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Internas: Irina (I)

en No Consentido

Olga Ferrer se sentó a esperar en el despacho del tutor de la chica, Irina Babiak. Miró alrededor, viendo los elegantes muebles, las vistas de la ciudad a través de las ventanas, el aire regio de la estancia que era prácticamente un calco exacto a pequeña escala del que se respiraba en el resto del edificio…

La puerta se abrió y una chica rubia y alta entró seguida del joven tutor cuyo nombre no se molestó en aprender. Se la veía tranquila y serena, hasta que se percató de su impotente apariencia, respiró disimuladamente, un tanto impresionada, pero recuperó al momento su porte estoico. Sin embargo, a Olga no la engañaban tan fácilmente esas expresiones, pues ya conocía algunos miedos e instintos básicos de los seres humanos. Los ojos, siempre eran los ojos los que delataban a una persona, y esta chica no era menos.

Eran azules, claros y fríos como el hielo. Olga sabía que no era solo su fama lo que le había dado el nombre de la “la Madame du Prada” en la industria de la moda, también su apariencia, sus gestos y posturas, sus miradas sobre todo. No le había costado mucho hacerse respetar en ese mundo, y mucho menos hacerse un enorme y pesado hueco que era siempre tenido en cuenta en las cuestiones estilísticas más importantes. Y por supuesto,  ni la piedad ni la sensiblería eran de mucha utilidad en su trabajo, tan y como le había enseñado su padre en el suyo propio…

-Irina, esta es la señora Ferrer- comenzó a decir el joven profesor con voz afable.

Olga no apartó su mirada de la chica, ni la chica de ella. La miró de arriba abajo, descaradamente, demostrándole a la joven quien mandaba.

-Encantada de conocerla –dijo la chica con voz firme, tendiéndole la mano.

Olga la tomó en un apretón firme, sin apartar la mirada de los ojos de la chica, quien pestañeó disimuladamente para evitar mostrar lo atorada que estaba. Le dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos, y se despidió del joven profesor que observaba la escena alegre, sin percatarse que había entregado a su joven alumna a una mujer cuyo corazón había dejado de existir hacía mucho.

Nada más verla, supo que la mujer era dura y que le costaría pasar las pruebas que le hiciese pasar, pero ella no se rendiría. Irina siguió a la señora Ferrer todo el camino hasta la conserjería, observando de reojo, disimuladamente, la apariencia sobrecogedora de la mujer. Los altos pómulos y la fina nariz les recordaban a las mujeres aristocráticas que había visto en varios libros de arte, el corto cabello oscuro y sus ojos, tan negros como la noche, le daban una apariencia un tanto aterradora… aunque eso podía deberse a la extraña preocupación que se había arremolinado en su nuca cuando la vio. Sabía que era una tontería, pero algo en su cabeza le había gritado que corriese lejos de aquella mujer.

Recogió su pequeña bolsa de viaje, y cuando llegó al coche, unos pasos por detrás de la señora Ferrer, un hombre joven y uniformado les abrió la puerta del vehículo y se adelantó para coger su humilde equipaje. Se montó al lado de la señora Ferrer, sintiendo al instante el pesado silencio, pero ella temía hablar de algo que molestase a la mujer.

-¿Cuántos años tienes? –preguntó Olga, girándose para verla mejor.

-Dieciséis –contestó Irina.

La señora Ferrer giró su cabeza para mirarla, pero ella no se atrevió a imitarla. La analizaba, todo de ella, haciéndola sentir como si pudiese ver sus secretos y supiese de un solo vistazo qué había ocurrido en su corta vida. La suave vibración del motor cobrando vida fue bienvenida, pues aunque el trayecto fuese largo, cuanto antes lo empezasen, antes lo acabarían. Y lo mismo pensaba sobre sus pruebas y sobre ese fin de semana que acababa de abrirse para ella, con todas las posibilidades que tendría para demostrar su valía académica.

-Tienes un pelo muy bonito, ¿es rubio natural? –dijo acariciándole algunos mechones.

Irina se inquietó un poco. No estaba acostumbrada a que la tocasen, ni siquiera le gustaba, pero aguantó la suave caricia de la mujer. Si actuaba imprudentemente, dejándose llevar por sus instintos y apartándose al más mínimo roce, pensaría que estaba loca y se negaría a ser su avalista educativa.

-Sí, señora –logró contestar.

Olga dejó de acariciarle los mechones. Llevó su mano a su barbilla, levantándosela para observar mejor sus rasgos.

-Espero que no te moleste mi escrutinio. Trabajo en el mundo de la moda y estoy acostumbrada a fijarme mucho en los rasgos de las personas. Tienes una cara muy fina para ser tan joven, y tu color de ojos seguramente es la envidia de muchas chicas del internado. ¿A qué sí?

Irina asintió, temerosa de contradecirla. No terminaba de fiarse de esa mujer, algo en ella le decía que sus intenciones no eran tan… claras como pretendía demostrar, que había mucho más detrás de aquella fachada tan correcta y elegante.

-¿Qué quieres estudiar cuando entres en la Universidad? –preguntó dejando caer su mano en el regazo de la chica.

A Irina le extrañó, pero no quiso importunar a la señora Ferrer.

-No lo sé aun -lo pensó un segundo.- Las ciencias me gustan.

-¡Oh! Las ciencias están bien… También podrías dedicarte al modelaje si no te va bien en la Universidad.

Se sintió un poco insultada por ese comentario, pero al momento pensó que no debía pensar así. Siempre era muy crítica con todo y con todos, muy perfeccionista, tomando muy pocas cosas en serio o como un halago. Pero no podía ser así con esa mujer, debía ser cuidadosa, una palabra mal dicha o que diese pie a una mala interpretación le arruinaría la vida.

-Bien, ahora hablemos sobre tu beca para seguir en Santa Catalina –Irina asintió, aguardando.- Debes pasar algunas pruebas que me convenzan de que mi inversión será buena, y lamento decirte que lo tendrás algo complicado –dijo con fingido disgusto cuando la chica giró su cara para medir su expresión y sus palabras.-Verás, mi hijo ha abandonado su carrera y estoy algo molesta por ello, es decir, tenía grandes esperanzas puestas en él, pero… me he sentido humillada... –suspiró teatralmente.- Y ahora no confío en hacer ninguna inversión que pueda defraudar mis esperanzas…-dijo con una sonrisa forzada.- Espero que lo comprendas.

Irina volvió a asentir, sintiendo como las fuerzas y la voluntad de luchar por su futuro la abandonaban rápidamente. La señora Ferrer se la quedó mirando, como esperando, e Irina se aventuró a decir, pues concluyó que ya no tenía mucho que perder:

-Intentaré estar a la altura de sus expectativas. No la defraudaré –afirmó contundentemente.

-¡Así me gusta! Buena chica –dijo efusivamente Olga, palmeándole la rodilla.

Irina dejó escapar el aire que no se había percatado que estaba reteniendo, sintiéndose como si hubiese pasado su primera prueba.

La casa de Olga Ferrer era inmaculada, impecable e impresionante. Los modernos muebles de colores fríos sobrecogían un poco a Irina, pues no parecía un hogar a sus ojos, sino más bien un museo donde estaban expuestos todos ellos, sin el más mínimo rastro o prueba de su uso. Pero fueron las espectaculares vistas del mar las que conmovieron a Irina… la belleza del atardecer era digna del más bello recuerdo descrito por el mejor poeta.

-¿Te gusta mi casa? –preguntó la señora Ferrer detrás de una embobada Irina.

Ella se giró para verla y asintió sinceramente, Olga sonrió complacida. Sabía el efecto que tenía su casa en las personas, a pesar de que rara vez iba allí y menos con alguien, sobre todo después de su divorcio. Aquella casa le traía amargos recuerdos a pesar de haberla remodelado por completo.

-Pero no has visto más que una mínima parte de la casa, voy a enseñarte un poco más de ella para que vayas familiarizándote con ella. Ven, sígueme –instó mientras se giraba y salía de la estancia.

La particular visita guiada por la casa comenzó en la planta superior, con las “interesantes” explicaciones de la señora Ferrer sobre quienes se había alojado allí en algunas ocasiones. Las obras de arte y los caros detalles que decoraban los pasillos eran vistosas, llamativas, y al mismo tiempo inquietantes, pero la señora Ferrer no explicó mucho de ellas. “A Paula le hubiese gustado verlas”, pensó Irina.

-Y ésta –dijo Olga al llegar a una puerta casi al final del pasillo de la parte oeste de la casa- es mi habitación… de juegos… -se acercó a Irina sin apartar la sus ojos de los de la chica.- ¿Quieres entrar? –dijo en un susurro bajo, enigmático, con una sonrisa inquietante.

Irina la miraba. Sus oscuros ojos, lo que le hacían sentir en aquel momento, la sobrecogían, como si fuese un pequeño animal delante de un peligroso depredador. Algo le decía que no debía mostrar su miedo a esa mujer o cualquier debilidad que tuviese, pero tenía que ser educada.

-Si usted me invita, entraré –dijo apartando los ojos de su interlocutora.

Olga sonrió felinamente.

-Vayamos a tomar algo, un tentempié. Esta noche pasarás tu primera prueba y tienes que coger fuerzas.

La ansiedad carcomía el cerebro de Irina. Intentaba no pensar, recordar las palabras de Paula durante el almuerzo para tranquilizarse, no dejar volar su vívida imaginación en mil y una direcciones sobre la prueba que le haría la señora Ferrer esa noche. La ligera cena se estaba convirtiendo en una pesada bola en su estómago, y casi sentía jaqueca por la incesante charla de aquella mujer.

-… Pero me negué. Jamás llevaría un vestido de ese color para un evento tan importante, y por supuesto hice que cambiasen la ropa de mi acompañante para que fuésemos conjuntados. No se espera menos de mí… -sorbió un poco de vino y suspiró, reorientando su mirada hacia Irina.- Bueno, y ahora dime, ¿hay algún chico que te guste?

La cara de Irina se tornó de color rojo. Le ponía nerviosa hablar de cosas o temas que ella no entendía o de los que no sabía mucho, no se sentía tan insegura cuando eran los demás los que llevaban la voz cantante en la conversación y ella solo escuchaba, empapándose de información para la próxima vez que tuviese que hablar sobre esa cuestión… Pero… los chicos eran un asunto del que ella solo tenía los pocos conocimientos que les enseñaron en el internado.

-El internado Santa Catalina solo es para chicas, así que no conozco ningún chico –dijo sin apartar la vista de su plato.

-¡Oh! Es cierto. Que despiste por mi parte. Discúlpame –dijo limpiándose los labios pulcramente, dando por finalizada la cena. –Bueno… ya es hora de comenzar con lo que nos concierne, así que… -miró a Irina con un brillo de extraña ilusión en los ojos-por favor, acompáñame.

 La orden cogió por sorpresa a Irina, pues creyó que, con lo tarde que era, haría la prueba mañana. Pero imitó a la señora Ferrer limpiándose los labios, y se levantó para seguirla.

Se obligó a respirar profundamente para tranquilizarse mientras andaba tras la mujer. Esta vez, se dirigieron a la parte este del piso superior, notando Irina la diferencia en la decoración de esa parte de la casa. Los cuadros tenían unos colores y unos motivos más simples, pero le parecían más bellos precisamente por eso. La señora Ferrer se paró frente a la tercera puerta de ese pasillo y la abrió, entrando primero. Irina la siguió, cohibida, mirando curiosa la estancia.

Encima de una cama grande se encontraba su desgastada bolsa de viaje, desentonando con la habitación cuidadosamente preparada. Irina lo miraba todo pasmada, nunca había visto muebles tan bonitos a pesar de vivir en un internado que parecía un castillo de cuentos. Ensimismada, observando el intrincado dibujo que formaba el hierro forjado del cabecero de la cama, no se percató de los suaves pasos que la señora Ferrer había dado hacia la puerta.

-Irina –ella se giró.- Esa puerta –dijo señalándola con la cabeza- conduce a un baño. Me gustaría que te aseases y luego te dirigieses a la estancia que te mostré esta tarde, mi “habitación de juegos” –dijo haciendo comillas en el aire y sonriendo dulcemente.- ¿Te acuerdas dónde está? –Irina asintió.- Bien. No tardes, por favor, no me gusta esperar –instruyó con cara de pena.

La mujer salió de la habitación, cerrando la puerta. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Irina, teniendo que respirar varias veces para tranquilizar su desbocado corazón mientras miraba la puerta. Se dirigió rápidamente al inmaculado baño, se desnudó y duchó más rápido de lo que lo había hecho en su vida, y decidió ponerse un discreto vestido verde de segunda mano. Sospechaba que a la señora Ferrer no le gustaría su elección, pero no tenía nada mejor para ponerse además de su uniforme.

Salió de la habitación, temerosa por la prueba, y comenzó a andar. Se sentía como si fuese a presentarse a un examen muy importante, mezclándose en ella las ganas de hacerlo cuanto antes con el miedo a enfrentarse al mismo. Y ambas sensaciones estaban demasiado equilibradas para el bien de su cordura.

No supo realmente el tiempo que tardó en llegar a la “habitación de juegos” de la señora Ferrer, ni siquiera intentó contar los metros que había entre su habitación y aquélla frente a cuya puerta se encontraba en esos instantes. Se preparó, alisándose las inexistentes arrugas del vestido con manos temblorosas, y llamó a la puerta.

Olga Ferrer abrió la puerta un poco, salió y se paró frente a la chica. Iba con una bata corta de seda púrpura y unas botas muy altas, negras y con un tacón finísimo. Irina aguantó el impulso de mirarla de arriba abajo para analizar el extraño atuendo, pero se abstuvo por miedo a enfadar a la mujer. Percibió que algo había cambiado, en el ambiente y en la mujer, y se inquietó aun más. La expresión de la señora Ferrer era feroz, altiva, acorde con sus negros e intimidantes ojos. Esa era la cara de Olga Ferrer realmente, comprendió en un instante Irina, su verdadera personalidad.

Con una fría sonrisa, como la de una víbora… sí, una tenaz y peligrosa víbora, pensó ella, la suave voz de la señora Ferrer le explicó:

-Ahora ya no puedes echarte atrás, pequeña Irina… -empezó a acariciar el pelo de la chica, mirando su vestido con el ceño fruncido.- Mis órdenes –la miró con ferocidad a los ojos- se acatan. No tolero la indisciplina o nada que contradiga todo, absolutamente todo, lo que exijo o deseo, ¿entendido? –Irina asintió humildemente.- Desnúdate, ahora.

-¿A-aquí? –susurró mirando hacia el desierto pasillo.

La señora Ferrer alzó una fina ceja, retándola a desobedecer su orden, pero ella no lo haría, era su futuro lo que se jugaba, y si tenía que hacer eso lo haría. Irina tuvo la intención de protestar al pensar que debía hacerlo en una zona tan pública de la casa, donde cualquiera que pasase podría verla, pero se abstuvo, atemorizada. Se quitó el vestido sin atreverse a mirar a la mujer que la observaba. Vaciló un par de segundos antes de mirarla de reojo para ver su expresión, y adivinó por la misma que tenía que quitarse también la ropa interior.

La chica tenía el rostro rojo, como las jugosas manzanas que le encantaba saborear. Le gustaba ese aire inocente y vergonzoso de las chicas, disfrutaba de los atributos de la juventud que ella podía utilizar para su placer, los mismos que le recordaban que ella ya no era tan joven, tan guapa, tan deseable para algunos…

-Deja toda la ropa en el suelo y sígueme.

Abrió la puerta y entró, esperando a que la chica entrase para cerrarla y evitar que se escapase cuando se diese cuenta de donde se había metido.

La habitación… Irina dejó escapar el aliento cuando sus ojos recorrieron toda la estancia al tiempo que escuchaba la única vía de escape siendo clausurada. Y entonces el verdadero terror se apoderó de ella. Esa sensación fría y desconcertante de miedo en estado puro que es capaz de congelar todos los nervios del cuerpo, impidiendo cualquier movimiento, y al mismo tiempo que hace que tu cerebro te grite, te inste a buscar una salida. Eso fue lo que sintió Irina al ver aquel lugar.

Las lámparas repartidas por la habitación desprendían una luz tenue y vaga, que aun dejaba que se viesen los objetos que en ella había: cortinas de colores lúgubres, negras, moradas, o de un rojo tan profundo como la sangre, algunas colgaban del techo, otras tapaban las ventanas, otras decoraban los espejos situados en lugares dispares… Y al fondo, un colchón grande y mullido sobre suaves alfombras, con sábanas de seda y diversas almohadas y cojines a su alrededor.

Olga se quitó la bata y avanzó por delante de Irina, volviéndose para indicarle con un movimiento de cabeza que la siguiera hasta el centro de la habitación.

Los ojos de Irina se dirigieron al suelo, avergonzada de mirar el cuerpo semidesnudo de la señora Ferrer, llegando sus trémulos pasos hasta el colchón. De reojo, observó con ojos asustadizos las cortinas a su alrededor, intentando averiguar qué escondían, aunque algo le decía que lo que ocultaban no era nada bueno.

No tuvo que esperar mucho para saciar su inquietante curiosidad sobre las cortinas. Olga se dirigió a la pared de su izquierda y abrió una de ellas, mostrando a los ojos de Irina una pared llena de objetos, expuestos en ella como si fuesen armas medievales. Parecían que estaban hechas para torturar, transmitiendo inseguridad y miedo a la chica. Jamás había visto cosas como esas, pero por las clases de biología supo a lo que se parecían mucho de ellos…

Se dirigió entonces la mujer a una cortina situada justo en frente del colchón, abriéndola de un solo tirón, mostrando modernas cámaras de vídeo cuyas luces rojas parpadeaban. Había muchas, demasiadas como para que el embotado y aterrorizado cerebro de Irina las pudiese contar en ese momento, pues lo que en esos momentos pasaba por su mente, como una pared de ladrillos que la había golpeado de lleno, era que esas cámaras estaban encendidas, grabando… Grabándola…

-Las personas –empezó a explicar la señora Ferrer con una voz melosa y fría- que te ven por estas cámaras –dijo situándose al lado de una de ellas, sin obstaculizar la visión de las demás- esperan que des un espectáculo digno de su tiempo y para su completo disfrute –sonrió entonces la mujer.- Y yo seré quien te diga qué hacer… y qué aguantar… Obedéceme en todo momento, o… las consecuencias serán terribles para… bueno, creo que ya puedes imaginarlas, eres una chica lista...

Un nudo de aprehensión se apoderó de la garganta de Irina cuando asintió levemente, aturdida, como si su consciencia hubiese abandonado su cuerpo y tuviese la impresión que estaba en una horrible pesadilla.

-Siéntate en la cama, aquí, frente a las cámaras.

Irina inspiró y expiró profundamente mientras rodeaba la cama, intentando tapar en todo momento su entrepierna con sus manos, y se sentó, sin apartar la vista del suelo y cabizbaja, dejando que los largos mechones de su pelo rubio tapasen un poco sus pechos.

-Mírame –ordenó Olga desde donde estaba.

Irina obedeció, aguantando el temblor que recorría su cuerpo, sintiéndose desamparada como nunca antes se había sentido. La señora Ferrer se acercó a ella con paso firme y seguro, como el de un felino, y ella pudo ver entonces la extraña ropa que llevaba. Los pechos de la mujer estaban libres, rodeados por una especie de sujetador que los realzaba más pero no los tapaba. La parte inferior del atuendo que llevaba era también de cuero, muy ajustado y con cremalleras a los lados, pero no tapaban la parte femenina más púdica, sino que solo había un delgada tira negra en medio, separando los labios vaginales.

Olga se agachó frente a la chica y le separó las rodillas, sintiendo la asustada mirada de la chica en su cara, pendiente de su expresión, inquieta por las desconocidas cosas que le haría. Iba a saborear cada minuto con esa chica, y sería memorable para las dos, aunque de maneras diferentes. Prácticamente podía oler su miedo mientras se acercaba y pasaba su boca por ese blanco y juvenil coño, besándolo sutilmente.

Con sus dedos lo acarició, sintiendo el tacto suave y notando el leve temblor de la chica al pasar por la entrada de su canal interno. Sonrió, sabiéndose poderosa, ansiosa por volver a sentir ese miedo puro que emanaba de la chica. Se empapó de la visión del coñito de la dulce Irina mientras pasaba sus dedos a la deriva de aquel virgen paraíso, quedando su mirada atrapada en aquel pequeño clítoris.

Lo tocó, no pudo resistirse, consiguiendo sobresaltar a la chica. Olga alzó la vista para mirarla, para ver su cara mientras apretaba su excitable botón en lentos círculos, escuchando las exclamaciones aspiradas de la joven. Empezó a oler la esencia, un leve y embriagador olor, y metió un dedo para extraer un poco y probarla, con la expresión de una niña curiosa.

Irina chilló por lo bajo al notar la intrusión del dedo en su privada zona. Le dolió un poco, pero no tanto como la humillación que estaba sufriendo y, temía, faltaba mucho para acabar.  Aguantó la respiración y cerró los ojos mientras notaba los movimientos de ese dedo en su interior, explorándola de una manera tan íntima y a la vez tan sucia… Tenía que soportar todo aquello, por su beca, por su futuro…

 “No pienses, no pienses, solo mantén la mente en blanco”, se repetía a sí misma, sin querer entrar en la realidad de las cámaras y, de ser cierto lo que había dicho la mujer, en los desconocidos que la estarían viendo en esos momentos.

Olga sacó el dedo y lo llevó a su boca, probando a la joven con los ojos cerrados. La esencia de la chica resultó como un afrodisíaco, haciéndola impaciente por continuar, queriendo más, necesitando extraer todo lo que pudiese de Irina. Quiso explotar más ese miedo juvenil ante las desconocidas barbaridades que cabía en el sexo con ella.

Llevó su boca a la vagina de la chica, metiendo su lengua dentro, moviéndola como lo había hecho con sus dedos momentos antes en aquella zona interna. Saqueando aquel delicioso coñito como si fuese una adicta, escuchando los sonidos descontentos que emitía la boquita de piñón de Irina. Sintió que se estaba mojando mucho chupándola, la fina tira que pasaba por en medio de sus labios vaginales presionaba su clítoris, pero con la desdicha que la joven estaba sufriendo por sus manos y, en aquellos mismos instantes, por su boca, la estaban poniendo a prueba.

Llenó por completo aquellos delicados labios, aquel pequeño agujero, de saliva, empapándolo, hasta que se sació de sus fluidos. La chica no estaba excitada, y no le daría más. Disgustada, se alejó, tomando aire, mirando fijamente la húmeda y salivada zona, y decidió hacer sufrir un poco más a Irina.

Olga se sentó al lado de la joven, con todo su olor impregnando sus fosas nasales y su boca, mirando el asustado perfil de la chica. Llevó su mano a uno de los pechos de Irina y empezó a tantearlo, sintiendo su delicado pezón pequeño bajo su palma, la suavidad de aquella sensible zona. Se acercó un poco al oído de Irina y le susurró bajo, para que las personas que la estuviesen viendo no se percatasen de lo que le decía:

-Grita… en algunas ocasiones… eso les gusta… y a mí también… -le apretó fuerte el pezón en ese momento.

Irina no podría haber aguantado el lastimero chillido aunque hubiese querido. Cerró los ojos al notar la ruda presión de los dedos de la señora Ferrer, que jugaba con sus pechos como si fuesen arcilla, apretando sus pezones sin piedad, haciéndole daño.

Olga llevó su mano al otro pecho, contenta de la reacción de la chica y le dio el mismo trato al otro pezón. Irina volvió a quejarse con su dulce voz, haciendo más placentero toda aquella experiencia. Era tan excitante escuchar a una criatura tan inocente gritar así, que no quiso esperar mucho más para repetirlo, pero intensificando la experiencia.

Se trasladó detrás de Irina, poniéndose de rodillas a su espalda, y pegó su cuerpo todo lo que podía al de la chica, situando la joven cabeza rubia entre sus dos grandes tetas. La chica se estremeció de miedo o de inseguridad, no lo supo exactamente pero tampoco le importó mucho, y llevó sus manos a los jóvenes pechos.

Los apretó, los manoseó y le apretó fuerte los pezones como si quisiese exprimirlos mientras escuchaba los suaves gemidos que salían de los rosados labios. Miró a las cámaras, a sus espectadores, para recordarles quién tenía el control, tanto del cuerpo de Irina como del de todos ellos, pues no creía que ninguno de ellos fuese a desperdiciar su erección ni correrse antes de que ella acabase con la chica.

Los sutiles gritos de Irina eran música en sus oídos, pero decidió pasar a otra actividad para decaer en el tedioso aburrimiento que muchas veces le sobrevenía de pronto. Se levantó del colchón y se dirigió a la pared donde estaban todos sus juguetes, se decidió por sus complementos favoritos, sonriendo satisfactoriamente.

Irina no se atrevió a mirar a la señora Ferrer cuando se percató que se dirigía a la pared donde estaban todos aquellos objetos que parecían servir para torturar. Estaba avergonzada y dolorida, deseaba más que nada en el mundo que todo aquello acabase cuanto antes, temiendo sin embargo que cuando finalizase aquella peculiar prueba, ella no sería la misma…

Olga se puso detrás de la chica de nuevo, escondiendo muy bien su elección y notando la tensión en el joven cuerpo. Volvió a llevar sus manos a uno de los pechos y pellizcó el rosado pezón hasta que estuvo levemente duro, entonces le puso unas pinzas. La chica jadeó al notar la opresión, y gimió levemente cuando Olga quitó su mano de su pecho y dejó que el leve peso de la piedra preciosa del juguete hiciese su función, provocando un suave dolor en aquella tierna zona. Hizo lo mismo en el otro montículo y se levantó para ver su obra de frente.

Los pechos de Irina se parecían a melocotones, y ella había comprobado que su suavidad era similar, aunque realmente sus pezones eran pequeños para el peso de la piedra que decoraba las pinzas y sabía que a la chica debía estar doliéndole un poco más de lo normal, no iba a cambiárselos.

-¿Te estás divirtiendo, pequeña Irina? –preguntó con fría burla la mujer.

Irina la miró, ira y rabia burbujearon por sus venas, el impulso de decirle todo lo que pensaba de ella, o la tentación de levantarse e intentar luchar contra ella para salir de allí, de aquel calvario, eran enormes, lo que más deseaba en esos momentos… pero no podía hacer nada de eso… “No… debo…”, se corrigió, porque el pensamiento de la mera posibilidad, aunque fuese mínima, era lo único que necesitaba para hacer todo eso.

Olga estaba disgustada, pensaba que a la chica le había quedado claro que quien tenía la batuta era ella, y que debía acatar todos sus deseos. Pero no le había contestado a la pregunta, le había desobedecido, y no iba a tolerar algo así. Toda insubordinación o rebeldía merecía un castigo, ella lo había aprendido desde pequeña, e Irina no sería una excepción…

La joven vio como Olga se alejaba de nuevo a la pared de los objetos de tortura. Irina no quería pensar en lo que le vendría ahora, en todo lo que le estaba pasando, por eso apartó la mirada de aquella parte de la habitación y se fijó en las cámaras que la rodeaban. Otras personas lo habían visto todo, absolutamente todo de ella, de su bochornosa experiencia con esa mujer, de lo que estaba dispuesta a hacer por su futuro…

-Apóyate sobre tus rodillas y tus manos –ordenó Olga cogiendo objetos de la pared.

-¿Q-Qué? –preguntó Irina en un susurro asustado.

-Que te pongas a cuatro patas, ¡como las perras!...-dijo con voz autoritaria.

Con todo el cuerpo temblándole, se puso en la posición que le mandó la mujer, dejando su arrogante figura a su espalda, evitando así tener que observar aquellos monstruosos objetos. Cerró los ojos y se concentró en respirar, expirando, inspirando, intentando tranquilizarse… hasta que sintió el frío azote de algo en una de sus nalgas y gritó de sorpresa. Abrió los ojos de golpe, mordiéndose el labio, al mismo tiempo que otro mordaz y fino relámpago de dolor atravesaba su otra nalga.

-Así aprenderás a no ignorar ninguna de mis preguntas… -otro azote.- ¡Ni te rebelarás ante mí jamás! –El siguiente golpe fue más fuerte y la chica volvió a gritar.- ¡Ni te opondrás a mis deseos!

El sonido de los chasquidos al impactar la fusta contra la tersa piel llenó la habitación junto con los lastimeros sollozos y gemidos de Irina. Olga vio como se formaban las rojizas marcas en ese culo tan redondeado, tan pequeño y a la vez tan firme. Sospechaba que se verían bien esas líneas en una piel tan blanca, pero no imaginaba que sentiría tanto placer martirizando esa preciosa zona. Suspiró, pasando la fusta por las sonrosadas pruebas que su juguete le había dejado a Irina, viendo como su miedo hacía mella los nervios de la joven.

-Volveré a hacerte la pregunta –dijo suspirando teatralmente.- ¿Te estás divirtiendo? –y para probar su poca paciencia, le soltó otro golpe, contundente, rápido y doloroso.

Irina no supo qué contestar, si la verdad o lo que la mujer quería oír. Se dejó llevar por la razón.

-S-Sí –contestó titubeante.

-¿En serio? Pues yo creo no… -decía mientras rodeaba a la joven, situándose frente a ella.- Mírate. Estas llorando… -llevó la fusta hasta la delicada barbilla y la elevó para que Irina la enfrentase-... y la gente que está llorando, no se está divirtiendo… -giró su cabeza hacia un lado, frunciendo los labios de manera descontenta.- ¿Ahora resulta que no eres tan inteligente? A lo mejor no debería pagarte la beca…

La reacción de la chica fue la que esperaba: el pánico inundó los claros ojos. Tragó saliva y dijo en voz baja:

-Realmente… yo… no me estoy… divirtiendo… Lo siento…-se disculpó suplicante mientras otra lágrima resbalaba por su mejilla.

-¡Pues claro, pequeña Irina! Ha sido muy desconsiderado por mi parte no percatarme de que tú no te estabas divirtiendo tanto como yo… Por eso, ahora vas a ser tú la que jugarás un poco.

Irina la miraba como un animalillo asustado. Olga se adelantó un poco, quedando sus rodillas a un palmo de la cara de la joven, mirándola con superioridad desde su altura.

-Bésame -el shock hizo que Irina se paralizase. –Sí, como hice yo antes contigo… -la chica palideció al comprender, y Olga sonrió satisfecha de su rápida comprensión.

Separó las piernas un poco más, y observó como la joven se incorporaba sobre sus rodillas y se adelantaba un poco, con la mirada clavada en su zona púbica. Irina puso sus manos sobre sus caderas para apoyarse mejor, cerró los ojos y tomó varias respiraciones profundas, enviando una cálida y breve brisa a los labios vaginales de Olga. Se pasó la lengua por los labios y ella casi le empujó la cara contra su coño por ese estimulante gesto. Sabía que la chica no lo había hecho a propósito, pero la visión esa pequeña lengüita la encendió.

Irina acercó su cara poco a poco, hasta que sus labios rozaron con algo muy caliente y suave. No quiso pensar en lo que realmente era, solo le dio un casto beso, retirándose poco a poco… Pero el férreo agarre de una mano sobre su pelo empujó su boca de nuevo a aquel íntimo lugar ajeno.

-Usa tu lengua, pequeña Irina –pidió dulcemente una excitada Olga.

La chica, a duras penas pudo abrir su boca y sacar su lengua. Pero lo que le llevó más esfuerzos fue pasarla por los labios vaginales de aquella cruel mujer. Un olor dulzón inundó su nariz, y un pegajoso líquido impregnó de sabor agridulce su paladar. No sabía cómo debía mover su lengua, así que solo la desplazó por aquella carne blanda y ardiente. Saliva salió de su boca, cayéndose sobre sus maltratados pechos hasta llegar a los doloridos pezones con las fuertes pinzas, pues al no poder tragársela por la firme sujeción de la señora Ferrer en su cabeza, le impedía alejar su cabeza ni un milímetro, dificultándole incluso la respiración.

Olga estaba a punto de correrse, pero aunque su cuerpo lo ansiaba, ella sabía que no debía aun. La boquita de piñón de Irina era maravillosa a pesar de no tener experiencia, o quizás era eso lo que más la excitaba, no lo sabía. Se obligó a parar, alejando la cabeza de la chica de su entrepierna, respirando las dos agitadamente. Irina se apoyó de nuevo en sus manos en un intento desesperado de llevar oxígeno a sus pulmones, tosiendo incluso, aunque ya no supo si era para coger aire o para intentar quitarse el saber de su coño de la boca.

Casi se había olvidado de las cámaras, de sus espectadores anónimos, y realmente le daba igual a esas alturas si estaban preparados para correrse o no, porque ella quería comenzar con el fin de su actuación.

Con paso firme, se dirigió a la pared de sus juguetes de nuevo. Sabía qué quería utilizar: el arnés. Frente a ella había un gran consolador de color negro, pero escuchando aun a la chica intentando recuperar la respiración, se decantó por otro, no tan grande como el primero, pero de un tamaño considerable para una virgen…

El arnés apretaba más la tira que presionaba su clítoris y separaba sus labios vaginales, muy húmedos, que se rozaban con todo el cuero y se mojaban más, y sabía que con unos pocos movimientos más, solo unos roces que frotasen su clítoris, llegaría al orgasmo.

Irina estaba aun como la había dejado, aunque con la respiración normalizada. Se puso detrás de ella para que no viese su nuevo accesorio y la agarró por las caderas firmemente. La chica se paralizó, insegura y temerosa, pero no miró hacia atrás.

Olga miró las nalgas de la chica, las acarició, abriéndolas suavemente hasta que pudo ver el estrecho y virginal ano. Sonrió con malicia y se mojó los dedos con su propia saliva.

Irina no aguantaría mucho más, su fortaleza e integridad, tanto física como emocional, pendían de un delgado hilo. Los pezones le dolían de la compresión que sufrían como del peso de las piedras que colgaban en sus extremos, y a ello se le añadía el insistente dolor palpitante de sus nalgas… Las manos de la señora Ferrer acariciaron su dolorido culo y un estremecimiento de miedo le recorrió la espina dorsal. Casi al instante, sintió algo.

Olga introdujo levemente un dedo en aquella estrecha cavidad, disfrutando de su poder sobre Irina. Se imaginó lo que debía de estar sintiendo la joven y lo asustada que estaba mientras le metía un segundo dedo. Oyó levemente un gemido susurrado, y casi se corrió con la vulnerabilidad de la chica. Sacó los dedos, impaciente por sentir su orgasmo, su aprisionado clítoris casi palpitando. Abrió las nalgas y acercó la punta del consolador al ano… y presionó rápidamente, metiendo el glande de plástico de un solo golpe.

Irina gritó de dolor al sentir la brutal apertura, pero no tuvo mucho tiempo para adaptarse a la tortuosa invasión, pues eso, cualquiera que fuese el horrible objeto que le estuviese metiendo la señora Ferrer, estaba entrando sin mucho esfuerzo. Un sudor frío invadió su cuerpo mientras ella gritaba en un intento de desquitarse de la lastimosa experiencia. Hasta que se detuvo, no supo exactamente en qué momento paró, y comenzó a salir de su maltrecho agujero. Ella no pudo evitar la leve chista de esperanza de que aquello acabase allí… pero rápidamente se apagó esa migaja de fe cuando volvió a invadirla aquella monstruosa cosa, y ella volvió a gritar.

Con un fuerte agarre en las caderas de la chica, Olga comenzó a follarse el joven ano. Los gritos de Irina llegaron a sus oídos, y más ansiosa se puso. Los sollozos desconsolados la hacían sentir pletórica de vigor y fuerza, de poder. Las súplicas desesperadas la incitaban a ir más rápido, a sentir más el roce del cuero en su coño, en busca de su esperado clímax. Penetraba aquel estrecho culito como si la vida le fuera en ello, violándolo sin piedad, con potencia.

Irina creyó que se quedaría sin voz antes de que aquella tortura acabase, que moriría de dolor o se quedaría inconsciente en cualquier momento, cuando aquella cosa la atravesase por completo. Se sentía sucia y desgraciada, y ese garrote se clavaba más en ella, incesantemente y con violencia, vehemente y sin cansancio. Lloraba sin pudor, sintiendo todo el dolor de su cuerpo concentrado en ese trasero punto en el que la aberrante cosa llegaba y retornaba, sin llegar a salir, para volver a penetrarla de nuevo, todo ello en un largo segundo que alargaba su sufrimiento. Intentó deslizar su cuerpo hacia adelante en un intento de evitar que entrase tan profundo, pero no tuvo mucho éxito.

Olga supo el instante en el que Irina realizó la vaga tentativa de alejarse, pero la detuvo. Sus manos la sujetaron más firmemente, pero no se conformó con eso, no quería que olvidase aquello. Se adelantó un poco y cogió el largo y rubio cabello en un prieto puño y tiró lo suficiente para demostrarle a Irina que no podía escapar. Los sollozos de dolor de la chica aceleraron sus movimientos.

Olga no pudo aguantar más, el cuero se había convertido en la prisión de su duro clítoris y ella llegó a la cima de su excitación sin soportar un instante más de delicioso suplicio. Se corrió mucho, dejando caer su cabeza hacia atrás, deleitándose en las réplicas de su coño y en la suave fricción que seguían provocando sus leves embestidas en sus labios vaginales. Hasta que se detuvieron esos temblores internos…

Respirando trabajosamente, soltó el pelo de su puño y sacó el consolador del culo de Irina, se puso de pie, aunque un tanto inestable, observando, con superioridad y fría altivez, como las extremidades de la joven sucumbían, y el cuerpo se deslizaba suavemente hacia el colchón, sacudido por los fuertes sollozos de la chica. Se ocultó la cara con los brazos, avergonzada, y aunque tuvo la tentación de quitarle el brazo para que los espectadores la viesen, no lo hizo. Se giró hacia las cámaras, pasó la línea que formaban y apagó, en un solo interruptor, todas las máquinas. Todos habían tenido su espectáculo y su disfrute… “Bueno, casi todos”, pensó mirando a Irina

Se dirigió a la pared de sus juguetes y se quitó el arnés, desenganchó el consolador del mismo y lo llevó a un pequeño y disimulado lavabo escondido en un rincón de la estancia. Lo limpió bien y concienzudamente, y lo colocó en su lugar. Se dirigió hacia la desconsolada Irina y se agachó a su lado, acariciando los suaves mechones claros. La chica se alejó un poco de ella, levantando su cabeza y mirándola fijamente con una mezcla de odio y miedo. Ella le sonrió como la más dulce de las mujeres, aunque sabía que ya no podría engañarla.

Le quitó las pinzas de los pezones sin perder la risueña expresión, llevándolas a la pared y colocándolas en su lugar. Se acercó a la recelosa chica y se agachó para darle un dulce beso en la sien, como una cariñosa madre haría.

-Que tengas dulces sueños, querida Irina–dijo mientras se levantaba y se dirigía a la salida, dejando en aquella recreativa habitación a la asustada joven.