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Dulces caricias III

en Amor filial

Pasaron un par de días desde el intenso encuentro que tuvieron aquel domingo por la tarde y, por más que lo intentase, Francisco no se lo podía quitar de la cabeza. No se sentía arrepentido, las culpas no lo atormentaban por tener una ilícita relación sexual con su hermana Sonia. Más bien, el problema era que deseaba más. Quería sentir el roce de aquella suave piel, escuchar los intensos gemidos que la chica emitía y, sobre todo, zambullirse en la cálida humedad de su coñito. Era lo que ansiaba y se dijo que jamás se había sentido así. No, ninguna chica le había provocado de la forma en la que lo hizo Sonia.

Después de aquello, no hubo más encuentros entre los dos. Por un lado, había poco tiempo. Sonia iba por la mañana al instituto y Francisco a la universidad. Las tardes estaban ocupadas con las prácticas de fin de carrera del segundo. Tan solo se encontraban en casa durante los mediodías para comer y a la noche. Eran esos pocos instantes los que tenían de contacto y, aunque no se decían nada pues sus padres estaban delante, sus miradas siempre se cruzaban. En ellas, se adivinaba el claro deseo latente que sentían ambos, deseo de volver a vivir la increíble experiencia que se había iniciado ese fin de semana.

De esa forma estuvieron hasta el miércoles. Ese día, sus padres tenían que trabajar por la tarde y ellos la tenían libre, por lo tanto, estaban en casa solos. Francisco se encontraba en su cuarto jugando con la consola, pero por más que lo intentaba, no podía quitárselo de la cabeza. Sabía que en esa casa tan solo estaban él y su hermana Sonia. Nadie había allí en esos momentos y, al pensar en ello, un deseo incontrolable comenzó a nacer en el hombre. Quería ir a ver a la chica y, si la cosa lo propiciaba, tener sexo. Era algo que estaba ansiando y los días posteriores tras el previo encuentro, no había dejado de pensar en ello.

Tirado en su cama y con su polla en evidente estado de dureza, no dejaba de darle vueltas al asunto. ¿Y si Sonia se molestaba? Era posible que ya no quisiera más, que ese atrevido escarceo solo fuera eso, un leve contacto que la chica deseaba experimentar y ya está. Tal vez no tuviera más motivo para querer estar con él. Eso le enojaba y frustraba a partes iguales. Se decía que tal vez era lo mejor, a fin de cuentas, eran hermanos y si sus padres se enteraban, la cosa podría liarse mucho. Pero, por otro lado, quería más. Se había convertido en una droga que necesitaba con desesperación.

De ese modo, era incapaz de centrarse en nada. Solo podía pensar en Sonia y, por ello, decidió ir en su busca. Sabía que no debería hacerlo pero era la única manera de saciar esa ansiedad que lo mataba por dentro.

Sonia estaba en su cuarto, al parecer, haciendo un trabajo para clase de Lengua y Literatura. Cuando llegó a la puerta, Francisco pensó en no interrumpirla, ya que estaría muy ocupada. Pero el ansia lo devoraba por dentro. Necesitaba verla como fuese, así que tocó.

—¿Quién es? —preguntó la chica.

—Tu hermano Fran —respondió él—. ¿Puedo pasar?

—Claro, pasa —le dijo la muchacha.

Francisco entró en la habitación, abriendo la puerta con cierto alboroto. Estaba bastante alterado. Ya una vez dentro, vio que su hermana estaba sentada frente al escritorio, pegado a la pared de enfrente. Debía estar con ese trabajo de Lengua que aún no habría acabado. Ella se volvió y pudo ver su ovalado rostro envuelto por el brillante pelo rojizo bien largo que le caía por los hombros. Sus ojitos verdes oscuros le miraron con curiosidad.

—¿Qué quieres? —preguntó sin mostrar demasiada molestia.

Al principio, se quedó allí parado, mirando a la hermosa chica. Se veía incapaz de hacerlo, de pedírselo. Era plenamente consciente de que lo que tanto deseaba estaba mal y solicitarle volver a hacerlo no le parecía correcto. Se encontraba bloqueado, evaluando sin mucho éxito que hacer.

—Fran, ¿te pasa algo?

La preocupada voz de Sonia no le hizo tardar en reaccionar. Tenía que decir algo. De lo contrario, pondría más asustada a su hermana.

—Veo que aun sigues con el trabajo —dijo el chico—. Será mejor que te deje. No quiero molestarte.

Fue a darse la vuelta para irse cuando su hermana no tardó en levantarse.

—Espera, no te vayas— exclamó la chica mientras avanzaba hacia él—. Me queda muy poquito para terminar. ¿Qué es lo que quieres?

Que se pusiera en pie fue lo peor que pudo hacer. Francisco sintió todo su cuerpo vibrar al ver el conjunto de ropa que llevaba. No era nada provocativo, pues Sonia no acostumbraba a vestir con intención de exhibir demasiado de su anatomía, pero aquella vestimenta le daba un toque muy sensual. Al menos, para él. Llevaba otra falda de tela, esta vez de color lila, que le llegaba hasta las rodillas, dejando al descubierto sus preciosas piernas y una camisa a cuadros donde se insinuaban de forma muy sutil sus pechitos. Verla con esa indumentaria, le estaba volviendo loco.

—Nada, de verdad —dijo de nuevo, tratando de marcharse pero viendo como ella le miraba, parecía difícil—. Termina lo que te queda.

Sonia se aproximó en un par de pasos hasta ponerse justo frente a él. Se miraron por un instante, notándose la fuerte tensión que había entre ellos. Siguieron así por un poco más, hasta que la chica se aferró a su hermano y le dio un beso.

A Francisco le pilló de sorpresa, pero no tardó en rodearla entre sus brazos y atraerla más. Pegados como estaban, dejaron que el beso intensificase su fuerza, abriendo sus bocas y dejando entrar a sus lenguas. No tardaron en enrollarse, dejando que la saliva pasase de una a otra. El beso fue haciéndose más profundo. Cuando se separaron, ambos se contemplaron otra vez, ahora con mayor deseo.

El muchacho creyó perder el equilibrio ante lo que estaba pasando. El calor invadía su cuerpo y su polla, ya de por si dura, pugnaba ahora por querer salir de su pantalón. Sonia estaba arrebatadora y volvió a besarla con todas las ansias que podía albergar. Se dieron varios besos más cortos, rozándose suavemente con sus lenguas, jugueteando con ellas y percibiendo la respiración de cada uno con deleite. Cuando dejaron de lamerse, volvieron a mirarse embargados de mucha emoción.

—Para esto has venido, ¿no? —adivinó con total facilidad la chica.

—No puedo dejar de pensar en lo que ocurrió el domingo— le confesó Francisco algo nervioso—. Todos estos días los he pasado tratando de resistir pero no puedo.

—¡Yo tampoco! —exclamó ella, también alterada por la situación—. Cada vez que te miraba sentía un gran cosquilleo en el estómago, como si tuviera mariposas revoloteando dentro.

Aquella curiosa metáfora le divirtió. La abrazó por la cintura e hizo que su cuerpo se pegase más al suyo. La chica notó el duro miembro contra su barriga.

—Sonia, esto que hacemos está mal —le dijo a continuación—. Somos hermanos y…

Ella le calló con otro beso. Se despegó de él, pero el hombre no tardó en volver a besarla con salvaje desesperación. Cada vez los dos se sentían más excitados. Mientras seguía dándose cortos y suaves besos, Francisco le acarició el rojizo cabello a su hermana, notando lo suave y fino que era.

—Fran, mientras papá y mamá no se enteren, nada malo tiene que pasarnos —le explicó ella con una ronca voz que le parecía muy erótica—. Llevo deseándote desde hace dos días y quiero más.

Rozaba sus finos labios contra los de su hermano en clara señal de provocación. Lo estaba consiguiendo, pues Francisco quería más de ella. El hombre gimió un poco, cada vez más caliente ante lo que tenía delante. Los dos lo deseaban con mucha fuerza y no había nada ni nadie que pudiera frenarlos.

—           Sentémonos en la cama— indicó Sonia—. Estaremos más cómodos.

Haciéndole caso, Francisco se sentó sobre el blando colchón y su hermana se colocó a su lado. Cuando la tuvo delante, no llegó siquiera a pestañear. Se miraron por un instante que les pareció un millar a ellos y volvieron a besarse con toda la desenfrenada pasión que les embargaba.

Las manos de Francisco no se quedaron esta vez quietas y fueron a internarse por debajo de la falda de la chica, quien, al notar aquellas tibias palmas recorriendo la desnuda piel de sus piernas, no pudo evitar temblar. Muy pronto, estas llegaron a la entrepierna y acariciaron por encima de las bragas, tal como hicieron aquella tarde de domingo. Sonia vibró de forma discordante al notar los dedos deslizarse sobre la braguita, al tocar el contorno del coñito y al percibir lo húmeda que había.

—Vaya, parece que vuelves a estar excitada —expresó lleno de mucha sorpresa su hermano.

La chica emitió un fuerte gemido al tiempo que notaba los dedos haciendo presión sobre el mojado sexo. Temblaba repleta de euforia al ver como su hermano acariciaba con la punta de sus falanges el abultado clítoris.

—Llevo así desde que entraste en la habitación —profirió muy excitada.

De repente, su voz aumentó el tono cuando pudo notar como los dedos atrapaban su clítoris y lo masajeaban con suma delicadeza. Todo el cuerpo de Sonia se agitó y, mientras Francisco la observaba con deleite, ella cerró sus ojos al tiempo que de su boca salía expulsado todo el aire que la llenaba. El orgasmo fue devastador y la chica se dejó caer sobre su hermano, quien la sostuvo entre sus brazos, pegándola contra su cuerpo.

Recostada en su pecho a la vez que le acariciaba su largo pelo, Sonia fue recuperando el aliento. Cuando ya se notaba más serena, alzó su cabeza para notar como Francisco la miraba con deleite.

—Me encanta ver cómo te corres —dijo encantado—. Es tan hermoso.

—Pues a mí me encanta que me hagas correr con tus manos —contestó ella—. Se te da tan bien.

Volvieron a besarse y, esta vez, Fran sacó sus manos de debajo de la falda para pasarlas por atrás y volver a deslizarlas por debajo de la prenda, acariciando el delicioso trasero de la chica. Apretó aquellas tiernas nalgas, disfrutando de su tersura y suavidad. Eso le estaba llevando al paroxismo. Y no quería parar por ello.

—Rápido, levántate —le pidió a su hermana.

Sonia, aunque al principio estaba algo confusa, obedeció sin rechistar. Ya de pie, la puso frente a él. Vio como el muchacho llevaba sus manos hasta su falda y buscó los cordones que la mantenían apretada a su cintura. Tras deshacer el nudo, tiró de la falda hacia abajo y la pasó por sus piernas hasta dejarla en el suelo. Una vez hecho esto, Francisco miró hacia la entrepierna de su hermana. Sus bragas eran rosas y la tela tenía una más que evidente mancha de humedad allí formada. Se miraron de nuevo y Sonia no pudo evitar sonreírle, algo avergonzada.

—Date la vuelta —volvió a pedirle.

Ella le hizo caso y se giró de una forma sensual. De ese modo, el precioso y redondeado culo de Sonia quedó frente a sus ojos. Quedó paralizado ante semejante maravilla y, con sus temblorosas manos, decidió acariciarlo. Cuando se posaron, dejó escapar una fuerte bocanada de aire. Comenzó a palpar cada nalga, a acariciarla con mesura. Las braguitas dejaban al descubierto la mitad de cada una, así que podía percibir la suave piel. Apretó ambas con mucho deseo, haciendo estremecer a la chica.

—Vaya, ¡parece que te gusta mi culito! —exclamó divertida Sonia.

—           Tienes un culo precioso— suspiró su hermano.

Tras decir esto, le dio un besito al cachete derecho y luego, otro al izquierdo. La chica tembló un poco al notar los labios posándose sobre su trasero y no tardó en percibir la caliente lengua recorriendo la curva caída. Luego, el hombre mordisqueó con gula la espléndida carrillada de carne, provocando que la chica pegase un pequeño bote.

—Oye, ¿¡pero qué haces!?— preguntó un poco molesta.

—Perdona— se disculpó él—. Ven, acuéstate en la camita.

Gustosa, Sonia se recostó bocarriba, apoyando su cabeza en la almohada. Francisco se situó a su lado derecho, mientras la chica lo miraba emocionada. Ahora estaban en la misma situación que aquella noche en la que comenzó todo aquello, solo que esta vez, ambos deseaban lo mismo. El chico se lanzó a besarla con pasión y empezó a acariciar su pierna.

—           Eres preciosa —le dijo con ronca voz al tiempo que besaba su cuello.

La chica pelirroja gimió de placer al sentir aquellos lacerantes dientes recorrer su piel y la lengua dejando cálidas estelas de saliva. Mientras, la mano de su hermano apretaba uno de sus muslos y después, la llevó de vuelta a su entrepierna, donde volvió a tocar su sexo. Ella se estremeció al notar esos dedos recorriendo cada pliegue de su coño, adivinando cada húmedo pliegue que lo conformaba.

—¡Que húmeda estás! —exclamó el hombre mientras recorría con sus labios los de su hermana—. ¿Quieres que vuelva a tocarte?

—Si —le contestó ansiosa Sonia—. Tócame más. Haz que me corra otra vez.

Se notaba el ardiente frenesí que los envolvía. Francisco continuó besando y tocando a su bella hermana, disfrutando de los estímulos que conseguía provocar en la joven. Siguió así hasta que decidió parar.

—¿Qué sucede? —preguntó Sonia confusa—. ¿Por qué te detienes?

Francisco la miró fijamente por un instante, como si estuviera tomando carrerilla para lo que tenía que decirle. En cierto modo, así era, pues lo que ansiaba pedirle era algo muy comprometido y esperaba no asustarla demasiado con la proposición.

—Cariño, sé que esto te puede molestar —le comentó con cierta zozobra—, pero verás, me gustaría chuparte el coñito.

Cuando dijo esto, la chica se quedó muda.

—¿Cómo chupármelo? —preguntó confusa.

—Deseo lamértelo, chupártelo, devorártelo —Fran intentó explicarlo lo mejor que pudo, pero su hermana seguía mirándolo extrañada—. Ya sabes, un cunnilingus o sexo oral.

Sonia quedó callada por un instante, como si estuviera procesando todo lo que su hermano acababa de decirle. Por la  expresión de su rostro, parecía haberlo entendido, pero aun así, le costaba asimilar lo que Fran deseaba hacer. Sin embargo, cuando vio una amplia sonrisa dibujándose en su rostro, supo que la chica no estaba precisamente molesta.

—Vale, házmelo si tanto lo deseas.

Oír aquello le animó mucho. No dudó en besarla con desesperada necesidad y, tras morrearse un poquito, llevó sus manos a las bragas de Sonia y comenzó a bajárselas. Con sumo cuidado, fue retirándolas, pasándolas por las rodillas y deslizándolas por sus piernas hasta que se las quitó. Sosteniéndolas sobre sus manos, Francisco las observó por un momento hasta que decidió dejarlas sobre la cama hechas una bola. Luego, volvió a acariciar las blancas y suaves piernas de la muchacha, quien tembló ante el súbito tacto.

—Tienes unas piernas tan hermosas —comentó el chico en un suspiro—. ¿Por qué no las abres y me enseñas lo que ocultas entre ellas?

La petición podía sonar inapropiada, pero lo cierto era que Sonia estaba encantada con que su hermano desease con todas sus fuerzas contemplar lo que ocultaba allí abajo. Le hacía sentir tan bien, tan deseada. Algo pudiente, la chica hizo caso y se abrió de piernas, mostrando el preciado tesoro que ocultaba. Francisco quedó boquiabierto.

La vagina de Sonia era rosada, con un prominente clítoris que asomaba entre unos labios semicerrados. La raja se notaba algo estrecha pero lo que se veía con bastante obviedad era lo húmeda que se encontraba por el brillo que evidenciaban los flujos que ya goteaban desde el interior. Fran miró hacia arriba y vio que el pubis estaba coronado con un triángulo oscuro de pelo bien recortado, lo cual era una clara señal de lo bien que su hermana se lo cuidaba.

—¿Qué te parece? —preguntó expectante Sonia.

—Muy bonito —respondió el chico con presteza—. Tienes un coño precioso.

Escuchar aquello de boca de quien más quería le resultó muy reconfortante. De repente, su hermano se colocó encima y la comenzó a besar con dulzura para al instante, separarse y descender hasta su vagina. Sonia se puso algo nerviosa al ver como Fran se dirigía hasta su entrepierna.

—Um, que bien huele —dijo mientras aspiraba el aroma que emanaba de su sexo.

Ansiosa, Sonia tan solo pudo esperar con ganas a que todo empezase. Y no tardó en suceder. Enseguida, sintió algo caliente y palpitante deslizándose por su vagina. Sabía lo que era, la lengua de Francisco.

Su hermano lamía con gula el coño de la chica. Esta comenzó a gritar en cuanto sentía cada lamida recorriendo cada pliegue. Francisco se dejó embriagar por el fuerte aroma que exudaba el sexo y por su refrescante sabor amargo. No era el primer coño de devoraba, pero desde luego, era el mejor. Su lengua delimitó las formas de los labios mayores antes de pasar a los menores, acercándose peligrosamente a la vulva, de donde no dejaba de salir flujo vaginal que se deslizó por la boca del hombre.

Toda aquella increíble atención estaba llevando a Sonia al borde del orgasmo. El placer invadía todo su cuerpo y la chica no resistiría mucho más. Y así fue, cuando su hermano comenzó a lamer su clítoris.

—¡Oh Fran, me corro! —gritó con fuerza.

Todo su cuerpo se agitó con violencia, haciendo temblar la cama sobre la que se hallaban. Sonia aferró con firmeza las sabanas mientras notaba todo el aire escapando por su boca. Sintió un fuerte estallido en su entrepierna, notando como la humedad se derramaba del interior. Sabía que acababa de correrse como nunca antes había hecho.

Francisco bebió con deleite todos los jugos que su hermanita había expulsado.

—Menuda corrida —comentó divertido mientras besaba la ingle derecha de la chica—. ¡Se nota que estabas excitadilla.

—Pues si —dijo la chica, aun catatónica tras el orgasmo.

—No te relajes —le advirtió Fran—. Esto no ha hecho más que comenzar.

Sin dudarlo, el muchacho hundió su rostro en el húmedo sexo y continuó devorándolo.

—¡Joder! —gimió la chica al tiempo que recibía encantada el nuevo cunnilingus.

De nuevo, Francisco lamió y chupó el coño de su hermana con todo el deseo que pudiera haber en su interior. Le encantaba. Tan caliente, tan suave, tan estrecho. El clítoris se convirtió en todo su centro de atención. Si el domingo pasado lo torturó con sus dedos, ahora lo manipulaba con su lengua golpeteándolo con la punta, describiendo círculos a su alrededor. Todo ello, para luego atraparlo entre sus labios y chuparlo sin piedad. Con tan increíble tratamiento, Sonia no tardó en sufrir otro placentero orgasmo.

La chica se retorció sobre su mullida cama ante la llegada de la “pequeña muerte”. Arqueó su espalda y volvió a vaciar sus pulmones de aire al tiempo que emitía un grito poderoso. Sintió como cada musculo de su cuerpo se tensaba para luego quedar relajado. Fue un momento liberador y, al posarse tras aquella increíble descarga, sintió un gran alivio. Jamás se había sentido así. Estaba en completa paz. Sin embargo, su hermano no estaba dispuesto a darle tregua.

Fran regresó al ataque, aunque decidió hacerlo de forma comedida. Fue dando pequeños besitos y lamidas a la aterciopelada vagina, haciendo que el placer regresase de manera lenta para darle algo de respiro a la maltrecha Sonia. Pese a todo, la chica no tardó en moverse de forma errática y en sentir un gran gozo atravesar todo su ser. Volvía a agitarse convulsa, disfrutando de toda la atención que su hermano le prestaba. Y más lo hizo, cuando notó la musculosa lengua del muchacho perforando su interior.

—Agh, ¿¡pero que me haces?! —preguntó y exclamó estupefacta a la vez.

La lengua de Francisco fue adentrándose poco a poco a través del conducto vaginal de su hermana, el cual notaba estrecho. Podía percibir como las paredes se contraían, una clara señal de que la chica no iba a tardar demasiado en correrse. Y de hecho, así fue. Enseguida notó la fuerte convulsión que acompañaba a cada espasmo provocado por la azarosa vagina al correrse la chica. Y su boca, se vio inundada de más fluido que degustó con deleite. También, pudo notar el cuerpo en tensión de Sonia. Pese a lo agitado del orgasmo, no había sido tan fuerte como otros.

Cuando todo terminó, el hombre se incorporó para mirar a su hermana. Tenía su largo y rojo pelo revuelto, casi ocultando su preciosa cara. Sus ojitos verdes permanecían entornados y podía notar una suave inspiración que indicaba lo débil que la había dejado. Sonriente ante aquella tierna escena, Francisco se colocó en el lado derecho de la muchacha y la abrazó, cogiéndola con suavidad de la cintura. Al mismo tiempo, comenzó a besar su cuello y mejilla.

—¿Te ha gustado? —preguntó al tiempo que ella abría los ojos.

La chica se encontraba muy bien y asintió como clara respuesta ante la cuestión que su hermano le había hecho.

—Ha sido increíble —expresó llena de mucha alegría y entusiasmo—. No sabía que se pudiera gozar tanto.

Fran sonrió al ver la contagiosa felicidad que su hermana transmitía. Acarició su rojizo cabello de manera cariñosa.

—Me alegro mucho de haberte dado tanto placer —respondió muy encantado.

Ambos se besaron sin mediar más palabras. Sus labios chocaron y no tardaron en abrirse, dejado que la saliva se deslizase. Sonia no tardó en degustar el sabor de su propio sexo. Era agridulce y le resultaba sorprendentemente extraño. Quedó muy impresionada de que a un chico como su propio hermano le gustase lamerle allí abajo. No es que el sabor resultase desagradable, pero le parecía raro. O quizás es que ella no estaba acostumbrada.

De forma repentina, Francisco sintió la mano de su hermana acariciando su entrepierna. Allí abajo, algo andaba muy duro desde hacía tiempo y ansiaba salir del pantalón para recibir mucha atención. Ambos se miraron como si adivinasen en cada uno lo que iba a pasar y se besaron con muchas ganas.

—¿Quieres hacerme una pajilla, eh? —preguntó Fran excitado a Sonia.

La chica le sonrió picarona y apretó con su mano sobre la polla para luego empezar a moverla y frotar el duro miembro. Esto excitó aún más al muchacho, quien la besó de manera ardiente, sin dejar escapar ni un ápice de aire. Tras ese tórrido beso, volvieron a mirarse y Sonia le habló.

—Fran, ¿yo…quiero otra cosa?

Notó un poco de indecisión en su voz, lo cual le pareció extraño. Era evidente que quería pedirle algo y por lo que adivinaba en sus ojos, le daba vergüenza hacerlo.

—¿Qué quieres? —dijo mientras acariciaba su hermosa cara—. Tú pídeme lo que sea que desees. No tengas miedo en hacerlo.

Todavía la percibía dudosa pero escuchar sus palabras la hizo entrar en mayor confianza. Se acercó a él y posó sus labios sobre los suyos, dándole otro apasionado beso. Luego, la chica se despegó con suavidad y mirándole con creciente ternura, se lo pidió:

—Quiero… chuparte la polla.

Cuando escuchó esto, se quedó sin palabras. No tanto porque fuera su hermana, eso hacía largo rato que ya le daba lo mismo, sino por lo que suponía. Nunca le habían hecho una mamada, al menos, no una que fuese satisfactoria. Una chica con la que se lio una vez se la chupó, pero solo un poco. El resto, aludía a que le daba asco o no le apetecía. Siempre lo deseó, pero ninguna estaba dispuesta a dárselo y ahora, su querida hermanita estaba dispuesta a hacérselo sin ningún pudor y encima, deseándolo.

—Vale, si es lo quieres —respondió complacido aunque en el fondo, él también lo deseaba.

La chica llevó ambas manos al pantalón y comenzó a desabrocharlo. Este, no tardó en ser retirado, dejando a Francisco desnudo de cintura para abajo. Su polla se mostró al fin libre, bien erecta y firme. Sonia llevó su mano hasta ella y la acarició, sintiendo su calidez y dureza. Su hermano comenzó a gemir placentero al notar esos suaves roces.

—¡Te encanta! —exclamó la chica emocionada.

—Muchísimo —dijo él con la voz entrecortada—. Y ahora, me vas a hacer algo más increíble.

Ella le sonrió de forma muy tierna y con esa hermosa sonrisa enmarcada en su cara, fue descendiendo hasta quedar frente a su miembro. Sonia miraba con completa admiración el grandioso cimbrel de su hermano, el cual, ansiaba probar. Alzó la vista un instante para cruzarse con los ojos de él, quien la observaba con detenimiento. Sus miradas mostraban claramente la expectación que habían levantado el uno en el otro. Sin deseo de demorarse más, Sonia lamió la punta, dando así al inicio al torrente de sensaciones que gozaría el joven.

—¡Sonia, joder! —exclamó Fran muy nervioso.

Ella comenzó a lamer el glande y no tardó en saborear el salado gusto que emanaba de este. Con ayuda de su mano, retiró el pellejo que recubría la punta, dejándola al descubierto. Amoratada y recubierta de líquido preseminal, Sonia se lo tragó de un bocado, haciendo vibrar el cuerpo del chico.

—Oh Dios, ¡esto es la hostia! —gemía con fuerza mientras la muchacha lo chupaba con provocación calculada.

Con la punta metida en su boca, fue paladeando esta con su lengua, haciendo que la respiración de su hermano se acrecentase a cada segundo. Estaba haciéndole gozar con su boca, algo que nunca creyó posible, pero ahora estaba ocurriendo y no podría estar más encantada.

Enfebrecida por el adictivo chupeteo, Sonia se sacó la polla de su boca y comenzó a lamerla con la lengua, como si de una piruleta se tratase. Recorrió cada centímetro del cilíndrico tronco, dejándolo brillante. También le daba besos y mordisquitos que hacían temblar nervioso a Fran. Y más se puso cuando la chica decidió pasarse su miembro por la cara. Recorrió con la punta sus mejillas, labios, nariz y frente, dejando brillantes estelas de líquido preseminal sobre su piel. Olía la fuerte fragancia que emanaba del pene de su hermano y se sentía embriagada por ella. Continuó lamiendo y masturbando la ardiente lanza hasta que se detuvo un instante para mirar fijamente al hombre al que tanto placer estaba proporcionando.

—Fran, voy a intentar tragarme toda la polla.

Al escuchar a su hermana, el hombre quedó algo sorprendido por la decisión de la muchacha. Tocó con delicadeza su mejilla derecha y la miró a sus preciosos ojos verdes, sonriéndole en el acto.

—Vale, pero llega hasta donde puedas —le aconsejó—. No quiero que te atragantes.

—Descuida, ¡tendré cuidado! —afirmó ella con entusiasmo.

En el punto álgido de su excitación, Francisco fue testigo de cómo su hermana engullía su tiesa estaca de carne. Y todo su cuerpo se estremeció indemne, cuando notó su miembro envuelto entre aquella calidad humedad. Los dientes rozaban levemente su piel, la lengua se retorcía como una serpiente estrangulando a su presa. Tembló un poco al tiempo que gemía lleno de gusto.

Para Sonia, tener aquella deliciosa verga en su boca era algo único. Notaba su voluminosa forma, su consistencia y calidez, como la inundaba. Buscó tragar más, pero se dio cuenta de que realmente, no tenía tanta idea de succionar penes como creía. Se llevó media polla adentro y, al hacerlo, tuvo que reprimir arcadas. Aguantó cuanto podía la respiración y deslizó el miembro por su boca, intentando engullirlo, pero no podía. Notaba su propia saliva en aumento mientras buscaba infructuosamente encajar el cilíndrico órgano sexual, pero le era imposible. Notando que podría vomitar o asfixiarse de seguir así, buscó sacarla de su boca. Entonces, su hermano la detuvo.

—Tranquila cariño —la calmó con su relajada voz—. Sácala poco a poco.

Haciéndole caso, se sacó la polla con lentitud. Al tenerla toda fuera, algo de saliva cayó de la comisura de sus labios y más chorreaba del ahora brillante miembro. Francisco observaba a su hermana con un gran gesto de amor y eso enterneció el corazón de la chica. El hombre  atusó su rojizo pelo con dulzura, pasando sus dedos por cada fina hebra de cabello. Sonia se sintió bien, de hecho, le encantaba que su hermano la masajease en la cabeza. De pequeños, lo hacían. Ya más tranquila, vio como Fran la cogía de la cara y la movía hacia él con suavidad.

—No tienes que tragártela entera para hacerme gozar —dijo a modo de regañina, aunque no sonaba así para nada—. Tal como lo hacías antes, ya me estaba gustando.

—Pero es que quiero darte el máximo placer —contestó ella algo acomplejada—. Quiero que veas que soy una buena amante.

—Lo eres cariño. No tienes que demostrarme nada.

Una sonrisa iluminó el rostro de Sonia. En el fondo, era consciente de que no necesitaba ser como otras mujeres para complacer a Fran. Pero algo en su interior la impulsaba a ello, algo que sentía dentro como una necesidad intersticial, una directriz fuertemente marcada que debía acatar sin mediar palabra alguna. Y se dijo que lo iba a hacer.

—Bien, entonces te la voy a chupar hasta que te corras.

Tras decir esto, se puso manos a la obra.

Fran no sabía a qué le tenía más miedo. Si a que su hermana se atragantase con su propia polla o notar la gran entrega que la chica demostraba, no vacilando ni un segundo a la hora de mamársela. Porque tal vez no tendría demasiada experiencia, pero lo suplía por completo con las ganas que le echaba. Y es que el muchacho contempló como su querida hermana retomaba la felación con una energía inconmensurable.

Se pasó la polla de nuevo por su rostro, la lamió de arriba a abajo, engulló el cipote con gula y lo mordisqueó con saña, pero sin hacer daño a su hermano, todo ello para luego pajear el miembro con diestra mano al tiempo que engullía sus huevos. Los lamió, devoró y mordió con gracia y deseo, demostrando lo mucho que le encantaba. Fran tan solo se limitó a mirarla a ese par de cautivadores orbes verdosos engarzados en su rostro, quienes lo llevaron a través de ese turbulento mar de percepciones excitantes en el que se ahogaba encantado. Y e ese modo, fue acercándose al inevitable fin de la función.

—Hermanito, ¿estás a punto de correrte? —preguntó la muchacha mimosa.

—No me falta mucho —le informó él con la voz entrecortada.

—¿Pues sabes que quiero que me hagas cuando te corras?

—¿El qué?

—Quiero que te corras en toda mi cara.

Oír aquella morbosa respuesta por parte de su hermana terminó de hacer cortocircuitar la poca voluntad que le quedaba en pie.

—¿En serio? —No parecía capaz de creerla.

—Sí, quiero sentir todo ese caliente semen por mi carita —respondió ella con ese punto tan juguetón y descarado que tenía.

No había más que decir. Ella se lanzó a por esa rica polla de nuevo y él se entregó al placer que le estaba proporcionado. La chica se introdujo hasta la mitad del miembro y comenzó a mover su cabeza de delante a atrás al tiempo que lo sostenía por su base para acompañar la mamada con algo de estimulante masturbación. La punta chocaba contra el paladar, la lengua lamía todo el tronco y la saliva añadía mayor excitación a la escena. Fran se encontraba intentando sobrevivir entre estertores ante tan increíble proceso. Llevó las manos a la cabeza de su hermana para seguir acariciando su suave cabello rojizo y se perdió totalmente. En un momento dado, comenzó a agitarse sin control al tiempo que respiraba con dificultad. Ese era el momento que Sonia esperaba.

La chica se sacó la polla de su boca y comenzó a pajearla con mesura, subiendo su mano de arriba abajo. Cuando notó el primer espasmo, acercó su rostro hasta quedar a escasos diez centímetros del miembro y el primer chorro impactó en su mejilla derecha. Sintió el pringoso latigazo y aunque sorprendida, lo único que hizo fue cerrar sus ojos y recibir el resto de disparos por toda su cara. Notó los fuertes impactos y como el calor impregnaba toda su piel al tiempo que un olor dulzón inundaba su nariz. Cuando Francisco abrió sus ojos tras el maravilloso orgasmo, se quedó sin palabras.

—¿Qué tal estoy? —preguntó Sonia, quien aún no había abierto sus ojos.

La miró con detenimiento. Era la imagen más morbosa que jamás había presenciado. Todo su rostro estaba lleno de su propio semen, el cual se derramaba en espesos chorretones. Un poco ya le estaba llenando la camisa y más amenazaban con dejarla pringando.

—Preciosa —respondió al final—, pero será mejor que te limpie.

—Vale —dijo ella llena de alegría—. Oye, ¿me sacas un paquete de toallitas húmedas del cajón para limpiarme? Están en la mesita de noche.

Francisco así lo hizo y tras sacarlo, decidió ser él quien se ocupase de limpiarle el rostro a su hermana. Pese a sus protestas iniciales, se lo permitió. Hizo falta medio paquete para quitarle los chorros más espesos y pese a dejarle la carita limpia, ya se le había secado una parte y el olor se notaba bastante.

—Deberías ir al baño a lavarte —le dijo—. Si no, se va a notar con facilidad de lo que has estado llena.

—No sé, igual no debería hacerlo —contestó ella de forma maliciosa.

Mirándola como estaba, Francisco no se lo pensó dos veces y la besó. El fuerte olor a semen se le pegó y, de su boca, degustó el salado sabor de su corrida. Estuvieron así por un pequeño rato, sin despegarse, jugueteando con sus lenguas y respirando en la boca del otro. Cuando se separaron, los dos se sentían como si hubieran vuelto a nacer. Después de esto, se separaron y no dejaron de sonreírse.

—Será mejor que me vaya —comentó Francisco—. Tengo que dejar que termines ese trabajo.

—No, quédate —le dijo quejicosa Sonia mientras veía a su hermano ponerse sus pantalones—. Quiero que estés más rato conmigo.

—Claro y en el trabajo en vez de hablar de esos autores del Realismo español, ¡pondrás que le chupaste la polla a tu hermano!

—No creo que llegase a tanto, créeme.

Se volvieron a besar como despedida y tras esto, Fran se dispuso a salir por la puerta. Antes de irse, su hermana le dijo que le quería. Él le dijo lo mismo.

Una vez abandonó el dormitorio, el chico no podía creer que aquello hubiese sucedido. Recordaba todo a la perfección pero aun así, era incapaz de creérselo. Seguía sin tener ni idea de hacia dónde iban y en condiciones normales, se negaría a seguir con esto, pero dado todo el placer que se estaban dando, consideraba que no podía ser tan malo. Y pensar en ello, hizo que se le pusiese dura de nuevo. Dudó en volver atrás para buscar a su hermana per ose retuvo. Había sido suficiente por esa tarde.

Sin embargo, tal vez debió regresar. Sola en su cuarto, aun acostada sobre la cama donde hacía tan solo unos minutos tuvo lugar el apasionado encuentro, Sonia rememoraba la tórrida escena. Los besos, las acaricias, las manos de su hermano tocando su precioso trasero, ella acostada con las piernas abiertas mientras él la lamía en su coñito, todo el placer desencadenado por esto y lego, ella haciendo esa increíble mamada. Recordaba la polla, lo grande y dura que era, su salado sabor, su penetrante aroma, lo llena que estaba su boca y sobre todo, esos potentes chorros estrellándose contra su cara. Todos esos recuerdos hicieron que Sonia se humedeciese y que enseguida, volviera a masturbarse con avidez. Deseando que su hermano volviera a estar a su lado. Deseando que le proporcionase placer. Y ella poder proporcionárselo a él.

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Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.