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Tania (IV)

en No Consentido

 

La comida en mi boca se hacía cada día más insípida. Solo pensaba en mi violador y en todo lo que me había pasado. La palabra era cada vez más fácil de escuchar, de decirla mentalmente para mí misma. Era una realidad, un hecho que me había ocurrido y el cual ya no podía cambiar…

Había tirado con rabia el botecito con la asquerosa mezcla que el cabrón me había dado para dejarme inconsciente, mientras sentía el dolor de mi ano. En realidad, no era tanto dolor lo que sentía como molestia… sí, como si me hubiesen abierto un agujero nuevo, lo sentía pero no me dolía. Solo era un recordatorio ya. Y me jodía recordarlo.

Estaba un poco paranoica. No solo por no tener ninguna idea o indicio de quien podría ser, sino porque tenía la sensación de que los que me rodeaban sabían o sospechaban algo. Era agobiante.

Además, estaba el hecho de que el cabrón me había asegurado por su nota que lo conocería pronto. No sabía si temía el momento o estaba impaciente por el mismo.

No hacía caso a la conversación durante la comida. Estaba ensimismada, por eso me enteré de pasada que teníamos visita esa noche para la cena, creía recordar a mi madre diciéndomelo un par de días antes, pero mi cerebro tenía cosas más importantes que procesar en ese momento.

Me miré esa noche en el espejo. El vestido era verde, lindo, me hacía parecer buena… una buena chica… Tal y como él me decía que era cuando le obedecía… Iba a quitarme ese vestido, a arrancármelo y destrozarlo… y después lo quemaría. No quería parecer una “buena chica”, no lo era, no quería serlo para él, o para nadie. Quería ser yo, recuperar el control de las cosas, de mi vida.

Mi  hermana llamó justo cuando iba a quitármelo.

-Vamos, Tan. Ya están aquí los invitados.

Mierda”, me dije. Respiré profundamente, haciendo un esfuerzo por mantener la calma. Solo tenía que aguantar esta noche, ser fuerte, poner la cara falsa y seguir adelante. Seguramente todo acabaría más rápido de lo que me parecía en esos instantes, y estaría de vuelta en la seguridad de mi habitación en poco más de una hora. “La seguridad de mi habitación…Donde consiguió entrar mi violador…”, me estremecí y salí de allí.

A medida que bajaba, escuchaba las voces, los saludos formales, y me preparé con mi cara de póker feliz. Teníamos tres invitados esta noche: el sargento, su esposa, la señora Pavía, y su hijo mayor, Ismael.

-¡Ah! Pero mira qué guapa está tu pequeña, Ordesa.

 -¡Sí! Seguramente algún pajarito le había dicho que nuestro Ismael vendría y se ha puesto más guapa que de costumbre, ¿a que sí, eh? –decía la señora Pavía mientras me pellizcaba las dos mejillas a la vez.

Juro que la detestaba cada vez un poquito más. Ismael se acercó a mí, mientras el resto de los presentes intentaba buscar alguna excusa para distraer la atención de nosotros, querrían darnos un poco de intimidad para nuestro saludo después de tanto tiempo… Imbéciles…

Ismael era un chico que… no sabría decir si había mejorado con los años… Sus dientes ya estaban rectos, la nariz estaba un poco torcida, seguramente resultado de alguna pelea. Tenía unos ojos bonitos, del color del chocolate, pero su pelo tenía demasiada gomina que intentaba aplastar sus ondas. No era muy guapo o atractivo, tenía algo que gustaba, sin embargo.

Le extendí la mano para estrechársela. Él la miró, la estrechó suavemente, y se acercó hasta poner sus labios en mi oído. El gesto me pareció demasiado atrevido…

-Hola, muñeca –susurró.

Me quedé paralizada. Lo miré. Miré sus ojos, su expresión triunfante, y su sonrisa de suficiencia. No sabía cómo reaccionar. Era él. Ismael. Él fue quien me violó.

Mi hermano me empujó, sacándome de mi shock, hacia el comedor, mientras Ismael se adelantaba con esa sonrisa satisfecha.

-Vaya hermanita, sí que te ha dado fuerte –dijo aguantándose la risa.

Creo que si hubiese estado menos noqueada emocionalmente, le habría pegado en ese instante sin pensarlo.

Me senté entre mis hermanos, y el muy cabrón se sentó justo enfrente de mí. La cena transcurrió de forma normal aparentemente, pero mi cerebro tenía cien pensamientos por segundo. Preguntas, posibles respuestas, cálculos sobre si mi pierna sería lo bastante larga para darle una patada al cabrón de Ismael… Pensaba en todo a la vez, de tal manera que no prestaba atención a nada más, y me obligaba a recordar mantener mi falsa cara feliz y a seguir comiendo para aparentar. Fue por eso que no escuché bien como empezó la conversación, solo como terminó.

-…Creo que a Tania le gustaría. Y por supuesto, volveríamos a una buena hora –decía Ismael.

Levanté la mirada de mi comida y lo miré. Sus ojos parecían divertidos, como si hubiese sabido todo lo que había estado pasando por mi mente todo el tiempo.

-¡Oh! No te preocupes por la hora, -decía mi padre- confiamos en ti. Estará segura contigo.

Creo que palidecí. Miré nerviosamente a todos en la mesa, que me observaban. No salían palabras de mi boca, me olvidé de cómo hablar o como gritar. Pensé en cosas desagradables para vomitar y tener una excusa para no ir a donde quiera que él me quisiera llevar.

Por un momento, recuperé la capacidad de hablar. Miré a mi padre, que me miraba ceñudo, extrañado, y me di cuenta que aunque dijese algo contra Ismael, aunque dijese la verdad, nadie me creería y solo sería perjudicial para mí.

Así que solo asentí. No pude comer más, lo que fue interpretado por la señora Pavía como que estaba nerviosa por salir con su hijo. Lo que quedaba de la cena pasó rápido, más de lo que quería. Y cuando se repartieron los postres, me di cuenta que ni a mí ni a Ismael nos los pusieron.

Él se levantó, se acercó a mi lugar en la mesa y me puso un codo. Yo le miré, tentada de clavarle algo en el brazo. El levantó una ceja brevemente, un movimiento casi imperceptible, retándome a hacer algo que no fuese lo apropiado. Yo me levanté, controlando la ira que inundaba mis venas, y nos fuimos. Escuché mientras nos alejábamos los halagos que la señora Pavía daba a su hijo, y lo miré de reojo, queriendo matarlo. Su sonrisa no había desaparecido, y cuando de reojo me devolvió la mirada, vi un brillo raro en su mirada. Me entregó mi bolso y salimos.

Al parecer, había venido en su coche, un todo terreno de alta gama. Lo tenía todo planeado una vez más, y por un momento, me sentí insegura. Pero me negué a ello, ya me había hecho suficiente. Ya no podía tenerle más miedo después de todo lo sucedido. Nos montamos en el coche. Arrancó y nos alejamos de mi casa.

-Jamás olvidaré tu cara cuando te saludé antes –dijo con sorna.

-¡ERES UN CABRÓN Y UN HIJO DE PUTA! –exploté.

Él empezó a reírse.

-No, muñeca. Verás, tus padres siempre hablaban de la buena pareja que haríamos los dos, ¿no lo recuerdas? Mi madre siempre lo decía.

-¡Nunca hablaron en serio! ¡Eran bromas que se hacían! ¡¿No sabes distinguir una puta broma de lo que se dice de verdad?!

-No, no eran bromas. Mi madre siempre decía que sería estupendo en el ámbito social para ambas familias. El hijo del sargento y la hija del médico. Seríamos una pareja increíble si todo salía como ambos queríamos. Y miles de veces lo he imaginado.

-¿Estás loco? ¿De verdad crees que yo estaría con alguien como tú, bastardo cabrón?

Suspiró pesadamente.

-Ése no es lenguaje de una dama…

-¡VETE A LA MIERDA! –interrumpí.

Paró el coche. No me había dado cuenta de donde estábamos, ni siquiera del tiempo que llevábamos viajando, pero había muchas naves industriales alrededor. La amarillenta luz de las pocas farolas que había no me dejaba ver su cara por completo, solo facciones de la misma. Se giró hacia mí, sonriendo.

-Eres mía. Aunque no te guste la idea. Ya te irás acostumbrando con el tiempo. Te he dado varios orgasmos, y he sido el primero en desvirgarte el culo, algo de lo que me siento muy orgulloso.

Creía que vomitaría en ese momento. Echó el seguro del coche, y me asusté, por el  inesperado sonido y porque ya no podría salir corriendo en caso de necesitarlo.

-No he tenido mucha suerte con las chicas estos últimos años… Todas resultaron ser unas putas calientapollas o tenían el coño tan abierto que les cabían dos pollas… La última de mis novias tenía el culo lleno de semen cuando fue a follar conmigo… Asqueroso, ¿verdad? –no daba crédito a lo que me estaba contando.- Pero me acordé de ti después de eso. Y tuve un poco de esperanza. Mi madre me contó que no habías seguido los pasos que tu padre quería para ti, pero que te habías convertido en una chica muy guapa… Eso me cabreó… Porque si hubieses hecho lo que tu padre quería para ti, no hubiese habido ninguna inseguridad para mí de que acabaríamos juntos porque así se había acordado. Por eso te violé, para asegurarme que serías mía. Y para asegurártelo a ti también, por supuesto.

-Estas… jodidamente loco. Necesitas ayuda.

-No. Ahora ya eres mía, así que todo está solucionado.

-Yo no soy de nadie, gilipollas.

Empezó a reírse. Sentí el vértigo que acompañaba al pánico.

-Ya sabía que serías muy cabezota para darte cuenta de algo así, pero te lo demostraré una vez más. Y no solo a ti, habrá testigos de cómo serás finalmente mía.

Lo miré extrañada y asustada. Abrí mi boca para decir algo y él se abalanzó hacia mí. Ni siquiera me había percatado de que se había quitado el cinturón. Me agarró el cuello, y presionó mi cabeza en el reposacabezas. Apretó un poco, pero con el miedo que tenía, se sintió más fuerte y opresivo, e instintivamente cerré los ojos. Empecé a arañarle la muñeca intentando deshacerme de su agarre, pero fue inútil. Escuché la cremallera de su pantalón, y abrí los ojos justo a tiempo para ver como se sacaba la polla. Se puso a horcajadas sobre mí, se elevó y dejó su miembro a la altura de mis labios, rozándolos.

-Chupa –ordenó.

Yo intenté negarme, resistirme, pero apretó su mano en mi garganta hasta que me faltó el aire y no tuve más remedio que abrir la boca. Me la metió hasta la garganta de un solo golpe, y tuve algunas arcadas. Las lágrimas saltaron de mis ojos.

-No me muerdas, o te dejaré aquí tirada para que los vagabundos que nos están viendo hagan contigo lo que quieran.

¿¡Vagabundos!?”, miré de reojo a la ventana del conductor y vi una sombra, no podía ver muy bien sus rasgos por las lágrimas. Sabía que sería capaz de hacerlo, por eso me obligué a aguantarme las náuseas y empecé a chupar. Cerré los ojos para evitar ver la realidad de mi situación, y solo me concentré en no vomitar y en la polla que estaba en mi boca.

Vagamente le escuchaba ordenarme que lamiese, que jugase con mi lengua, entre gemidos. Sus manos pasaron a mi cabeza, y poco a poco, empezó a mover las caderas contra mi boca, penetrándome más hasta la garganta. Mis esfuerzos para no echar la cena eran enormes, solo el miedo a su promesa de abandonarme allí y de todo lo que venía después hizo que me controlase.

De pronto, me sacó el pene, haciéndome toser un poco.

-Pásate al asiento trasero y quítate el vestido –dijo jadeando.

Temblando, me costó oír lo que me ordenó, pero lo hice. Miraba a las ventanas y podía ver las sombras que nos rodeaban. Veía sus caras lascivas, la lujuria en sus miradas, y no pude evitar llorar mientras me desvestía. Ismael se desvistió rápidamente y se reunió conmigo en el asiento trasero. Puso mi vestido en el asiento del copiloto, y al ver que iba a quitarme el sujetador, me paró y observé, como si estuviese viéndolo a cámara lenta, como agarró mi sujetador y lo arrancó.

Sonriendo, bajó un poco la ventanilla y se lo entregó a uno de los mendigos.

-Para que no sea yo el único que se lleva un grato recuerdo de esta noche –le dijo a uno de nuestros observadores. –Espero que les guste el espectáculo.

Yo solo podía llorar. Me sentía sucia, una desgraciada humillada delante de unos vagabundos que se masturbarían mientras veían como me violaba Ismael.

Sentada en el asiento trasero de su enorme todoterreno, permití que me abriese las piernas, y ya sin sorpresa para mí, me rompió un poco las bragas, lo justo para que quedasen a un lado de mi coño y no le molestasen. El estaba de pie, y aunque el techo era alto, tuvo que flexionar un poco las rodillas en el asiento para no chocarse. Levantó mis piernas hasta sus hombros, se posicionó, y mirándome a los ojos, me penetró de una sola embestida, como la primera vez.

No estaba húmeda, por lo que chillé del dolor y el escozor. Las lágrimas caían por mis mejillas, y al verlas, su sonrisa se ensanchó y vi un brillo ansioso y loco en su mirada. Empezó a follarme duro, fuerte, haciéndome daño, pues en esa posición llegaba muy profundo. Yo gritaba, sollozaba, cerraba los ojos para evadirme de la realidad. Me sentí como una muñeca rota. Su enorme pene no paraba de atravesarme, de violarme.

Al cabo de unos minutos, abrí un poco mis ojos, girando la cabeza para mirar a cualquier lugar menos a él. Y me fijé, inconscientemente, en las figuras que rodeaban el coche. Las escuchaba jadear por  debajo de los gemidos de Ismael. Sus mirabas no perdían detalle de lo que pasaba, sus sonrisas me hacían imaginar que envidiaban a mi violador… me estremecí con ese pensamiento.

Un tortazo en mi cara me despertó de mi letargo. Miré a Ismael. Sin apartar su mirada de la mía, me pellizcó un pezón, chillé y le pegué en la mano. Él me devolvió el guantazo en la cara. Tras unas potentes embestidas más que me hicieron lagrimear del dolor, salió.

-Ponte ahora contra el asiento, sobre tus rodillas, mirando hacia atrás –ordenó.

Le obedecí, mirando de reojo a las figuras que nos rodeaban. Ismael terminó de destrozar mis bragas, abrió un poco una de las ventanas del asiento trasero y le entregó la prenda rota a otro vagabundo.

Inmediatamente, el hombre se llevó las bragas a la cara, la olió, y empezó a gemir. Yo veía toda la escena atónita, sin dar crédito, cuando la voz de Ismael me hizo volverme a mirarlo. Se había situado detrás de mí, masajeándose la polla.

-¿Qué piensas de lo que has visto?... Es algo muy excitante que un vagabundo se haya corrido con tus bragas en su cara… Sobre todo, si han sido arrancadas tras haberte violado el coñito tan salvajemente…

Puso su mano en mi barbilla y me puso la cara mirando al frente, viendo dos sombras en el espejo posterior del coche. Me miraban, con las bocas entre abiertas, los brazos moviéndose arriba y abajo violentamente, las caras sucias.

Sentí la polla de Ismael presionar en mi ano, y empecé a girar la cabeza para suplicarle que no lo volviera a hacer, que esta vez no tendríamos lubricante y sería más doloroso para mí. Pero ninguna palabra pudo salir de mis labios, solo un jadeo sorprendido cuando su mano aterrizó muy fuerte en una de mis nalgas.

Empezó a meterla, más rápido de lo que hubiese sido apropiado, y cerré los ojos fuertemente al mismo tiempo que apretaba mis dientes para aguantar las ganas de gritar.

-Dime…muñeca… ¿Cómo te sientes al saber… que tanta gente está disfrutando de tu… humillante violación? –preguntó sin dejar de avanzar por el interior de mi culo.

Yo solo pude dejar salir un gemido doloroso de mi boca, comprendiendo al instante que fue un error, pues avanzó más rápido hasta meterla por completo. Sin esperar un segundo a que pudiese acostumbrarme, empezó a follarme el ano como si la vida le fuese en ello. Y yo solo gritaba y chillaba. Solo sentía el dolor y la impotencia de no poder hacer nada.

Los vagabundos disfrutaban de todo eso, sus ojos se deleitaban con mi cuerpo, sus lenguas pasaban por sus resecos labios como si estuviesen probando mis tetas, y sus manos simulaban mi coño o mi culo. Me sentía asquerosa, sucia, y solo podía llorar por ello.

Mis ojos escocían de todo lo que lloraba, mis dientes dolían de lo apretados que estaban, y mi ano se sentía muy mal, la polla de Ismael era muy grande, y no acababa de acostumbrarme a ella, sobre todo entrando a pelo, sin nada que facilitase  su penetración.

Me tiró del pelo, para poder susurrarme al oído, provocando que mi espalda se arqueara y mis tetas sobresalieran más, mis pezones apuntando a las sombras observantes.

-¿Sabes? –dijo jadeante.- Creo que hoy estoy generoso…

Paró un momento de follarme, se acercó a la ventanilla del coche, la bajó y me empujó hacia ella.

-Córranse en su cara, pero no se la metan en la boca –ordenó a los vagabundos.

El olor era nauseabundo, y no me dio mucho tiempo a pensar en lo que había dicho cuando sentí el primer chorro caliente en mi cara, tan cerca de mis ojos que los tuve que cerrar. Ismael seguía follándome el culo, más fuerte cuando vio el semen en mi cara. Yo hice un sonido estrangulado, de asco. Intenté aguantar la respiración por el hedor, no pude hacerlo durante mucho tiempo, y cuando abrí brevemente los labios para coger algo de aire, varios chorros más cayeron en mi cara y algo de semen se introdujo en mi boca. Lo escupí, y al parecer eso excitó a Ismael, porque creí que me moriría del dolor que provocaban sus cada vez más fuertes embestidas.

Tuve que sujetarme en la ventanilla del coche para no caerme por su impulso, jadeé y gemí del dolor. Sollocé, grité y no pude evitar las lágrimas que se caían por mis ojos mientras notaba las corridas de los vagabundos caer por mi cara y manchar mi pelo. Escuché el final de Ismael y sentí su semen inundar mi ano. No sacó su polla, sino que ralentizó el ritmo de sus embestidas.

Empezó a reírse como un maníaco, retiró su miembro y me dio una nalgada. Estaba exhausta y aterrorizada, no sabía si moverme o quedarme quieta. Me estremecí al notar como su leche goteaba por mis muslos.

Suavemente, me agarró de los hombros para retirarme de la ventanilla hasta sentarme. Sentía así más su caliente líquido en mi agujero, sin poder mirarlo a los ojos por todo el semen que inundaba mi cara. Escuché como cerraba la ventanilla mientras le daba las gracias a los vagabundos muy educadamente.

Escuché algunos sonidos en el coche amortiguados por mi aturdimiento, y sentí como limpiaba mi cara delicadamente hasta que pude abrir los ojos. Tenía el ceño fruncido, pero una gran sonrisa satisfecha. Si hubiese sido capaz en ese momento, le hubiese pegado.

Cuando terminó, y viendo que no me movía, cogió mi vestido, y empezó a vestirme torpemente. Me puso los zapatos, colocó mi bolso a mi lado y se vistió él. Yo presenciaba todo como si no estuviese allí.