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Experiencias de un profesor (16: Cristina e Iris)

en Hetero: General

La vuelta al trabajo fue dura. Aquel fin de semana en el hotel resultó tan placenteramente agotador que la semana siguiente estuve tan baldado que mi rendimiento como profesor bajó tanto que hasta los alumnos me dieron un toque.

 

Una vez cogido el ritmo todo volvió a la normalidad... hasta que de una manera u otra me encontré asistiendo a una reuinón del AMPA con el Consejo Escolar del centro. ¿Por qué? Bueno, pues po una de esas casualidades en las que estando yo jodido, con la cabeza a pájaros y tal, pasó por delante mío un papel a firmar que yo firmé sin siquiera leerlo y entonces me convertí en miembro suplente del Consejo. Y resultó que el profesor de Historia estaba de baja y yo, claro, tuve que hacer acto de presencia. Una mierda, pensé, hasta que ocurrió lo que ocurrió.

Entre padres, delegados de los alumnos, las monjas y los profesores, aquellas reuniones eran una absoluta gilipollez. Las monjas hacían lo que les daba la gana y cobraban un huevo a los padres. Nosotros asentíamos a lo que decían unos y otros y los alumnos aprovechaban para quejarse.

Y entonces apareció la feliz idea.

Resultó que había una sugerencia que se incluía una y otra vez en el buzón de sugerencias y que siempre era desestimada por las monjas. La de que tener un equipo de animadoras semiprofesional. Hasta aquel momento no conocía que eso pudiera tenerse en nuestro instituto. Y hasta aquel instante mi participación en la reunión había sido la de imaginarme en pelotas a tres de las madres del AMPA. ¡Qué lástima que Marta de Magaz no estuviera presente! Aunque aquellas otras madres no estaban nada mal...

 

En ese momento desperté de una ensoñación en la que la bajita y regordeta se comía mi polla hasta las pelotas pidiendo más y más. Uno de los padres (uno con una cara de vicioso que hasta era de chiste) había vuelto a sacar el tema. Las negativas no se hicieron esperar y se pusieron sobre la mesa: presupuesto, tiempo, personal y una americanización. Yo, al ver el premio gordo de la lotería delante mío, salté a defender el proyecto. Acabé maniobrando asegurando que se encontrarían espónsores, que yo ya andaba metido en el tema deportivo y podía encargarme de ello, que no era necesario aumentar mis emolumentos (al menos de inicio, aunque ya veía yo extenderse las posibilidades), que el vestuario y material lo sufragarían las interesadas en participar (como en casi cualquier equipo deportivo juvenil) y que no se trataba de americanizarse, sino de entrar de lleno en la comunidad europea. Hasta me inventé las referencias a una serie de directivas europeas que, desde luego, eran más falsas que un billete de 30 euros con la cara de Mortadelo.

Y coló.

Cuando se lo conté a Bea no se lo creyó. Al final acabó meneando la cabeza, asegurando que me estaba metiendo en un fregado de tres pares pero que olé mis cojones si el órdago acababa resultando.

—Pues lo puso en la mesa uno de los padres.

—¿Quién?

—No sé cómo se llama —me encogí de hombros—. Uno delgado y calvo, con gafas y mirada de vicioso.

—¡Ah, ya sé quién! El padre de Lucía Ortiz —Bea sacudió la cabeza con asco—. Ése me ha hecho proposiciones más de una vez.

—Pues si supiera lo que he conseguido que quiera hacerme su hijita...

—Anda, chavalote… —me dio una palmada en la espalda—. ¿Es que ya no te bastan las niñas que tienes que has de seguir cazando?

—Oye, nunca está de más probar cosas nuevas. Además…

—¿Sí?

—Ya tengo a la chica ideal para organizarlo todo.

—¿Quién…? No, no será…

—Sí, ella.

Cristina Cobaleda, la depuesta reina de las orgías nocturnas. Mi gatita. Una intrigante nata. Le iba encantar estar al mando, tener a un montón de chicas bajo su control. Un control casi legal, además. Desde luego se lo pensaba presentar como un regalo, como una concesión a ella por ser quien era y porque confiaba en su juicio y su capacidad. En realidad era otra forma de tenerla atada y de que bailara como, cuando y donde yo quisiera. Claro que eso no iba a confesárselo a la susodicha.

Los días siguientes estuve enterándome de los papeleos, pues Bea había dicho que no pensaba ayudarme. Y, la verdad, yo tampoco quería que nadie metiese sus zarpas en aquel proyecto. Iba a ser todo mío.

Una vez enterado de los temas, hice llamar a Cristina a mi despacho.

En cuanto cruzó la puerta mi polla se desperezó. Mi gatita venía caminando con pasos cuidados, medidos, contoneando despacio las caderas. Las medias hasta la rodilla, los zapatos tan pulidos que brillaban. El bajo de la falda por encima del medio muslo, un poquito más arriba y se le verían las braguitas al andar. La camisa del uniforme, no sabía por qué, se apretaba en su pecho, haciendo que se le marcaran bien las formas de sus tetas. Y la corta melena rubia recogida en sendas coletas. Lamiendo una piruleta, Cristina iba de caza. Estaba echa toda una colegiala putita. A saber a quién (o a quiénes) había estado importunando y calentando para luego reírse de ellos.

—Dime, profe, ¿qué querías?

—Joder, vaya pinta de guarra —le solté—. Vente para acá.

—Voy, voy…

La niña medio se rió, conocedora del efecto que estaba provocando en mí. Se acercó despacio, juguetona, y sin decir absolutamente nada rodeó el escritorio, giró mi silla y se sentó a horcajadas sobre mí. Cuando levantó la pierna para subirse encima de mí se le vieron las braguitas. Esa ropa interior no era de colegiala, precisamente, sino de puta calientapollas. Hay una línea que separa la ropa interior de la lencería, y esas bragas la dejaban muy muy atrás. Pasó ambos brazos alrededor de mi cuello, puso su boca junto a mi oreja y me susurró:

—Dime, profe cabrón, ¿qué querías? —repitió.

Mis manos, como reacción, le cogieron del culo. Ella gimió de gusto y acercó su cara a la mía. Lamió mis labios, juguetona, y me dio un pequeño mordisco. La apreté contra mí y le metí la lengua en la boca. Sabía a piruleta de cereza. Eso me excitó aún más. Apreté su culo, empujando su entrepierna contra la mía. Sus gemidos en mi boca mientras nos besábamos eran gloria bendita. Mi polla empujaba contra su joven coñito sin que le importara la presencia de calzoncillos, pantalones, faldas y bragas. Joder, me hacía daño sólo de encontrarme en tal situación.

—¡Hmmmm…! ¡Hhhhmmmmmmm…! —gemía con pasión.

Se restregó contra mí, agarrándome del cuello con una mano y con la otra apretando las mías contra sus nalgas por encima de la falda. Se juntaba cada vez más a mí y yo acabé por sentir mis pantalones mojados. La guarra de la Cobaleda estaba muy mojada. Seguro que venía ya precalentada de a saber qué con quién, pero lo cierto es que no había sentido tal ansia por tirárseme encima desde la última vez con Elena Castrillo. Pero mientras que ésta me adoraba, la hija de puta de Crsitina me odiaba sin reservas. No dudaba en recordármelo cada vez que podía. Y ahora la tenía derritiéndosele el coño sobre mi entrepierna. Ver para creer.

Se levantó el vuelo de la falda y metí las manos por los laterales de sus braguitas. No llegaba a ser un tanga, pero casi. Apreté sus tiernas carnes, disfrutando del tacto, del calor y de los gemidos que se le escapaban de nuestras bocas. Su lengua jugaba con la mía, me mordía, me lamía. Mis dedos le abrieron las nalgas, encontrándose en medio con la mano de la niña. Se tocaba la entrada del ano con suavidad, acariciándolo para prepararlo. Yo no lo dudé e hice que se metiera directamente dos dedos dentro.

—¡AAHHHH! ¡Ohh, profeeeEEHHH…!

Comenzó a mover las caderas, restregando su entrepierna contra la mía mientras con sus dedos se abría el culo. Continué bajando hasta llegar a su coñito. Estaba tan húmedo que sus fluidos se escapaban, manchando la cara interna de los muslos y dejándome, seguro, los pantalones hechos un cisco. Separé más las nalgas y metí las puntas de mis índices entre los labios.

—¡Ahhhh…! ¡Síiihhhh…! ¡Aaahhhhh…!

Acaricié esos labios sin apenas pelo, sólo vello suave y escaso. Los acaricié por fuera, por dentro, provocándole tales gemidos que decidió dejar de besarme y sólo pegarse a mí. Su boca se derretía en jadeos contra mi oído.

—¡Cabróoonnn…! ¡Joder, sí…! ¡Ahhhhh…!

Introduje mis dedos dentro de su coño, abriéndolo para mí.

—¡AAAAHHHHHHHHH…! ¡Más dentroooOOOHHHH…!

Dos índices, dos corazones, la punta de los anulares. Prácticamente seis dedos abriéndole el coñito mientras ella misma se follaba el culo. Los crujidos de la silla apenas se dejaban oír con el ruido húmedo de sus agujeros siendo penetrados.

Y de repente la niña se corrió.

—¡¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH…!!

Empezó a temblar y a agitarse, dejándome sordo en el proceso. Noté su coñíto convulsionarse y por entre mis dedos comenzaron a resbalar goterones de fluidos vaginales. La abría aún más, sin duda provocándole algo de daño, pero a la chica le dio igual.

—¡¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH…!!

Creo que nunca la había visto ni oído correrse de un modo tan fuerte. Cuando finalmente las oleadas de placer cedieron y abandonaron su cuerpo, se quedó casi exánime. Tendida sobre mí, tuve que sujetarla para que no resbalase y cayese.

—Ca… cabrón… Te… t’odio, joputa…

Yo sonreí como un zorro en un gallinero, más complacido de mí mismo que un gato con un bol de nata. Saqué mis dedos de su interior provocándole algunos quejidos.

—Te… odio, profe. Mucho…

—No entiendo por qué, niña —le susurré mientras le masajeaba el culo con suavidad—. Te provoco tales orgasmos que cualquiera diría que te encanta estar conmigo…

—Me haces… me haces perder el… el control…

Me reí.

—Ya sabes quién manda, gatita…

—Sí… Sí, tú. Cabrón.

Se incorporó, separándose de mí pero sin levantarse de mis piernas. Sonrió con resignación, negando con la cabeza.

—Eres un cabrón, profe, y me haces tuya.

—¿No te gusta? —la piqué. Le di un suave azote antes de colocarle de nuevo esas bragas de zorra y de acomodarle el vuelo de su falda de colegiala.

—Me encanta —confesó—. Pero lo odio.

Me reí aún más y ella se acabó levantando. Gruñó. Todavía conservaba la piruleta.

—No te quejes, gatita, que mira cómo estoy yo.

Me dolían los huevos, me dolía la polla. Y parecía que me había meado encima. Menos mal que guardaba algunos pares de pantalones en el despacho. Teniendo en cuenta mi vida sexual en la escuela…

—Bueno, profe, ¿me vas a responder ya?

—Hmmm..—yo estaba distraído mientras buscaba prendas limpias. Me di perfecta cuenta de que los ojos de la niña no se separaban de mí mientras me cambiaba.

—Que qué querías de mí, joder…

—Esa boca, niña, que esto es un colegio de monjas.

—El que me haya acabado de correr encima de tus pantalones, profe —le llegó el turno de reírse. Agitó la piruleta contra mí—, le quita mucho peso a tu argumento, ¿sabes?

Le señalé las piernas.

—Bueno, tú tienes los muslos empapados, así que…

—¡Ja!

Separó las piernas y se pasó la mano por la cara interna. Recogió su propia humedad y, lentamente, se la llevó a los labios. Lamió sus dedos sin dejar de mirarme

—Yo no soy una de tus putitas imbéciles, ¿sabes?

—No, no…

—Pues eso.

Se limpió con la falda y volvió a meterse la piruleta en la boca. Se cruzó de brazos mientras esperaba a que, de una vez, contestase a su pregunta.

—Vale… —sacudí la cabeza y me senté en el escritorio—. Toma asiento.

Lo hizo. Pasó una pierna por encima del respaldo, enseñándome sus bragas mojadas, y se dejó caer.

—Habla, profe.

Le conté la historia. Al principio no dijo nada, sólo se quedó callada sin quitarme ojo. Se pasaba la piruleta de un lado a otro de la boca como un vaquero de las películas hacía con una colilla. No obstante se la notaba muy interesada.

—Y yo seré la capitana, claro.

—Ni lo dudaba.

—Bien. Tendré potestad para organizar a las chicas como me dé la gana…

—… siempre que respetes la peculiaridad de nuestra relación, gatita.

Ella torció el gesto pero acabó asintiendo.

—Hecho. Hablo en tu nombre siempre que tu nombre venga de las sombras, ¿no?

—Qué peliculero haces que suene, niña.

Sólo se encogió de hombros.

—Me encargaré del reclutamiento, las pruebas y el diseño del material —declaró—. Tú te encargarás del papeleo, profe.

—Claro.

—Bien.

—Bien —sonreí.

Y la cosa se puso en marcha.

En dos semanas tuve toda la documentación preparada y aprobada. Cristina había hecho una preselección de chicas, y cuando me presentó la lista no pude quedar más impresionado. Una veintena de chicas hermosas y dispuestas a lo que fuera por ser populares. Yo iba de sueño en sueño.

Luego le llegó la hora al uniforme. Cristina me dijo que iba a ser una sorpresa, y como yo ya estaba bien seguro de su lealtad, no indagué. Bueno, eso es mentira. Como tenía cámaras en el desván secreto y la chica se dedicaba allí a hacer sus cosas (aparte de sus proyectos de orgía que ahí seguía celebrando como una reina abeja en su colmena), no necesité hacerle ninguna pregunta. Ya me ocupé de grabarlo y visionarlo todo. Y la cosa prometía mucho. Verla hacer coreografías de animadora vestida sólo con unas braguitas y un top sin sujetador debajo me brindó unas estupendas pajas. Una vez hasta las visioné con mi polla dentro de la boca de Lucía Ortiz, quien seguía siendo la mejor

Una tarde de corrección de ejercicios se presentó en mi despacho. Llevaba ya ni sabía la de tareas fatalmente realizadas. Había llegado al punto en el que mis correcciones eran tan sarcásticas que estaba seguro de que nadie las pillaría. Me daba igual. La mayoría de los zopencos hijos de papá que iban a aquel colegio no sabían hacer la o con un canuto, pero cuando se graduaran tendrían la vida resuelta. Había muy poco grano entre aquella paja. A veces encontraba auténticas revelaciones, chicos o chicas que podrían marcar la diferencia. Pero lo normal era un desfile de gilipolleces vestidas de opiniones. Pero bueno, que me voy.

Cristina apareció aquella tarde. Estaba yo tan aburrido que tardé en darme cuenta de su presencia a pesar de haberla invitado a entrar. Tras el tercer carraspeo por su parte por fin levanté la vista.

Si como colegiala destilaba puro pecado, como animadora encarnaba la expulsión del Edén. ¿He dicho ya que le estaban creciendo las tetas?

—Ya veo que te gusta, profe.

Joder que si me gustaba. Camiseta ajustada más reveladora que otra cosa. Falda del corto exacto para intuir lo que ocultaba. Medias final hasta medio muslo, maquillaje inocente… y mascando chicle. ¿Los colores? Sí, los de la escuela, azul oscuro y blanco. Podía ir de naranja y verde a topos amarillos por lo que a mí respectaba.

—Cuidado que vas a levantar la mesa…

—Joder…

—Sí, eso.

Caminó hacia mí casi danzando, improvisando unos pasos que hacían que la falda volara y sus pechos bailaran. No quitaba los ojos de los míos y yo no sabía dónde mirar para no perderme detalle. Acabó subiéndose a mi mesa saltando sobre una de las sillas, parándose justo delante mío. Me sonrió con superioridad y se giró, dándome la espalda. Me di cuenta de que llevaba un tanga del mismo color que el uniforme. Se inclinó sin doblar las piernas hasta agarrarse los tobillos y se me quedó mirando. Con semejante visión de su culo en primer plano mi polla crecía. Tuve que acomodármela para que no me hiciera daño.

—¿Qué te parece?

—Impresionante, gatita —dije de corazón.

—Anda, sácatela —lo hice—. Y menéatela un poco. Hmmm —mientras yo le daba unos tientos a mi polla ella meneaba las caderas—. Me gusta cuando haces lo que te digo, profe.

—No te acostumbres.

—¿No?

Como una gimnasta experimentada se bajó de la mesa. No sé qué cojones de voltereta rara hizo, pero mi silla acabó un metro hacia atrás y ella de rodillas en el suelo, entre mis piernas.

—Mírala, cómo se pone tiesa cuando me ve —se rió. Me la cogió y jugueteó con ella—. No sé si debería.

—No me toques las pelotas —gruñí. Le agarré de la cabeza y la obligué a meterse mi polla en la boca—. Hmm… sí, así mejor.

—¡HHMMMMMMMPPPPFFFF! —protestó.

—Calladita… ohhh… calladita estás más guapa, gatita.

—¡Hmmmppff…! ¡Hmmpfff…! ¡Hhhmmmmmpppfff…!

—Sí, cómemela, joder…

La cogí de las coletas y la hice subir y bajar la cabeza. Ella se dejaba hacer. Le gustaba que la forzara, la excitaba mucho. Clavando sus ojos azules en los míos se dejó violar la boca. Sus labios apretaban lo justo. Era una buena feladora. Algo de saliva iba escapando de las comisuras de sus labios y caía en gotas por su barbilla. Seguía habiendo insolencia en su mirada, así que incrementé la velocidad.

—¡¡Hmmppff…!! ¡Hhmmpfff…! ¡¡Hmmppff…!! ¡¡Hhmmpppfff…!!

Mis pelotas golpeaban contra su barbilla en lo que ella acomodaba la boca para no hacerse daño. Algunas lágrimas saltaron de sus ojos, cayendo y mezclándose con la saliva. Me ponía supercachondo.

—¡Hhmmpfff…! ¡¡Hhmmpppfff…!! ¡¡Hmmppff…!! ¡Hmmpff…!

A punto notaba el orgasmo, a punto estaba de llenarle la boca de leche cuando…

...cuando llamaron con insitencia a la puerta.

—¿¡Hhhmmmppff…!?

—¡Joder, mierda!

La solté. Llamaron otra vez.

—¿Qué pasa? Ahh… —se masajeó la boca y se limpió la baba—. ¿Esperas… esperas a alguien?

—¡No, mierda! —contesté. Me iba a levantar cuando reparé en mi empalme—. Vete a ver quién es, anda.

Cristina se levantó, le dio una palmadita a mi polla y se dirigió hacia la puerta contoneando las caderas. Abrió solo una rendija, miró, me miró y se rió. Abrió al puerta de par en par y volvió hacia mí.

—Tienes visita, profe…

Mientras la rubia se arrodillaba de nuevo entre mis pierna para continuar donde lo había dejado, yo me quedé mirando el umbral: allí estaba Iris Yuan.

—¡Hmmpfff…! ¡Hhhmmmmmpppfff…!

—Ehh… ¿p-profe...?

—¡JOOder…! ―qué bien la chupaba―. Que quieres polla, ¿no?

La chinita quería polla.

Tardó en asentir, y cuando lo hizo se había puesto colorada. Había venido caliente, pensando que estaría yo solo, se encontraba con que estaba acompañado y ahora se mostraba tímida. Se notaba que quería acercarse, pero también que quería salir huyendo.

—¡Hhhmmmmmpppfff…! ¡Hhmmpf…!

Cristina continuaba comiéndomela. Despacio, metiéndose toda su extensión dentro hasta que sus labios tocaban mi pubis. Luego se la sacaba hasta el glande. Y vuelta a empezar.

—Ven, chinita. —ordené.

La niña obedeció. Se veía adorable con su uniforme. Mientras que Cristina parecía una zorra calientapollas, la otra niña se veía inocente y pura. Todo falso, claro. Iris ya había probado las mieles del sexo y le estaban encantando. Por lo que me había dicho Bea, casi no había dejado integrante del equipo de voley sin probar. Incluso ella misma se lo había montado con la niña tras un entreno.

—¡Hmmppffff…! ¡Hhhhmmmmmpppffffff…!

—Vamos… vamos, ven…

Se acercó con pasos lentos, con las manos unidas delante la falda, tímida y deseosa a la vez, siempre mirando cómo Cristina mamaba. En cuanto llegó metí mi mano por debajo de su falda y la agarré del culo. Ella gimió y yo apreté sus nalgas, buscando el borde de sus braguitas y colándome dentro. Temblaba.

—¿Te gusta ver a la señorita Cobaleda comiéndome la polla?

—¡Sí…!

—¡Qué entusiasta! ¡Hmmm…! Lo hace bien, la jodía…

—¡Hmmmpff…! ¡Hhhmmmpff…! ¡Hhmmmmpppfff…!

Acaricié la carne suave, explorando, hasta que noté la humedad de su entrepierna. Sin duda alguna ver a la Barbie del colegio en plena faena le estaba poniendo cachondísima.

—Vamos, acompáñala…

No dudó. Se arrodilló junto a Cristina y la miró. La gatita se sonrió y se sacó mi polla de la boca. Le caía saliva a chorretones por la barbilla. De hecho seguro que el tapizado de la butaca estaba más que calado.

—Toma, guapi. Serás lesbi, pero esto es la hostia.

La tomó con suavidad de la nuca y le dirigió la boca hasta mi polla. Iris abrió la boca con duda, como pidiéndole permiso a Cristina.

—Venga, adeeeentro… Así, muy bien…

—¡Hhhmmmmmpppfff…!

—Eso, despacio. Saliva más… Con los labios, sí. Usa la lengua…

Al principio la chinita me comía el tercio superior de la polla. Después ya con más entusiasmo empezó a meterse más longitud. Cerró los ojos y se dedicó al trabajo.

—Te mola, ¿eh, profe?

—No es mala, no…

—Bueeeno, eso se puede arreglar.

Empujó su nuca hasta el fondo, haciendo que mi polla se introdujera dentro de Iris por completo. La niña abrió los ojos, sorprendida, pero no intentó detener a la otra.

—¡¡HHHHHHHMMMMMMMGGGGLLLL…!!

—¡Ohh, sí…!

—¿Ves, profe? —empujó más. Iris aguantó una arcada—. Garganta profunda en su primera vez. Como debe ser.

—¡Hhmmmgll…!

—Creo que la voy a ayudar…

Cristina se levantó, se colocó detrás de Iris y la tomó de la cabeza. Con cuidado al principio, le hizo levantarla. Y después volver a bajar hasta el fondo.

—¡Hmmmpfff…! ¡Hhmmmgll…!

—Muy bien, guapi…

—¡Hhmmmppfff…! ¡Hhmmmggll…!

—Lo hace… muy bien…

—Ya lo creo, ¡una campeona!

Entonces Cristina comenzó a quitarse la camiseta del uniforme. Me quedé mirando cómo se desnudaba los pechos. Debajo de la prenda llevaba un top muy ceñido. Sí que le habían crecido las tetas desde que empecé a follármela. Las liberó y tiró la ropa por ahí. Empezó a tocárselas y a pellizcarse de esos pezoncitos pequeñitos que tenía.

—¿Estás cachonda, gatita?

—Joder, como una perra en celo —confesó—. Ver a esta… a esta guarra comértela me está poniendo a cien…

—Pues… hmmm… pues ponla a tono…

Cristina se agachó y, cuando Iris tuvo mi polla fuera de la boca, la atrajo hacia sí. La dio un morreo de campeonato. Las manos de la chinita fueron inmediatamente hacia las tetas de Cristina, sin duda un objetivo que la niña tenía en mente desde hacía tiempo. Las agarró con fuerza. Gimieron juntas. La rubia comenzó a desabrocharle la camisa. Para cuando las tetitas de Iris estuvieron fuera, la boca de Cristina se pegó a uno de los pezones comenzó a lamerlo y mordisquearlo.

—¡¡Aaaahhhhh…!!

—¡Hmmmm…!

Yo empecé a cascármela despacio para que no perdiera fuelle. Ver a esas dos bellezas darse el lote con pasión era todo un espectáculo. Ambas tenían los rostros colorados y la respiración agitada. Se comían la tetas por turnos, se besaban, se lamían. Tenían todo el torso cubierto de la saliva de ambas.

—Y ahora, ¡sigue comiéndosela al cabrón del profe, puta!

Prácticamente le ensartó la boca con mi polla. Volvió a obligarle a metérsela hasta el fondo, sólo que esta vez más deprisa. Mucho más deprisa.

—¡¡AAAGGGGGLLL…!! ¡¡AAAAGGGLLLLLL…!!

La chinita ni siquiera podía cerrar la boca. La polla se metía dentro de Iris con violencia, violándola repetidamente. Cristina sonreía como una posesa, encantada de obligar a la otra chica a comérmela. Se llevó una mano a la entrepierna, desabrochándose la falta y apartándose las bragas. Su coño estaba rojo e hinchado. Los fluidos le caían por los muslos y le empapaban las medias.

Yo sentía que me iba a correr. Cristina se dio cuenta y apartó a Iris de ahí.

—¡Déjame a mí! —le exigió—. ¡La leche de este hijo de puta es mía!

Se metió mi polla dentro y empezó a mamármela deprisa, casi ordeñándome. Yo me agarré a los apoyabrazos y sentí que explotaba. Ráfaga tras rásfaga mi leche salió disparada dentro de la boca de Cristina. Llevaba un par de días sin hacerme una buena paja, así que tenía semen a espuertas. La niña no se lo tragó, sólo lo fue acumulando hasta tener la boca llena. Después se separó de mí y se volvió hacia Iris.

La niña se asustó cuando la gatita le agarró de la cara para obligarle a besarla. Juntaron sus bocas e intercambiaron un largo beso. Cristina le metió mi leche dentro. Una mezcla de baba y semen caía de sus bocas y les manchaba los pechos. Iris no se arredró y le agarró a la otra de la cintura, devolviéndole el beso y la leche. Estuvieron intercambiándose la mezcla un rato, dejando que cayera por sus barbillas y cuellos hasta llenarles las tetas y los vientres.

Cuando terminaron las miré con orgullo. Ellas se sonrieron, despeinadas y sucias y me devolvieron la mirada.

—Muy buenas chicas…

—La mejor mamada que has tenido, cabrón, ¿verdad?

—Casi, casi… pero...

—¿Perdón?

—Todavía falta algo.

Me levanté y las insté a que me imitaran. En cuanto se levantaron las agarré del culo, metiéndoles los dedos entre las nalgas (por entre las bragas a Iris, directamente a Cristina).

—Ahora viene cuando os follo a las dos.

—¡Ja! Te falta fuelle para eso —se revolvió la Barbie. Me agarró el miembro fláccido y lo agitó—. Estás viejo y no aguantarías otra ronda.

Sabía que me estaba provocando. Es lo que ella quería. Quería que las tomara por la fuerza. Era lo que a ella le ponía. Le seguí el juego.

—¡Póngase contra la mesa, señorita Cobaleda!

—¿Te vas a poner en plan “profe”, profe?

—¡Obedece!

La di la vuelta y la empuje. Cayó sobre la madera cuan larga era. Tenía su culo a mi disposición, así que lo azoté.

—¡¡AAAYY!!

—Hay unas simples reglas, señorita Cobaleda.

—¡¡AAAAAYY!!

—Y las obedecerá.

Le había dejado las nalgas rojas. Sus piernas temblaban. Me giré hacia Iris. La niña estaba asustada.

—Busque en el cajón del medio, señorita Yuan —le ordené—. Coja el más grande, el doble.

La niña se inclinó para abrir el cajón del medio de mi escritorio. Ahí guardaba algunos juguetes. La mayoría me los había regalado Bea. Los había muy normalitos, pero también los había muy… peculiares.

Yo aproveché la coyuntura para levantarle la falda a Iris y arrancarle las bragas.

—¡¡AAAYYYY!! ¡Profe...! —se quejó. La azoté con fuerza y se calló.

—Silencio y obedezca, señorita Yuan.

El culo de la niña temblaba. La marca de mi mano empezó a hacerse visible. Tenía la piel muy sensible, la chinita. Le separé las nalgas para verle bien el ano y el coñito. La guarrilla seguía manteniéndose la entrepierna bien depilada. Sus agujeros estaban rojos de excitación. Por sus piernas bajaban chorretones de fluidos. Los labios vaginales estaban hinchadísimos.

—¿¡Qué vas a hacerme, cabrón!? —exigió saber Cristina—. ¿¡Vas a dejar que esta puta de tres al cuarto me viole —se azotó a sí misma— cuando en realidad quieres hacerlo tú!?

Alargué la mano y volví a azotarla. La gatita medio se quejó medio se rió. La metí los dedos dentro del coño de una sola vez. El índice y el corazón.

—¡AAAAAAHHHH...!

Y después el pulgar por el culo.

—¡¡AAAAAAHHHHHH…!!

—A ver si aprende, señorita…

Estaba apretada y lubricada, como debía ser. Apreté más para hacer que gritara. No me decepcionó. La encantaba que la tratara así.

—¿Es... es éste, profe?

Volví a prestarle atención a Iris. La chinita había sacado el que yo quería. Un arnés para mujer con dos pollas al frente, una enorme y gorda y otra más pequeña aunque tampoco desdeñable. Tenían venas marcadas y el tacto suave del buen látex. Las correas eran de cuero suave y en la parte interna tenía una sorpresita: una bala vibradora de potencia regulable y por control remoto. Las pollas también vibraban al ritmo de la bala. Era un prodigio de chisme.

La cara de la niña era todo un poema. Se la veía asustadísima de tener que usar eso. No le quedaba claro si las pollas iban a empalarla a ella o no. Me miró con miedo. Le acaricié el culo con suavidad. La atraje hacia mí y le sobé las tetitas empapadas con cuidado.

—Tranquila, señorita Yuan —tironeé de sus pezoncitos hasta hacerla gemir—. Esto es para enseñarle modales a la señorita Cobaleda.

La cual se había quedado de piedra al ver el cacharro. Me miró con aprensión y sorpresa.

—Sí, señorita. Tanto faltarme al respeto tiene sus consecuencias.

—P-pero…

—¡Silencio! —la azoté—. Empiece a tocarse y a lubricarse bien porque este aparato no tiene misericordia de los coñitos y culitos apretados.

Ella empezó a masturbarse con dedicación, miedo y sí, excitación. Muy pronto se veía con ese pollón gigante dentro del coño y con el otro dentro del culo. No iba a quedar decepcionada.

—Y usted, señorita Yuan, abróchese esto.

La ayudé a ponérselo y ajustárselo, y de paso le metí mano todo lo que pude. Su coñito chorreaba y estaba bien abierto, deseoso de hacer lo que tuviera que hacer.

—¿Le gustaría follarse bien follada a la señorita Cobaleda?

—¡S-sí! —contestó—. Ella es…

—¡Un jodido sueño para ti, guarra de mierda! —cortó la otra con insolencia. Se ganó un nuevo azote—. ¡¡AAYYYY…!!

—Parece que la señorita Cobaleda está dispuesta —aseguré. Conecté el modo vibrador.

—¡AAHHHHHHHH…!

Iris casi se dobla de la impresión.

—Tranquila, señorita —la cogí con suavidad y la puse delante del culo de Cristina. Las pollas temblaban apuntando a los agujeros de la niña.

—¡Vamos! ¡¡FÓLLAME!!

—Dicho y hecho, señorita…

Pero lo que no sabía la jodida guarra era que los pollones podían intercambiar su posición. Los hice girar y el gordo apuntó directamente a su culo, con el otro justo delante de su coño. Me sonreí y empujé con suavidad pero insistencia a Iris, quien se dejó hacer, pues todavía no acababa de controlar lo de la vibración.

En cuanto ambos glandes de látex tocaron sus entradas, Crsitina gimió de gusto.

—¡Ohhhhh, sí…! ¡Vamos, zorra de mierda, méteme esos…! —y entonces reparó en los tamaños intercambiados—. ¡¡Espera, qué…!!

—¡Empuje, señorita Yuan!

—¡¡Espera, cabróooOOOOOAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH…!!

El enorme pollón se introdujo en su culo con suavidad, aunque con resistencia. La niña había hecho un buen trabajo lubricándose, pero continuaba teniendo un agujero estrecho. La niña golpeó la mesa con fuerza varias veces.

—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH…!!

Iris se agarró de las cadera de Cristina y empujó más fuerte. El otro consolador entró en el coñito de la Barbie, haciendo que gritara aún más. Sin duda debía estarle doliendo una barbaridad. Ya se acostumbraría.

—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH...!!!

—Continúe empujando, señorita —le susurré a Iris. La niña aguantaba los gemidos como una campeona. Me coloqué detrás de ella—. Espere que la ayudo.

Empujé con ella. Mi polla se coló entre sus piernas. La vibración era bastante fuerte. Sin duda alguna la niña debía estar viendo las estrellas. Sudaba, eso sí lo veía con claridad, y su rostro estaba contorsionado en una mueca mezcla de placer y concentración.

Por fin entró todo lo que tenía que entrar.

—¡¡AAAAAAAAHHHHH…!! ¡Aaaahhhhh…!

—¿Mejor, señorita Cobaleda?

—¡Cab-cabrón…! —jadeaba—. ¡J’putaahhh…!

Mi polla se había vuelto a empalmar entre los muslos de Iris. Normal, con la situación en la que me encontraba, con aquellas dos zorritas cumpliendo mis deseos sin dudarlo.

—¡Muy bien, señorita Cobaleda! ¡Ahora será follada por la señorita Yuan!

—¡Me está… me está destrozando el culo, joder!

—Sí, y más que le va a destrozar. Va a ser violada por un pollón gigantesco, señorita. Aunque —rectifiqué—, quizá no sea violación, ¿verdad?

—¡¡No!! ¡Quiero… quiero que lo hagas, cabrón!

—No soy yo, señorita. Es la señorita Yuan…

—¡¡Fóllame de una puta vez, zorra!!

—Ya ha oído, señorita…

—S-sí, profe. Eeessss… es difícil… Yo… aahhhhh…

—¿Quiere que le ayude, señorita?

Saqué la polla de entre sus piernas y me la toqué un poco para prepararla. Estaba mojadísima.

—Sí, p-por favor. Yo… yo, joder… Ahhhhhhh…

—Como usted pida, señorita Yuan.

Puse mi polla en la entrada de su culo. La niña tembló y me miró. No había miedo, sólo deseo. Quería que lo hiciera. Clavó su mirada en mis ojos y me lo pidió.

—¡P-por favor, profeeeEEEEEEEAAAAAAAAAAAHHHHHHH…!

Su culito, estrecho y virgen, se abrió a mi polla sin ninguna dificultad. Entró enseguida. Estaba apretada, sí, pero tan cachonda que se relajó inmediatamente para facilitarme el acceso. Empujé hasta que estuvo del todo dentro.

—¿Bien, señorita?

—¡S-sí, profeaahhhh…! ¡Duele, pero… p-pero… ahhhhh!

—¡¡DEJAD DE HACER EL... AHHHHH… IMBÉCIL Y FOLLADME YA…!!

Agarré bien las caderas de la chinita. Ella puso sus manos sobre las de Cristina. Empecé a sacarle la polla de su culo, y ella como reacción sacó los vibradores de dentro de la Barbie.

—¡AAAAAAAHHHHH…!

—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH!!!

Entonces empujé con fuerza. La reacción de Iris no fue inmediata, así que mis caderas chocaron contra ella y ella como respuesta empujó a Cristina. Gritaron.

—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!

—¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!

Yo me sonreí y empecé el juego.

Me follé el culo de la chinita con gusto, y más aún sabiendo que cada uno de mis movimientos repercutía en la gatita. Ambas gritaban, la rubia mucho más que Iris. Su culo estaba siendo abierto con brutalidad y sin descanso por mis movimientos y los de la otra niña. Su coñito debía estar disfrutando, pero seguro que a su ano, al menos al principio, le estaba costando acostumbrarse a la anchura del consolador. A mí me daba igual. Que sufriera. Es lo que ella quería, que la tomaran con violencia. Le gustaba ser violada y yo me iba a encargar de que eso pasara cada vez que lo hiciéramos.

—¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!! ¡¡AAAAHHHHHHHHHHHHH…!!

—¡¡¡JOOOODDDEEEEEEERRRRR...!!! ¡¡AAAAHHHHHHHHHHHHH!!

Mi polla disfrutaba como no lo hacía desde algunas semanas. El culito de Iris era tal y como me lo imaginaba, tal y como era ella: estrecho, fino, suave, dispuesto. Notaba perfectamente la vibración del aparato que llevaba puesto, y notaba cómo su cuerpo temblaba de placer con cada arremetida. La notaba al borde del orgasmo, así que me apliqué para llevarla allí aún más deprisa. Me incliné más y le acabé agarrando de las tetas. Le cogí los pezones y tiré de ellos, usándolos como anclaje para mis arremetidas en su culo. Sus gritos se intensificaron hasta hacerse casi tan fuertes como los de Cristina.

—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!

—¡¡¡AAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!!! ¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHH…!!

La gatita parecía que ya tenía el culo bien acostumbrado. Sus gritos fueron bajando de intensidad aunque no de volumen. El placer le ganaba puestos al dolor a pasos agigantados. Su brutal sodomización acabó llevándola a extremos inexplorados de placer.

—¡¡SÍ...!! ¡¡¡SÍ…!!! ¡¡AAHHH!! ¡¡MÁAASSS…!! ¡¡AAAHHHHH…!!

―¡¡AAAAAAAAHHHH…!! ¡¡AAAAAAAHHHHHHHH…!!

Iris se aferraba a Cristina con desesperación y Cristina se aferraba a la mesa casi con ira. Gemían y gritaban como dos putas bien entrenadas, sólo que ellas lo hacían porque verdaderamente disfrutaban, porque el placer que sentían era tan intenso que casi las desmayaba.

―¡¡JODER!! ¡¡AAHH...!! ¡¡FÓLLAME…!! ¡¡MÁASS!! ¡¡MÁAAAASSS...!!!

―¡¡AAAHHH!! ¡¡ME…!! ¡¡MECORRROOOOAAAHHHH…!!

Iris empezó a agitarse. Tembló y se convulsionó sin parar de gritar. Dejó de moverse y yo redoblé esfuerzos para compensar. No iba a permitir que mi gatita dejara de ser follada sólo porque la chinita alcanzara el clímax.

―¡¡AAAHHH…!! ¡¡NOPARES!! ¡¡MÁASSS…!! ¡¡AAAHHHH…!!

―¡¡…!! ¡¡…!! ¡¡…!!

Con Iris semiinconsciente, su culo se relajó aún más. Lo penetré cada vez con más fuerza. Quería correrme dentro suyo cuanto antes. Noté sus fluidos escaparse de su entrepierna y correr por mis propias piernas. Sus medias y zapatos debían de estar tan calados como si hubieran pasado por un aguacero. Apenas respondía. Mi polla la follaba y su culo, distendido por completo, no hacía nada por impedir que lo empalara hasta las pelotas.

Y Cristina…

―¡¡SIGUEEHH…!! ¡¡DESTRÓZAMEEHH…!! ¡¡FÓLLAMEEEHHH...!!

Cristina disfrutaba sintiendo su culo destrozado y su coñito salvajemente penetrado. Me la follaba a través de Iris, la controlaba y la dominaba a través de la otra niña. Eran mías, cada una a su manera. Ambas unas putas, unas guarras deseosas de que me las follara cuando y donde me diera la gana.

―¡…! ¡…!

―¡¡AAAHHHHH…!! ¡¡¡YACASIIIHHHH…!!! ¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHH…!!

Y por fin acabó corriéndose. Se retorció todo lo que pudo, lo cual no fue demasiado porque tenía dos cuerpos encima y dos pollones rellenándola. Se descargó de ira y placer con tal intensidad que casi temí que apareciera la mitad del colegio a ver a quién estábamos matando.

Por suerte para mí, las paredes eran tan gruesas y a aquellas horas de la tarde había tan poca gente que podía hacer y deshacer lo que quisiera.

―¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH…!!

―¡Vamos, puta, córrete más! ―la increpé, azotándola una y otra vez mientras los consoladores la seguían rompiendo.

―¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHH…!! ¡Aaaaaaahhhhhh…!

Poco a poco fue remitiendo. Acabó tendida y, como la chinita, semiinconsciente. Pero ni ella era Iris ni yo iba a terminar así. Me separé deprisa de la niña, quien apenas se quejó al sentir mi polla saliendo del todo de su culo. Desconecté el vibrador y suspiró. La separé del trasero de Cristina, quien sí se quejó con fuerza. Quedó tendida sobre la butaca, y dejé de hacerle caso. Me concentré en la gatita, con quien no había terminado para nada.

Le di la vuelta. Se dejó. Le abrí la boca y le metí la polla sin miramientos, directa desde el culo de Iris. Se la metí hasta el fondo y le agarré de la nuca con una mano y de la cabeza con la otra. No recuerdo si protestó.

―¡Hhhggllll…!

Empezé a follarme su boca deprisa. Instintivamente apretó labios y acomodó la lengua al movimiento. Restos de saliva manchados del culo de Iris salieron por las comisuras de sus labios y resbalaron por su cara.

―¡¡Hhhggllll…!! ¡HHHGGLL…! ¡Hhhggllll…! ¡Hhggggllll…!

Consiguió reaccionar y poner sus manos sobre mis caderas, no sé si para intentar detenerme o para encontrar un lugar de apoyo. Yo seguí embistiéndola, llenándole la boca con mi polla y pronto también con más leche.

―¡Hhhggllll…! ¡Hhggggllll…! ¡HHHGGLL…! ¡¡Hhhggllll…!!

Las lágrimas le corrían a ríos, cayéndole por las mejillas, por la barbilla, juntándose a una mezcla de saliva, fluidos vaginales, anales y líquido preseminal. Sus tetas, empapadas, chocaban entre sí son un golpeteo húmedo y rítmico.

―¡HHHGGLL…! ¡Hhhggllll…! ¡Hhggggllll…! ¡¡Hhhggllll…!!

Y acabé por correrme. Pensé que no me quedaría más semen, pero me equivocaba. Mi polla tembló con fuerza, mis cojones casi se estrujaron y exprimieron para sacar toda aquella leche y llenarle la boca a aquella zorra con tal fuerza y hasta le salió por la nariz. No paré hasta que me quedé casi seco. Entonces la solté.

Cayó hacia adelante, de rodillas, resbalando hasta quedar sentada, tosiendo sin acabar de recobrar la consciencia. Se había tragado la mayor parte de mi corrida, pero no toda. Parte todavía se le escapaba de la boca. Estaba llena de todos los fluidos posibles en el sexo. Acabó tendida en el suelo, justo junto a Iris. La chinita se había resbalado de la butaca. Le desaté el arnés y lo dejé por ahí.

Vaya orgasmo tuve. De los mejores. Me quedé mirando a los dos niñas. Sucias, mojadas, abiertas, semidesnudas. Su piel con las marcas de sus mordiscos y de mis azotes. Despeinadas, jadeando y sin recuperar el control de sus cuerpos. Cada vez que una se movía, la otra reaccionaba y se quejaba. Cristina tosía un poco. Iris contraía las nalgas por el esfuerzo.

Sonreí y me agaché. Le separé las piernas a Cristina a pesar de sus protestas. Tenía el culo tan abierto que incluso en aquel instante podría haber alojado dos o tres dedos sin hacer fuerza. No había restos de sangre, sólo de fluidos sexuales. Tenía el ano tan rojo como el coño, eso sí. Se los acaricié con suavidad. Apenas se movió.

Cogí la mano de Iris y la puse sobre las nalgas de Cristina. Después fui a comprobar el estado de mi chinita. Tenía la falda destrozada, empapada y manchada de todo. Su culo se había cerrado, sorprendentemente. Estaba muy rojo, pero no parecía haber sufrido daños. Cogí la mano de Cristina y la coloqué sobre el culo de Iris.

Perfectas.

Mirá hacia donde tenía instaladas las cámaras.

Cuando repasé los vídeos les mandé una instantánea a ambas reflejando aquel último momento. Abrazadas la una a la otra, agarrádose los culos, sus tetas embadurnadas y la saliva y el semen cayendo de sus bocas.

No sé qué haría Iris con aquella foto, pero sé de sobra que Cristina la llevó en su bolso durante años.