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Visita inesperada: Parte Dos.

en Transexuales

Raquel estaba sola, de nuevo.

Su marido acababa de irse ese mismo día al importante viaje de negocios que le llevaría a Alemania, donde estaría por un mes. Y allí estaba ella, sentada en el sofá del comedor, tras haber limpiado la casa durante hasta la tarde. Buscaba mantenerse entretenida lo mejor posible, intentando eludir la angustia que le generaba tanta soledad. De momento, parecía haberlo logrado, aunque no tardó en sentir como ese malestar ya comenzaba a acecharla, no tanto por el abandono del hombre con el que se casó como por lo ocurrido una semana atrás. Pensar en ello, le hizo sentir una enorme angustia.

Su tórrido encuentro con Marina la había dejado profundamente marcada. Todo había cambiado desde el momento en que aquella mujer transexual se había presentado frente a la puerta de casa durante esa solitaria noche, echándole el polvazo más grande de su vida. Lo peor era que, desde entonces, no la había vuelto a ver.

Fue a su casa un par de veces para comprobar si estaba allí. En ambos casos, nadie salió a atenderla cuando llamó a la puerta. Para colmo, no tenía su número de teléfono, así que no sabía de qué forma ponerse en contacto con ella. Un terrible descuido que la había dejado desolada. Intentó pasar los días como pudo, junto a la compañía de su marido. Para compensarla, el hombre la llevó a cenar y de compras. Agradeció el gesto, pero no pudo evitar sentir pena por él. Le había engañado y estaba dispuesta a hacerlo de nuevo. Sucedería otra vez y, lo peor, deseaba con muchas ganas que ocurriese.

Recostada sobre el sofá, comenzó a rememorar el gran momento de sexo que tuvo con Marina. Su impetuosidad, su firmeza, esa manera tan juguetona y provocativa que tenía de comportarse. Todas esas emociones las sentía con un nostálgico deseo. Comenzó a acariciar su cuerpo, envuelto en un chándal gris que le resultaba cómodo para la limpieza de la casa. Tocó sus tetas, enfundadas en una ceñida camiseta blanca, recubierta por la chaqueta del chándal. No llevaba sujetador y las sentía libres. Se las manoseó un poco, notando como se meneaban de un lado a otro. Emitió un leve gemido cuando se pellizcó uno de los pezones, notando lo duro que estaba.

Percibiendo que a lo mejor podría aliviarse sola, una de sus manos fue descendiendo hasta el inicio del pantalón. Metiéndose por debajo del elástico, fue adentrándose en busca de su preciado sexo, el cual notaba empapado y caliente. Estaba a punto de rozarlo con los dedos cuando llamaron a la puerta.

—Mierda —masculló entre dientes al tiempo que se levantaba.

Se puso echa una furia. Quien fuera el impresentable que estuviese tocando a su puerta, iba a ser víctima de su incipiente furia. Llevaba mucho encima tras toda esa semana y no pensaba dudar en descargar con quien hiciese falta. Llegó hasta la entrada y abrió al misterioso visitante, dispuesta a encararse con él. Sin embargo, nada de eso se cumplió. Porque quien se hallaba allí, era su añorada vecina.

—¿Marina? —dijo petrificada.

Ella le sonrió con el encanto que siempre irradiaba.

—La misma que viste y calza —anunció con su habitual fanfarronería.

Raquel se quedó allí parada, sin saber que hacer o decir. Era como si se encontrase ante un espejismo, una alucinación provocada por su agitada mente. Miró llena de confusión con sus verdosos ojos a Marina, quien seguía expectante de lo que hiciese.

—¿Puedo pasar o me quedo aquí afuera?

Cuando vio su apremiante mirada, la chica se puso algo nerviosa. Sin dudarlo, se hizo a un lado para que pasase.

—Si entra —le invitó algo inquieta.

Marina le sonrió y vio cómo se metía en la casa.

Se sorprendió de la naturalidad con la que había dejado entrar a la mujer, como si ya llevara allí toda su vida. Se fijó en como caminaba desde el recibidor al comedor y un enorme estremecimiento se adueñó de su cuerpo. Esto no le gustaba demasiado.

La siguió hasta la amplia estancia y la encontró frente al sofá, observándolo con detenimiento. Luego, se volvió a ella. Pudo notar un malévolo brillo en sus ojos y tragó saliva ante ello.

—Que bien está todo —comentó Marina mientras observaba cada centímetro del lugar—. Por lo visto, has estado limpiando.

—¿Tanto se nota? —pregunto tensa.

—Se ven relucientes el suelo y los muebles —explicó la mujer—. Además, llevas un chándal un poco sucio, así que supongo que ha sido eso lo que has estado haciendo.

Se  miró a sí misma y, si, se notaba un poco descuidada. No había parado desde que su marido se marchó a las cuatro y, ahora, a las siete, aún parecía con ganas de más. De repente, vio que Marina se le acercaba, asustándola un poco. Se quedó parada frente a ella y, acto seguido, llevó una mano hasta su pelo, el cual llevaba suelto. Con sumo cuidado, cogió uno de los rubios mechones y lo acarició con sus dedos.

—Tienes un pelo tan bonito —expresó con ternura.

Raquel ya no sabía dónde caerse muerta. Toda la maldita semana la había pasado deseando encontrarse de nuevo con la transexual y, ahora que por fin la tenía delante, se quedaba bloqueada sin saber qué hacer. En su defensa, tampoco entendía la actitud tan rara de Marina.

—¿Tu marido no está en casa?

La pregunta fue directa y no sabía si iba con un claro interés o solo se trataba de curiosidad. Como fuere, si de verdad esa era la intención, prefirió resistirse un poco.

—¿Te apetece tomar un café mientras te lo cuento? —le propuso.

Marina no dudó en sonreír complacida al escucharla. Su alegre gesto resultaba tan bonito que dolía.

—Vale.

Las dos pusieron rumbo hacia la cocina. Cuando llegaron, Marina quedó impresionada ante el tamaño el lugar.

—Joder, que grande es esta cocina —comentaba llena de asombro—. ¡Si mi comedor será del mismo tamaño!

—¡No seas tan exagerada, mujer! —dijo Raquel divertida—. ¡Ni que tu casa fuera un cuchitril!

—Tu misma la has visto, así que ya me dirás.

La notó un poquito desafiante en ese último comentario, cosa que le gustó bastante. Por lo visto, no se olvidaba de lo importante, después de todo.

Raquel se dedicó a preparar los cafés, todo ello bajo la atenta mirada de Marina, quien no le quitaba ojo de encima. Se sintió un poco nerviosa al ser observada con tanto detenimiento y, cada vez que se volvía a la mujer, notaba sus penetrantes ojos violetas sobre ella. Algo le decía que aquella visita no se trataba solo de mera cortesía.

—Aquí tienes —habló mientras le pasaba una humeante taza de café.

—Gracias —dijo su invitada—. Uf, quema un poco.

—Ten cuidado.

Las dos rieron un poco ante esto y luego, comenzaron a beber.

—No es como un buen vinito, aunque por la hora, ¡es lo que pega!

La chica continuó sonriéndole. Pese a estar tranquilas, notaba algo de tensión en el ambiente. No era para menos, habida cuenta de lo que ambas habían vivido tan solo una semana antes.

—Entonces, ¿cómo es que tu marido no anda por casa? –decidió retomar Marina como si nada.

Al principio, Raquel no supo que responderle. No se trataba de que no quisiera serle sincera, sino más bien, que no era de lo que más le apetecía conversar. Su marido se estaba convirtiendo en un tema que parecía matarla poco a poco. Claro que más le valía hablar de ello, pues hacerlo de lo otro tal vez fuera demasiado arriesgado.

—Ha ido a un viaje de negocios —contestó al final—. Se va a tirar un mes en Alemania, en medio de reuniones con representantes de poderosas empresas y algún que otro político.

—Madre mía —comentó asombrada Marina—. Pues sí que está tan ocupado.

—Ya lo creo —le aseguró ella mientras tomaba un sorbo de café.

La transexual también bebió, degustando el líquido con entusiasmo. Parecía encantarle. La chica pensó en decirle de que marca se trataba, por si quería comprarla.

—Y a ti, te ha dejado aquí.

Oír esas palabras no le sentó muy bien. Respiró intranquila mientras no apartaba su vista de la taza que sostenía con ambas manos. Percibía el tibio calor transmitiéndose por su cuerpo y también, notó como temblaba. Tuvo que calmarse rápido si no quería ver el recipiente haciéndose añicos contra el suelo y su contenido, derramado.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Marina al verla tan agitada.

—Sí, descuida —contestó—. Es que este dichoso café me altera un poco.

No pareció que la mujer le fuera a dar mayor importancia al tema, pero por como la miraba, parecía consciente de lo que le pasaba a Raquel. Aún así, no pareció querer incidir más en el tema. Ya sabía lo suficiente.

Estuvieron un rato en silencio, bebiendo de manera pausada. De vez en cuando, alguna miraba a la otra y esta se la devolvía con cierta incomodidad. No tardaron en apartarlas. La chica, notando que aquello se volvía más embarazoso a cada rato, decidió hablar:

—Oye, ¿te apetece que te enseñe el resto de la casa?

Cuando escuchó esto Marina quedó sorprendida. Por lo visto, aquella no era la propuesta que estaba esperando.

—¿Me quieres llevar por un tour de tu propia?

—Sí, es un sitio grande —comentó Raquel resuelta—. Con lo mucho que te gusta, creo que podría ser una buena idea.

—Pues entonces, más vale que empieces, amable guía —le dijo la mujer divertida.

Las dos rieron un poco atolondradas y no dudaron en ponerse a ello. Dejaron las tazas en el fregadero y comenzaron.

—Bueno, esto ya lo conoces muy bien —dijo Raquel en referencia a la cocina. Luego, señaló a una parte que tenían detrás—. Por ahí se va a la despensa, donde hay comida y toda clase de trastos.

Marina asintió, atendiendo a todo lo que decía.

Tras esto, Raquel fue  a la siguiente habitación, la cual les resultaba demasiado familiar a ambas.

—El comedor —señaló con demasiada obviedad—. Creo que ya lo conoces de sobra.

—Um, ya lo creo —comentó la mujer divertida—. Sobre todo ese sofá.

Cuando volvió su vista hacia donde ella se refería, Raquel pudo notar una escalofriante nostalgia invadiendo su ser. Imágenes de lo sucedido allí inundaron de nuevo su cabeza y, cuando miró a Marina, quien la sonreía muy suspicaz, se puso nerviosa.

—Sigamos —dijo mientras buscaba controlarse.

Continuaron hasta llegar al recibidor, donde unas puertas de madera blanca daban la bienvenida a otra amplia sala. Raquel las abrió y, así, pudieron entrar dentro.

—Aquí tenemos la sala de invitados —explicó la chica.

La habitación era grande, con una amplia ventana que dejaba pasar mucha luz. En el centro, había una gran mesa, rodeada de sillas, y, sobre el techo colgaba una gran lámpara con forma de araña de cristal. Marina quedó boquiabierta mientras veía todo.

—Joder, que grande es —comentó impresionada.

—Bueno, si quieres meter a un montón de gente para una fiesta, veo necesario que lo sea —añadió Raquel divertida.

Una vez vista, pasaron al piso de arriba. Rauqel le enseñó a Marina la biblioteca, el despacho de su marido, la sala de estar y los tres dormitorios. Precisamente, el improvisado viaje terminó en uno de estos últimos, en que el matrimonio dormía.

—Y este es el fin de nuestro tour —concluyó Raquel mientras se detenían en el centro de la habitación.

El silencio reinó en el lugar una vez ella acabó.  Se miraron un poco incomodas. Resultaba innegable que había una enorme tensión entre las dos y, en cualquier momento, pareciera que fuera a estallar.

—Así que aquí es donde tu marido y tú dormís cada noche —dijo, de repente, Marina, tratando de romper el hielo.

Raquel observó la estancia y un sentimiento de malestar se apoderó de su ser. Suspiró un poco apenada.

—Si, en ocasiones —respondió ella con tono apagado.

La mujer recorrió la sala, observando cada cosa con la que se cruzaba, inspeccionándola con curiosidad. La chica se cruzó de brazos y, con la cabeza gacha, no dejó de pensar en su vida y en todo lo que había hecho hasta ese momento.

—¿Estás bien? —preguntó Marina.

Al escucharla, Raquel se sintió desolada, sin fuerzas para querer seguir.

—No es nada —se limitó a contestar.

—Te noto ausente —señaló la transexual.

Estaban frente a frente, sin despegarse sus miradas. No sabían que decirse, pero Raquel ya no podía soportarlo más. Apretó sus manos con fuerza y se mordió la lengua, como si pretendiese acallar una voz en su interior. Una que le incitaba a tomar lo que tanto ansiaba. Sin pensarlo por más tiempo, se lanzó sobre Marina y empezó a besarla.

—Pe…pero… —La mujer intentaba hablar, pero le resultaba imposible

No hubo tiempo de explicaciones. La chica la besaba con total desesperación, como si en su boca, encontrase el elixir que le devolvería la vida. Notándose sobrepasada, no tuvo más remedio que entregarse a la muchacha. La rodeó con sus brazos y la atrajo, al tiempo que su lengua se metía en su boca, degustando el cálido interior de esta.

Estuvieron así por un pequeño rato hasta que se separaron. Mirándose a los ojos, enseguida notaron como la excitación se había apoderado de ellas. Y por eso, volvieron a besarse. La unión fue más agresiva que la anterior. Pegaron sus labios con fiereza, rozándose con dolor. Las lenguas se envolvieron en un húmedo abrazo, dejando que regueros de saliva se intercambiasen entre ambas. Marina se apretó al máximo contra Raquel, abrazándola con energía. Sus respiraciones se entrecortaban y una notaba el aliento de la otra reverberando dentro. Todo se tornó tan intenso que acabaron cayendo sobre la cama.

Ya separadas, se miraron muy emocionadas por lo ocurrido. Raquel no podía creer que otra vez estuviera sucediendo lo mismo, aunque supuso que cuando Marina se presentó en su puerta, otra cosa no podría haber pasado.

—Te he echado tanto de menos —le dijo con triste voz.

Marina no pudo quedar indiferente ante el afligido rostro de la chica. De sus ojos verdes estaban a punto de brotar lágrimas.

—Yo a ti también —contestó.

—¿Dónde has estado toda esta semana? —preguntó Raquel—. Fui a tu casa un par de veces y no estabas.

—Me había marchado a casa de mis padres —respondió la mujer—. Me apetecía verlos.

—Ya veo.

La mujer sonrió ante las palabras de Raquel y le dio un suave beso. Luego, acarició su pelo con ternura.

—No he dejado de pensar en ti y en esa maravillosa noche que tuvimos —lo dijo de una manera tan sensual que hizo estremecer a la chica—. Las ganas de volver a verte me volvían loca.

Se volvieron a besar. El deseo era irrefrenable y las ganas de amarse, imparables.

Se incorporaron sobre la cama, quedando de rodillas y siguieron besándose sin parar. Sus manos no se quedaron quietas y recorrieron sus cuerpos sin cesar. Marina las llevó hasta el redondo culo de Raquel y lo apretó con ganas, atrayéndola más hacia ella.

—Tienes un culazo increíble —le espetó sin miramientos la mujer.

La chica no pudo evitar divertirse con esto y le acarició el suyo sin ningún pudor.

—Pues el tuyo tampoco está nada mal.

Se rieron ante la ocurrencia de la joven y no tardaron en entregarse a sus cálidas bocas sin tregua. Siguieron sondeando sus cuerpos por un poco más hasta que se volvieron a separar. A esas alturas, el ambiente estaba ya más que caldeado.

Marina le quitó la chaqueta gris a Raquel y ella la ayudó a despojarse de su sudadera, dejando al descubierto sus redondos pechos, atrapados en un sujetador blanco.

—¿Quieres ver mis tetas? —le preguntó la mujer tentadora.

No hizo falta ninguna respuesta. La propia Raquel coló sus manos por detrás y desabrochó la prenda. Marina se bajó los tirantes y se la quitó.

—Son preciosas —suspiró la chica mientras las observaba.

Llevó sus manos hasta ellas, abarcando sus redondeces y percibiendo lo suaves que eran. Sus dedos no tardaron en pellizcar los puntiagudos pezones, notando lo duros que estaban. Marina no pudo evitar gemir ante esta acción.

—Ummm, Raquel —decía muy excitada.

Y los gemidos fueron en aumento cuando la chica decidió chuparle uno de los pezones. Eso hizo que la mujer suspirase con gran fuerza. Raquel atrapó el botón entre los labios y chupaba con ganas, succionándolo al tiempo que pellizcaba el otro. Marina se agitaba desesperada, incapaz de poder creer como aquella mujer estaba llevándola al límite del placer. Vio cómo iba yendo de un pecho a otro, degustándolos con ganas.

—Ahora es mi turno —le dijo.

Sus manos viajaron hasta la camiseta blanca de Raquel, bajo la que se intuían sus medianas tetas. Incluso, sus pezones se le marcaban bajo esta. La chica vibró cuando notó como la tocaban ahí, sintiendo como las palmas se apretaban sobre sus senos.

—¿No llevas sujetador? —preguntó con picardía Marina

—Así estoy más cómoda —le respondió jadeante.

La mujer puso una cara que denotaba lo muy fogosa que se hallaba con esta situación. Apretó un poquito más los pechos, lo cual hizo que Raquel se estremeciese.

—Qué mala eres —expresó con un dejado tono de disgusto.

Raquel sonrió y lo mismo hizo Marina. Acto seguido, agarró la camiseta y tiró hacia arriba de ella. La chica alzó sus brazos para facilitarle su retirada. Cuando la prenda ya estaba fuera, la mujer observó a la hermosura que tenía delante, medio desnuda, mostrando sus preciosos pechos.

—Que bonitos son —Su voz sonaba serena.

—¿No te parecen pequeños? —cuestionó Raquel mientras se los tocaba

—Para nada.

A continuación, Marina comenzó a acariciarlos, lo cual no tardó en poner nerviosa a la joven. Sus pechos cabían perfectamente en las manos de la mujer, quien los movía con total soltura. Y no tardó en engullir aquellos rosados pezones que los coronaban.

—Agh, Marina —suspiró la chica mientras notaba esa boca devorando sus redondeces.

La mujer se esmeró. Chupó los pezones, pasó su lengua alrededor de estos y los dejó bien duros. Luego, entre los dedos índice y pulgar, atrapó cada uno, pellizcándolos con fuerza. Eso hizo que sintiera un placer indescriptible y que chillase como nunca. Marina la besó en el cuello y repasó su piel con la lengua, dejando húmedas estelas que brillaban con intensidad.

—¡Oh, cuanto echaba todo esto de menos! —dijo entre suspiros.

Su coño estaba húmedo. Tres días atrás, tuvo sexo con su marido y apenas lo tenía lubricado. Ahora, en cambio, era un manantial del que no cesaban de derramarse fluidos. La excitación avanzaba imparable y solo era el comienzo.

—Yo también —susurró Marina en su oído y, sin previo aviso, volvió a comerle la boca con ansia inhumana.

Mientras continuaba besándola, la mujer le bajó el pantalón a Raquel, dejándolo a la altura de las rodillas. Con sus manos, aferró el firme culo de la joven.

—Vaya, llevas un tanga —dijo palmeando las suculentas nalgas—. ¿De qué color es?

—Azul –respondió la chica.

De repente, sintió un golpe en su trasero. Marina le dio un pequeño azote en su nalga derecha.

—Eres una chica mala —le comentó la transexual.

—Solo para ti —expresó con avidez.

Ambas sonrieron y volvieron a besarse. Pegaron sus cuerpos, sintiendo el calor que emanaba de ellos y la suavidad de sus pieles. Se embriagaron con su olor y degustaron las mieles de sus bocas. Todo era intenso y fogoso, un festival de descontrol que les atrapaba sin cesar.

Marina continuó aferrando el formidable trasero de Raquel y ella decidió tocar en un lugar atrevido. Bajó su mano por el pecho de su vecina y acabó en su entrepierna. Tanteando, no tardó en adivinar la forma de una endurecida polla bajo el pantalón. Al notarla, apretó ahí con ganas, haciendo que su amante gimiese.

—Raquel —murmuró con voz grave.

La chica siguió rozando en esa zona, notando el formidable tronco, y, moviéndose de delante a atrás, casi le estaba haciendo una paja. A quien tenía delante, la estaba volviendo loca.

—Quiero sacártela —le dijo.

No hizo falta decir más. Marina se desabrochó el pantalón y Raquel tiró de este hacia abajo, llevándose con ello las bragas. La polla salió disparada hacia delante nada más verse libre. Toda estirada y erecta, no tardó en ser agarrada por la mano derecha de la chica.

—Oh, como estoy —comentó la mujer.

Se abrazó a ella cuando comenzó a masturbarla. Siguió palpando su espléndido físico mientras gozaba de la magnífica paja que le hacía.

Raquel exploró el gran falo, llenando sus dedos con el líquido preseminal que goteaba de la punta, bajando hasta los huevos. Luego, aferró el duro tronco para seguir matando a su amada de placer. Ella no dejaba de gemir mientras sentía la mano de la muchacha subiendo y bajando, destapando el pellejo del glande para luego volver a recogerlo, sintiendo como su miembro latía con fuerza. Se trataba de algo indescriptible y sabía que la llevaría a un glorioso orgasmo.

—Cariño, no me aguanto más —le advirtió.

—¿Quieres que pare? —preguntó Raquel mientras no cesaba la paja.

—Ni se te ocurra —dijo la mujer—. Llevo días sin correrme y quiero acabar con esta sequía.

—Entonces, déjame a mí.

Así hicieron. Siguieron besándose sin parar. La chica no dejaba de mover su mano a lo largo de aquella polla y la otra tocaba su cuerpo por todos lados. Todo continuó así hasta que Marina no pudo aguantarlo por más tiempo.

—Raquel, ¡me corro! —avisó su vecina.

Lo notó en su mano, como la polla sufría varios espasmos. Vibró con fuerza y lo hizo  con mayor intensidad cuando comenzó a descargar. Marina se contrajo y emitió un fuerte grito al tiempo que empezó a correrse, expulsando chorros y chorros de semen. Cada venida era aún más intensa que la anterior. Raquel tuvo el máximo cuidado para evitar ponerse perdida y dejó que descargase sobre la cama. No le importó mancharla. Su marido no estaría por casa en un mes, así que tendría tiempo para limpiarlas. Además, era más que evidente que en esa tarde se llenarían más.

Para cuando todo terminó, Marina cayó hacia atrás, agotada y rígida. Raquel se volvió para ver todo el estropicio causado y luego a su mano, manchada de semen. Observó a la mujer, quien respiraba de forma profunda, buscando recuperarse. Su polla seguía erecta y de la punta, se derramaban varias gotas del espeso líquido blanco. Sin pensarlo, se inclinó y lo recogió con su lengua.

—¿Qué haces? —preguntó Marina extrañado.

—Dejarte limpita —contestó Raquel deseosa.

La ayudó a deshacerse del pantalón, quedando la mujer desnuda por completo. Tras esto, la chica comenzó a lamer y chupar la polla semi erecta, aunque no tardaría en empalmarse de nuevo. Con lametazos y chupetones, esta no tardó en ponerse bien dura, lo cual dejó muy impresionada a Marina.

—Madre mía, Raquel —comentó sin habla—. Que buena eres.

Ella le respondió con una hermosa sonrisa, todo ello, antes de tragarse la polla de nuevo. La mujer cerró sus ojos cuando la chica inició de nuevo la mamada.

Raquel se tragaba el erecto pene con saña. Movía su cabeza de arriba a abajo y cuando se lo sacaba, pasaba su lengua por todo el tronco, lamiendo con ganas. Volver a degustar el salado y caliente sabor le encantaba. Sentir el aroma fuerte la embriagaba la volvía loca. Se lo pasó por la cara, besó la estirada piel. Fue bajando y acabó por engullir el par de gordos testículos, bien depilados. Se encargó de que la mujer que era dueña de tan vigoroso falo disfrutase como nunca. Por eso, cuando le pidió que se detuviese, quedó muy sorprendida.

—¿Qué pasa? —Raquel estaba confusa.

—Perdona que te interrumpa, pero es que, quiero hacer algo.

La chica se la quedó mirando sin saber que decir. Entonces, vio como la mujer se incorporaba y la miraba con sus ojos violetas, tan bonitos como hipnóticos.

—Mira Raquel, me gustaría pedirte una cosa.

—¿De qué se trata?

Marina se mostró un poco retraída con lo que le iba a contar, algo que le sorprendió a Raquel. Ella siempre era tan decidida que, de repente, se mostraba reservada, como si le  diese miedo revelarle lo que ocultaba.

—Me da un poco de corte contártelo.

La forma tan tímida de expresar sus dudas le parecía adorable. Lo cierto era que le estaba gustando conocer esta faceta comedida de Marina. La hacía ver como alguien más tierno de lo que aparentaba.

—Tranquila, no me voy a escandalizar por ello —contestó con tranquilidad Raquel para darle confianza.

Viendo que la chica se mostraba decidida, Marina cedió.

—Verás, me gustaría que me hicieras un beso negro.

—¿Y eso que es? —preguntó sorprendida Raquel.

La mujer no pudo evitar echarse a reír ante la incredulidad de la joven. Ella la miró algo molesta. No estaba de humor para esas cosas.

—¿No te acuerdas lo que te hice la vez anterior en tu culito?

Una inesperada imagen recorrió su mente en ese momento: Raquel a cuatro patas sobre el sofá y Marina lamiendo su ojete. Tembló de la emoción al rememorarlo.

—Sí, ya me acuerdo —le dijo—. Fue muy excitante.

—Bien, pues ahora me lo vas a hacer a mí.

Se mostró un poco recelosa. Tenía claro que con Marina estaba experimentando cosas que nunca antes había creído hacer, pero este acto parecía cruzar todo lo imaginable.

—¿Te ves preparada? —preguntó la transexual ansiosa.

—Pues… no se —Se notaba lo indecisa que se hallaba la pobre.

—Oye, si no quieres no lo hacemos —Marina se mostraba muy comprensiva—. Pero me lo debes. Si yo te lo hice a ti, ahora eres tu quien me lo tiene que hacer de vuelta.

Frotándose las manos, Raquel seguía repleta de dudas. Confrontó la pendiente mirada de Marina, quien no dejaba de observarla. Sus ojos violetas brillaban intensos, dejando entrever un deseo latente. Al final, la chica no tuvo otra alternativa.

—Está bien. Hagámoslo.

Una sonrisa llena de satisfacción se formó en el rostro de Marina.

La mujer se dio la vuelta y se puso a cuatro patas, quedando en la posición en la que quedó Raquel aquella noche. Eso la excitó bastante. Gateando, llegó hasta el ofrecido culo, el cual se mostraba redondo y bonito. Llevó sus manos a esas prietas nalgas y las acarició con gustó, notando lo suaves que eran.

—¿Qué pasa? —preguntó un poco nerviosa Marina.

—Nada —repuso la chica—. Es solo que tienes un culo muy bonito.

—Pues muchas gracias —dijo contenta la mujer.

Tras palpar por un pequeño momento tan cimbreante trasero, Raquel se puso manos a la obra. Apartó las esplendidas cachas de la mujer y pudo ver el oscuro agujerito de la mujer. Debajo, estaban colgando sus dos huevos.

Se sentía tensa. Nunca en su vida se había atrevido a hacer algo así. Jamás en su mente se había planteado algo parecido, pero allí estaba ahora, a punto de llevarlo a cabo. Y así hizo.

Sin perder más tiempo, acercó su lengua al ojete de Marina.

—Eso es cariño —dijo la mujer con gusto al sentir la humedad invadiendo su interior— ¡Que placer!

Su lengua no dejaba de horadar el pequeño agujerito. Era la primera vez que hacía algo así y lo que mas intranquila la tenía, era hacerlo lo mejor posible. Marina se agitaba con cada lengüetazo recibido y eso le indicaba que lo hacía bien. Continuó y le dio un suave beso que la hizo suspirar.

—Métemela más dentro, por favor —le suplicó la mujer.

Se refería a su lengua. Hizo caso sin rechistar.

Fue adentrándose poco a poco en su interior. Se notaba estrecho y apenas pudo llegar a meter la punta, así que Raquel dejó caer algo de saliva para lubricarlo. Marina gemía como una loca y gruñó con fuerza cuando sintió el pulsante musculo penetrando más dentro de ella.

—Joder, ¡esto es mejor de lo que imaginaba!

Raquel escuchaba la respiración entrecortada de su vecina. Desde luego, estaba gozando más de lo que esperaba. Su lengua siguió metiéndose en aquel estrechó conducto hasta la mitad. Un fuerte gemido de Marina le señaló que eso le estaba resultando mortal.

—Por favor, Raquel, ¡pajeame! —pidió desesperada.

Aquellas suplicas no tardaron en hacer efecto en ella. Sin dudarlo, llevó una mano por delante y aferró el duro miembro. Moviendo con energía, empezó a masturbarla.

—¡Eso es! —le decía la transexual—. No te detengas ahora, que me voy a correr.

No dejó de bombear con su lengua el ano y su mano no cesó de moverse, agitando con fuerza la polla. Marina gemía como una loca y no tardó en temblar desesperada, acercándose a lo inevitable.

—¡¡¡Me corro!!! —dejó escapar en un fuerte aullido.

La chica volvió a sentir los fuertes espasmos de la polla mientras se corría, cada poderosa contracción que anunciaba el chorro de semen expulsado. En total, llegó a notar cinco. Cuando todo acabó, Marina cayó sobre la cama, respirando muy agitada.

Tuvo que dejar que se recuperase, pues la notaba exhausta. De hecho, no le extrañaría que, al igual que su marido, terminara por quedar dormida. Mientras, miró hacia la cama, donde encontró todo el semen que había echado.

—Joder, sí que tenías acumulado —comentó impresionada.

—Ya te digo —le aseguró la mujer—. Llevaba una semana sin descargar.

Se preocupó un poco por lo manchadas que había sobre las sabanas, pero con limpiarlas a fondo, quedarían como nuevas. De todas maneras, con el mes que le esperaba, no le extrañaba que volvieran a mancharse. En ese mismo instante, Marina se incorporó y comenzó a besarla.

—Ahora es tu turno —le anunció.

Sin ningún miramiento, arrojó a Raquel sobre la cama bocarriba y tiró de sus pantalones, quitándoselos con rapidez. La chica apenas tenía tiempo para reaccionar, pues enseguida le arrebató su tanga. Marina lo sostuvo con una mano, observándolo con detenimiento y entones, se lo llevó a la nariz.

—Que bien huele —expresó con mucho gusto—. Huele a tía cachonda.

Se acercó a ella y le plantó la íntima prenda en sus narices.

—Huélelo —le ordenó—. Siente la fragancia de tu mojado coño.

Olor fuerte a sexo inundó sus fosas nasales. Un aroma intenso que la embriagaba de un modo que ni podía imaginar. La mujer le restregó el tanga por toda su cara, impregnándose con aquella pegajosa humedad. Luego, se la metió en la boca, saboreándolo por fin.

—Quiero que te la metas dentro de la boca mientras te como este coño de guarra que tienes—le dijo una desatada Marina.

No lo pudo negar, oír eso la puso muy cachonda.

La mujer comenzó a besarla en el cuello, lamiendo su piel, para luego, ir descendiendo. Raquel se recostó sobre la cama, cerrando sus ojos y dejándose llevar. Sentía como los labios se posaban en su cuerpo, haciéndola vibrar. Notó como le lamía los pechos y mordisqueaba los pezones. De ahí, fue bajando hasta su vientre, causándole fuertes cosquilleos con cada ósculo recibido. Llegó a percibir como la lengua jugueteaba con su barriga, lo cual le resultaba delicioso. De ahí, continuó hasta llegar a su entrepierna.

—Como lo echaba de menos —habló al tiempo que acariciaba el triangulito de vello púbico rubio que tenía la chica.

Raquel abrió sus ojos y pudo ver como Marina comenzaba a tantear su coñito. Con sus dedos, abrió los rosados labios mayores y, con ellos, comenzó a acariciar el interior. La chica no tardó en gemir al sentirse tocada allí abajo. La mujer no tardó en rozar su clítoris, ya inflamado por el deseo.

—Que mojada estás —señaló—. Como se nota que estás bien cachonda.

Se encontraba en vilo. La muchacha no podía contenerse por más que lo intentase. La excitación era devastadora. Y todo estalló cuando comenzó a notar la cálida lengua de Marina sobre su sexo. La mujer recorrió los labios interiores la vulva y fue más que suficiente para que la pobre se corriera con agitada desesperación.

—¡Marina! —fue lo único que llegó a articular mientras se ahogaba en gritos.

La transexual dejó que se viniera con tranquilidad. Raquel se tensó mucho ante el prodigioso estallido, notando como la humedad se derramaba entre sus piernas. Quedó derrengada sobre la cama, respirando en busca de aire para calmarse tras la deliciosa explosión. Sin embargo, su amante no la dejó en paz. Antes siquiera de tomar otra bocanada, ya estaba sintiendo la lengua allí debajo de nuevo.

—¿No me vas a dejar ni siquiera respirar? —preguntó mientras sentía el placer inundándola de nuevo.

—Para nada —le contesto gustosa la transexual—. No voy a darte ni un solo minuto de tregua.

La lengua de la mujer se arremolinó en torno al clítoris. Lo golpeteó con la punta y lo lamió de arriba a abajo, arrancando más gritos en la chica. Luego, lo chupeteó y succionó sin cesar. Tras esto, la sinhueso sondeó el resto del coño, no dejando ni un solo pliegue sin visitar. Su voracidad era imparable.

Raquel se retorcía como una loca. Jamás en su vida le habían comido el coño. Tuvo pocos amantes y ninguno se preocupó de darle placer con la boca. Ni siquiera el marido con el que juró casarse. Al final, tenía que ser una mujer con polla quien tuviera que mostrarle los placeres del sexo oral. Y de esa manera, tras varios minutos, se corrió otra vez.

—¡Oh, joder! —gritó de nuevo descontrolada.

Sintió las fuertes contracciones de su coñito, seguramente expulsando bastantes fluidos al exterior. Y por como Marina ponía su boca, taponando la entrada, lo más seguro que se los estaba tragando todos. Con el cuerpo aun tembloroso, Raquel volvió a sentir como se relajaba, pese a que la mujer todavía lamía su vagina. Cerrando sus ojos, se dejó llevar.

Lamida tras lamida, su vecina volvió a excitarla. Se sentía de nuevo húmeda y, esta vez, la lengua de su amada se fue adentrando por su interior. El pulsante músculo bucal se abría camino por su conducto, haciendo que chillase. Sus caderas se menearon y notó como dos dedos frotaban su clítoris, añadiendo más placer. Todo aquello la estaba llevando al borde del paroxismo y más ocurrió cuando la sinhueso comenzó a describir círculos en el conducto vaginal.

—¡Oh Dios! ¡Oh Dios! —repetía la maltrecha.

Ni que decir que tuvo otro arrollador orgasmo, aún más rápido que el anterior. A esas alturas, Raquel ya estaba destrozada, pero Marina parecía dispuesta a darle más caña.

Lamiendo su hinchado sexo, volvió a estimularla. La chica ya no quería más. Se sentía irritada allí abajo y su cuerpo estaba agotado, pero su fiera vecina no cesaba de atacar. Y entonces, sintió como dos dedos la penetraban.

—Como me encanta tu coñito —pronunciaba la mujer con capricho y maldad—. Tan estrecho y rosado.

—Agh, Marina —intentaba decirle Raquel—. ¡Para! No puedo más.

—Vamos, no te rindas ahora —le decía picarona—. Todavía puedo sacarte un poquito.

Aquellos dos dedos perforaban su interior con fiereza. Su apretado sexo los oprimía y por ello, el tacto se hacía aún mayor. Raquel no podía más que gritar ante esto.

—Mira cómo te retuerces, mi putita —señalaba encantada Marina—. Sé que esto te vuelve loca.

Engulló su clítoris y meneó los dedos en el interior, primero en círculos y luego en un incesante mete y saca que combinó con maestría con el otro metodo. La chica no podía más que retorcerse ante el goce recibido. Apretaba sus tetas y se pellizcaba los pezones. Ya la lujuria era presa en su interior y los estrujaba con toda su fuerza para ponerlos bien duros, hasta tal punto, que le dolían. La mujer devoraba su carnoso penacho y sus falanges la perforaban con violencia. Esto era lo que quería, deleite salvaje e intenso como nunca tuvo.

—¡Me corro! —anunció desenfrenada.

—Eso guarrilla mía, échalo todo —le animó la mujer.

No pudo aguantar por más que quisiera. Su estallido fue espectacular. Todo su cuerpo se agitó con violencia y llegó a alzar sus caderas y arquear la espalda. El grito que emitió debió de sonar hasta en la otra punta de la ciudad. Seguro que sus vecinos ya andarían enterados de lo que pasaba en su casa. Para cuando ya terminó, se encontraba muerta.

Jadeando de forma lastimosa, ni se percató de que Marina escalaba hasta llegar a su boca con intención de que probase sus propios jugos. La recibió con ganas. Mientras su aliento moría dentro de la mujer, degustó las mieles de su propio sexo.

—¿A qué estás bien rica? —le preguntó con alevosía.

—Déjame vivir un poco —fue lo que le respondió ella.

La mujer sonrió y se recostó a su lado, dejando que descansase.

Pasado un rato, Raquel se notó mejor. Tenía la mente despejada y, sentir el cuerpo de la mujer que le acababa de proporcionar los mejores orgasmos de su vida, le resultó gratificante. Notaba su mano en su pecho. Iba de un seno a otro, jugueteando con los pezones. Giró la cabeza y la encontró perdida en su cuerpo, admirándola sin ningún pudor.

—Que buena estás —dijo sin miramiento alguno—. No puedo creer que tu marido no te aproveche como debes.

—A veces lo hacemos —le contó la chica—. Pero ni siquiera en esos momentos, consigue que disfrute.

Su tono de afligimiento llamó la atención de Marina, quien la abrazó. Este acto sorprendió a la muchacha, quien se recostó contra su pecho, aceptando esa calidez que le brindaba.

—¿Le quieres? —fue la pregunta que le hizo.

Quiso mirarla, pero no se atrevía. Desde luego, la cuestión era delicada y, en un primer momento, no dudó en evitar decir algo. Sin embargo, con Marina parecía capaz de ser sincera y abierta en cualquier cosa. No tenía miedo de hablar con franqueza. Le daba esa seguridad para hacerlo.

—No —respondió desolada—. He intentado por todos los medios buscar algo a lo que aferrarme, cualquier cosa que dé sentido a este matrimonio, pero es inútil.

Marina no dijo nada. Tan solo se limitó a guardar silencio, prestando atención a Raquel. Eso hizo que la chica continuase hablando.

—Él no es mal hombre, pero siempre está trabajando —Se notaba que su tono se volvía más agresivo conforme hablaba—. No parece tener tiempo para otra cosa, solo eso. Siempre se marcha y se olvida de mí. ¡Ya estoy harta!

Se disponía a llorar, pero Marina la abrazó y besó antes siquiera de derramar una lagrima. Y ella se dejó llevar. Se comieron la boca la una a la otra sin espera y sus manos no tardaron en acariciar sus respectivos cuerpos. Contra la barriga, pudo notar como presionaba la, de nuevo, bien dura polla.

—Quiero metértela, Raquel —le dijo con ganas la mujer—. Necesito estar dentro de ti de nuevo.

—¡Pues clávamela! —le espetó la chica desafiante.

Iba ya Marina a tumbarla para poder iniciar la follada, pero fue Raquel quien la puso bocarriba sobre la cama. Sin dudarlo, la chica se puso encima de ella y la miró con unos ojos bastante viciosos. La mujer no pudo evitar sonreír, llena de gozo al ver lo que ocurría.

—No dices que soy una puta, tu puta —expresó la chica con provocación—. Pues te lo voy a demostrar.

Sin dudarlo, agarró el endurecido pene y lo llevó hasta la entrada de su coño. Acto seguido, se dejó caer, metiéndose el miembro en ella. Los labios menores de la vagina se abrían, como los pétalos de una rosa, para dejar paso al ancho tronco. Raquel tembló mientras notaba aquella cosa larga penetrándola y Marina gruño al sentirse oprimida por tan estrecho conducto.

—Joder, es como follarse a una virgen —exclamó alterada la mujer.

—Sí, soy una puta virgen —habló muy excitada la chica—. Y voy a follarte sin piedad.

Marina abrió sus ojos de par en par al escuchar esto. Justo en ese momento, Raquel comenzó a moverse.

Sentía como aquel cimbreante pene terminaba de entrar y a continuación, se meneó de arriba a abajo, contoneando sus caderas. El duro miembro se desplazaba por su interior, barrenándola con extrema facilidad al estar bien lubricada. Debido a su estrechez, lo sentía de manera tan fuerte que era como si fuera a partirla en dos.

—Oh Dios, esto es maravilloso —decía Marina al tiempo que la agarraba de su cintura.

La mujer controlaba el movimiento de la chica, guiándola para que se moviese de manera correcta. Al mismo tiempo, empujaba sus caderas hacia arriba, clavando más su polla. Eso hizo que Raquel gritase.

—Sí, me encanta tu polla, Marina —le hablaba entre sollozos—. Está tan dura.

Siguió moviéndose de forma lenta y reposada, disfrutando de la penetrante forma del sexo que la destrozaba por dentro. La transexual también estaba encantada. El estrecho coño le proporcionaba un placer increíble. Poco a poco, la chica comenzó a moverse más rápido, acelerando el ritmo. Bailoteaba con ganas, pues sabía lo que se acercaba. Siguió botando, hasta que ya no pudo aguantar más y se vino.

—¡¡¡Agh, si!!! —gritó con fiereza mientras se corría.

Las fuertes contracciones de la vagina apretaron aún más la polla de Marina, quien gimió en consecuencia, aunque para su suerte, no se corrió. El chillido de Raquel, por el contrario, fue tan estruendoso que le taladró los oídos. Como se notaba que esta chica necesitaba desfogarse. Y no tardó en volver al ruedo.

Todavía con el cuerpo tembloroso, la joven comenzó a moverse, contoneando su cuerpo al son de la polla que la penetraba. Era como un baile agitado y violento, pero uno que las tenía muy compenetradas. Se miraron ansiosas, llenas de una lascivia impetuosa. Sin dudarlo, la mujer llevó sus manos a los medianos pechos de la chica mientras ella hacía lo mismo con los suyos. Pellizcaron sus pezones, haciendo que suspirasen con deseo.

Raquel gritaba como si no hubiera un mañana. Marina se incorporó para devorar sus pechos. Contra su cara se apretaron esas dos tetas tan apetitosas, restregándoselas sin parar. Entre sus dientes atrapó un inflamado pezón, mordiéndolo con saña. A la chica le dolía un poco, pero era gloria al tiempo que sentía esa polla bien clavada en su interior. La mujer fue a por el otro y le dio el mismo trato. La abrazó con fuerza por detrás y la atrajo hacia ella. La joven también la atrapó con sus brazos y clavó sus uñas, cuan garras de un depredador sobre su presa, cuando se corrió.

Esta vez no hubo gritos. Apretó con fuerza sus dientes mientras el orgasmo agitaba todo su ser. Por un momento, creyó que se los partiría. Cuando ya todo había terminado, quedó derrengada sobre Marina, quien todavía tenía su polla en pie de guerra. Tomó algo de aliento y vio como la mujer se recostaba sobre la cama. Ella también se inclinó, apoyando la cabeza sobre su pecho.

—Parece que estás disfrutando como nunca —le comentó sin más.

—Es el mejor sexo que he tenido jamás —respondió ella muy emocionada.

Se besaron tras esa frase. Sus lenguas se enlazaron en un húmedo abrazo, dejando que su saliva fluyera entre ellas. Fue una unión prolongada e intensa. Después, Raquel se apartó y comenzó a besar las grandes y apetitosas tetas de Marina. Lamió y chupó sus pezones, dejándolos bien duritos y haciendo que la mujer gimiera complacida. Su lengua viajó por aquellas carnosas montañas con avidez, explorándolas con detenimiento y dejándolas bien mojadas y brillantes. Al mismo tiempo, la chica retomó su candente danza, haciendo que sus caderas se moviese con ritmo al son de la polla que tenía bien dentro.

—Veo que volvemos al ruedo.

Sus bocas volvieron a juntarse. Totalmente recostada sobre ella, Raquel se movía con desesperación al tiempo que Marina la aferraba de su redondo culito, siendo la transexual quien decidió tomar el control de la situación tras tanto tiempo. Comenzó a menear a la chica a su gusto, al tiempo que clavaba su rígido pene hasta las entrañas más profundas. Su amante gemía desbocada al sentir cada punzada en su interior.

—¿Te gusta, eh? —le preguntó Marina desafiante—. ¿Disfrutas mientras te la meto hasta lo más hondo posible?

Raquel no pudo articular palabra posible. El placer del que gozaba era tan delicioso que de su boca lo único que salían no eran más que ahogados gemidos.

—¡Respóndeme! —le instó la mujer mientras azotaba sus prietas nalgas.

—¡Si! —respondió al final, pero eso iba a ser todo lo que dijese, pues su ser ya estaba entregado al inevitable orgasmo.

Marina la zarandeó como si de un muñeco sin vida se tratase. Su vecina azotaba su trasero como le venía en gana, palmeando las esplendidas carnes y sintiendo como cada carrillada se meneaba ante el continuo vaivén. La polla atravesaba como un sable el prieto coño y el continuo movimiento de delante a atrás, hacía que barrenase a la chica sin piedad. Su clítoris se restregaba contra el vientre de la mujer, dejándolo húmedo y sus tetas se clavaban en las de ella. Ambas se miraron y cuando vio el rostro de quien la follaba demacrado, Raquel supo que ya no había marcha atrás. Las dos cerraron sus ojos y se entregaron ante lo que se venía.

Sus gemidos resonaron en toda la habitación con mucha fuerza. Sus cuerpos se agitaron sin piedad. Marina se corrió dentro de Raquel y ella sintió todos los chorros de semen inundándola. Al mismo tiempo, su coño estalló, expulsando regueros de flujos que empaparían sus entrepiernas. Pudo notar las fuertes contracciones de sus paredes vaginales que parecían querer engullir la polla que tenía dentro. Una vez concluido todo, la chica se derrumbó, quedando prácticamente inconsciente sobre la mujer.

Descansaron tras tan tórrido momento. Marina abrazó con calidez a Raquel, quien se arrebujó en su pecho mientras esta acariciaba su pelo rubio. Sus corazones aún latían con fuerza por la intensa actividad sexual vivida. En su interior, la chica comenzó a sentir como el pene de la transexual comenzaba a disminuir de tamaño. Al final, decidió sacárselo y ponerse al lado de ella. Enseguida se notó vacía, viendo lo abierta que había quedado tras la penetración. Además, también percibió semen y restos de fluidos derramándose de dentro, pero no le importaba.

—Mierda, te lo estoy poniendo todo perdido —dijo preocupada Marina.

—No importa —la calmó Raquel—. Lo lavaré mañana.

Permanecieron así, tranquilas, sin necesidad de decir o hacer algo. Abrazadas, preferían sentir la respiración de cada una y el calor de sus cuerpos. En medio de esa calma, Raquel comenzó a pensar en su vida y en cómo había sido la relación con su esposo y otros hombres. Tan solo tuvo sexo con un chico antes de conocer a quien sería la persona con quien pasaría el resto de su vida. Con él, al principio, las relaciones estuvieron bien. Nada del otro mundo, pero disfrutaba. Sin embargo, cuando el hombre comenzó a centrarse en su trabajo, dejándola a ella de lado, fue cuando todo pasó a peor. Lo veía en contadas ocasiones y el poco tiempo del que disponían le resultaba insatisfactorio. No negaba que su esposo se esforzaba por complacerla, comprándole cosas bonitas y llevándola de viaje a sitios increíbles, aunque no conseguía dar con la raíz del problema: la chica no deseaba que la agradasen con caprichos. Lo que deseaba era la compañía y el cariño de otra persona, cosa que resultaba más que imposible, viendo el panorama.

Miró a Marina. Nunca en su vida se había sentido atraída por una mujer, así que ni mucho menos lo haría por una transexual. No obstante, lo que le ocurrió aquella noche, hacía una semana, lo cambió todo por completo. Podría decirse que el alcohol la puso muy cachonda y, que al estar tan embriagada, se dejó llevar por la situación, pero en el fondo, sabía que no era así. El abandono prolongado por parte de su marido y el no haber tenido sexo en mucho tiempo la empujaron a liarse con Marina. La llevaron a arrodillarse en el suelo y comerle la polla sin ningún miramiento. Le encantó que se la follara con tanta dureza y agresividad para luego, tratarla con cariño y amor. Justo lo que acababa de ocurrir ahora.

Sintió como una mano volvía a acariciar de nuevo su pelo. Cuando la miró, no pudo evitar sentirse dichosa. Marina era una increíble mujer. No la conocía desde más que un par de días, pero con ella ya se sentía mejor que como cuando estaba su marido. Le hizo sentir cosas maravillosas que jamás experimentó y deseaba que muchas más le ocurriesen. Ya no era una cuestión de quien fuera, en realidad, le daba lo mismo. Lo único que importaba era que con ella se sentía feliz.

—¿Qué pasa? —le preguntó en ese mismo instante.

Aquel fue el momento determinante, el punto de no retorno. Sabía que el paso que estaba a punto de dar cambiaría por completo su vida, pero ya no le importaba. Tan solo podía hacer caso a lo que deseaba y ya lo tenía más que claro.

—Marina, quiero que me folles el culo.

La mujer abrió sus ojos de par en par al escuchar semejante propuesta. No supo que decirle en un inicio, pero sentir esa ansiosa mirada sobre ella, la volvió loca.

—¿Estas segura? —preguntó repleta de dudas.

—Si —respondió Raquel con determinación—. Quiero entregarme por completo a ti. Quiero que invadas el último lugar de mi cuerpo que aún es puro. Quiero que seas tú.

Ya no había nada más que hacer. Por mucho que quisieran discutirlo, era algo que ya estaba decidido.

—Bien, pues date la vuelta, que empiezo —ordenó la transexual.

Raquel se puso a cuatro patas sobre la cama. A la chica le temblaba el pulso mientras escuchaba movimientos. Marina se colocó detrás de ella y pudo contemplar el espléndido trasero bien ofrecido. Llevó sus manos hacia él y acarició las redondas nalgas.

—¡Qué maravilla! —exclamó mientras lo manoseaba y, acto seguido, comenzó a besárselo.

Notó unos labios presionando en la piel y como luego, una lengua la lamía. Llegó incluso a sentir sus dientes clavados en la prieta carne, mordisqueándola con gula y, eso sí, cuidado. Marina se deleitaba con ella hasta que decidió pasar a la acción. Separó sus nalgas y hundió su lengua en el oscurecido ojete de la chica.

—¡Agh, Marina! —gritó Raquel alterada.

La lengua se fue adentrando en la chica. Después de la anterior comida, el ojete se había abierto un poco más, así que la entrada no le costó demasiado. La mujer presionaba en el interior con ganas, dejando caer hilos de saliva que lubricaban mejor el ano, haciendo que pudiera meterse con mayor facilidad. Mientras, a la joven no le quedaba más remedio que gemir de placer.

—¡Oh, joder! —decía entre estertores—. ¡No puedo aguantar más!

Como si estuviera apiadándose de ella, su vecina colocó uno de sus dedos sobre la raja de la muchacha y buscó el clítoris, frotándolo con fruición. Aquello fue más que suficiente para ella se corriera.

Todo su ser se retorció. Raquel emitió varios sollozos, buscando calmarse, aunque sabía que estaba lejos de acabar. Tenía la lengua de Marina dentro de su culo y ella, como si nada, siguió a lo suyo. Mientras que su mano derecha acariciaba el ardiente coño de la chica, continuó bombeando en aquel ojete, tratando de llegar lo más adentro posible. Los gritos de la torturada joven no tardaron en resonar de nuevo. Sin embargo, la mujer no tardó en sacar su lengua, dejando caer estelas de saliva que corrieron por el trasero de la maltrecha.

—Bien, vamos a meter un dedo —comentó sin más.

El primer dedo que ensalivó fue el pulgar y, una vez húmedo, lo introdujo en el ojete. Raquel tembló de pies a cabeza al notar como la penetraba sin piedad. Sentía como se abría paso en su interior y lo único que pudo hacer fue aferrar sus dedos a las mantas al tiempo que disfrutaba. Marina siguió masturbándola, proporcionando un placer que se percibía como un bálsamo para calmar el dolor inicial.

—Vaya, sí que estás estrecha —puntualizó la mujer—, pero no te preocupes. Esto no ha hecho más que empezar.

Sacó el pulgar y el siguiente dedo que ensalivó fue el corazón. Raquel respiraba intensa mientras sentía como un dedo de la mujer masajeando su clítoris. Se notaba que la quería tener a tono, pero sin que se corriera. Bien caliente para darle más.

—Bien cariño, ahora viene lo duro —la avisó.

La punta del dedo comenzó a entrar y el ojete se ensanchó para darle cabida. Marina dejó caer un par de hilos de saliva para lubricar bien. Raquel tan solo podía aguantar estoica. Quizás debería de decirle que fuera a por gel para facilitar la penetración, pero hacerlo así le ponía más. No se lo había dicho, aunque no hacía falta. Ella lo daba por contado.

El dedo se siguió metiendo y la chica se mordió el labio al notar como su culo temblaba. Dolía, aunque tampoco era algo molesto. Para su sorpresa, estaba resistiendo mejor de lo esperado. Por su parte, el dedo continuó adentrándose en sus entrañas hasta que, al fin, entró por completo.

—Perfecto —dijo una satisfecha Marina.

Entonces, comenzó a mover el dedo de delante a atrás. Bombeaba el interior, buscando ensancharlo lo mejor posible. Dejaba caer algo de saliva para ayudar a fluir mejor su falange. Su otra mano abrió los labios mayores del coñito y acarició su aterciopelado interior. Y mientras, Raquel se deshacía.

—¿Te gusta que te meta el dedo en el ojete? —le preguntó la mujer—. ¿Disfrutas con esto?

A Raquel le costaba hablar. El placer era indescriptible. Mientras taladraba su ano, la otra mano trastocaba su vagina. Ya tenía prácticamente los dedos dentro de su conducto y eso la estaba llevando al límite. Al final, se corrió de nuevo.

—Joder, te estoy volviendo loca —comentó divertida la mujer—. Parece que te voy a dejar agotadita.

Dejó que tomara algo de aire para recuperarse un poco, pero cuando retiró su dedo, la chica supo que todo esto no había más que comenzado.

—Bien, vamos a meter otro.

Los dedos índice y corazón se metieron dentro, abriendo el ano de Raquel. Ella aguantó el pequeño dolor. Marina fue algo rápida al inicio, pero cuando ya estaba a la mitad, fue un poco más lento. Dejo caer algo de saliva para que fluyesen mejor y terminó de introducirlos.

—¿Qué, te gusta tenerlos dentro? —le preguntó con provocación.

Raquel suspiró frustrada, sintiendo como la perforaban tanto por el culo como por el coño. Marina movía sus dedos con ganas, dándole un placer indescriptible. Se aferró a la cama con desesperación, gimiendo como una loca.

—¿Te gusta, zorrita? —volvió a preguntar la mujer incitante.

—¡Si, no pares! —respondía ella descontrolada.

De su boca cayó un hilo de caliente saliva. La chica ya no podía hacer otra cosa más que gritar con fuerza. Lo que sentía era imposible de creer. Un goce, un deleite desgarrador. Algo que jamás llegó a creer posible que experimentase. Trató de aguantar lo más posible, pero fue inútil. Se corrió sin tregua.

Quedó destrozada. Rendida, cayó sobre la cama, hundiendo su cara contra la almohada. Todo su cuerpo retumbaba tras el orgasmo que la había sacudido. Marina sacó sus dedos tanto de dentro del coño como del culo. Acarició la espalda de la chica hasta llegar a su pelo y, a continuación, se inclinó sobre ella. Sintió sus tetas aplastándose  y el peso de su cuerpo. La besó en el cuello mientras masajeaba su cabello, lo cual la calmó bastante, aunque no demasiado. Contra su culo, sentía restregarse la dura polla de la transexual.

—Ha llegado la hora —le susurró al oído.

Marina se puso de rodillas sobre la cama y ella se volvió. Notó como la miraba, con ganas de más.

—Necesito que me lubriques la polla —le dijo—, así que agáchate y cómemela.

Mirándola deseosa, la chica le hizo caso. Se agachó y fue directa a por el miembro.

Respiró intensamente cuando se tragó el enhiesto pene. Su boca se vio inundada por la dura barra de carne. La mujer gimió y empujó con ganas, introduciendo su miembro lo más dentro que podía.

—Eso es, guarra —le decía con desprecio—. Trágatela entera.

Raquel tenía toda la polla dentro y comenzó a mover su cabeza de delante a atrás. El duro sexo de Marina fluía a la perfección en su interior gracias a la saliva. La mujer la aferraba de su cabeza, apretando entre sus manos el rubio cabello. Empujaba con fuerzas, buscando encajárselo lo más profundo posible. Hizo varias gárgaras, buscando tragarlo mejor. Prosiguieron así hasta que la transexual se lo sacó. Mientras salía, algo de saliva se le escapó por la comisura de los labios. Cuando lo tuvo todo fuera, pudo ver el falo totalmente empapado y brillante.

—Perfecto, ya está bien mojado —comentó la mujer satisfecha.

La chica lamió el duro miembro y se lo pasó por la cara, llenándose de los fluidos y de su fuerte olor. Le encantaba sentir todo eso. Resultaba excitante y delicioso.

—Date la vuelta —ordenó de nuevo Marina—. Es hora de darte bien por el culo.

—Sí, lo deseo tanto —aseguró ella muy agitada.

—Cállate y hazlo —La voz de la mujer no podía sonar más autoritaria.

Así hizo. Se volvió a poner a cuatro patas, exponiendo su culo. Marina se colocó justo detrás. Con sus manos, apartó las nalgas de la chica y llevó la polla hasta allí.

—¿Lista? —preguntó.

Ella tragó saliva. Con su cabeza asintió, preparada para lo que sucediese.

—Vamos allá.

El pene de Marina comenzó a introducirse en el ojete de Raquel. La chica gimió un poco al notar la punta en su interior, abriéndola. Pese a haber tenido dos dedos dentro, no podía negar que aquello era más de lo que podía tolerar y se puso nerviosa.

—Tranquila —le dijo la mujer—. Si estás tensa, será mucho peor.

Aspiró aire de forma intensa y notó como la punta del miembro se adentraba. No pasó mucho hasta que el glande ya estaba por completo en el interior. Notaba una cierta molestia en su ano y, por un momento, creyó que remitiría. Sin embargo, no iba a ser así. Marina empujó de nuevo para seguir introduciendo su polla y el suplicio continuó.

—Ah, me duele un poco —se quejó.

—Te he dicho que te calmes —comentó la mujer.

Ella continuó empujando hasta que ya tenía medio miembro metido dentro. Raquel no pudo evitar gritar ante esto.

—¡Mierda! ¡La noto mucho!

—Ya lo creo, estás muy estrecha.

Sintió como se metía más adentro. Eso hizo que Raquel se sintiera más desesperada aún. No era que no desease que continuara, pero no quería que fuese de manera tan intensa.

—Marina, si quieres follarme el culo, por favor, trátame bien.

La mujer se detuvo en seco al escucharla. En un inicio, había quedado inerte, como si la hubiera congelado, pero no tardó en reaccionar.

—¿Que…quieres decir? —Se la notaba estupefacta.

Raquel suspiró. Tampoco deseaba herirla, aunque debía decirlo.

—Es mi primera vez —le dijo—. Me gustaría que fueses más cuidadosa. Solo por esta vez.

Escuchó una pequeña risa. Luego, sintió como se inclinaba sobre ella y le daba un beso en la mejilla, tal como hizo aquella noche.

—Vale, iré más relajada esta vez.

Respiró aliviada al oírla.

Tras esto, Marina terminó de introducirle la polla. En el rato que había pasado, el recto de la chica se había habituado al vigoroso tamaño del miembro, así que ya no resultaba tan complicado meterlo. Ya una vez dentro, Raquel pudo notar su fuerte consistencia. Temblaba eufórica.

—Bien, empecemos —habló un poco ansiosa la mujer.

La agarró de las caderas y comenzó a empujar. Era diferente a cuando la folló por el coño. Su ano era más compacto, así que sentía el miembro mucho más que por vía vaginal. Pese a todo, Marina se movía con suavidad. No tenía ninguna prisa, algo que le sorprendió, dada su naturaleza intensa. Se mecía tranquila, dejando que se acostumbrase a tener semejante aparato en su interior. Y con eso, lo percibía con mayor nitidez clavándose en ella.

—¿Te gusta cómo te follo, cariño? —preguntó mientras se meneaba con soltura.

Sentía la presión de la polla, pero el dolor no era tan grande como antes. Le resultaba más placentero. La mujer siguió bombeando su polla, aumentando poco a poco el ritmo.

—Sí, lo haces muy bien —le respondió al final.

Tenía que reconocerlo, estaba gozando como nunca. Pese al dolor inicial, ahora estaba resultando mejor. Marina mantenía un ritmo constante y la chica podía notar como su coñito chorreaba del goce proporcionado. Ella no le azotaba ni le decía cosas guarras, como en otras ocasiones, tan solo la hacía disfrutar de forma tierna y sosegada. No le importaba ser perversa, pero en el fondo, así era como le gustaba gozar.

—Dios, aquí sí que estoy bien apretada —mascullo la transexual mientras no cesaba de empujar.

Ambas gimieron ante la última arremetida. Entonces, Marina sacó su miembro de dentro de Raquel. La chica sintió su ojete muy abierto y se sorprendió de que su vecina se hubiera retirado. No comprendía que pasaba.

—Acuéstate de lado, Raquel —le pidió.

Le hizo caso.

Ya colocada en esa posición, la chica vio como la mujer se situaba detrás de ella, también recostada de lado. Se escupió en la mano, llevándosela a la polla para dejarla bien húmeda. Acto seguido, llevó su boca al oído de Raquel.

—Muy bien, vamos a continuar.

De repente, Marina se la volvió a meter por el culo. Fue algo inesperado, pero no resultó doloroso. Muy pronto, tenía todo ese largo y duro miembro en su interior. Entonces, la mujer comenzó a moverse, de nuevo, de manera lenta y suave. Eso hizo que comenzara a sentir un repentino placer, que iba en aumento conforme su amante bombeaba más y más dentro de ella.

—¿Te gusta más así? —le preguntó.

Al inicio, no contestó, tan solo pudo dejar escapar un intenso suspiro, pero no tardó en responder.

—Si —dijo descontrolada—. Oh, ¡Marina!, ¡eres maravillosa!

—Pues ahora viene lo mejor —comentó ella.

En ese instante, notó como el brazo derecho rodeaba por atrás su cuello y se colaba por encima del hombro izquierdo para acariciar sus tetas. Y la mano izquierda se perdía en su entrepierna, a la búsqueda de su coño. Cuando lo encontró, no tardó en comenzar a masajearlo a gusto.

—Um, Dios, ¡me vas a volver loca! —decía Raquel al borde de la histeria.

—Me encanta hacerlo —le susurró la transexual.

Mientras que su mano derecha pellizcaba uno de los pezones y la izquierda frotaba el clítoris, Marina se afanó por besar el cuello de la chica, lamiendo con ganas su piel. No tardó en encontrarse con la boca de Raquel, quien la recibió con un apasionado beso. Siguió barrenando su culo, llevándola a un éxtasis que ya parecía imparable. De hecho, la chica no tardó en temblar, siendo ese el preludio del glorioso orgasmo que le esperaba. Así siguió hasta que por fin, se vino.

Todo su cuerpo convulsionó al llegar al tan ansiado estallido. Sintió fuertes contracciones no ya solo en su vagina, sino también en su culo, donde la polla de Marina seguía clavada. La mano de la mujer se empapó con abundantes fluidos. La chica se tambaleó un poco, pero logró mantenerse en su sitio. Algo aturdida, fue recuperándose. Ya más calmada, notó como la mujer besaba de nuevo su cuello.

—¿Lista para más? —le preguntó—. Esto aún no ha terminado.

No llegó a responder. Tan solo, la dejó hacer a su gusto. Siguió follando su culo sin parar, acariciando sus pechos y estimulando su sexo. Todo ello la llevó por un torrente de placer como nunca antes había experimentado. La chica tan solo podía gemir y disfrutar, aferrándose a su cuerpo mientras era gozada por otra persona, alguien que también se preocupaba por su propio disfrute. Y así, en esa espiral incontrolada, las dos llegaron al orgasmo al mismo tiempo. Raquel gritó con fuerza de nuevo al tiempo que Marina se vaciaba en su culo.

Para cuando todo había concluido, ambas mujeres estaban destrozadas. Tan solo podían respirar entrecortadas mientras sentían sus sudorosos cuerpos rozarse. De esa forma, simplemente se dejaron llevar por el cansancio, quedándose dormidas. Así, Marina abrazó a Raquel desde atrás, comenzando a descansar después de tan esplendido encuentro.

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Raquel despertó algo confusa. Miró a su alrededor y vio que estaba en el dormitorio principal, sobre la cama donde dormía junto a su marido. Esta se encontraba desordenada y ella se hallaba desnuda. Sobre ella, se encontraba toda su ropa desperdigada y allí también, encontró a Marina. Dormida de lado, dándole la espalda, la mujer tampoco tenía ni una sola prenda encima. Se volvió hacia el reloj para ver la hora y se quedó de piedra. Se liaron sobre las siete y media de la tarde y ahora, eran las once de la noche. Debieron de follar por mucho rato y más se tiraron durmiendo.

Se quedó impresionada. Había sido más intenso que la primera vez que lo hicieron y ahora, notaba todo su cuerpo cansado. Eso era señal de lo mucho que habían gozado. Le dolía hasta el coño y, aunque no se podía decir que fuera agradable, estaba encantada. Escuchó un murmullo a su lado. Al volverse, vio a Marina desperezándose.

—Buenos días —dijo con una espléndida sonrisa en su rostro.

—Querrás decir “buenas noches” —le informó—. Son las diez.

La mujer se quedó impactada ante lo que acababa de decirle. Miró a un lado y a otro, contemplando la que habían liado. Parecía atónita.

—Joder, pues sí que hemos follado —comentó.

Entonces, se levantó. Parecía tener intención de marcharse y eso, a Raquel, no le gustó demasiado. Verla partir le rompía el corazón. No era algo que deseaba por nada del mundo. Así que para retenerla, decidió hablarle.

—¿Te vas ya?

—Es tarde —dijo Marina de forma seca—. Ya he pasado demasiado tiempo aquí.

Se puso nerviosa. No quería que se fuera.

—Y con lo tarde que es, ¿por qué no te quedas?

La transexual se volvió sorprendida, como si no creyera lo que acababa de escuchar.

—Quiero decir, podríamos hacer algo para cenar y ver alguna cosa en la tele —propuso Raquel algo desesperanzada—. ¿O tienes que trabajar mañana?

—Tengo otra semana de vacaciones, pero no sé, tampoco quiero molestar.

—No, no molestarías —dijo la chica—. Estaría bien que me acompañases. Estoy sola.

Una malévola sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer. Eso inquietó un poco a la muchacha. Marina se inclinó sobre la cama y gateó hasta quedar frente a ella, tan cerca que podía respirar su aliento.

—¿Y no querrás que me quede para seguir follando?

Tras esa intrigante pregunta, se lanzó sobre Raquel. Ella quedó petrificada al ver como la mujer se abalanzaba sobre ella y le comía la boca sin ningún pudor. Todo se descontrolaba, al menos, así lo veía. Quiso frenarla, pero sentir sus besos y caricias la llevaron a dejarse llevar, disfrutando de su maravillosa compañía. Así permanecieron por un rato hasta que Marina se apartó.

Se miraron. Raquel se notó algo intimidada por todo, incluyendo esa mirada violeta que la tenía muy tensa. En cierto modo, sentía un enorme pánico ante lo que se disponía a decir, pero necesitaba hacerlo. Su vida dependía de ello.

—Mira, no es el sexo lo único que me importa —comenzó de forma un poco atropellada—. También me gusta la compañía, el cariño, la confianza…. —Se quedó callada por un momento, buscando las palabras adecuadas para continuar—. Yo…me encantaría que te quedases…porque….

De nuevo, la volvió a besar. No entendía cómo podía ser tan rápida, pero siempre la sorprendía de manera inesperada. Aunque lo que no lograba entender era por qué hacía eso. ¿Qué demonios sacaba besándola de esa forma?

—Me encanta la cara que pones —dijo mientras no dejaba de sonreír—. Es tan divertida.

Marina le acarició en el rostro. Raquel no comprendía de qué iba esta mujer y, por ello, se sentía muy inquieta. Permanecieron así, sin decir o hacer algo, tan solo observándose como si el tiempo ya careciera de valor. La chica suspiró, sin saber qué camino tomar.

—Mira, si a ti te hace gracia, genial, pero yo deseaba decirte algo muy en serio —Apartó su mirada, como si intentase rehuirla, aunque le costaba—. Ya veo que carece de importancia para ti.

Iba a levantarse, pero Marina la freno.

—Oye, oye —dijo confusa—, ¿pero qué te pasa?

Sus ojos estaban a punto de reventar en lágrimas. Un enorme cabreo se gestaba en su interior. No podía creer que se lo estuviese tomando tan a la ligera. Estaba harta. Si a ella no le importaba, entonces se lo dejaría bien claro.

—¿Qué pasa? ¡Pues que te quiero, joder! —le espetó sin ningún  miramiento—. Este ha sido el momento más feliz de toda mi maldita vida, mejor que mi puta boda o el día que conocí al imbécil con el que me casaría. Sin embargo, para ti solo ha sido un polvo más, algo sin importancia.

Su vecina la miró con la boca abierta. Desde luego, esta vez sí que la estaba impresionando.

—¿Sabes qué? Si para ti no significa nada, me da igual —le habló desafiante—. Ya me buscaré a otra o a otro que sepan apreciarme. O lo mismo regreso con mi marido. Creo que gracias a ti he recuperado las ganas de follar con él.

Se disponía marcharse, pero Marina la agarró de un brazo.

—¡Suéltame! —exclamó mientras trataba de liberarse—. ¡Que me sueltes!

Tironeó un par de veces, aunque de poco le sirvió. Se notaba que la mujer todavía conservaba algo de su fuerza como hombre. Al final, la arrojó sobre la cama y se puso encima. Raquel se siguió revolviendo, pero entonces, su vecina la aferró de los brazos, colocándolos sobre cada lado de su cabeza. Ella se quejó un poco, pero ya no opuso ninguna resistencia. Además, notar su penetrante mirada azul sobre su ser fue lo que terminó de hacerla desistir.

—¿De verdad piensas que todo esto no ha significado nada para mí? —La pregunta sonaba agresiva e hiriente—. ¿Es eso lo que crees?

La chica apartó su mirada, pero cuando la mujer apretó sus manos, la obligó a volver a verla.

—¿Sabes cuánto hace que no estoy con una mujer? Dos años —le dijo a continuación—. Si, podría tener a cualquier chica que quisiera, pero desde mucho tiempo, he sabido que lo que necesito no es otra amante temporal, sino alguien con quien compartir mi vida. Eso es lo que he encontrado en ti, Raquel.

Su corazón comenzó a latirle con velocidad. No podía ser. Era imposible que acabara de escuchar algo así.

—Me gustas. Eres tan bonita y dulce —habló de forma provocativa y anhelante—. Desde el primer día en que te vi, cogida de la mano por tu marido, supe que te tenía que hacer mía. No sabes en cuantos sueños navegaste antes de atreverme.

Abrió los ojos de par en par. Se empezó a acordar de lo ocurrido en su primer encuentro.

—Espera, ¿esa noche tan solo viniste para liarte conmigo?

Marina asintió. Eso la dejó completamente atónita.

—Sé que era una idea estúpida. Estás casada y eso me hacía ver lo imposible de mi deseo, pero tenía que intentarlo —Se quedó callada por un momento—. ¿Y sabes qué? Mereció la pena.

La besó y ella se lo devolvió. Soltó sus manos y así, pudo abrazarla. Se morrearon con desesperación, como si necesitasen hacerlo.

—Te amo —dijo Raquel tras apartarse—. No hay otra persona con la que desee estar que no seas tú.

—Y yo también, cariño —le aseguró la mujer—. Toda esta maldita semana no he dejado de pensar en ti. Me largué esa noche porque no sabía si querrías algo más, pero estaba tan desesperada que al final tuve que volver hoy para comprobarlo.

—Que idiotas somos —afirmó la chica.

—Pues sí.

Sonrieron divertidas y se dieron un pequeño pico antes de volver a quedar abrazadas.

—¿Sigue en pie lo de quedarme esta noche? —preguntó la mujer mientras recostaba su cabeza sobre el pecho de Raquel.

—Claro que si —dijo ella muy alegre, mientras acariciaba el pelo marrón oscuro de su preciada vecina—. De hecho, me encantaría que te quedases por todo el mes.

Se miraron de nuevo. Eran incapaces de apartar sus ojos la una de la otra.

—Estoy solita —comentó muy melosa—, y necesito una buena polla que me haga gozar.

Marina se incorporó y le dio otro enésimo beso. Sus bocas ya andaban resecas de tanto besuqueo, aunque poco les importaba las dos. Volvieron a quedar tendidas la una sobre la otra, sin dejar de acariciarse.

—Oye, ¿y qué hacemos cuando vuelva tu marido? —preguntó Marina algo inquieta.

—Eres mi amiga —afirmó Raquel—. Él me insistió en que pasase más tiempo contigo, así que no veo que tiene de malo que te quedes en casa conmigo.

Las dos se echaron a reír. Desde luego, la mujer ya no iba a ser una visita inesperada nunca más.

Nota: por si lo preguntais, es posible que escriba una tercera parte. Una idea planea por mi cabeza, pero me llevará algo de tiempo gestarla. Asi que, os pido paciencia. Eso si, será la ultima que escriba con estos personajes. No me pidais una serie. Y por si acaso, Marina no se va a liar nunca con un . Le gustan las mujeres y ahora mas que nunca, le encanta Raquel.

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Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito, no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.