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Experiencias de un profesor (9: Cristina Cobaleda)

en Hetero: General

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4: Carola Fabrés.

5: Aitana Villar-Mir.

6: Elena y Aitana.

7: Otra vez Lucía.

8: Lucía y Cristina.

 

 

 

La zorrita más popular del colegio, la más intrigante y la más astuta estaba delante mío, con el culo en pompa y a mi merced. La barbie de ojos verdes, melena rubia, espigada, con un culito respingón y una tetas bien formadas, se encontraba en sus dominios vestida únicamente con un pijamita rosa de tirantes. Los pantaloncitos a juego estaban tirados en el suelo, enrollados junto a sus braguitas de niña bien.

Me miraba desafiante. Le iba a romper el culo y le había asegurado que después me lo iba a agradecer. Que me iba a reconocer que le había gustado. La niña sabía que no había nada que ella pudiera hacer para evitar que violara su culo, tal y como ya se lo había hecho a su boca y a su coño. A la niña le gustaba que fuera duro con ella. No lo reconocía, pero le gustaba. Era un pulso de voluntades que, ya lo sabía yo, iba a decantarse en mi favor.

Me separé un par de pasos hacia atrás.

-Bueno, ¿qué? ¿Me rompes el culo o te vas a quedar ahí mirándome? -preguntó agitando las nalgas con provocación.

Tenía el coñito enrojecido y empapado. Estaba abierto y goteaba. El día que se hizo mujer fue el día en que perdió también la inocencia. Y no parecía echarla de menos. No. La había sustituido por control y dominación.

Mi polla estaba tiesa, con ganas de correrse ya. Y es que si se la metía en aquellos momentos, no iba a durar ni cinco segundos. Lo sabía. Y no quería que el juego terminase tan pronto. No, iba a hacerlo durar más. Ese culo -inocente, virgen, lamido con suavidad, húmedo- lo iba a disfrutar tanto como pudiera. Me quité el condón de un tirón. Y lo iba a disfrutar a pelo.

-Señorita Cobaleda, por favor -me quejé con una sonrisa-, no sea tan vulgar.

-¿Vulgar? ¿Que soy vulgar, hijo de la gran puta?

Se azotó el trasero con fuerza. Su carne tembló, su piel tersa se enrojeció.

-Soy el puto sueño de todos los tíos del cole, joder -declaró.

Abrió un poco más sus piernas, sus delgaditas y pálidas piernas. Los labios vaginales se abrieron más, dejando caer algunas gotas.

-Viólame de una puta vez, hijo de puta -me exigió-. No me dejes así.

Sonreí. Me acerqué. Ella me siguió con la mirada. Se mordió los labios, apretó las mandíbulas. Realmente era un sueño. Se inclinó más aún conforme recortaba distancias. Se agarró los tobillos -joder si era flexible, la zorrita- y la tela de su pijamita se deslizó hacia abajo hasta que el borde de sus tetas quedó al aire. Todavía no le había visto las tetas, a la barbie. Eso no podía quedarse así.

Me acerqué hasta que mi polla, cuya erección disminuía con el tiempo, estuvo a poquitos centímetros de ese coñito de ensueño.

-¿He oído bien? -pregunté.

Me pegué a ella y emitió un gemido.

-¿Me está pidiendo que la viole, señorita Cobaleda?

Me incliné hacia adelante. Ella movió las caderas creyendo que mi polla iba a atravesarla, pero sólo resbaló entre sus nalgas.

-¡Vamos joder, hazlo!

Me reí. Me agaché, pegando mi pecho a su espalda todo lo que pude -yo no era tan flexible ni de lejos-. Conseguí cogerle el pelo. Di dos vueltas a su melena entre los dedos, afianzando bien firme el agarre.

-¡¡Hazlo!!

Tiré hacia arriba todo lo fuerte que pude. Casi se le doblan las piernas de la sorpresa.

-¡¡AAAAAAYYYYYYYYYY!!

-No me exija, señorita Cobaleda -le susurré en el oído. Había llevado su cabecita hasta mi boca.

-¡CABRÓOONN!

Intentó arañarme la cara, pero no acertó

-No me exija -repetí. Tironeé otra vez y esta vez se quedó quieta. Bueno, casi-. Usted quiere que la viole, señorita Cobaleda. Pídalo como una señorita.

Lo último lo dije metiendo la lengua en su oreja. Los pelillos de la nuca se le erizaron. Se quedó callada, temblando levemente. Intentó cerrar las piernas, pero no pudo. Sí logró poner las manos en mi cabeza, afianzando poco a poco el agarre hasta cogerme de la nuca.

-Eres un... eres un hijo de puta -bisbiseó.

-Quizá, señorita -respondí. Le mordí la oreja y clavó sus uñas en mi piel.

-Eres peor que el cabrón de mi padre.

-Oh, sí, por supuesto -le reconocí.

Chupé el lóbulo de la oreja lentamente. Llevé mi mano libre hasta sus tetas. La colé por debajo del pijama y le acaricié esos pequeñísimos pezones. Sí que eran pequeños. Y estaban muy duros. Ahogó un gemido. Su coñito volvió a dejar escapar más fluidos. Mi polla prácticamente nadaba en ellos.

-La diferencia, señorita Cobaleda, es que usted odia a su padre -le pellizqué un pezoncito. Gimió-. Y a mí me va a acabar adorando.

-¡Ni de coña, cabrón! -gimió-. ¡Joder, fóllame ya, por favor! -añadió con un sollozo.

Mi polla ya había descansado. La inminencia del orgasmo se había retrasado lo suficiente como para disfrutar del desfloramiento de ese culo tan deseado.

-Cójase las tetas, señorita Cobaleda.

Obedeció, poniendo una de sus manos sobre la mía.

-Estrújeselas mientras se imagina su ano dilatándose hasta dejar pasar mi polla.

Lo hizo. Me apretó la mano. Se pellizcó los pezones, gimiendo.

-¿Se lo está imagin...?

-¡Síiii...!

Ni siquiera me dejó acabar la frase.

-Bien... Ahora, llévese las manos a las nalgas -lo hizo. Sus tetas cayeron y botaron con un ruido húmedo-. Ábraselas despacio. Más. Así.

Miré. Vaya espectáculo. Su ano temblaba. Su culito se agitaba. Los dedos, engarfiados en la carne, se veían pálidos y finos contra la rojez provocada por los azotes.

-Ahora lubriquemos el miembro, ¿hmmm?

Pasé mi polla entre los labios vaginales, empapando bien toda su extensión. Con cada movimiento lento, un gemido más.

-¡Ahhhhh...! ¡Ahhhhh...! ¡Hmmmm...!

Creo que nunca me he encontrado con una chica que se empape tanto y tan deprisa como la guarra de mi gatita. Tenía los labios hinchadísimos, el coñito tan excitado que debía tener la mitad de su sangre ahí.

-¡Ohhh...! ¡Síiihhh...!

Mientras restregaba la polla y tiraba suavemente del pelo para que ella se moviese al lento compás, ella separaba todo lo que podía las cachas.

-Muy pero que muy bien, señorita Cobaleda.

-¿Me vas a ahhhh... a violar el culo yaaahhh... por favor?

-¿Cómo ha dicho, señorita? -fingí con una sonrisa.

-¡Por favor, cabróoohhh...! Viólamelo yaaaahhh...

-Vamos a ponernos más cómodos...

La fui empujando con suavidad a golpe de cadera, siempre controlando con la brida improvisada con su melena. Cada toquecito era una oportunidad más para que mi polla golpease contra su entrepierna. Un gemido, un quejido de placer, se desligaba de su boca con cada paso que nos iba dirigiendo hacia la única mesa grande que había.

-Puede descansar sobre la mesa, señorita Cobaleda -la indiqué-. Apóyese... hmmm... y póngase cómoda. Abra más aún las piernas y...

-No llego, joder -se quejó-. Tengo que ponerme... aahhh... de puntillas...

-Excelente, señorita Cobaleda -la premié con una cachetada bien sonora. Me dolió hasta a mí, pero no soltó sus propias nalgas. Sólo se quejó de gusto-. Ya ha encontrado la solución a su problema.

-Pero...

-¡De puntillas, puta!

Obedeció al momento, aunque me dirigió una mirada asesina. Era más que evidente que estaba incómoda. No era una chica demasiado alta, y con el esfuerzo de mantenerse abierto el culo sus piernas acababan temblando de quedarse de puntillas.

-¡Vale, ya está, joder! ¡Ahora fóllame, hijo de puta!

-¿Cómo dice?

Acerqué la polla un pelín más. El glande rozó el ano y resbaló hacia arriba.

-¡Ahhhh...!

-Que cómo ha dicho, señorita Cobaleda.

-¡Que me folles el culo, cabrón de mierda!

Intentaba acercar el ano a mi polla, pero yo no la dejaba.

-Pídalo bien -ordené, tirando una vez más del pelo.

-¡Ay, joder!

-Señorita...

-¡Vale! -exclamó.

Se calló unos segundos. Oí cómo se lamía los labios, cómo respiraba pausadamente. Estaba siendo duro con ella. No le gustaba... y a la vez lo deseaba.

-Don Sergio, por favor, ábrame el culo. Rómpame el culo con su polla, se lo pido por favor.

Miró hacia atrás otra vez. Clavó sus ojos de gata en los míos. Entre el brillo de las lágrimas nadaban el odio y el deseo. Mi primera auténtica dominación. Qué bien sentaba.

-Vióleme como nadie me ha violado, déjeme el culo tan abierto que nunca necesite dilatarme antes de volver a follárselo. Por favor, hágalo, don Sergio.

Las puntas de sus índices e acercaron al ano, tiraron a ambos lados y abrieron levemente el agujerito. Las uñas se clavaron en la fina piel.

-Prepare mi culo para su disfrute por siempre. Por favor. Vióleme el culo, don Sergio.

Aquella controlada y apenas sumisa declaración hizo que mi polla se pusiese tan dura como el acero. El glande, púrpura, gritaba la necesidad de follarse algo. Lo que fuera. Y ya. Por suerte encontró el culo de Cristina Cobaleda.

Empujé.

-¡¡AaaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH...!!

El grito comenzó como un simple gemido. Conforme mi polla iba abriendo milímetro a milímetro su estrecho ano, el gemido subió de tono. Y de volumen. Antes de que el glande traspasara el umbral virgen, ya se había convertido en un chillido en el que había mucho más dolor que placer. Las uñitas se clavaron con tanta fuerza en la piel de las nalgas que acabaron rasgándola. Un par de gotitas de sangre se escaparon de las heridas. Por suerte para mí, entre la lubricación natural y la experta boca de Lucía el culo resbalaba que daba gusto. Para mí sólo había presión y gozo. El grito continuó.

-¡¡AHHHHHHHHHHHH... OHHHHHHJODEEEERRRRRRRR!!

En cuanto el glande penetró, el chillido de la barbie se convirtió en una exclamación que mezclaba victoria y alivio. La polla entró toda de una vez, sin detenerse hasta que mi pubis chocó contra su culo.

-¡Joder... joder... joder...!

La gatita no podía creérselo. En su voz se notaba la incredulidad porque su culo acogiera toda una polla en su interior. Le temblaban las piernas, le temblaban las cachas, le temblaba el cuerpo entero. Pero la jodía no soltó las nalgas, completamente ignorante -o quizá desdeñosa- de las heridas que ella misma se había provocado.

-¡Está dentro, joder...! ¡Ahhhh...! ¡Tengo toda.. tu polla... dentro de mi culo...!

-Muy aguda, gatita.

-Joder, duele, pero... ohhh -probó a moverse-. ¡Ohhhh! ¡HMMMM! Duele pero me gusta...

-¿Quieres más, gatita?

Yo, realmente, me estaba sintiendo en el puto séptimo cielo. Agarrado a su pelo como si fuera a cabalgarla, ya no se trataba sólo del placer físico. Era sentirse un dios viendo a la gatita deshacerse siendo enculada por primera vez.

-¡Sí, dale! ¡Ahhh...! ¡Joder, rómpeme el culo, profe!

La complací de mil amores.

Usé su melena para equilibrarme y empecé a moverme despacio. La lubricación hacía que su culo, estrecho, dejara pasar mi polla con suavidad. Realmente apretaba, pero era una auténtica maravilla sentir la textura suave abrazando mi miembro.

-¡Ahhhh...!

Casi saqué por completo la polla, dejando sólo el glande dentro, tirando hacia afuera.

-¡AAHHHJODERR...!

Su culito quería expulsarme, pero yo no le iba a dejar. Volvía a apretar y le obligué a tragarse entera mi polla.

-¡Ahhhh...!

Repetí el proceso media docena de veces, tomándome mi tiempo, sintiendo toda la profundidad del culo de la rubia.

-¡Ohhhh...!

-Muy buen culo, ohhh... señorita Cobaleda.

-¡Síihhhh...!

Y otra vez dentro.

-¡Ahhh...!

-¿Le gusta así, despacitohhhmmm?

-¡Ohhh... síiihhh...! ¡Joder, me encaaaaahhhntaaaahhhh...!

La saqué del todo.

-¡Oh, joder! ¡No... no me lo puedo creer, joder!

-¿Hmmm?

Mi miró incrédula.

-¡Me duele, te odio, quiero que sigas!

-¿Cómo? -tirón a su pelo.

-¡Ay! Vióleme, don Sergio -qué rápido cambiaba de registro-. Use mi culo.

-¿Despacio, señorita Cobaleda?

-Sí, despacio, por favor.

Movió las nalgas, juguetona. La apretó contra mí.

-Rómpamelo con cuidado, don SergiooooOOOOHHH... ¡¡AAHHRGGGGNOOOOOOO...!!

Desde luego que no lo hice ni despacio ni suave. Le debía esta jugada desde hacía mucho. Se la calvé de una sola vez, con fuerza, como si golpeara un clavo con un martillo. La noté temblando, contrayéndose involuntariamente para impedir mi entrada.

-¡AAAAYYYY! ¡¡JODERRRRRHIJOPUTAAAAAAAAAYYYY...!!

Desde luego no dejé que cerrara el paso a mi polla. Dije que le iba a romper el culo y no iba a dejar a medias el trabajo. Empujé con tanta fuerza que casi ni necesité tirar de su pelo para controlar el movimiento. El rebote fue inmediato. Así que volvía a aplicar fuerza y velocidad.

-¡¡AAAHHHH!! ¡¡P-PARAAAAHHH...!!

-¿¡Sientes tu culo rompiéndose, zorra!?

Como el martillo neumático de un obrero abriendo el cemento de la calzada, así me movía. Sin poder controlar nada, sin que su cuerpo la obedeciera un ápice, seguía agarrada a sus propias nalgas, arañándose mientras su culo enrojecía de la fricción.

-¡¡SÍII!! ¡¡PARAHH..!! ¡ME VAS A... AHHHHYYY...! ¡¡MEVASADESTROZAAARRR!!

-¡Querías una violación!

No era una pregunta.

-¡¡¡SÍII!!! ¡¡P-PEROOAAAYYYY...!! ¡¡NO ESTOOOOAAAAAAAAAAAHHHH..!!

-¡Esto es la violación de tu culo, guarra!

Su ano se acoplaba a mi polla como un guante. Su culo, caliente y húmedo, no podía evitar dilatarse y contraerse con mis embestidas.

-¡¡¡AAHHHH...!!!

Volví a tirarle del pelo, lo suficiente como para que quedara medio incorporada. La agarré un pecho.

-¡¡¡AYYYY!!! ¡¡¡AAAHHHH...!!!

Tiré de sus tetas. Primero de una y luego de la otra. A pesar de no poder verlos, sabía que le estaba dejando los pezones rojos y tiesos.

-¡¡AHHH..!! ¡Ahhhh..! ¡¡AHHH..!! ¡¡Hmmmm...!! ¡Síiihhh...!

Los gemidos de dolor fueron cesando hasta ser sólo placer. Le dolía, sabía que le estaba doliendo. Pero más lo estaba disfrutando. Yo lo estaba disfrutando.

-¡Qué gran... qué gran culo... zorrahh...!

-¡Síii...! ¡Siguee...! ¡Sigaaaahh...! Es suyo... ¡Suyooohhh...!

Pellizqué otra vez un pezón. Tiré de él con fuerza. Sentí su culo preparándose para descargar un orgasmo y hacer que su coñito temblara sin haber sido tocado. Nunca había logrado que una chica experimentara un orgasmo anal, pero por todos los dioses que aquella vez iba a conseguirlo.

-¡Ahh...! ¡Mas fuerteee...!

La complací, aunque ya no sabía cómo darle más fuerte a su culo sin descalabrarnos. La propia mesa se movía, intentaba levantarse sobre sus patas.

-¡SÍII...! ¡SÍIIII...! ¡AHHHHH...! ¡¡AAAAAHHHH...!!

Yo apretaba los dientes, sintiendo cómo mi polla quería lanzar su leche al interior del culo de Cristina. No iba a dejar que se adelantara a la rubia. Lograría que ella se corriera primero. Dejé que reposara de nuevo sobre la superficie de la mesa.

-¡¡AHHH..!! ¡¡AHHH..!! ¡¡AHHH..!! ¡¡¡NOPAREEEEEEEESSSS...!!!

No sé qué hacía más ruido, si las patas del mueble o los golpes de mi pelvis contra su culo. Porque tenía más que claro que mis huevos, a pesar de los azotes que le estaban dando al coño de la zorra, no podían ser.

-¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHhhhhhhh...!!!!!!

El orgasmo le recorrió todo el cuerpo. Lo sentí temblequeando alrededor de mi polla, pero podía verlo ondular a través de ella. Las piernas, las nalgas, las caderas, la cintura, los hombros, los brazos e incluso la cabeza. El temblor, unido al gemido prolongado, húmedo y profundo, fue el mayor premio que había ganado hasta la fecha. Era un dios, había enculado a una pequeña diosa, y había triunfado.

-¡¡Hhhhhhhhhhhhh...!!

No cesaba. Sólo bajaba de volumen, sólo se abandonaba al placer. Se agitaba inconscientemente. Y yo no dejaba de bombear con la misma fuerza que antes. Era curioso, pues parecía que me estaba follando el culo de una muñeca inerte.

-¡¡Hhhh...!! ¡¡Hhhh...!! ¡¡Hhhh...!!

La única parte de ella que todavía respondía eran sus manos. Las cabronas seguían engarfiadas al culo. Reguerillos de sangre se deslizaban desde las uñas hasta unirse al flujo vaginal interminable que manaba de la entrepierna.

-¡Hhhh...! ¡Hhhh...!

Apenas respondía. Y yo necesitaba descargar ya. No podía dejar pasar la oportunidad de que la barbie sintiera con total atención cómo su culo era llenado de leche por primera vez. Así que tiré del pelo varias veces, con insistencia pero con suavidad.

-¿Hhh...? ¡Hhhh...! ¿¡Hhhh...!?

-¡Despierta puta!

-¿¡Q-Quehhh...!? ¡Ahhh...! ¡Ahhh...!

-¡Despierta, joder, que... hmm... te voy a llenar de leche...!

Cristina se despabiló lo suficiente como para reaccionar. Se acomodó, se aupó de puntillas un poco más, mantuvo bien separadas las nalgas y me miró.

-Vamooohsss... Joder, yaaahhh... Córreeeehhhtehhhh...

No pude aguantar más.

El orgasmo salió a chorros. Mi polla se contrajo y se sacudió como loca en el interior de la barbie. Cada golpe era un temblor, y cada temblor era más esperma caliente rellenando el culito de la niña.

-¡AAAAAAAAHHHHH...! -grité.

-¡Síiiihhh... ahhhh... daleeeehhhh!

-¡JODER!

-¡Llénalo...! ¡Llénameeehhh...!

Mis pelotas se exprimieron hasta sacar todo el jugo acumulado. Hipotequé mis huevos para futuras corridas, estaba seguro de ello. Tanta cantidad fue que amenazó con desbordarse. Y no quería que se desperdiciara nada, así que dejé de moverme. Quieto mientras recuperaba el aliento y mi polla cesaba en su intento de rellenar a la puta.

Tiré del pelo hasta volver a tener su cuello al alcance de mi boca. Lo mordí con fuerza. Se quejó, se pegó aún más a mí. Su culito se abría y se cerraba, no sabía si consciente o inconscientemente. Por fin se soltó las nalgas. Pasó las manos por su entrepierna, desde el clítoris hasta el ano, acariciando, gimiendo suavemente. Me cogió los huevos, los acarició, riéndose.

-Te odio, cabrón -aseguró.

-Te ha encantado, gatita -le contesté en un susurro.

-Sí.

No dijo más. Se revolvió, juguetona. Me cogió de la base de la polla y tiró con suavidad, empezando a sacársela.

-No le he dado permiso, señorita...

-Ya -continuó sacando la polla de su culo lentamente-. Esto va de mi parte.

Terminó de sacarla. Se escurrió hasta darse la vuelta. Me mordió la boca con seriedad. Me morreó mientras me acariciaba la polla empapada. Una de mis manos fue a por sus pechos. La otra hasta las nalgas.

-¿Me quieres recoger la leche, profe? -se rió.

-Es toda suya, señorita Cobaleda.

-Sí, una lástima que -me lamió los labios- se desperdicie.

Se agachó sin previo aviso. Se puso de rodillas delante mío y, todavía con rostro serio, abrió la boca y se metió mi polla dentro. La agarré del pelo con una pequeña convulsión. No me quedaba claro si mi intención era apartarla o hacer que se la comiera hasta los huevos. Ella misma tomó la decisión.

-¡Mmmmglll...! ¡Mmmgll...! ¡Mmmmgllll...!

Del séptimo al enésimo cielo. Una muy buena mamada que limpiaba mi polla de todos los restos que se había llevado de la rubia. Cristina lamió con lentitud toda la extensión de mi rabo. Poco a poco, la flacidez iba desapareciendo y volvía a la vida. Me miró. Había una sonrisa en sus ojos.

-¡Mmmgll...! ¡Hhmmmgll...! ¡Hmmgll...!

Se me puso tiesa otra vez. Cristina uso lengua, labios y dientes. No era tan buena como Lucía, pero no se le daba nada mal. Y a mí me daba ya igual. Después de lograr su culo, cualquier cosa que viniera después estaría bien. Sólo bien. Aun así, mis jadeos subieron en intensidad. Ella lo notó y comenzó a mover la cabeza más deprisa. No demasiado, sólo lo suficiente.

-¡¡Hhmmmgll...!! ¡HHhmmmgll...! ¡Hmmgll...! ¡¡Hhmmmgll...!!

Me cogió del culo para meterse la polla hasta el fondo de la garganta en cuanto notó que mi polla comenzaba a temblar. Ni dos minutos tardé en correrme. Noté mi leche entrando en su garganta, subiendo hasta llenarle la boca y escapándose por las comisuras de los labios.

-Ohhh, joder... -gemí.

Se sacó la polla, chuperreteó con un ruidito de succión y recogió con su mano cualquier gota que notara por la cara. Se chupó los dedos y acabó por levantarse. Sus ojos estaban casi a mi altura. No había soltado mi polla.

-Vale, cabrón -me dijo-. Tú ganas.

-¿Hmm?

-Me ha encantado que me rompieras el culo. Hijo de puta.

Me sonreí.

-Ya se lo dije, señorita Cobal...

-Bien -me cortó poniéndome un dedo en la boca-. Mañana no podré sentarme. Pasado tampoco, y tengo un control de química -y siguió-: Tú te ocuparás de todo, cabrón de mierda.

Se dio la vuelta, se restregó la polla entre las nalgas empapadas de todo tipo de fluidos y la apuntó de nuevo a la entrada de su culito ya nunca más virgen.

-Así que házmelo de nuevo.