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El beso

en Amor filial

—Hermanito, ¿me enseñas a dar besos?

Héctor se encontraba sentado en el sofá del comedor, leyendo tranquilamente una novela, cuando su hermana pequeña Laura le vino con esa inesperada cuestión. La miró sin saber exactamente que decirle, pero tenerla ahí delante, expectante de que respondiera, le hizo ver que no le quedaba más remedio que hablar.

—¿Co…como que a besar? —preguntó el muchacho confuso.

La chica se rio ante las dudas de su hermano. Él la contempló, tan bonita como estaba con su largo pelo rubio ondulado y esa mirada de ojos marrones tan juguetona. Se la veía pletórica.

—Es que, algún día yo tendré un novio y tengo miedo de decepcionarle —se explicó—. Por eso, he pensado que igual tú podrías enseñarme como besar bien.

—Ya, pero soy tu hermano —puntualizó Héctor.

—Claro, por eso te lo pido. —Laura no se veía alterada por ese contratiempo. Más bien, al contrario, parecía darle mayor legitimidad— Quien mejor para enseñarme que la persona a la que más quiero y en quien más confío: mi gran hermanito.

Héctor se empezó a poner nervioso. Miraba a su hermana y podía apreciar su deliciosa anatomía a través de la ropa que llevaba. Una mera camisa blanca y una corta falda rosa mostraban un cuerpo delgado, pero esbelto de marcadas curvas femeninas. Sus senos se adivinaban pequeños, aunque bonitos, y sus piernas se atisbaban largas y blancas. El chico casi suspiró de emoción al ver la increíble mujer en la que se había convertido Laura y sin ni siquiera darse cuenta.

—Venga porfa, —le pidió ella— solo un piquito.

No sabía qué hacer. Aquello que le solicitaba era algo malo y prohibido, pero ver sus ojitos marrones tan llenos de inocencia y amparo le podía. Al final, no tuvo más remedio que ceder.

—Vale, pero solo uno.

Laura aplaudió llena de alegría, pero su hermano se moría de miedo por dentro. Esperaba que esto no se complicase.

Ella se sentó a su lado y quedaron frente a frente. Al principio, las reticencias eran más que evidentes. Héctor no podía concebir que fuera a besar a su hermana de un modo tan indebido como era en la boca. No estaba bien, pero la muchacha lo miraba de una manera tan adorable y deseosa que no podía resistirse. Vio como ella cerraba sus ojitos y acercaba su rostro. El chico se resistió, pero, al final, tras respirar un poco para calmarse, cerró también los suyos y se acercó, listo para dar el beso.

Muy pronto, tanto Laura como Héctor no tardaron en sentir el cálido contacto de sus bocas. Él se percató de los finos labios de la chica, los cuales se pegaron a los suyos, notando lo suaves que eran. Ella también notó los de su hermano y una rápida corriente se extendió por todo su cuerpo. Era el primer beso que daba y le estaba resultando emocionante. Se movieron y él se pegó un poco más, ejerciendo algo de presión.

Tras un pequeño rato así, decidieron despegarse y se miraron. Tanto Héctor como Laura no sabían que decirse. Estaban avergonzados por lo ocurrido, aunque la chica se notaba entusiasmada con el beso y parecía tener ganas de más. Eso no tranquilizaba a su hermano.

—Y bien, ¿qué te ha parecido? —preguntó el chico, con esperanza de haberla contentado.

—Ha estado bien, pero no sé. —La muchacha se quedó pensativa por un instante— No me ha parecido suficiente. ¿Nos damos otro?

Que le hiciese esa pregunta era lo que menos deseaba. Ella seguía sonriente, pero él estaba paralizado. No tenía ni idea de que hacer.

—¿Otro más? —dijo estupefacto—. Pero, ¿es que no tienes bastante con el que te he dado?

La chica se mostró algo contrariada con las palabras de su hermano.

—Eso no ha sido más que un piquito —se quejó Laura—. Quiero uno de verdad, de los que son con lengua. Démonos otro, por favor.

Resopló intranquilo. Estaba claro que no había manera de contentarla. Tendría que ceder otra vez, aunque sabía que entraba en terreno peligroso. Debería de pararlo, pero aguantar a su hermana enfadada no era algo por lo que estaba dispuesto.

—Está bien— habló Héctor algo desanimado.

Volvieron a acercarse. Esta vez, decidió no cerrar sus ojos y contemplarlo todo. Así, fue como vio a Laura aproximarse, marcando sus labios como si quisiera indicarle donde besarla. Eso le divirtió un poco. Decidido, el chico la besó y, esta vez, se mantuvo más rato pegado a ella. De esa forma, se dieron un beso prolongado, lento y más intenso. Laura murmuró, como si le estuviera gustando, y Héctor trató de abrir sus labios con la lengua, pero no vio que ella cediese. De momento.  Estuvieron así un poco más, hasta que se despegaron. Se devolvieron la mirada, notándose más calientes y avivados que nunca. Jadeantes y llenos de un emergente deseo que ninguno esperaba que surgiese, volvieron a besarse. Porque ese es el problema de los besos, pueden ser muy adictivos. Te das uno, pero al instante quieres otro y, para cuando te das cuenta, ya estás enganchado. Y eso es lo que les había pasado a ambos. Ahora, eran adictos de tan deliciosa droga.

Se besaban salvajemente. Laura no tenía mucha experiencia, pero le ponía empeño y se dejaba guiar por su hermano. Sus bocas estaban abiertas y las lenguas se enrollaban la una con la otra, dejando pasar saliva y lamiéndose sin cesar. Ambos respiraban acelerados y gemían. Héctor notaba un gran ardor en su interior y como su polla se empalmaba. Laura se sentía en el cielo y con su entrepierna húmeda.

El muchacho abrazó a su hermana, atrayéndola y, muy pronto, aquellas manos no se quedaron quietas. Se colaron por debajo de la falda y acariciaron las suaves y torneadas piernas de la chica. Recorrieron sus prietos muslos y acabaron aferrando las redondeadas nalgas. Laura se estremeció al sentirse toqueteada, pero no le importaba. Ella también se lanzó, metiendo sus manos por dentro de la camiseta de su hermano, palpando su pecho.

La situación se descontrolaba, pero a ninguno parecía importarles. De forma repentina, Laura le quitó la camiseta a su hermano y él comenzó a desabotonar su camisa. Esta tampoco tardó en ser quitada y, a continuación, Héctor desabrochó los botones de la falda, deslizándola por las piernas de la chica. Volvió a besarla y muy pronto, dejó su boca para empezar a besar a su hermana por todo el cuerpo.

Los labios del muchacho recorrían cada centímetro de la fina piel, haciendo a Laura gemir con cada beso o lamida que recibía. Descendiendo por su cuello, Héctor se topó con los pechos medianos de su hermana, sin sujetador, y con sus pezones rosados bien duros a causa de la excitación. Comenzó a besarlos y no tardó en coger uno de aquellos duros pitones con su boca, succionándolo y, hasta incluso, mordisqueándolo. Laura no dejaba de gemir ante esto y su hermano pasaba de uno a otro, haciendo que la chica gozase como nunca antes en su vida.

La colocó acostada bocarriba sobre el sofá para así contemplarla mejor. Su piel clara le daba un toque elegante y delicado. Con su mano, acarició una de sus piernas y cuando llegó a la pelvis, se estremeció.

—Eres preciosa —dijo extasiado Héctor.

La besó y, acto seguido, le quitó sus braguitas, única prenda que aun portaba. Le abrió las piernas y, tras mirarla, observando la expectación que generaba en ella, decidió ir a por su coño. Tenía una bonita mata de pelo rubio cubriendo su pubis. No dudó en besarlo, notando su suavidad mientras se impregnaba con el fuerte olor vaginal. Tras esto, deslizó su lengua por los rosados labios del sexo de su hermana, causándole un fuerte orgasmo que se reprodujo como una fuerte sacudida en ella, haciendo que se corriese. Todo su cuerpo temblaba al tiempo que emitía un fuerte grito. Se trataba de la primera corrida de Laura proporcionada por otra persona. Su hermano, nada menos.

Cuando vio que ya estaba más calmada, comenzó a comerle su coñito con tranquilidad. Abrió con sus dedos los labios mayores y lamió todo el interior rosado. Laura se retorció del placer que su hermano le daba. Héctor metió su lengua dentro del conducto vaginal, notando la estrechez de su hermana. Sabía que era virgen, pero comprobarlo con su propia lengua, le encantó. Salió del ajustado agujero y fue por el clítoris. Ese fue el toque mortal, pues sintió como todo el cuerpo de Laura se convulsionaba. La chica fue atravesada por un intenso placer como nunca antes pudo imaginarse y sintió las fuertes contracciones de su vagina, expulsando fluidos que empaparon el rostro de su hermano. Tras finalizar, este se incorporó y le dio un dulce beso, pudiendo así degustar el exquisito sabor de su sexo.

—Te quiero —susurró la chica mientras despegaban sus labios.

—Yo también —respondió él.

Sin más premura, Héctor se bajó sus pantalones y calzoncillos, dejando al descubierto su miembro duro y erecto. Laura se quedó boquiabierta al contemplar el enhiesto pene de su hermano. Era vigoroso, ancho, con su tronco surcado por marcadas venas y con el glande amoratado, brillante por el líquido pre seminal que se escapaba por la punta. Sin dudarlo, la chica se abrió, ansiosa de que su hermano la penetrase. Iba a ser su primera vez y no había con quien más desease hacerlo que con él.

Héctor estaba impactado ante el comportamiento de su hermana. Se ofrecía sin ningún remordimiento. En esos instantes, volvió a recordar que eran familia y que lo que hacían estaba mal. Se retuvo un poco, pero se dijo que a estas alturas no había marcha atrás. Se tumbó sobre ella y dirigió la punta de su polla hasta la húmeda entrada. Una vez situada, comenzó a empujar, adentrándose en ella.

Laura gimió algo fuerte al sentir el duro miembro penetrando en ella. Notaba su dureza y como la abría. Viendo esto, Héctor dejó de empujar para dejar que la chica se acostumbrase un poco a aquella presión, pero no tardó en volver a la acción. La polla siguió su inexorable camino a través de aquel apretado coño hasta que, finalmente, quedó enterrada por completo en ella.

Para la muchacha era increíble que semejante miembro estuviera en su interior y pese al dolor inicial que percibió, ahora se sentía de maravilla. Notó la mirada de su hermano, quien acarició su rostro con delicadeza. Le sonrió.

—¿Te encuentras bien?

Ella asintió por respuesta. Héctor la besó en la boca, incapaz de poder creer que fuera a follarse a su hermana, aunque lo iba a hacer. Tras esto, inició el movimiento. Mecía sus caderas, iniciando un movimiento de mete y saca lento, pero intenso, que hacía estremecer a la chica.

Laura suspiraba cada vez que el duro miembro se clavaba en su interior. Notaba el poderoso movimiento de aquella ardiente barra recorriendo su húmedo conducto. Ya no le dolía, sino que le proporcionaba un gran placer. Incapaz de contenerse, comenzó a gritar, dejando escapar todo el deseo y ansias que la carcomían.

—Oh, ¡sí! ¡Héctor, no pares! —gritaba presa del éxtasis que la devoraba.

Y así fue, como con unas cuantas embestidas, la chica tuvo su orgasmo. El primero que tenía con un hombre, su propio hermano.

El chico pudo sentir como su cuerpo temblaba y como las fuertes contracciones de su coñito envolvían la polla. Aquello solo añadía más placer y deseo en Héctor, deseo que le llevaba al irrevocable destino de venirse. No obstante,  un leve conato de arrepentimiento le sobrevino y se detuvo por un instante. Laura, aun recuperándose de su orgasmo, se percató.

—¿Qué ocurre? —preguntó al notar la expresión de incertidumbre en su hermano.

—No puedo seguir —dijo lleno de dudas—. Esto no está bien Laura.

Quiso apartarse, pero Laura se lo impidió enrollando su cintura con sus largas piernas. El chico se contrajo un poco mientras se notaba aprisionado por ese fuerte abrazo.

—Cariño, ¡mira hasta donde hemos llegado! —exclamó ella—. Acabemos esto.

La miró a los ojos y supo que así era. Sin dudarlo, la besó en la boca y reinició su acometida.

Los fuertes gemidos y los profundos gruñidos se entremezclaron en aquel solitario salón mientras los dos amantes se retorcían envueltos por el intenso placer y la acalorada lujuria que les incitaba a continuar con el sacrílego acto. Se besaban con ansia, devorándose el uno al otro, lamiendo e incluso mordiendo sus pieles. Laura lo abrazó con fuerza, clavando sus uñas en la espalda, y Héctor pudo notar como las tetitas de su hermana se aplastaban contra su pecho. Empapados de sudor, los dos se preparaban para llegar al final de aquel intenso encuentro.

—Laura, me corro —informó Héctor a su hermana.

—¡Yo también! —añadió ella entre sonoros aullidos.

El estallido se produjo como la violenta explosión de una supernova. Ambos se tensaron al tiempo que el placer más increíble los devoraba. Él sintió los duros espasmos de su polla mientras se corría. Ella degustó cada riada de ardiente semen en su interior, al tiempo que su coñito se contraía, como si pretendiera beberse el pegajoso líquido. Para cuando todo terminó, ambos quedaron rendidos.

Poco a poco, se recuperaron y, para cuando sus ojos se encontraron, no pudieron sentirse más felices. Habían cometido el acto más depravado y pecaminoso que pudiera existir pero eso ya no les importaba. Lo único que querían era estar el uno al lado del otro y, para ello, se dieron un beso. Uno, que como el primero, sellaba aquel pacto que ya no se rompería jamás.