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De esclava a emperatriz (6: duquesa)

en Grandes Series

Torre de Raven

Cinco años después.

 

 

El hojaldre estaba delicioso. El chocolate derretido se le escapaba por las comisuras cada vez que daba un mordisco. Por más que intentara que el bocado fuera delicado y pequeño, el exquisito dulce se las arreglaba para derramarse una y otra vez. No le gustaba tener la barbilla manchada, pero la experiencia estaba mereciendo tanto la pena que no le importaba demasiado si acaso alguna gota cayera y manchara el delicado camisón que vestía.

La puerta se abrió de golpe. La elfa ni miró, pues sólo había un ser en toda la Torre que tenía permitido entrar en sus aposentos sin llamar.

Dime, Rikk, cariño pidió E’lari mientras recogía de su barbilla una gota de chocolate con el dedo para después lamerlo con intensidad. Hmmm… dime, ¿qué…?

Los guardias le han cogido, Celencia le interrumpió con excitación. Ya le tienen, Celencia, para vos y sólo para vos.

La noticia logró que la joven apartara la atención del postre para centrarse en el enano. Parpadeó con incredulidad, con triunfo, con una sensación de haber logrado cerrar un desagradable capítulo de su vida.

La sonrisa luchó por salir y por fin se instaló en su rostro.

―¡Sí, por fin! ―exclamó con alegría―. ¡Oh, Ishara…!

Carraspeó, consciente de su nueva posición, y adoptó un porte regio, serio. Altivo.

―Rikk, que lo lleven al Salón Principal.

―De inmediato, Celencia.

―Encadenado.

―Por supuesto, Celencia.

―De rodillas, ¿eh?

―Rikk se encargará, Celencia.

―Bien.

Y el enano salió corriendo tras dedicarle una serie de convulsas y pésimas reverencias. E’lari volvió a sonreír. La torpeza del enano estaba más que compensada por su lealtad.

En cuanto Rikk desapareció y la puerta quedó firmemente cerrada, E’lari se permitió un gritito de triunfo. Se levantó y ensayó un par de pasos de baile por la habitación. Se sentía tan contenta que rompió a reír. ¡Por fin! Después de meses, tras dejar el ducado patas arriba buscando a esa rata, por fin estaba bajo su merced.

Canturreando se desató los cordones que mantenían bien colocado el camisón. La delgada y semitransparente tela se deslizó hacia abajo acariciando la piel a su camino. Resbaló por sus hombros, se detuvo momentáneamente en sus pecho al llegar a los pezones, siguió cayendo hasta las caderas y de allí abrazó los muslos para por fin llegar al suelo. La elfa fue hasta a la cómoda y eligió con cuidado la ropa con la que iba a recibir a su prisionero.

Ropa interior de muselina, negra y delicada, tan suave que cuando rozó sus labios vaginales tembló de gusto. Prácticamente no se notaban las costuras, y cuando la tela se coló entre sus nalgas era como plumón de ave.

Las mejores medias de las que disponía. Abrazaron sus piernas como un amante, sujetándose ellas solas a sus muslos. Los sastres se habían superado con aquella prenda: finas, casi como oscuras telas de araña, e igual de resistentes.

Decidió no ponerse un sujetador. Bastaría con el corpiño del vestido. Rió, coqueta, mientras dejaba a un lado sus enormes sostenes.

El vestido era tan importante como lo que ocultaría debajo de la tela. Abierto en ambas caderas, de ese color verde oscuro que era la enseña de Raven, de terciopelo y sedas, completamente abierto en el pecho y la espalda. Tampoco es que hubiera demasiados vestidos con los que sus pechos no tuvieran que lidiar. Las mangas ceñidas y el vuelo por los tobillos, lo que se estilaba en aquellos momentos.

Y el corpiño, uno de sus favoritos. Negro como la obsidiana, con un escote que le llegaba casi al ombligo, que le sujetaba los grandes senos de elfa y hacía que cualquier ojo mortal o inmortal perdiera la atención en el canalillo. La mitad de la espalda desnuda, por supuesto, sólo cubierta por la larga melena dorada cuyos cabellos, recién cepillados, brillaban como los rayos del sol.

El contraste de las telas oscuras con la blancura de su piel era tan seductor que no pudo evitar sonreírse al mirarse en el espejo.

El maquillaje simple, claro. Su belleza etérea no necesitaba demasiados realces para provocar efectos demoledores. Tinte rojo escuro sobre sus generosos labios y línea de ojos negra para destacar su forma y color.

―Vas vestida para matar, maestra.

Y como única joya, el colgante de ámbar de dragón perdido entre sus pechos.

―Gracias, Dassil ―respondió E’lari mientras los productos de belleza se guardaban ellos solos tras un floreo de su mano.

―Por fin vas a cobrarte justa venganza, maestra.

La voz seductora de la diablesa sonó muy muy cerca de su oído. E’lari, muy a su pesar, no se fijó en el carmesí reflejo de la súcubo en el espejo hasta que ésta habló.

―Dassil ―la recriminó E’lari―, ya te he dicho que no me sobresaltes así.

―Mil perdones, maestra ―respondió la diablesa sacando la larga lengua y pasando la punta por el cuello de la elfa―. Aguardo con ansia mi castigo.

Un escalofrío recorrió a E’lari desde la entrepierna hasta el cuello.

―Por… por más que te lo merezcas, súcubo ―contestó la elfa―, tengo un asunto muy importante que atender.

La diablesa rió y se alejó un par de pasos. Dassil iba vestida exactamente con la ropa que llevaría quien no quiere cubrir la piel sino excitar a quien mira. Gasas rojas cubrían sus pechos perfectos, cuyas areolas oscuras destacaban a través de las telas. Una fina cinta de tela abrazaba su entrepierna, enganchada al ombligo con un colgante dorado. Nada más. La cola se movía, seductora e incitante, con la lentitud propia de un felino.

―¿Lista, maestra?

E’lari asintió, nerviosa pero decidida, y la súcubo abrió la marcha hacia el Salón Principal de la Torre de Raven. Al llegar allí comprobó con satisfacción que todo estaba dispuesto.

El trono de Raven, una excentricidad instalada por Stahl hacía años.

El Espejo de Electro, su mejor baza en la mano de cartas ganadora.

El prisionero, atado de pies y manos, amordazado y cegado con una venda.

Todo lo demás en aquel escenario era superfluo. Los dignatarios, los guardias, la decoración. Los protagonistas eran tres. ¿Y ella? E’lari era la directora de la orquesta.

Con un lento taconeo, Dassil se acercó hasta el hombre arrodillado. Le arrebató la cadena al Rykk, quien se fue muy asustado por la imponente presencia de la diablesa. La súcubo tiró del extremo y el prisionero se quejó. Sus protestas quedaron ahogadas por la mordaza.

―Bienvenido de nuevo a Raven ―saludó E’lari cuando entró.

Caminó tranquila, escondiendo su nerviosismo, hasta llegar al trono. Al pasar junto al hombre hizo un ademán con la mano. Las cadenas se apretaron solas y el hombre volvió a gemir. Dassil rió con lascivia. La elfa subió los tres peldaños hasta llegar al asiento. Giró sobre sí misma en un movimiento perfecto que mostró a toda la concurrencia la perfección de su cuerpo y sus maneras. Se sentó con elegancia.

―Bienvenido ―repitió―. Hoy pagaréis, señor. Hoy pagaréis por todos a los que les habéis hecho sufrir. Empezando por mí ―añadió― y terminando por aquél a quien traicionasteis.

Movió la mano y la venda desapareció, devolviendo al prisionero el uso de sus ojos. El sudor le caía a raudales por el rostro. Un chasqueo más y la mordaza se desintegró. Su cabello castaño, ahora salpicado de canas, estaba sucio y apelmazado. Su rostro de varoniles facciones aparecía magullado. No era el hombre que fue, el que llegó a ser, pero todavía exudaba atractivo. Un calor involuntario se encendió en la entrepierna de E’lari al mirarle. Apenas pudo controlarlo.

―Bienvenido ―dijo de nuevo―, lord Stahl.

―Puta elfita… ―masculló el humano―. ¡AAAARGGGG…!

Las cadenas se inflamaron un segundo.

―Cuidado con lo que dices, mortal ―-aconsejó Dassil. Su cola acarició sensualmente el cuerpo rendido en el suelo―. Propásate con tu dueña y tu tormento durará más de lo que querrías.

E’lari alzó una mano para detener a la súcubo. La diablesa obedeció de mala gana, pues le encantaba infligir dolor tanto como placer.

―E-eres… eres…

―Soy la dueña de vuestro destino, Stahl ―continuó la elfa―. Un hombre bueno me acogió, un hombre bueno me dio una vida, un hombre bueno…

―¡Raven era un cabrón… un hijo de puta arrogante y malvado que… AAAAAAAAAARGGGGGG!

―No aprendes, ¿verdad, mortal?

―El Duque era el único hombre que me había tratado bien en toda mi vida ―continuó E’lari como si Stahl no la hubiera interrumpido―. Vos le traicionasteis y le matasteis cuando me estaba amando. Yo no seré como vos.

―¿N-no…? Pues entonces eres tan blanda y tan inocente como cuando te follé en aquel bosque, elfita ―se jactó el humano―. Llámate lo que desees, elfita, pero sigues siendo una putita tonta que todo el mundo usa a su antojo y que… ¡AUF…!

―¡Rykk no permitirá que el humano malo insulte a la Celencia!

El enano se había movido tan rápido que nadie le había visto hacerlo y había descargado su fuerte puño en el estómago de Stahl. El hombre se desplomó de lado, jadeando, sin acabar de recobrar el aliento.

―Muy bien, Rykk ―le felicitó la diablesa―. Buen chico.

Hizo ademán de darle una palmadita el la cabeza, pero el enano la miró, le sacó la lengua groseramente y se marchó a su puesto justo al lado de E’lari. La elfa le sonrió y asintió.

―T-tienes… tienes buenos perros… elfita…

―Tratadme con la deferencia que debéis, Stahl, y os condonaré.

―Jamás... pu-putita de tetas grandes…

―Lo haréis de una u otra manera.

E’lari sabía que el humano no se doblegaría. También sabía que el humano seguía creyéndola una cría recién salida al mundo exterior. Una esclava sexual para divertimiento de los poderosos. Pero la elfa ya no era así. Y, no obstante todo lo sufrido, todavía deseaba y necesitaba no ser como se daba cuenta de que tenía que ser. Se había endurecido para poder sobrevivir. Ya no necesitaba sobrevivir. Ahora quería vivir. Y se lamentaba de que tuviera que mostrar esa dureza a los demás. No quería, pero debía ser implacable.

―¿Sabéis qué es eso? ―preguntó señalando al Espejo de Electro.

―¿Un espejo para recolocarte las bragas mojadas…? ¡AAAAAARGGG!

―Dassil, por favor.

―Lo siento, maestra. Realmente me gustaría quemarle la verga a este mortal y después hacer que se la trague por el trasero.

―Es el Espejo de Electro.

―¿L-la bagatela que… ahhh… la bagetala que recogiste hará años...?

―Esa bagatela, señor, es uno de los artefactos más poderosos de la historia.

―S-seguro que… que luces muy bien en él cuando… cuando te follan…

El grito aquella vez fue tan fuerte y prolongado que tras el ardiente castigo necesitó de casi cinco minutos para recobrarse.

―P-puta... diablesa…

―Reduciré tu cuerpo a cenizas con mi lengua, mortal…

―M-métetela por el culo y hazla… hazla girar…

―Estoy segura de que no sería tan divertido como verte gritar.

La súcubo sonrió y extendió su lengua. El apéndice creció, rozándole la cara y rodeándole el cuello con húmeda sensualidad. Stahl tembló mientras le recorría la piel. Dassil tiró de él, acercándole a su boca.

―¡A-apártate, monstruo!

―Dassil…

La advertencia de la elfa fue convenientemente ignorada por la diablesa. Sus dedos rozaron la piel del humano, provocándole gemidos a su pesar. La punta de la lengua le rozó los labios, obligándole a abrir la boca. Se introdujo en ella y jugueteó mientras se hacía evidente que las artes demoníacas de Dassil le estaban provocando una erección.

―¡Dassil, alto!

Ahora sí la orden vino junto con un ademán de la mano y una palabra arcana. La diablesa se apartó de Stahl como si la hubiesen quemado a ella. El humano se dejó caer mientras la lengua le soltaba.

―Si te digo que pares, Dassil…

―Sí, maestra.

―Bien. Arriba, lord Stahl ―le ordenó.

El humano la ignoró, intentando controlar su respiración y calmar su agitación. E’lari movió la mano y el cuerpo de Stahl se elevó en el aire acompañado de gemidos de dolor. La joven le atrajo hacia el trono. Los pies se arrastraban por el suelo. El humano parecía completamente derrotado. E’lari sonrió. Descruzó las piernas con lentitud. La seda se deslizó por su piel.

―Vos aceptáis la fuerza, lord Stahl. Nada más. Bien ―agitó los dedos y el gólem de maderaviva se movió, agarró el Espejo de Electro y lo acercó hasta el humano―. Os someteréis a mi fuerza.

El hombre masculló algo tras una par de toses.

―¿Qué habéis dicho?

―Que… que puedes comerme la polla… elfita…

E’lari negó con la cabeza.

―Dassil, acércale al Espejo.

La diablesa lo hizo, moviéndole con rudeza.

―Miraos al Espejo, lord Stahl ―la mano de Dassil le agarró del pelo, obligándole a mirar la superficie del artefacto. Su rostro se reflejó en él―. Por última vez.

Se levantó y comenzó a entonar una salmodia. Los grabados del espejo comenzaron a destellar. Se levantó con un susurro de tela. Se movió con pasos medidos, calculados, mientras entonaba las antiguas palabras arcanas.

Stahl gritó. Su imagen se distorsionó. Fluctuaba y él gritaba. Dassil sonreía, Rykk sonreía. Los presentes miraban con atención, algunos asustados, otros expectantes, la mayoría silenciosos.

―Mira el Espejo ―susurró Dassil―. Míralo, mortal… mientras sigas respirando.

Los gritos de Stahl se incrementaron. Su rostro empalideció a ojos vistas. Una especie de aureola morada comenzó a exudar desde su piel.

E’lari repitió las palabras una y otra vez mientras se acercaba al humano, cada vez más alto, cada vez más rápido. Dassil le mantenía sujeto a pesar de sus espasmos.

―Toca el Espejo, mortal…

La mano de Stahl se elevó hasta la superficie reflectante. Sus dedos rozaron el metal y…

Stahl gritó. Exhaló su aliento y éste se pegó al Espejo. Su reflejo ganó en intensidad y el humano por fin dejó de gritar. E’lari teminó el embrujo y su prisionero se quedó rígido. La elfa se encontraba agotada. Trastabilló e inmediatamente Rykk se ofreció como apoyo.

―Dassil… suél… suéltalo…

La diablesa obedeció. El humano cayó al suelo. Apenas respiraba, sus jadeos se hacían cada vez menos intensos… hasta que cesaron. Cuando su último aliento se perdió, Stahl abrió los ojos.

―Levantaos ―ordenó E’lari.

Sthal obedeció. Había algo en su mirada de ojos amarillos, algo en la sinuosa curva de su sonrisa.

La elfa, con ayuda, de Reykk, llegó hasta el trono. Se sentó y cruzó la piernas. Las sedas resbalaron por entre sus muslos, insinuantes.

―Venid.

En apenas un parpadeo, Stahl estuvo frente a la joven, tan rápido que el enano se sobresaltó. La miraba con deseo, peo con el deseo de un lobo por un cordero. Se pasó la lengua por los labios y el brillo de sus colmillos destelló un instante. La miró fijamente. El rostro, el cuello, el generoso escote. Tensó las mandíbulas y se abalanzó sobre E’lari.

―Alto ―apenas susurró la elfa.

Stahl se quedó petrificado. Con sus dedos extendidos hacia los pechos de E’lari, sus uñas afiladas a punto de desgarrar las telas y sus colmillos largos a punto de morder la piel de cuello.

―Sois mío, Stahl -sonrió la elfa.

―Ssssí… -siseó el recién creado vampiro.

―Queréis saciar vuestra Sed, ¿verdad?

―¡Ssssí…!

―Queréis beberme.

―¡¡Ssssí…!!

La elfa separó las piernas y apartó el vuelo del vestido, dejando al descubierto sus muslos, allá hasta donde llegaban los ligueros que sujetaban las medias. Despacio, muy despacio, llevó las manos caderas arriba hasta mostrar la ropa interior. Con dedos hábiles agarró la tela y tiró de ella. La muselina negra se deslizó con suavidad piernas abajo. Contorsionándose, sacó las braguitas por los pies y las dejó caer al suelo. Rykk estuvo pronto para agarrarlas, olerlas y metérselas en el zurrón.

―Arrodillaos.

Stahl se dejó caer pesadamente frente a E’lari. La elfa volvió a separar las piernas, mostrando a todos los presentes su hermoso sexo sin rastro de vello, joven, rosado y ya húmedo. Alargó una mano y sujetó al vampiro por el cabello castaño. Le obligó a mirarla.

―Hoy beberéis, Stahl.

El vampiro ronroneó de frustración a la vez que de anticipación.

―Hoy probaréis mi sangre… y mi voluntad.

Tiró de él y le apretó contra su sexo. El rugido de deleite de Stahl quedó ahogado por la suave piel de los muslos. E’lari gritó cuando los colmillos se clavaron alrededor de su clítoris, cuando los impíos labios se pegaron a los pliegues de su sexo y sorbieron.

―¡AaaaaaaaaaahhhHHHHHHHHHHHHHHHH…!

El alarido de gozo de la elfa llenó los rincones del Salón Principal de la Torre. Todos los presentes se sobresaltaron pero no perdieron detalle de la escena.

La elfa obligó a Stahl a beber, a lamer y a chupar. Sintió su sangre abandonando su cuerpo junto con gran cantidad de fluidos vaginales. Los notaba correr por entre las piernas, resbalando hasta el suelo, pues el flujo era tan grande que se escapaba de la boca de Stahl. El placer del beso vampírico era tal que notó distenderse las entradas a sus húmedos interiores.

―¡AHHHHHHH…! ¡AAAAAAAHHHHH…!

Con cada trago Stahl se alimentaba de E’lari, con cada trago la voluntad de E’lari entraba en Stahl. La lengua del vampiro jugaba con su clítoris, con la entrada de su vagina. La elfa no dejó escapar al hombre, apretándole contra ella con fuerza, y no porque él fuera a abandonar tan suculento manjar, sino porque a la joven le gustaba sentir la presión contra su pubis.

―¡SÍIIIHHHH…! ¡¡AAHHHHHHHH…!!

La mano libre de E’lari fue inconscientemente hasta su escote. Tiró de los cordones y lo abrió, liberando sus enormes pechos de su prisión. Se los agarró con deseo, y cada vez que Stahl tragaba sus flujos ella tironeaba de sus pezones hasta dejarlos duros y rojos. Sus gemidos encontraron eco en los gañidos del vampiro. El placer era compartido, sin duda, aunque la dominación sólo ejercía en un sentido.

―¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH…!!

El clímax llegó y de su sexo manó tal cantidad de fluido que ni Stahl pudo tragarlo. E’lari lo notó desbordarse de la boca del vampiro y calar sus piernas. El vestido, sin duda destrozado, se empapó por completo de líquido. Las contracciones de su entrepierna se sucedieron conforme las oleadas de placer brotaban y ella se dejaba llevar. No del todo, sólo lo suficiente para que su orgasmo llenara la mente, el corazón y el alma de Stahl.

―¡PARAAAAAAHHH…!

La orden sonó como un trallazo en el Salón y en la mente de Stahl. Inmediatamente cesó su alimentación y E’lari lo separó de su entrepierna. Con el clímax aún borboteando de su sexo y sin soltar la cabeza del vampiro, la elfa se levantó del trono. La sangre manchaba la barbilla de Stahl quien, con los colmillos extendidos, anhelaba más de la joven. Ella sonrió, jadeante, y le soltó.

Stahl no se movió.

La sonrisa de E’lari ganó confianza.

―Me obedeceréis, Stahl ―afirmó ella.

―…

―¡Más alto!

―¡Sí, mi señora!

―Bien.

E’lari se dio la vuelta y se encaramó al trono. Apartó la tela del vestido una vez más, revelando sus perfectas nalgas. Regueros rojizos resbalaban de su entrepierna, goteando en el suelo. No había ninguna herida abierta, sino que su flujo vaginal arrastraba los restos de la sangre pierna abajo. Separó las rodillas, agachándose y haciendo que su trasero quedara en pompa. Las nalgas se abrieron y dejaron a la vista su ano y su sexo, ambos enrojecidos por el deseo, ambos lo suficientemente distendidos para ser abiertos a la mínima presión.

―Terminad, Stahl.

El vampiro rugió y con su fuerza aumentada se arrancó los pantalones. Su verga, hinchada por la afluencia de la sangre de la elfa, se mostraba enhiesta ante todos. Stahl agarró las caderas de E’lari y dirigió la cabeza de su miembro hacia el sexo de la joven. En cuanto el glande tocó el sensible lugar, la elfa gimió. De un empujón la verga entró hasta el fondo.

―¡AAAAAAAAAAAHHHHH…!

Las capacidades físicas de Stahl se habían incrementado tras su reciente transformación. La potencia y la velocidad con la que penetraba el joven sexo eran sobrehumanas. E’lari apenar podía gritar de placer, aferrada como podía al trono bamboleante, mientras era fornicada con violencia.

―¡AAHHH! ¡AHH! ¡AAHH! ¡AAAHHH! ¡AHHH!

Sus senos temblaban y se golpeaban entre sí, la saliva goteaba de su boca entreabierta y su sexo era machacado desde su entrada hasta su fondo. La pura sexualidad no sólo anidaba en la boca de un vampiro, sino en cada fibra de su cuerpo, y en aquellos instante bombeaba con fuerza y pasión dentro de E’lari. Las afiladas uñas de Stahl se clavaron en las nalgas y rasgaron la fina piel. Hilillos de sangre corrieron y el entusiasmo del vampiro se redobló.

―¡¡AAAHHH!! ¡AHHH! ¡¡AAHHH!! ¡AHH! ¡¡AAHH!!

Las manos azotaron la carne con fuerza. El dolor y el placer se mezclaban en E’lari. La verga de Stahl, hinchada de poder y sensualidad, la destrozaba por dentro. Entraba y salía con violencia, haciendo que la elfa convirtiera los jadeos en gritos ahogados. Ella misma sentía cómo por las piernas le corrían los fluidos, cómo manchaban las telas y el tapizado. No le importaba. Lo que le importaba eran el placer y el poder.

El poder que por fin ostentaba.

―¡AAAHHH! ¡¡AHHH!! ¡AAHHH! ¡¡AHH!! ¡AAHH!

El vampiro rugió. Stahl, a punto de llegar a su propio clímax, acelero las embestidas. E’lari sonrió mientras era penetrada más salvajemente, mientras sus pechos húmedos quedaban aplastados contra el respaldo del trono. Sintonizada como estaba con la mente y el alma de su nuevo servidor, lo notó. Maquinalmente dejó que el hombre continuara.

―¡¡AHH!! ¡¡AAHH!! ¡¡AAHHH!! ¡¡AHH!! ¡¡AAHH!!

Y entonces le empujó hacia atrás con la pierna al tiempo que ella se echaba hacia adelante. Las largas uñas rasgaron sus nalgas de nuevo, pero el dolor no fue nada, apenas una mota insignificante dentro del océano de su satisfacción al comprobar la frustración del vampiro. Stahl se echó hacia adelante de nuevo con la velocidad del rayo… y de nuevo una orden imperiosa de E’lari le detuvo.

―¡Alto, Stahl!

El hombre gruñó. Su verga completamente erecta, con el glande tan terso y casi amoratado. Stahl, con su falsa respiración agitada, era la viva imagen del deseo hecho necesidad. E’lari se rió. Movió las caderas haciendo que sus nalgas entrechocaran con sonidos húmedos. Su sexo chorreaba, hinchado y deseoso de más, pero la voluntad de la elfa hechicera era mayor que eso.

―¿Deseáis correros, Stahl?

―¡¡Sí!!

―Lamed mis heridas primero.

El vampiro chupó la piel de las nalgas, cerrando los arañazos con su lengua y aprovechando para beber más sangre. Bajó y enterró su cara entre las nalgas, lamiendo el ano y el sexo de la joven.

―Hmmm… ¡Hmm…!

La lengua se introdujo dentro, primero en un agujero, luego en otro. E’lari golpeaba los apoyabrazos y gemía mientras el placer la inundaba de nuevo.

―¡HHMMM…! ¡Aaahhhh…! ¡Síiii…!

Completamente lubricada y abierta, era hora de determinar si Stahl estaba sometido por completo o todavía quedaba algo de voluntad capaz de enfrentársele.

―Hmmm… Siempre dijisteis que tenía un… un culito tragón… ahhh…

El vampiro paró de lamer durante una breve fracción de segundo. E’lari lo percibió con claridad, pero sonrió.

―Adelante, Stahl ―le permitió―. Correos dentro de mí.

El hombre se incorporó sin soltarla. Pasó sus manos por las caderas y los costados hasta llegar a los enormes pechos de E’lari. Los agarró con fuerza, provocando que la elfa gimiera. Le sujetó de los pezones mientras su verga, exactamente tan tiesa como antes, acariciaba los labios vaginales, se impregnaba de flujos y se apretaba contra la joven carne. Stahl se separó lo suficiente como para permitir que su miembro se alzara hasta el ano de la hechicera. El glande quedó encajado entre las nalgas y el vampiro empujó.

―¡AaaaaaaAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH...!

Poco a poco, la enorme verga de Stahl se introdujo en su interior, obligando a su trasero a distenderse hasta acogerlo por completo. E’lari, con la boca abierta y los ojos perdidos, tuvo que obligarse a relajarse. Dolor y placer entremezclados hasta que el segundo se impuso una vez todo el miembro entró en ella.

―¡FOLLA… FOLLADME…!

Y dicho y hecho, Stahl se aferró a sus pezones, tiró con fuerza de ellos y comenzó a meter y sacar su verga. Los gemidos de E’lari pronto se convirtieron en gritos, y los gritos no tardaron en alzarse como alaridos.

―¡¡AAAHHH…!! ¡¡AAAAHHHHH…!! ¡¡AHH…!! ¡¡AAAHHHH!!

La joven sintió cómo las uñas afiladas rasgaban y arañaban, acentuando las sensaciones y provocando oleaje en el mar de gozo.

―¡¡MÁAASSS…!! ¡¡AAAHHH…!! ¡¡MÁAAASSSS…!!

Los empellones aumentaron, la velocidad se incrementó y E’lari ya no sabía si la verga de Stahl entraba o salía de ella. Su ano era la fuente total de su placer, la fuente de sus gritos y de sus deseos. La potencia vampírica que alimentaba la lujuria del hombre, que incrementaba las sensaciones de cualquier parte que rozara su piel.

―¡¡AAAHHHH…!! ¡¡SÍIIIHHH…!! ¡¡AAAAAHHHH…!!

Stahl gruñía con ferocidad y satisfacción. Empalaba a E’lari con todas las ganas que le daban la furia y el odio de su condición, no ya de vampiro sino de vencido y humillado. La elfa sonreía entre los alaridos de placer y dolor. Le tenía subyugado casi por completo. Sólo faltaba…

―¡¡AAAHHH…!! ¡¡MÁAAASSSS…!! ¡¡AAAAHHHHH…!!

Notó las contracciones del miembro de Stahl segundos antes de que comenzara a descargar dentro de ella. Así que llevó las manos hacia atrás, atrapó entre sus dedos los del vampiro y le obligó a mantener la verga completamente en su interior. Stahl aulló.

―¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH…!!!

La simiente maldita inundó a E’lari. La sintió ardiente, la sintió queriendo derramarse fuera del trasero de la elfa, pero ella lo impidió pegando sus nalgas a la entrepierna de Stahl.

Satisfecha, E’lari movió las caderas, jugueteando con la verga que la penetraba y que poco a poco perdía reigidez. Sonrió y miró a Stahl. El vampiro jadeaba a pesar de no necesitar respirar. Tenía los ojos amarillentos entornados. La elfa se rió y, con mucho cuidado, se extrajo el miembro. Lo cogió con la mano, agarrándolo con fuerza. Los fluidos del sexo resbalaban por toda su longitud.

―Ahora eres mío, Stahl.