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Internas: Paula (II) – Por la tarde

en Sexo con maduros

Cuando despertó, sintió las piernas un poco entumecidas. Miró hacia la ventana y no vio mucho cambio en la luz del sol que entraba, así que dedujo que no debía haber pasado mucho tiempo desde que se quedó dormida. Viendo los rayos que entraban en la habitación, recordó lo ocurrido… no supo cuánto tiempo antes.

No se sentía dolorida como esa mañana. Al contrario, se sentía bien, le había gustado mucho lo que había experimentado con Hugo. Pero aun así quería respuestas. Se levantó y se dirigió a la silla donde estaba colocada su ropa cuidadosamente. Se vistió, y salió.

En el salón, encontró a Don Fernando, quien estaba concentrado en el vaso que tenía en la mano. Levantó la mirada hacia ella cuando notó que entraba a la estancia. Se quedaron mirándose unos segundos, sin saber qué decir o hacer, hasta que él rompió el silencio.

-Toma asiento, por favor.

Paula se removió inquieta. No sabía si Don Fernando tenía conocimiento de todo lo sucedido, y no se fiaba de él por la inquina que siempre le había tenido.

-¿Dónde está Hugo? –preguntó.

-Ha ido a la farmacia, no creo que tarde mucho en volver –señaló de nuevo al sofá que estaba frente a él, instando a la chica a sentarse.

Paula obedeció la repetida orden, nerviosa aún. Esperaba que Hugo no se demorase mucho pues, con o sin conocimiento de lo ocurrido, no le gustaba la idea de pasar tiempo con Don Fernando a solas.

-Lamento… lo ocurrido –dijo con pesar Fernando.- No puedo justificar nuestras acciones, pero sí creo que puedo explicarte algunas cosas…

-¿”Nuestras”? –preguntó Paula.

Fernando asintió, sin poder aguantar la mirada a la chica. Suspiró y decidió empezar por el principio.

-No pretendo que… nos perdones, pero quiero que sepas algunas cosas y después juzgues por ti misma. Ni Hugo ni yo habíamos… hecho algo así antes, y no fue nuestra intención hacerte… daño. Bárbara nos lo pidió.

Fernando levantó sus ojos para ver la expresión de Paula.

-No habría pensado nunca que llegaría a estos extremos, pero tampoco puedo decir que me extrañe que planeara algo tan… algo así contra mí.

-Yo… pensaba que eras tú la culpable, que tú te buscabas los castigos que te ponía… pero ahora me pregunto si fueron realmente justos, o siquiera si es verdad todo lo que Bárbara nos contaba o solo exageraba demasiado… -Paula no lo miraba mientras hablaba, por ello continuó.- Siempre fue muy mimada y protegida, muy consentida por todos en la familia… Fue… un pequeño milagro cuando nació… y tuvimos mucho miedo de que muriese cuando era tan solo un bebé. Hugo y yo solo hemos hecho lo que haría cualquier hermano… Tú tienes a Germán, sabes de lo que te hablo.

-No –respondió ella con ferocidad, enfrentándolo de nuevo.-Yo jamás le haría nada a nadie inocente aunque él me lo pidiera.

-¿Cómo cuando tiraste a un niño al barro porque Germán llegó llorando y creíste que…?

-Eso fue diferente –cortó, a la defensiva.- El niño era más mayor que él y…

-¿Ves? –Preguntó Fernando alzando las cejas.- Sé, bueno, mejor dicho, sabemos que lo que hicimos estuvo mal. Sobrepasamos un límite y ya no podemos solucionar el daño, pero intenta comprender que siempre hemos estado, Hugo más que yo, a merced de los deseos de nuestra hermana.

-¿Por qué tiene tanto control ella sobre ustedes? ¿Por qué la dejan tener ese poder?

Don Fernando se la quedó mirando unos momentos y suspiró.

-Ella llegó a controlar nuestras vidas sin siquiera darnos cuenta –levantó la mano para evitar que Paula hablase cuando la vio separando sus labios para replicar de nuevo.- Esto que voy a contarte es un secreto que, pase lo que pase, no debes decir nunca.

-¿Por qué va a contarme un secreto que, en estos momentos, puedo utilizar en su perjuicio?

-Porque confío en que no emitirás ningún juicio… -dijo levantando un dedo.- Porque creo que esto te dará otra perspectiva de las cosas… -dijo levantando otro.- Y porque creo que te lo debemos.

Sus ojos estuvieron clavados en el contrario hasta que, interminables momentos después, Paula asintió.

-Bárbara se acostaba con Hugo.

La palidez de la cara de la chica superó a las blancas paredes de la estancia. Estaba anonadada. Fernando sintió algo al contar aquello a alguien después de tantos años guardándolo dentro de sí, puede que fuese un poco de desahogo o tranquilidad, no lo sabía con seguridad.

-Realmente no sé cuando empezó, Hugo nunca quiso decírmelo. Solo sé que fue por petición de Bárbara, aunque siempre he sospechado que lo chantajeó de alguna manera con su problema de corazón… Ella siempre consiguió lo que quería, y si no lo lograba, empezaba a quejarse de molestias y dolores que nos hacía a todos temer lo peor y entrar en pánico… Nunca le ha pasado nada más grave que esas falsas alarmas, y aunque te moleste escucharlo, espero que nunca le pase.

Paula no daba crédito a lo que escuchaba. Sabía que su madrastra era una zorra y una arpía, pero jamás hubiese imaginado que pudiese llegar a esos extremos con sus propios hermanos.

-Hu-Hugo… -empezó a decir en un susurro.

-Hugo fue su títere. No me malinterpretes, yo también, pero él era quien tapaba muchas cosas, su confidente, su… juguete. Quiso contarles a nuestros padres lo que pasaba entre ellos en muchas ocasiones, para desahogarse, para descargar el peso que tenía sobre su conciencia… pero yo siempre lo detenía por temor a que ocurriese una tragedia. Nuestros padres no dejaban nada sin solucionar en lo que a su hija se refería, habrían echado a Hugo de casa y lo habrían denunciado a la policía… El resto puedes imaginártelo…

Paula sentía las náuseas revolver su estómago. Entendía la situación un poco más, y solo podía odiar más a su madrastra. Quería… deseaba en esos momentos muchas cosas… abrazar a Hugo, llorar por lo que le habían hecho, pegarle a Bárbara… Tenía que hacer algo, cualquier cosa, o se volvería loca. Nunca había soportado las injusticias, siempre quería solucionarlas o combatirlas.

-¿A-a usted… también lo utilizó? –preguntó trémulamente.

-No de la misma forma que a Hugo –ella lo miró interrogante.- Solo me dejaba mirar.

No hicieron falta más palabras, ella comprendió. No había sido la única víctima de Bárbara, de una u otra manera había dañado también a sus hermanos por puro egoísmo.

-¿Ha… ha seguido utilizando… a Hugo, o a usted… durante el matrimonio con mi padre? –preguntó.

Don Fernando no pudo contestar, solo desvió la mirada, y eso le dio la respuesta que necesitaba. Se levantó nerviosa, inquieta. Un nudo de angustia presionaba su caja torácica casi impidiéndole respirar. No le extrañaba que Hugo la hubiese mirado como un loco o se hubiese comportado como uno, no era para menos. Una persona que debía quererlo lo utilizaba como a un muñeco, después de dar hasta su integridad por ella y así se lo pagaba esa víbora.

Se giró para observar a Don Fernando, quien parecía petrificado en su sillón. “Él también ha sufrido por su culpa, viendo como jugaba con sus sentimientos y con los de su hermano”, pensó apenada. Sabía que siempre la había odiado por las mentiras que Bárbara le había contado, otra más de sus tretas.

Pero si algo había aprendido era que esa zorra ganaría si ella se rendía. Y ella no se iba a dar por vencida. Casi la había hundido, al igual que a Hugo y a Don Fernando, sin embargo, ella se negaba a caer en esa espiral de descontrol y locura.

-Dúchate, Paula –la suave orden la cogió por sorpresa.

-No tengo ropa aquí.

-Entonces, ve a tu habitación y acicálate un poco. Cuando venga Hugo te llevará la pastilla.

Ella asintió, dirigiéndose cabizbaja a la puerta, pensativa y reflexionando sobre todo ese día.

La segunda ducha no le tomó mucho tiempo. Sus pensamientos corrían a una velocidad vertiginosa mientras se secaba el cuerpo como una autómata, solo recordando lo que le había contado Don Fernando y buscando una solución.

No realmente una solución sin embargo, una victoria. Pero no sabía cómo o qué hacer, pues Bárbara ya había ganado muchas veces y tenía mucha más experiencia que ella en aquel sucio y manipulador juego que jugaba con sus hermanos desde hacía tantísimo tiempo. Tendría que entrar en su terreno para ganarle, no obstante, debía tener cuidado de no volverse como ella.

Se observó en el espejo, completamente desnuda, sintiéndose distinta. El sexo era algo en lo que todas las chicas pensarían a lo largo de sus vidas, aunque ella tenía muchas cosas en la cabeza como para pensar en eso aún. Sabía las nociones básicas, lo que había estudiado en las clases de Biología y la vergonzosa conversación que su padre intentó tener con ella tiempo atrás. Después de eso, había desterrado cualquier pensamiento relacionado con el acto sexual… sobre todo sabiendo las consecuencias que tenía… A decir verdad, había sido la imagen de su padre manteniendo ese tipo de contacto tan íntimamente con Bárbara lo que había hecho que dejase de pensar en ese tema. Le seguían entrando náuseas al pensar en eso.

Un carraspeo procedente de su espalda llamó su atención. Apretó la toalla alrededor de su cuerpo por instinto, y miró en el espejo. Don Fernando estaba en la puerta del baño, con su cuerpo recto y tenso, causándole casi la misma impresión que siempre conseguía en ella y en sus compañeras… solo que ya lo vería de una manera diferente durante el resto de su vida.

El semblante serio apenas se inmutó mientras paseaba sus ojos por el cuerpo de Paula, tapado por una pequeña toalla y con algunas gotitas de agua en sus hombros. Pudo haber sido por la suave fragancia del gel de baño que flotaba en el ambiente, o por la expresión tan concentrada que había visto cuando abrió la puerta del baño, o por otras mil cosas más que realmente no quería pensar en esos momentos, pero se acercó a ella lentamente.

Ella no mostró extrañeza, aunque sí un poco de miedo se instaló en sus ojos cuando preguntó:

-¿Ha pasado algo?

Fernando se detuvo, intentando apartar la vista del cuerpo de la joven, llamando desesperadamente a su cordura mientras negaba con la cabeza. No le tenía miedo a él, al menos ya no. Estaba preocupada porque… no sabía porqué pero tampoco quería averiguarlo en aquel momento, solo tenía que salir de allí inmediatamente.

-He dejado la pastilla en tu escritorio –dijo con voz ronca mirando al suelo.

Ella asintió, no muy convencida de tomar eso como respuesta a su pregunta.

-Don Fernando… en serio, ¿ha ocurrido algo? –Se acercó un poco más a él, poniendo su mano en su brazo a modo de llamada de atención, para que la mirase.- Dígame, ¿le sucede algo?

Él cerró los ojos, suspirando. Paula mantenía su mano contra su brazo, apretándola brevemente, ansiosa ante su muda respuesta. Si quedase en él una pizca de voluntad, de… alguna virtud de las que tantas veces había sido él la personificación, se alejaría de ella en ese mismo segundo…

Pero con aquel mínimo roce se daba cuenta que no era así. Deseaba muchas cosas en ese momento, y su mente no encontraba ningún inconveniente en realizar todas las ideas, todas las fantasías que había tenido a lo largo de su vida, con Paula.

-N-no contestabas… cuando he llamado a la puerta de tu habitación, así que he entrado. Perdona si te he asustado, pero por un momento pensé… pensé que podrías haberte caído… o algo.

Paula respiró tranquila, dejando su contacto con Don Fernando.

-No se preocupe, estoy bien –dijo ella.- ¿Dónde está Hugo?

-Él no… no sabía si debía venir… Creyó… Creímos que era más conveniente si venía yo.

Paula asintió, un tanto contrariada. Quería preguntarle algunas cosas a Hugo, saber su versión de los hechos, hablar con él o simplemente desahogarse o servirle de desahogo, pero todo eso tendría que esperar un poco, al parecer.

Empieza a contar y no la mires mientras sales de su baño, de su habitación y hasta del edificio”, se ordenaba a sí mismo Fernando. “Podrías tocarla tú a ella… solo una vez. Sería un segundo solamente…”, gritaban sus instintos.

-¿Don Fernando? –inquirió la chica.

Fue su voz, escucharla decir su nombre, lo que hizo que la balanza se decantase para un lado o el otro.

Se dejó llevar, guiado por sus más oscuros instintos.

Pasó sus manos por los brazos de Paula hasta llegar a sus hombros, sin mirarla a la cara en ningún momento. La sujetó por los mismos, dando un paso adelante, haciendo que retrocediese. Solo fueron tres pasos, a lo sumo cuatro, hasta que el lavabo le impidió avanzar más.

-¿Don Fernando… qué le pasa? –preguntó Paula, preocupándose de que el hombre no la mirase a la cara.

Sujetándola aun por los hombros, la instó a darse la vuelta, dándole la espalda a él y quedando frente a su reflejo. Extrañada y atónita por el misterioso comportamiento de su director, lo observaba a través del espejo.

Fernando llevó sus manos por el filo de la toalla de tapaba escasamente el cuerpo de la joven, percibiendo el estremecimiento que la recorrió por su caricia. Se acercó a la elegante curva que formaba la unión de su cuello con su hombro y la olió, con los ojos cerrados, deleitándose en su dulce aroma a almendras dulces y melocotón, lo puso ansioso. Pasó su lengua, chupando levemente para recoger su sabor en sus papilas gustativas, mientras comenzaba a acariciar la parte baja de las nalgas de Paula, apenas visibles, pero precisamente por ello, más sugerentes.

-D-Don Fernando… ¿q-qué esta…?

-Yo también… necesito…

Hablaba entrecortadamente, pues su cerebro estaba embotado con el olor dulzón de la chica. Encaminó sus caricias por el filo de la toalla, llegando a la parte púbica de Paula y metiendo sus dedos por debajo. La chica aguantó la respiración mientras acariciaba sus labios vaginales cubiertos por una finísima capa de bello. No se demoró en separarlos para adentrar un dedo en la cálida hendidura que había en medio de ellos.

Un gemido lastimero salió de los labios de Paula al notar como encontraba su entrada más íntima tan rápidamente. Fernando llevó su otra mano a la entrepierna de la chica, pero esta vez en busca de su clítoris. Lentos y suaves círculos comenzaron a estimular el pequeño botón, haciendo que el cuerpo de la chica temblara.

Paula no quería que la tocase allí como lo había hecho Hugo, pues sabía que eso le provocaría esa sensación pesada y ardiente… y solo la culminación de ese pequeño volcán que se formaba en su interior detendría esa sensación de… hambre y anhelo.

-B-basta… por favor…-suplicaba Paula con la cabeza agachada y los ojos cerrados.-… Don Fernan…

Un alarmado jadeo escapó de su garganta al notar como entraba un firme dedo en su interior y empezaba a masturbarla con apremio y ferocidad. No le dolía, pero tampoco le gustaba el trato que Don Fernando le estaba dando a su vagina, no era como el que le había dado Hugo. Sin embargo, comenzó a sentir que los resultados serían los mismos.

El pene del hombre se clavaba en sus nalgas, colocándose justo en medio de su trasero. Y aunque tenía puesto un vaquero, podría sentir toda la longitud del miembro. El tejido áspero le molestaba e irritaba un poco la delicada piel de la zona, pero ese no era el mayor de sus problemas, sino el gemido satisfecho que no pudo contener por el brusco trato del dedo que entraba y salía de su más íntimo agujero.

La humedad que salía del coñito de Paula fue toda la evidencia que necesitó su cerebro para ponerlo frenético por penetrar a la chica. El duro clítoris era demasiado tentador para dejar de masturbarlo, así que sacó su dedo de aquel maravilloso agujero y lo masturbó con el mismo, llenándolo con sus fluidos. Con la otra mano se desabrochó el botón del pantalón y se bajó la cremallera. Maniobró, impaciente, para bajarse el vaquero y los slips hasta dejar libre su durísima polla.

Llevó su mano a su boca para lubricar con su saliva su pene, y se deleitó durante unos breves instantes con el olor y el sabor del coño de Paula. Se extendió la saliva principalmente por rosada cabeza de su polla, la acercó a la entrada de la chica y empezó a presionar para introducirla.

-N-no… -rogaba Paula.

Fernando la ignoró mientras avanzaba por aquella estrecha cavidad, lentamente, centímetro a centímetro, deleitándose con ese ceñido y caliente coñito. Le parecía que el tiempo apenas pasaba, hasta que estuvo completamente metido en ella. Respiró profundamente, jadeando contra los rizos de Paula.

-Don Fernando… -sollozaba ella.

Podía sentir lo mojada que estaba, la candente prisión que formaba su vagina alrededor de su polla, igual que lo habría sentido Hugo… La había escuchado gemir cuando su hermano la follaba esa mañana como si fuese un animal en celo… Y quería que fuese igual con él.

-Disfrutaste con Hugo… -dijo en voz baja, saliendo levemente de ella.-… Conmigo también lo harás…-volvió a penetrarla de una embestida, escuchando el jadeo ahogado de la chica.-… Y te correrás…-su polla volvía a deslizarse fuera.-… Pidiendo que te dé más fuerte.

-Sí… -susurró Paula.

Un segundo pasó, quizá dos, y Fernando comenzó a follar a la chica como si no hubiese mañana. Agarró a Paula por las caderas y se dejó llevar por sus deseos más primarios. La penetraba con una violencia inusual, pero la chica no se quejaba, al contrario, estaba gimiendo como una puta, gritando cuando llegaba muy profundo pero salía demasiado pronto como para que se deleitase en el placer que ello le producía.

Los dedos en su clítoris se movían sin parar un segundo, presionándolo, apretándolo, acariciándolo incansablemente. Sabía que estaba siendo muy ruidosa, pero le daba igual, solo sentía los fuertes y bruscos movimientos que el pene de Don Fernando hacía cuando entraba y salía de su interior. Tenía los ojos cerrados y agarraba el lavabo ferozmente, pues empezaba a sentir el leve temblor en sus piernas que vaticinaba la pérdida de equilibrio cuando su volcán interno explotase.

Paula se atrevió a abrir los ojos y levantar la cabeza para mirar en el espejo. No supo realmente que la impulsaba a hacerlo, solo quería ver la imagen. Y le gustó lo que vio. La cara de Don Fernando tenía a misma expresión de dicha y de concentración, como…la de Hugo esa mañana. Estaba disfrutando… ¿qué palabra había utilizado antes?... Follar.

Quiso probarla en sus labios.

-Sí… siga f-follándome, Don Fernando…-pidió.

Fernando abrió los ojos y miró hacia el espejo, viendo con todo detalle lo mismo que estaría viendo Paula. La mirada perdida de la chica, los labios entreabiertos, dando completa libertad a sus jadeos y gemidos, gritos de placer resonaban en todo el pequeño baño. Si seguía así, no aguantaría mucho más tiempo.

-¿Te gusta mi polla? ¿Eh? Como entra y sale… de tu coño…

Las palabras que intentaba formar Paula salían como sonidos balbuceantes, pero realmente no necesitaba mucha confirmación de sus labios… su coño estaba cada vez más mojado, pudiendo sentir como se deslizaba la humedad por sus testículos y por el dedo que torturaba su duro clítoris.

El volumen de los jadeos de Paula aumentó al tiempo que sus paredes vaginales se apretaron en torno a su polla, como si la estuviese succionando, exigiendo todo su semen. Aquel sediento coñito lo puso en el límite, pero él aun no quería acabar, deseaba un poco más.

Agarró a Paula por la cintura, dándole la confianza de un punto firme de apoyo para que se soltase del lavabo, y sin sacar su miembro de su interior, dio algunos pasos hacia atrás, hasta que se topó con el wáter. Se sentó en él, con el laxo cuerpo de la chica pegado al suyo.

-Don Fernando…-ronroneó ella con una suave voz.

Aunque no podía ver su cara, pues estaba contra su cuello, advirtió la sonrisa cuando dijo su nombre. Le separó las temblorosas piernas, abriéndolas más, y prosiguió con la masturbación de su clítoris brevemente pausada. Llevó su otra mano a uno de sus pechos y empezó a tocarlo, recreándose en la suavidad y blancura del mismo, observando atentamente como su pezón se endurecía poco a poco.

Las réplicas del orgasmo de Paula seguían atormentando su polla, haciéndolo consciente de lo poco que le quedaba para correrse. Comenzó a  mover su pelvis con relativa rapidez, sacando y metiendo su pene. La chica le susurraba, a un volumen casi inaudible.

-Sí… fólleme… por favor…

Le gustaba escucharla hablar así, pareciéndose más a una mujer que a la inexperta adolescente que era. Sabía que decía esas cosas desde la neblina de placer que aun bloqueaba sus sentidos, pero no le importaba, porque lo estaba disfrutando. Hacía tiempo que una mujer no se corría sobre su polla, y al sentir como se quedaba el cuerpo de Paula tras haberse corrido con su miembro penetrándola brutalmente le daban ganas de hacer muchas cosas con la chica…

Paula sentía como se movía el pene de Don Fernando en su interior, más profundamente que antes. Tenía plena conciencia de las caricias que les estaba dando a su pezón y a su clítoris y eso solo la hacía desear más. Estaba exhausta y satisfecha, pero la manera en la que volvía a estimularla, a provocar puntos de su cuerpo que la hacían encenderse, la animó a moverse ella también.

Se separó un poco del cuerpo de Don Fernando, haciendo que este parase durante unos segundos… hasta que ella se sentó sobre su miembro, con la espalda completamente recta, e inició una trémula acción. Subió poco a poco su cuerpo, apoyándose en sus casi inestables piernas, a ambos lados de las piernas del hombre, y cuando se sintió casi vacía, manteniendo solo el principio del pene dentro, inició su descenso.

La sensación cuando iba llenándose de nuevo de ese asombroso miembro era mejor incluso, pues sentía que rozaba lugares que antes no tocaba. Daba la impresión de que era más grande, más ancho, pero pensó que podría ser por la posición. Tras unos momentos probando su ritmo, sintió las manos de Don Fernando posarse en sus caderas de nuevo, y empezó a guiarla.

El hombre la instaba a ir cada vez más rápido, cada subida más rauda que la anterior, y cada bajada más profunda. Sus gritos abandonaban su cuerpo sin barrera ni impedimento alguno, y sus pechos rebotaban como si fuesen pelotas de tenis golpeadas entre dos paredes.

Su volcán interno iba a entrar de nuevo en erupción, pero con más violencia esta vez. “Me reventará”, pensó ella en un momento, sin miedo alguno sin embargo. Quería volver a sentirlo de nuevo, con impaciencia y apremio. Aceleró sus movimientos, escuchando los altos gemidos y resoplidos de Don Fernando. Le gustaba que el hombre se sintiese así, como ella se sentía, y eso le motivaba a comportarse más… feroz, más salvaje, justo como él había hecho antes.

-Más… fuerte… -chilló Paula.

No pudo aguantar mucho más. Agarró firmemente las caderas de la chica y las bajó fuertemente al tiempo que él la penetraba una última vez con una estocada profunda. Gritó de dicha mientras soltaba lo que le parecían litros y litros de semen en aquella joven vagina, sintiendo como se lo tragaba todo. Las contracciones de aquel coñito lo estimulaban para seguir expulsando leche como nunca antes en su vida.

Los jadeos de ambos hacían eco en la pequeña habitación. Paula no podía moverse, ni siquiera levantarse para dejar salir todo el líquido que había soltado Don Fernando en su interior. Miró hacia abajo, a su entrepierna, observando cómo se veía aquel miembro metido en su vagina.

-Deberías… levantarte… -dijo Don Fernando entre jadeos-… para dejarlo salir todo…

-Sí… debería…-dijo ella.

Ella no tenía prisa, ni fuerzas tan siquiera. Todo estaba hecho ya, no importaba mucho lo ocurrido. Se preocuparía después, en ese momento no le apetecía simplemente. Echó su cuerpo hacia atrás, apoyándose en Don Fernando para descansar un poco, sintiendo los rápidos latidos de su corazón golpear su espalda.