miprimita.com

Tania (III)

en No Consentido

La brisa anunciaba un día  más primaveral que veraniego. En la terraza de la cafetería donde estaba sentada, el murmullo llenaba el ambiente. Se respiraba tranquilidad, pero yo estaba inquieta. ¿Cómo había llegado a lamer el semen de mi violador? ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué me excitaba lo que me estaba sucediendo? Eso no era normal. Yo no era así… “Yo no SOY así”.

Suspiré. Mi hermana y mi madre estaban preocupadas por mí, y mi hermano intentaba sacarme algo de lo que me pasaba con bromas, pero yo no decía nada. Ni siquiera sabía cómo me lo habían notado, seguía siendo igual, comportándome igual que antes de todo esto. Supongo que seguían creyendo que todo se debía a mi ruptura sentimental… ni de lejos. Ya no me preocupaban tanto las violaciones, sino la reacción de mi cuerpo a ellas.

Un café apareció delante de mí, no lo había pedido, y solo escuché vagamente las palabras del camarero diciendo que era de parte de un chico. Ni siquiera levanté la cabeza. Me daba igual de quien fuese. Mis pensamientos, mis emociones, mis sucesos, ocupaban la totalidad de mi cerebro. Por mucho que pensase, no le encontraba salida ni solución.

Al cabo de un rato, miré el café. Tomé un poco. Y me acordé de lo que me había dicho mi madre esa mañana.

“-¿Qué harás hoy?

-No sé, creo que saldré a dar un paseo. ¿Por qué?

-La señora Pavía dejó la noche de la cena el número de su hijo, de Ismael, ¿te acuerdas de él?

-Si…-respondí vagamente.

-¿Por qué no lo llamas? Cuando erais pequeños os llevabais muy bien.

-No me apetece salir con nadie, mamá. Además, se aburriría conmigo. Es seis años mayor que yo. Deberían ser Gema o David los que queden con él.

La mirada de mi madre era una mezcla entre la sorpresa y la preocupación.

-Su relación con ellos era mejor. Él y yo éramos solo conocidos…

La mueca de cachorrito de mi madre se intensificó, y para salir del paso, cedí.

-Está bien –dije con un suspiro, cogiendo el papelito con los números. – Voy a llamarlo esta tarde… si puedo. Pero no prometo nada.

Con una sonrisa más satisfecha, mi madre se despidió de mi.”

Y aquí estaba yo. Mirando ese número de teléfono, cavilando sobre cosas mucho más importantes para mí que un reencuentro con un viejo conocido. A la mierda, lo llamaría en otro momento, ahora mismo no quería a nadie a mí alrededor.

Me levanté rápida de la silla, y me sentí un poco inestable, así que me apoyé un momento en la mesa hasta que la tierra dejó de moverse. Respiré hondo, y me fui de la cafetería. El parque no estaba muy lleno, la gente estaba de vacaciones y los pocos que se habían quedado en la capital para el verano estaban absortos en sus propias cosas, pensando en la vuelta a las clases, al trabajo, preparándose para sobrellevar el síndrome post-vacacional.

Me crucé con pocas personas en mi paseo de vuelta a la avenida principal. Todas en sus respectivos mundos, como en el mío… que cada vez se hacía más inestable… y borroso…y lento… y frío… y negro…

Tuve la vaga conciencia de las punzadas de dolor en la cabeza. Mi cuerpo se sentía flojo, débil, y no había luz. Intenté abrir los ojos, pero no pude; gemí dolorosamente ante mi incapacidad para hacer algo. Poco a poco, fui siendo consciente, aunque vagamente, que estaba tumbada en algún sitio, no muy cómodo, y que no podía mover mis manos para restregarme los ojos.

No sabía que me había pasado, o cuánto tiempo estuve sin consciencia, o siquiera cuánto tiempo me estaba llevando volver en mí. Agudicé mi oído, pero no escuché mucho, murmullos, no sabía de qué, pero nada con claridad que me diese una pista de donde estaba o porque estaba así. Mis sentidos estaban embotados.

Conseguí que mi respiración se volviese regular, y empecé a relajar mis músculos para comprobar que sentía en mi cuerpo. Estaba de lado, y mi brazo derecho se sentía dolorido por estar soportando la mayor parte de mi peso. Y mis manos… estaban… ¡atadas! ¡Tenía las manos atadas! Las moví, histérica, y escuché el sonido de cadenas. Intenté atraer mis manos a mi cara para restregarme los ojos, pero algo tiró de las cadenas, manteniendo firmes mis ataduras e impidiéndome cualquier movimiento.

Con el roce, sentí el frío del duro soporte donde estaba mi cuerpo. Se hundía bajo mi peso, pero solo poco y brevemente. La conciencia de toda esa frialdad en mi piel me hizo comprender: no tenía ropa. Estaba completamente desnuda. La inquietud se apoderó de mis nervios.

Levanté mi cabeza, y noté el suave roce de la tela en mis ojos. Una venda. Mi miedo se incrementó. Moví mis pies y me di cuenta que allí no había cadenas ni ninguna restricción. Intenté incorporarme, e intentar sentarme con mucho esfuerzo, escuchando todo el sonido que hacían las cadenas con el más mínimo de mis movimientos.

De repente, el sonido de una pesada puerta cerrándose hizo eco en aquel lugar. Alguien venía. Me paralicé, agudizando el oído para escuchar la dirección por la que se aproximaba. Se acercaba con pasos firmes pero relajados que resonaban en todo el lugar, pero el maldito eco me impedía saber si venía por alguno de mis lados, por detrás o por el frente.

Se paró, y pude escuchar su respiración.

-Hola, muñeca.

-Oh, no… -susurré.

Él. Otra vez él.

-Oh, sí –su mano acarició mi mejilla. –No te molestes en gritar, este sitio está insonorizado. Además, es un sótano y el edificio está cerrado durante este mes. Ya sabes, vacaciones. Así que tenemos todo el lugar para nosotros solos.

Me estremecí, no pude evitarlo. Una lágrima se escapó y humedeció la venda.

-Oh, muñeca, no… Guarda esas lágrimas…-se acercó a mí, hasta susurrarme en el oído. – Hoy vivirás cosas que harán que esas lágrimas salgan a raudales de tus preciosos ojos… Si será por placer o por dolor, solo dependerá de ti…

Mi pecho se encogió de miedo y angustia. ¿Qué iba a hacerme? ¿No se conformaba con todo lo que me había hecho ya?

Escuché el sonido de las cadenas, y sentí su brazo a mí alrededor, ayudando a levantarme. Con su mano en la parte baja de mi espalda, me guió.

-Hoy también me obedecerás. Además, intercambiaremos algunas palabras. En nuestros anteriores encuentros no hemos conversado mucho, y casi siento que me estoy aprovechando de ti… -dijo de forma irónica.

“¡Hijo de puta!”, grité en mi mente. No me atrevía a decirlo en voz alta por temor a represalias, aunque la rabia me quemaba la lengua por decírselo.

Paramos cuando mis pies toparon con algo duro, pero hueco. Su mano dejó mi piel por un momento, y le escuché dar algunos pasos. Cogió mis manos y las puso sobre el objeto. Su superficie era fría, dura y un poco moldeable cuando se presionaba. La altura del objeto me llegaba a la parte baja de mis costillas. Intentaba imaginarme que podría ser, pero él se adelantó a mis pensamientos.

-Es un potro de gimnasia. Y las cadenas de tus manos están atadas a otra cadena que tiene en su extremo un peso de veinte kilos, lo que quiere decir que todo intento que hagas de mover las manos, para lo que sea, será en vano. Dependes de mí para moverte. Así que ahora, si no quieres que este peso dañe tus hombros o tus brazos, vas a ponerte sobre el potro.

Me quedé paralizada. Me costaba hasta imaginarme qué era lo que quería que hiciera.

-Pon tu abdomen sobre el potro, dejaré caer el peso en cinco segundos. Si te haces daño, no me culpes después.

Rápidamente, me puse en la postura que él me dijo, aunque con un poco de esfuerzo por mi altura. Mis brazos colgaban por una parte del potro, y mis piernas por la otra. Mis pies estaban separados unos centímetros del suelo, pero no sabía cuántos exactamente. Me sentí expuesta, atemorizada, sucia y desesperada. ¿Qué iba a hacerme?

Le escuché moverse.

-Dime, Tania, ¿la relación con tu padre no ha cambiado? ¿Sigues siendo la oveja descarriada de tu familia a sus ojos?

Pero… ¿qué mierda?”. El picor de su rápida mano en una de mis nalgas se sintió como un relámpago caliente. Jadeé de la sorpresa.

-Contesta.

-Sí.

Otra nalgada, pero esta vez en el otro cachete.

-Ups, se me olvidó decírtelo. Hoy me llamarás Señor.

-¡Qué mierda estás…! ¡Ah!-chillé ante otro guantazo.

-Las damas no tienen ese lenguaje –dijo, y pude notarle la sonrisa cuando lo decía. – Bien, sigamos. ¿Por qué, queridísima Tania, haces cosas que no le gustan a tu padre?

Esto era el colmo, ¿qué le importaban a él las decisiones que yo tomaba?

-Mira… no sé porque…-Nalgada.

-Responde. No estás aquí para cuestionarme tú a mí, sino para contestar a mis preguntas.

-¡Porque yo hago con mi vida lo que me da la jodida gana! –Otro guantazo.

Mi culo ardía.

-¡Señor! ¡Se te ha olvidado llamarme Señor!

Iba a matarlo a la menor oportunidad que tuviera, de eso estaba segura. Nunca me había sentido tan humillada.

Se alejó. Escuché la puerta de nuevo y respiré. Sabía que no se había ido, que esto no acabaría tan fácilmente. Por eso no me sorprendió escuchar de nuevo la puerta a los pocos minutos.

Le oí en algún lugar detrás de mí, con algunos objetos, pero no sabía identificar qué eran por los sonidos.

-Ahora, relájate muñeca. Lo que voy a hacer requiere concentración y un procedimiento delicado para no hacerte daño.

Me quedé helada. Él cogió una de mis piernas, y la subió hasta que mi rodilla descansó en el potro. Tendría unas vistas estupendas… Escuché un sonido… ¿Espuma? Y sentí algo pegajoso y suave siendo expendido por mis labios vaginales.

-Mantén tu pierna ahí, muñeca. No querrás que corte alguna zona importante, ¿verdad?

En shock, sentí como me rasuraba, pacientemente, hasta el más difícil rincón. Se tomó su tiempo, no tenía prisa, y cuando terminó,  me limpió con agua templada.

Desde detrás de mí, empezó a hablar bajo, ensimismado.

-No tienes ni puta idea… ni la más mínima puta idea de lo que es saber que tú has elegido. Que te has atrevido a hacer lo que querías hacer, no lo que debías… Es muy difícil para la cordura de alguien saber que otros que están en una situación como la tuya, o parecida, se han atrevido a elegir algo diferente… Y no es solo eso. También tu madre… ella te ha apoyado en todo, no te ha repudiado ni obligado a hacer lo que tu padre había dispuesto para ti tanto tiempo atrás… Planes que has tirado por la borda…

Estaba callada, impactada por sus palabras, por su declaración.

-¿Te conozco? –susurré.

Pasó una hora en un minuto, y sentí otro guantazo en el culo.

-Señor, muñeca. Señor… Y sí. Pero basta de mí. Quiero saber que fue lo que te impulsó a desobedecer los deseos de tu padre. Nuestros progenitores solo quieren lo mejor para nosotros, ¿por qué no puedes ver eso?… La verdad, después de nuestros pocos encuentros, puedo ver que te cuesta hacer lo que te dicen.

-¡VÁYASE A LA MIERDA, SEÑOR! –grité sin poder aguantarme, furiosa.

Sus carcajadas resonaron en todo el lugar.

-¡Y ahí está la fiera! Bien, me has obedecido por una vez, pero también has utilizado un lenguaje poco apropiado para una señorita, por lo que recibirás un pequeño castigo.

-¿Peor que ser violada y humillada por un jodido cobarde que no…? –jadeé.

Algo frío rozo mis nalgas. Sorprendida, no pude terminar de decir mi réplica. Las gotas heladas caían por el camino que él estaba haciendo… hasta mis sensibles labios vaginales, recién rasurados. Los escalofríos me recorrieron. Comenzó a pasar el hielo por ellos, pasando por mi clítoris incluso. Me estremecía sin poder evitarlo y al mismo tiempo no era capaz de decir nada.

Paró por un momento, y metió un dedo en mí, no de forma brusca, pero sí decidido; mientras con otro de sus dedos, de esa misma mano, empezó a masajearme el clítoris. Lo sentí incorporarse, echarse sobre mí suavemente, apoyando su peso con su brazo. Su respiración acarició mi cuello, y empezó a besarme por allí, suavemente. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja,  respiró sobre mi nuca, rozó sus labios por mi mandíbula… y yo estaba cada vez más excitada.

Me penetró con un segundo dedo al notar la humedad que poco a poco iba saliendo de mí. Pasó el hielo por mi cuello, temblé ante la sorpresa helada, y lamió las gotas que resbalaban por mi piel. Mi gemido tuvo que darle alguna pista de algo. No sabía exactamente qué, pues se alejó de mí, pero no sacó los dedos, sino al contrario, aumentó el ritmo un poco. De pronto, lo supe.

Cuando más excitada me estaba poniendo, pasó el hielo por mis labios vaginales. Jadeé, la sensación que ese contraste produjo en mí, fue… raro, increíble. No me agradó, pero mi cuerpo tampoco quería que parase. Metió su tercer dedo, e incrementó el ritmo de nuevo, y llevó el hielo a mi clítoris. Gemí, en protesta. Solo mantuvo el frío elemento unos segundos, y cuando lo apartó, sus dedos empezaron a follarme como si fueran taladros. Sentía la tensión en mi bajo vientre, iba a venirme, pero él lo notó, y volvió a ponerme el hielo en mi clítoris. Hice un sonido de protesta, y a los pocos segundos, quitó el hielo y siguió metiendo y sacando sus dedos de mi coño. En unos instantes, estaba de nuevo lista para correrme, pero el hielo volvió a cortarme la respiración. Hizo eso innumerables veces, durante un tiempo que se me hizo muy largo. Demasiado para la cordura de una persona.

Quería correrme, necesitaba acabar, pero el hielo me lo impedía.  La enorme diferencia de la temperatura que mi coño estaba experimentando se hacía desesperante. En medio de la bruma de sensaciones, solo se me ocurrió una cosa.

-Por favor… - rogué.- Quiero acabar…

-Por favor, ¿qué, muñeca? –presionó en un susurro. 

-Por favor, Señor… -supliqué casi sollozando.

Sus dedos empezaron a follarme y otros dos me pellizcaron el clítoris helado. Me corrí. Mucho. Sé que gemí, pero mi cabeza estaba hacia abajo y la postura ahogó el sonido. Mi respiración era irregular, y mi cuerpo se sentía… drogado, sin fuerzas. Sentí sus manos, aún con las frías huellas del hielo, acariciar mis muslos. Se acercó a mí, por detrás, y presionó su dureza entre mis nalgas. Todo mi aturdimiento post-orgásmico se desvaneció en un segundo.

-Ahora es mi turno, ¿no crees?... No sería amable por tu parte negarme un poco de desahogo sexual después de lo que acabo de hacer por ti.

Después de unos momentos, se alejó y escuché de nuevo sonidos detrás de mí. Por una parte quería saber que iba a hacerme para acabar con el calvario que suponía esta situación para mi ya degradada salud mental, y por otra me aterrorizaba el solo pensar en ello. El estar expuesta, solo pudiendo sentirlo. Llegados a este punto, no sabía si me alegraba de la venda o la maldecía.

Se paró detrás de mí. Una de sus manos separó mis nalgas, y sentí algo frío y pegajoso en mi agujero anal. Me moví, intentando resistirme, y recibí una fuerte bofetada en uno de mis muslos.

-Quieta, muñeca, o lo haremos a la manera dolorosa –siguió impregnando mi ano.

Metió un dedo dentro, suavemente, lubricándome el interior, la entrada. Los nervios rompieron mi autocontrol y algunas lágrimas se escaparon de mis ojos, al mismo tiempo que un sollozo jadeante.

-Por favor… no me hagas nada más… ya ha sido suficiente… por favor… -lloraba humillada.

-No, muñeca… Aun no ha sido suficiente… -dijo sin interrumpir su tarea.- Me prometieron todo de ti, y estaba seguro de poder tenerlo… Pero tomas demasiadas decisiones sin contar con los demás, y no podía arriesgarme a que lo planeado para mí se fuera por la borda por tus caprichos egoístas.

Momentos después, todo mi ano, tanto por fuera como por dentro, estaba goteando lubricante. Percibí el sonido de ropas, y su presencia detrás, posicionándose. Los segundos, las milésimas de segundo, hasta que sentí la punta de su polla en mi entrada, se hicieron eternos.

-Además… -susurró, inclinándose sobre mí para poder hablarme al oído.- Yo soy muy impaciente para tomar lo que me prometen…

Empujó fuerte, y sentí como si mi ano se rompiera en un segundo. Sabía que su polla era grande, pero en ese estrecho agujero virgen se sintió como si fuera un garrote. Chillé de dolor, y sentí como seguía avanzando.

-¡No! ¡Basta, por favor! ¡Me duele mucho! –lloraba ya sin pudor, sin diferenciar las lágrimas que eran de dolor de las que eran de humillación.

-Tranquila, muñeca… Voy a ir despacio a partir de aquí.

-No… por favor… -mi voz sonaba rota.

Paró por un momento, un pequeño, ínfimo, rayo de esperanza se coló en mi mente, con la posibilidad de que parase esta tortura.

-Se te ha vuelto a olvidar llamarme Señor…

Empujó de nuevo, y de una sola y fuerte embestida, me penetró completamente. Grité y chillé de dolor, la venda empapada. No podía hacer nada, estaba a sus deseos, así que me resigné y dejé que hiciera lo que quisiera.

Pero las reacciones humanas frente al dolor suelen ser primitivas, y no pude dejar mis lamentos y quejidos lastimeros mientras me perforaba el culo. No se sentía ni que follar fuese lo que me estaba haciendo, pues me penetraba con mucha furia y violencia. Su ritmo se incrementaba más a medida que más me escuchaba llorar, lamentarme, rogar, o suplicar.

Sus manos apretaban mucho mis caderas, pero ese dolor no era nada en comparación con lo que estaba sintiendo en mi ano. Era como si me hubiesen absorbido toda la energía.

Al cabo de un rato, me di cuenta que había dejado de gritar o llorar, y ya solo gemía. También me percaté que el dolor había pasado a ser una molestia más que nada, no sabía si porque ya me había acostumbrado o porque mi cerebro se había intentado evadir de la realidad para hacer más llevadero aquel momento traumático.

Estaba ida, mi cerebro no respondía, mi cuerpo tampoco, y su ritmo no decrecía…

Un sonoro ruido, y un picor familiar en una de mis nalgas hicieron que me espabilara, como si me hubiesen tirado agua fría. Otra nalgada le siguió a la primera, y otra… y otras más… Mis únicas respuestas eran jadear en contradicción a ello.

-No tienes ni idea de lo bien que se ve tu culo rojo, muñeca… -dijo jadeando del esfuerzo.- Es una pena que no lo estés disfrutando tanto como yo…

Le falta poco, habla con esfuerzo”, pensé. Si pudiese hacer que acabase antes, mi cordura podría mantenerse un poco en pie. Pero no tenía ni idea de qué hacer o decir para excitarlo hasta el punto de que se corriese… A no ser que…

Me concentré, e intenté hacer fuerza con los músculos anales recién descubiertos. Le escuché gemir.

-Sí… haz eso otra vez, muñeca…

Me sentí valiente, y volví a hacerlo. Pero me arrepentí casi al momento. La penetración se profundizó, su polla llegó más dentro, mi ano se sentía más apretado, y un poco de dolor volvió a hacerse presente. Su ritmo se volvió frenético, rápido, desesperado. Pero esta vez aguanté…

Los chorros de su semen me inundaron… “¡Mierda!”. El continuó con el vaivén, pero el ritmo se hizo cada vez más lento. Salió un momento, y noté como su leche rebosaba y caía por mis muslos y por mi vagina.

-N-no has utilizado protección…

-¿Y perderme la imagen de mi leche saliendo de tu culito…? Ni de coña, muñeca.

No dije nada más, no me atreví.

-¿Vas a decirme quien eres? –pregunté.

Tardó unos segundos en contestar.

-Por lo que he podido saber, no tardarás mucho en saberlo.

Lo sentí moverse a mí alrededor, se agachó frente a mi cara y me acercó algo a los labios. Automáticamente, giré la cabeza.

-Es solo una cañita. Necesitas beber, te sentará bien.

-¿Para volver a drogarme y sacarme de aquí sin saber quién eres? Ni lo sueñes, capullo. Quiero saber tu identidad.

-Chica lista… -dijo riéndose.- Pero verás, la cuestión es la siguiente. Si no te drogo para sacarte de aquí, te dejaré así, tal y como estas ahora, desnuda, débil y con mi semen empapando tu culo y tus piernas, en medio de cualquier baño público de cualquier parque o plaza de la ciudad. Sin ropa, dime cómo saldrías sin causar un escándalo o un problema a tus padres. Si bebes, te quedarás dormida y tranquila, y yo podré llevarte a un lugar seguro donde nadie tendrá que verte en un estado tan lamentable. Tú decides, pero no voy a dejar que sepas mi identidad aun.

No me hizo falta mucho tiempo para decidir. Abrí la boca, chupé la pajita y bebí. El sabor era extraño, y me resultaba vagamente familiar, pero no me detuve a pesar en nada, solo en el deseo de quedar inconsciente cuanto antes.

Cuando desperté, estaba en mi cama. Poco a poco, recordé todo lo que había pasado. Una vez que estuve segura de que no vomitaría por el recuerdo, me incorporé un poco y busqué mi móvil. Las nueve y media de la noche. Suspiré. No sabía que mierda de droga o somnífero me había dado, pero mi cuerpo se sentía extraño y agotado aun después de haber dormido tanto.

Me levanté poco a poco, y encendí la luz. Abrí mis piernas, y me toqué; ni rastro de semen ni de nada. No me valdría de nada intentar imaginar cómo me había dejado en mi casa.

Me percaté entonces, de una botellita de cristal en mi mesita de noche. Me acerqué y vi que su contenido era blanquecino. Tenía una nota a su lado, que pude leer cuando tuve la oportunidad de enfocar la vista.

Muñeca,

Esta es la mezcla que he utilizado para dormirte esta segunda vez. Es una receta propia que tiene como ingrediente principal mi semen. Necesitabas proteínas y nutrientes después de estar todo el día sin comer y hacer tanta actividad. Espero que no me guardes rencor.

Tu desconocido.

P.D.: Ya estoy deseando que me conozcas.