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Candela

en Lésbicos

Amelia permanecía sentada frente a la barra de aquel pub. Tranquila, bebía del vaso de ron con cola que se acababa de pedir, disfrutando del embriagador poder que el alcohol poseía. La música sonaba suave y las animadas voces del resto de personas sonaban con intensidad, dándole un toque animado al ambiente. Miró a su alrededor, observando como todo el mundo se lo pasaba bien. Veía pequeños grupos de gente hablando animadamente en las mesas. También había algunas parejas, lo cual le generó un pequeño malestar. Volvió la vista a la barra y decidió tomar un poco más de su bebida para conseguir serenarse. El camarero pasó por su lado, obsequiándole una simpática sonrisa que ella le replicó. Volvió a mirar a su alrededor, notándose algo más alborotada de lo que deseaba. Se sentía bastante intimidada por todo aquel lugar, por más que intentase no estarlo.

La chica de veintisiete años de edad se encontraba en aquel pub con intención de ligar con alguien esa noche. Llevaba tiempo sin hacer esto, pues había estado en una relación con un chico por seis años y ahora no sabía cómo atacar. O al menos, había perdido práctica. El camarero le preguntó si quería algo más, pero ella le dijo que no hacía falta. Por un momento, se lo quedó mirando, sopesando la posibilidad de intentarlo con él. Era agradable y guapo, no lo consideraba mala opción, aunque luego se dijo que el pobre trabajaría por toda la noche y no pensaba esperar tanto tiempo, así que lo descartó. Frustrada, apuró lo que le quedaba de la copa y siguió vigilando el local, a la espera de detectar alguna presa.

El tiempo pasaba y por más que buscase, no hallaba a alguien ideal. Todo hombre que veía, o bien iba con su novia o con su grupo de amigos. Pensó en dejar que ellos se acercasen, pero tampoco le apetecía verse rodeada de babosos. Pidió al camarero otro ron con cola. Era lo único que bebía cuando salía de fiesta y se había acostumbrado tanto a su sabor que ya nadie la sacaba de ahí. Se había convertido en una persona de costumbres y rutinas, algo normal tras su largo noviazgo, y pensaba que el único modo de liberarse sería con algo rompedor y fuera de lo común.

Bebió con profusión, deseando que el alcohol la ayudase a sobrellevar mejor esta aciaga noche, cuando escuchó como alguien se sentaba a su derecha. Aun sosteniendo el frio y tambaleante vaso en su mano, Amelia se giró, interesada por ver quién sería su acompañante. Fue entonces cuando todo su cuerpo se paralizó. Ante ella, tenía el par de ojos más hermosos que jamás había visto. De color verde claro, la observaban con grata curiosidad. Quedó muy impactada ante tan increíble hallazgo, pero lo peor, no era eso. Lo que más le importunaba era a quien pertenecían tan arrebatadores orbes. Su dueño era una mujer.

—Muy buenas —saludó, derrochando mucha simpatía—. ¿Te importa si me coloco aquí?

No le dijo nada. Seguía hipnotizada ante la hermosa visión que emanaba de tan increíble dama. ¿Por qué estaba así? Nunca había mostrado el más mínimo interés en el sexo femenino y, de repente, no le quitaba el ojo a esa chica que recién acababa de aparecer. Mientras seguía admirándola sin reparo alguno, la recién llegada saludó con encanto al camarero, quedando muy impresionado al verla

—¿Que desea? –preguntó el hombre, también obnubilado ante la seductora belleza de la nueva clienta.

Ella se volvió hacia Amelia, quien seguía incrédula mirándola.

—Pónganos un par de wiskis con Ginger Ale a mi nueva amiga y a mí —le pidió con un hilo de voz que no podía sonar más provocativa.

Amelia quedó un poco atemorizada al ver como la desconocida se refería a ella. La miró avergonzada y sin saber que decirle. Su acompañante, por el contrario, se mostró muy simpática, obsequiándole con una perfecta sonrisa curva que dejaba entrever su dentadura blanca.

—Me llamo Candela —se presentó.

La chica vio como extendía su mano y pese a sus enormes reticencias, se la estrechó. Enseguida, tembló al notar la calidez que emanaba de su piel y la delicadeza con la que sostenía la suya mientras la apretaba.

—Yo…yo…me llamo Amelia.

La forma tan torpe en la que lo dijo divirtió a Candela, quien no pudo evitar reír. Ella, por su parte, no podía estar más abochornada ante tan vergonzosa presentación. Cuando vio cómo su nueva “amistad” dejaba de divertirse a su costa, siguió tensa.

—Amelia, que nombre más bonito —expresó con mucha alegría la mujer—. En francés sonaría como “Amelie”, muy elegante. ¿Te gusta que te llamen así?

Aún comida por la vergüenza, se limitó a responder con un leve movimiento de cabeza de lado a lado.

—Vale, no pasa nada. ¡En español también suena muy bonito! —Aquella chica destilaba euforia y carisma por los cuatro costados cada vez que hablaba—. A mí me puedes llamar Candi, si lo deseas.

Tan solo se limitó a asentir. Parecía estar fuera de sí, como si la realidad en la que se hallase sumida hubiera sido pulverizada ante la rotunda aparición de tan impresionante fémina. El camarero apareció en el oportuno momento para traerles las bebidas, interrumpiendo sin querer tan mágico como tenso momento.

—Pruébala —le dijo Candela o “Candi” mientras cogía su copa.

Amelia se volvió y cogió el vaso de boca ancha y tallo alto en cuyo interior se apreciaba un líquido de color dorado muy brillante bajo la luz. Nunca había probado nada parecido, pero aun así, decidió darle una oportunidad. Le dio un sorbo y enseguida, notó el sabor entre dulzón y amargo que tenía la bebida. Tenía ese toque característico a alcohol fuerte, pero con la sensación burbujeante de las bebidas gaseosas. Le parecía extraño y atrayente a la vez.

—¿Te gusta? —le preguntó de una manera que solo podía entender como seductora.

Al principio, no supo que decir. Aquella bebida era algo nuevo para ella, como también lo estaba representando esta nueva experiencia. No entendía porque le estaba dejando cancha a esta misteriosa mujer y lo que más le perturbaba era que su forma de actuar denotaba una clara intención de seducirla. De forma sutil, elegante y paciente, la enigmática Candela la estaba tentando. Lo sabía y lo peor, era que la estaba dejando jugar a su aire.

—Está bien —terminó por responder, un poco alterada.

La sonrisa que reflejaba Candela no podía ser más hermosa. Como también lo era la larga melena rizada de color roja intensa que poseía. Varios cabellos en espiral le caían por encima de sus desnudos hombros y pudo notar el fuerte contraste de la bermeja cabellera con la palidez de su piel. Sin ninguna duda, era toda una belleza de mujer la que tenía delante.

—El sabor del gin tonic le da un toque dulce al agrio gusto del whisky —le describió—. Lo convierte en una bebida suave y potente a la vez.

Ella no perdía atención de lo que le explicaba. Pareciera que cuando hablase, la dama de ardiente pelo rojo hiciera parar el mundo entero con tan solo una mirada. Estaba absorta en ella y ni se percataba de lo que le decía.

—¿Que hace una chica como tú tan solita aquí? —le preguntó con cierta coquetería.

Cuando escuchó aquella cuestión, Amelia se sintió un poco descolocada. Notaba su penetrante mirada de ojos verdes sobre ella como si la presionasen. Nunca antes se había sentido de ese modo, ni siquiera frente al hombre con el que había pasado. Con cierto temor, acabó por responderle.

—Había venido para ver si podía ligar con alguien. Llevo un tiempo sin salir o tener una cita.

Le sorprendió ser tan sincera. Con otra persona, nunca habría contado demasiado e incluso habría mentido, pero con Candela resultaba imposible hacerlo. Su presencia resultaba tan embriagadora y fascinante que no se podía resistir ni tan siquiera a engañarla.

—¿No pudiste venir con tus amigas? —dijo ella con bastante sorpresa.

—Ninguna podía —contestó Amelia ya con más normalidad. Cada vez se sentía más cómoda con aquella mujer—. Todas tienen novio y se las pasan con ellos.

—Y tú ya no tienes, por lo que veo.

Esa observación la inquietó bastante. No lo decía por establecer la situación en la que se hallaba, sino como si pretendiese especificar que se encontraba sola y a su merced. Estaba claro, iba a por ella.

—Cortamos hace poco —le informó, aunque no entendía a que venía contarle eso—. Lo dejamos hace unos meses. Me siento muy sola por ello y pensé en venir aquí en busca de compañía.

Parecía estar poniéndoselo en bandeja. No entendía por qué decía todo eso. Lo soltaba sin más, sin pararse a pensar en su significado. Como fuese, estaba dando resultado. Candi la miraba cada vez con mayor interés. Contempló como la mujer llevaba la copa a su boca y atrapaba el filo con sus carnosos labios, pintados en un rojo tan intenso como su pelo, dándole un buen sorbo. No podía ser más provocativa.

—Bueno, si tan sola de sientes, puedes venir a mi casa —le dijo sin ningún reparo la pelirroja—. No vivo muy lejos de aquí.

Amelia quedó paralizada en ese mismo instante. La tía no podía ser más descarada. Sugerirle ir a su casa sin más le pareció toda una ordinariez y desde luego, si fuera un hombre, le hubiese cruzado la cara y le habría dicho adiós en sus narices. Pero en este caso, no sería así. No entendía porque, pero a cada rato que pasaba, la atracción por aquella mujer era cada vez mayor. Se trataba de resistir, aunque de poco le servía.

—Yo…no se…que decir —intentó comentarle, pero se le trababa la voz.

Candela sonrió con humor y ternura. Acercó su mano a la de la chica y antes de que ella pudiera darse cuenta, notó como la cogía. El fino de su piel y el calor hicieron que su cuerpo entero se estremeciese. Cuando la miró, notaba un intenso brillo en sus verdosos ojos y una deslumbrante sonrisa en sus labios. Estaba espectacular.

—Tranquila, tan solo quiero llevarte a un lugar más apacible —explicó con calma—. Invitarte a un trago y charlar.

Nada de aquello podía ser más osado. Pese a tratarse de una propuesta inocente, Amelia sabía perfectamente lo que pretendía Candela. Y aun sabiéndolo, ella quería acceder. No comprendía como, pero le llamaba la atención todo aquello y la enigmática belleza de la pelirroja la había dejado muy impresionada. Temerosa, decidió acceder a la propuesta.

—Perfecto. Entonces, vámonos —le dijo la mujer encantada.

Iba a pagar al camarero, pero Candela se le adelantó. No solo por el whisky, sino por el resto de copas que había pedido. Se quedó muy sorprendida. Juntas, salieron del local y vio como la mujer se ponía a andar sin más.

—¡Espera! —la llamó—. ¿Es que no tienes coche?

La pelirroja se volvió para mirarla. Sus verdes ojos brillaban bajo la oscuridad de forma muy bonita. Eso volvió a estremecerla de nuevo.

—No te preocupes. Vivo cerca de aquí —contestó sin más.

Tras esto, volvió a caminar en dirección a su hogar. Amelia no quería quedarse atrás, así que corrió hasta llegar a su altura, aunque con algo de torpeza por culpa de los tacones.

Durante el trayecto, ninguna habló. Tan solo se limitaron a mirarse de vez en cuando, aunque cuando Amelia notaba los ojos de Candela posados sobre ella, la apartaba enseguida. La mujer se acercó un par de veces a su lado, pero no se mostró muy entusiasmada con ello. Llegaron al bloque de edificios donde vivía y entraron. Como ella había dicho, no vivía demasiado lejos.

Una vez llegaron frente a la puerta del piso, Amelia se detuvo. Se encontraba en el punto de no retorno. Lo que pasara aquí, cambiaría por completo, o al menos, era lo que se decía. Vio como Candela entraba y ella hizo lo mismo.

El piso de Candela era muy bonito. Primero había un amplio comedor y en la pared derecha había un pasillo que llevaba a su dormitorio, junto con el baño. En la pared izquierda empezaba otro que llevaba a la cocina y el patio. No era demasiado grande, pero para una persona estaba bien. Además, el salón era muy bonito. De color blanco, contrastaba de manera fuerte con los muebles oscuros, dándole un toque elegante e interesante al conjunto.

—Siéntate, ahora mismo vuelvo —le dijo Candela.

Ella miró la amplia estancia. En la parte derecha había una gran mesa rodeada de sillas y detrás, una estantería con varios objetos de cristal muy bonitos. Por lo visto, a Candela le gustaba coleccionar cosas así. En la izquierda, había dos sofás de cuero negro pegados uno a otro formando una L y frente a estos, una televisión de plasma. Detrás tenía otra estantería repleta de libros. Algo deslumbrada por lo que veía, Amelia no sabía qué hacer, aunque al final, decidió sentarse en uno de los sofás.

Se quedó esperando, disfrutando de la serenidad que se respiraba en el lugar, hasta que su anfitriona apareció de nuevo. Amelia tembló un poco al ver lo que traía. En una mano, llevaba una botella y en la otra, dos copas. Parecía más que dispuesta a que las dos pasasen un buen rato.

—En fin, espero que te guste el whisky que tengo —le comentó mientras se sentaba a su lado y abría la botella—. Es un poquito más fuerte que el Ginger Ale que hemos tomado, pero seguro que te encanta.

Le sirvió una copa y ella se la empezó a tomar. Enseguida, el fuerte sabor del whisky la golpeó con ganas. No tenía ese sabor dulzón que el combinado que había tomado antes, pero le parecía ardiente. Aunque no tanto como lo aparentaba Candela.

Las dos estuvieron bebiendo hasta que de repente, la pelirroja se levantó y puso dirección a una de las estanterías. Allí, había un aparato de música conectado a unos grandes altavoces que denotaban lo caros que resultaban.

—¿Te importa si pongo algo de música? —preguntó muy coqueta.

Amelia no supo en un principio que decirle, pero no tardó en responder que sí.

En ese mismo instante, comenzó a sonar una melodía acompasada y rítmica. Notaba como cada sonido se metía en su interior. Resultaba envolvente y relajante. Candela, o Candi, se sentó de nuevo a su lado, observándola con esos curiosos y cautivadores ojos verdes. Le resultaban perturbadores y a la vez, muy atrayentes.

—¿Te gusta? —Otra vez esa cuestión regresó con mayor fuerza, sin perder la elegancia con la que la mujer que lo decía—. Es rythm and blues. Es mi género musical favorito.

Tan solo se limitó  a sentir ante lo que ella le decía. Volvió a dar un sorbo a su whisky y lo acabó por completo.

—¿Te lo vuelvo a llenar? —le ofreció Candela, acercando la botella.

Estaba algo mareada. El whisky era más fuerte de lo esperado y con lo bebido antes, se encontraba un poquito ebria. Candi se dio cuenta de esto y la tomó entre sus brazos.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó con su suave voz.

—No, creo que debería de dejar la bebida por hoy —le respondió Amelia, cabeceando un poco.

Se sintió tambalear y por un momento, casi se cae. Entonces, notó como alguien la cogía con firmeza. Al volverse, notó que Candela la miraba de forma muy tierna. Eso le emocionó y aterró a partes iguales. Lo cierto era que así llevaba toda la noche.

—Tranquila, preciosa —le dijo con una calmada y muy erótica voz—. Recuéstate un poco.

Amelia se inclinó en el sofá y cerró sus ojos. Descansó tranquila mientras sentía como Candela acariciaba su pelo con suavidad. El toque resultaba tan relajante que no pudo evitar quedarse dormida. El sueño le iba venciendo poco a poco y por ello, decidió rendirse a él. Pero no lo hizo.

De forma repentina, sintió una fuerte presión contra sus labios. Algo suave y húmedo se restregaba contra ellos. Al principio, lo notaba extraño, aunque el dulce contacto la animó a dejarse llevar y se apretó contra esta que parecía querer devorarla. No pasó mucho rato cuando algo largo y húmedo se abrió paso por su cavidad bucal y horadó el interior, registrando cada palmo del lugar. La chica tenía bien claro lo que ocurría, alguien la estaba besando y la verdad, era que lo hacía muy bien. Siguió correspondiendo a aquel glorioso beso, disfrutando como nunca había hecho. Entonces, que cuando se dio de algo muy evidente. En aquel comedor solo había dos personas. Ella y Candela.

Abrió sus ojos de par en par y se encontró con los verdosos de la mujer observándola con atención. Se apartó un poco y vio que la tenía encima, eclipsando con su cuerpo el suyo. Se siguió incorporando y eso hizo que su inefable compañera también lo hiciese.

Las dos quedaron en silencio tras esto. Amelia se limitó a mirar a un lado y a otro, como si esperase ver más gente por allí.

—Te…tengo que irme —dijo algo entrecortada Amelia y se levantó.

—¡Espera! —la llamó Candi.

Ella se dio la vuelta y vio a la pelirroja acercándose. Se colocó justo enfrente, inquietando a Amelia. Notaba en sus ojos un anhelo enorme, indicando que la deseaba más de lo que pudiera imaginar. La veía como alguien atrayente y poderoso, dispuesto a hacer lo que fuera por conseguir lo que tanto quería.

—Candi, mira, yo no soy lesbiana —se intentó explicar—. Todo esto no ha sido más que un maldito error. Lo mejor es que me vaya.

—Y si esto no es lo que quieres, ¿por qué viniste aquí conmigo? —dijo la pelirroja.

Aquella pregunta paralizó a la chica. Tenía razón. Si de verdad no quería liarse con Candela, ¿por qué la había seguido? Era más que evidente lo que la mujer pretendía, así que si no quería seguirle el juego, ¿cómo era que ahora se hallaba en ese piso?

Un enorme malestar envolvió su ser. Amelia comenzó a sentirse fatal frente a Candela. Tenía sentimientos encontrados respecto a esta situación. Por un lado, estaba el miedo a experimentar algo distinto de lo habitual para ella. Por otro, estaba esa fascinación que le engendraba la mujer y la atraía como un letal perfume. Se hallaba en una encrucijada muy importante, que iba más allá de lo que esperaría.

—No…no sé qué hacer —respondió la chica muy nerviosa—. Me encantaría quedarme, pero siento algo que me dice que salga corriendo del piso.

Candela sonrió ante lo que acababa de decir. Se notaba que no era la primera vez que lidiaba con este tipo de situaciones.

—No temas cariño —la tranquilizó con su relajante y cálida voz—. Déjamelo todo a mí.

La pelirroja le tendió su mano. Amelia la miró temerosa en un inicio, pero al final, se la cogió. Tras esto, Candela tiró de ella y juntas, se dirigieron al dormitorio.

Una vez allí, se sentaron en la cama. La chica se sentía muy nerviosa y respiraba muy profundo, buscando algo de calma. Candi le acarició con calma en el muslo, lo cual la alteró un poco.

—Tranquila, relájate —le repetía—. Todo va a salir bien.

—Eso dices tú, que ya pareces estar bien acostumbrada —replicó un poco asustada—. Pero esto es algo nuevo para mí.

—Bueno, siempre hay una primera vez para todo —expresaba con una amplia sonrisa su animada acompañante.

Amelia asintió ante sus palabras, aunque lo hizo más por cumplir que por otra cosa. Por dentro, se sentía morir. Se lo estaba a punto de montar con una mujer, algo inaudito que jamás pensó que haría. En otra circunstancia, no habría durado ni un segundo y habría desaparecido, pero Candela parecía tener un efecto hechizante que la mantenía a su lado.

—¿Y si empezamos con un beso? —Sus verdosos ojos parecieron brillar al proponer esto.

La chica no supo que responder de buenas a primeras, pero ya daba lo mismo. Sabiendo el enorme riesgo que tomaba, decidió acercarse. Candela, muy animada ante esto, se aproximó también. Amelia decidió, en ese instante, cerrar sus ojos, dejando todo en manos del destino. Que fuera lo que tuviera que ser.

No tardó en sentir el cálido contacto de la pelirroja contra ella. Al inicio, se sintió extraña y el miedo hizo, por un momento, que quisiera separarse. En vez de eso, se mantuvo en su sitio y siguió con el beso. Los labios de Candela se apretaban contra los suyos y, aunque en un comienzo se retenía, no tardó en apresarlos, empezando a deleitarse con aquel suave roce. Le estaba gustando más de lo esperado y lo cierto, era que quería más.

La lengua de Candela no tardó en introducirse en su boca y Amelia, sorprendida por esto, no dudó en dejarla hacer. Recorrió su interior por completo y degustó su saliva con ganas. Al mismo tiempo, la chica notó como la cogía de la nuca para atraerla, haciendo que tuviera que ladear su cabeza. Además, con esa mano acariciaba su pelo, una corta melena marrón clara que le llegaba por el cuello. El suave masaje la calmó bastante, aunque no pudo evitar inquietarse un poco al notar como la tocaba en su muslo. La suave caricia hizo vibrar toda su piel.

Permanecieron así por un pequeño rato hasta que Candela decidió retirarse. Al mirarla, pudo notar una expresión de orgullo y satisfacción en su rostro. ¿Se sentiría muy satisfecha por estar sacando del armario a una hetero?

—¿Mejor? —le preguntó.

Amelia asintió un poco tímida.

—Me alegro —Seguía muy impresionada por la enorme seguridad que denotaba la pelirroja—. ¿Quieres que sigamos?

Se encontraba en el punto culminante de la historia. No habría marcha atrás. O bien le decía que no deseaba seguir o bien le decía que sí. Y ese era el problema, que ella quería más.

—Candi, vuelve a besarme, por favor —dijo entrecortada.

La pelirroja sonrió triunfal. Esta iba a ser su noche.

Sin dudarlo, Candela volvió a besar a Amelia, introduciéndole la lengua hasta el gaznate a la pobre chica. Ella se sorprendió de más impetuosidad de su amante, tanto, que casi le habían entrado ganas de huir. Pero no lo hizo. En vez de eso, se dejó llevar por la excitante situación. La envolvió con sus brazos, atrayendo a la pelirroja mas de lo que pudiera. La mujer se sorprendió.

—Veo que te está gustando mucho —le señaló.

—Demasiado.

Candela dejó de besarla en su boca para hacerlo por todo su rostro. Sus labios recorrieron la cálida piel de Amelia, quien gemía con mayor fuera ante cada avance que la mujer realizaba. No cesó hasta llegar al cuello, donde su lengua se deslizó de abajo a arriba. La chica no paraba de gemir ante cada nuevo estimulo. Se notaba que Candi pretendía ser muy impetuosa y en verdad, no había hecho más que comenzar.

La pelirroja detuvo su ataque para pedirle algo.

—Amelia, déjame verte sin ropa.

Aquella frase puso la piel de gallina a la chica. De nuevo, la inseguridad nubló su mente, pero cuando vio esos verdosos orbes mirándola llenos de ansiedad, no pudo más que ceder.

Amelia llevaba una camiseta a rayas negras y blancas alternadas de forma vertical. También contaba con una falda de color verde claro salpicada de motas blancas. Lo primero que Candela le retiró primero la camiseta y luego, la hizo levantarse para bajarle la falda. La chica quedó frente a la mujer con un conjunto de lencería azul oscuro transparente, dejando entrever sus partes más íntimas. La pelirroja, maravillada ante lo que veía, recorrió con sus manos tan bendito cuerpo. Amelia no tardó en gemir al sentir esas dulces caricias.

Ensimismada en tan placenteras sensaciones, no se dio cuenta de que Candela se había puesto en pie. Con una facilidad enorme, la mujer se desabrochó la cremallera de su vestido verde que tenía por la espalda y con suavidad, se lo hizo bajar, quedando desnuda ante la chica. Amelia quedó boquiabierta al contemplar el espléndido físico de su compañera. Sus tetas estaban al aire, sin sujetador alguno, y se mostraban bien firmes y redondas, culminadas en un oscuro pezón. Tan solo llevaba un tanga negro bien realzado por unas curvas caderas y seguramente, un increíble culazo. Cuando miró al rostro de ella, se quedó paralizada.

—Te gusta, ¿eh? —le dijo muy ansiosa Candi.

Las dos mujeres volvieron a unirse en un apasionado beso y acabaron cayendo sobre la cama. No tardaron en acostarse cada una de lado, quedando frente a frente y comiéndose la boca como si la vida les fuese en ello. Se pegaron más, sintiendo el calor de sus cuerpos y acariciándose con ganas. Amelia se mantenía discreta y aunque sus manos recorrían la espalda de Candela, no se atrevía a ir más allá. Ella, por el contrario, no  paraba de sobar los pechos y el culo de la chica, algo que la estaba volviendo más loca de lo que ya se encontraba.

—Tócame Amelia —le pidió su fogosa amante—. No seas tímida.

Con algo de temor, llevó sus manos a ese par de pechos y los acarició. Se quedó de piedra. Eran los primeros senos que tocaba y le gustaba. Con suavidad, fue palpándolos, notando su turgencia, meneándolas un poco. Con sus dedos, rozó los duros pezones, lo cual hizo gemir a Candela. Y la cosa no quedó ahí, pues no tardó en llevarse uno a su boca.

—Eso es, ¡me encanta! —decía muy complacida la pelirroja.

Chupó y succionó ambos pezones, disfrutando con deleite de su carnoso tacto. Su lengua recorrió el perímetro de aquellas maravillas redondas. Candi no dejó de disfrutar con esto y Amelia se sintió encantada de hacerla disfrutar. Ella también lo hacía y degustar sus tetas era un placer enorme.

—Deja, que ahora me toca ir a por las tuyas.

Nada mas oír esta frase, se retiró para dejarla hacer.

Amelia no tenía las tetas tan grandes como Candela. Eran medianas, pero redonditas y elevadas, provistas de un pezón rosado claro muy atrayente. Y cuando esta los vio, no dudó en chuparlos con gula. La chica cerró sus ojos al notar como los labios de la pelirroja atrapaban su pezón y lo succionaba. También sentía la húmeda lengua enroscándose a su alrededor y al mismo tiempo, como los dedos de su mano apretaban el otro. Luego, este también fue engullido con ganas y la muchacha se deshizo en gritos.

—Tiéndete —le pidió Candi.

Ella se recostó bocarriba y la mujer siguió besando sus pechos. Pudo sentir los dientes mordisqueando sus pezones, lo cual la alteró un poco, aunque cuando lo notó, Candi se detuvo. Se miraron con ternura y ella le sonrió. En ese mismo instante, le retiró las bragas y la hizo abrir las piernas. Todo estaba ocurriendo muy rápido y Amelia apenas tenía tiempo de asimilar lo que le ocurría.

—Qué coño más bonito tienes —le dijo con serena voz.

Su coñito era de color rosa claro, una rajita estrecha coronada por un prominente clítoris y rodeada de unos finos labios mayores. Estaba totalmente depilado. Y allí, fue donde sintió la primera lamida.

—¡Agh, Candi! —gimió descontrolada.

La pelirroja comenzó a lamerla con decisión, recorriendo con su lengua todo el perímetro externo de la vagina antes de abrir los labios mayores e internarla dentro. La sobrecogedora penetración hizo temblar a Amelia, quien se puso tensa. Sabía que de un momento a otro se iba a correr. Aquella lengua siguió degustando su interior, recorriendo los húmedos pliegues y horadando en su interior, llevándola al límite desesperado. Cuando no pudo aguantarlo más, se corrió, como nunca antes había hecho.

Un fuerte grito salió de su boca. Su cuerpo entero convulsionó con fuerza y sintió poderosas contracciones en su sexo. La humedad surgía poderosa entre sus piernas y Candela lamía sin cesar, como si necesitase sus fluidos con desesperación.

—Que rica estás —fue lo único que Candi se limitó a decir.

La miró entrecerrada, recuperándose del arrollador orgasmo. Sus ojos brillaban, una expresión de entusiasmo se dibujaba en su rostro. Se la veía tan juguetona y malévola. Con esa deliciosa maldad, volvió a lamerla. Parecía que no quería dejarla descansar.

La devoró entera. Por minutos, no cesó de castigar el coñito de Amelia con su lengua. El clítoris se convirtió en el nuevo centro de sus atenciones. Lo lamía de arriba abajo, lo golpeteaba con la puntita, lo atrapaba entre sus labios. La chica gritaba loca, presa del goce que la pelirroja le estaba proporcionando. Era algo nuevo e increíble y se sentía feliz de estar disfrutándolo. El orgasmo llegó de nuevo y lo recibió con ansias. Esta vez, arqueó su espalda y notó su cabeza ida, como si su mente se hubiera esfumado. Pero aquello no cesó.

Candela dejó que se recuperase, pero no tardó en volver al ataque. Se prodigó de nuevo en su clítoris para estimularla y luego, volvió a introducir su lengua en el conducto. Y esta, no tardó en ser sustituida por un par de dedos. Amelia se retorció ante tan inesperada invasión y la recibió de la mejor forma posible: con un buen grito.

—¡Joder Candi! —decía entre estertores—. ¡Me vas matar!

—Tan solo de placer, cariño —le susurró ella de forma muy sensual.

Mientras lamía su clítoris, los dos dedos comenzaron a describir círculos en su interior e iniciando un movimiento de mete y saca que no tardó en surtir sus efectos en la chica. Amelia se corrió de nuevo, meneando sus caderas de forma histriónica y empapando el rostro de la mujer.

Cuando todo terminó, acabó desmadejada sobre la cama. Se sentía flotar, como si su cuerpo se elevase hacia el cielo. Con sus ojos cerrados, notó como Candi besaba de nuevo su cuerpo, ascendiendo hasta llegar a su boca, donde la recibió con un sensual ósculo. Así, pudo paladear el sabor de su coñito, salada y refrescante. Estuvieron asi por un ratito, hasta que Candela se apartó.

—Ahora es mi turno.

En otras circunstancias, Amelia no habría dudado en lanzarse entre las piernas de la intensa mujer, pero el miedo no tardó en asaltarla otra vez. Nunca se había liado con una mujer y no tenía ni idea de cómo hacerla gozar. Candela pareció darse cuenta de esto y no dudó en sonreír con complicidad.

—Tranquila, yo te enseñaré.

Así hizo. Siguiendo sus indicaciones, Amelia le comió el coño a la pelirroja. Al principio fue algo torpe e incluso le dio un pequeño mordisco en el clítoris que hizo que gruñese un poco. Pero gracias a los sabios consejos lésbicos de Candi, la chica pudo hacerle un cunnilingus de altura.

Su lengua no dejaba de subir y bajar por toda la vagina. La de Candela era más oscura y ancha, con una bonita mata de pelo rojo encima y con un descomunal clítoris que sobresalía imponente. La chica lo chupó con ganas e hizo arrancar un fuerte gemido a la pelirroja. Y más salieron conforme ella continuó con sus lametazos, haciendo que una inesperada subida de su tono anunciase su inevitable orgasmo.

—Oh si, preciosa. ¡No te detengas! —la animaba con ganas.

Y ella no se detuvo. No lo hizo por nada del mundo. Le encantaba lo que estaba haciendo. Era incapaz de creer que le estuviera practicando sexo oral a una mujer, se trataba de algo inaudito. Pero allí estaba y no se podía sentir más feliz.

—Amelia, ¡¡¡me corro!!! —anunció con voz estruendosa.

Su boca se llenó de abundantes flujos vaginales y se los tragó con glotonería.

La dejó descansar. Se la veía muy tierna con los ojitos cerrados y respirando de forma tan profunda. Le encantaba, era una imagen preciosa. Dejó que reposase un poco y volvió de nuevo a la acción.

Le comió el coñito de forma lenta, sin ninguna prisa, haciendo que se deleitase con el lento placer que le proporcionaba. Candi no le quitaba el ojo de encima, observándola con deleite. Eso le ponía mucho. Ver como sus miradas se intercambiaban resultaba un acto muy morbosos y parecía que la pelirroja lo disfrutaba con ganas. Casi tanto como los dos dedos que le metió dentro de su coño. Le sorprendió ver como estos se acoplaban de forma perfecta al interior, que parecía especialmente diseñado para ello. Al igual que como ella le hizo, la masturbo con ganas mientras le lamia el clítoris, hasta provocarle otro placentero orgasmo.

Al final, ambas mujeres acabaron exhaustas y satisfechas sobre la cama. Se juntaron de nuevo para besarse y tras mirarse con mucha ilusión, cayeron rendidas.

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A la mañana siguiente, Amelia despertó. Para su sorpresa, no estaba Candi abrazada a ella, sino de espaldas, durmiendo de lado.

Se volvió a ella. Estaba esplendida desnuda. Su piel, algo más morena que la suya, brillaba bajo la luz del Sol mañanero, dándole un toque terrenal. Quiso tocarla, pero prefirió no perturbar su sueño. En vez de eso, comenzó a vestirse.

Con sigilo, se colocó todas sus prendas y se disponía a abandonar la habitación, cuando la voz de Candela la pilló de imprevisto.

—¿Te marchas? —preguntó.

Al volverse, pudo ver a la mujer incorporándose con un gesto adormilado en su cara. Se la veía tan imponente como adorable.

—Si —respondió dolida.

No percibió que Candela estuviera molesta con esto. De hecho, parecía tomárselo con normalidad.

—Um, que pena —comentó algo decepcionada—. Pensé que estarías preparada para el segundo round.

La idea de quedarse y volver a gozar de los placeres sáficos recién descubiertos resultaba tentadora. Pero tenía que marcharse. No sabía si era una desesperada o que simplemente no deseaba molestar más. El caso era que tenía que salir de esa habitación. Tenía mucho que asimilar.

—Lo siento, tengo que irme —dijo mientras se lamentaba por dentro.

Candela no se mostró enfada por la respuesta. Simplemente, se limitó a mirarla con cierta desgana.

—Como quieras —le comentó con indiferencia—. Cierra la puerta al marcharte.

Aquellas palabras le sentaban como un golpe en lo más profundo de su ser. ¿Tan poco le importaba que se fuese? Ayer era tan cariñosa y seductora, y ahora, era como si no representase nada para ella. Iba a contestarle algo, pero prefirió darse la vuelta e irse.

Y fue en ese momento, justo antes de salir por la puerta, cuando la escuchó.

—Ya nos veremos, querida “Amelie” —dijo con una voz tan sensual que la hizo estremecer.

Se volvió y otra vez notó esos hermosos ojos verdes sobre ella y esa malévola sonrisa que jamás podría olvidar.

Amelia ya se encontraba fuera y no podía dejar de pensar en lo que le había sucedido. Había tenido una aventura con una chica y lo mejor, era que le había encantado. Ahora la pregunta que no cesaba de hacerse en su cabeza era si volvería a suceder y lo más importante, ¡sería con Candi? Esos ojos y esa sonrisa le hacían pensar que sí. Y no pudo evitar sentirse muy contenta y excitada por ello.

Sin más dilación, puso rumbo a su casa, pensando que su vida había cambiado. No tenía ni idea de cuánto ni de lo mucho que sería en la siguiente semana. Porque en verdad, aun le deparaba una gran sorpresa.

Continuará en: Candela...y alguien mas.

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Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.