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Experiencias de un profesor (11: Marta y Fernando)

en Hetero: General

Anteriores experiencias:

1: Presentación.

2: Elena Castrillo.

3: Lucía Ortiz.

4: Carola Fabrés.

5: Aitana Villar-Mir.

6: Elena y Aitana.

7: Otra vez Lucía.

8: Cristina y Lucía.

9: Cristina Cobaleda.

10: Bea y Marta.

 

Dejé a Bea en el colegio y me llevé a Marta a su casa. La mujer, una milf de infarto, apenas podía andar ella sola. La habíamos vestido entre mi amiga y yo -sin el tanga, claro. Mi colección de braguitas debía aumentar- y también entre los dos la ayudamos a entrar en su propio coche. Yo me puse de conductor.

-¿Vas bien, Guarra? -le pregunté a Marta una vez iniciamos la marcha.

-Me duele el culo horrores, joder -se calló unos segundos antes de añadir-: Amo.

Yo lancé una carcajada. No hablamos más salvo para que ella me dijera la dirección de su casa. Una urbanización de las afueras, por supuesto. Mientras llegábamos, yo le echaba miradas nada disimuladas a sus muslos -abiertos y doloridos- y a sus tetas -con marcas moradas de azotes y mordiscos-. Era una mujer de infarto, no cabía duda, y orgullosa de ser el blanco de las miradas de deseo de todos. También había sido una de las mejores folladas de mi vida. Iba a ser difícil de superar, pero lo iba a intentar con todas mis ganas.

Al final llegamos. La urbanización tenía seguridad propia, y había que identificarse al entrar. El guarda de la entrada no puso reparos ni miró raro cuando vio que estaba llevando a la señora Marta de Magaz a su casa. Sin duda había visto más hombres llevando a la señora. Atravesamos calles con casas enormes a ambos lados. Casas plantadas en medio de jardines particulares de tal tamaño que aseguraban que no tuvieras que ver a ningún vecino en semanas si no lo hacías aposta. Piscinas, pistas de tenis, servicios de manitas y lavandería... Una ciudad de pijos para pijos.

-Vaya lugar, señora de Magaz...

-Muy exclusivo... don Sergio -había un retintín rencoroso en su voz. Normal-. Cualquiera no entra aquí.

-Lo entiendo. Hay que tener la billetera muy gorda, ¿no?

-Si. Al menos eso -y por fin se puso tigresa-. Tienes suerte, chaval, de que no te vaya a denunciar y de que te deje entrar aquí, ¿sabes?

-Oh, sí -posé mi mano derecha sobre su muslo y lo deslicé para arriba hasta rozar su coño. Se tensó y dejó escapar un gemidito-. Y tú tienes suerte -rocé los labios con los dedos. Abrió las piernas y aguantó otro gemido- de que no divulguemos ciertas imágenes entre cierta gente influyente como -apresé con suavidad el clítoris. Ahora sí gimió con ganas- tu marido. O tus amigas del Club de Campo...

-¡Cabrón...!

-¿Cómo? -apreté un poquito.

-¡Amo! ¡Amo! -se retorció y golpeó el asiento.

-Bien.

Esperé a que abriera el portón con un mando. Entramos. Vaya jardín. Vaya lujo. Exagerados los arbolitos. Exagerados los setos. Exagerada la fuente. Exagerada la mansión. La jodida mansión que ni el Príncipe de Bel Air.

-¿Tu marido?

-Follándose a su asistente yemení en los Emiratos, supongo -respondió una vez entramos en el garaje. Había tres coches. El peor era el que estaba conduciendo, y era un señor Volvo-. O de cama redonda con varias niñas prepúberes en Indonesia.

Le fue tan complicado bajar del coche que me dirigió una mirada de orgullo herido y súplica. Me sonreí, bajé del coche, fui hasta el otro lado y la ayudé a bajar. Tiré de su mano hacia mí, la aupé de las axilas y la cogí del trasero. Aproveché para meterle la lengua en la boca. Ella se quejó y se revolvió, pero acabó dejándose hacer con un gemido y un suspiro. Me acabó agarrando de la nuca -nuestras lenguas intercambiando saliva con pasión- mientras la levantaba la minifalda y la estrujaba el hermoso culo.

-¡Ayyyy! -se quejó. Me abofeteó-. Ten cuidado, joder...

Me reí más y la solté.

-Enséñame el palacio, Guarra -la ordené-. Quiero ver qué me estoy perdiendo por ser un currante de clase media...

La mujer me fulminó con la mirada y echó andar con un paso distinguido, no tan provocativo como la hubiera gustado debido al estado de su entrepierna. Sí, vaya mujer.

Un hall enorme.

Un salón enorme.

Una bodega enorme.

Tres baños en la planta baja. Enormes.

Despacho, biblioteca, salita de estar, gimnasio...

Me fue mostrando todo lo que poseía gracias a su marido con el desdén y la condescendencia propia de una duquesa. Yo aprovechaba la mínima parea sobarle un poco el culo y ella se apartaba al cabo de uno o dos segundos. A la hijaputa le gustaba que yo la deseara. Claro. Y que la hubiéramos dominado entre Bea y yo. Mamás aburridas, había dicho mi amiga. Y tanto.

En la cocina ya no me aguanté. Tras apoyarme en la encimera hice que se arrodillara. Ella solita me bajó la cremallera y sacó mi polla al aire. Con una mirada dura y de desafío, empezó a lamer el glande. Se hinchó a ojos vistas. La suavidad y saber hacer de esa lengua hizo que no pudiera sino gemir de gusto.

-Hmmmm...

Recorrió la curvatura del glande, bajó por el tronco e incluso lamió uno tras otros mis huevos. Todo despacio y con una maestría que ni mi putita particular, Lucía Ortiz.

-¡Ohhh...!

-¿Te gusta, Amo? -me preguntó, dejando caer la saliva.

-Lo haces... de putaaahhh... madre...

-Experiencia, cabrón. Hmmm... experiencia.

Y abriendo bien la boca se la introdujo en la boca. Entera. Hasta que sus labios llegaron a mi ingle. Me agarró del trasero para apretarse la polla hasta el final.

-¡Jooohhh... deeeerrr...!

Empezó a chuparla con ganas, con muchas ganas. Me hizo una garganta profunda de al menos cuatro o cinco minutos, metiéndosela y sacándosela de la boca una y otra vez, deprisa, sin que yo atinara a nada más que jadear, gemir y agarrarme a la encimera. La saliva corría ambos lados de su boca en regueros que se juntaban entre sus tetas medio escondidas. El vaivén de su cabeza hacía que los dos meloncitos empezaran a asomar del sujetador. Sus ojos verdes no dejaban de mirarme, incluso cuando la punta de mi polla se encontraba en su garganta. ¡Qué profesional!

-¡Hmmpffgggglll! ¡Nggll...! ¡Hmffnnggglll!

-Hmmm... sigue...

Y entonces fue cuando un movimiento por el rabillo del ojo me distrajo. Allí, junto a la puerta, un joven rostro nos espiaba. Nos miraba con asombro y curiosidad. Una niña morena, ojos tan verdes como los de la Guarra de Magaz y unos labios por contra gordezuelos y semiabiertos. Llevaba un uniforme del colegio. No podía ser otra que Paula, su hija. Me llevé un dedo a los labios sin dejar de mirarla, pidiéndole silencio. Ella asintió y siguió mirando. Sus piernas se movían, se rozaban entre ellas. Se estaba calentando y no sabía qué hacer con exactitud.

-Ahh... qué Guarra máaaaahhh... más buenaaahhh...

-¡Ngggglll...! ¡Hmmfffglggl! ¡Hffngnffggglll...!

Y allí su madre de rodillas y tragándose mi polla como una puta de lujo. Sonreí. Apoyé mi mano en la cabeza de Marta aunque no interferí ni en su cadencia ni en su movimiento. Y seguí mirando a la niña que, en ese momento, había pasado a morderse los labios mientras el rubor coloreaba sus mejillas. Tenía razón Bea: era muy guapa. Tenía los pechos pequeños, todavía sin desarrollar del todo, pero a cambio lucía unas caderas que prometían un buen culo. Con una manita se agarraba el vuelo de la falda por encima del medio muslo, indecisa. La madre ni se dio cuenta.

-¡Hmmpfffngggglll...! ¡Hmfgglggl! ¡Nngnggglll...!

Me estaba poniendo a mil que la hija de la Guarra nos mirara. Así que agarré la cabeza de Marta con las dos manos. Ella frunció el ceño y se preparó para lo que venía. Ya se las sabía todas, la zorra, aunque prefería controlar la mamada a que le follaran la boca. Alargó las manos hasta apoyarse en la pared de la encimera y yo comencé a joder su boquita de labios finos como un par de horas antes nos habíamos follado su culo.

-¡AAAHHHH! ¡¡HHHMMM!!

-¡NGGLL! ¡NNGGGL! ¡NNGLLL!

La niña, cada vez más ruborizada, se llevó por fin la mano a la entrepierna. Parecía buscar por encima de las tablas de la falda, por entre los dobleces, algún modo de acariciarse el coñito. Había dejado al descubierto los bonitos muslos -tersos, torneados, pálidos- y se veían sus braguitas de niña buena. Húmedas.

-¡OOOHHHH! ¡¡AAHH!!

-¡NGGGLL! ¡NGGGLL...! ¡NNGLLL!

A punto de correrme estaba cuando Paula se llevó un dedo a la boca y se lo mordió, restregándose las piernas, enterrando su otra manita entre los muslos. Colorada, cachonda y sin saber qué hacer con la cabeza mientras su cuerpo sólo deseaba sexo. Así que le hice un gesto, señalando la cara de Marta. Mira, niña. No pierdas detalle.

Saqué la polla de la boca de su madre, la agarré del pelo y tiré hacia atrás con violencia. Marta se quejó pero, muy obediente, abrió la boca y sacó la lengua. Empecé a masturbarme deprisa. La niña miraba hipnotizada, colorada y jadeante, con una mano apretando sobre las braguitas.

-¡Vamos, dámela toda! -exigió Marta.

-¿Quieres leche, Guarra? -pregunté. Seguía mirando a la niña.

La niña asintió varias veces como si la pregunta fuera para ella. Al final su mano había decidido no quedarse quieta y acariciar el coñito por encima de las bragas. Estaban muy mojadas con el vello y uno de los labios casi saliendo por un lado. Seguí meneándomela para ella.

-¡La quiero recién salida, Amo! -dijo Marta-. ¡No del culo de una puta!

-¡No hables así deeeeehhhh... ahhhHHHHH...!

Descargue varios chorrazos. Alguno entró en su boca. Al mayoría la empaparon la cara. Goterones corrieron rostro abajo, mezclándose a la saliva y cayendo hasta sus tetas. Paula seguía sin apartar la mirada, temblando su cuerpecito por el calentón y la indecisión que la impedía masturbarse de verdad. O que la impedía suplicar que se la follaran.

-Limpia... mi polla... -ordené a Marta.

La Guarra lo hizo con cuidado. Como una experta recogió y se tragó todo. Después se recogió con un dedo el semen de la cara. Lo lamió y volvió a tragar, paladeando como la Guarra que era. Su hija desapareció en cuanto ella terminó.

-Bien, Amo... ¿te has... hmmm... divertido?

Empezó a colocarse las tetas, se dio cuenta de que las tenía manchadas y, con un gesto de contrariedad agarró un trozo de papel de cocina y se las limpió.

-La chupas muy muy bien.

-Experiencia -repitió-. No hay nada mejor que una buena polla dentro de la boca, es lo que siempre digo -me confesó.

-Ya...

-Te enseño el piso de arriba, luego el ático y después te marchas, ¿hmm?

-¿Tienes prisa?

Echamos a andar hacia la escalera, ella abriendo camino y yo siguiéndola.

-Una cita con mi PT?

-¿?

-Personal trainer -explicó. Y musitó-: paleto... ¡AAAYYY!

La azoté el culo con mucha fuerza. Me volvió a fulminar con a mirada.

-Respeto, Guarra.

-Sí. Amo -y sonrió con más falsedad que un billete con la cara de Mortadelo.

Lo dejé pasar.

En el piso de arriba, aparte de más baños -enormes- había cinco dormitorios. Sólo dos tenían pinta de estar ocupados: el suyo y el de su hija. A la que nos encontramos bajando del ático. La falda revoloteando y enseñando cacho, con esas caderas que arecían diseñadas para agarrarse a ellas según te follabas a la niña. Era verdad que carecía de la gracia y destreza de una jugadora de voleibol. Sonreí. Marta, por contra, se sorprendió de encontránserla allí.

-Paula, ¿qué estás haciendo en casa? -preguntó-. ¿No tenías el cumple de... de...?

-Sí, mamá -respondió con una sonrisa nerviosa y una mirada que iba de su madre a mí-. De Cayetana. Pero me cansé y le pedí a su padre que me trajera antes.

Eso pareció alarmar a Marta.

-¿Su padre? -se calló un segundo-. Pero te trajo y nada más, ¿verdad?

-Sí, mamá...

-Bien -y entonces tomó consciencia de que estaba allí-. Éste es don Sergio, del colegio. Es profesor de tu hermano.

-Buenas tardes, don Sergio .e hizo una coqueta reverencia.

Yo sólo asentí.

-Estábamos... estábamos...

-Quizá tenga que darle más clases a su hermano, señorita Rivas.

-¿A Fer?

-Salto de curso.

-Ah...

Marta intervino por fin.

-Anda, vete a hacer los deberes, que yo tengo que despedir a don Sergio.

-¿Va a venir más veces? -preguntó la niña.

-Quizá, Paula, ahora...

-¿Cómo tu entrenador o el masajista? -sonrió con una inocencia que yo sabía fingida. Había algo de rencor ahí-. ¿O el padre de...?

-¡Paula! -exclamó la madre-. A tu habitación, ¡ya!

Mientras la niña se iba corriendo, yo miré a la madre. Se había puesto roja de vergüenza.

-Yo... o sea...

-No hace falta que me explique nada, señora de Magaz -la atajé-. Ya me doy por enterado de todo. Y su hija...

-No tiene nada que ver con nada de esto.

-Su hija no es tonta y está creciendo -sonreí con malicia-. Creciendo muy bien.

-¡Serás...! -fue a abofetearme. La detuve.

-¡Cuidado, Guarra!

Al cabo de unos segundos de achicharrarme con su mirada de odio, desistió.

-Mejor vete. Amo.

Me encantaba como pausaba la frase antes de pronunciar la palabra mágica. Amo.

-Sí. Ya hablaremos de las clases de su hijo, señora -dije en voz más alta-. Las daremos aquí, claro -añadí.

-Sí, ya hablaremos -me empujaba hacia la puerta.

-Yo mismo traeré a su hijo.

-Buenas tardes, don Sergio.

-Buenas tardes.

Me fui silbando. Cogí el cochazo de la jodida mamá aburrida y volví para mi casa. Durante el camino no podía dejar de pensar en follarme mucho más a Marta. Vaya mujer. Vaya culo. Vaya tetas. Vaya coño. Vaya boca. Y vaya hija. Oh, sí, la hija. La pequeña Paula. A esa también. Me reí con ganas. Empezaba a tener un harén que ni un sultán. Y estaba más que claro que iba a tener que cuadrar fechas para poder atender a todos esos chochitos mojados. Pero, por ahora, lo importante era afianzar mi dominación sobre Marta, la Guarra de Magaz. Y conseguir algo con lo que realmente poder hacerle chantaje si llegara el caso. Mis faroles aguantarían hasta donde aguantaran -no había cámaras en el gimnasio, el feudo particular de Bea-. Necesitaba algo gordo montado por mí mismo. Y ya empezaba a idear algo.

Al día siguiente emplacé a Fernando Rivas en mi despacho. Una vez más. Acudió sin perder tiempo y, cuando entró, era más que patente su nerviosismo.

-D-don Sergio...

-Cierre la puerta, señor Rivas. Y siéntese.

En cuanto lo hizo cambié mi enfoque.

-Atiende, perro -ordené-. Ayer me follé a tu madre tanto que luego no podía ni sentarse. Y no he terminado con ella. Lo voy a volver a hacer.

-C-claro, d-don S-sergio... -el pobre se retrepó en el asiento todo lo que pudo.

-Y usted me va a volver a ayudar.

-¿Yo? ¡P-pero...!

-¡Que se calle, joder! -golpeé la mesa. Se asustó-. Mira, perro, me vas a ayudar y ya está. La excusa son unas clases particulares para ti en tu casa.

-¿En mi casa?

-Sí. Estás en régimen mixto -podía ir algunos fines de semana a su casa-, así que aprovecharemos este sábado para.

-¡Pero este sábado Cris iba a organizar un concurso de mamadas!

Parpadeé. Joder con la gatita. Qué cabrona. Tenía que atarla un poco más corto, la verdad. Bien, la semana próxima me encargaría de nuevo de ella.

-Es igual. Se pierde el... concurso. Y no hay más que hablar -añadí.

-Sí, don Sergio.

-Y ahora, váyase.

No pude esperar para contárselo a Bea. Le expliqué que pensaba utilizar a Fernando para follarme otra vez a si madre. Que iba a dominarla completamente usando a su hijo. Elaa aplaudió mi osadía y me pidió vídeos.

-Yo voy a instalar cámaras y micros en el gimnasio, como hiciste tú en los baños sin usar -me informó-. No sé cómo no se me ocurrió antes, la verdad.

-Hazlo y luego nos los intercambiamos, ¿eh? -y añadí antes de marcharme-: Ah, por cierto...

-¿Sí?

-Cuando me estaba follando la boca de la Guarra en su cocina... -enarqué la ceja-... su hija nos pilló y se quedó mirando sin que la madre se diera cuenta. No se fue hasta que llené de leche la cara de la Guarra -terminé.

-Hijo de puta con suerte...

Esperé al sábado. Ya había arreglado la salida de Fernando por aquel fin de semana, así que las monjas no pusieron ninguna pega. Era habitual, me dijeron. Sí, habitual. Ilusas. Hice que el chaval fuera bien arregladito, de uniforme, claro, y todo lo lustroso que un chaval de dieciséis años puede estar. Yo, por mi parte, aparte de traje -no me quedaba otra si no quería que me miraran demasiado en la entrada de la urbanización. Aunque me queda de muerte, el dos piezas-, llevé un par de maletines. ¿Apuntes? ¿Estuches? ¡No! Juguetes. Una selección de lo mejor que tenía y alguna cosilla prestada de Bea. Amén de varias cámaras. Una vez todo estuvo listo, para allá que fuimos. Mi perro se quedó muy impresionado al darse cuenta de que conducía el coche de su madre.

-Tu madre, perro, va a ser uno de mis juguetitos -le respondí. El chaval, claro, no dijo nada. Le miré-. ¿No crees que tu madre está muy muy buena?

-Bueno, sí, pero...

-No tienes ni idea de cómo la chupa -le piqué-. ¿Te acuerdas de la boca de Lucía?

-¡Oh, sí...!

-¡Pues la de tu madre es diez veces mejor!

Se quedó sin decir nada. Y por cómo se removía en el asiento, también estaba claro que se había empalmado con las revelaciones de las exquisiteces orales de su madre. Continué describiéndole los sabores, las texturas, los movimientos. No me refrené al contarle la sensación de sus agujeros, su calidez y suavidad.

-¡Y cómo gritaba de placer...! -me reí y golpeé el volante-. ¡Una guarra como jamás verás, chaval, ésa es tu madre!

¿Por qué tanta tortura al muchacho? Porque le quería incapaz de pensar en nada que no fuera en su madre como objeto de deseo. Eché un vistazo. Era imposible ocultar el empalme que llevaba. Me sonreí. Perfecto.

Llegamos por fin a la urbanización. El coche, el traje, el hijo de una propietaria... El guardia me sostuvo la mirada unos segundos antes de permitirme el paso con una sonrisa profesional. Fernando encontró el mando de la verja y la del garaje en la guantera. Aparqué dentro y entramos en la mansión.

-¡Señora de Magaz!

No hubo un “¡voy!” ni nada similar a voz en grito. Esa gente era pija, educada. Sabían comportarse frente a cualquiera. Ya en la intimidad, si eso...

-¡Hola, ma... m-ma...!

El saludo del chaval se convirtió en un balbuceo de idiota al ver aparecer a su madre. Si yo hubiera tenido dieciséis años como él también me habría quedado así. Y habría dado gracias a cualquier dios que quisiera escucharme por permitirme contemplar un pedacito de cielo -o de infierno- en la Tierra.

Marta de Magaz llevaba un vestido de verano, de tirantes y vuelo corto. Azul claro, azul pastel más bien, con el dobladillo blanco e inocente. A partir de ahí ya... Bueno. Era evidente que no llevaba sujetador. Sus tetas llenaban la parte superior de la ropa hasta salirse por los lados y por arriba. Guardaban el pudor a la vez que lo violaban y después lo ponían a hacer la calle. Esos pezones tan sabrosos despuntaban bajo la tela como dos botones necesitados de ser pulsados. Las piernas... las piernas llevaban unas medias de hilo blanco que alcanzaban hasta justo por encima de la rodilla, a un palmo del vuelo del vestido, dejando algo más de dos tercios de muslo a la vista. Mientras andaba hacia nosotros la tela subía y bajaba, insinuando un encaje floreado cubriendo la entrepierna. Llevaba el pelo suelto y sólo leves toques de maquillaje suave, dándole un aire juvenil. Seguía pisando el suelo con sus pasos seguros y envueltos en sandalias de marca.

-Hola, mi gran campeón. ¡Qué feliz estoy -lo estrujó contra él- de tenerte aquí otra vez!

Fernando se había puesto de lado para que su mascarón de proa no apuntara directamente a su madre. Eso no impidió que el abrazo aplastara las tetas de la morenaza contra el pecho del chaval, quien no sabía qué hacer con las manos y había decidido mantenerlas extendidas a ambos lados lo más lejos de aquel cuerpo del deseo.

Marta finalmente se separó un poco y me miró. Siempre había desafío y desdén en esos ojazos verdes.

-Don Sergio, bienvenido.

-Buenas tardes, señ...

-Querrá empezar cuanto antes, supongo -me cortó-. La habitación de mi campeón no está para verse. Utilice el salón -indicó-. Corre brisa y se está muy bien. Por aquí.

El giro brusco reveló su magnífico culo marcado todavía por los azotes de días antes. Y un tanguita blanco, casi transparente en su exquisito encaje, con el hilo perdido entre las nalgas. A Fernando se le saltaron los ojos, pues no perdió tiempo en dirigir su mirada al trasero de su madre en cuanto ésta se dio la vuelta.

Se puso rojísimo cuando yo le di una palmada en el hombro, sonriendo con satisfacción y señalando con la barbilla a la mujer. No hizo falta decir nada.

Llegamos hasta el salón. Muebles de diseño en colores negro y blanco, varios sofás, sillones y hasta un diván junto a un piano. Muy luminoso, muy amplio. Las baldosas del suelo, blanquísimas, casi reflejaban a la perfección lo que tenían encima. Concretamente la entrepierna de Marta, que nos esperaba con olas piernas levemente separadas junto a una mesa para dieciocho comensales. Hmmm. Ya notaba mi polla despertando.

-Aquí estarán bien -nos dijo-. Hay espacio de sobra. Estese el tiempo que necesite, don Sergio. Ya hablaremos del pago.

Oh, sí. El pago... Sonreí.

-Muchas gracias, señora. Señor Rivas, siéntese ahí -ordené al muchacho, que obedeció en el acto-. Saque los libros. Empezaremos por los ejercicios de genética.

-Yo llevaré tus cosas a tu cuarto, campeón -le dijo su madre, inclinándose para darle un beso en la mejilla.

Yo ladeé la cabeza y bajé la vista. El vestido se le subió hasta el principio del culo. Lo estaba haciendo a propósito, la hijaputa. Quería ponerme caliente, como a cualquier otro tío cerca suyo. Lo lograba, claro. Pero también iba a conseguir ser penetrada lo quisiera ella o no. Después de eso se marchó con otro revoloteo seductor.

Yo suspiré y le guiñé un ojo al chaval.

-Abra los libros y empiece -repetí-. Yo voy a dejar mis cosas a mano.

-¿En serio hemos venido a estudiar? -se quejó él.

-Su madre me va a pagar porque usted aprenda biología, señor Rivas -comenté-. Primero empezaremos por la parte teórica... y luego ya si eso...

Se puso todo rojo, resopló y se recolocó en la silla. Bajó la mirada a los libros y yo me reí por lo bajo.

Busqué buenos lugares par dejar cámaras y micros. Encima de una estantería tras un busto de mármol. Bajo la mesa donde íbamos a “estudiar”. Sobre el amrco de la puerta que daba al jardín. En un florero de diseño que a mí me pareció de los más hortera. Cubrí bien casi todos los posibles ángulos. De aquí me iba a llevar una buena película con la que tener agarrada de los ovarios a aquella zorra calentona. Iba a sacarle sexo cuando y como me diera la gana. Y pasta. Oh, sí. Estaban tan forrados que yo de ahí me agenciaba un buen trozo de pastel como que me llamaba Sergio.

Y después me pasé media hora deambulando alrededor del chico, cotilleando libros, discos -¡vaya colección de vinilos! ¡Vinilos!-, fotos de familia y recuerdos de viajes exóticos. A punto estuve de encender la pedazo pantalla de televisión que gastaban, los cabrones. Al cabo de cuarenta minutos, tal vez tres cuartos de hora, volvió a aparecer Marta. El conjunto no había cambiado un ápice, ni tampoco su actitud de pantera a punto de morderte si mirabas de más. Traía una bandeja con una jarra llena de lo que parecía zumo de naranja y un par de platos con sándwiches de jamón y queso cortados en triangulo.

-Pensé que desearían un tentempié, don Sergio -explicó-. Mi campeón necesita energía para su cerebro.

Sí. Y también más cerebro, ya que estábamos.

-Muchas gracias, mamá, pero...

-¡Nada es demasiado para mi campeón! -exclamó, inclinándose para dejar la bandeja en la mesa.

Yo, sin poder ni querer contenerme, puse la mano sobre su culo. Ella se tensó al instante. Giró la cabeza violentamente y me fulminó con la mirada. Yo no aparté la mano.

-¡Don Sergio...! -dijo en un susurro enfadado-. No me parece que...

-Calla, Guarra -la silencié.

Fernando miró a ver qué pasaba ahí detrás. Se quedó pasmado otra vez al ver que pasaba mi mano por el hermoso culo de su madre, por encima del vestido, acariciándolo con gestos amplios, pellizcando con suavidad, bajando hasta casi meter los dedos por debajo del dobladillo. El sonido de la tela contra la piel era seductor.

-No me hables así delante de... -murmuró. La azoté con la misma mano-. ¡Ay!

-He dicho que te calles, Guarra -repetí.

-Sí -deliciosa pausa-. Amo.

-P-pero...

-Tú también cállate, perro -ordené mientras levantaba la falda de Marta, revelando ya por fin las nalgas-. Mira qué culo tiene tu madre, joder. ¡Mira!

Lo hizo. Empezó a respirar entrecortadamente. Marta se apoyó en la mesa, soltando por fin la bandeja y se dejó hacer con reluctancia. La dominaba, y eso hacía que mi excitación sólo creciera.

-El otro día lo abrimos hasta que cupiera un puño sin hacer esfuerzo, ¿sabes? -comenté como si nada-. La profesora de gimnasia y yo.

-¿La señorita Beatriz...? -pensar en la muy deseada Bea volvió a encender los fuegos del deseo del muchacho.

-Sí. Le metió un consolador tan gordo y largo que no habría cabido en un vaso de tubo, chaval. Y el culo de tu madre -nueva palmada- se lo tragó entero, ¿verdad, Guarra?

-Sí... Amo -me miró con odio. Después miró a su hijo con vergüenza y después de nuevo a mí-. Por favor, Amo, deja que se vaya Fernando. Haré lo que quieras, pero...

-Me gusta que supliques, Guarra.

Aparté el hilo del tanga y le separé las nalgas. El ano, cerrado, temblaba enrojecido. La muy puta había aguantado un pollón enorme y un par de días después no se veía ni rastro de la experiencia salvo por algo de rojez. Los labios vaginales se abrieron con un sonido húmedo y lascivo. La zorra se calentaba a pesar de que quisiera sacarme los ojos allí mismo.

-Arrodíllate de nuevo, haz un poco de magia y sigue suplicando.

Apretó los dientes, me fulminó con la mirada y, con evidente odio, me obedeció. Se dio la vuelta, se puso de rodillas sin mirar a su hijo y me sacó la polla de los pantalones. Que ya estaba más que dispuesta, claro. El primer lametón fue glorioso.

-Suplica, Guarra... ya... ohhh... ya te lo he dicho...

-Por favor.... hmmm... don... slrrrlrp... don Sergio...

Se metió la polla en boca. Al cielo y disparado, que iba yo. La lengua recorría el glande y la boquita apretaba en una combinación justa de suavidad y presión.

-Hmmmfffflll... degue gue... hmmmpfffl... je vaya Feg... hmpfffl... Fegnando...

-Tú no quieres irte... ¿verdad, chaval?

-No.

Marta paró. Sin sacarse la polla de la boca miró a su hijo. Se puso roja roja. Bajó la mirada a la entrepierna del chaval y abrió mucho los ojos. Mi perro había sacado su pilila a pasear. Y bien tiesa que la tenía ya.

-¿Te gustaban las pollas, Guarra? -la agarré del pelo y la obligué a sacarse la mía de la boca-. ¡Pues ahí tienes la de tu campeón! ¡Chúpasela como bien sabes!

Odio, ira, vergüenza y resignación, eso destilaba el cuerpo de la mujer. Pero también había deseo. Las manos agarraron con mucha suavidad el miembro de su hijo, y con ganas. Marta pensaba de verdad que no había nada mejor que una polla en su boca. Así que se la metió. Se tragó la polla de su querido campeón de una vez, apretando con los labios y -bien lo sabía yo- acompañando toda la extensión del tronco y el glande con la caricia de su lengua. Fernando no cabía en sí de gozo.

-¡OHHHH...! ¡AHHHH! ¡MAMÁAHH...! ¡HMMMM...!

-¡Hmmpffgggglll! ¡Nggll...! ¡Hmffnnggglll!

La mujer chupaba y chupaba, con verdadero deleite, haciendo su magia bucal y exprimiendo la polla de su hijo como si fuera la de un hombre hecho y derecho. La mía -mi polla, quiero decir- estaba que echaba humo por haberse visto privada de semejante boca. Así que tuve que darle algo de consuelo.

-Arriba, Guarra, sin dejar de mamársela al cabrón de tu hijo.

Marta se incorporó sin sacarse la polla de la boca. Volví a subirle el vestido y a maravillarme con el espectáculo de su trasero. Lo acaricié. Terso, más que dispuesto a ser nuevamente azotado. Bajé la mano entre sus muslos, recorriendo el hilo del tanga hasta su nacimiento. La tela, el fino encaje, rezumaba fluido y lo dejaba escapar piernas abajo.

-¡Hmpfgggglll! ¡Nggll...! ¡Hmmmmffnnggglll!

-¡AHHHHH...! ¡Joder, mamáaAAHH...! ¡La chuuuu... pas de viciooooOOHHH...!

-Llámala como quieras, perro -dije mientras la obligaba a abrir más las piernas y comenzaba a acariciarle el coño antes de apartarle la ropa interior-. A ella le gusta que la llamen Guarra.

-¡HMMM...! ¡Guaahhh... guarraaaahhh...! ¡Síiii...!

Vi cómo el chaval bajaba las manos hasta meterlas bajo el vestido de su madre en busca de esas tetas de las que una vez había mamado. Las agarraba y tiraba de ellas. Le pellizcó los pezones y Marta se sacudió, quejándose pero sin perder comba.

-¡HMMMGGGL! ¡Nggll...! ¡Hmmmmfnngggll!

Yo metí los dedos entre los labios vaginales. Acaricié la caliente carne, me deleité en la humedad que exudaba. Marta se movía con crecientes ganas, jadeando y gimiendo, ya no más asqueada por la idea de comerle la polla a su hijo y sí bien encantada de sentir sus tetas estrujadas a la vez que notaba su coñito penetrado por dedos hábiles.

-¡Hmmmffnnggglll! ¡Hmpfgggglll...! ¡Nggll...!

-¡Jodeeerr...! ¡HMMMM! ¡Vayaaahh tetaaaaahhhsss...!

Mi polla se acercó al culo de Marta. Mi cuerpo casi latía por follarla. Las nalgas temblaron en cuanto notaron el glande rozando el ano. La muy guarra separó más las piernas. Mis manos sujetaron las caderas y me dispuse a encularla. Apreté con suavidad. No hizo falta mucho, no con las saliva de la mujer todavía en mi polla y con la estupenda disposición de ese culo a ser penetrado. El glande entró con facilidad y muy poca presión. Sólo hubo un respingo, un quejido y después sólo jadeos.

-¡HHHHHMMMMMPFFFLLL! ¡Hmmmpfff...! ¡Nglll...! ¡Hmpfngggl...!

Con la polla dentro de su culo terso, suave y caliente, la Guarra siguió mamando como una campeona. Gimió de placer con la boca llena, sin dejar pasar un instante de succión.

-¡Ahh...! ¡Qué culo, Guarra! ¡Qué culo tienes...!

-¡HMMPFF...! ¡Fóllatelo, Amo! -pidió tras sacarse la polla de la boca-. ¡Córrete dentroohh... ooOOHHH... AAAHHHHHH!!

Empecé a bombear y azotarla según lo hacía. Compartí una mirada cómplice con Fernando, el cual agarró con saña la cabeza de su madre y la obligó a tragarse su polla una vez más.

-¡Sigue comiéndomela, Guarra! -la ordenó-. ¡Sigueeehhh... ahhhh... comiéeeeeehhh...!

-¡NGGLL! ¡NNGGGL! ¡NNGLLL...!

Se folló la boca de su madre mientras yo llenaba ese culo con mi polla. Bombeamos cada uno por un lado, sin detenernos, con mucha fuerza. Se veía que el chaval le tenía unas ganas tremendas a su madre. Ella gritaba, una mezcla de dolor y de placer, pues cada vez que mi polla se enterraba en su culo, la de su hijo se le escapaba de la boca por un instante. Quería sexo salvaje y lo estaba obteniendo por partida doble.

-¡AAAAHHNGGLL...! ¡AAAAAHHHNNGGGL...! ¡AAHHHHHHNNGLLL...!

-¡SÍIIHHH...! ¡VAMOOOOOOOHHHHSSS...!

La cara de Fernando era un poema. Todos esos días de verla ir provocando, de flirtear con otros tíos que no fueran su padre, de pajearse en su imaginación, por fin habían explotado y en aquel instante sus mayores sueños -mucho más que un grupo de niñitas inexpertas chupándole la polla- se estaban haciendo realidad. Los mío no, claro, pero desde luego estaba disfrutando follándome ese culo divino, tan suave y húmedo, tan caliente y hambriento.

-¡AAAAAHHHNNGGGL...! ¡AAHHHHHHNNGLLL...! ¡AAAAHHNGGLL...!

-¡Me voy a... ME VOY A...!

-¡Córrete, perro! -ordené, palmeando el culo-. ¡Llena la boca de tu madre de leche bien calentita!

-¡AHHNGGL...! ¡AAHHNGLLL...! ¡AHNGGGL...!

-¡AAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH...!

El chaval tembló con los espasmos del orgasmo. Apretó la cabeza de su madre contra su pubis, metiéndole la polla hasta la garganta y descargando allí. Yo continuaba la enculada, encantado de mí mismo y del acogedor, experto y caliente ano de mi Guarra. Ella no dejaba de gemir, no dejaba de gritar, encantada de tener una polla en cada extremo de su cuerpo y la garganta llena de semen.

-¡AHHHNGGL...! ¡AAHNGLL...! ¡AHNGGGL...!

-¡...!

Marta volvió a agarrar el miembro de su hijo y comenzó a chuperretearlo con deleite mientras perdía su firmeza, sin querer dejar escapar ninguna gota de semen. Irónico: ahora la madre bebía de la leche del hijo.

-¡AAAHHH...! ¡HHMM...! ¡AHMMM...!

Incrementé las embestidas. Yo también quería llenarla. Me agarré a sus carnes y lo di todo. Sus gritos también aumentaron de intensidad, cada vez más cortos, más veloces. Hablaban de la increíble sensación de mi polla entrando y saliendo de su culo, de su ano dilatándose y contrayéndose, abrazándose a mí para así sentir más y más placer.

-¡AHH! ¡AHH!¡AAH! ¡SÍ...!¡AHH!

Marta tuvo que soltar la polla de su hijo. Más bien se sujetaba en él para no caerse, de lo fuerte que empujaba yo. Fernando empezó a despabilarse y, como buen adolescente, su polla enseguida estuvo lista otra vez. Tomó la mano de su madre e hizo que le masturbara mientras la enculaba. Quedó bien claro que la mujer podía atender dos cosas a la vez.

-¡AH! ¡AHH! ¡AAH! ¡AH!

El ruido de sus tetas golpeando entre sí, escapadas del vestido, acompasaba el de sus nalgas contra mi pelvis. Sus gemidos de placer se alargaron, su carne empezó a temblar. La hija de puta estaba a punto de correrse. Me incliné y pasé la mano por delante, buscando el bajo vientre hasta alcanzar el clítoris. Lo pellizqué. Fue fácil, de lo hinchado que lo tenía.

-¡Vamos, Guarra! ¡Córrete! ¡CÓRRETE...!

-¡AHH! ¡AHH! ¡AAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH...!

El estremecimiento la recorrió de arriba a abajo. Tembló, se sacudió... y en ningún momento soltó la polla de su querido campeón. Siguió masturbándole con la mirada perdida, las tetas botando y mi polla regodeándose entre todos los fluidos que escapaban de ella. Yo todavía bombeé un poco más. Todavía me faltaba para correrme.

-¡Ahh...! ¡Ay! ¡Ah...! ¡AAYY! ¡Ah...!

Ella se quejaba, ahora sí de dolor una vez pasado el orgasmo. Tenía el ano rojo e irritado, pero a la vez tan húmedo y lubricado que era un paseo para mi polla.

-¡Ter... mina... ya... Amoohhh...!

-¿Quieres más leche?

-¡Lléna... llénamehh... yaah...!

-¡AAHHHHHHHHH...!

Y descargué todo lo que llevaba dentro de ella. Dos días sin correrme. Sin una paja, sin una mamada, sin nada de nada. La llené el culo hasta quedarme a gusto, con el semen intentando escaparse de su interior y chapoteando en líquidos que, deslizándose pierna abajo, estaban encharcando las carísimas baldosas blancas.

-Sigue comiéndomela... ahh... mamá... -pidió Fernando tras yo terminar- ¡Vamos, Guarra!

Marta obedeció y volvió a mamársela a su hijo. El chaval la tenía otra vez empalmada al máximo, y se notaba perfectamente que la mujer estaba disfrutando lamiendo y succionando una polla joven vigorosa. La habían llenado bien de leche y estaba satisfecha. Aunque por su actitud yo adivinaba que todavía podría con otra ronda.

Yo dejé que su natural movimiento acunara mi polla dentro de su culo. El orgasmo había sido intenso, profundo. Me dolían los cojones y tenía el glande tan sensible que daba pequeños respingos con cada movimiento de cadera de Marta. Para nada me importaba. Pensaba dejarla ahí un ratito más.

No demasiado.

Sólo unos minutitos.

Hasta tenerla de nuevo tiesa.

No tardaría nada, de todas maneras.

Porque, al abrir los ojos y mirar al frente, me había encontrado con la mirada cada vez menos inocente e infantil de Paula quien, junto a la puerta, se tocaba la entrepierna por encima de sus braguitas blancas -traslúcidas de flujos-, con la tela de su faldita verde estampada de flores levantada y sus muslos temblando. Se mordía el labio, jadeante, con las mejillas ruborosas. Sus ojos no apartaban la vista del espectáculo de su madre siendo follada. Había mucho deseo en esos ojos verdes.