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Experiencias de un profesor (6: Elena y Aitana)

en Hetero: General

Anteriores experiencias:

1: Presentación.

2: Elena Castrillo.

3: Lucía Ortiz.

4: Carola Fabrés.

5: Aitana Villar-Mir.

 

 

 

Allí estaba yo. Primera hora de la tarde, pabellón deportivo del colegio en donde trabajaba. Pabellón deportivo hogar del mejor equipo de voleibol femenino -categoría juvenil- de la región. Las chicas eran excepcionales. Bien lo sabía yo, pues me acababa de follar a una en el almacén de equipo del pabellón.

Allí estaba yo. Había conseguido un harén de colegialas viciosas gracias a una amiga. Cuatro chicas que iban a convertirse en cinco, todas entre quince y diecisiete años. No tardaría en incrementar el rango en un año por ambos lados. Y en aquel momento tenía conmigo a dos de ellas sin bragas y con el coñito empapado.

Allí estaba yo. Medio desnudo, con la polla tiesa y actitud de profesor exigente y duro. Esa fama tenía. Una fama ganada a pulso durante los meses que llevaba impartiendo clases. Disciplinar chicas se me daba bien. Algunas no sabían que deseaban ser disciplinadas mientras que otras sí lo sabían. Una de ellas lo sabía muy bien.

-¡Por favor, don Sergio, déjeme hacerlo! -pidió Elena Castrillo.

Una morenita deliciosa. La primera para la que organicé una estrategia que culminó en follada. Aunque el mérito fue de la chica, pues aquella vez no conté con que las alumnas también podían seducir a sus profesores. Me superó... y no sabía yo de su capacidad para superarse una y otra vez.

-Vamos, profe, aprovecha -dijo Aitana Villar-Mir detrás mío.

Miré atrás y vi a la rubia tocarse sin pudor, acariciándose el coñito depilado y todavía húmedo de fluidos femeninos y masculinos. Era una guarra adicta al sexo con hombres que le superaran ampliamente en edad. Que no en experiencia, por lo que se veía. A las puertas de la mayoría de edad ya sabía más que las profesionales. Bueno, y más que yo mismo, de fijo.

Sonreí apenas y asentí, más para mí que para ella. Volví la vista a Elena, ya con gesto serio y los brazos cruzados.

-Venga aquí, señorita Castrillo -ordené.

La muchacha esbozó una sonrisa y se acercó con pasos cortos. Se detuvo a menos de medio metro de mí y con la cabeza gacha me miró. El color de sus ojos, difuminado entre las pestañas, había pasado del castaño al negro. Demasiado bonitos para lo que quería hacer de ella.

-Ahora arrodíllese y chúpeme la polla, señorita.

Obedeció inmediatamente, dejándose caer de rodillas con cuidado frente a mí y, sin usar para nada las manos, acercando la lengua a mi miembro con mucha suavidad. Recorrió el glande y toda la extensión de la polla con lentitud, deleitándose en lo que hacía. No podía tenerla yo más dura. Mientras la niña me limpiaba de restos de Aitana y los sustituía por su propia saliva, hice un gesto a la rubia para que se acercara. Caminó hasta nosotros y se colocó a mi lado derecho, permitiendo así que le pasara el brazo por la espalda y le agarrara el culo con la mano. Agachó la cabeza para que nuestras bocas se encontraran. Mientras me morreaba con pasión, nuestras lenguas jugando locas e intercambiando saliva como si no hubiera un mañana, Elena se metía mi rabo en la boca. Dejé escapar un gemido. Eso excitó a Aitana, que, sonriendo, llevó su mano hasta la cabeza de Elena, la agarró del pelo -pude escuchar su leve protesta ahogada por mi polla- y la obligó a comérmela más profundamente y con un ritmo más rápido.

-¡HMMPFGLL! ¡HMMMPFFFFGLLL!

La mano con la que le agarraba el culo se metió entre las portentosas nalgas en misión de exploración. La cabrona ya estaba otra vez mojada, con los dos agujeros dilatados y chorreando expectación. Aitana estaba lista para ser penetrada de nuevo y yo no deseaba otra cosa que joderle el culo a pollazos... pero tenía que reservarme. Dos lobas son dos lobas.

-Hmm... No lo hace mal, ¿eh, profe? -me dijo Aitana sin parar de mover la mano con la que agarraba a Elena-. Una verdadera chupona, la niña.

-Hmmm... sí... nada mal...

No era Lucía Ortiz -creo que jamás me han comido la polla como lo hacía esa chica-, pero desde luego lo hacía bien. Sentir sus labios aprisionando mi polla en toda su extensión, la lengua apretada contra el glande era fantástico. Unas pocas semanas atrás la había disfrutado… y no le había hecho más caso desde entonces. No debí haber dejado pasar la oportunidad de beneficiármela a menudo. La zorrita deseaba mi polla. Y la deseaba con verdaderas ganas.

-Pues, ¿sabes? Como siga así te vas a acabar corriendo -incordió la rubia, moviendo las caderas lo justo para que mis dedos quedaran enfilados hacia sus agujeros-. Hmmm... Y, si te corres en su boca, menos leche vas a tener para mis tetas, ¿no crees?

Su mano libre, hasta ahora acariciándome la espalda, fue hasta mi nuca, apretó hacia abajo e hizo que mi cara se apoyara en esa indescriptible delantera que tenía. Los pechos seguían dentro del top deportivo, presionando contra el elástico, queriendo salir. Mordí sobre tela y ella rió. Soltó mi nuca -pero no la de Elena, cuya boca seguía penetrando con fuerza- y, con mucha destreza se deshizo de la camiseta y el top, pasándoselos por cabeza. Los pechos, gigantescos, duros, firmes y de pezones igualmente duros y firmes, estaban deliciosos. Mordí uno de esos pezones, enterré la cara en el canalillo -prácticamente un desfiladero-, apreté las tetas contra mí y las chupé durante un buen rato. Aitana gimió y jadeó, encantada de que sus melones por fin fueran atendidos.

-¿Tú que... hmmm... opinas, zorrita? -le preguntó a Elena.

-¡HMMPPGLLL! ¡GGLLL! ¡HHMMMMMFFFLLL!

-¡Oh, es verdad! Una polla follándote la boca no te deja hablar -qué hija de puta era. Tiró del pelo con brusquedad, sacando mi rabo de la boca de Elena. Eso hizo que me desentendiera brevemente de las tetazas y mirara a la niña arrodillada-. ¿Qué dices, bonita?

Elena tosió y moqueó, dejando caer su saliva por toda la camisa abierta, cubriendo sus propias tetitas de babas. Se apoyó en mi pierna, mareada. Tenía el rostro rojo y sus ojos lagrimeaban como si hubieran abusado de ella durante horas. Mi polla, un poco desinflada por haber sido sacada de una boca tan deliciosa, volvió a arriarse inmediatamente.

-¡Oh, pobre! ¿Ves, profe? -me regañó la rubia con sorna y una sonrisa en la boca-. Tu pollaza hace daño a esta chiquita tan dulce.

Aitana se separó un poco de mí y se agachó junto a Elena. Sus nalgas escaparon de mis dedos y sus pezones escaparon de mi boca. La puse la mano en la cabeza, dispuesto a obligarle a chupármela... pero dejándole un momento a la chica por si iba a seguir zorreando. Acerté. Aitana agarró la barbilla de Elena y metió su lengua en la boca de ésta cuando la morenita todavía luchaba por recuperar el aliento. Vi cómo, pasado el primer momento de sorpresa, Elena respondía. Sus lenguas jugaron fuera de las bocas y se mordieron los labios. Aitana pasó la lengua por los pómulos de la niña, bebiéndose las lágrimas derramadas, y Elena contraatacó agarrándole las tetas a la rubia. Tironeó de los pezones, primero con suavidad, luego con más fuerza. Aitana se quejó... y yo aproveché ese momento para separarla de Elena y meterle la polla en la boca. La obligué a chupármela tal y como ella había obligado a la niña: sujetándole la nuca con la mano derecha y bombeando esa boca sin detenerme.

-¡ESPPHMMPPGLL! ¡PROFFFFGGLLL! -intentaba gritar. Me golpeó las piernas e intentó levantarse..

-¿No te gusta tu propia medicina, Aitana? -era mi turno de picarla. Apreté con fuerza hasta que mis cojones quedaron pegados a su boca, y un poco más.

Elena se incorporó, cogió mi mano izquierda y la llevó a su trasero. Mientras me ocupaba de “castigar” a Aitana, la morenita se metió mis dedos dentro del coñito y suspiró de placer.

-Ohhh... no la castigue... hmm... mucho, don Sergio -me pidió Elena con voz dulce. Arqueó las piernas y obligó a mis dedos a meterse aún más dentro-. Ahhh... quiero... quiero que sea ella quien me prepare para... ahhh... ohh, sí... para su polla.

-¿¿¡HMMPFFFFGLLL...!??

Creo que tanto la rubia como yo nos quedamos momentáneamente en shock. Con mi polla enterrada en la boca, Aitana no podía hablar, pero levantó la vista y, entre lágrimas en sus ojos enrojecidos, vi algo de diversión y excitación por las posibilidades. Saqué mi rabo bruscamente de la boca de Aitana y ella rompió a toser. La perra clavó las uñas en mis gemelos. Me iba a hacer pagar el haber violado su boca, pero tanto ella como yo supimos que ambos lo habíamos disfrutado.

-¿Podrá ser, don Sergiooohhh...?

-Muy probablemente, señorita Castrillo -indiqué. Mi manoderecha jugueteó con las pequeñas tetitas de Elena-. La señorita Villar-Mir es una zorrita que disfruta jugando con las niñas como usted -añadí. Bajé la cabeza y besé con dulzura sus labios.

Necesitaba algo de tiempo para que mi polla descansara. No quería correrme todavía, no con Elena disponible repentinamente. La quería llenar por lo menos una vez antes de terminar por fin sobre los pechos de Aitana.

-Va a dejar que juegue con usted, señorita -le aseguré a Elena entre beso y beso. La mano de la niña se posó sobre mi miembro, semierecto el pobre, haciendo que se endureciera poco a poco-. Va a dejar que haga lo que ella quiera. Sabe que es por su bien, ¿verdad?

-Sí, don Sergio -respondió simplemente.

Acaricié con mi otra mano la cabeza de Aitana -quien seguía arrodillada, sonriendo de nuevo como una loba después de limpiarse la cara de lágrimas y saliva-, y con suavidad la fui acercando a la entrepierna de Elena. La morenita, ocupada en devolverme los besos y sentir mi mano jugueteando con sus pezoncitos, no se dio cuenta de que otra mano alzaba la falda ni de que una boca se acercaba a sus labios vaginales.

-¡OHHHH...! -gimió cuando la lengua de Aitana se coló entre los labios y rozó el clítoris excitado-. ¡AAAAHHHH! -gritó cuando las manos de la rubia le agarraron las nalgas y las separaron con violencia.

-Tranquila, señorita Castrillo -le susurré mientras mi mano izquierda, al ver todo el campo libre, bajó aún más, rozando el ano y la entrada de su coñito en su camino hasta encontrarse con la boca de Aitana. Durante todo el recorrido, muy lento, Elena no dejó de gemir de placer-. Todo esto es, ya sabe, por su bien. Desabróchese la falda para facilitarle la tarea a la señorita Villar-Mir.

-Sí...

Elena obedeció como pudo, atrapada entre la cara de Aitana y mi mano explorando la zona entre su culito y su coñito. Consiguió soltarse la prenda, que cayó al suelo en cuanto Aitana se apartó. Inmediatamente la rubia volvió a meter la cabeza entre los muslos empapados de Elena. Mis dedos bajaron más entre los gemidos de placer de la niña y los jadeos de satisfacción de Aitana. La rubia hizo una pausa al sentir mis dedos índice y corazón rozándole la boca viniendo por entre los labios vaginales de la morenita. Rió y se los metió en la boca. Dejé que me los chuperreteara unos segundos -sin parar yo de besar dulcemente a Elena- y luego desanduve su camino. La rubia inmediatamente enterró otra vez su boca en el coño de la niña.

-¡OOHHH! ¡¡SÍIIII...!!

-¡Hmmm...! ¡Jejejegllll! ¡Hmmmm!

Detuve mis dedos mojados de saliva y fluidos vaginales justo sobre el ano de Elena. Comencé a moverlos en círculos. Dejé de besarla y me quedé mirándola.

-¡Ahhhh! ¡Ahhhhh! Me gus... me gustaaaahhh...

-Claro que le gusta sentir mis dedos acariciándole el culito, señorita Castrillo -afirmé. Fui apretando poco a poco hasta que el ano se fue dilatando-. La saliva de la señorita Villar-Mir es lo mejor para abrir culos, ¿sabe?

-Sí... sí... ábramelo. ¡Ábrameloohh! -me pidió. La satisfice-. ¡AHHHH! ¡ESPEREEE! ¡AAAYYYYY! ¡AHHH! ¡SÍIIII!

Su ano era virgen. Virgen y muy prieto, mucho más que el de Carola Fabrés -quien, pese a no haber alojado ninguna polla en su interior hasta la mía, sin duda había sido explorado con juguetes-. Pero yo seguí apretando con los dos dedos a la vez. La niña quería ser usada por un profesor, era su jodida fantasía, y yo iba a darle lo que quería y más. La piel era muy suave alrededor de su culito. No supe por qué -sigo sin saberlo-, pero eso hizo que aumentaran todavía más mis ganas de abrírselo. La mano de la niña se movía lentamente sobre mi polla, impidiendo que se deshinchara por completo.

-No se queje tanto, señorita Castrillo.

-¡Es que... es que dueleehhh... un poco, don... don Sergioohhh!

-¿Y quiere usted que me detenga? -pregunté sin desde luego detener mis dedos.

-¡No! ¡No quieroohhh... AAYYY, que... que pareeEHH!

Apreté hasta que entraron. Los dos a la vez.

-¡AYYYY!

Por dentro, su culito era igual de suave. Su ano apretaba mis dedos a pesar de que Elena intentaba relajarlo. No metí más de la primera falange. Simplemente los giré con suavidad, intentando ampliar el movimiento para abrirla más. Con la otra mano pellizqué un de sus pezones. Tiré de él hasta arrancarle un gemido de placer.

-¡AHHH! ¡Ohhhh! ¡AYY! ¡AHHHH!

Y Aitana no dejaba de comerle el coño a Elena con una dedicación increíble. Alternaba mi mirada entre el rostro de dolor y placer de la morenita y la cara de viciosa de la rubia. Aitana tenía los ojos levantados, mirándome con atención. Sonreía mientras devoraba el coño de Elena. Era más que evidente que no era el primer coño que se comía. Ni el segundo. Separaba la boca, zorruna, y sin dejar de mirarme enseñaba los dientes y los acercaba al clítoris de la niña. Mordisqueaba con mucha suavidad el botoncito y arranca a Elena unos gemidos de placer que enmascaraban por completo su dolor por el culo abierto. Saqué los dedos del interior de Elena. Suavicé su grito acariciando el perineo dulcemente y lamiendo su boca.

Asentí a Aitana y ella se apartó del coñito. Se incorporó despacio. Pasó la lengua por todo el cuerpo, lamiendo el clítoris, el monte de Venus, el vientre y el ombligo. Saltó a uno de los pechos de Elena, lamió el pezón, lo mordió suavemente. Mientras, las manos seguían abriéndole las nalgas. Apretó los dedos, clavando las uñas en la piel suave, arrancando más gemidos de placer de la niña. Dejé de manosear las tetitas de Elena para dejar sitio a la rubia. Yo, desde luego, seguía acariciando el culito con mi mano izquierda, probando a introducir apenas las puntas de los dedos. Seguía prieto, pero cada vez más relajado. Era la primera vez que alguien -incluida ella misma- exploraba esa zona de su cuerpo. Bajé la mano derecha por la espalda de Aitana y también metí los dedos entre sus nalgas. Al contrario que con Elena, con la rubia no fui nada delicado. La penetré con cuatro dedos -dos en el coño dos en el culo- y lo hice con ganas. Entraron sin problema, bienvenidos.

-Hmmmm... -se decían ellas mutuamente.

Aitana se irguió totalmente, me besó con ganas -me mordió con fuerza el labio, la hijaputa, así que yo empecé a follarme sus agujeros con los dedos- y después enterró la boca en la de Elena. Le obligó a morrearla como si fueran dos perras en celo. Aitana apretó a la morenita contra ella, bien agarrada del culo como la tenía, y hasta la alzó unos centímetros hasta ella. La rubia era fuerte, muy atlética. Mi polla necesitaba enterrarse dentro de cualquiera de ellas ya. Pero ya de ya.

Saqué los dedos de ambas y me separé de ellas -quienes siguieron a lo suyo, dándose el lote con entusiasmo, Elena abrazando a Aitana y ésta sujetándole del culo, izándola para tenerla a la altura-. Sus tetas chocaban entre los cuerpos de las chicas, un espectáculo digno del mejor local de striptease. Tenían los pezones duros y erectos, bien mojados de saliva y sudor. Se rozaban y cada vez que lo hacían, ellas, excitadas, elevaban el tono de los gemidos. No pude evitar quedarme mirando unos minutos. Me masturbé lentamente hasta que decidí que ya bastaba.

-Lo está haciendo muy bien, señorita Castrillo -aprobé. Me deslicé detrás de Aitana-. Si hubiera una asignatura de guarra de instituto -añadí mientras escupía en mi mano y pasaba la saliva por mi glande-, sin duda usted alcanzaría una nota más que envidiable.

Cogí con suavidad las manos de Elena -que se aferraban a la espalda de Aitana- y las llevé poco a poco hacia el culo de la rubia. La niña comprendió enseguida, pues en cuanto tocaron las nalgas, engarfiaron los dedos y abrieron el culo de Aitana. Ésta no pareció darle importancia al gesto.

-¿De... hmmmm... de verdad... ahhh... don Sergio? -preguntó Elena.

-Hazme caso, bonita -le contestó Aitana, adelantándose a mi respuesta-. Hmmm... Eres una zorrita nata. Hmmm... y aprendes deprisaaAAHHHJODERRRR!!!

Eso fue mi polla enterrándose hasta el fondo del culo de Aitana. Sin avisos, sin delicadeza. Le clavé el rabo hasta los cojones de una sola vez.

-¡AAAHHHH! ¡¡CABRÓOONNNN!! ¡¡SÍIII!!

Era un culo glorioso. No era la primera vez que acogía una polla, sin duda, pero no era algo que hiciera a menudo. La hija de puta además sabía muy bien cuánto apretar para que el placer fuera máximo.

-¡Tienes un culo increíble!

-¡Pues fóllaahhh... meeehhh... looOOHHH!

-¡Joder!

No pude evitar azotarle las nalgas según la bombeaba. Lo hice varias veces, hasta que dejé mis manos marcadas en ambas cachas. Aitana se abrazaba a Elena, sujetándose a ella para no caerse y con los ojos en blanco. Mientras, la niña asentía con una mueca de satisfacción. Su mirada, clavada en la cara de Aitana, evidenciaba su disfrute. Se mordía los labios con cada grito de la rubia siendo enculada. Pasó las manos debajo de ésta, agarrando los pechos bamboleantes y tirándole de los pezones.

-¡AHHH! ¡AHHH! ¡AHHH!

-¿Le gusta ver cómo abro el culo de la señorita Villar-Mir, señorita Castrillo?

-¡Sí, don Sergio! -contestó ella con entusiasmo-. ¡La perra está disfrutando como una loca!

-¿Le parece una perra?

-¡AHHH! ¡AHHH! ¡AHHH!

-Sí, don Sergio. ¡Y le encanta serlo!

-Pues no se crea que usted es diferente. ¡Dese la vuelta e inclínese hacia adelante!

-¿Cómo...?

-¡Haga lo que le digo!

La niña obedeció, extrañada, pero dejándose llevar por la situación. Se puso de espaldas a nosotros y se inclinó. Aitana, repentinamente privada de apoyo, se echó también hacia adelante hasta toparse con el trasero de Elena. Por simple instinto se agarró a él.

-¡AHHH! ¡AHHH! ¡AHHH!

-¡Entierra la boca en su culo! Fóllatelo con la lengua.

-¡AHHH! ¡AHHH! ¡AHHMMPFF...! ¡AHHMMPFF...!

Elena gimió de placer en cuanto la lengua húmeda de Aitana se insinuó en su ano. Desde mi posición, completamente aventajada, veía cómo la rubia metía y sacaba la lengua en el culo de la niña, al ritmo de mi follada. Mientras el culo de Aitana se apretaba en torno a mi polla, su lengua abría poco a poco el de Elena.

-¡Así! ¡Sí, no... no pares! ¡Métele la lengua... hasta el fondo, guarra!

-¡AHHMMPFF...! ¡AHHMMPFF...!

Volví a azotar el culo de Aitana. Los dedos destacaban en rojo sobre su blanca piel. Vaya culo tenía la rubia. Se tragaba mi polla totalmente erecta sin dificultad. Gemía y gemía, y Elena hacía ecos con sus propios gemidos, desfasados apenas unas décimas de segundo y tan deliciosos como el culo que me estaba follando. La excitación pudo conmigo y tomó el control de mi voluntad.

-¡Chúpamehhh...! ¡Chhúpamehhh el cuuUHH... looohhh...!

-¡AAAHHMMPFF...! ¡HMMM! ¡AAAHHMMPFF...!

Empecé a follarme a Aitana cada vez más deprisa. Los cojones golpeaban su culo con violencia, pero en vez de dolerme, el sonido me excitaba aún más. La rubia, con la cara enterrada entre las nalgas de Elena, apenas podía respirar entre gemidos y ahogos. Al fin, mi polla, desbocada por completo, acabó derramando su leche dentro del glorioso culo.

-¡AHHH! ¡JODERRR!

-¡AAAHHMMPFF...! ¡AAAHHMMPFF...! ¡HMMPFF!

El semen empezó a salir del culo según yo seguía moviéndome. No sé si me dolía o me gustaba. Sólo sé que goterones blancos salían del culo de Aitana y resbalaban coño abajo hasta los muslos. Acabé parándome. El orgasmo me recorría la espalda y mi polla latía dentro de la rubia. Ella seguía con la lengua dentro del ano de Elena, pero sin mi empuje, el movimiento apenas tenía ímpetu, y eso lo acabó notando la morenita.

-¿Don... don Sergioohh...? ¿Se haAHH corridooOHH?

-¡Sí, joder...!

-¡AHHMMPFF...! ¡AHHMMPFF...!

-P-peroohhh... ahhhh...

-¡Pero pollas!

Saqué la polla con brusquedad. Aitana se quejó -con razón-, pero yo estaba demasiado excitado como para detenerme. Pasé junto a ella hasta llegarme a la altura del trasero de Elena, aparté a la rubia de su posición y la sustituí. Sólo que en vez de lengua lo que había era un polla tiesa y embadurnada de todos los fluidos corporales posibles.

-¿Te ha abierto la rubia, guarrilla?

-Yo... yo...

-¡No me gusta que titubees, coño!

Y acto seguido penetré ese culito virgen y apenas dilatado. Empujé con todas mis ganas y, a pesar de la resistencia a abrirse, dejó entrar mi miembro hasta que mis cojones dieron contra su coñito.

-¡AAAAAAHHHHHH! ¡PAREEEEEEEEEEE...! -pidió Elena, intentando incorporarse.

-¡Que te has creído tú eso, puta! -le grité, impidiéndole el movimiento con las manos en su espalda. La mantuve así un par de segundos y empecé a moverme despacio, sacando lentamente la polla hasta justo el glande.

-¡AHHHH! ¡Me hace... me haCE DAÑOOOOO...!

-¡Querías rabo, y rabo vas a tener, guarra! -le aseguré a gritos, palmeándole las nalgas con fuerza.

Mi polla, prácticamente fuera, volvió a introducirse en su interior. Esta vez costó menos, así que aceleré.

-¡AAAHHHHH! ¡POR FAVOOORRRR...!

-¡Trágate mi polla entera!

-¡ES... ES DEMASIAAHHH... DEMASIAAADOOOHHH...!

-¡Aitana! -llamé a la rubia-. ¡Ponle el coño en la boca para que se calle de una puta vez!

Aitana, que se había apoyado en una de las estanterías para recuperar el aliento después de que la enculase, estaba mirando con creciente excitación la violación -porque por mucho que la niña lo quisiera, follarme ese culito virgen de una manera tan ruda era una violación- de Elena. Me dio una palmada en el culo cuando pasó junto a mí -tanto darle a la cadera me estaba poniendo el trasero bien prieto- y se colocó delante de Elena. Levantó una pierna y probó a acercarle el coñito depilado a la morena. No era una posición muy cómoda. Mientra ella titubeaba, yo seguía enculando como un salvaje.

-No es muy cómodo, profe.

-¡Me importa una mierda, joder!

-¡AHHH..:! ¡AHHH...! P-por favooOORR ¡AHHH!

Si el culo virgen de Carola había sido una delicia y el poco usado de Aitana era sencillamente perfecto, el de Elena era tremendamente excitante. Cada movimiento confirmaba que la chica, de apenas quince años, nunca se había metido nada por detrás. Jamás. Yo era perfectamente consciente de que mi polla estaba violando salvajemente un culito adolescente. Elena no aguantaba el tamaño de mi miembro dentro suyo y todavía se resistía inconscientemente. Pero todos, los tres incluida Elena misma, sabíamos que ella lo quería. Deseaba pasar por ese suplicio.

-Levántala, profe, y llévala al plinton -sugirió Aitana, acariciando la cara contraida de dolor de Elena.

-P-por favooOORR ¡AHHH! Ahhh... ¡¡AHHH!!

No sabía con seguridad lo que quería la rubia, pero me incliné, le agarré del pelo y tiré de ella hasta que su espalda quedó apoyada en mi pecho. Después pasé ambas manos por debajo de sus piernas y la icé sujetándola de los muslos. La niña gritó.

-¡¡¡AAAAAAAHHHHHHHHHHHHH...!!!

Quedó espatarrada, completamente ensartada por mi rabo. La visión de Elena empalada despertó la vena malvada de Aitana. Se acercó, se agachó y metió su boca entre los labios vaginales de la niña.

-¡¡AHHH!! ¡SÍIIII! ¡ESO... ESO SÍIII...!

-¿Esto te gusta, guarrilla? -le susurré al oído.

-¡Ohhh, síiihhh! ¡AHHH...!

Dejé que disfrutara durante unos minutos de la experta comida de coño que le estaba dedicando Aitana. Enseguida noté como su culo se relajaba. Eso hizo que bajara las caderas unos milímetros y que mi polla se enterrara algo más en ella. Gimió y gritó, pero ahora el dolor también era placer.

-¡AYY! ¡AHHHH...! ¡OHHHH...!

-¿Te gusta, sucia perrita...?

-¡Sí...! ¡Me... me arde el culooohhh!

Le mordisqueé con suavidad el cuello, arrancándole más gemidos. La lengua de Aitana lamía por entero su coñito, incluso bajando hasta el ano y lamiéndome a mí los cojones.

-Pero te gusta, ¿verdad, Elenita?

-¡SÍIIII! ¡¡Joder, sí!!

-Pues ahora vamos a seguir follándote el culo -declaré.

Hice una indicación a Aitana y la rubia se incorporó. Se llegó hasta el plinton y se tumbó boca arriba sobre él. Abrió la piernas y comenzó a acariciarse entre los labios. Los tenía rojos y empapados. De su culito todavía escapaban gotas de semen. Yo, sin sacar en ningún momento la polla del interior de Elena -aunque es cierto que los minutos de no moverse habían empezado a bajarme la erección-, fui hasta allí. Cada paso hacía subir y bajar las nalgas de la niña, sacando y volviendo a enterrar mi polla, que no tardó en ponerse tiesa otra vez, en su culo.

-¡Ah! ¡AH! ¡Ah! ¡AH! -se quejaba Elena a cada paso.

-Vamos, profe -me urgió Aitana-. ¡Necesito su boquita en mi coño ya!

-Tranquila, rubia, que ya vamos.

Llegamos hasta el plinton y, una vez allí, incliné con suavidad a Elena sobre Aitana, con mucho cuidado de que la niña apoyara los pies en el suelo para no darse morros. En cuanto tuvo la cabeza sobre el monte de Venus de Aitana, ésta le agarró del pelo con la mano derecha y le obligó a meter la cara en la entrepierna.

-¡Oh, sí, joder...! -jadeó Aitana-. ¡Lámeme entera!

-¡Hmmmm...! ¡Ahmmm...!

No moví la polla ni un milímetro. Simplemente disfruté del espectáculo de Elena, con el culo lleno, comiéndole el coño a Aitana. La guarrilla de la niña, incluso, probó a bajar hasta el ano de la rubia -todavía algo dilatado y del que escapaban restos de semen y otros fluidos-. Puso sus labios contra él y chupó y chupó.

-¡AAHHHH! ¡JODERRRR! ¡QUÉ BUENOOOOHHH! ¡AHHHH!

La cara de disfrute de Aitana era impresionante. Su placer debía ser intensísimo.

-¡BÉBETE MI CULO! ¡AHHHH...!

Esa frase, y el tono en el que la dijo, encendió mi libido tanto que mi polla respondió al momento. Volvió a hincharse y a crecer dentro del culo de Elena. La morena gimió al sentir cómo su ano, todavía no demasiado abierto, volvía a ser dilatado sin que ella quisiese.

-¡AHHHHMMPGGLLL...! -se quejó. Logró apartar la boca levemente-. ¡Con... con cuidado, profe...!

-¡No pares, PUTA! -ordenó Aitana, agarrándole aún más fuerte del pelo y apretándole el rostro contra ella-. ¡Cómeme el coño!

-¡Obedece! -añadí yo.

Elena así lo hizo, volviendo a lamer los labios vaginales de Aitana, enterrando el rostro entre ellos y comiéndose el clítoris. Cada vez lo hacía mejor, por la cara que ponía la rubia. Así que yo empecé a moverme. Despacio, de nuevo, pero cada vez más deprisa, mi polla perforó el culo de Elena.

-¡AHHMPGGLLL...! ¡HMMPFFF...!

-¿Te come bien el coñito, rubia?

-¡Ahhh... sí.... sí, profe! ¡Joder, casi comooOHHH.. si hubiera... hubieraaahhh... hubiera nacido comi... comiendohhh... coños...!

-¡HMMPFFF...! ¡AHHH! -gemía mientras tanto Elena, y cada vez había menos dolor y más placer.

El culito se abría a mí paso un poco más con cada empellón. Poco a poco se relajaba y dejaba que entrara y saliera mejor, con más facilidad. Azoté suavemente las nalgas en gesto de felicitación.

-¿Cuántas veces te había... ohhh, sí... te había comido el coño una niña tan bonita, Aitana?

-¡Ahhh! Hmmm... V-varias, profe. Conoces... conoces a una...

-¿Carola...?

-¡Síiii...! ¡AHH! A los trece... trece, profe... ¡Ahh! Un... un campaaaahhh... hmmm campamentoohhh...

-¿¡AHHMMFGGLL...!?

-¡No jodas!

¡Qué putas que eran, joder! Mucho más de lo que jamás podía haber sospechado. Y cuánta razón tenía mi amiga Beatriz al decir que aquel colegio estaba lleno de zorritas. Me reí y le palmeé de nuevo el culo a Elena, divertido y muy excitado.

-¿¡Qué... qué teehhhh creíaaaahhhhhhHHH...! ¡Sí, ahí, ahí...!

-Sois unas guarras, joder -afirmé, enterrando todo lo que pude la polla en el culo de la morena, arrancándole un grito que ahogó el coño de Aitana-. ¡Ahhhh, sí! ¡Unas putas guarras!

-¡HMMPFFF...! ¡AHHMPGGLLL...!

-¡Sí, pero no pares...! ¡No pares de encularlaaAAHHHH, JODEEER!

Las piernas de Aitana bailoteaban en el aire, y con cada empellón en el culo de Elena sus enormes melones iban y venían. La mano izquierda pellizcaba alternativamente el pezón de cada pecho, o apretaba una de las tetas, o se la llevaba hasta la boca, intentando inconscientemente mordérselas ella misma. Eran tan grandes que lo conseguía, e incluso logró colar un pezón entre sus dientes.

El gesto me encendió aún más de lo que estaba. Incrementé el bombeo, usando tanta fuerza que el plinton se iba moviendo poco a poco por las baldosas. Las tetas bailaban según mi polla entraba y salía del culito de Elena, y yo, jodiendo como un campeón, veía a Aitana morderse un pezón, tirando de él con la boca y gimiendo como una perra.

-¡¡HMMMM!! ¡OHHH, SÍIIII!

-¡AHHMPGGLLL...!

-¡¡METE... METE LA LENGUAAAHHH... HASTA EL FONDOOOHHH!!

-¡HMMPFFFLL...!

-El clítoris... ¡sí, ahí...! ¡¡AHÍ!! ¡AAAHHHHHHHHHHHH!

Aitana se corrió con tanta fuerza que se incorporó. Me miró sin verme, los ojos completamente desenfocados, con la mano apretando la cabeza de Elena contra su coñito.

-¡¡¡AHHHH!!! ¡¡¡HHMMMMMMM!!!

Gimió y gritó durante varios segundos, su orgasmo azotándola por dentro igual que yo castigaba el interior del culo de Elena. La morenita seguía gimiendo con cada uno de mis empellones, pero su culo, aun todavía prieto, se había holgado lo suficiente como para que por fin disfrutara por fin de la enculada monumental a la que le estaba sometiendo.

-¡HMMM! ¡HMMM! ¡HMMM!

-Muy bien... ¡muy bien, joder!

-¡HHMMMM! ¡HMMMM!

-¡Ven aquí, preciosa! -dije, y la volví a incorporar hacia mí.

Elena se separó de Aitana, y ahora sus gritos no sonaban ahogados por la entrepierna de la rubia.

-¡AHH! ¡AHH! ¡AHH!

Con los pies en el suelo, ya no necesitaba recostarse contra mí. Apoyó las manos en el plinton, justo más allá de las cadera de Aitana -quien estaba medio desmayada-, y se dejó hacer. Yo la agarré del pelo, forzando algo más la postura para tener algo a lo que afianzarme.

-¡AAHHH! ¡¡AAHHHH!! ¡¡AAHHHH!!

Quería follarme su culo cada vez más deprisa. El chapoteo de mis cojones contra su coño era perfectamente audible a pesar de mis gemidos y los alaridos de placer de Elena. Entré y salí de su culo durante varios minutos, bombeando a una velocidad que ni yo mismo sabía que podía alcanzar

-¡¡AAHHHH!! ¡CÓRREETEEEHHHH! ¡¡AAHHHH!! ¡¡POR FAVOORRRR!! -me imploraba.

Y yo sentía que el orgasmo me acechaba. Estaba cerca del clímax, lo sabía. Tenía que detenerme porque lo que yo quería era correrme sobre las tetazas de Aitana y que Elena las limpiara de leche. Necesité toda mi voluntad para luchar contra la apremiante necesidad de llenarle el culo de semen.

-¡¡CÓRRETE!! ¡¡AAHHHH!! ¡¡PROFEEEHHH!! ¡¡AHH!! ¡¡NO AGUANTO... NO AGUANTO MÁAAAAASSS!!

Conseguí separarme de ella. Lo hice con brusquedad, pero Elena no se quejó. Teniendo en cuenta la follada con la que había castigado su culo, no me extrañaba. Me acerqué hasta el costado izquierdo de Aitana. La rubia seguía desfallecida. Sonriente, extasiada, satisfecha, pero desfallecida. Apenas era consciente de lo que iba a hacer, pero todavía mantenía las suficientes entendederas como para abrazarse los melones gigantes que tenía por tetas, apretárselos y ofrecérmelos para que yo los regara.

Me sujeté la polla, completamente empapada del culo de Elena y empecé a masturbarme sobre los pechos de la rubia. No me di cuenta de cuándo la morenita se acercó a mí, sustituyó mis manos por las suyas y fue ella quien me pajeó. Me apoyé en el muslo izquierdo de Aitana, lo agarré con fuerza mientras Elena exprimía mi miembro, y por fin eyaculé. El orgasmo fue brutal, quizá el mejor que había tenido hasta el momento, quizá el mejor que he tenido nunca. No sabía de dónde sacaba el esperma, pues mis cojones debían de estar completamente secos después de varias corridas. Pero aún así logré derramar una buena cantidad de leche sobre los pechos de Aitana. Salió a chorros potentes, como si fuera la primera vez del día, mientras las dos gemían de gusto al ver cómo yo me corría.

Y yo sólo gemí. Un gemido largo, bajo, sin fin.

Cuando terminé de correrme, me di cuenta de que Elena había soltado mi polla y se había inclinado sobre Aitana. Satisfecho, vi cómo lamía con gusto cada gota de leche, sin dejar nada, repasando cada centímetro de piel de las tetas de la rubia. Chuperreteó los pezones cada vez que tenía ocasión, haciendo ruidos de succión y de deleite. Yo posé mi mano derecha sobre su culito -que tembló un instante-, y bajé los dedos con mucha suavidad por entre las nalgas húmedas. Tenía el ano totalmente abierto. Al menos tres dedos de dilatación. Si quisiera podría haber metido el puño entero, simplemente apretando un poco. No lo hice, pero con ganas me quedé. En otra ocasión.

-Lame sus tetas, preciosa -le dije-. Lame sus tetas y bébete toda la leche que he dejado sobre ellas.

-Hmmmm...

-Sí, lámeme... las tetas... bonita...

-Hmmm...

-Y ahora trágate la leche.

Ella tragó y se incorporó, sonriente. Parecía más satisfecha que nunca. Sin duda tenía el culo dolorido, pero había obtenido lo que quería, que no era otra cosa que el rabo de don Sergio dentro suyo una vez más.

-Se ha dejado algo en la comisura, señorita Castrillo -le indiqué, adoptando la pose de profesor de nuevo.

Ella se llevó la mano a la boca, pero se detuvo antes de limpiársela. Ensanchó su sonrisa como una loba hambrienta y se giró hacia la yaciente Aitana. Llevó su boca hasta la de ella y dejó que fuera la rubia quien le lamiera los restos de la boca. Se morrearon unos segundos... y eso fue la señal evidente de que yo ya no podía más: mi polla, fláccida y colgante, ni se inmutó ante la visión de las dos guarrillas intercambiando saliva y semen.

Me sonreí y acaricié el culo de Elena. Con la otra mano acaricié el muslo de Aitana. Había sido un polvazo. Todos habían sido unos polvazos increíbles. En aquellos instantes creí que no podía superar la fabulosa experiencia de ese día. Tonto de mí.

-¡Muy bien, señorita Castrillo! -la felicité, dándole una sonora pero inofensiva palmada en el trasero.

-¿Lo he hecho bien, don Sergio? -inquirió ella, incorporándose, dándose la vuelta hacia mí y mirándome con sus inocentes ojos.

-Pregúntele a la señorita Villar-Mir...

-Definitivamente sí, bonita -cortó Aitana. Se incorporó, pasó ambas piernas hacia nuestro lado del plinton. Abrazó a Elena desde atrás y le acarició con las manos las tetitas -esas que en comparación con las de la rubia apenas eran dignas de mención-. Lo hizo con suavidad, casi con cariño-. ¡Te has portado genial!

-Me duele un poco el culo -se quejó Elena.

-Ya se te pasará -se encogió de hombros la rubia-. Te acostumbrarás, ya te lo digo yo, aunque a veces -y diciendo esto clavó sus ojos verdes en los míos- venga un cabrón como el profe y te pille de sorpresa.

-No te quejes, rubia. Tu culo ha disfrutado tanto como tu coñito.

-Ya...

-Pues eso.

-Don Sergio -interrumpió Elena-, ¿después de esto... me hará un favor?

-¿Un favor? -pregunté a mi vez, extrañado.

-Sí... -y ahora, después de todo lo sucedido, sí parecía titubeante e indecisa. Casi temerosa-. Es que... bueno, me gustaría que me follara más a menudo...

-¿¿¡¡!!??

-Sí, es que me gusta... que me lo haga, quiero decir... y quiero... bueno, eso...

-¿¿¿¡¡¡!!!???

-¿Porfa?

-¡¡Jajajaja!! -se rió Aitana, y lo hizo con verdaderas ganas-. ¡Eres la hostia, profe!

-¿?

-Sí, joder. No eres un tío guapo, ni alto, no estás particularmente bueno, no es que tengas precisamente un pollón -enumeró la rubia, divertida-. Y vale que follas de la rehostia, pero tampoco es como para que una lo deje todo y se rinda a tus pies.

-¿¿Perdona??

-No sé, profe -se encogió de hombros-. Tienes... algo.

-¿Don Sergio? -insistió Elena.

Estaba tan estupefacto que casi no coordinaba dos ideas seguidas. Simplemente asentí -como un tonto, seguro- y Elena pareció encantada. Se puso de puntillas para darme un beso en la comisura de la boca y, contenta, fue hasta su ropa. Allí seguía, cerca de la puerta, hecha un lío sobre el suelo. Miré a Aitana, todavía incrédulo, y ella sólo se encogió de hombros otra vez. Se incorporó y se estiró cuan larga era. Desperezó sus brazos y piernas y sonrió. También me plantó un beso, sólo que el suyo no fue tan casto y sí más húmedo y lascivo.

-Aprovecha, profe. Tú sólo aprovecha.