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Tren nocturno a Nueva York

en Hetero: Infidelidad

1926

 

-¿Está ocupado este asiento? –preguntó el joven abriendo levemente la puerta del compartimento.

-No, adelante–respondió la mujer.

-Gracias.

El joven entró en el compartimento del tren con su maleta, desgastada por el uso, y la colocó en la repisa sobre el que iba a ser su asiento. Miró brevemente por la ventana y a la mujer antes de sentarse. Sacó su libro de su bolsa de viaje, donde llevaba poco dinero y algunos documentos, y comenzó a leer. El viaje era largo, tomando seguramente día y medio hasta llegar a Nueva York, donde tendría que esperar otro día más para poder zarpar hacia Europa.

-¿Qué lee? –preguntó la mujer, sacándolo de su concentración.

-Oh, eh… La Celestina, de Fernando de Rojas. Es un autor esp…

-Lo sé. Conozco la obra –cortó la mujer, llevando su mirada de nuevo al borroso paisaje tras la ventana.

El joven se quedó callado, sin saber qué decir o hacer.

-¿Tienes a alguna amada?

-N-no.

-¿La has tenido y te engañó?

El la miró dudoso. ¿Qué le importaba a aquella mujer? Por ello respondió firmemente esta vez.

-No, señora.

-Oh, vaya, siento haberte traído malos recuerdos.

-No me ha traído malos recuerdos, señora.

Ella giró de nuevo su cabeza, para mirarlo con fríos ojos grises.

-Por su tono, sé que le he traído malos recuerdos. De un amor no correspondido, seguramente, que le partió el corazón.

El ceño del joven se profundizó. ¿Era aquella mujer vidente o algo así?

-Con el debido respeto, señora, no debería inmiscuirse en las vidas ajenas de desconocidos. No sé por qué ha empezado a hacerme preguntas con tanta confianza.

-Ha sido usted el que ha pecado de incauto. Yo solo le he preguntado sobre el título de su obra, y usted ha intentado darme más datos de los que le he pedido. No he sido yo la que ha tendido una mano confiada primero.

Él se quedó callado por un momento.

-Pero ha sido la que ha empezado a preguntar sobre mi vida privada.

-Sentía curiosidad sobre el motivo que le llevaría a un joven como usted a leer literatura extrajera, sobre todo esa obra. No es muy común ver a un chico de… ¿veinte años? Leer un clásico de la literatura española como ese, sobre el amor manipulado por la lujuria.

-Veintidós, señora –cerró el libro y lo guardó.

Miró a la señora, su perfil en ese momento que miraba de nuevo por la ventana. Parecía joven, pero tendría más de treinta años, rasgos finos y delicados. Era guapa. Su pelo era tan negro como la noche, estaba recogido en un moño sobre el cuello, y bajo su ropa de colores oscuros se adivinaba una buena figura. Se fijó en su mano, en el anillo en su dedo. Estaba casada, y no sabía si debía compadecerse del hombre.

-¿Hacia dónde se dirige?

Ella lo miró.

-¿Por qué crees que te respondería?

-Porque creo que sería justo que, ya que usted parece saber tanto de mí, pueda yo saber algo de usted, desconocida señora.

Ella sonrió.

-¿Te provoca mucha inseguridad tener esa desventaja con respecto a mí?

Él no respondió, manteniendo su cara seria, al igual que ella antes. Ella soltó una musical carcajada, conociendo el juego.

-Florida.

Se giró para abrir su bolso y sacar una cajetilla de tabaco y cerillas. Encendió un fino cigarro y lo mantuvo entre sus dedos, fumándolo lentamente. No se quitaban los ojos de encima, analizándose mutuamente. El joven tenía la cara de un niño, pensó ella. Mirada traviesa pero inteligente, aunque le quedaba mucho por aprender de la vida.

Le agradó, sin embargo, y decidió no hacer su viaje con ella tan insufrible. Le tendió la cajetilla de tabaco, él la miró durante un momento y le aceptó el ofrecimiento con un simple “Gracias”.

-Espero que lo aceptes como una disculpa.

Para la media noche habrían llegado a la estación donde ella abandonaba el tren, y sabía la vida que había después, su vida. Se merecía un poco de la droga llamada libertad que le daba ese tren hasta que llegase a su destino. No podría permitirse esa libertad en su ciudad, y aquel joven sería tan bueno como cualquier otro.

-Entonces… ¿acerté con mi suposición sobre su roto corazón?

El joven expulsó el humo y respondió firmemente.

-Sí.

-El amor está sobrevalorado.

-Yo no pienso eso, a pesar de mi nefasta experiencia.

Ella lo miró divertida.

-¿No cree que puede estar confundiendo la lujuria con el amor?

El joven se encogió de hombros, mirando hacia el suelo. También le habían dicho eso sus amigos, y él había llegado a pensarlo en los momentos más desesperados. Pero no lo sabía con seguridad.

-Si le contesto, no podría hacerlo con total sinceridad, pues ni mi cabeza se pone de acuerdo para responder una pregunta así.

-¿Fue la primera?

-Sí –respondió sin preámbulos, sin importarle lo que pensara ella.

-¿Fue la única?

Él la miró, no muy dispuesto a responder a eso, pero tampoco a dejarse acobardar por ello. Se sintió avergonzado y un poco atacado. No lo conocía de nada y ya sabía mucho sobre él. Decidió que jugaría su astuto juego. Quería que lo dejase en paz, y la mejor forma de que una mujer te dejase en paz era haciendo algo que la desagradara.

Levantó los ojos, y con una sonrisa ladeada le preguntó:

-¿Quiere ser la siguiente?

Las comisuras de los labios femeninos se elevaron, mirándolo ahora con picardía. Giró su cabeza a la ventana, la noche casi había caído sobre ellos.

-En unos minutos el tren estará solo iluminado por las lámparas. Esperemos hasta entonces.

El joven se impresionó, no se esperaba esa respuesta, pero no se iba a echar para atrás. Solo asintió y esperó.

Cuando las luces del pasillo del tren se encendieron, ella se levantó con mucha elegancia de su asiento para correr las cortinas de la puerta del compartimento, así nadie los vería ni los molestaría. Se quitó la rebeca, tirándola dejadamente en su asiento, y se puso delante del joven. Por la luz de la luna pudo el chico ver con relativa claridad la parsimonia y erotismo de sus movimientos.

Se quitó los zapatos, y le miró. Le mantuvo la mirada mientras se desabrochaba la falda, hasta que ésta cayó al suelo limpiamente en un desordenado montículo. Él no pudo evitar bajar la vista durante un segundo para ver las piernas de la mujer, pero esa muestra de leve debilidad frente a ella le hizo darse cuenta de quien llevaba las riendas de esa aventura, pues al alzar la vista, ella le estaba sonriendo, conocedora de su poder.

Salió del círculo que formaba la prenda a sus pies, acercándose más a él, y empezó a bajarse las medias, sin apartar su mirada, arqueando la espalda mientras se agachaba hasta llegar al suelo, sobresaliendo sus pechos. Se quitó la prenda delicadamente, se irguió en su estatura y se puso a horcajadas sobre él, dejando su pecho a la altura de su nariz. La agitada respiración del joven era audible. Él intentaba contener sus nervios, pero no estaba teniendo mucho éxito. Ella cogió una de sus manos y la puso sobre sus bragas.

-Arráncamelas.

Él obedeció, el sonido de la prenda rasgada hizo eco en aquel cubículo. Ella fue a cogerlas, pero él apartó la mano y las guardó en su bolsa de viaje.

Empezó a besarle suavemente y el chico no perdió el tiempo en empezar a acariciarle las piernas para enmascarar sus nervios. Fue subiendo sus manos poco a poco hasta su coño desnudo, y empezó a acariciarlo. Había cogido práctica con Olivia, y sabía algunas cosas que les gustaban a todas las mujeres. Dejó de besarla un momento al percatarse de una cosa.

-Tienes poco vello…

-Sí… me gusta ser coqueta…

El joven metió la lengua en la dulce boca femenina mientras llevaba sus dedos al interior de los labios vaginales. Con su pulgar le acarició el clítoris hasta que la mujer empezó a gemir en su boca, introdujo entonces dos dedos en su agujero, sorprendentemente estrecho, y descubrió que estaba húmeda.

Ella se dedicó a acariciar su verga por encima de su pantalón, ya dura como una roca. Cuando él le metió los dedos en su coño, ella decidió no quedarse atrás y le desabrochó el pantalón, bajándoselo todo lo que pudo para liberar el objeto de su deseo. Era más grande de lo que se esperaba para un chico con una cara tan aniñada, pero no le defraudó. Sin embargo, no le dio tiempo a acariciar la suave piel, pues el chico la cogió por el cuello y rompió el excitante beso.

-Chúpamela, como hacen las francesas.

Ella se rió levemente, mientras se levantaba y se ponía de rodillas en el suelo. El grueso pene delante de ella, de su boca, rozándola.

-Eres un poco joven para saber esas cosas, ¿no?

-Tiene razón, señora –dijo el joven agachándose levemente, moviendo una mano sobre su polla y llevando la otra, con una caricia disimulada, a la nuca de la mujer.- Por eso será usted quien me lo haga por primera vez.

Le empujó la nuca, hacia adelante, metiéndosela en la boca de una vez, llegando hasta su garganta, en un acto bestial que le provocó arcadas a la mujer. Ella intentó separarse, levantarse, para coger aire, pero el mantuvo su férreo agarre sobre su nuca e hizo presión sobre su cabeza con su otra mano, agarrando su pelo.

No empezó a embestir su boca de inmediato, sino que la dejó acostumbrarse, tranquilizarse, hasta que pudiese respirar. La sonrisa en su boca, pensó él mismo para sí, debía parecerse a la del joker de las cartas de póker. Ahora el control estaba en sus manos, literalmente.

La mujer tuvo que hacer algunos esfuerzos para no vomitar y encontrar el ritmo de su respiración. No era la primera vez que lo hacía, pero las otras veces no lo había hecho con una polla tan grande, ni la habían tratado de una manera tan brusca. Intentó mover la cabeza, pero fue inútil por el férreo agarre en su pelo, que hizo que se le saltaran algunas lágrimas de dolor. Ella quería empezar a hacerle al chico lo que le había pedido, pero él no le dejaba... ¿Por qu…?

Los pensamientos de la mujer no terminaron de formarse, pues el chico empezó a follarle la boca, como un animal en celo. Las arcadas se multiplicaron por las sucesivas embestidas, y ella hizo grandes esfuerzos para aguantarlas. Era como si le estuviese violando la boca. Tenía los ojos fuertemente cerrados y solo podía concentrarse en su garganta, en lo que sentía en ella con ese grueso miembro que llenaba toda su cavidad sin piedad.

La boca de la mujer era una delicia. Sabía que estaba siendo un bruto, pero eso solo lo hacía excitarse más. Le movía la cabeza como si fuese un juguete, apenas notando los débiles intentos de ella de zafarse de su agarre. Los sonidos de protesta que salían de sus labios, amortiguados por su pene, lo animaban a seguir, con más impulso… hasta que notó el calor que se le acumulaba en las pelotas, preludio de su orgasmo. Sacó su polla de golpe, y soltó el pelo de la mujer, quien se sentó tosiendo en el suelo. Lo miraba con resentimiento en sus ojos.

-Es usted un poco maleducado en los modos, joven –reprochó ella con voz ronca.

-Y usted muy poco profesional, me ha parecido a mí.

Ella le dedicó una sonrisa de suficiencia.

-¿Qué esperaba? Usted no tiene la intención de pagarme, ¿no?

Él la miró, acariciándose a sí mismo.

-¿Así que realmente es una prostituta? ¿Casada incluso?

-No soy ninguna prostituta, jovencito, solo que no dejé mi coño en el dormitorio cuando me casé –se incorporó, quedando de pie frente a él.- Si quieres que me comporte como una vulgar puta, solo dímelo. Pero te advierto, te cobraré después por ello. Si quieres el papel, será con todo lujo de detalles.

Él empezó a reírse.

-No pretendí tratarla como a una vulgar puta, le pido perdón por mis bruscos modales. Pero comprenda usted que la única mujer con la que he tratado de una forma tan íntima tenía las maneras de una, y no estoy acostumbrado a lo contrario, a follar con damas. Le reitero mis disculpas si he malinterpretado sus actos.

Ella lo miró, alzando una ceja.

-No sé si su muestra de cortesía y educación me excita o me enfría.

-¿Le gusta bruto y salvaje? –preguntó el joven, alzando sus cejas con ironía.

-Me gusta duro y apasionado. No se confunda.

Él la miró, sonriendo. Iba a mover pieza, le tocase o no.

-Quítese la blusa –ella solo lo miró, quieta, retándole a continuar con su orden.- Por favor, quítese la blusa o se la arrancaré yo.

Ella sonrió, y empezó a quitársela. Se desprendió del sujetador después de cumplir el mandato, dejando libres unos senos bonitos, en opinión del chico. No pudo evitar compararlos con los de Olivia, y decidió que éstos eran mejores, más grandes, más llenos, más… jugosos.

Ella se dio cuenta de su escrutinio, y le gustó ver como se relamía los labios. El leve frescor del compartimento hizo que sus pezones se pusieran un poco duros, lo suficientes para atraer la atención del joven, que acariciaba su polla aun, cubierta con su saliva. Se quitó el recogido de un solo movimiento de muñeca, dejando que su pelo cayese por su espalda y por sus hombros, provocando algunos mechones cosquillas en sus pechos.

-¿Se ha vuelto tímida ahora, señora? –preguntó el joven en tono burlón.

-No, solo me pongo más cómoda. Espero que no le importe.

-En absoluto –dijo él levantándose y poniéndose delante de ella.

Dejó su polla y llevó sus manos a las tetas de la mujer, masajeándolas, palpándolas durante unos momentos antes de llevar su boca para probarlas… Y estaban deliciosas, ambas. Pero no disfrutó mucho de esos manjares, pues ella le cogió del pelo y le levantó la cabeza, mirándole a la cara. Llevó sus manos al pecho de él y lo empujó. Cayó en su asiento de nuevo, prácticamente hipnotizado por el cuerpo de la mujer.

Se acercó a él, se puso de espaldas, sus piernas a ambos lados de las rodillas del joven, y arqueando levemente la espalda para que su culo resaltase ante la mirada ávida del chico, empezó a bajar. Llevó sus manos al asiento de él, enjaulándolo en sus brazos, hasta que estuvo justo donde quería, con su coño rozando la punta de la joven polla. Él la tenía recta, con sus manos sujetándola por la base, y ella se encargó de descender, poco a poco, sin prisa. Lo sentía todo, como la llenaba, lo ancha que era, y se debatía entre seguir disfrutando de esa tortura poco a poco o bajar rápido y empezar a follarse ese maravilloso miembro.

El chico respiraba entrecortadamente. Había apoyado su cabeza en el asiento, y tenía los ojos cerrados, solo sintiendo como el coño de la mujer lo engullía entero, lentamente. Quitó su mano de su base cuando sintió su pene metido hasta la mitad, siendo apretado por las calientes paredes internas de la mujer. Podía oír su respiración, tranquila, pero excitada, como él.

Llegó hasta el final, respiró hondo y miró hacia abajo, viendo los testículos del chico a pocos milímetros de su coño. Estaba entero dentro de ella, la llenaba por completo, hasta casi el punto del dolor. Llevó una de sus manos a las bolas suaves y empezó a acariciarlas, y él soltó un gemido gutural desde la garganta. Ella sonrió, “seguramente es la primera vez que le hacen algo así”.

A las delicadas caricias, le siguió el movimiento. Ella movía sus caderas en círculos, haciendo que su polla sintiese todo lo que hacía, rozándose por todo su coño, sintiéndolo todo. Llevó sus manos a sus caderas, no para dirigirla, solo para acariciarla. Era una profesional, le encantaba lo que le hacía, como mimaba sus pelotas, como se movía alrededor de su polla como si fuese el centro del mundo.

Apoyándose bien para mantener el equilibrio, empezó a subir y bajar, perezosamente, con los jadeos del joven de fondo. Dejó de acariciar los testículos, y llevó de nuevo su mano al asiento del chico, para coger más impulso en lo que hacía. A medida que iba aumentando el ritmo, las manos temblorosas del chico pasaron de sus caderas a sus pechos, manteniéndolas ahí durante unos instantes.

El joven hizo grandes esfuerzos para concentrarse en masturbar los pezones de la mujer. Los recordaba a la perfección, no eran pequeños, pero eran dos círculos perfectos, cualquier hombre querría amamantarlos, él se consideraba afortunado por haberlos catado aunque hubiese sido brevemente. Movió sus pulgares sobre el pico, y descubrió que se pusieron duros como el granito con el más mínimo roce. Ella echó su cabeza hacia atrás, gimiendo de placer, con su pelo cayéndole por toda la espalda hasta la cintura, sin dejar de moverse ni perder el ritmo. El olor de su pelo, a melocotones dulces y maduros, despertó en él un frenesí, adrenalina caliente que le impulsaba a hacer algo.

Cogió el largo pelo de la mujer en un puño, y lo tiró hacia atrás, obligando a la mujer a volver la cara hacia la suya. Comenzó a besarla con avidez y hasta brusquedad, pero a ella no pareció disgustarle y le devolvió los agresivos besos. La entretuvo con su lengua metida en su boca, mientras alejaba su otra mano de su pecho y la llevaba a la entrepierna de la mujer.

Los fluidos  femeninos mancharon sus dedos, y los labios de ella le atacaron cuando sintió la caricia en sus labios vaginales en el fulgor sexual. Acarició con su pulgar el clítoris, duro y mojado, pero fue solo durante unos breves segundos, pues a los siguientes, lo apretó con dos dedos.

Un gemido agudo, entre la protesta y el deleite, resonó en su garganta. Le había dolido un poco el leve apretón, pero eso había hecho que se mojase más, que sus movimientos fuesen más rudos y rápidos… y al instante siguiente, volvió a acariciarle el pequeño bulto, como disculpándose por su pellizco descortés… Y a los pocos segundos, de nuevo la opresión de los dedos, y de nuevo el dolor provocador. Sus caderas eran violentas, su coño estaba impaciente, ardiente, con ganas de más. Necesitaba correrse, pero con la pequeña tortura que le daban esos dedos. Solo una vez más y no le importaría si su gemido se escuchaba por todo el vagón o por todo el tren.

Sabía que estaba a punto de derramar todo su orgasmo sobre su polla, por eso el último apretón tardó unos segundos más, oprimiendo los labios de ellas sobre los suyos para ahogar sus sonidos. Y lo sintió fuerte. Sus sacudidas y temblores por todo su cuerpo, su respiración fuerte y cortada, notaba su pulso en su clítoris y su coño estremeciéndose con el orgasmo, llenando su polla de líquido que se resbalaba hasta sus testículos.

Ella dejó caer su cabeza en el hombro del joven, exhausta. Las fuerzas la habían abandonado y ni sus piernas ni sus brazos le responderían ni aunque quisiera. Su cerebro estaba en blanco y su respiración era pesada, su coño aun latía por el orgasmo, haciendo que notase aun más la gran dureza que estaba aun dentro de ella… y que aun no se había corrido.

Él la agarró por la cintura, no pesaba mucho, y cualquier esfuerzo que tuviese que hacer para levantarla no se compararía con el esfuerzo que había hecho él para no soltar toda su leche en aquel coño que lo apretaba tanto e intentaba exprimirlo.

Empezó a levantarse del asiento, y ella quiso levantarse de su regazo para hacerle más fáciles los movimientos, pero él no la dejó. La agarró firmemente y se levantó de su lugar, sin sacar su pene de aquel glorioso agujero. Ella no comprendió lo que iba a hacer hasta que vio la ventana a unos centímetros de su cara.

El joven la empujó contra el cristal y todo su cuerpo se estremeció por el brusco cambio de temperatura, sobre todo sus pechos, aplastados contra el frío material. Giró su cara para un lado, y notó la prisión que él formó con su propio cuerpo para que ella no pudiese alejarse de la ventana. Él le separó las piernas con las suyas, mientras respiraba el olor de su pelo.

La cogió por las caderas y la apretó más contra su entrepierna, profundizando su polla en aquel coño suave y cálido. Sonrió sobre el pelo de ella, sabiéndose poderoso, y dio su primera embestida, fuerte. Ella jadeó, no sabía si por la sorpresa o porque le había dolido, pero no le importó mucho.

-Ahora, me toca a mí…-dijo en un susurro mientras llevaba con una de sus manos una de las de ellas por encima de sus cabezas, pegadas siempre al cristal- si es tan amable y no le importa, señora…

Comenzó a follarla, como nunca antes había follado en su vida. Con vigor, energía y desenfreno. Por primera vez, no buscaba el placer o el bienestar de la otra persona durante el sexo, solo se preocupó de él, de su polla. Vio los dientes de ella apretando su labio inferior para no gritar, con los ojos fuertemente cerrados, y le excitó más la idea de que le estaba dando tan duro que le dolía y le gustaba al mismo tiempo.

Era un animal en celo follando a una hembra, salvaje, duro. No tenía cerebro, no sentía nada más, solo la polla entrando y saliendo de su coño a un ritmo increíble, haciéndole daño al tiempo que le ponía más cachonda, más caliente, más ansiosa de sexo y descontrol. No le importaba el dolor, solo que siguiera follándola como si fuese una vulgar puta.

Quería volver a correrse. Solo ese pensamiento la excitó más. Quería correrse como la mejor de las putas, como la más ninfómana de las prostitutas, sedienta de semen, con el coño siempre ansioso de más…

-Vamos… chico… fóllame más duro… -comenzó a balbucear.- Lo quiero… Mi coño lo necesita… más duro… sí… así…

Los gemidos entre las palabras de la mujer lo pusieron fuera de sí. Estaba sudando, el cristal estaba empañado y tenía la polla y las pelotas tan duras que creía que podrían romperse. Iba a correrse, ya no había más aguante ni vuelta atrás, así que solo apoyó su cabeza sobre la ventana y se dejó llevar. Sintió como los primeros chorros salieron de él, y el coño de la mujer volvió a apretarlo como antes… su propio clímax había provocado el de ella. No dejó de embestir, no tan fuerte, pero siguió haciéndolo, alargando la placentera sensación de que era su propia energía la que le salía por la polla en lugar de su semen.

El blanquecino líquido goteaba de su vagina llenando el suelo debajo de ella, pero le daba igual. Él cesó su agarre sobre ella, saliendo poco a poco, y yendo a sentarse en su asiento, y ella dejó que su cuerpo resbalase hasta el suelo, sentándose en el mismo.

Su coño tenía aun las réplicas del segundo orgasmo, y la sensación de toda aquella leche saliendo de ella era muy placentera. Cerró los ojos y se concentró solo en eso, en notar todo el líquido que aun tenía y todo el que iba saliendo entre sus labios vaginales. Sabía que debía limpiarse y prepararse para cuando llegase a su destino, pero no quería salir de aquel estado de relajada embriaguez.

Se obligó a abrir los ojos al poco rato, y vio al joven ya vestido, observándola con una sonrisa engreída en los labios. Se puso de pie poco a poco, probando la estabilidad de sus piernas y su equilibrio, y comenzó a vestirse. Miró por la ventana, y vio a lo lejos algunos carteles publicitarios que anunciaban cigarrillos y playas soleadas… faltaba poco para su destino.

Se sentó cuando estuvo vestida y peinada de nuevo. El joven no había dejado de mirarla. Ella cogió otro cigarrillo de la cajetilla y volvió a ofrecerle a él, quien aceptó de nuevo el ofrecimiento.

-¿Cómo te llamas? –le preguntó exhalando el humo por sus delicados labios.

El sonrió, irónico.

-¿Importa mucho mi nombre ahora?

-No, solo era curiosidad –respondió ella encogiéndose de hombros.

-David. ¿Y usted?

-Madeleine.

-Bonito nombre, encantado.

-Sí… muy bíblico…

Ella miró unos instantes más por la ventana, sin vaho apenas en esos momentos, pensativa, olvidándose de fumar. El chico se había acabado el suyo cuando ella se levantó de su asiento para coger su maleta de la repisa del compartimento, y él se apresuró a ayudarle. Ella le sonrió y le entregó su cigarrillo a medio acabar, apagado.

-Para que me recuerdes.

-Insulta a mi memoria si cree que olvidaré algo como este viaje.

Ella sonrió y le dio un casto beso en los labios.

-Que le vaya bien, joven David.

-Lo mismo le deseo a usted, Madeleine.

Ella salió del compartimento, y él se quedó parado donde estaba. El sonido del tren indicaba que ya estaba ralentizando su velocidad, y el fuerte bocinazo avisaba a los pasajeros de la inminente parada. Miró por la ventana, al grupo de gente que esperaba en el andén a los pasajeros, todos con expresiones alegres, ansiosas, cansadas… Y la vio a ella salir del vagón y dirigirse a un señor lo suficientemente cerca de su ventana como para distinguir el pelo canoso, algunas arrugas alrededor de unas gafas redondas, vestido de una manera simple… y con un alzacuellos. Se quedó paralizado durante un segundo. ¿Su marido era un pastor de la Iglesia Presbiteriana?

El hombre sonrió y la abrazó, y ella le devolvió el abrazo, saliendo del andén con las manos entrelazadas… No pudo ver si sonreía, porque ella no volvió para darle ni una última mirada, solo se alejó.

David se quedó pensando mientras el tren reanudaba su marcha, mirando las manchas de su semen en el suelo y acariciando con sus dedos el cigarrillo de ella.

Seguramente se verían en el Infierno…