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Realidades VI (Final)

en Sexo Anal

Todo el mundo tiene secretos, y todos los secretos pueden clasificarse entre los que nos llevamos a la tumba y los que necesitamos contar en algún momento para sobrellevar la carga de los mismos. Samuel sabía eso por experiencia propia. Al igual que el resto de sus compañeros, conocidos y vecinos del barrio tenía mucho en su cabeza que nunca le contaría a nadie, al menos cuerdo.

Nadie le preguntaba, y él no le preguntaba a nadie. Era una máxima en aquel barrio. Sin embargo, la desconfianza era lo que le carcomía por dentro. No la que pudiese sentir hacia el resto, sino la que no le tenían a él después de tanto tiempo de amistad. Al fin y al cabo, Damián era su único amigo, pero no parecía que fuese recíproco.

Después de todos los problemas con los que había lidiado desde pequeño, su carácter había mejorado, pero le había costado mucho esfuerzo y paciencia. Había hecho cosas de las que se arrepentía y le habían costado la pérdida de muchos a pesar de haber estado el primero cuando se trataba de contar con alguien, pero resultó que nadie estuvo para él cuando los necesitó. Valoraba más a los poquísimos amigos que tenía ahora, y creía que era algo recíproco, de lo contrario le gustaría saberlo cuanto antes para no sufrir como en el pasado.

Durante todo el fin de semana había intentado sonsacarle a Damián el asunto de Sara, pero siempre ocurría algo para que no pudiese hablar lo suficiente con su amigo. Decidió ir directo al grano la próxima vez.

Era un lunes caluroso, nada raro tratándose del mes de mayo. Las clases habían acabado, a la expectativa de los alumnos de conocer sus calificaciones y saber si podrían presentarse a las pruebas de selectividad semanas después. “Estará en el taller de Don Luis”, pensó Samuel cuando salía de su casa.

El camino se le hizo corto mientras reflexionaba. Sabía que Damián no era de encoñarse con ninguna tía, pero Sara era diferente, de otra manera habría fardado de que se la había tirado como hacía con el resto de chicas con las que se acostaba. Pero aunque fuese así, el orgullo de Damián no le permitiría confesarlo en voz alta, ni siquiera a sí mismo. Mientras cruzaba la calle hasta la entrada del taller, tenía la esperanza de que fuese ese el motivo del secretismo de su amigo y no su falta de desconfianza hacia él.

Don Luis lo saludó con la cabeza cuando salía de su negocio contestando al teléfono. Con lo que se enrollaba hablando en el aparato, Samuel tendría bastante tiempo para hacer confesar a su amigo.

Damián estaba concentrado en el motor de un coche, de espaldas a la entrada, por lo que no lo vio llegar.

-¿Qué pasa, tío? –Saludó Samuel con un apretón en el hombro, sobresaltando un poco a su amigo.

-Eh. Hola. Aquí estamos buscando el fallo en el motor –contestó Damián volviendo su atención al núcleo del coche.

-¿Estamos? –Preguntó Samuel.

-Sí, yo también estoy ayudando a Damián –contestó Óscar situándose al lado de éste y entregándole una lata de cerveza.- ¿Quieres una? –Ofreció.

-No… gracias.

Los dos volvieron a mirar detenidamente el motor mientras bebían, ensimismados. Samuel sabía que la amistad entre Damián y Óscar estaba reconstruyéndose poco a poco, pero algo le decía que si hablase directamente del tema de Sara, Óscar sabría más que él. Y eso le jodía.

-Oye, tío…-empezó- me estaba preguntando… ¿Hace cuanto que no follas?

Ambos lo miraron, Damián con una mezcla de extrañeza y precaución, Óscar con la tensión reflejándose en sus ojos. “Sabe que lo sé”, pensó para sí.

-¿Por qué lo preguntas? –Dijo Damián sonriendo divertido.- ¿Llevas una lista de mi vida sexual?

-¡No! Joder, no… Solo lo decía porque no me has hablado sobre ese tema. Ya sabes, antes me comentabas y aconsejabas con quien enrollarme por tu propia experiencia, pero… hace tiempo que no me dices nada.

-Hemos estado liados con los últimos exámenes, no he pensado en tías desde hace un mes o más –contestó Damián encogiéndose de hombros y volviendo su atención al motor.

Óscar fingió concentrarse también en él, pero sabía que no había terminado la conversación.

-¿Y con quien te gustaría acostarte ahora? –Preguntó con un inocente tono curioso mientras se metía las manos en los bolsillos de los vaqueros.

Damián suspiró sin apartar su vista del motor.

-Y yo qué sé… ya veré… -respondió vagamente.

Es hora de coger el toro por los cuernos”, se dijo Samuel. Se acercó a Damián, mirando un momento hacia atrás para comprobar que no había nadie más en el taller, y bajando la voz, conocedor de la vaga atención que su amigo le tenía en ese momento, dijo:

-Llevo un tiempo preguntándome… ¿Cómo follará Sarita?

El cuerpo de Damián se puso en tensión, dándole toda su atención e intentando disimular su estado.

-¿Por qué lo preguntas?

-Vamos… ¿nunca te has preguntado cómo sería follársela? –Damián se encogió de hombros, restándole importancia a la pregunta.- Joder, yo llevo imaginándomelo mucho tiempo... Tiene que ser de las que le gusta duro y fuerte… O puede que incluso le guste el sado… ¿Crees que lo habrá probado por el culo?... Y con esa boca…

No pudo terminar la frase. Damián soltó la lata de cerveza, dejándola caer estrepitosamente al suelo, le dio un fuerte empujón y lo agarró de la camiseta antes de que Óscar pudiese ponerse en medio de ambos. Samuel tuvo que aguantarse las ganas de sonreír. Lo tenía donde quería, pero le faltaba un poco.

-Tranquilízate, tío...

-¿Por qué me estas preguntando eso sobre Sara?... –Damián respiró hondo y preguntó directamente.- ¿Qué coño sabes?

Samuel se puso completamente serio.

-Sé que habéis estado follando durante un tiempo y que fuiste lo suficientemente estúpido como para no usar un condón.

Respirando profundamente y sin dejar de mirar a su amigo a los ojos, Damián lo soltó, retrocediendo un paso. Óscar no se dejó engañar por esa tranquila reacción.

-O sea, que Sara te lo ha contado todo.

-No. Lo escuché. El viernes hiciste algo para molestarla y se fue a casa de Lidia a desahogarse. Yo estaba allí, pero me escondí en el armario para que no me viera. Lidia intentó sonsacarle quien era el tío que la había cabreado tanto, pero ella no dijo tu nombre… hasta que tuvo las defensas bajas y se olvidó de no decirlo… Y te nombró a ti…

Damián suspiró, pareciendo muy cansado.

-¿Qué más dijo?

-Que no eráis novios –levantó un dedo,- que te comportaste como un capullo posesivo- levantó otro,- y que la dejaste frustrada.

-No se habría ido frustrada si se hubiese dejado de tonterías… -dijo enfadado Damián.

-O sea, que lo de capullo posesivo es verdad –aventuró rápidamente Samuel.

-¡No! Claro que no, joder. Me importa una mierda lo que ella haga…

-¿Entonces no te importaría si otra polla entra en ese coñito que solo tú has explorado? –presionó.

Los ojos de Damián reflejaban una rabia casi inhumana.

-¿Por qué? ¿También quieres follártela? –Preguntó fríamente.

Samuel tuvo que aguantarse la risa, pues sabía que se arriesgaba a llevarse una hostia que ni Óscar podría parar.

-No, me cae bien Sarita a pesar de ser tan guerrera a veces. Además, no me acostaría con la tía que le gusta a mi amigo.

-Ella no me gusta…-dijo más tranquilo Damián.

-Ya… por eso no se lo has dicho a nadie, ¿no? –La tensión pareció volver a los hombros de su amigo.- Oye, me ha jodido que no me lo contases y que tuviese que enterarme por casualidad… Creí que éramos amigos…

Damián miró un par de segundos al suelo, con actitud culpable.

-Sabes que hay cosas que no se las contaría a nadie…-dijo, y los tres sabían a lo que se refería.

-Lo sé… Bueno, ya no importa… Siento haberte presionado, pero quería saber porqué no me lo habías dicho y… Ahora ya lo sé.

Samuel se dio la vuelta para irse, pero esta vez fue el turno de Damián de fruncir el ceño extrañado. Lo alcanzó en un par de zancadas, poniéndose frente a él, seguido del precavido Óscar.

-Dime una cosa, ¿qué se supone que sabes?

-Que te gusta Sara –respondió Samuel.

Con una sonrisa tranquila, Damián negó con la cabeza.

-No, te equivocas.

-Eres un jodido cabezota, sabes que llevo razón.

-No, no la llevas.

Samuel decidió volver a presionarlo un poco, para que él mismo se diese cuenta.

-Entonces respóndeme a la pregunta de antes.

-¿Qué pregunta?

-¿No te importaría si otra polla se mete en el coñito de Sara?

Damián se cruzó de brazos mientras una vena en su cuello palpitaba. “Fachada”, pensó Samuel.

-No, no me importa una jodida mierda. ¿Convencido?

Samuel entrecerró los ojos. No tenía mucho sentido presionarlo para que reconociese algo que no quería admitir. Tampoco quería meterse en la vida de su amigo, pues el puñetazo aun era factible.

-Está bien, no insistiré más –dijo encogiéndose de un hombro.

-Genial…

 -Solo… voy a pedirte una cosa… Cuando sepas… si tus actos han tenido consecuencias, avísame.

Las arrugas en la frente volvieron a aparecer.

-¿Qué?

-Que cuando lo sepas, me digas si… -Damián seguía sin coger la indirecta.- Si Sarita y tú vais a ser papás, joder…

Damián se quedó sin palabras, no sabía que responderle a su amigo. Sabía que era lo más probable, había estado follando con Sara sin preservativos durante casi un mes. Y aunque después del día que la encontró por la calle, cuando había salido del hospital con su padre, no había vuelto a correrse dentro de ella, no pondría la mano en el fuego por la “marcha atrás” que había practicado el resto de las ocasiones.

-No creo que quiera hablar conmigo –murmuró algo avergonzado.

Ni siquiera podía mirar a sus amigos a la cara. Se sentía como un gilipollas por no haber tomado precauciones con Sara.

-Déjate de estupideces, tío. Tienes que hablar con ella.

-Ya… Me arrancará la garganta antes de que pueda decir una palabra –se concentró en mirar el sucio suelo.- Además… si ocurriese algo… Ella me lo diría.

Esta vez fue Óscar quien habló:

-Deja de poner putas excusas y habla con Sara de una jodida vez –Damián lo miró con resentimiento, era la primera vez que le hablaba sin titubear desde que se había mudado a su casa pues sabía que aun no las tenía todas consigo en lo que al respeto de su amigo se refería.- Si tuviste cojones para follártela, tenlos también para hablar con ella.

-No me vengas con discursos sobre el valor y la moral… Aun hay veces que me aguanto las ganas de pegarte un puñetazo cuando te veo salir de la habitación de mi madre.

Samuel no mostró ninguna reacción al conocer el motivo de las desavenencias entre Damián y Óscar, solo se quedó ahí, estoico, pues si mostraba su sorpresa de alguna manera recaerían sobre él la ira y la tensión reprimida.

-Sigues siendo mi amigo, y no voy a callarme lo que tenga que decirte porque esté con tu madre.

Hubo un segundo, un solo segundo, en el que Damián se habría abalanzado sobre Óscar para pelear con él, pero como siempre, se aguantaba. Era lo mejor.

Sus amigos tenían razón, debía hablar con Sara para zanjar todo el asunto que lo estaba volviendo loco.

Debes hacerte la prueba… No quieres, pero sabes que debes hacerlo…”, se decía a sí misma. Ese era el día que debía bajarle la regla, y ese día había comenzado hacía once horas y diecisiete minutos… dieciocho. Aun quedaban muchas horas, minutos y segundos para que la jodida menstruación hiciese acto de presencia.

Se incorporó, sentándose en su cama y mirando hacia la ventana cerrada, la adrenalina corriendo por sus venas a pesar del cansancio acumulado. No había podido dormir mucho durante el fin de semana, tenía demasiadas cosas en las que pensar.

Después de lo ocurrido con Lidia se había sentido fatal, no por el sexo que habían tenido, sino porque no sabía cómo actuar con ella tras… haberse follado mutuamente. Y sin embargo, su amiga la había llamado al día siguiente para asegurarse que estaba bien, o como mínimo, que no le había dado un ataque de histeria. Durante su larguísima conversación le había asegurado que su amistad seguiría siendo la misma, que nada había cambiado entre ellas, había intentado convencerla de salir, de desahogarse, pero sobre todo, de hacerse la prueba de embarazo… y ella se había negado en rotundo, más por miedo que por testarudez.

No obstante, era algo que tenía que hacer. Había pasado por el abandono de su madre, aguantado los vicios de su padre, cuidado de su abuela y soportado las consecuencias de todo ella sola, desde que tenía casi catorce años. Podría con esto, pasase lo que pasase, lo sabía… Solo tenía que encontrar el valor.

Respiró profundamente, con los ojos cerrados, intentando ordenar sus pensamientos en vano. Salió de la cama y se quedó parada frente a la ventana de su habitación, viendo los pequeños haces de luz que intentaban luchar contra la oscuridad escudada tras la persiana. “Y pensar que todo comenzó tras esta ventana…”, reflexionó.

Subió la persiana y abrió la ventana para que su cuarto se airease, reacia a mirar hacia la casa de Damián. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar con él, pero en esos momentos no se sentía con fuerzas para verlo.

Salió de su habitación, sabiendo que se encontraba sola en la casa. Su abuela había salido hacía rato, y su padre no había vuelto desde hacía dos días, por lo que el suave y pesado silencio se instaló como una montaña en sus hombros, sin darle oportunidad de expulsar la tensión de su cuerpo ni de su mente.

Se fue al baño para ducharse, rehuyendo su reflejo en el espejo sin saber realmente porqué. Se desvistió y se puso bajo los delgados chorros de la ducha, cabizbaja, embobada en los surcos que el agua formaba en su piel mientras caían. La espuma se mezclaba con el agua y se iba por el desagüe en una veloz carrera, haciendo que estuviese limpia en poco tiempo, sin darle otra opción que salir de aquel relajante lugar.

Se secó metódicamente, dejando la toalla en el cesto de la ropa sucia, saliendo completamente desnuda del baño, ignorando las pequeñas gotitas que caían de su pelo y mojaban sus hombros, su espalda y sus pechos. Ensimismada, entró en su habitación, sin percatarse de nada, como un robot, abrió su armario y miró su ropa, sin ver realmente nada.

-¿Sara?

Se giró asustada, tapándose los pechos y la zona púbica, preparada para gritar si hacía falta. Damián estaba sentado en su cama, con las manos en alto, en señal de rendición, para tranquilizarla. Pasaron varios segundos, o minutos, no lo supo muy bien, hasta que su respiración se normalizó y recuperó su capacidad de hablar.

-¡¿Qué coño estás haciendo aquí?! –dijo casi gritando.

-Solo…-empezó a decir con las manos aun en alto-… quería verte… y hablar contigo. No pretendía asustarte, lo siento.

-Mi abuela podría estar aquí, imbécil –susurró exasperada.

-He estado escuchando, y no había ningún otro ruido salvo la ducha, donde estabas tú –comenzó a levantarse lentamente, acercándose a ella solo un par de pasos.- Si hubiese escuchado que alguien más estaba aquí, o llegaba, me habría ido –dijo señalando a la ventana.

Sara lo miró, más tranquila esta vez, relajando su postura. La mirada de Damián se posó en sus pechos por un segundo, lo suficiente para recordarle que no había ninguna prenda de ropa tapando su cuerpo tan bien conocido por él, pero a ella no le importó. Tenía cosas más importantes en las que pensar que provocarle una erección.

-Bueno, ¿qué quieres?

Damián no contestó, solo la miró a los ojos un momento antes de girarse a su cama y coger algo de ella. Cuando volvió a mirarla, alargó su brazo para darle una caja. Sara solo se quedó mirándola, sin la menor intención de cogerla. Pasaron unos larguísimos minutos antes de que Damián volviese a hablar.

-Sara… es… es una prueba de em…

-¡Ya sé lo que es, gilipollas! –exclamó, dirigiéndole una mirada colérica.

Damián bajó el brazo, intentando respirar calmadamente. Estaba muy nervioso, casi al borde del colapso. Sabía que no podía obligarla a hacérselo, pero él necesitaba una respuesta para poder dormir tranquilo de una jodida vez.

-Háztelo, por favor –pidió con voz suave.

Sara negó con la cabeza.

-N-no.

Damián sintió los bellos de su nuca ponerse de punta.

-¿Ya te lo has hecho?

-No –respondió Sara bajando su brazo y descubriendo su pecho, con actitud derrotada.

-Entonces, ¿sabes si estas…?

-No… No lo sé –dijo mirando al suelo.

Damián respiró hondo. No disponía de mucha más paciencia ni autocontrol, pero debía aguantar un poco más. En esos momentos detestaba a Sara más de lo que alguna vez lo había hecho desde que la conocía, pero necesitaba saber si…

-Sara, por favor…

-¡N-no puedo! ¡¿Vale?! –Exclamó ella.- ¡No puedo hacerlo sabiendo que puede que dé positivo!

Respiró hondo una vez más.

-Sara, comprendo que tengas miedo, pero necesitamos saber si estas… -no pudo terminar.

-¿Ves? Ni siquiera puedes terminar la frase –acusó Sara.

Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis…”, contaba mientras inspiraba lentamente, con los ojos cerrados.

-Ya me has causado bastantes problemas, Damián. Esto… esta situación es culpa tuya –reprochó Sara con una fría voz.

Y Damián explotó.

-Si no recuerdo mal… -empezó a decir en voz baja mientras abría los ojos de nuevo y la miraba- fuiste tú la que viniste a mi casa la primera vez que follamos, Sarita –dio un paso más, para estar a un  metro de ella.- Así que no intentes joderme… Tú eres tan culpable como yo.

-Yo no quería follar contigo, solo quería desahogarme durante un rato, desquitarme de toda la mierda que me rodeaba… y tú eras la opción más cercana que tenía… Pero me la metiste a traición…

-¡Sí! Venga, adelante… ¡Acúsame de violarte!… Yo soy el jodido monstruo que te penetró sin tu consentimiento, ¿no? ¡Como si tú no lo hubieses disfrutado!

Sara no supo que decir en ese momento. Ambos estaban muy nerviosos y sus respiraciones estaban agitadas.

-Vete –ordenó ella.

-Hazte la puta prueba y consideraré si me voy.

-Te he dicho… -repitió Sara apretando los dientes- que te vayas… ¡VETE! –gritó.

Ese era el momento, el instante en el que las acciones y decisiones que tomamos cambian nuestra vida y, hasta cierto punto, nuestra manera de ser.

Damián no se movió. No iba a irse ni a hacer nada. Se mantuvo estoico donde estaba, con la mirada fija en el rostro de Sara durante minutos que parecieron eternos.

-¿Por qué no te vas? ¡Lárgate! –chilló ella.

Comenzó a empujarlo, a pegarle puñetazos en el pecho, histérica, ansiosa de alguna reacción… pero él no se inmutó. Aguantó los golpes, dejando que sus ojos resbalasen por el desnudo cuerpo femenino, escuchando los sonidos exasperados y jadeos de Sara. Sus insultos no le molestaban, su actitud se fortalecía más al ver la desesperación de la chica.

-… ¡Idiota! –Chillaba Sara.- ¡Te odio! ¡Te odio! ¡TE ODIO, HIJO DE PUTA!...

Damián la cogió sin previo aviso por las muñecas, se giró y la tiró encima de la cama. Los gritos cesaron por la sorpresa de Sara ante el rápido movimiento. Intentó levantarse de la cama, pero la mano de Damián se posó en medio de su espalda con fuerza, impidiéndole cualquier movimiento. Por un momento, el miedo la invadió. Le costaba llevar el oxígeno a sus pulmones, sobre todo en aquella posición.

-D-Damián… -susurró- ¿Qué…?

La quemadura de un tortazo en una de sus nalgas cortó su pregunta. La siguiente no se hizo esperar, haciéndola jadear por el sonoro chasquido, cual látigo. Vinieron varias más, fuertes, rápidas y dolorosas, que la hicieron sentir bien de alguna extraña manera. Sus abrasadas nalgas palpitaban, y ese intermitente dolor de alguna manera le daba cierto alivio a su cerebro por sus acciones. En el fondo sabía que se merecía ese castigo, por haber sido imprudente cuando tenía sexo con Damián y… por lo que acababa de decirle.

Solo le habían pegado en otra ocasión en su vida, cuando su padre le había dado una paliza que le había costado su respeto y confianza para el resto de su vida. Pero en esta ocasión era diferente. Se merecía ese castigo, y sin embargo, estaba agradecida por su penitencia… hasta el punto de sentirse mejor consigo misma a pesar del dolor en sus nalgas.

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos, que no se dio cuenta que Damián había parado.

-No vuelvas a llamarme así –dijo él con voz amenazante.

Ella asintió. Se arrepentía, pero no se encontraba con las suficientes fuerzas como para decírselo. Solo miraba a la nada, con la mente en blanco, sintiendo como sus nalgas ardían.

Durante unos minutos, Damián se asustó. Le había dado muy fuerte y su culo se veía muy rojo y sensible, pero no se esperaba el repentino mutismo de Sara. Empezó a preocuparse por haber sido tan bruto. Se apartó de ella poco a poco, mirando su paralizado cuerpo, como si fuese una delicada muñeca. Sintió lástima y decidió ir a buscar algo para intentar aliviar el dolor. En el baño encontró una crema hidratante y regresó a la habitación con ella. Sara no se había movido ni un ápice, ni siquiera estaba seguro de que había pestañeado.

Un lastimero gemido escapó de sus labios al sentir el frío líquido en sus nalgas. Se estremeció a medida que sentía como la mano de Damián lo extendía con un delicado masaje. Se permitió cerrar los ojos y deleitarse de esas caricias. Los masculinos dedos se deslizaban sin prisa por toda la magullada piel, esparciendo la frescura, aliviando la quemazón.

Los suaves ruiditos que hacía Sara empezaban a excitarlo. Los blanquecinos glúteos ocupaban todo su cerebro, manteniendo sus manos ocupadas, sin querer despegarlas de ellos. Eran como dos redondeados globos, prietos y sedosos. Los había sujetado en varias ocasiones mientras follaban, pero no los había acariciado como hacía en esos momentos. Sentado en la cama, con la pegajosa crema llenando las palmas de sus manos, dejó de pensar y solo le dio libre albedrío a sus dedos para continuar.

No supo cuanto tiempo exactamente estuvo hipnotizado con la visión de su culo, pero algo le hizo mirar la cara de Sara. Y lo que vio le gustó y le sorprendió a partes iguales. La chica tenía la expresión relajada, los ojos casi cerrados y los labios separados, el rizado pelo revuelto dándole el aspecto de una diosa. Los gemidos suspirados le probaban el disfrute de Sara, tan diferente de la chica que le estaba gritando hacía un rato.

Le gustaba esa Sara, la que no discutía con él ni se ponía histérica, la que se parecía más a una persona que a un basilisco. Jamás lo reconocería en voz alta, pero disfrutaba de su compañía cuando estaba así, pareciendo más… cercana. El problema es que solo la veía así después de un polvo.

Sentía como si hubiesen pasado años desde la última vez que la tocó, y de pronto quiso volver a hacerlo, impaciente por escucharla gritar como si no hubiese mañana, como si no importase nada más para ella que continuase dándole placer.

Sin importarle si manchaba algo, cogió la almohada de Sara con una mano y agarró a Sara por la cintura para levantar su cuerpo un poco. Ella se removió, saliendo de su ensoñación e intentando incorporarse, pero él la detuvo.

-Déjame, quiero hacer esto.

Sabía que Sara no había pensado o imaginado lo que él realmente quería hacer, pues solo asintió quedamente y se dejó hacer. Se untó un poco más de crema en sus manos y continuó con su masaje, pero sabiendo que era diferente que al principio. Aventuró sus dedos por la línea que separaba las rosadas nalgas, apenas penetrando un poco por ese valle, y sintió el estremecimiento de Sara. No se quejó sin embargo, así que él siguió su recorrido hasta que llegó a su coño. Acercó su cara e inspiró su olor… olía muy bien, a limpio, a fresco y a ella… Y su polla cobró vida, casi pudiendo sentir como sus pupilas se dilataban.

En aquella posición podía ver muy bien a Sara en todo su esplendor. Respiró profundamente y llevó su boca al coño de la chica, besándolo como si estuviese besándola a ella… Pensó que nunca se habían besado, pero apartó ese pensamiento cuando escuchó el bajo gemido de Sara.

No quiso esperar más para volver a oír aquel sonido. Su boca se cerró sobre aquel delicioso coño como si su vida dependiera de ello. La devoró, sujetando sus caderas con sus resbaladizas manos, disfrutando del sabor de la chica, metiendo su lengua todo lo que podía. Los jadeos excitados de Sara parecían lejanos, pero eso no impedía que llegasen directamente a su polla, como si se tratasen de descargas eléctricas, reavivando sus ansias por hundirse en Sara.

Su cuerpo se estremecía, pareciendo que había perdido por completo el control sobre él, y de su garganta salían gemidos susurrados, desesperados por más. Su mente estaba en blanco, las emociones y sentimientos enfrentados por tantos cambios repentinos la habían agotado psicológicamente, y la lengua de Damián parecía como una droga para sus terminaciones nerviosas. Solo quería más, iba a correrse, a sentir esa placentera libertad de nuevo, tan extraño como parecía.

Pero Damián paró de pronto, y ella se quejó con un gimoteo lastimero.

Follarse tantas veces a Sara le había enseñado cuando estaba a punto de llegar, y aunque normalmente habría evitado que ella llegase al orgasmo antes que él, en esta ocasión lo prefería, pues sospechaba que opondría menos resistencia a lo que tenía en mente si la hacía disfrutar antes.

Separó las nalgas de la chica, con los ojos fijos en el objeto de sus deseos. En varias ocasiones había metido un par de dedos en aquel estrecho recodo, y Sara había gozado como si fuese una profesional del sexo… Aunque su parte favorita era cuando follaba aquel agujero con sus dedos con tanta violencia y velocidad que ella le rogaba por más. Pero en esa ocasión, era algo más que sus dedos lo que entraría allí.

Con los dedos aun suaves y resbaladizos por la crema, penetró el estrecho ano con dos de ellos. Sara dejó escapar una especie de ronroneo, moviendo sus caderas hacia atrás, buscando llevar más profundo sus alargados dedos. Damián sonrió, aquello iba a ser inolvidable para Sarita.

Empezó a meterlos y sacarlos lentamente, llegando lo más profundo que podía. Era fascinante ver como se estiraba tan fácilmente aquel agujero. Solo hacía eso, dentro, fuera… dentro… fuera… con una lentitud algo exasperante. Sara no tardó en lloriquear por más, llamándole con voz lastimera.

Damián unió otro dedo más cuando volvió a entrar en su ano, pero ni siquiera esperó a deleitarse con la muestra de placer de Sara. Como si fuesen una taladradora, sus dedos empezaron a penetrar el angosto orificio a una velocidad vertiginosa, ensanchándolo un poco más a medida que los gritos femeninos resonaban en la habitación y escapaban por la ventana. No le importaba si alguien la escuchaba, o los veían, a esas alturas no.

Estaba a punto de correrse. Siempre había disfrutado mucho la masturbación anal y con ella era el punto de no retorno hacia un orgasmo apoteósico. Sus manos se cerraban en puños, agarrando sus sábanas, su cuerpo buscaba instintivamente los rudos dedos, levantando las caderas para sentirlos hasta el punto más recóndito al que pudiesen llegar.

Damián llevó su boca de nuevo al dulce coño, chupándolo, esperando la pronta corrida de Sara para saborearla por completo. Le encantaban lo suaves que estaban aquellos hinchados labios, eran como calientes nubes contra su lengua, lo mejor que había probado en su jodida vida. Su lengua penetraba el coño a la misma velocidad, con las mismas ansias que sus dedos el culo de Sara…

Y se fue. El cuerpo de la chica se corrió, casi convulsionando con sus dedos metidos hasta lo más profundo que podían estar. Enredó su lengua, consumiendo todo lo que salía de ese coño que le tenía tan obsesionado.

No sabía el tiempo que había pasado entre aquellas piernas, pero su polla ya estaba impaciente por liberarse de los confines de sus pantalones. Se incorporó y se los fue desabrochando mientras se posicionaba frente a Sara. Ella pareció notar su presencia y levantó la cabeza levemente, con los ojos medio cerrados. Apuntó su polla a su cara, cogió a Sara por el pelo y empujó su boca contra su pene. Se la había metido hasta la campanilla de una sola embestida, y la chica empezó a tener arcadas, pero él las ignoró. Comenzó follarse su boca lentamente, no quería correrse aún y si metía un poco más su pene en la boca de Sara como realmente deseaba hacer, su semen acabaría en su garganta antes de que pudiese evitarlo. El esFuerzo de su mandíbula al estar tan abierta hizo que su saliva rápidamente resbalase por las comisuras de sus labios, empapando el pene de Damián.

Podría necesitar más, pero prefirió darle un poco más de dolor a Sara por haberlo insultado. Sacó la polla de su boca y se dirigió a la posición en la que estaba momentos antes, escuchando la tos de la chica. Agarró su polla con una mano, abrió las aun rosadas nalgas con la otra y acercó la punta de su miembro al resbaladizo agujero lleno de crema.

-D-Damián…-dijo Sara con voz suplicante.

Él hizo oídos sordos al nervioso tartamudeo de la chica. Se inclinó sobre el cuerpo de Sara apoyándose con la otra en la cama. Ella intentó incorporarse, pero él dejó caer parte de su cuerpo sobre el suyo, presionando más su punta sobre el delicado ano.

-Tú eliges, Sara…-susurró amenazadoramente.- Puedo hacerlo poco a poco o de una sola vez…

Casi podía oír los latidos del corazón de Sara. Ella respiró profundamente y asintió. Empezó a presionar un poco más, notando la facilidad con la que podía entrar de una sola vez gracias a la crema que lubricaba la ceñida entrada y a la saliva que mojaba su pene, pero se abstuvo.

La tensión invadió el cuerpo de la chica, escuchando su entrecortada respiración, casi oliendo su nerviosismo y su miedo, como si fuese un depredador. Su punta comenzó a entrar, abriéndose paso milímetro a milímetro, con una lentitud casi desesperante. Los sollozos de temor de Sara eran bajos pero claros, y decidió hacer oídos sordos para no desconcentrarse. Sus ojos no habían dejado de mirar el perfil de ella, viendo cada una de sus reacciones, la fuerza con la que apretaba sus dientes y cerraba sus ojos… hasta que la punta de su polla estuvo dentro.

-Respira –le dijo con voz ronca.

Ella obedeció, cogiendo una profunda bocanada de aire con los ojos aun cerrados. Damián vio un poco de humedad en las esquinas de sus ojos, pero ni por eso iba a salir de su estrecho ano después de tanto esfuerzo.

-Voy a continuar –ella afirmó levemente, sin quejarse.

Con un poco menos de paciencia que al principio, continuó llevando su polla por aquel glorioso túnel. Estaba tan apretado, tan caliente, y se sentía tan jodidamente bien, que Damián cerró los ojos, deleitándose en la sensación de hundirse dentro de ese culo. Su respiración se volvió algo irregular, luchando contra las ganas de follarla duro, pero aguantó. Reprimió sus instintos y avanzó hasta que su polla entró por completo.

Oyó el quejumbroso suspiro de Sara como si estuviese a kilómetros de distancia. Soltó el aire que estaba conteniendo fuertemente en sus pulmones y abrió los ojos. Sara tenía el ceño fruncido, los ojos fuertemente cerrados, y sus dientes apretaban tanto su labio inferior que creyó que se haría sangre.

No dejó de mirarla mientras sacaba unos centímetros su polla, despacio, y volvía a meterla. La fricción con las paredes de aquella estrechez casi le hizo gemir, pero aguantó la prueba de su disfrute. El cuerpo de la chica seguía estando en tensión mientras volvía a retirarse unos centímetros del fondo del ano, y volvió a introducirlo de nuevo. Lo hizo… jamás podría decir el tiempo o las veces, solo podía sentir y dejar de pensar, sin apartar sus ojos de la cara de Sara. Su respiración se volvía trabajosa por el esfuerzo de aguantar, de no correrse.

El escozor empezaba a ser… soportable, casi leve. Por un momento creyó que lloraría como una niña pequeña, suplicando para que parase. Pero Damián no iba a parar, lo sabía. Y ella no le rogaría ni lloraría delante de él, prefería soportar el grueso pene invadiendo su ano y toda la presión que estaba sintiendo. Aunque empezaba a sentir un poco de placer después de todo. Dolor, pero también… era agradable la fricción que hacía al sacarla y meterla.

Sus manos no dejaban de apretar las sábanas de su deshecha cama, casi con miedo de que la tortura inicial volviese… Y sin embargo, no regresaba. Las embestidas empezaban a ser un poco más insistentes, más rápidas, pero no se sentía mal. Comenzó a relajarse inconscientemente, concentrándose en las persistentes salidas y entradas de la polla de Damián.

Sus pelotas le dolían, quería correrse ya, pero algo le decía que aun no podía. Miró la cara de Sara, viendo su expresión menos dolorosa, más… pacífica. Ni siquiera se había dado cuenta de cuando había cambiado su semblante, pero en esos momentos viéndolo, supo que ella también había empezado a disfrutarlo a algún nivel. No iba a aguantar mucho más, y quería que ella también se corriera para que no temiese en un futuro que volviese a follársela por el culo, pues desde luego, quería volver a repetir esa gloriosa experiencia.

Llevó una de sus manos por debajo del cuerpo de la chica, a su entrepierna, encontrando con la facilidad que da la costumbre su duro clítoris. El húmedo calor que desprendía aquel pequeño bulto era tóxico, adictivo para él. Conocía como nadie el sabor de ese coño, y sabía lo que tenía que hacer para que explotase en un mar de flujos y orgasmos.

Lo apretó entre dos dedos, aprisionando ese pequeño clítoris hasta que escuchó un jadeo gritado de Sara. Cuando entraba de nuevo en su ano, lo apretaba, soltándolo cuando salía, dando pequeñas caricias circulares para aliviarlo, hasta que volvía a introducirse de lleno en aquel magnífico hueco. El cuerpo femenino se estremecía, suspirando gemidos, quedando completamente sometido a su voluntad, a su polla.

Le costaba respirar con cada embestida que daba, intensificadas a cada instante, deseoso de más, de acabar, incitado por los placenteros gemidos de Sara. Las paredes de su ano lo apretaban como si acabase de metérsela en ese mismo momento, tan estrechas, tan claustrofóbicas que apenas su cabeza pudo soportar mucho más.

Con un grito triunfal comenzó a correrse dentro, muy dentro del culo de Sara, notando como apretaba ese ano su polla hasta su base, presionando sus temblorosas pelotas contra las sonrosadas nalgas. Sus dedos apretaban el clítoris con cierta agresividad, sin ser consciente siquiera si dañaba el delicado bulto, pues Sara estaba dejando su voz en sus sollozos gritados que en cualquier tipo de dolor que él pudiese estar proporcionándole.

Apenas notaba dolor ya, solo sabía que su orgasmo estaba arrasando su cuerpo como nunca antes lo había sentido. Su coño vibraba, mojado y resbaladizo, como si fuese la violenta masturbación a su clítoris lo que hacía que saliesen más fluidos. Su ano se sentía dilatado, pero bien, no le dolía en esos momentos. Parecía que su cabeza se había desconectado y que sus terminaciones nerviosas eran como pequeños puntos de sangre que se agolpaba intermitentemente en las zonas más sensibles de su cuerpo, haciendo que los espasmos del clímax no terminasen. Estaba tan… noqueada que ni siquiera se percató del cambio de peso sobre su cuerpo o de cómo salía de ella el pene de Damián.

Sus pulmones protestaban aun por el esfuerzo, demandando más oxígeno, y sus piernas estaban temblorosas, pero no se sentó, se mantuvo de pie, mirando el cuerpo de Sara. Parecía frágil, una persona distinta a la que le había insultado un rato antes. Sus ojos recorrieron su cara, con la expresión casi adormecida, sus nalgas aun sonrosadas y en cuyo medio estaba abierto el ano, asomándose su semen por él. No tenía constancia de nada, y aunque la hubiese tenido no le habría importado. Solo estaba ahí, quieto, viendo como el blanquecido líquido resbalaba por el interior de sus nalgas, acariciando los labios vaginales rojizos e hinchados.  

Salió de su trance, seguramente por el cambio de canción de heavy metal. Vagamente advirtió los altisonantes sonidos y empezó a moverse. Fue al baño, se limpió y regresó a la habitación para limpiar a Sara. Sus ojos estaban abiertos, tranquilos, serenos, como siempre.

-Sara… -se agachó entre sus piernas y empezó a limpiarla.- Tienes que hacerte la prueba… -dijo suavemente.

-Lo sé –dijo ella con voz neutral, como si no acabase de follársela por el culo.

Cuando terminó de limpiarla, regresó al baño para tirar el papel y al salir se cruzó con Sara, quien entraba con la caja del la prueba de embarazo que él había llevado en la mano. Antes de que cerrase la puerta, Damián se giró y la miró a la cara.

-Yo…Yo también estoy jodidamente asustado… Pero pase lo que pase…

-Sí. Lo sé –dijo ella cortante.- Supongo que necesitaba un par de hostias para hacer esto –una de las comisuras de sus labios se elevó un poco.- Gracias por dármelas.

Él sonrió, más tranquilo.

-Cuando quieras.

La puerta del baño se cerró y Damián volvió a la habitación de Sara para vestirse. Había leído que tardaría un minuto más o menos en aparecer el color que fuera, y se había prometido a sí mismo que no pensaría en el “después” hasta que no obtuviera una respuesta. Intentó ocupar su cerebro con algo, quitando las manchadas sábanas de la cama de Sara, por ejemplo, concentrándose en eso. Hasta que la escuchó entrar en la habitación. Se giró hacia ella y le preguntó:

-¿Qué ha salido?