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Experiencias de un profesor (10: Bea y Marta)

en Hetero: General

Anteriores experiencias:

1: Presentación.

2: Elena Castrillo.

3: Lucía Ortiz.

4: Carola Fabrés.

5: Aitana Villar-Mir.

6: Elena y Aitana.

7: Otra vez Lucía.

8: Cristina y Lucía.

9: Cristina Cobaleda.

 

Necesité varios días para recuperarme de aquella noche. Tanto mental como físicamente. Había sido absolutamente genial. Un 10 sobre 10. O un 11, vaya. Desde luego que la gatita no pudo asistir a las clases. No sé qué excusa dio en la enfermería -ya me acabaría enterando, seguro- para que las monjas no la expulsaran por... su peculiar situación. Convencí a la señora Evelinda, la profesora que les daba química a su curso, de que le retrasara el control, apelando a su estado indispuesto, a la impresionante mejoría de notas y actitud de la chica de natural rebelde. La mujer -en torno a los cincuenta, creo que tenía. Y se conservaba muy bien para esa edad- aceptó mis palabras, pero estoy casi seguro de que no creyó ni una. Sólo sonrió con comprensión. Demasiada comprensión. ¿Qué historias guardarían las paredes de aquel colegio e internado?

Le conté todo a Bea. Le enseñé los vídeos ya editados. Sentados en un rincón de una cafetería a la que solíamos acercarnos de vez en cuando, no dijo nada mientras se empapaba de tooooooda la información audiovisual. Meno mal que llevábamos cascos. Ella se mordía los labios según pasaban los minutos. Cruzaba y descruzaba las piernas. Era más que evidente que se estaba poniendo muy cachonda al ver el estrellato de Cristina Cobaleda. Rubor en las mejillas, respiración entrecortada, pupilas dilatadas, su mano en mi paquete...

-¡Joder, macho! -dijo al terminar de ver el vídeo-. Joder...

-¿Te ha molado?

Ella sólo apretó mi polla por encima de los pantalones. Me miró, me sonrió y abrió sus piernas. Sus minishorts de deporte tenían la tela de la entrepierna mucho más oscura que el resto. Sólo me dejó mirar tres o cuatro segundos, pero la oleada de satisfacción que sentí fue enorme.

-Sergio, ahora mismo necesito una polla en cada agujero de mi cuerpo -admitió en un susurro.

-Bueno, pues eso...

-¡Ja! Ya te gustaría, pedazo de cabrón -me cortó con una sonrisa pícara.

-Hace demasiado que no follamos tú y yo, nena... -insistí, poniendo mi mano sobre la suya y haciendo que me volviera a apretar el rabo.

-Sí, cierto -se quedó callada un instante, se lamió los labios y añadió-: Entonces habrá que remediarlo.

No me levanté de inmediato porque ella no me dejó. Pero vamos, que intención de llevarla al baño y metérsela hasta el fondo de donde fuera tenía. Ella se rió con esa carcajada a la vez cínica y divertida que le caracterizaba. Acercó mi cara a la suya, justo lo suficiente como para que no pudiera morderle sus labios carnosos en un pronto. Le gustaba jugar y tenía muy claras las reglas que se seguían. Siempre fue así.

-Mira, te propongo una cosa.

-¡Tú pide, princesa!

-¡Imbécil...! -dijo con cariño-. Lo digo en serio.

-Vaaaaale...

Bufó sin creerse que me iba a estar quietecito y a seguir sus indicaciones. Sí, vale, también ella me conocía a mí. Al final tomó una decisión.

-Mira, ¿sabes lo que es una soccer-mom?

-Sí, claro.

-Vale, pues yo tengo varias en el cole.

Enarqué mucho las cejas, incrédulo.

-Sí, en serio. Te juro que varias de ellas se me comen con la mirada.

-¿Mamás bolleras?

Se rió con ganas.

-Mamás aburridas -corrigió. Empezó a acariciarme la polla por encima de la tela. Hija de puta-. Mira, ya me tiré a una de cuarenta y tantos. No estuvo mal -se encogió de hombros-. Mamás con tiempo y dinero que moldean sus cuerpos y a las que les horroriza envejecer porque su cualidad de florero es lo único que tienen. Están muy buenas para la edad que tienen. Algunas -añadió con una sonrisa.

-Ajá... -me encantaba que me masajeara el rabo.

-Bueno, pues hay una en infantil. La madre de una modosita de 14 años. La niña es muy muy guapa y con un culito respingón muy bien puesto -me picó. Me excité aún más. Empezaba a pensar que realmente sí estaba enfermo-. La mamá en cuestión va contoneándose a los partidos, ropa deportiva muy ajustada, tangas... ya sabes. Incluso a las reuniones de padres va con minifalda y tops escotados. Se rumorea que se ha tirado a otros padres...

Ahí la localicé. Marta de Magaz. Pelo negrísimo, ojos verdes, piel tersa, labios finos y siempre entreabiertos, pechos redondos y siempre a punto de salirse de todos lados, caderas firmes y glúteos de infarto. Apenas rozaba el metro sesenta -por debajo-, y la mitad de la sala de profesores no podía quitarle los ojos de encima cada vez que había una reunión con la AMPA. Por pura casualidad del destino, la madre de Fernando Rivas, mi perro. Ahí el destino me estaba dejado un mensaje bien claro.

-Sí, ya sé quién es.

-Lo noto, lo noto -me sonrió. El rabo se me había puesto tieso pensando en la madre. Bea me miró con ojos tiernos y puso voz suave y solícita-. ¿Quieres que te masturbe?

Hija de puta.

-Hostias, no me jodas -la urgí -vamos al baño y follamos.

-Lo siento, profesor. Al personal docente -me dijo con voz de administrativa comprensiva que entiende tu problema. No paró de acariciarme- le está prohibido intimar.

-Eres lo puto peor...

-Lo sé -se rió-. Y me encanta.

-Pues pagas tú.

Nos fuimos del bar y acordamos vernos al día siguiente en el almacén del polideportivo, en una hora que ambos teníamos libres, para pergeñar un plan. Y es que Bea quería darle una lección a la señora Marta de Magaz.

-Esa hija de puta va de dama por la vida -me dijo al día siguiente.

Nos habíamos sentado en un montón de colchonetas, sendos cafeses en mano, y nos habíamos asegurado de que nadie nos molestara cerrando con llave. Sólo había dos -aparte de mi copia particular-: una la tenía Bea y la otra el conserje, que fijo que nos cubriría las espaldas en todo momento.

-¿Te ha dicho o hecho algo? -pregunté mientras sorbía mi café hirviendo y miraba el cuerpo de mi amiga.

Bea había tenido un entreno duro y acababa de salir de las duchas. No se había secado del todo y el top ya se le transparentaba. Los pezones abultaban el sujetador deportivo y subían y bajaban con cada inspiración.

-Pues la hija de puta me obligó a meter a su querida hijita en el equipo. Habló con la junta y donó un huevo de pasta al colegio -bufó-. Las monjas, claro, más contentas que con un vibrador en el coño.

Por suerte para mí, la imagen de la madre superiora gimiendo de placer desapareció en cuanto Bea cruzó las piernas en una posición como si estuviera meditando. Los labios vaginales se le marcaron contra la tela de los minishorts. Por una lado se intuía el reborde del tanga rojo que llevaba puesto. Bea siempre usaba tangas de hilo. Ay, mi pobre polla...

-La niña, Paula, es torpe como ella sola -gruñó. Sorbió su café-. Por su culpa vamos a bajar en la clasificación.

-Ya, bueno. Un putadón -dije, comprensivo. Me eché a su lado, con su culo bien cerca-. Pero eso tampoco es...

-¡La hija de puta amenazó con hacer que me echaran si seguía protestando y si no le concedía minutos “a su princesita”! -dijo lo último con voz burlona.

-Bueno, ya verás cómo ideamos algo para vengarnos...

Me deslicé hasta ponerme detrás de ella, me senté con las piernas abiertas -abarcándola a ella entera- y comencé a masajearle los hombros. Doy muy buenos masajes. Ella se dejó echar hacia atrás hasta apoyar la espalda en mi pecho.

-Odio a esa pija de mierda.

-Ya... ya...

Masaje, masaje. Amplié el recorrido de las manos, rozando el borde del top.

-Quiero enseñarle humildad, joder -se quejó-. Que aprenda que joder a los demás trae consecuencias...

-Mi especialidad...

Fui bajando las manos hasta meter los dedos por debajo del top, acariciando la parte superior de sus tetas. En mi entrepierna alguien empezó a protestar.

-Donde más le duela, ¿vale?

-La vamos a romper -le prometí.

Acaricié sus pezones mojados. Sí, estaban duros. Sí, eran grandes. No pude pasar la oportunidad de pellizcarlos...

-Te estás aprovechando, chaval -se quejó sin mucho énfasis. Me detuve-. Pero continúa. Me relaja que me magrees las tetas.

Obedecí, claro. Le besé el cuello con suavidad. Le apreté los pechos, se los acaricié, se los estrujé. Ella llevó su mano hasta su entrepierna y se acarició por encima de la tela. Oh, sí, me la iba a follar después de ya ni sabía la de años.

-Pero nada de follar, ¿eh?

¡Joder!

-Quiero reservarme para la hija de puta de Marta de Magaz.

Menos mal que no me veía la cara. ¡Vaya bajón!. Y además se acabó quedando adormilada. Fui bueno y no pasé de sobarle las tetas. La dejé tendida sobre las colchonetas -las mismas sobre las que me había follado días antes a Aitana y a Elena- le di un buen beso en la boca y me fui.

Me pasé dos días en secano -ni una sola paja me hice- y pensando cómo darle una lección a aquella mamá. Pensé de todo. Asaltarla en la calle, asaltarla en su casa, usar a mi perro para tenderle una trampa, descubrir un marrón suyo y coaccionarla... Al final me decidí por lo más simple: drogarla.

Convencí a la profesora de química -tengo buena labia, qué le vamos a hacer, y miento como un cabrón- para que me consiguiera un bote de cloroformo. La mujer sólo sonrió -una vez más, la hijaputa- y no me puso ninguna pega ni condición. Al final acabaría pagando, lo presentía. Pero no sería aquel día ni tampoco ninguno cercano.

Cité a Fernando Rivas en mi despacho aquella tarde. Se le notaba un pelín nervioso. Lo dejé pasar.

-Buenas tardes, señor Rivas.

-Don Sergio...

-¿Qué tal estas últimas noches?

Y ahí le cambió la cara. Sonrió, ufano. Hasta sacó pecho.

-¡De puta madre, profe! -exclamó-. Ayer mismo Lucía, su putita, ya sabe... y Diana -a aquélla no la conocía. Todavía- me hicieron una mamada a dos bocas que fue la hostia. ¡Joder cómo la chupa, la Lucía...

-Una mamadora experta, señor Rivas -le confirmé.

-Pues sí, y además...

-Tranquilo, señor Rivas -le corté con un gesto de la mano-. Le he pedido que viniera porque necesito algo de usted.

-¡Lo que sea! ¡Soy su fiel perro! -y el cabroncete lo decía con orgullo.

-Bien -me sonreí-. No sé si está al tanto de las maniobras de su madre, la señora de Magaz, para hacer que incluyeran a su hermana... -hice como que miraba unos papeles-...

-Paula.

-Sí, efectivamente, Paula -confirmé-, en el equipo infantil de voleibol del colegio...

-Ya -se encogió de hombros-, es que mi madre es un poco pesada con que triunfemos y tal -se encogió otra vez de hombros-. Por eso estoy yo internado, “para que me centre” y...

-¿Y cómo es que su hermanita no está internada?

-Porque es “su princesita” -dijo con la misma voz burlona que Bea-. Es una cría tonta del culo y una patosa, pero mi madre cree que...

-Bien, señor Rivas -le volví a cortar-, el caso es que necesito que llame por teléfono a su madre para que venga aquí. Mañana a las 5 de la tarde. Puntual.

-¿Para qué? -pregunto extrañado y algo receloso.

-Eso a usted, mi fiel perro -le recordé-, no le incumbe en lo más mínimo.

-Ya...

-La traerá con la excusa de que tengo que hablar con ella sobre el reciente examen de biología de usted.

-¡Pero si me salió bien! -protestó.

-Por supuesto -le había puesto dos puntos más de los que merecía, al idiota-. Precisamente por eso. Quiero felicitarla en persona por los progresos de su hijo. Dígaselo exactamente así, si ve que pone reparos.

-Ehh... vale, pero...

-Sin peros, perro. Acata las órdenes -me puse duro. Me levanté-. Pajas, mamadas, magreos, rollos -según hablaba él se encogía-. Niñas sumisas para que tú te pongas las botas. ¿Gratis? No, no y no. Obedece.

-Sí, don Sergio -musitó, asustado.

-Y ya hablaremos de lo otro -lancé el dardo a ver si daba a algún sitio. La gente como Fernando siempre acaba intentando colársela a sus jefes. Acerté.

-¿L-lo... lo otro...? -tragó saliva compulsivamente.

-¿Me crees idiota? ¿Que no me enteraría?

-N-no... y-yo...

-Obedece y no te pondré bozal. Ya lo de la correa... Bueno, a la gente le gustan los... vídeos...

-¡S-sí, don Sergio! ¡Lo que usted d-diga!

-Ahora desaparezca de mi vista, señor Rivas.

Justo en cuanto el chaval cruzó la puerta, la señora Evelinda entró en mi despacho. Sonreía como una loba a punto de cazar una oveja.

-Don Sergio...

-Doña Evelinda -di la vuelta a la mesa con una sonrisa rastrera.

-Aquí tiene el frasco -me tendió el bote. Tenía boquilla con rociador y todo-. Espero que lo use con cuidado...

Me acerqué a cogerlo. La mujer llevaba la bata de laboratorio abierta. Debajo, un jersey de punto de color blanco.

-Muchas gracias, doña Evelinda, yo...

-Llámame Eve, muchacho.

-Claro, Eve, yo...

-Sí, ya me devolverás el favor -me dijo con un guiño.

Inspiró profundamente y me di cuenta de algo. Los puntos del jersey se abrieron lo suficiente como para dejar ver la piel de debajo. Un pezón rojo y duro se insinuaba, irritado por el roce con la tela. Sin sujetador que iba, la hijaputa, mostrando a quien tuviera buen ojo unas tetas todavía bien puestas.

-Hasta luego -se despidió. Contoneó las rotundas caderas al marcharse.

Me quedé a cuadros, claro. Me reí de puro nerviosismo. Pensé que quizá había mordido más de lo que podía tragar, con la profe de química. Bueno, daba igual. El plan. Bea. Llamé a Bea y le expliqué que tenía que venir la tarde del día siguiente, alrededor de las 5 y cuarto en mi despacho. No le expliqué más, a pesar de sus insistencias.

El día siguiente pasó rápido. Comí deprisa, esperando con impaciencia la hora de la cita. Cuando llegaron las 5, yo ya estaba en mi despacho, haciendo como que corregía exámenes. Llamaron a la puerta y tardé unos segundos en permitirles el paso. Que se mosqueara. Entró mi perro seguido de su madre.

Joder, su madre.

-Don Sergio -saludó Fernando.

-Señor Rivas -no sonreí. Pero tuve que levantarme, rodear la mesa y saludar a su madre-. Y usted es la señora de Magaz.

-Efectivamente.

Blusa negra escotada con los pechos amenazando con salirse por el efecto del wonderbra, cuyas copas de encaje rojo intenso también se asomaban a la vista de todos. Un colgante se deslizaba por entre las tetas, aumentando aún más la sensación de tamaño. Llevaba un cinturón que le comprimía la cintura, resaltando aún más los pechos y las caderas. La minifalda cortísima y ajustada, de ésas que si se agachara se le podrían ver las bragas, del mismo negro que la blusa y unas medias que abrazaban las piernas torneadas y cuyo borde inferior del elástico se descubría y se escondía a cada paso que daba. Y qué pasos. Firmes, seguros, dueños de todo sobre esos tacones tan rojos como el sujetador que iba enseñando.

-A sus pies -le ofrecí la mano.

-No me cabe duda, don Sergio -me contestó con unos labios finos pero pintados de granate como si estuvieran ofreciéndose.

Que se supiera mi nombre hizo que me recorriera un calambre por toda la espalda. Vaya hija de puta. No me extrañaba que Bea la odiara.

-Siéntese, por favor -le indiqué con amabilidad una de las dos sillas enfrente de mi escritorio.

Ella esperó sin mover un pestaña -larguísimas las tenía- hasta que fui yo quien apartó la silla y se la ofrecí. Cruzó las piernas sujetándose el borde de la minifalda con un falso recato muy bien ensayado. Por supuesto que el dobladillo se iría subiendo milímetro a milímetro con cada leve movimiento. No lo tenía bien pensado ni nada, la cabrona.

-Usted también, señor Rivas...

-Creo que quería usted hablar sobre lo bien que va mi campeón -afirmó ella mientras volvía a mi butaca.

¿Campeón? Vi que mi perro se sonrojaba de vergüenza.

-Sí, por supuesto -mentí-. Un gran examen. Ha mejorado enteros desde que empezó el curso.

-Sí, es que mi campeón -puso su mano de uñas bien cuidadas y lacadas del mismo color que los labios sobre el muslo de su hijo. Creo que hubo algo obsceno en cómo apretó la pierna del chaval con aquel gesto- tiene como destino el éxito. Ya me encargo yo de que así sea.

-Ya veo, ya veo. Una madre abnegada.

Ella sólo sonrió con suficiencia bajo su melena negra y ondulada.

-Si me lo permite, voy a sacar el expediente del señor Rivas... -señalé un armario al otro lado del despacho, detrás de las sillas de mis invitados. Al pasar cerca le eché un vistazo al canalillo de la mujer. Madre mía. Ella, claro, se dio perfecta cuenta y sonrió.

Me llegué al armario e hice como que trasteaba. En realidad saqué el bote de cloroformo del bolsillo, lo aplique a un pañuelo y me cerní sobre Marta. No tardé un un segundo. No quería problemas. Apreté el pañuelo contra su boca y su nariz. Ella dio un respingo, intentó defenderse... y quedó exánime.

-¡Pero qué hace, profe!

-¡A callar, perro!

-P-pero...

-Nada. Sal y mira si la profe de gimnasia está ahí fuera.

Completamente blanco, se levantó y me obedeció. Yo contemplé a la hija de puta buenorra que tenía a mi disposición. Sus ojazos verdes ya no destilaban desdén. Sólo miraban al frente. Los cerré.

-Vaya, macho, ya veo lo que tienes aquí.

-Bienvenida, Bea -ni me giré-. Ya la tenemos.

-Bien.

Mi amiga la cogió de las axilas, la puso sobre la mesa y la levantó la minifalda hasta la cintura sin cortarse ni un pelo. Reveló un culo de gimnasio vestido -o realzado- con unas braguitas de encaje rojas, como el sujetador. La tela se medio metía entre las nalgas. Bea, ni corta ni perezosa, empezó a azotarle con la mano. Con saña. Una, dos, cinco veces. Había ira reprimida en esos golpes.

-¡Toma, hija de puta!

Al llegar a la décima se detuvo. Se masajeó la mano del dolor de azotar a nuestra víctima. La piel de Marta estaba roja como un tomate.

-¡J-joder...!

-Silencio, perro -me había olvidado del chaval.

El muchacho estaba blanco de miedo. Sus ojos no se apartaban del culo enrojecido de su madre. Sin darse cuenta un bulto empezaba a crecer en sus pantalones.

-¿S-e va a ti-tirar a mi m...?

Bea me miró. Me guiñó un ojo.

-Señor Rivas -le dijo imitando muy bien mi tono-, échenos una mano para llevar a su madre al gimnasio. Vaya delante y asegúrese de que no nos ve nadie.

-S-sí, señorita...

-Vamos, levanta a la puta zorra ésta -me dijo a mí.

-¿Qué tienes planeado? -pregunté mientras cogía a la mujer en brazos y me la cargaba al hombro. Le palmeé el trasero. Firme. Me entraron unas ganas enormes de morderlo.

-Voy a castigarla y tú me vas a ayudar.

-¡De mil amores!

Trasladamos a la madre de mi fiel perro hasta el gimnasio sin que nos viera nadie. Era un sitio pequeño, que no se usaba casi nunca desde la construcción del polideportivo. Polvoriento, con anillas y sogas colgadas del techo, cestas con balones, aros, colchonetas del año de la tarara... Nunca había entrado allí. Al parecer Bea sí, y muchas veces.

-Déjala por aquí.

Tendí a la Marta sobre un montón de colchonetas. La comí con los ojos. Vaya piernas. Vaya bragas. Aparté la ropa interior. Vaya coño depilado. Metí la cara entre sus labios y los lamí. Mordisqueé el clítoris, que empezó a hincharse. Le abrí la blusa y le bajé las copas del sujetador. Sí, y vaya buenas peras gastaba. Operadas muy muy bien. Chupé un pezón. Luego el otro.

-D-don Sergio...

-Váyase, señor Rivas -le ordené sin mirarle. Estaba muy ocupado comiéndole las tetas a su madre-. No se preocupe por ella. La devolveremos a su casa en perfectas condiciones.

-C-claro, d-don Sergio...

Y se fue.

Mientras, Bea había arrastrado un arcón hasta el montón de colchonetas. Lo abrió y me quedé pasmado: cuerdas, vendas, una veintena de dildos y vibradores, varios arneses, bozales, esposas, aceites de veinte mil tipos, fustas... y hasta un látigo. Me quedé mirando a mi amiga con los ojos como platos.

-¿Qué?

La seguí mirando.

-Mi compañera de piso le da al BDSM.

No aparté mis ojos.

-Y yo... a veces he hecho cosas. Es -se encogió de hombros- útil.

-¿En serio?

Se puso roja roja.

-Tú ayúdame a desnudarla, que ya la ato yo.

-Vale, pero déjale las medias... Y los tacones.

-Serás...

Desnudamos a Marta. Vaya cuerpo de escándalo. Me tomé mi tiempo. La sobé todo lo que pude. Le volví a morder las tetas y los pezones. Le metí los dedos en su propia boca y, una vez ensalivados, se los metí por el coño y el culo a la vez. Se deslizaron sin dificultad. Esa guarra le daba por todos lados y bien a menudo. Me cupieron dos dedos tranquilamente por cada agujero. Mi polla estaba ansiosa.

Bea era toda una experta en el arte de atar. Con mi ayuda la colgamos a media altura de las sogas del techo, con los brazos atados a la espalda y las piernas separadas y semiflexionadas hacia atrás, como si estuviera estuviera cabalgando. Le embutí las bragas en la boca y Bea las aseguró con un esparadrapo.

-Despiértala.

Le di unos cachetes hasta que se despertó.

-Buenas tardes, señora de Magaz.

Su primer instinto fue gritar y sacudirse. No logró nada.

-Es inútil que grite o que intente liberarse. No va a poder. Pero, por favor -la invité-, hágalo. Sus hermosas tetas se bambolean muy bien, y su culo palmotea encantado.

Se puso roja y se quedó quieta. Había mucho odio en su mirada. Bea me alcanzó una fusta.

-Toma, vete calentándomela -me pidió-. Con suavidad en las nalgas, los muslos y las tetas -me instruyó-. Ya iremos subiendo el nivel más tarde. Yo voy a terminar una cosa.

La miré interrogativamente, pero me dediqué a cumplir sus órdenes. Cogí la fusta, la doblé delante de la cara de Marta, di unos golpecitos en mi mano. El miedo se instaló en sus ojos junto al odio. Negó con la cabeza muy deprisa.

-Oh, sí, señora de Magaz. Va a pagar muy caro su supuesta superioridad.

-¡¡HMMMMMM!!

-Tranquila. Sólo es algo de dolor. Ya pasaremos a más cosas cuando mi compañera termine de arreglarse.

Empecé a darle azotitos con la fusta. Con cada golpe ella se agitaba y gemía de dolor. Poco a poco aumenté la fuerza y la cadencia. Empecé a dejarle marcas rojas en la piel.

-¡¡HMMM!! ¡¡HMMM!! ¡¡HMMM!!

Cada azote, un gemido. Cada gemido, mi polla latía. Le pasé la fusta por entre los labios vaginales.

-¡Hmmmmm...! ¡Hmmmmm...!

-¡Oh, le gusta! Muy bien, señora... no -negué con la cabeza-. Hay que ponerle un nombre -seguí pasándole la fusta por toda la entrepierna.

-¡Hmmmmm...! -siguió gimiendo. Empezó a mojarse.

-Un buen nombre... Ya sé: la Guarra de Magaz, ¿le parece? -y subrayé con un buen azote en la cara interna del muslo.

-¡¡HHMMMM!!

-Quítale la mordaza -me pidió Bea desde las sombras. Obedecí.

-¡Hijos de puta! ¡Voy a hacer que os metan en la cárcel! ¡¡En la puta cárcel!!

-Ya, ya, ya... -dijo Bea, apareciendo. Madre mía-. Tal vez, pero antes yo voy a hacer que te acuerdes de toooodas y cada una de las veces que te has sobrepasado con alguien.

Bea se había desnudado de cintura para abajo -seguía con el top deportivo- y se había colocado un arnés que terminaba en una polla gordísima y larguísima de látex de color carne. La cara de Marta debía parecerse a la mía, sólo que con terror en vez de con pasmo, al ver más de un palmo de polla de plástico apuntando hacia ella.

-¿Te gusta esto que ves, Guarra? Sí, tu nuevo nombre te va a ir muy bien.

-¿Qué vas a hacer con e-eso?

-¡Pues reventarte por dentro, querida Guarra, por supuesto!

-¡No! Mirad, todavía podemos llegar a un acuerdo...

-Sujétala por delante -me pidió Bea

-Será mejor que colabores, Guarra -le dije a Marta-. Tu Ama está muy cabreada y...

-No, déjala que se resista, que proteste, que se queje. Ya aprenderá

Bea fue caminando despacio hasta quedarse detrás de la mujer atada. En su caminar rozó las marcas que le había dejado en la piel, y cada roce provocó nuevos espasmos.

-¡No os saldréis con la vuestra! ¡L-las monjas...!

-Las hermanas están todas toditas en el otro ala del colegio -se regocijó Bea-. ¿Crees, puta Guarra, que es la primera vez que hago esto? ¿Aquí?

-P-por favor...

-¡Di que lo sientes! -exigió Bea, colocándose justo entre sus piernas, acariciándole la cintura y con la enorme polla de plástico apuntando al interior de Marta-. ¡Obedece!

-¡Lo siento!

-¡Más alto!

-¡¡Lo siento!!

-¡Tarde!

Y se la metió de un empellón por el coño. Hasta el fondo y sin lubricación. Vaya aullido.

-¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!!

La sujeté de las tetas para que no se balanceara y facilitarle la tarea a Bea.

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!

-¿Te duele, Guarra? -preguntaba Bea con cada empujón que le metía.

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!

-¡Dentro!

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!

-¡Fuera!

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!

Estuvo así sus buenos diez minutos. O más. Quizá quince minutazos destrozándole el coño a la Guarra. Los gritos no cesaban. El dolor era bien palpable, pero también la excitación. Pasé los dedos por su entrepierna y noté la humedad. Me la llevé a los labios. Sí. Estaba muy mojada. Tenía el coño enrojecido e hinchadísimo. Bea se lo estaba abriendo y a ella le gustaba a pesar del dolor.

-¡Pero si te está encantando, Guarra! -protesté.

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!

Los gritos se volvían gemidos largos y potentes.

-¿Es que tus amantes no te dejan bien abierto el coño, Guarra?

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!

Bea se detuvo por fin. Miré. El sudor le caía por la cara. Tenía empapado el top y los pezones se le marcaban contra la tela. Parecía cansada pero determinada a joder a la puta aquella hasta quedarse bien a gusto.

-Ahhhh... ahhhh -gimió bajito Marta.

Se notaba que la follada le había dolido lo suficiente como para no haber podido correrse.

-¿Bien, Guarra? -preguntó Bea-. Espera que te masajeo un poco el coñito, que te lo he dejado tan abierto que cabría mi puño entero. Luego quizá lo haga -amenazó sin darle importancia.

-Cab... cabrones... Os la vais... a...

-A nada, Guarra -la corté. Acerqué su cara a la mía. Le lamí los labios, la nariz, los ojos. Había lágrimas y sudor y mocos y saliva. Era el zumo de la victoria-. Sabemos cómo eres, sabemos a quién te tiras y tenemos ganas de hacerte pagar tu suficiencia.

Me miró con miedo.

-Te tenemos cogida y bien cogida.

-Y todavía no bien follada -terció Bea-. Pero espera un poco mientras cambio de juguetito...

-Por favor... dejadlo... os pagaré lo que sea.

-Nos vas a pagar a tu Ama y a mí con tu dolor y nos vas a dar todo el placer que queramos. Tranquila -la consolé besándole un pezón. Se agitó de lo sensible que los tenía-, que también te correrás. A punto has estado, Guarra, que lo sé muy bien.

-No, joder...

-¿No? Vale, espera que lo arreglo.

-Espera... -tragó saliva. Espera... A-amo...

-Bieeeeen -la felicité-. Aprendes. Te cuesta pero aprendes.

Alargué la mano y cogí el primer consolador que vi. No era tan grande como el del arnés de Bea, pero aun así impresionaba. Tenía hasta las venas esculpidas. Se lo enseñé.

-Toma, chúpalo bien, Guarra.

Se lo embutí en la boca sin dejarle posibilidad de rechazarlo. Se le abrieron mucho los ojos y puso cara de arcada. Debía tenerlo metido hasta la garganta.

-¡HHGGGGLL! ¡HHGGGGLL...!

-Eso es... ¡muy bien!

-¡HHGGGGLL! ¡C-cabrón...! -me espetó cuando se lo saqué. La saliva corría a raudales de su boca. Tosió y escupió.

-¡Chhhssss! -le di un cachete en las tetas-. Así no se habla a tu Amo.

Bajé el consolador y lo deslicé por entre los labios vaginales.

-¡AHHHH!

-¿Sensible? Claro, como que te han dejado bien follada pero sin correrte. Tranquila...

-Con cuidado... p-por favor, Amo.

-¡Muy bien! -la felicité-. ¡Has pedido las cosas por favor! Lástima que llegue tarde...

-¡NoooaaaaAAAAAAAHHHHHHHH...!

La empecé a follar con el consolador. Dentro, fuera, dentro, fuera. Ella gemía y jadeaba. Se quejaba pero menos que antes. La agarré del culo para facilitarme la penetración. Estaba tan mojada que se me resbalaban las manos. Engarfié los dedos en su ano para afianzarme. Entraron con facilidad.

-¡AAHHHH! ¡AAHHHH! ¡AAHHHH! ¡Ahhhhh...! ¡Síiiihhhh...!

Le metí la lengua en la boca. Me mordió con pasión, sin intención de hacerme daño. Nuestras bocas juguetearon mientras el dildo entraba y salía. Tenía la lengua suave y nada pasiva. Era una guarra de campeonato. Estaba convencido de que las historias que corrían sobre ella follándose a otros padres eran más que ciertas.

-¡HMMMM! ¡HMMMM! ¡AHHH! ¡OHHH! ¡HMMM!

Cuando estuvo por correrse aceleré el ritmo. Se bamboleaba en las cuerdas. Sus pechos golpeaban contra mí

-¡SIII! ¡DALE! ¡ME... ME CORROOOOOOAAAAAHHHHHHHHHH...!

Desde luego que se corrió. Vaya orgasmazo tuvo, la hija de puta. Se quedó jadeando, ahí colgada, con el dildo dentro del coño. Sudor y saliva le bajaban hasta las tetas. De su coño caían gotas de fluido vaginal. Y mi polla necesitaba penetrar algo ya. Me separé cuando noté una mano en mi hombro.

-Muy bien -me felicitó Bea-. Palo y zanahoria. Y ahora...

-¿Palo otra vez?

Me sonrió. Miré. Se había cambiado el arnés por otro con una polla un poco más ancha y con bultos y estrías largas y sinuosas. Su superficie negra relucía por la gran cantidad de lubricante que le había echado. Tardé en darme cuenta que se había desnudado las tetas. Le brillaban de sudor. Los pezones me apuntaban como si fueran armas.

-¿Te gusta?

-JODER.

-Sí, eso. Anda, chúpame las tetas un poco mientras la Guarra se despabila.

La comí las tetas con fruición. Con ansia. La cogí del culo y le abrí las nalgas hasta levantarla para meterme esas buenas tetas en la boca. Noté el enorme pollón golpeando entre mis muslos, pero me dio igual. Abrí más su carne y metí los dedos en su coñito. Suave, caliente, mojado. Ella chorreaba de excitación y jadeaba de gusto, alentándome a seguir... hasta que me pidió parar.

-Mira, ya está otra vez -señaló a Marta.

Me separé sin ganas de hacerlo.

-¿Te gusta, Guarra?

-¡Es... es enorme... Ama...!

-Sí, más que el otro. Éste -lo palmeó juguetona. Bailó de un lado a otro de modo inquietante- ni yo me lo he conseguido meter.

-¡Me va a destrozar el coño! -miedo, mucho miedo.

-¡No, Guarra, no! -la corrigió con una sonrisa-. No te preocupes por tu precioso coñito de zorra calentona. Va a ser tu culo quien va a alojar esta preciosidad.

-¿¿¡¡QUÉEEE...!!??

-Lo que oyes. Sujétala -me pidió a mí-, haz bien de Amo.

-Lo siento, Guarra -dije. La sujeté de la cintura-. Ella es la que manda -lamí una de las tetas. Qué bien sabía-. Es tu Ama.

-¡¡¡POR FAVOR!!! -me suplicó-. ¡Lo que sea, Amo, lo que sea, pero no...!

-Espera, anda, que te voy a meter otra vez las bragas en la boca... pero primero las empapo bien en tus jugos... así... ¡madre mía cómo huelen a zorra cachonda! Y ahora, ¡adentro!

La amordacé otra vez. Ella se desgañitó gritando mientras Bea se colocaba detrás suyo. Lo hizo despacio. Marta había empezado a llorar, indefensa y expuesta. Sabía lo que se la venía encima. O más bien lo que se la iba a meter dentro. Yo la mordí los pezones un poquito. Bea se tomó su tiempo.

-Vamos a ver... ¡A ti te gusta que te enculen, Guarra! -exclamó al meterle un dedo, al igual que había hecho yo antes-. Mira, entra y sale muy bien...

-¡¡¡¡¡HHHHHHHHHHHHH!!!!!

-Sí, sí... tu culo se ha tragado muchas muchas pollas, sin duda. Ya me contarás las de quiénes, ¿eh? -Bea jugaba azotando con fuerza las nalgas y muslos de Marta con el pollón mientras metía y sacaba dedos del ano de la mujer-. A mí también me gusta una buena polla. Dos a la vez, si eso. Pero no tanto como me va a gustar...

-¡¡HHHHHHH!!

Sujeté la cintura de Marta. Bea hizo lo mismo a la vez que apuntaba el pollón de casi dos palmos hacia el culo.

-¡¡¡HHHHHHHHHHHH!!!

-...meterte...

Siguió empujando.

-¡¡¡HHHHHHHHHHHH!!!

-...esta enorme... oh, ya va entrando...

-¡¡¡¡¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!

Las uñas tan bien pintadas de Marta se clavaron en las palmas de sus manos hasta hacerle sangre. Yo empecé a darle besitos en el cuello. Mi polla, ya sí que en serio, amenazaba con romperme los calzoncillos.

-Mira... qué... bien...

-¡¡¡¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!

-¡Ya está dentro!

-¡¡¡¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!

Hasta yo noté cómo el pollón se abrió paso sus buenos treinta centímetros largos en el interior del culo de Marta. La mujer lloraba, se agitaba, aullaba con la boca llena de su bragas. Supongo que no fue tanto la longitud como la anchura. El consolador no habría cabido dentro de un vaso de tubo por mucho.

-¡¡¡¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!

Y Bea empezó a follársela. Nada de suavidad. Nada de dulzura. Empujó con sus caderas como si quisiera derribar una puerta con un ariete de látex. Había algo de locura y satisfacción en su cara, en su boca semiabierta, en sus preciosos ojos.

-¡¡¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!

Empezó a ganar velocidad conforme el ano se dilataba hasta un máximo para el que no estaba diseñado. Yo bajé los dedos y empecé a sobarle el clítoris. Hinchadísimo, excitadísimo. Los fluidos le corrían hasta gotear en el suelo. Sí. Había un pequeño charquito, pero ni rastro de sangre. La hija de puta tenía un culo que podía acoger un autobús. O el enorme pollón que se había atado Bea... y a pesar del enorme dolor le debía estar gustando.

-¡¡HHHHHHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHHHHH!!

-¡¡OHHH!! ¡¡AHHH!!

Bea también gemía. Miré. Tenía los ojos casi en blanco y se mordía los labios. Me agaché hasta poner mi cabeza entre las piernas de la Guarra -algo de fluido vaginal me salpicó, pues realmente saltaban gotas con cada empellón-. Entre el mete-saca pude comprobar que el consolador de Bea tenía una versión algo más pequeña apuntando en sentido contrario.

-¡¡HHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHHH!!

-¡¡OHHH!! ¡¡AHHH!! ¡¡AHHHHH!!

Mi querida amiga lo tenía dentro de su coñito. Mientras destrozaba el culo de Marta, ella se follaba a sí misma. ¡Aquello ya era demasiado! Aquí disfrutaban todas menos yo. Así que me deshice rápidamente de la ropa. Prácticamente me tropecé al quitarme pantalones y calzoncillos. Tiré a un lado la camisa, los zapatos y todo.

-¡¡HHHHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHH!! ¡¡HHHHH!!

-¡¡AHHH!! ¡¡OHHHHHH!! ¡¡MMHHHHH!!

Me coloque detrás de mi amiga. Joder, cómo movía el culo. Sus nalgas palmeaban cada vez que le metía el pollón a la Guarra de Magaz -cuyos alaridos. Por sus muslos corría también flujo. Estaba bien musculada, bien firme. Después de todo, era un atleta que se cuidaba al máximo. Ni corto ni perezoso la agarré de la cintura mientra me pegaba a ella.

-¡¡HHHHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHH!! ¡¡HHHHH!!

-¡Yaahhhh...! ¡Yahh tardaaaaabaaahhhAAAAHHHHHHHHHH!

Se la clavé en ese hermosísimo culo. Entró muy bien. Bea ya tenía mucha experiencia y le encantaba que le dieran por detrás. Yo bien que la complací. Ya ni me acordaba de lo bueno que era.

-¡¡HHHHHHHHHH!! ¡¡HHHHHHHHH!! ¡¡HHHHH!!

-¡¡Síiiiihh...!! ¡Fóllanos...! ¡¡FÓLLANOS A LAS DOS!!

El culo de Bea se agarraba a mi polla como si no quisiera dejarla marchar. Clavé las uñas en su cintura y ella gimió de placer. Como también lo hizo Marta. Bea decidió dejar de moverse. ¿Para qué, si ya lo hacía yo por ella? Cada vez que mi polla se enterraba en su culo, el enorme pollón negro ahondaba nuevamente en el de nuestra Guarra.

-¡¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH...!!

Bea echó la cabeza hacia atrás y se acabó corriendo. Sus orgasmos siempre fueron largos, profundos. Sentidos. De un tirón le quitó la mordaza a la zorra y los gemidos de dolor y placer de las dos llenaron el gimnasio.

-¡¡AAAAAHHHHHHHH!! ¡¡AAAAHHHHHHHHH!! ¡¡AAAAHHHHH!!

-¡AAAHHHH! ¡AHHHH! ¡AAAHH!

Alargué las manos hasta agarrarme a las tetas de Marta. Mis empellones hacían que el pollón que Bea tenía puesto entrara y saliera del culo de la Guarra con más fuerza que antes. Y a la Guarra le encantaba, gemía de todo el placer que sentía. Yo estaba a punto de correrme y Bea lo notó.

-¡AAHHH! ¡CórreteeEHH... en mi culo! ¡HAZLOOOHH!

Lo hice. Apreté los pezones de Marta, ella gimió más fuerte y yo descargué leche como hacía días que no descargaba. Llené entera mi amiga sin parar de empujar. No paré hasta que mis huevos se exprimieron. El líquido caliente y espeso no llegó a rebosar porque me apreté contra ella todo lo que pude. Apoyé la boca contra la nuca de Bea. Besé la deliciosa piel, intentando recuperar el aliento.

-¡Sí! ¡Eso! ¡Ahora... ahhh, sí... ayúdame, rápidooohh!

Sin entender lo que quería, vi cómo Bea alargaba una mano, cogía el consolador con el que le había follado el coño a Marta y se apartaba con cuidado de mí. Sin perder un segundo se metió el dildo a presión por el culo. Se mordió los labios y dejó escapar un gemidito de gusto. Sonrió con satisfacción.

-Ahora... ufff... ayúdame a descolgarla.

Al separarse de Marta, la mujer volvió a gemir semiinconsciente. Vi que efectivamente tenía el culo tan dilatado que no sólo el puño de Bea cabría ahí dentro, sino también el mío. Estaba rojo rojo y desprendía calor húmedo. El ano temblaba y se agitaba, intentaba cerrarse pero apenas podía moverse. Caían hilillos de fluido, mezclándose con los que le salían del coño y goteando al suelo. No pude contenerme y, ensalivándome la mano, acaricié el borde interno. Marta tembló pero no se movió demasiado. No podía. Estaba suave. Caliente.

-... hhhhh...

-¡Vamos!

Bea me urgía mientras cogía otras cuerdas y empezaba a descolgar a Marta. La ayudé y juntos la dejamos sobre las colchonetas. Ella la desató con pericia y rapidez y volvió a anudarla como si fuera un perro con el culo en pompa. No tardó ni dos minutos en hacerlo, con aquella maestría. Marta se dejó hacer, claro. No podía hacer otra cosa. Gemía con cada movimiento y jadeaba. Su cara en un borrón de lágrimas y saliva. Tenía la boca semiabierta y una expresión entre éxtasis y dolor que me empezó a poner cachondo otra vez. La Guarra, medio destrozada, todavía quería más aunque ni ella misma lo supiera.

-Ponte detrás suyo, fóllate su culo si quieres, que ella se va a comer toda la corrida que has dejado en el mío.

-¿Cómo?

-¡Ya verás!

Puso la cara de Marta entre sus nalgas y ya entendí. Corrí a meter mi polla en ese culo dilatado. Casi ni lo noté. Pero la Guarra sí, y empezó a protestar otra vez. Me dio igual. Empecé a follármela. Eso la despabiló más.

-¡Hhhhhh!

-¡Vamos, despierta, Guarra! -ordenó Bea, dándole un bofetada.

-P-parad... Amooossss... por... favhhhmmmmfff

-Eso es, entre mis... ohhhh, mis nalgas, Guarra. Ahora espera que...

-¡HHMMMM!

Sus manos fueron al dildo que se había encasquetado en el culo y empezó a sacarlo despacito.

-Ahhhh... mmmhhh... Ahora... te beberás toda la leche de tu Amo...

La agarró del peló y le embutió la cara en su culo. Bea sonrió de placer. Marta no protestó. Sólo obedeció, medio ahogada, introduciendo su lengua en el ano de mi amiga y bebiendo la leche que yo había dejado allí. Y yo, mientras tanto, continué enculándola, disfrutando del ano bien abierto y de todos los fluidos lubricantes. Era como meter la polla en seda.

-¡Come, eso es...! Bébete mi culo con todaaahhh... ¡su lecheeehhh...!

Seda, era pura seda caliente y suave y húmeda. ¡Qué placer! Los minutos se fueron sucediendo en mi pequeño paraíso dilatado.

-¡Hmmmmmfff! ¡Hmmmff! ¡Hmmmff!

-Oh, qué lenguaaahh... sigue, hija... hijaaahhh... de putaaaahhh...

-¡Hmmmmmfff! ¡Hmmmff! ¡Hmmmff!

Noté que me venía el segundo orgasmo. Lo dejé ir en cuanto asomó.

-¡AAAHHHHHHHHHHHH!

-¡Llénala, Sergio!

Como si hubiera podido hacer otra cosa. Ahora sí todo el semen desbordó. Su ano no tenía fuerza suficiente como para contenerlo. Resbaló por las nalgas, resbaló por su coño bien abierto. Yo aproveché para meterle los dedos en él, metiéndole mi leche también en su coñito de hija de puta.

-¡Hhhhhhmmmmffff! ¡Hhhmmmmffffff!

Bea tiraba de su pelo para que no apartara la boca. Yo me acabé quedando quieto, por fin, después de tan increíble cabalgada. Me separé. Lo mismo hizo Bea. Marta cayó de bruces contra las colchonetas. Aunque no hubiera estado atada no habría podido parar la caída. En el gimnasio sólo se oían nuestros jadeos y junto con los suaves gemidos de Marta. La miré. La habíamos destrozado y ahí estaba, postrada. Indefensa. Sin poder resistírsenos de ninguna manera.

-Buen trabajo... Bea.

-Sí... Uff. Buen trabajo. Y buena polla.

-Buen culo que tienes, jodía.

-Ya -se giró y se inclinó hacia Marta-. Y nuestra Guarra también, ¿eh?

-... hhhh...

-Creo que le ha encantado -me sonrió Bea. Se acarició la entrepierna y el culo-. Ja, voy a necesitar algo de crema...

-¡Sí, y la Guarra un buen cojín!

Marta se dejó caer de lado. Nos miraba sin vernos. Sus labios intentaban formar palabras pero no acababan de materializarse.

-¿Qué dice? -pregunté.

Bea se agachó y pegó la oreja a la boca. Asintió y ensanchó la sonrisa.

-Nos pide perdón y... ¡jaja! Y que la próxima vez seamos más suaves.

Vaya Guarra era la mamá. Sacudí la cabeza. Vaya colegio en el que había acabado. Alguien me quería mucho bien para haberme dejado allí. Bea se acercó a mí y me palmeó el trasero.

-Bueno, macho... ¿la llevas tú a casa?