama.

Los cómodos asientos de cuero negro sorprendieron a la chica, que miraba todo lo que la rodeaba con los ojos muy abiertos, entre curiosa e impresionada. La adrenalina por salir del internado le subió por la espalda, como siempre le pasó cuando salía de su confinamiento, las poquísimas veces que lo hizo… Una vez al año desde que había entrado en Santa Catalina… Siete veces en total…

Pero esta ocasión no se parecía en nada a las anteriores. Esta vez se jugaba su futuro, y haría lo que fuese por una oportunidad que le permitiese cambiar su destino. No quería acabar como su madre, siendo la favorita de un narcotraficante brasileño. Realmente no recordaba el nombre del que seguramente era su padre, pero tampoco se preocupaba por ello. Había dejado su pasado atrás cuando entró en Santa Catalina, y lucharía para que siguiese siendo así.

La grave voz de Don Rodrigo interrumpió sus pensamientos.

-Bueno, Señorita Noemí, tengo curiosidad, ¿sabe ya que le gustaría estudiar en la universidad?

-Re-realmente no, pero siempre me he imaginado en una empresa o como abogada –dijo no muy segura, pero se obligó a tranquilizarse.-Y, por favor, llámeme solo Noemí.

Don Rodrigo la miró sonriendo, le estaba dando confianza muy rápido.

-Perdona que vuelva a hacer otra pregunta tan rápido, pero mi curiosidad me puede, ¿cuántos años tiene? Sé que no es muy educado preguntarle a una mujer su edad…

La alegre risa de la chica interrumpió su frase. Lo miraba con ojos brillantes y confiados.

-Por favor, tutéeme. Soy yo la que debo darle el trato respetuoso a usted, pero no al contrario. No tema hablarme de “tú” – dijo la chica sonriendo aun.- Y respondiendo a su pregunta, tengo 16 años.

La sonrisa de Don Rodrigo se ensanchó más. Era hora de comenzar.

-Queda alrededor de una hora para llegar a mi casa, así que, por favor, háblame de tu vida en el internado, tus amigas, tus aficiones, tus materias favoritas… Me gustaría conocerte mejor. Saber más de ti.

Le gustaba Don Rodrigo, le inspiraba tranquilidad y era fácil hablar con él, pero no podía confiarse, tenía que demostrarle que merecía esa financiación en sus estudios. Le habló de las asignaturas que le gustaban, de su afición a cocinar postres y de sus mejores amigas: la rebeldía de Paula, el frágil encanto que tenía Mei y la frialdad y seguridad que inspiraba Irina con una sola de sus miradas.

Evitó, sin embargo, hablar del aspecto físico de sus amigas, y Don Rodrigo se percató de ello. Supuso, pues era normal en las mujeres una actitud así, que evitó esos datos por algún tipo de inseguridad. Noemí era muy curvilínea en los lugares más apetecibles, pero ella podría no verse de la misma manera que cualquier hombre la vería si se comparaba con sus amigas y pensaba que le sobraban esas curvas.

Era otro punto que explotar para conseguir su confianza.

-Espero que no me malinterpretes, Noemí, pero me gustaría que supieras que, en los pocos minutos que te he conocido, me he percatado que eres muy bonita, por dentro y por fuera.

Esas palabras dejaron a la joven en shock. Ella no se creía bonita, menos si se comparaba con todas las demás niñas que conocía. Notó como el rubor le inundó la cara.

-¿Us-usted cree que soy bonita? ¿De verdad?

-Por supuesto.

Noemí miró hacia abajo, a su regazo. Se sentía bien recibir un halago de alguien tan importante como Don Rodrigo.

-Escucha, Noemí, sinceramente creo que no debería hacerte ninguna prueba este fin de semana. He visto tus logros académicos y son increíbles. No creo que ningún tipo de examen vaya a demostrar algo que puede verse en tu expediente –la mirada sorprendida de la chica hizo que una sensación de inminente triunfo se apoderada de él.- Permíteme, sin embargo, darte algunos consejos, para tu vida en general, pero sobre todo para cuando estudies en la universidad o empieces a trabajar.

La radiante sonrisa de la chica iluminó el cubículo. Casi podía decir que estaba aguantando la emoción por sus palabras.

-Muchísimas gracias, Don Rodrigo. Tomaré sus directrices al pie de la letra.

Perfecto”, pensó Rodrigo. Se acercó a la chica, y le acarició la mejilla, mirándola a los oscuros ojos. Los gruesos labios de la joven entreabiertos. Sonrió satisfecho.

-¿Confías en mí?

-Sí, señor –respondió Noemí sin dudarlo, sin aliento.

-Verás, una de las cosas que tienes que aprender es que, en la vida, hay que dar para recibir.

Con los ojos muy abiertos, Noemí asintió, sin apartar su mirada de los expertos ojos de Don Rodrigo. El hombre dejó que la lección calase en el cerebro de la chica, sin dejar de acariciarle la cara.

-Ha-haré lo que sea para devolverle la oportunidad que va a darme. Dígamelo solo.

Los ojos de Don Rodrigo adquirieron un brillo distinto, uno que Noemí jamás había visto en los ojos de otra persona. Sonriendo, alejó su mano de la cara de la joven y la llevó a su entrepierna, sentándose recto pero sin apartar los ojos de Noemí para ver su reacción. Su polla estaba levemente hinchada por la anticipación, y la mirada de Noemí en ella hizo que su emoción aumentase.  

-Espero que seas una buena chica para mí este fin de semana, y confío que lo que pase durante el mismo quedará entre nosotros y no se lo contarás a nadie – no se le escapó la temerosa mirada que Noemí le dirigió al cristal tintado que separaba la parte trasera de la limusina de la parte del conductor.- No puede vernos ni oírnos. Nadie nos verá ni nos oirá si yo no lo quiero. Tranquila.

Ella soltó el aire de sus pulmones poco a poco, redirigiendo sus ojos a los de él. La confianza en sí misma la fortaleció, podía hacer lo que le pidiese Don Rodrigo.

-¿Qué tengo que hacer?

Él sonrió, triunfante, satisfecho. Empezó a desabrocharse el cinturón sin apresurarse, no quería mostrar lo ansioso que estaba por sentir aquella boca. Se bajó los pantalones y la ropa interior, sacando su pene semi-erecto. No tenía un gran tamaño, pero no estaba acomplejado.

Noemí miró el miembro con la boca abierta. Sabía cómo era la anatomía masculina, pero una cosa era verlo en un dibujo y otra en la realidad. La curiosidad y el temor se apoderaron de ella. Levantó la vista a Don Rodrigo y esperó instrucciones.

-¿Es la primera vez que ves uno? –ella asintió, respirando profundamente.

Noemí tragó saliva, nerviosa… Ansiosa realmente por lo que pudiese pedirle Don Rodrigo. Había tenido clases sobre Educación Sexual, pero solo en cuanto al tema de la higiene y la protección, nada sobre práctica de ninguna clase.

-No tengas miedo. Confía en mí.

Don Rodrigo cogió una de sus manos y la llevó a su miembro. Estaba un poco duro, tenía un color oscuro y una textura suave. Lo acarició con los dedos, sola, sin la mano del hombre para guiarla, notando como se hinchaba con su tacto. No podía apartar su mirada, era sorprendente ver el notable aumento del tamaño de aquel miembro. Se armó con un poco de valor y cerró su mano alrededor, notando que estaba durísimo. Asombrada, levantó la vista a Don Rodrigo.

-Se ha puesto… más duro –el hombre asintió sonriendo.- ¿Le duele?

-No. Solo sigue acariciándolo. Con la mano así, como la tienes, muévela hacia arriba y hacia abajo.

Noemí siguió sus instrucciones. Apenas cerraba sus dedos alrededor del pene de Don Rodrigo. Era fácil el ejercicio, y en poco tiempo estuvo aumentando la velocidad sin darse cuenta, disfrutando de la dureza y la suavidad de aquel miembro. Escuchó como Don Rodrigo respiraba audiblemente y lo miró. Él la observaba, los labios levemente separados y una mirada que le provocó cosas extrañas a Noemí. Dejó de acariciarlo.

-No pares.

Ella dudó.

-Me da la sensación que le duele o le molesta –murmuró.

Don Rodrigo sonrió para tranquilizarla.

-No me está doliendo –dijo acariciando su pelo.- Me gusta tanto lo que haces que… No sabría como explicártelo con palabras. Pero no quiero que te preocupes, y si quieres que acabe… con esa expresión que hace que te inquietes por mí, quiero decir, puedes utilizar tu boca.

Su pulgar rozó brevemente sus labios. Ella lo miró extrañada. La inocencia de aquella chica era como una droga, le excitaba todo lo que desconocía y lo que le quedaba por conocer.

-¿Te gustan los helados? –Noemí asintió.- Haz como si mi pene lo fuera.

Escuchar esa palabra de los labios de alguien como Don Rodrigo hizo que su vagina se contrajera, sin saber muy bien porqué. No se paró a pensar en ello, solo se agachó sobre el regazo del hombre y empezó a introducirse el miembro en la boca, agarrando su base para mantenerlo recto.

-Te guiaré con mi mano –explicó él.

Noemí quería preguntar cómo la guiaría, pero al momento lo supo. La mano de Don Rodrigo empujó levemente su cabeza hacia abajo, introduciendo más de ese suave miembro en su boca. Dejó esa leve presión sobre su cabeza y ella entendió que podía subir. Volvió a ponerla sobre ella, y bajó, la quitó, y subió, varias veces hasta que comenzó rítmicamente a hacerlo, sin directrices.

Noemí tenía los ojos cerrados, estaba muy concentrada en su ejercicio, le estaba resultando estimulante, sobre todo entre sus piernas, pero no comprendía por qué. Escuchó un gemido bajo de Don Rodrigo, le gustaba lo que ella estaba haciendo. Y a ella le estaba gustando también.

Su boca bajaba cada vez más, milímetro a milímetro, queriendo hacer más, demostrar más, y pensó que si las caricias con su mano también le habían gustado antes, podría añadirlas ahora para intensificar la sensación de Don Rodrigo. Y su lengua… le gustaba llenar toda su lengua con el helado de nata, su favorito, antes de tragárselo y degustar el frescor por todo su paladar…Y si tenía que imaginar que el pene de Don Rodrigo era como un helado…

Rodrigo agarró en un puño la trenza de Noemí, arqueando su espalda del asiento. La chica era inocente y no habría visto una polla en su vida, pero chupaba como una profesional. La miró, con una expresión concentrada, aumentando el ritmo de la mamada. Sería un fin de semana inolvidable.

Respiraba con dificultad, no aguantaría mucho más, los suaves labios lo succionaban, lo mimaban, y aunque quería esperar unos minutos para correrse, sabía que no podría. Y no dejaría que la chica sacase su polla de su boca, necesitaba que se tragase todo lo que iba a soltar. La idea de su semen en la garganta de Noemí lo puso ansioso y excitado hasta el límite. Presionó su mano sobre la cabeza de la chica con más brusquedad que antes, sintiendo como su polla echaba todo su semen en aquella boca virgen.

Noemí se paralizó, pero empezó a tragar cuando notó el fuerte agarre de Don Rodrigo en su pelo. El líquido era salado. Era su semen, según recordaba de biología. Jamás pensó que lo tragaría alguna vez, pero lo estaba haciendo. Caliente, abundante, todo yéndose por su garganta. No sabía si terminaba de gustarle, pero ella seguía succionándolo.

Poco a poco, Rodrigo recuperó el ritmo de su respiración y apartó su mano del pelo de la joven, permitiendo que se incorporase. Una mamada inolvidable. La miró cuando la chica se sentó en su asiento. Ella le devolvió la mirada, entre avergonzada y contenta, sus mejillas sonrosadas, sus labios sonrientes, con un poco de su semen aun en ellos… Debía guardar su polla o estaría duro de nuevo.

Noemí no sabía qué hacer, ni como sentirse. Y no sabía que pensar sobre el calor húmedo que se había instalado en su vagina. Se removió incómoda mientras observaba a Don Rodrigo adecentarse. Recordó que él le había agarrado por la trenza, y al supervisarla, notó que estaba casi desecha, así que se la quitó del todo para rehacerla.

-No, deja tu pelo suelto –ordenó Don Rodrigo sonriendo. -¿Te ha gustado lo que has hecho?

Ella asintió, no solo por quedar bien o ser complaciente, sino porque era verdad. Pero…

-¿Y… y a usted? ¿Le ha gustado? –preguntó con timidez.

El hombre asintió.

-Noemí, si esto que hemos hecho te ha gustado, haremos más cosas que te gustarán más. Créeme. Pero tendrás que obedecerme y hacerme caso para que nos guste a los dos.

Ella asintió rápidamente, con los ojos muy abiertos.

-Por supuesto, Don Rodrigo.

El sonrió, mirando por la ventana y percatándose de lo cerca que estaban de su propiedad.

La casa era grande, decorada con muebles oscuros y modernos, luminosa sin embargo, y las vistas al océano eran increíbles. Estaba alejada de las otras casas de la urbanización por un amplio jardín lleno de flores y setos, y hasta árboles que ocultaban un jacuzzi, pero eso solo lo supo Noemí porque se lo dijo Don Rodrigo, no porque lo viese desde la  enorme ventana del salón. Sí veía desde ella la increíble piscina frente a la terraza.

Don Rodrigo la llevó a su habitación. No era el dormitorio principal, pero estaba al lado y tenía una cama inmensa, con un colchón mullido y blando. El baño privado era muy bonito y limpio, no muy grande, pues esta habitación estaba reservada para las visitas, le contó el hombre, sin embargo, era genial a los ojos de la joven, sobre todo el espejo de cuerpo entero, deseo de cualquier chica tan coqueta como ella. Un baño propio era algo con lo que solo había fantaseado.

La habitación de Don Rodrigo era más grande y lujosa, y su baño parecía sacado de la antigua Roma, lleno de olores refrescantes y dulzones al mismo tiempo. No habría nadie durante el fin de semana, solo ellos dos, le explicó Don Rodrigo. No tendría que preocuparse por nada, solo confiar en él.

-Puedes quitarte el uniforme, no quiero que se ensucie ni nada. Puedes ponerte cómoda con un pijama o con ropa deportiva, lo que quieras.

Ella asintió, dirigiéndose a su habitación para cambiarse. Don Rodrigo la siguió. Cuando sacó su desgastado pijama de la pequeña bolsa de viaje, no supo cómo actuar al ver al hombre sentado en la cama.

Viendo él su reticencia y su sonrojo, decidió hacer uso de su carisma para convencerla.

-Otro consejo que te daré es que no tienes que tener vergüenza. Si la gente nota que sientes temor ante algo, lo podrán utilizar en su propio beneficio sin importarles si te perjudican o no. No muestres tus miedos ni inseguridades, demuestra que eres capaz de hacer todo lo que te digan derrochando esa determinación que veo en tus ojos.

Alentada por su consejo, Noemí se armó de valor, respiró hondo y empezó a desabotonarse la blusa del uniforme bajo la atenta mirada de Don Rodrigo, pero no se  percató del hambre que había en esos ojos. Solo siguió con su tarea. Colgó la camisa en el armario de su habitación para que no se arrugase, intentando mantener su respiración uniforme para no demostrar su nerviosismo. No estaba tan temerosa por desnudarse delante de Don Rodrigo como de defraudarlo por no poder seguir su lección, pues aunque el hombre le había dicho que no le haría pruebas, ella sentía que detrás de sus recomendaciones había algo que debía demostrarle.

Su polla se estaba poniendo dura de nuevo, y ni siquiera había pasado una hora desde la mamada. Aquella chica tenía más efecto en su libido que cualquier afrodisíaco, y solo estaba desnudándose. La vista de sus tetas, en ese apretado sujetador… parecía que iban a desbordarse en cualquier momento… seguramente no cabrían en sus manos… ¿y cómo serían sus pezones? Empezó a acariciar su miembro inconscientemente.

La falda se deslizó rápidamente hacia el suelo, quedando solo con su ropa interior, los zapatos y los altos calcetines. Se apresuró a colocarla también en el armario para ponerse cuanto antes su pijama. Pero cuando se volvió, se quedó parada por un segundo al ver que Don Rodrigo estaba acariciando de nuevo su entrepierna. Él le sonrió y ella le devolvió la sonrisa.

-¿Es cómodo ese sujetador? –Observó que sus mejillas se tornaron del color de las fresas, y en su mirada se ancló la duda sobre qué debía responder.-Sé sincera, por favor, Noemí.

Ella negó con la cabeza durante un segundo, pero recordó que no debía mostrar temor ni vergüenza.

-No mucho, Don Rodrigo. Pero tendré uno nuevo pronto.

-Entonces, quítatelo. No tienes porque llevarlo por mí, no quiero que estés incomoda durante tu estancia aquí.

Ella sonrió, entre agradecida y avergonzada. Pero una duda surgió entonces en su mente, ¿debía quitárselo antes de ponerse el pijama, o por debajo de la camiseta del mismo? Miró a Don Rodrigo, no sabiendo como formular la pregunta.

-Yo… ¿de-debo quitármelo… antes de ponerme el pijama?

-Sí, por favor, –y para tranquilizarla, argumentó –se ve muy apretado, y quiero ver si te ha hecho daño o dejado marcas.

Volvió a tomar una respiración y se quitó lentamente el sujetador. Aun tenía ciertas reservas sobre la opinión de Don Rodrigo con que era bonita. El alivio se instaló en su espalda, en sus hombros y en los laterales de sus pechos, dejando escapar un suspiro casi imperceptible.

Pequeños. Los pezones de la joven eran pequeños y de un lindo y apetecible color, marrones claros, recordando al café con leche incluso, con mucha leche. Las marcas rojizas le dieron la excusa perfecta para acercarse a ella, pero manteniendo una prudente distancia para que no notase su erección…aun. 

Acarició las marcas con sus dedos, notando los ojos de la joven en su concentrada expresión. Las huellas de la prenda eran profundas, y no le gustó la idea de que unas tetas tan maravillosas tuvieran que estar tan aprisionadas.

-No vuelvas a ponértelo mientras estés aquí. Esas marcas no me gustan y no quiero volver a verlas –ordenó mirando a los ojos de la chica.

Ella le sonrió, susurrando apenas.

-Gracias por ser tan cuidadoso conmigo, Don Rodrigo. No volveré a ponérmelo, se lo prometo.

No podría haber detenido su sonrisa ni aunque quisiera. Se puso detrás de ella, haciendo que el cuerpo de Noemí girase un poco para que pudiese verse ella misma en el espejo de la habitación. Sus dedos acariciaron las señales del sujetador, notando como la piel de gallina aparecía bajo su tacto. Miró al espejo por encima de la cabeza de la chica y se encontró con los ojos de Noemí en el espejo, su mirada atenta a sus movimientos, su respiración siendo un poco más audible.

Llevó sus manos a las tetas que se moría por tocar. Suaves, muy grandes para que cupiesen en su palma, y sensibles, dedujo al escuchar el jadeo de Noemí. Empezó a masajearlas, sin apartar la vista del espejo, pero los ojos de la joven estaban en sus manos, observando atentamente lo que le hacía. Acariciaba los dos turgentes bultos, sus dedos rozaban mínimamente los pequeños pezones hasta que se pusieron duros. Acercó sus labios al oído de la chica y le preguntó:

-¿Te gusta…lo que ves…lo que hago…con tus tetas…y tus pezones? –le costaba hablar por los jadeos de la excitación.

Ella asintió, sin recordar cómo hablar. Su respiración se hizo entrecortada, sus piernas estaban raras, como débiles, y su entrepierna estaba muy caliente. Apoyó su cabeza en el hombro de Don Rodrigo, dudaba de su equilibrio y de la capacidad de sus manos para hacer nada, pero necesitaba ese pequeño contacto con él para saber que la agarraría si se caía o no podía aguantar su propio peso.

Rodrigo se enderezó, presionando sin pudor alguno su polla contra las nalgas de la chica. Con una mano, siguió acariciando y excitando el pezón, y la otra la llevó lentamente hasta su coño, por debajo de las braguitas, acariciando su vientre. Los párpados de Noemí estaban entrecerrados, viendo todo lo que hacía con su cuerpo, sin negarse a nada, esperaba que siguiese así. Acarició los labios de su sexo y sintió como se estremecía el joven cuerpo, respirando entre jadeos. La paciencia se le acababa, el aguante estaba siendo una tortura, y no quería esperar mucho más.

Metió uno de sus dedos en el pequeño agujerito, y descubrió que estaba húmedo. Los ojos de Noemí cerrados y sus labios entreabiertos con deleite. Su otra mano abandonó su pezón y empezó a acariciar su clítoris, mientras el dedo que ya había metido comenzaba un movimiento circular.

Observó por el espejo cómo se produjo el cambio en la chica. Su cuerpo se relajó, sus gemidos escapaban desde lo más profundo de su garganta, su cabeza giró hasta que se apoyó bajo cuello, sintiendo las caricias de su suave aliento entrecortado y errático. Metió un segundo dedo, y Noemí restregó su culo por su durísima polla, moviéndose al compás de los dedos en su coño. Los flujos de la joven empapaban su mano, y retrasó un minuto más la salida de sus dedos de aquel agujero. No dejaría que se corriera.

Noemí jamás había sentido nada así. ¿Eso era lo que había sentido Don Rodrigo cuando estaban en la limusina? Era una sensación extraña, entre el dolor y el disfrute, una parte de ella quería que aquello acabase para saber que sucedería, pero la otra solo quería que continuase, sin querer plantearse cuando debía parar. Las piernas se le habían convertido en gelatina, y todo su cerebro estaba en su entrepierna, en las salidas y entradas de los dedos de Don Rodrigo… en su pulgar moviéndose sobre su clítoris… sus braguitas tan mojadas… sus gemidos escapaban sin poder evitarlo… el calor de su sexo había que sus pechos pesasen… Y de pronto, los dedos salieron. Ella abrió los ojos abruptamente, mirando a Don Rodrigo.

-¿Quieres que siga? –preguntó él.

-S-sí… por favor –murmuró ella.

-Vamos a hacerlo mejor. Deshaz la cama y túmbate sobre ella.

Por un momento, Noemí se quedó allí parada, no porque no comprendido lo que le pedía, sino porque creía que si intentaba hacer uso de sus piernas se caería patéticamente y Don Rodrigo se reiría de ella. Pero lo hizo, ignorando el conocimiento o la creencia de lo que harían los dos en esa cama.

-Quítate las bragas y los calcetines antes de tumbarte.

Ella obedeció, sin atreverse a mirar a sus espaldas. Ya había visto el pene de Don Rodrigo, pero verlo completamente desnudo era algo diferente, no sabía por qué. Estaba nerviosa, más por lo que pasaría que por su propia excitación. Cerró los ojos, expiró, inspiró, expiró, inspiró, expiró, insp… El peso de un cuerpo en la cama interrumpió su intento de mantener su ansiedad a raya. No sabía mucho, pero sabía lo que era el sexo, que dolía la primera vez. Estaba caliente, y al mismo tiempo inquieta, expectante, a la espera de notar como Don Rodrigo abría sus piernas para…

Suaves dedos empezaron a acariciarle el vientre, los pechos… los labios del hombre dejaron suaves besos en su cuello, haciéndole cosquillas el bigote. Abrió los ojos y lo miró.

-Ponte de lado, como yo.

Don Rodrigo se mantenía en forma. No era muy musculoso, pero sí fibroso. Ella adelantó una mano para tocar su pecho, sus abdominales, explorando suavemente, contenta de que él no le apartase la mano. Se tranquilizó y le miró al tiempo que el bajaba su mano por su pierna y la ponía por encima de su cadera. Empezó a besarla y ella se dejó llevar, a pesar de que nunca lo había hecho antes, pero tampoco había chupado un pene antes y no se iba a acobardar por unos besos.

Rodrigo aprovechó que Noemí había dejado sus nervios olvidados mientras la besaba para volver a llevar sus dedos a su prieto coño. Aun seguía húmedo, pero quería cerciorarse de que estaba lo suficientemente lubricado, no podía arriesgar la confianza de la chica por su impaciencia. Sabía que en aquella posición, sus dedos podían ir más profundos, pero fue introduciéndolos poco a poco, ganando espacio sin pausa pero sin prisa. Notaba que Noemí se excitaba más a medida que aumentaba la velocidad de sus dedos, y su desinhibición tenía a su polla a punto de explotar. Su delicada boca se hizo más agresiva y ansiosa, hasta que tuvo que parar para coger aire y lo miró. Las mejillas sonrosadas y las pupilas dilatadas.

-Don Rodrigo…-dijo jadeando- …usted me dijo…que no mostrase mis inseguridades…

-Exacto, pequeña.

Noemí cogió todo el oxígeno que pudo en medio de aquella fiebre que inundaba su cuerpo. Tenía miedo del dolor que tendría esa primera vez, pero no podía demostrárselo a Don Rodrigo o lo decepcionaría. Con mucha fuerza de voluntad retiró la mano masculina de su entrepierna, y se incorporó en la cama, sin quitar los ojos de la cara de Don Rodrigo. Debió de adivinar sus intenciones, porque se tumbó hacia arriba, mientras ella se ponía a horcajadas sobre él. Sus fluidos mojaron levemente el duro miembro, y ella quitó sus ojos de la cara del hombre para centrarlos en la parte de sus cuerpos que estaban en contacto.

Agarró la base del pene y lo acercó a su húmeda vagina, y empezó a descender poco a poco, centímetro a centímetro.

-Noemí, –dijo Don Rodrigo con voz ronca- ¿estás segura que quieres hacerlo así?

Ella tenía los ojos cerrados, y aunque quisiera, no podría abrirlos, pero contestó firmemente y con seguridad.

-Sí.

-Entonces, te aconsejo que lo hagas de una sola vez, así no tendrás que aguantar mucho la agonía del dolor…Pero, si en algún momento te duele demasiado o no puedes seguir con esto así, en esta posición, solo dímelo y no te preocupes.

Ella asintió, sabiendo que todas esas palabras eran ciertas, pero quería hacerlo ella misma. Ser valiente. Respiró hondo y siguió metiendo el miembro en su agujerito poco a poco, hasta que notó ella misma su himen. “De una sola vez, y ya está”, pensó para sí, y dejó caer todo su cuerpo.

El leve grito de dolor de Noemí hizo eco en sus oídos, su expresión hizo sacar su lado más protector, y tiró suavemente del joven cuerpo para que se dejase caer sobre el suyo. La abrazó y acarició su suave pelo mientras la chica recuperaba el ritmo de su respiración. Su polla seguía enterrada en aquel apretado coño virgen. Lo que había hecho debía haberle dolido, y sabía que lo había hecho inspirada por su consejo. No pensó que se lo hubiese tomado al pie de la letra y que llegase a ese extremo. Pero lo hizo, y le gustó.

Empezó a moverse poco a poco dentro de Noemí. Le acarició con una mano su culo, tenía la textura de una nube, y ella levantó levemente la cabeza para mirarlo. Mirándose mutuamente, Noemí se fue incorporando poco a poco, apoyando sus manos en su pecho, y empezó a moverse poco a poco, a su mismo ritmo.

La dejó hacer, que ella fuese la que se moviese sobre su polla. Noemí cerró sus ojos, sus gruesos labios apenas abiertos, su cuerpo cada vez más recto y su espalda más arqueada, profundizando la penetración más. Rodrigo no sabía si lo hacía sin percatarse o a posta, pero él no iba a quejarse. Intentaba mantener los ojos abiertos, pero le costaba no dejarse llevar por el baile tan sexual que Noemí hacía sobre su polla.

Sus tetas se movían al ritmo de la follada, y él las agarró, masturbando sus firmes pezones. Los movimientos de la chica se hicieron más delirantes, gimiendo en voz alta, aumentando el ritmo. Rodrigo miró a sus genitales, por donde estaban unidos, y vio los restos de la sangre virginal. Su polla entrando y saliendo de esa delicada vagina, succionándolo, dándole placer, a un compás inexperto pero provocador.

-Noemí…-ella abrió los ojos, y tuvo que aguantar su semen al ver la desinhibida mirada que le dio -… ¿te duele aun?

-No –dijo en un gemido ronco.

-Vale… voy a aumentar el ritmo un poco… para darte placer a ti también.

-Su…pene ya me está dando mucho placer… Quiero seguir…por favor…

Rodrigo no pudo negarse. Aguantaría aunque le reventasen las pelotas, quería hacer aquello por Noemí. Normalmente no le importaba mucho si la mujer llegaba al orgasmo, pero aquella chica se había desvirgado ella misma con su propio pene para demostrarle su valentía y su seguridad, y él no la defraudaría corriéndose antes que ella.

Pero aun así, empezó a moverse debajo de ella. La boca de la chica se abrió con un gemido extasiado, y su orgullo masculino se hinchó. Le apretó un poco los pezones y ella aumentó su ritmo, chillando de placer, arqueando su espalda, sobresaliendo sus tetas más, botando como pesados balones.

-Tu coño… es increíble… Voy a disfrutar follándote mucho, Noemí… y comiéndote las tetas… y…

Un duro gemido escapó de la chica. Esas sucias palabras le hacían excitarse, le gustaban.

-Más… por favor… más… -suplicaba Noemí.

Se sentía febril. Su vagina encharcada, su corazón acelerado, sus movimientos cada vez más rápidos, no sabía cómo acabaría aquello, solo que quería seguir en aquella espiral de sexo. Gemía sin control, como una hembra en celo, montando a Don Rodrigo sin vergüenza, notando su durísima polla dentro de ella.

Echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar. El clímax la atravesó como si fuese una avalancha de lava, le costaba respirar, sentía su coño convulsionándose, teniendo el control de todo su cuerpo… y pudo notar como Don Rodrigo la llenaba con su semen. Pero no paró, siguió moviéndose, como en piloto automático.

Estaba siendo ordeñado. Seguramente Noemí tendría litros de su leche en su coño y sus pelotas se habrían vaciado por completo. Su cuerpo no le respondía bien, y tuvo que obligarse a respirar, a llevar oxígeno a sus pulmones. Notó, más que vio, el cuerpo de Noemí sobre el suyo, respirando entrecortadamente, su coño aun con las réplicas de su orgasmo. Le besó la cabeza y le acarició la espalda hasta que ambos recuperaron sus ritmos respiratorios.

Seguramente se quedó dormida, pero no recordaba ni en qué momento ni durante cuánto tiempo, pues cuando se percató, Don Rodrigo empezó a mover su cuerpo laxo hacia un lado, con delicadeza. Ella sacó fuerzas de donde pudo y cooperó.

-Espero no haberte despertado. Sigue descansando –instruyó Don Rodrigo mientras sacaba su pene de ella.- Voy a limpiarte. Cuando te encuentres con más fuerzas, dúchate y comeremos algo.

Ella se incorporó un poco y vio el rastro de sangre. Se alarmó.

-Yo-yo… lo siento, he ensuciado…

-Tranquila,-la cortó el con voz dulce –me gusta esa visión. Ya se lavarán las sábanas. Tú solo preocúpate por reponer fuerzas. El fin de semana solo acaba de empezar.