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Realidades (IV)

en Hetero: General

 

 

Debería pintar el techo, las marcas de los posters que había pegado cuando era más pequeño se repartían por todo el espacio. Hizo memoria y recordó casi todos los que había pegado en tan solo unos pocos segundos, insuficientes para él.

Los acontecimientos se precipitaron en su mente, masturbar a Sara, metérsela a traición, follársela hasta que pidió más, sentir como se corría ella, los estremecimientos de su coño mientras lo exprimía, la sensación de paz y tranquilidad que llenó sus cuerpos… hasta que se percataron de la falta de protección, y vieron como salía el blanquecino líquido por aquel estrecho agujero… Y todo se había ido a la mierda desde entonces…

No lo soportó más y salió de su cama. Se vistió rápidamente y se fue hacia la cocina, percatándose inconscientemente de la otra persona de la estancia, pero sin importarle mucho. Miraba el interior del frigorífico sin ver nada realmente. Su cerebro estaba en otro lugar, notando apenas el leve frío del electrodoméstico. Recordó que debía comer algo, pero no veía nada de toda la comida que había allí.

-Tío… ¿qué te pasa?

Damián se giró entonces, viendo a Óscar apoyado en la encimera, con solo unos pantalones vaqueros, evaluándolo. Por un leve segundo quiso coger alguna botella de cristal del frigorífico y tirársela, pero se contuvo. Respiró hondo y se dirigió a la puerta. Óscar lo rodeó y se puso frente a él.

-Vamos… Respóndeme –pidió en un susurro suplicante.

-Que te jodan, cabrón –dijo Damián en el mismo tono.

-No voy a dejarte salir hasta que me digas qué coño te está pasando… O por lo menos, como puedo ayudarte.

Damián respiró profundamente, intentando no perder la paciencia. Su madre se enfadaría con él si se peleaba con Óscar, pero cada vez le costaba más aguantarse las ganas. Él le estaba hablando como si fuesen aun amigos, la gran diferencia era que le había traicionado como tal, su amistad y su confianza quedaron destrozadas el día que lo vio salir de la habitación de su madre.

-¿Crees que quiero tu ayuda para algo?

Óscar se lo quedó mirando, tenso, pero no se apartó. Eran más o menos de la misma altura, siendo Damián más fuerte a pesar de ser un año más pequeño.

-Solo soluciona tu mierda y deja de preocupar a tu madre…

-¡No te atrevas a nombrarla! –Dijo ferozmente Damián.- No… No hables de ella como si te importara. Solo te la follas, así que no…

-Cuidado, amigo…-dijo Óscar señalándolo con un dedo amenazador.- No te metas… No tienes ni puta idea…

Damián le dio un fuerte empujón en el pecho, enviando a Óscar al salón. Se miraron mutuamente, dispuestos a atacar antes que defenderse del contrario, confiados en su propia capacidad física.

Óscar se adelantó pegándole un puñetazo a Damián en la cara. El golpe lo cogió con la guardia baja, pero fue la chispa que prendió la mecha. Se abalanzó sobre su contrincante, tirándolo al suelo, golpeando su cara una y otra vez, hasta que Óscar le metió un gancho en las costillas que le robó el aire de los pulmones y le hizo bajar la guardia un segundo. El tiempo suficiente para que Óscar le atacase de nuevo, esta vez en la cara. Damián le devolvió el puñetazo al tiempo que su oponente le agarraba del cuello y comenzaba a apretar. El dolor no se sentía, solo la adrenalina, la sensación de poder y fuerza que los guiaba a ambos. La rabia, la frustración y la ira se personaron entre ellos… hasta que escucharon la voz femenina y sintieron el frío del agua.

Se apartaron uno del otro respirando agitadamente, mirándose de una manera diferente, tal vez por haber descargado algo de todo lo que habían guardado tanto tiempo o tal vez por la sorpresa de la respuesta violenta del contrario.

-No sé qué ha pasado, pero no voy a tolerar esto en mi casa.

-Lo sentimos…-dijo Óscar.

Su madre lo miró, lo estaba mirando porque podía sentir sus ojos, pero él no tuvo el valor para apartar la vista del suelo. Empezó a sentir los golpes de Óscar, sobre todo en la cara, donde le latían la mejilla y una de las cejas. Sus propios puños le dolían, y algún punto en las costillas, pero no tanto como saber que había disgustado a su madre.

Se levantó, sin mirar a nadie, y se fue.

El Parque de los Olmos no era muy frecuentado durante las primeras horas de la mañana, pero a medida que fue avanzando el día y el sol fue derramando más claridad sobre todo el lugar se pudieron vislumbrar el esqueleto de lo que un día fue: los columpios oxidados y rotos, la basura que dejaban las fiestas de los niñatos de la noche anterior, los árboles con inscripciones románticas y juramentos de amor eterno, los bancos desconchados…

El humo del tabaco no desentonaba con el aire que se respiraba en aquel viejo y maltratado lugar. Se parecía a un cementerio, solo que con más ruido. Damián no había estado en uno en… años, y sin embargo tenía la sensación de que la paz que había en ese parque era igual a la que encontraría en un camposanto.

Pensó en todo lo que había hecho, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros. No había sabido nada de Sara desde el sábado. No se atrevía a llamar a su casa porque no sabía cómo iba a reaccionar al verlo, y tampoco había ido a clase durante tres días. Estaba preocupado y esa mierda era lo último que necesitaba. No sabía si le había contado a alguien lo sucedido, si había tomado precauciones, si estaba bien…

-Eres un loco gilipollas, ¿lo sabías?

Óscar se acercó por su derecha y se sentó en la mesa junto a él, pero manteniendo una distancia prudencial. Damián no le miró, solo siguió fumando, ignorándolo. Puso entre ellos una bolsa, y sacó de ella una botella de cerveza, la destapó y comenzó a beber, sin mirar a Damián, sino manteniendo la vista fija en el parque. Y empezó a hablar.

-Sé que la jodí, y lo siento. Miriam… ella… joder, no sé cómo explicarlo. Iba a recaer de nuevo, la situación con mi padre y mis hermanos era insoportable, en fin, tú los conoces, y ella me detuvo –dejó escapar el aire que no sabía que estaba aguantando y continuó.- Me dijo que podía ir a vuestra casa cada vez que lo necesitase, como hacía cuando era más pequeño, y que podía quedarme allí… Yo… solo… le hablé. Me desahogué con ella, me abrí a ella y me escuchó. Guardó mis secretos y empecé a confiar en ella como jamás había confiado en… una mujer.

Damián, con una tranquilidad que no sabía que podía tener con Óscar después de todo, lo miró y le preguntó:

-¿Por qué no viniste a mí, como siempre?

-Porque estabas en la cárcel –Óscar se giró para confrontarlo.- Comprende que no quiera ir a llorarte mis penas a un sitio tan público.

Damián asintió y volvió a dirigir su mirada al parque.

-Eso no justifica que te la estés follando… Que lo hayas estado haciendo desde hace cuatro meses… hasta donde sé –tomó otra calada y expulsó el humo.- Hay muchas en el barrio, ¿por qué cojones ella?

-Porque es la única mujer en la que confío.

-También confiabas en mí y no mostraste intención de meterme la polla por el culo –rebatió Damián.

-¿Me habrías dejado? –preguntó Óscar con una leve sonrisa.

Damián tuvo que aguantarse una carcajada, e intentó apartar el sentimiento de complicidad que volvió a aparecer entre ellos durante un leve momento, como tiempo atrás. Se terminó el cigarro y lo tiró.

-Empezamos hace cinco meses, en realidad. No puedo explicarte como sucedió, solo puedo decirte que… pasó. Ha sido mi confidente desde aquella tarde que me encontró a punto de caer en la mierda, y durante este año ha estado ahí para mí en… aspectos en los que nunca había tenido a nadie… -tomó un largo trago.- No voy a mentirte al decirte que la quiero, y que no me arrepiento de nada. Por ella merece la pena hasta que tu mejor amigo deje de hablarte y quiera golpearte hasta la muerte.

Esta vez, Damián lo miró atónito, incapaz de pensar qué decir a eso. Sintió algo de respeto hacia su amigo. Había sido mucho tiempo el que había guardado ese sentimiento de traición, y no desaparecería de la noche a la mañana, pero la conversación le dio un nuevo punto de vista sobre las cosas. Sin embargo, aun quedaba una cuestión.

-Vivir con su trabajo es difícil –dijo muy serio al cabo de un rato.

Óscar sonrió.

-Lo dejó cuando empezó conmigo. Está buscando otro trabajo. Yo le estoy ayudando con las facturas y lo demás.

Esta vez, una sensación de incredulidad, rabia y… celos se apoderó de Damián.

-¡¿Y por qué no me dijo algo como eso?! –Estalló.

-Porque sabía cómo te pondrías –contestó Óscar mirándole de arriba abajo, tomando el último trago de la botella.- Decidimos decírtelo cuando estuvieses preparado para oírlo, cuando supiéramos que…-soltó una leve carcajada- …no me matarías al enterarte… Pero lo descubriste… Ni siquiera sabíamos lo que nos estaba pasando hasta que lo teníamos enfrente… Ni siquiera sabemos si esto va a durar o no, pero mientras lo haga…

-Vale, deja las mariconadas cursis… -esta vez fue el turno de Damián para sonreír.-  Aun va a costarme… -Óscar solo asintió.- Y si le haces daño o algo… bueno, ambos sabemos que difícilmente se encuentran las cosas que se tiran al río…

Óscar se rió, y casi al instante se puso serio. Le pasó una cerveza a Damián mientras el cogía la siguiente.

-No me gusta que Miriam se preocupe… Y tú llevas preocupándola unos días. Así que, dime, ¿qué te pasa?

Damián no estaba muy por la labor de contarle nada a Óscar. Arrepentimientos y buenas intenciones a parte, no iba a contarle nada a alguien que ya le había traicionado una vez. A él tampoco le gustaba inquietar a su madre, pero no iba a decirle nada, ella podría cortarle las bolas si se enteraba de lo ocurrido… Sobre todo si sabía que había sido Sara  la chica que…

-No le diré nada a Miriam –Óscar cortó sus pensamientos. –Si no quieres confiar aun en mí, lo entiendo, pero deberías soltarlo antes de que te vuelvas más loco o mueras de hambre de la preocupación.

Damián sabía que tenía razón. Si no se lo contaba a alguien, la ansiedad lo consumiría antes de que Sara volviese a dar señales de vida. ¿Pero a quién? Confiaba en Samuel, pero no estaba seguro de que se tomase la situación en serio. Su madre era impensable. Don Luis le daría una hostia, le gritaría que espabilase y le ordenaría que hiciese las cosas bien con la chica. Y… miró a Óscar, quien tenía la vista fija en algún punto del parque. No tenía a nadie, y a pesar de todo, estuvo muchas veces con él en el pasado. Bebió lo que le quedaba de cerveza de una sola vez, mirando al casi vacío parque.

-Me follé a una chica sin condón –confesó en voz baja.

Óscar se atragantó con el trago de cerveza que tenía en la boca en ese momento. Tosió hasta que recuperó el aliento y lo miró con los ojos muy abiertos. Respiró un poco, considerando la intranquilidad de su amigo, pero creyendo que exageraba un poco la situación.

-Bueno… no creo que debas preocuparte tanto, tío… en fin… pocas veces pasa algo con la marcha atrás… -tartamudeó.

-No he dicho que me corriese fuera –dijo Damián sereno, más de lo que realmente estaba.

Óscar susurró algunos “joder”, con la cara pálida, atónito, sin saber qué decir realmente. Comprendiendo la magnitud de las cosas.

-No… no diré nada, ya lo sabes, pero… si tu madre se entera… -Damián asintió, conocedor del resto de la frase.-Y… ¿está…?

-No lo sé. No he hablado con ella. No ha contactado conmigo ni nada desde… entonces.

-¿Cuándo… cuánto tiempo hace que…?

-El sábado pasado.

-Bueno… vale. No ha pasado mucho tiempo. Deberías hablar con ella, aunque ella no lo haya hecho ya… -respiró hondo, no muy convencido de hacer la siguiente pregunta.- ¿Pu-puedo saber quién…?

-Sara.

El hospital no era muy grande, las paredes y suelos estaban un poco maltratados y el mobiliario había visto días mejores. Ni siquiera la primavera lograba cambiar el ambiente enfermizo del interior del viejo edificio.

Sara miró a su padre, tumbado en la cama, con intravenosas en los extremadamente delgados brazos. Estaba dormido, como casi todo el tiempo desde que lo habían llevado al hospital. Su demacrado rostro tenía una paz casi mortífera en su sueño. Nunca lo había visto tan débil, tan vulnerable, tan… al filo.

Cuando iba de camino a la farmacia de guardia el sábado por la noche, recibió una llamada de su padre… solo que no fue su padre quien le contestó al otro lado del teléfono, sino un paramédico. Su padre había caído en un coma etílico, y se le había complicado por las drogas que había consumido.

Sara esperó en la sala de emergencias dos horas y cuarenta y tres minutos hasta que lograron estabilizarlo. Y durante todo ese tiempo decidió mantener a su abuela en la ignorancia, la anciana ya había tenido suficiente de toda aquella mierda durante mucho tiempo.

Cuando le informaron que lo iban a subir a una de las habitaciones de la tercera planta, Sara se dirigió a ella, serena pero al mismo tiempo inquieta. No sabía cómo reaccionar a algo así, qué decirle a su padre cuando lo viese… pero no hizo falta que le diese muchas vueltas a eso. Entró en la habitación cuando una de las enfermeras le terminaba de poner la vía y se lo quedó mirando. Él pareció notarla, pero no se giró a mirar en su dirección, solo le pidió en voz baja y casi dormido por los calmantes:

-Ahora no, mañana hablamos.

Eran las mismas palabras que le decía cuando tenía unos años menos y ella insistía en mantener una conversación, quería comprender, saber porqué su padre actuaba así y tomaba tantas drogas cuando ella más necesitaba que fuese su pilar y la sostuviese. Hacía tiempo que no se las escuchaba decir, y no sabía si significaban algo o si él las recordaría al día siguiente, así que solo se quedó allí esperando que la enfermera terminase para preguntarle qué debía hacer y pedirle que le echase un ojo cuando ella no pudiese estar allí.

Volvió a las cuatro de la madrugada a casa, con un plan pensado y muchas mentiras preparadas para decir. Su abuela salió de su habitación cuando la escuchó entrar en la casa.

-Niña me tenías preocupada. ¿Dónde has estado? –preguntó con voz lastimera.

-Lo siento, yaya. Lidia me pidió que la ayudase con cosas del instituto y me quedé viendo una película con ella.

-Bueno, la próxima vez avísame que llegarás tarde.

-De acuerdo. Buenas noches.

Desde entonces había estado evitando a su abuela. A la noche siguiente, le mintió diciendo que otra amiga le había pedido ayuda con otro trabajo y que pasaría la noche en su casa. Llevaba varios días sin ir al instituto, pero ya había avisado a su tutor con un correo sobre “problemas familiares que requerían su presencia”. Los profesores no tenían mucho problema en hacer la vista gorda con las faltas de los chicos de aquel instituto, pues conocían la situación de cada alumno. Por las mañanas iba al hospital, creyendo su abuela inocentemente que asistía a clase, y después de comer, la convencía de que iba a estudiar a la biblioteca o tenía que ir a algún otro sitio y volvía a aquella claustrofóbica y estéril habitación. Regresaba tarde, para evitar encontrarla despierta y que le preguntase. Apenas descansaba o comía, y no había tenido oportunidad de pensar en otra cosa que no fuese su padre.

Apenas se dirigían la palabra cuando el hombre despertaba de su letargo. Sara llegó incluso a pensar que realmente no dormía tanto, solo actuaba para no tener que hablar con ella o evitar que tuviese lugar alguna conversación, sin embargo ella ya había decidido no decirle nada de ese tema. En algún momento, antes de volver a caer en el letargo por el cansancio, Sara creía ver algo de arrepentimiento en sus ojos, incluso gratitud, pero no expresó nada de eso con palabras.

Esa mañana del jueves, el doctor pasó por la habitación a ver a su padre. Le dieron el mismo ultimátum que les dan a todos los adictos que pasan por un problema similar o peor, pero sabiendo Sara por el monótono tono del médico que todo era en vano. Le firmó el alta y a las dos horas salieron del hospital.

Su padre estaba muy delgado y demacrado, más de lo habitual, por lo que debía volver de inmediato a casa para guardar reposo y reponer fuerzas. Pero Sara no podía volver aun a casa, quedaban cuatro horas para que acabasen las clases, por lo que intentó pensar algo que hacer durante ese tiempo. Tenía la mente tan embotada que no se percató que la estaban observando mientras se acercaba a la esquina de su calle.

-Entra tú, yo no puedo regresar a esta hora, la yaya desconfiaría –explicó a su padre.- Y… por favor, no le digas nada… Ella no lo sabe y no quiero que se entere y sufra más.

El hombre solo asintió cabizbajo, como un autómata, y fue andando cansinamente hacia el portal. Sara se giró cuando hubo entrado, pensando algún lugar seguro donde poder descansar algo y recuperar un poco de las pocas fuerzas que le quedaban. Pero se sobresaltó al ver a Damián tan cerca cuando se giró, parado frente a ella a un metro.

-Joder, que susto me has dado –dijo apoyando su cuerpo en la pared.

-¿Dónde has estado? –exigió él.

-¿A ti qué coño te importa?

-¿Has estado todo este tiempo con tu padre?

-Déjame en paz –pidió ella en voz demasiado baja como para que pudiese entenderse bien.

Damián solo escuchó los balbuceos y tuvo la tentación de sacudirla. Miró a Óscar a su lado, quien también tenía una expresión preocupada por la chica. Si había estado con su padre todo ese tiempo, no podía significar nada bueno. Suavemente, le alzó la barbilla para mirarle bien la cara, en busca de alguna prueba que le dijese qué había pasado o lo que había estado haciendo esos días. Sara tenía los ojos rojos y las pupilas dilatadas, estaba pálida y ojerosa, con los párpados medio cerrados.

-¿Qué coño te has metido, Sarita? –preguntó amenazadoramente en voz baja.

-Gilipollas. Solo estoy cansada.

-Pues vete a casa a descansar… o a dormir la mona –dijo él.

-No puedo volver ahora mismo a mi casa, mi abuela cree que estoy en el instituto –balbuceó de nuevo Sara, esta vez con los ojos cerrados y la cabeza ladeada en la dura pared.

Damián estaba a punto de perder la poca paciencia que le quedaba ese día, y Óscar lo notó.

-Cógela, y llevémosla a casa, que duerma un poco y luego hablas con ella –Damián le dirigió una dura mirada.- Mírala tío, no puede ni mantener los ojos abiertos.

Resignándose, asintió y la cogió en brazos, sintiendo su respiración regular al instante. Óscar les abrió las puertas del portal y de su casa, con la adrenalina zumbándole por las venas por si alguien los veía, podrían meterse en problemas. Su madre no estaba en casa, según le dijo Óscar había ido a una entrevista de trabajo. Era un alivio, no quería un interrogatorio en ese momento. La llevó a su habitación y la tumbó suavemente en la cama. Se paró a mirarla un momento. Parecía agotada, daba la impresión de ser una buena chica cuando dormía, inocente y dulce incluso.

Se sacudió mentalmente. Sara podía parecer todo eso, pero en realidad era una niñata irritante y estúpida. Le quitó los zapatos y bajó la persiana para que no le molestase la luz. La habitación había acumulado calor, por lo que decidió desnudarla para que durmiese mejor. Con mucha delicadeza y cuidado para no interrumpir su sueño, le quitó la camiseta y los pantalones, dándose cuenta que realmente ella no se había percatado de nada. Obligándose a no mirar su cuerpo medio desnudo para no alimentar el hambre de su polla, se dirigió al baño para una ducha.

-Me voy a trabajar –le dijo Óscar cuando salió de su habitación, Damián solo asintió.- Solo quería decirte que me alegro de haber hablado contigo y… procura no actuar muy… impulsivamente –dijo señalando con la cabeza hacia su habitación.- Creo que ella no es como su padre.

Sin una palabra más, se fue.

El agua templada corrió por el tenso cuerpo del chico parado bajo el chorro. Se tomó unos momentos para ordenar sus ideas. Estaba mejor tras la conversación con Óscar, no era una situación cómoda la que tenían en ese momento, pero al menos era más soportable y menos molesta. Le llevaría tiempo acostumbrarse, pero lo intentaría, por su madre y por… su amigo.

Su cerebro saltó entonces a su otro problema: Sara. La desaparecida Sarita ahora dormida en su cama, indefensa y medio desnuda. Su pene volvió a la vida con esa vaga imagen. Se negaba a sí mismo más pensamientos de ese tipo, sobre todo después de su repentina desaparición y lo preocupado que le había dejado. Había sido un idiota al haberla dejado en ropa interior, haciendo la tentación más difícil de soportar.

Empezó a enjabonarse la cabeza, un poco bruscamente, en un intento vano de quitársela de la mente, pero tuvo resultados nefastos al recordar la ocasión en la que ella le había apretado la cara contra la entrada de su coño mientras él se lo comía. Esa Sara ansiosa y desinhibida lo excitaba, le encantaba verla así de descontrolada y salvaje, pareciendo más…

Su polla se sacudió con el recuerdo de su olor, y juraría que pudo saborear sus fluidos en su boca de nuevo.

Con los ojos cerrados, empezó a frotarse el cuerpo con el gel, hasta que llegó al problema que era en esos momentos su pene. No quería tocarse porque sabía cómo acabaría, pero no tenía mucha alternativa, en su mente no cabía otra cosa y su cuerpo no le daba otra opción. Se acarició suave y lentamente, restregando toda la espuma por su miembro… imaginando que no era su mano la que le tocaba.

La misma mano que apretó una de las suyas mientras estaba dentro de aquel paradisíaco agujero lo torturaba mimando su duro pene, arriba, abajo, arriba, abajo… cada vez con un poco más de rapidez en poco tiempo. Quiso detener a la Sara de su cabeza que lo miraba arrodillada en la ducha frente a él, pero ella negó con la cabeza mientras aceleraba el ritmo de su mano.

-Más… -pidió ella en un leve susurro, como la última vez.

No podía rechazarla, no cuando lo miraba con aquellos ojos claros y excitados. Deseó poder encontrar algunas palabras para decirle algo, pero no pudo. Solo utilizó su boca para coger el aire que difícilmente llegaba a sus pulmones solo por la nariz. Sus respiraciones eran aceleradas y sentía su propio corazón latir tan fuerte que creyó que le dolía.

-Sí… duro…-suspiró Sara.

La misma petición que cuando se la folló se coló en sus oídos, y no necesitó mucho más para dejarse llevar y acabar en su cara, como la primera vez… Toda llena de su leche, sus labios, sus mejillas, su pelo… y volvió a quitarse el semen de sus párpados para poder abrirlos… y volvió a mirarlo con odio.

Damián abrió los ojos. Miró a su polla, agarrada en su mano firmemente, y a la pared de la ducha, manchada con borbotones de semen. Suspiró para sí cuando se percató de la baja temperatura que había adquirido el agua sin que él la hubiese sentido siquiera, limpio la pared y terminó de enjuagarse.

Salió de la ducha más relajado. Una vez en su habitación y viendo a Sara dormir tan plácidamente sintió que su cuerpo también necesitaba unas horas de descanso ahora que uno de los grandes pesos que lo había acompañado durante tanto tiempo se estaba yendo poco a poco.

Se acercó a la cama, sin apartar la vista de Sara, y pensó que ya que él iba a dormir cómodamente, ella también merecía un descanso confortable. La incorporó un poco y le quitó el sujetador, que le había dejado algunas marcas. La perfecta visión de sus tetas ya lo tenía casi duro de nuevo, y haciendo caso omiso de su sentido común, le quitó también las bragas. “Definitivamente, soy gilipollas”, se reprendió a sí mismo.

Se quedó mirando un momento el grácil cuerpo femenino, recorriendo su mirada por aquellas partes que conocía muy bien, deteniéndose en la zona púbica. Tan blanca y apetecible como cuando la vio masturbándose desde la ventana. Sintió que su ego masculino se inflaba un poco al pensar que había sido el primero y que ella lo había disfrutado. Miró levemente más arriba, meditando, pensando en la última vez que la había visto y lo que había pasado. Tuvo un primer instinto de despertarla para preguntarle si había tomado alguna precaución o algo, pero se abstuvo.

Se puso de lado, llevó uno de sus brazos alrededor de su cintura y la atrajo hacia su cuerpo, acomodándose a sus suaves curvas. Respiró hondo su olor, el suave perfume a bosque inundó sus sentidos mientras se rendía al sueño.

Sara despertó de la inconsciencia poco a poco. Sintió primero el peso de un brazo en su cintura y a otra persona detrás de ella, y abrió los ojos. La habitación estaba oscura casi por completo, salvo por la tenue claridad que entraba por las pequeñas rendijas de la persiana. Medio aletargada, fue distinguiendo los objetos del lugar, sin reconocer ninguno. No quiso entrar en pánico, al menos aun, necesitaba esa ventaja.

La suave respiración que sacudía suavemente algunos mechones de pelo le hizo comprender que la otra persona estaba también dormida… al menos casi por completo. Un duro pene se presionaba contra su culo. Aguantó la respiración para no mostrar su creciente angustia, e intentó levantar el brazo que la retenía, pero éste la apresó más, apretándola contra el cuerpo masculino al tiempo que un suave balbuceo le decía quien era la otra persona.

Damián.

Se tranquilizó, volviendo a respirar. No sabía cuánto tiempo había dormido, o como siquiera había acabado en la habitación de él, pero no le importaba mucho en aquel momento. No había el más mínimo espacio entre los dos, y Sara notaba muy bien el miembro de Damián. Se preguntó cómo sería tenerlo metido en el culo, follándola como lo hizo cuando la desvirgó, con ese ritmo contundente y lento, afianzándose en lo más profundo de su cuerpo mientras ella sentía como se acercaba su orgasmo y su ansiada y volátil libertad.

Necesitaba sentirlo de nuevo. En aquel instante, sin demora alguna. Prender más la chispa de excitación que se había instalado en su entrepierna al recordar cómo se sentía con aquel duro miembro dentro. Pero no iba a despertarlo.

Tuvo una idea, una idea que le encantó y que quería probar, solo para ver que ocurría. No iba a perder nada.

Se movió un poco, suavemente, maniobrando lentamente para no despertar a Damián, hasta que tuvo la punta de su polla pegada a sus labios vaginales. Llevó sus manos a su entrepierna y los abrió un poco, separando levemente su pierna, hasta que sintió el grueso miembro tocando casi imperceptiblemente el agujero de entrada. Paulatinamente, con movimientos controlados pero ansiosos, empezó a introducir la polla en su coño.

Milímetro a milímetro, sintiéndolo todo, excitándose más a medida que entraba a pesar de no estar lo suficientemente lubricada. Aguantó el aire en todo momento, hasta que sintió el capullo metido y quitó la mano de su coño. La parte más difícil ya había pasado, ahora vendría lo mejor, pero debía ser cauta para no despertar a Damián.

Deslizándose, se la introdujo un poco más, deleitándose de placer, aguantando los suspiros. Se sentía tan bien que no iba a quedarse así, quieta, no iba a conformarse. Quería más, necesitaba moverse, su cuerpo lo ansiaba. Volvió a mover su cuerpo hacia arriba, un poco solo, y se arrastró unos centímetros hacia abajo. Durante lo que parecieron minutos estuvo autosatisfaciéndose con la polla de Damián…

…Pero en realidad no pasó tanto tiempo, pues él estaba despierto desde que notó la suave presión que abrazaba su miembro poco a poco. Supo en todo momento lo que Sara estaba haciendo, pero no quiso interrumpirla hasta que no pudo aguantar más las ganas y le parecieron insuficientes los movimientos de Sara.

Una de las veces que ella descendió esos pocos centímetros sobre su polla, la cogió por sorpresa al ponerse rápidamente sobre ella, dejándola boca abajo, aprisionada con su cuerpo. La chica aguantó la respiración al tiempo que sentía como perdía el control de la situación y como se introducía más el grueso miembro por el brusco movimiento.

-Casi me siento un poco violado, Sarita…-susurró Damián en su oído.

-Cre-creí que estabas dormido –musitó ella.

El rió en su pelo.

-Me ha gustado como me has despertado. Deja que siga yo.

Sara suspiró de placer, adaptándose al tamaño y a la invasión. Damián esperó unos segundos, disfrutando de la estrechez de Sara, sintiendo el suave calor que rodeaba su polla y el gusto de lo claustrofóbico de esa sensación. Respirando su olor, sintiéndola, empezó a sacar levemente su miembro para meterlo con intensidad. Volvió a hacerlo, pero disfrutando de los estremecimientos que sacudían el cuerpo de Sara cuando llegaba hasta el fondo. Los bajos gemidos que salían de sus labios lo excitaban aun más, y sin dejar de embestirla con ese ritmo que tanto estaba disfrutando ella, empezó a susurrarle palabras obscenas, dejándose llevar por una corazonada.

-Que caliente estas… Sarita… Me encanta tu coñito… lo estrecho que es… como aprieta mi polla… ¿A tu coñito le gusta… mi polla, Sarita?

Los gemidos de Sara se hicieron más altos, y ella cerró más los ojos, dejándose hacer por él, dejándole tomar el control de su cuerpo. Quería más, la potencia de su ritmo le encantaba, pero algo en ella le instó a pedir más, a apresurar ese momento de libertad que tanto ansiaban su cuerpo y su mente.

-Damián… dame fuerte… por favor-suplicó.

Él sonrió, se moría de ganas de volverla loca de lujuria y empezó a darle embestidas más potentes, más fuertes, sintiendo como se encharcaba su vagina. A Sarita le gustaba duro, y a él le encantaba desquitarse de parte de la irritación que había acumulado por culpa de ella durante tanto tiempo. Se agarró al cabecero de su cama para coger más impulso y la folló con todas sus fuerzas.

Pero Sara no era solo de las que se dejaban hacer, a ella también le gustaba jugar, y en un momento de lucidez en medio de la bruma sexual decidió moverse. Levantó un poco su culo, permitiendo que las embestidas de Damián fuesen más contundentes, más profundas, haciendo que se excitase hasta el punto de poner su cara sobre la almohada para ahogar sus delirantes sonidos, e intentó moverse contra él un poco.

Damián cerró los ojos, se sentía jodidamente bien el sexo violento, gimiendo cuando el culo de una caliente Sarita se elevó un poco y ella comenzó a moverse levemente contra él, intentando vanamente devolverle un poco de sus movimientos. Y aunque no tuviese mucho margen de movimiento, a él le gustó eso, como sus nalgas chocaban contra su entrepierna, rozándolo tan mínimamente que lo volvieron ansioso… por más, por sentir mejor como colisionaba ese espléndido culo con más violencia contra él cuando la follara como si la vida le fuese en ello.

Las embestidas empezaron a ser menos contundentes, obligándola a levantarse un poco más para sentirlas hasta el fondo. Poco a poco, Damián se iba distanciando de su cuerpo, evitando meter toda su verga en ella, pero Sara no iba a consentirlo, quería correrse, y lo haría, pasase lo que pasase. Soltó algunos gruñidos bajos de frustración cuando llegó el momento en el que tuvo que apoyarse sobre sus codos y rodillas para seguir sintiendo el pene en su interior.

Damián la agarró por la cintura, sujetando cualquier movimiento que quisiese hacer, y se inclinó sobre su cuerpo.

-Así te quería tener, perra.

La empaló, literalmente, de una sola embestida mientras la tenía cogida por la cintura, y Sara gritó de placer, afianzando su cuerpo con las sábanas en sus puños. El pene de Damián era como una taladradora que parecía entrar un poco más a cada envite que daba. Se dejó llevar, sin inhibiciones, sin preocupaciones, sin que nada más importase, solo sentirse como una auténtica perra disfrutando mientras la montaban.

Su mente estaba en blanco, sin nada más que la ocupase que la increíble visión de Sara a cuatro patas, gimiendo como una zorra sin control mientras la follaba salvajemente. Jamás olvidaría aquello, aquellas nalgas tan perfectas chocando contra él y gritando de dicha sexual. Ni siquiera notó la música que provenía del piso de arriba.

-Dios… Sara… no sabía que disfrutaras tanto… con mi polla… metida hasta lo más hondo de ti… -le dio un tortazo en una de las nalgas, no muy fuerte.

Ella gimió ante el picor de la cachetada, y le gustó como se sintió. No le dolió, o a lo mejor un poco, pero quería más.

-Pégame… como… como si fuera una puta…por… por favor…

Casi no acabó la frase cuando sintió la caliente huella de Damián en la otra nalga, y luego otra, y otra más, mientras continuaba con su implacable ritmo, rápido, potente.

No iba a aguantar mucho más a ese ritmo y con las peticiones de Sara, pero quería que ella se corriese también, sentir el increíble temblor de sus paredes vaginales apretándolo en esa posición… “Será el paraíso”, pensó vagamente. 

Mirando hacia abajo, viendo aquel culo rosado de sus tortazos, moviéndose a un compás perfecto con sus propias acometidas en aquel fantástico coño, pensó en la mejor manera para que llegase a un orgasmo como jamás habría tenido la pequeña Sarita en su jodida vida…

Se chupó un dedo, pero lo pensó, recordó cuando la vio meterse dos, y decidió escupir sobre otro. Abrió con una mano los delicados cachetes hasta que vio aquel agujero perfecto y metió los dos. Sara paró sus movimientos en seco, sorprendida, pero él sonrió imaginando su expresión.

Su ritmo no se detuvo, al contrario, lo aumentó al tiempo que forzaba a aquel orifico a abrirse. Notaba una leve presión en su polla, como si sus dedos estrechasen más el angosto coñito, haciendo que sintiese todo de aquella ceñida cavidad. Sus dedos follaban sin piedad el ano de Sara, y ella ya no tenía control sobre sus acciones ni sus gemidos. Realmente estaba disfrutando como una auténtica perra.

-¡Oh!… Damián… -suplicaba ella.

Los dedos que la invadía adquirieron la misma velocidad que la polla que la penetraba, atacando sus agujeros sin piedad, fuerte, duro, obligándola a cerrar los ojos, a solo dejarse llevar por el compás que dictaba Damián…

Y se fue…

Cayendo sobre el colchón semiinconsciente, sintiendo las sacudidas de su coño, escuchando los gemidos de Damián cuando se corría pero sin detener sus movimientos, manteniendo su culo en alto con su otra mano… llenándola de nuevo…

No creía que fuese a sobrevivir, que tuviese aire para su próxima respiración, que importase nada más. Estaba jadeando, viendo pequeñas lucecitas tras sus parpados mientras el coño de Sara bebía y tragaba todo su semen como si estuviese ávido de él.

Abrió los ojos poco a poco, viendo el laxo cuerpo femenino recuperar el aliento, igual que él. Sacó poco a poco los dedos del afrodisíaco ano, mientras Sara exhaló un gemido de añoranza.

Retiró la polla poco a poco, recuperando al mismo tiempo la cordura. Habían vuelto a follar sin condón… y él había vuelto a correrse dentro.

Se tumbó al lado de Sara, mirando al techo en la leve oscuridad interrumpida por la radiante luz del mediodía que se colaba por las rendijas, aun jadeando.

-Lo hemos vuelto a hacer, Sarita.

-Lo sé… -musitó ella contra la almohada.

-¿Tomaste alguna precaución la vez anterior? –preguntó él con aprensión.

El heavy llenó la habitación, como si se burlase del momentáneo silencio de Sara.

-No –dijo ella lastimeramente.

Él no iba a echarle nada en cara, pues por experiencia propia había aprendido a escuchar primero una explicación antes de enfadarse.

-¿Qué te ha pasado estos días?

Ella se rió levemente.

-¿Siempre te interesas por la vida de las chicas a las que te follas sin condón?

El solo giró su cabeza, sin decir nada, esperando que respondiese. Ella le daba la espalda, pero sabía que podía sentir su mirada en su nuca.

-Mi padre ha estado en el hospital desde el sábado. Drogas y alcohol. Le dieron el alta hoy –explicó ella escuetamente.- No… no se lo digas a nadie, no quiero que mi abuela se entere.

-¿Ella no lo sabe?

-No, ya ha aguantado bastante de esta mierda –ella se puso boca arriba entonces, mirando también hacia el techo.

Damián miró su perfil, observándola.

-No me he follado a nadie más sin condón, Sarita. Y aunque seas una capulla inaguantable y una perra en algunas ocasiones, cuenta conmigo cuando lo necesites.

Ella se rió bajo.

-Muchas gracias, gilipollas engreído.

-Para, Sarita… ¿quieres volver a ponérmela dura? –Preguntó él jocosamente.- Creo que deberíamos vestirnos e ir después… a comprar… ya sabes…

Ella se río aun más, asintiendo.

Mientras se vestía, sin embargo, recapacitó sobre lo sucedido, más concretamente sobre lo que había dicho, y miró de reojo a Damián. Le había pedido que le pegase como a una puta, y sabía en qué trabajaba su madre…

-Oye… -él levantó la mirada, pero ella no quiso mirarlo, avergonzada- …siento si antes dije algo que pudiese molestarte o algo… -su ceño fruncido le dijo que no sabía a qué se refería.- An-antes te pedí… que me pegases… como a una… en fin… ya sabes…

Las carcajadas de Damián resonaron por toda la estancia.

-Joder, Sarita, no te preocupes por eso. Es algo que tenía asumido desde que tuve uso de razón, para mí es algo normal. Pero ya terminó con eso.

Ella asintió, más tranquila. Salieron al salón, percatándose que era poco más de medio día. Planearon la hora a la que quedarían esa noche y Sara se fue.

Damián se dejó caer en el sofá, mirando un punto indefinido más allá de la ventana, pensando en todo ese día.