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Internas: Paula (II) – Por la mañana

en Sexo con maduros

Un horrible peso aprisionaba su cuerpo haciéndola sentir encerrada. El dolor estaba en alguna parte, pero no sabía dónde, ni tampoco le importaba mucho en esos momentos, solo quería que esa enorme loza que la aplastaba se retirase. ¿Por qué nadie la ayudaba? No tenía voz, pero ni siquiera intentó hablar ni pedir ayuda, al menos al principio.

Había pasado… no sabía cuánto tiempo, intentó emitir algún sonido, y se percató de la aridez de su garganta. Le molestaba un poco, no recordaba estar enferma, pero realmente, no sabía como estaba, no se acordaba de nada, su cerebro solo estaba ocupado por la desconocida y claustrofóbica carga que estaba soportando su cuerpo… No, no su cuerpo, su cabeza, sus párpados.

No tenía fuerzas, su cuerpo estaba laxo, pero se obligó a hacer algo, lo que fuese, tenía que moverse. Aquella situación la estaba asustando. ¿Estaba muerta? El terrible pensamiento llegó a su mente, y se volvió desesperado. “Abre los ojos. Primero, abre los ojos… ¡Ábrelos!”, empezó a decirse a sí misma.

Las fuerzas que creía abandonadas salieron de alguna parte, y se impulsó en ellas para abrir los ojos. La luz del sol la molestó, casi cegándola por unos instantes, pero rápidamente se acostumbró a ella, temerosa de parpadear siquiera. Sentía bombear sus sienes, y ese dolor persistente aun se encontraba en alguna parte de ella, pero no sabía dónde. 

Respiró profundamente, un poco más tranquila por no estar muerta. Giró su cabeza, mirando hacia el techo, aguantando una oleada de bilis que amenazaba con subir por su garganta. Si vomitaba, no sería buena idea estar tumbada en aquella posición. Tenía que moverse. “Levántate despacio”, se ordenó a sí misma. Empezó a mover sus brazos, dormidos y endebles, hasta que se apoyó en sus codos con sumo cuidado, teniendo que cerrar los ojos sin embargo, para aguantar otra oleada de náuseas.

Logró incorporarse, con un frío sudor cubriéndole el cuerpo, y esperó hasta que la mala sensación estomacal cesara. Abrió de nuevo los ojos, lentamente, respirando trabajosamente y viendo pequeños puntos blancos hasta que pudo enfocar la visión. “Ya ha pasado todo”, pensó…

… Hasta que miró hacia abajo. Su ropa estaba hecha jirones, sus pechos se sentían pegajosos con un líquido vagamente blanquecino y su entrepierna… “¡Sangre!”. Sus muslos tenían restos de sangre seca y de otra cosa, del mismo líquido que tenía en los pechos, reseco pero pegajoso en su piel. Las lágrimas inundaron sus ojos, sin poder creer lo que veía.

Empezó a faltarle el aire, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y se tapó la boca con sus temblorosas manos en un intento de ahogar un chillido de horror, miedo y angustia.

El agua no podía quitar todas las manchas, ni siquiera el mejor gel podría. Se sentía sucia, asqueada, débil… No, no podía sentirse así. Irina siempre decía que lo peor no era que los demás sintieran pena de ti, sino que lo sintieras tú misma. El vapor y las lágrimas habían empañado su visión durante los más de treinta minutos que se había llevado bajo la ducha, lavándose concienzudamente una y otra vez hasta hacerse daño. Solo lloraba desesperada y restregaba la esponja sobre su piel.

El recuerdo de su amiga pareció hacerla volver en sí. Ya lloraría por su desgracia más tarde, ahora debía averiguar quién le había hecho aquello y porqué. Apagó la ducha y cogió la toalla para secarse. Frente al espejo, mirándose a sí misma, sabiendo que algo en su interior había cambiado, reflexionó.

Los fines de semana, solo se quedaban unos pocos profesores en el internado, dependiendo de las alumnas que permaneciesen en el mismo, y precisamente esos días no había muchas en el edificio, pues las que no estaban fuera por las pruebas de sus avalistas educativos, estaban disfrutando del recién llegado buen tiempo con sus familias. Ella era una de las pocas que se quedaban gustosas en Santa Catalina los fines de semana. Pero había otras personas que también se quedaban allí, como Don Fernando y Hugo, que vivían todo el año en la institución…

Ese hilo de sus pensamientos hizo que el pulso se le acelerase. El odioso director y el guapo médico eran los hermanos de su madrastra… y a los tres los había visto el día anterior, cuando Bárbara le había comunicado su nuevo embarazo. Algo le hizo sospechar entonces, no sabía exactamente el qué, seguramente el brillo cínico de su mirada al que tan acostumbrada había estado de pequeña, pues era el preludio de un castigo o de una situación dañina para ella. Algo había tramado Bárbara y ella no se había dado cuenta con la alegre noticia que había dado, o mejor dicho, lo había ignorado al recordar a su hermanito Germán y al imaginar al nuevo bebé.

¿Habría tenido algo que ver Bárbara con… lo que le había pasado? Si era así, Hugo y Don Fernando sabrían algo, eran los confidentes de la arpía. Pero ellos no le dirían nada, Don Fernando la detestaba casi tanto como Bárbara, y Hugo era demasiado noble como para contar un secreto, sobre todo si perjudicaba a su hermana de alguna manera.

-Deberías beber un poco de esto –dijo Fernando poniendo una taza de café delante de Hugo.

-Gracias, pero no me apetece –murmuró lúgubre.

Hugo miraba a un punto fijo en el inmenso salón, sumido en oscuros pensamientos. Las ojeras evidenciaban la falta de sueño y lo hacían parecer más viejo de lo que realmente era. El alcohol que había bebido durante la noche no hacía mucho por mejorar su aspecto, estaba despeinado y sus ojos revelaban que lo que fuera que estuviese pasando por su mente, no era nada bueno…

-Mira…-empezó a decir Fernando sentándose a su lado- lo que hicimos… -suspiró.- No tiene sentido pensar mucho en eso, no servirá de nada. Afrontaremos los problemas cuando vengan, si es que vienen, pero mientras, no vale la pena torturarse. Lo hicimos porque nos lo pidió Bárbara, y ya le dejamos claro que era lo último que haríamos por ella. La queremos, y ella lo sabe, pero todo tiene un límite…

-Un límite que…-se detuvo antes de utilizar el “nosotros”- … yo sobrepasé anoche. Dime, hermano –se giró para enfrentar a Fernando- ¿qué me diferencia ahora de un loco… de un jodido, depravado y…?

Fernando se quedó mirando los vacíos ojos de su hermano menor.

-Hugo…

-No, Fernando. Sé lo que me vas a decir, pero no. Esta vez ha sido… he pasado el límite. He estado follando con mi hermana durante años, ha engañado a su marido conmigo durante casi todo su matrimonio, y ahora… - se levantó, desesperado por hacer algo para desquitarse de toda la ira y la frustración que sentía hacia sí mismo.

-Hermano… -suplicó Fernando en voz baja.

- He violado a una chica inocente… Soy un monstruo, un puto loco…- se volvió a su hermano, mirándolo con pena y desesperación.- Y lo peor es que te verás arrastrado conmigo… Por mi culpa…

-¡Hugo, basta! –explotó Fernando.

Se levantó del sofá y se fue hacia su hermano, poniendo sus manos sobre sus hombros. Su hermano se veía desamparado y asustado.

-Todo va a salir bien…- dijo suspirando.- Deberías ducharte, comer algo e ir a hacer algo a la consulta. Ocupa tu mente con algo, con cualquier cosa… pero no te quedes… esperando o pensando sobre algo que no puedes solucionar.

Hugo miró hacia un lado, asintiendo mecánicamente. Sabía que no había convencido a su hermano, pero no le importaba. Se fue hacia el baño, se duchó rápidamente y se vistió con un chándal, dispuesto a llevar su rutina de todos los sábados. O por lo menos a intentarlo.

Iría al gimnasio de la ciudad después de poner algunas cosas en orden en su oficina, pensaría en mil cosas que hacer durante el día. Lo que fuera para evitar pensar en Bárbara o en Paula.

Se restregó los ojos con las manos mientras andaba hacia el gran edificio. La menta de la pasta de dientes casi había eliminado todo el mal sabor y olor del vodka y la ginebra, pero no la ardiente sensación de tan explosiva mezcla en su estómago. Se sentía mal y le dolía la cabeza, pero no podía evitar recordar.

Había estado acostándose con Bárbara desde que ella tenía quince años y el veintitrés. Ella siempre había sido una niña precoz para algunos temas, pero con el sexo en particular se obsesionó… sobre todo con el sexo con él. Siempre supo que estaba mal, que si los pillaban alguna vez sería una catástrofe para la delicada estabilidad de su familia, pero no podía negarle nada a Bárbara, ni siquiera Nando podía. Ella le había pedido su cuerpo, y él había acabado por entregarle su cordura.

No era esta la única vez que había estado así. Cuando Bárbara tenía diecinueve años y él veintisiete, Fernando los pilló una noche. Casi se volvió loco cuando vio la sorpresa y la… decepción en la cara de su hermano. Creyó que lo mataría o se lo contaría a sus padres y que ocurriría una desgracia, que sería el final de su vida… Pero Bárbara intervino, y persuadió a Nando. Lo invitó a entrar en su incestuosa relación, suplicándole con esos preciosos ojos que no los delatase, que él también podía disfrutar de aquello… Y lo convenció. Sedujo al inflexible Nando, pero Hugo no permitió que lo hundiese tanto como ya lo estaba él mismo. No quería eso para su hermano, esa contrariedad continua y sufrimiento por no poder evitar lo ineludible.

Nando no le echó nunca nada en cara, y él se lo agradecería de por vida, pero había límites. Siempre había límites. Y él los había cruzado indulgentemente una y otra vez, con Nando siempre tapándolo, ayudándolo, apoyándolo… Pero ni toda la benevolencia del mundo podría justificar lo que le había hecho a Paula.

No le caía mal la chica, comprendía la rebeldía de su edad, y siempre sospechó que fue su culpa que Bárbara tuviese tanta inquina contra Paula. Era una niña singular y muy curiosa de pequeña, lo recordaba, le había agradado entonces y se lo había dicho a su hermana… ¿Quién iba a pensar que las cosas cambiarían tanto por los celos? Jamás se lo había dicho a nadie, pues ni Nando lo creería y la propia Bárbara lo negaría.

Rememorando todos sus fallos, todos los errores que había cometido por su hermana, culminando siempre en la imagen de la inconsciente Paula semidesnuda, ignorante de lo que le estaba haciendo a su inocente cuerpo… Se paró en seco. Ella estaba allí, frente a su despacho, esperándolo. Parecía una alucinación, una mala pasada que su cerebro le estaba jugando por todo el tiempo que había estado pensando en aquella chica. Pero las oscuras ojeras y la palidez de su cara no podría haberlas imaginado.

Ni siquiera se había percatado de que él había entrado en el pasillo, tan concentrada como parecía mirando al suelo, en busca de algo… de respuestas, comprendió de repente. Ya sabía lo que le había pasado y venía a pedirle explicaciones.

El miedo lo paralizó por un momento. ¿Qué iba a decirle? No podía justificar sus actos, ya solo podía afrontarlos. Y ya iba siendo hora de encontrar un poco de paz mental, estaba cansado de soportar tanto peso.

Había habido rumores de que Hugo les había suministrado píldoras anticonceptivas a dos chicas mayores, pero claro, solo eran rumores. Paula no quería arriesgarse y decidió ir a hablar con él para pedirle una. Aunque también intentaría averiguar si el doctor sabía algo.

Miles de escenarios, de posibles sucesos o sospechosos habían cruzado su cabeza durante las dos horas que había esperado frente a la consulta de Hugo. Ni siquiera recordaba si había pasado alguien y la había visto, solo estaba tan sumida en sus pensamientos, tan ensimismada, que no se percató realmente de los pasos que llegaron a su lado hasta que una ronca voz la llamó suavemente.

-Paula.

Ella levantó la mirada del suelo y vio a Hugo.

No exactamente a Hugo, sin embargo, sino a una versión mucho más vieja y desmejorada de él. ¿Qué le había pasado? Parecía tan desgraciado como ella…

-¿Qué le ha…? –comenzó a preguntar extrañada.

Hugo la cogió por el brazo, levantándola de su asiento bruscamente y llevándola con él hacia su consulta. Abrió la puerta y la hizo pasar primero, entrando él después y cerrando apresuradamente. Apoyó su cabeza en la puerta y respiró pesadamente, dándole la espalda a una preocupada Paula. No fue la imagen lo que más inquietó a la chica, sino sus palabras.

-Lo siento… -susurró- Paula… lo siento mucho…-su voz casi inaudible.

El mundo pareció detenerse, el oxígeno desaparecer de la habitación, y el temor apoderarse de todo su cuerpo. Había pensado en él como sospechoso, vagamente, desechando la idea al instante. No lo creía capaz de algo así, no el honorable Hugo, y sin embargo…

Necesitaba salir de allí, para gritar, chillar, llorar, desahogarse, lo que fuera, pero no cerca de él.

-Deja que me vaya –dijo ella firmemente, aguantando las lágrimas.

Hugo se volvió lentamente para mirar a la chica. Su postura era desafiante y al mismo tiempo defensiva: los puños cerrados, apretados, la espalda recta, las extremidades tensas, la mirada feroz, llena de odio y determinación tras una pared acuosa que demostraba su miedo. Le tenía miedo, era lo suficientemente valiente como para tenerlo y al mismo tiempo ordenarle que la dejase salir.

Pero no podía hacer eso, antes necesitaba hablar con ella.

-Paula, escúcham…

-¡NO! Usted m-me… -su voz le fallaba.

Un sollozo escapó de su garganta antes de que pudiera aguantarlo, pero no se acobardó, no esperaría un segundo más. Dio un par de pasos hacia la puerta, saldría de allí aunque tuviese que pasar por encima de Hugo.

Él la sujetó fuerte por los hombros, impidiendo que diese un paso más, mirándola con ferocidad. No podía dejar que se fuera. Pero la chica no era una delicada muñequita como otras alumnas del internado, y empezó a luchar contra su agarre, intentando zafarse de él. Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas, las murmuradas quejas comenzaron a hacerse más fuertes a medida que la desesperación hacía mella en Paula, y él solo actuó por instinto. Debía callarla antes de que alguien la oyera.

Aprovechando el desconcierto de la joven, aflojó un poco sus manos de los hombros, dándole la ilusión de que la dejaría escapar… Todo pasó en segundos realmente. Cuando Paula intentó apartar sus brazos, Hugo agarró los de ella y en un movimiento fluido, la puso de espaldas a él, pegando sus cuerpos al instante. Llevó una mano a su boca, tapándosela, y la otra a su cuello. Buscó su pulso e hizo presión durante algunos segundos, los suficientes para cortar un poco la circulación de la sangre al cerebro. El cuerpo de la joven se relajó al instante, sus piernas perdieron su estabilidad y él se apresuró a sujetarla por la cintura.

Ya estaba hecho. Paula estaba semiinconsciente, pero él no sabía qué hacer. No podía quedarse allí, pues si alguien iba a buscarlo a su consulta averiguaría lo que había ocurrido y los problemas empeorarían. “Debo llevarla a mi casa”, pensó desesperado.

Abrió la puerta, miró a lo largo del pasillo, agudizando el oído en busca de algún sonido que delatase a alguien que anduviera por allí. Al no escuchar nada, llevó a Paula al banco donde lo había estado esperando momentos antes, apresurándose a cerrar la puerta de su consulta después. Volvió a cogerla en brazos y se dispuso a salir de aquel gran centro que le parecía claustrofóbico. Conocía cada rincón del internado, por lo que en pocos minutos llegó al exterior del mismo sin que nadie los viera, escogiendo los pasillos que sabía que estarían desiertos.

Se apresuró a entrar en la casa por la puerta trasera, sin soltar nunca el cuerpo de Paula, ejerciendo presión en el picaporte con el codo para abrir y procurando estar siempre oculto a cualquier ojo curioso. Nando no estaba allí, lo que hizo que se tranquilizara. Si iba a cometer otra barbaridad, no quería que su hermano fuese testigo… otra vez.

Llevó el cuerpo laxo a su habitación y lo depositó en su cama deshecha con mucha delicadeza. Se paró un momento para ver a la joven, para contemplar su rostro. Sabía que no debía sentirse de ninguna manera hacia la chica, pero una parte de él no podía evitar tener esa emoción posesiva al saber que él había sido el primero que había entrado en ella.

Se permitió acariciar su pelo iluminado levemente por la suave luz que entraba por la ventana, sus rebeldes rizos, su tersa piel, sus labios llenos, su fino cuello… Tenía sentimientos encontrados con aquella chica. Se sentía mal por haberla violado, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirse… poderoso al saber que, de una u otra manera, siempre tendría algo suyo. Él siempre sería el primero para ella, el que la desvirgó, y el solo recuerdo de aquella sensación, de su pene metido en Paula, lo excitó.

Quería volver a sentirlo. ¿Por qué no? Ya estaba todo hecho, no podía empeorar hacerlo una segunda vez. Pero debía darse prisa, Paula no tardaría en despertarse. Se desnudó rápidamente, sin apartar sus ojos de ella. No le apetecía darse prisa con ella, sin embargo, no tenía otra opción, la respiración volvía a ser cada vez más estable. Le quitó los zapatos y le desabrochó la blusa, rozando sus dedos por aquellos deliciosos bultos…

Paula volvió en sí de repente y sintió una suave caricia en sus pechos. En un segundo recordó todo lo que había pasado, y el miedo la llenó de nuevo. En un acto reflejo se echó hacia atrás en la cama, dándose un golpe en la cabeza.

-Tranquila… tranquila…- susurró Hugo.

Ella abrió sus ojos… y lo vio completamente desnudo. Un sollozo escapó de sus labios mientras intentaba alejarse de él, pero Hugo sujetó su cintura, cortando su vana tentativa de escapar.

-Deja que me vaya…

-No puedo –dijo tocando suavemente uno de sus rizos.

Tenía los ojos llenos de algo extraño… ¿locura? Paula no lo sabía, pero no quería estar cerca de él.

-No me hagas más… cosas…

Él no la miraba a los ojos, mientras negaba.

-Tranquila… tranquila… -susurraba mientras empezaba a sonreír levemente.

Una idea brilló en su cerebro, algo que podría cambiar todo lo sucedido, no lo solucionaría, pero sí lo cambiaría. Le daría el control de la situación.

-Escucha, Paula, creo que sé porqué estabas esperándome en mi consulta…-la miró a los ojos entonces.- Necesitas la píldora anticonceptiva, ¿verdad? –La chica asintió temblorosamente.- Entonces, negociaremos.

-¿Q-qué? –tartamudeó.

-Si tú haces lo que yo te diga… te la daré.

Ella se alejó un poco más de él, con los ojos muy abiertos, comprendiendo.

-¿Me estás chantajeando? ¿Después de todo lo que…?

-Es simple –la cortó Hugo.- Tú no puedes salir del centro sin autorización paterna –dijo mirándola fijamente para que comprendiera.- Ni Fernando ni yo te dejaremos llamar a casa. Y puestos a limitar opciones… soy yo el único que puede dártela… si no quieres quedar embarazada y arruinar tu futuro, claro…

-Eres un…-murmuró Paula con los ojos llenos de lágrimas.

Por mucho que lo odiase, sabía que tenía razón. Él era la única elección que tenía. Y aunque consiguiese contactar con su padre, él nunca creería que su cuñado habría hecho algo tan horrible. Además, Bárbara defendería a Hugo.

Respiró hondo. No tenía otra opción.

-¿Qué tengo que hacer? –dijo con una firmeza que realmente no sentía.

Hugo sonrió, complacido, con aquella lujuriosa y maníaca mirada.

-Quiero que te desnudes para mí.

Paula aguantó la respiración mientras se alejaba de él en la cama y andaba hacia el frente de la misma, mirando de reojo la puerta cerrada. Podía intentar salir de allí, escapar… pero recordó la conclusión a la que había llegado momentos antes: nadie la creería.

De espaldas a Hugo, resignada y mirando al suelo, dejó que su blusa se deslizase por su espalda y por sus brazos y cayese.

-Gírate –ordenó el hombre.

Sin levantar la mirada, avergonzada, obedeció. Veía sus abultados pechos, tapados y realzados por el verde de su sujetador. Sabía que tarde o temprano tendía que quitárselo y descubrir aquella parte de su cuerpo, pero no quería hacerlo aún. Se desabrochó los vaqueros y se los quitó nerviosamente, dejándolos en el suelo junto a su blusa.

Respiró hondo varias veces. Ya solo le quedaba su ropa interior. Intentó contener el temblor de sus manos cuando las llevó a su espalda para desabrochar su sujetador, pero no pudo… y con la misma odiosa inseguridad, dejó caer la prenda.

Quería taparse, pero sabía que Hugo se negaría a ello. Cerró los ojos mientras se doblaba para bajarse las braguitas, sintiendo el leve roce de la tela como una burla de su situación. Podía sentir las lágrimas alimentadas por la impotencia acumularse tras sus párpados, por lo que no vio como se acercaba Hugo a ella, solo sintió su mano en su pecho, haciéndola sobresaltarse durante un instante.

Paula lo estaba pasando mal, podía verlo en su cara y en la rigidez de sus acciones mientras se desnudaba frente a él. Pero no le importaba, más bien al contrario, le gustaba. Le estaba excitando más verla así de vulnerable y sumisa, acatando sus deseos, y solo era el comienzo.

Se acercó a ella cuando estuvo por completo desnuda, sin apartar los ojos de aquellas preciosas tetas. Su atlético cuerpo parecía diferente, pero era el mismo… tal vez era su conocimiento de lo bien que se sentía follarlo lo que le hacía verlo de otra manera… Sus tetas cabían perfectamente en sus manos, sus sonrosados pezones eran el sueño de todo hombre. Miles de escenarios, de cosas que él quería hacerle o que deseaba que ella hiciera, pasaron por su mente. Le costó ordenarlos, pero se decantó por algo sencillo para comenzar, algo que realmente tenía ganas de hacerle.

-Separa tus piernas –ordenó mientras se agachaba frente a ella.

Aun con los ojos cerrados, ella obedeció. No sabía lo que iba a hacerle, y tal vez fuese eso lo que la tenía tan asustada. Tembló al sentir las manos del hombre en sus caderas, asumiendo el dolor horrible que se avecinaba… pero la inesperada caricia de algo caliente y húmedo en su centro la sorprendió. Volvió a sentirlo, y pensó que eso no dolía, por el contrario, se sentía… extraño, pero no necesariamente mal. Se atrevió a mirar, aunque fuese un poco.

Hugo estaba arrodillado frente a ella, con su cabeza muy pegada a su zona púbica y estaba… su lengua… Paula sentía su lengua. La pasaba por sus labios vaginales, dejando su saliva caliente en ellos. “Se siente… bien, aunque sea asqueroso”, pensó para sí, relajándose poco a poco con cada lamida.

Notó como el cuerpo de Paula se relajaba poco a poco. No le disgustaba lo que estaba haciéndole a su coño… al menos por ahora, no sabía cómo reaccionaría cuando aquello fuese a más. Se preguntó cómo sería aquella chica cuando se corriese, cómo se sentiría, cómo sabría…

Llevó sus dedos a aquellos suaves labios y los separó un poco, Paula aguantó la respiración al sentirlo, nerviosa de nuevo. No le gustó el repentino cambio en el cuerpo de la chica, no lo había hecho con esa intención. Llevó su boca a aquel íntimo rincón y comenzó a saquearlo con su lengua, metiéndola y sacándola a gran velocidad, chupando todo lo que pudo de aquel joven coño que tenía a su disposición.

Paula jadeó al sentir el ataque de la boca de Hugo. No se había esperado algo como aquello, ni que se sintiera tan bien, tan… húmedo y… Gimió. Fue algo que no pudo evitar, así como el suave calor que crecía en su interior, en aquel mismo lugar que estaba chupando Hugo. Era una sensación que nunca antes había sentido, y no quería que acabara, quería más aunque fuese Hugo quien la provocase.

Los jadeos de inocente placer de Paula lo pusieron frenético, haciendo que su pene se endureciera por completo. La chica iba a correrse aunque no lo supiese aún, y él quería dárselo, sentir como se rendía. El suave coñito estaba cada vez más mojado, aunque no tanto ya por su saliva. Paula estaba excitada, no le dolería si metía un dedo en ella y la masturbaba con él.

Pasó su lengua por su clítoris, haciendo que Paula pegase un pequeño grito de sorpresa cuando lo succionó un poco. Lo hizo varias veces, deleitándose en la dureza de ese pequeño botón, centrando su atención en eso y no en su dedo a punto de entrar en su agujerito. Fue metiéndolo poco a poco, no muy seguro de si ella lo estaba sintiendo.

Las manos de Paula se posaron en su pelo mientras sus gemidos alcanzaban un volumen más alto y más lastimero, incitándolo a aumentar el ritmo de su dedo. Le metió otro, sin embargo, sintiendo los jadeos acelerados y el fuerte agarre de las manos de la chica en su cabeza. Su polla palpitaba ansiosa de estar hundida en Paula, pero aguantaría, solo un poco más, aunque tuviese que acelerar el ritmo de sus dedos y de sus lamidas. Le estaba gustando el sabor de la joven, y se sintió ansioso por saborearla por completo.

El fuego estaba dentro, pero le gustaba, le hacía querer más de aquella extraña experiencia que estaba teniendo con Hugo. Algo en su cabeza le decía que no estaba bien lo que le estaba haciendo, pero su cerebro solo registraba las deliciosas cosas que su boca le hacía, yendo más profundo cada vez, haciendo que su equilibrio peligrase, que sus piernas se sintieran cada vez más débiles…

Hasta que no aguantó más y algo se soltó en ella, aquella presión ansiosa que había estado creciendo en ella llegó a un punto en el que… explotó, dejándola mareada, haciendo que se sintiese aun mojada en su zona más íntima, casi sintiendo que algo caliente se deslizaba por sus muslos… No se percató de que tenía el cabello de Hugo agarrado fuertemente hasta que él movió la cabeza para mirarla. No se atrevía a soltarlo por temor a caerse, sus piernas estaban temblorosas…

Se dio cuenta entonces de algo. Aun sentía algo moviéndose dentro de ella, aunque más lentamente que antes, haciendo que saliese más humedad de su vagina a medida que entraba y volvía a salir. Ella creía que había sido su lengua, pero se daba cuenta de su error en ese momento, cuando vio que el final del brazo de Hugo estaba entre sus piernas. Él pareció ver su expresión al darse cuenta y giró los dedos para mostrarle que estaba acertada en su suposición.

Paula aguantó la respiración mientras sentía como sacaba los dedos de su interior. Ante su mirada atónita, se los llevó a la boca y los chupó, sin apartar la mirada de sus ojos. Ella estaba horrorizada. Cayó en lo que había disfrutado y en esa extraña sensación que sintió cuando todo acabó… ¿habían sido sus dedos y su lengua?... ¿Los de Hugo… quien…?

Intentó dar un par de pasos lejos de él, temerosa de pronto, pero sus piernas aun no habían recobrado la sensibilidad del todo y casi se cayó. Hugo la sujetó por la cintura a tiempo, incorporándose también. Con solo unos centímetros separando sus cuerpos, Hugo la miró durante unos segundos y luego la cogió en brazos. Paula reaccionó entonces:

-¡No! –Empezó a removerse- ¡Bájame!

Hugo la ignoró, llevándola hasta la cama, donde la dejó tumbada suavemente otra vez.

-Deja que me vaya –dijo Paula con un leve temblor en el labio.

Él negó con la cabeza a medida que se acercaba más a la chica, agachando su cuerpo. Ella intentó alejarse, no quería sentir su piel después de ver cómo él disfrutaba su sabor.

-Voy a hacer que te guste… de verdad… -dijo Hugo con ojos suplicantes.- No me tengas miedo…

Ella negaba con la cabeza, pero no rehuyó más de él. No tenía otra escapatoria, no le quedaba otra opción más que esa, aunque la odiase. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, pero los cerró e intentó respirar profundamente para intentar tranquilizarse. “Cuanto antes pase, antes acabará”, pensó intentando consolarse. Sintió el aliento de Hugo en su oreja, sus mejillas rozándose, sus labios besando su cuello livianamente, pero nada de eso hizo parar el leve temblor que agitaba su cuerpo. Sobre todo, porque notaba la dureza presionando contra su pierna, muy cerca de su vagina.

Hugo llevó su mano a la entrepierna de Paula, queriendo deleitarse en la humedad resultante del orgasmo que él le había provocado. Quería que se relajase, había disfrutado masturbándola y quería que también disfrutase su polla, que no tuviese aprehensión ante el sexo. Ambos podrían disfrutarlo y él quería mostrárselo.

-No… por favor… otra vez no… -susurró Paula con la voz rota.

Él se incorporó un poco para mirarla.

-Va a sentirse mejor…- empezó a decir separando un poco más las piernas de la chica con su rodilla- … te lo prometo.

Acercó la punta de su pene a la entrada de Paula, examinando su rostro en busca de algún signo de placer o de satisfacción, pero no vio nada. Ella giró su cara para no mirarlo, y Hugo comenzó a penetrarla poco a poco. La chica aguantó la respiración a  medida que lo sentía entrar, esperando un dolor similar al que había sentido esa mañana al despertar… Pero no lo sintió.

Soltó el aire que había estado conteniendo a medida que el pene de Hugo se adentraba centímetro a centímetro en su interior. Lo sentía grande, grueso y duro, pero no le dolía. Giró poco a poco su cabeza para mirar su expresión. Sus caras estaban casi pegadas, los ojos de él cerrados, el sudor en su frente le recordaba a Paula a algún corredor, alguien que estuviese haciendo un gran esfuerzo.

Entró por completo. Hugo abrió sus ojos y vio a Paula mirándolo. Se sentía muy bien estar dentro de la chica de nuevo, y aunque una parte de él seguiría con lo que había empezado fuese cual fuese su respuesta, se obligó a preguntar.

-¿T-te duele?

Ella negó levemente con la cabeza, con las lágrimas aun contenidas en sus ojos, haciendo que una parte del peso que sentía Hugo en su conciencia se levantase. Si no le dolía, cabía la posibilidad de que lo disfrutase… Y si le gustaba, podría perdonarlo.

Se movió unos centímetros, adelante y atrás, notando aun más la lubricada estrechez de Paula, sin apartar la vista del rostro de la chica. Ella suspiró levemente cuando lo sintió entrar de nuevo, relajándose un poco más. Se atrevió a preguntar:

-No duele… ¿verdad? –susurró.

Ella volvió a negar, y Hugo no pudo evitar la trémula sonrisa que apareció en su rostro. Agachó la cabeza hacia el cuello de la chica, continuando con el rítmico movimiento, y empezó a besarla. No tardó en escuchar un suspiro satisfecho de Paula, sus manos intentando buscar un lugar en su cuerpo donde colocarlas. Las dejó en sus hombros, sin empujarlo o querer evitar su contacto, solo tocándolo tímidamente.

Paula notaba todos los movimientos del cuerpo de Hugo, los livianos roces de sus cuerpos cuando él adelantaba su cuerpo para entrar en ella o se alejaba un poco para sacar su pene unos centímetros de su vagina. Ni ella misma se percató de que había cerrado los párpados, ni de que sus leves jadeos se estaban convirtiendo en suaves gemidos, solo se dejó llevar. Su cuerpo y su cerebro estaban hipnotizados con el placer que sentía con solo esos pocos centímetros que se movía Hugo y lo bien que se sentía. No había nada, todo se fue de su cerebro, solo se permitió sentir ese grueso miembro entrando y saliendo del interior de su cuerpo.

Sin embargo, algo le pedía más. No sabía de dónde venía ese deseo, solo que su cuerpo lo ansiaba, como antes. Ese calor volvió a aparecer en su bajo vientre, a pocos centímetros de donde llegaba el pene de Hugo, casi podría rozarlo si empujase un poco más, si lo metiese con más intensidad. Le asustaba un poco pedirlo, y aunque no sabía qué iba a pasar si ese calor continuaba allí por mucho tiempo, tampoco le gustaba la idea de comprobarlo. Simplemente, necesitaba que ocurriese lo mismo que antes, esa sensación de placer y plenitud al mismo tiempo.

-Más… -murmuró en una voz casi inaudible.

Sin detener su ritmo, Hugo giró su cara para mirarla al tiempo que Paula abría sus párpados. Las pupilas de la chica estaban dilatadas, sus mejillas tenían un gracioso color rosa, y sus labios estaban entreabiertos, con una expresión de súplica que él no podría rechazar nunca.

Solo asintió, conocedor de la rendición de Paula. Comenzó a alejarse del cuerpo de la chica, pero hundido en ella, no iba salir. Ella lo miraba atentamente, cada uno de sus movimientos cuando notó que sus cuerpos se separaban. Dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo, dejando conducir sus piernas a los hombros de Hugo. Esos movimientos la hicieron gemir al apretarse más su coño en torno a su polla. Él supo que lo sintió más profundo con el cambio de esa postura, y casi apreció como su pene se agrandaba al estar más hundido.

Empezó a meterla y sacarla con un poco más de ímpetu que antes, probando la reacción de Paula… y el sollozo de placer que salió de los labios de la chica le dio toda la pista que necesitaba. No pudo controlarse entonces aunque hubiese querido. Sujetó las piernas de la chica contra su cuerpo y empezó a follarla como un poseso.

Dolía un poco, pero eso solo intensificaba las sensaciones que invadían su vagina. Se sentían muy bien los fuertes envites de Hugo, hacían que ese calor en su bajo vientre se acrecentase, acentuando incluso otras partes de su cuerpo. Algo en su entre pierna, un punto que había chupado antes Hugo, se sentía duro y palpitante, igual que sus pezones. Agarró las sábanas en sus puños ante la necesidad de mantener sus manos ocupadas con algo vano, no quería hacer nada que la distrajese de los fuertes movimientos del pene de Hugo en su interior.

Paula estaba disfrutando de su polla como una auténtica mujer, su expresión le demostraba que se estaba desinhibiendo, dejándose llevar y gozando. No iba a aguantar mucho más así. La sensación de llenarla por completo, de estar metido hasta el fondo de su estrecho y delicioso coñito… la visión de sus tetas rebotando al ritmo de sus embestidas… su cara… sus gemidos gritados…

Sentía la polla cada vez más mojada por los fluidos de Paula, y estaba deseando correrse, pero no lo haría antes que ella. Llevó su mano a su clítoris y empezó a acariciarlo. Paula arqueó la espalda, haciendo que sintiese como si la penetrase más profundo, y el apretó un poco más su dedo contra aquel duro botón.

-¡Hugo! –gritó.

El coño de Paula apretó su polla, casi como si la estuviese ahogando, liberándola al segundo siguiente, repitiéndose las convulsiones muchísimas veces, incontables para el cerebro embotado de Hugo. Él solo se dejó llevar, sintiendo como su semen salía en fuertes chorros y llenaba el interior de Paula. La embistió, inconscientemente, un poco más, casi con la mente ida, renuente a abandonar aquel paraíso carnal.

Respiraban con dificultad y estaban cubiertos de sudor, pero no importaba. Le había gustado. No, le había encantado. No entendía muy bien por qué le había dolido esa mañana al despertarse, pensó que podía preguntárselo después a Hugo, cuando recuperase un poco de fuerzas.

-Hugo… ¿qué has hecho? –dijo una voz baja desde la puerta.

Hugo se giró a mirar, Paula no podía ver quién era, pero había reconocido la voz: Don Fernando. Sintió más que vio, pues sus párpados estaban casi cerrados, como el pene de Hugo salía de su vagina rápidamente, y ya no se percató de nada más. Cayó en un profundo sueño, deseosa de recuperar algo de energías.