miprimita.com

Dulce condena.

en Amor filial

Cada vez que toco un poco fondo, 

Cada vez que el tiempo vuela, 

Un recuerdo (mas que) pasajero, 

Otra ilusión que llega. 

Cada corazón merece una oportundidad 

Y esta perdida sola en medio de la ciudad 

Soy el que lo piensa por los dos, 

Hasta que sale el sol.

Los Rodriguez. Dulce Condena.

Ahí estaba yo, tirado sobre el incómodo sofá de mi piso, con la cara pegada contra uno de los cojines mientras en la tele ponían algún programa por el cual apenas tenía interés alguno. ¿Cuánto podría llevar así? Ni lo sabía ni deseaba saberlo. Tan solo quería dejar pasar el tiempo, hacer que el mundanal ruido de ahí afuera se desvaneciese, que todo lo que me había importado se escabullera por la ventana y no volviese nunca. Pero cada vez que cerraba los ojos, allí estaba ella.

Su bella sonrisa, su pícara mirada, sus sensuales andares, su largo pelo tan oscuro como la noche, su cándida inocencia que ocultaba a una lujuriosa hembra….. Podría dar un largo número de razones por las cuales no podía olvidar a Marisa. No, por mucho que me ocultase, por mucho que intentara expulsarla de mi cabeza, era una misión imposible. Como una lapa que se aferra al lomo de una ballena, como una garrapata que se incrusta en el cuello de un perro, como una tenia que se arrebuja en el interior de tu propio intestino, como todas esas insidiosas alimañas parásitas, Marisa había llegado a lo más profundo de mi interior y no quería marcharse.

Ya habían pasado más de dos meses desde que mi exnovia dejara el apartamento en el que vivíamos y siempre se ha dicho eso de que el tiempo lo cura todo, pero en mi caso, más bien lo empeoraba. Cada paso por mi piso era la evocación de un antiguo y feliz recuerdo con ella. Haciendo juntos el desayuno en la cocina, viendo una película romántica en la tele, los dos durmiendo abrazados en la cama tras una intensa sesión de sexo, besándonos en la ducha mientras el cálido chorro agua nos mojaba. Dios, aquel piso era un arma de destrucción masiva a nivel sentimental.

Todo aquello me había llevado a desarrollar una profunda depresión de la cual no lograba escapar. Cada vez que me levantaba, un inmenso agujero se abría ante mí, deseoso de aspirarme, de transportarme a una dimensión donde todo estuviera gobernado por los recuerdos de Marisa. Ante esa perspectiva, me iba de vuelta a la cama y no me levantaba hasta más tarde. Era incapaz de salir de mi piso y, por eso, hace mes y medio, solicité unos días libres que luego se unieron a una baja laboral por estrés. De ese modo, me encerré en mi piso y no salía de ahí más que para comprar lo esencial. No veía a mis amigos ni a mi familia. Tan solo podía seguir atormentado por el espectro de mi ex, de quien no volví a saber nada. Y mientras ella debía estar rehaciendo su vida, yo seguía enclaustrado en mi piso, viviendo de un recuerdo que no podía ahuyentar por más que quisiera.

El timbre sonó de forma repentina. Me estremecí un poco, pues desconocía de quien se podía tratar. Nadie me había llamado para avisarme de que vendría de visita. El timbre volvió a sonar por segunda vez y, no deseando volver a escuchar ese insidioso pito, me levanté a regañadientes. Arrastrando los pies, avancé como una momia recién salida de su polvoriento ataúd tras ser resucitada por la maldición de turno. Llegué hasta la puerta y me detuve en seco. No deseaba abrirla. No quería ver a nadie. Pero, ¿y si era Marisa?, ¿tal vez regresaba arrepentida por nuestra ruptura y deseaba volver? Alimentado por mis desequilibradas fantasías, abrí la puerta con cierta ilusión, ilusión que se despeñó por el quinto piso cuando vi quien se encontraba al otro lado.

Bueno, puede que al principio me sintiese algo decepcionado, pero no niego que quien apareció ante mí, volvió a devolverme la ilusión. Aunque fuera de forma momentánea.

Mi hermana Lucía estaba allí, mirándome con cierta sorpresa.

—Joder tío, ¡menudas pintas llevas! —exclamó.

A estas alturas de la vida no deseaba ver a nadie. Ni amigos ni familiares. Solo había dos personas a las cuales dejaría entrar en mi piso. Marisa, por supuesto, y mi hermana mayor.

—Ricardito, ¿vas a dejarme entrar o piensas seguir mirándome como un pasmarote?

Algo contrariado por su inesperada reacción, me hice a un lado para que pasara. Las sandalias que llevaba puestas repiquetearon sobre el suelo marmolado del piso. La seguí con la mirada, contemplando como caminaba de forma tan elegante, parecida a como lo haría una garza real o un flamenco. Lucía siempre me había parecido una de esas aves de albufera. Menudas, de piernas delgadas y muy vistosas. Se quedó parada en mitad del comedor, observando cada nimio detalle de este.

—No está peor de lo que imaginaba —dictaminó con ojo clínico.

Se acercó a una estantería y pasó un dedo por encima de una de las lejas. Miró la yema de su dedo, el cual estaba lleno de polvo. Sabía lo que me esperaba por esto, así que decidí adelantarme.

—Sé que se halla un poco descuidada— me expliqué con voz ronca—, pero la basura la tiro en su cubo y no dejo nada tirado por el suelo. Así que no tienes de que preocuparte.

Se volvió hacia mí. Noté en sus ojos marrones clara preocupación y cierto enojo. Aquello me incomodó bastante.

—Créeme, no es la higiene del piso lo que me interesa.

Con paso firme, se acercó al sofá donde no hacía mucho, me hallaba tumbado como un elefante que estuviera durmiendo a pierna suelta en mitad de la sabana africana, y se sentó. Dio unas cuantas palmadas en su lado izquierdo, invitándome a sentarme. Resignado, no tuve más remedio que aceptar.

Tenerla tan cerca me puso un poco más nervioso de lo que ya estaba. De adolescente, mis amigos solían decir que mi hermana se parecía muchísimo a Scarlett Johansson, que por aquel entonces empezaba a despuntar como actriz. Y era verdad, se parecían bastante. De hecho, en broma solía decirle que a ver si no sería su hermana gemela perdida. Ahora, la tenía delante de mí, alterándome más en ese rato que en todo lo que llevaba de meses recluido.

—Que pintas llevas —dijo algo preocupada.

—Bah, no es para tanto —comenté quitándole hierro al asunto.

Pasó su tersa mano por mi cara y acarició la barba de tres días que había crecido rasposa y áspera. La otra se colocó sobre mi cogote y se perdió entre las hebras del algo ya crecido pelo marrón claro que ella misma terminó de alborotar. Su mirada me embelesaba, dejándome en un estado de hipnosis aguda donde estaba a merced de lo que quisiera. Una suave sonrisa se enmarcó en sus carnosos y rosados labios.

—¿Cuánto hace que no te duchas? —preguntó, interrumpiendo tan bonito momento.

Me quedé pensativo, sin saber que decirle. Ella seguía acariciando mi cabeza y me atrajo a ella, como si no quisiera que me escapase. No sabía si estaba haciendo esto para tenerme más cerca o si pretendía que no rehuyera a la pregunta que acababa de hacerme.

—No te preocupes por mí —le respondí al final—. Yo estoy bien, en serio. No tenías ni que haber venido.

Me miró incrédula. No se tragaba la respuesta, para nada.  Tampoco es que pudiera extrañarme, porque mi hermana sabía atisbar bien cuando uno mentía. Y ahora, lo hacía como un bellaco.

—¡Venga ya! —dijo tajante— ¿Tú te has visto? Tienes unas pintas horribles. Vas siempre con el pijama, tienes ojeras y con esa barba, pareces un Rodriguez de fin de semana.

Iba yo a reprocharle que como iba ella en represalia por lo que acababa de decirme, pero al mirarla, no pude.

Al observarla, solo podía encontrarme con su radiante belleza, potenciada con la luz que entraba de la ventana. Sé que exagero, pero llevando incluso un hábito de monja, mi hermana seguiría estando alucinante. La miré de arriba a abajo y pude corroborar que estaba espectacular. Su pelo rubio, que solía dejarse en una melena suelta que le llegaba hasta un poco por debajo de la nuca, estaba recogido en una coleta, lo cual dejaba sus hombros y cuello a la vista. Llevaba puesto un vestido con tirantes de color amarillo, con muchas flores dibujadas sobre la tela, que enmarcaba a la perfección su perfecta figura. Sus tetas se mostraban erguidas en un prominente busto tras el vestido y pese a no tener escote, el principio del canalillo se atisbaba, deleitando mí ya de por si saturada vista. Sus piernas blancas y carnosas estaban al descubierto, hasta un poco por encima de la rodilla, donde la falda del vestido ya invitaba a imaginar que se ocultaba tras esta.

Seguí contemplándola, como la más evocadora y hermosa obra de arte que era, hasta que su fina voz se coló en mis oídos sin avisar.

—Echas de menos a Marisa.

No era una pregunta. Se trataba de una afirmación; una precisa certeza que había adivinado de manera perfecta. Si había alguien que me conociese al dedillo, esa era mi hermana. Y oír el nombre de mi exnovia, terminó de desmontar la armadura que había construido con mi pasotismo y supuesta indiferencia por todo.

—Si —reconocía por fin—, la echo de menos.

Una solitaria lagrima se derramó de mi ojo y no tardaron en acompañarla muchas más. Todo el dolor y la congoja que había en mi interior salieron a la superficie. Me sentía débil y vulnerable, como un cervatillo que se hubiera perdido en mitad de un silencioso y oscuro bosque. Tembloroso, acepté el cálido abrazo de mi hermana.

—Tranquilo cariño, tranquilo —me intentaba calmar.

Mi cabeza estaba apoyada entre su cuello y pecho. Sus redondeados senos se apretaban contra mi brazo y torso. Su brazo derecho me aferró con fuerza de la espalda y el izquierdo acariciaba con mesura mi cabello. Me arrebujé un poco más en ella, apoyando mi mejilla casi sobre sus tetas, y dejé escapar un largo y profundo lamento.

—Vamos, ya pasó.

Intentaba calmarme. Cerré mis ojos mientras sentía la fuerte respiración y los potentes latidos de su corazón. Deseaba liberarme de aquellos pensamientos sobre Marisa, de esas terribles emociones que conformaban los barrotes de mi auto impostada prisión. Pero me costaba. Cada vez que veía la luz al final del túnel, otro recuerdo sobre ella me empujaba de vuelta a la oscuridad. La mano de Lucía recorrió mi espalda y se quedó a la altura del cogote, describiendo círculos con su dedo índice sobre el pelo.

—Sé que la querías —dijo en un leve suspiro—, pero ya es hora de que empieces a olvidarla. Tienes que seguir adelante y continuar con tu vida.

Alcé la cabeza. Allí estaba ella, con una preciosa sonrisa adornando su bendito rostro y con esos brillantes ojos contemplándome. Rebosaba felicidad y optimismo a la vez que calor y cariño. Me sentía tan bien a su lado. Era la mujer más importante de mi vida. Bueno, lo era de nuevo después de que Marisa me dejase. Nos quedamos mirando por un pequeño rato hasta que ocurrió. Hasta que ella me besó.

Marisa era bastante celosa y siempre me decía que no le gustaba la relación tan estrecha que tenía con mi hermana. Que si nos abrazábamos demasiado, que si siempre me daba muchos besitos. Según ella, nuestro excesivo cariño resultaba nauseabundo. Bendita ignorancia. Si supiera que ella y yo manteníamos una esporádica relación incestuosa, creo que le habría dado un infarto en el acto.

Cuando sentí sus carnosos labios, al principio, me sentí algo tenso, pero al ver como ella cerraba sus ojitos, decidí que lo mejor era dejarme llevar. Nos besamos con soltura. Aquellas bocas se conocían desde hacía mucho tiempo, desde mi incipiente adolescencia y ya sabían el recorrido que debían hacer. Se abrieron de forma automática y dejaron paso a nuestras lenguas que tras dos años de larga añoranza, se fundieron en un cálido y húmedo abrazo de bienvenida.

Mientras el beso se tornaba más intenso y profundo, nuestras manos exploraban los cuerpos de cada uno. Lucía acariciaba con su mano derecha mi espalda y la izquierda recorría mi pecho, metiéndose por debajo de la camiseta. Un súbito escalofrío noté en mi cuerpo al sentirla tocando mi fría piel. Yo, mientras tanto, acariciaba sus prietos muslos con una y con la otra, sentía la suavidad de su pelo. Lucía giró su cabeza un poco para agilizar aquel beso, en donde la saliva iba de una boca a otra y las lenguas parecían estar haciendo un pulso.

Luego, se separó. Un fino hilillo de saliva le colgaba de la comisura de los labios.  Con mi dedo, se lo limpié. Me sonrió de forma coqueta y entonces, sentí como la mano que había internado bajo mi camiseta, fue descendiendo hasta acabar sobre mi entrepierna. Bajo el pantalón del pijama, se adivinaba el gran bulto que formaba mi empalmada polla, que no podía estar más deseosa de salir de su prisión.

—Lucía, espera… —dije tratando de frenarla pero fue inútil.

Con una amplia sonrisa, divertida ante lo que ocurría, apretó su mano contra mi polla. Recorría con sus finos dedos el duro tronco. Yo solo podía gemir mientras me recostaba sobre el respaldo. Mi hermana se echó encima y empezó a darme besitos. En la cara, el cuello, la boca. Su correosa lengua fue de mi mejilla al oído y sentir el cálido aliento, me puso más tenso de lo que ya estaba. Cuando sentí esa traviesa mano metiéndose en mi pantalón, supe que la cosa se estaba desmadrando.

—No, no, ¡para! —le interrumpí de forma brusca. Ella se quedó mirándome sorprendida—. Lucía, esto es demasiado.

Ella volvió a sonreírme despreocupada y sin hacer caso a mi preocupación, atrapó con su mano mi polla. Empecé a temblar cuando ella inició la suave paja. Esa mano subía y bajaba de forma tan delicada por el miembro, tan bien como la primera vez que me masturbó.

—Lo necesitas —respondió con voz amorosa—. Solo así te sentirás mejor.

Tenía razón. Era eso o meterme una patada desde el balcón de mi piso para que me estrellara contra el asfalto. Conociéndola, capaz era de hacerlo.

Volvió a besarme, de forma suave y lenta, mientras la paja se tornaba cada vez mejor. Entonces, sin dudarlo, tiró del pantalón y lo dejó caer al suelo, a punto de salirse por mis pies. Mi polla quedó bien estirada, tras ser liberada de esa cárcel de tela barata de mercadillo. De la punta, se notaba como salía el brillante líquido preseminal. Y sin dudarlo, Lucía lo chupó.

—¡Oh, joder! —grité al sentir su húmeda boquita.

Se tragó más de la mitad de mi pene y estuvo chupándolo un poquito para volver a sacárselo y lamer el glande. Nos miramos un leve instante y con una amplia sonrisa, se lo tragó de nuevo con increíble maestría.

Yo tan solo podía mirar como mi hermana me hacía aquella bendita mamada. Me encantaba. Era cien mil veces mejor que Marisa. Mientras su cabeza subía y bajaba engullendo mi miembro, su mano derecha acariciaba mis huevos y la izquierda se aferró a la mía, en una fraternal unión. Gemía, incapaz de controlar mis emociones ante tan intenso momento y con mi mano derecha acaricié su pelo rubio.

Se la volvió a sacar de la boca, dejando caer varios regueros de saliva sobre ella. Con su mano, me pajeó la polla y yo ya notaba que no iba a durar mucho más.

—¿Te corres? —preguntó mientras me miraba de refilón.

—Sabes que es solo cuestión de tiempo —respondí en un ronco gemido.

Sonriente como ella sola, entendió a la perfección mi respuesta. Se tragó mi miembro de nuevo y empezó a chupar con más intensidad, subiendo y bajando su cabeza mientras mi polla se deslizaba por esa mojada cavidad. Yo ya estaba temblando desesperado, ansiando correrme ya. No tardó en obrarse el milagro.

Mi polla sufrió varios espasmos y un montón de chorros de semen salieron eyectados de ella. Cerré los ojos mientras dejaba escapar fuertes bocanadas de aire. Sentí mis pulmones vacíos y por un instante, pensé que iba a morir. Luego, me fui relajando y toda la tensión desapareció. Abrí mis ojos y vi que Lucía aún tenía mi polla en su boca. Se la sacó poco a poco, dejando caer unos regueros de mi leche que recogió con su mano y se los tragó.

Me sentía libre, como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Lucía se colocó encima y me besó, dejando que algo de semen se traspasara a mi boca. En otras circunstancias, lo habría rechazado pero habiéndolo repetido tantas veces con ella, lo tomé encantado.

—¿Mejor? —preguntó ansiosa.

—Muchísimo —contesté emocionado.

Nos besamos con beligerancia. Ella empezó a tirar de mi camiseta y esta no tardó en salir volando en dirección al suelo. Mismo lugar a donde iba a acabar el vestido de Lucía. Baje los tirantes, revelando el par de hermosos pechos que mi hermana tenía. Cuando vi esas maravillosas redondeces blancas, firmes y coronadas por un rosado pezón rodeado de una gran areola, no dudé en engullir uno mientras que con mi mano pellizcaba el otro. Lucía gimió. Alternaba entre un pezón y otro, dejando sus pechos embadurnados de saliva con mi lengua. Mientras, mi hermana se incorporó un poco para deslizar su vestido por entre sus piernas. El sonido de sus sandalias estrellándose contra el suelo fue acompañado por el sordo golpe del vestido al impactar sobre estas. Tras deshacerse de su prenda, se apretó más a mí, permitiéndome seguir devorando sus deliciosos senos.

Mientras me afanaba por comerme aquellas preciosas tetas, mi mano furtiva se deslizó hasta su entrepierna y comenzó a acariciar su húmeda vagina. No llevaba ni tanga ni braga, lo cual me sorprendió. Se ve que ya venía predispuesta para esto.

Lucía empezó a gritar con fuerza mientras mis dedos hurgaban en su coñito. Se estremeció un par de veces cuando rocé su clítoris y entreabrí sus labios para deslizar un dedo por estos.

—¡Ricardo, Ricardo! —suspiraba con ansia y deseo.

Metí un par de mis dedos en su conducto mojado e inicié un lento masaje que la hizo estallar al instante. Todo su cuerpo se retorcía sobre mí ante el inminente orgasmo y noté como mi mano se humedecía. Aparté mi boca de sus pechos y busqué deseoso la suya, la cual no tardó en recibirme. Con lentitud, la fui masturbando mientras notaba sus gemidos resonando en un súbito eco dentro de mi boca. Meneaba sus caderas al son del intenso placer y yo notaba como una de sus piernas rozaba mi polla, ya otra vez bien dura. Cuando otro orgasmo volvió a recorrerla de arriba a abajo, quedó derrengada sobre mí.

Mientras ella buscaba recuperar su aliento, retiré mis dedos de dentro de su vagina.

—Dámelos —dijo al notarse vacía.

Se los ofrecí y ella se los tragó en el acto, para luego sacarlos y lamerlos con su correosa lengua. Me quedé alucinando al ver su maestría para chupar. Mientras hacía esto, su otra mano me volvió a agarrar la polla, totalmente empalmada.

—¿Qué, que haces? —pregunté algo temeroso.

—No sabes cuánto te echaba de menos —dijo con su melosa voz.

A continuación, llevó mi polla hasta la entrada de su vagina y se la metió. Todo mi ser se deshizo en mil pedazos cuando sentí aquella cálida humedad envolviendo mi miembro. Que estrechita estaba, como siempre había ido. La verdad es que yo también la echaba mucho de menos. Un montón.

Empezó a cabalgarme, al principio de forma lenta, para así poder ir acomodando mi polla a su coñito, pero enseguida inició un movimiento más rápido. Lucía se movía encima de mí con celeridad. Ya no tenía ante mis ojos a mi hermana, sino a una hembra desbocada deseosa de sexo.

—¡Oh, Ricardo! — gritaba con mucha fuerza–. ¡Esto es lo que me gusta de verdad!

Su culo se bamboleaba mientras sus tetas botaban hacia todos los lados. Buscando imponer algo de orden, la abracé. Mi rostro volvió a ese par de magníficos senos, cuyos pezones devoraba con ansia. Mis manos descendieron por su espalda hasta agarrar ese par de redondas nalgas que apreté con fuerza. Fui guiando su trasero con mis manos para que el movimiento fuera más fluido y de vez en cuando, yo también movía mis caderas para acompañarla.

—¡Dios mío! ¡Me corro!

Su cuerpo entero se estremeció entre mis manos mientras la respiración de mi hermana se tornaba más profunda. Pude sentir las fuertes contracciones de su vagina envolviendo mi pene al tanto que sufría otro dulce orgasmo. Jadeando, la besé en la boca con dulzura.

—Me encanta tu polla —susurró mientras rozaba con sus carnosos labios mi boca.

—A mi encantas toda entera —le dije divertido.

Siguió cabalgándome como una bestia desbocada, buscando el tan preciado orgasmo que necesitaba, al igual que yo. Pese a haberme corrido antes y estar aguantando bastante, sabía que no tardaría en explotar, más incluso que la anterior vez.

Cuando Lucía sufrió el segundo orgasmo, la agarré por las piernas y la levanté en el aire. Fue un movimiento muy rápido y brusco, pues no podía con ella.

—Ricardo, ¿¡qué haces?! —preguntó alborotada mientras la dejaba sobre el sofá.

—Tranquila, es que así te follo mejor.

No sé si la respuesta le había reconfortado, pero no se opuso. La miré por un instante, contemplando la salvaje belleza que emanaba de aquella increíble mujer que resultaba ser mi hermana. Su pelo estaba alborotado, su piel enrojecida, su rostro se tornaba cada vez más ansioso. No pude resistir. La penetré sin dudarlo y, agarrándola con fuerza de las piernas, me la tiré como si no hubiera un mañana.

—¡Ricardo! —gritó alterada.

No es que quisiera follarla de manera dura y brusca, aunque el deseo de acabar podía más que cualquier otra cosa.

Clavaba mi polla con fuerza dentro de su apretado coñito, buscando desesperado por venirme de una vez. Mis caderas se movían con ritmo y fiereza mientras jadeaba cada vez más. Lucía cerraba sus ojos al tiempo que emitía fuertes gemidos. Seguí clavando mi miembro con fuerza, haciendo que ella se estremeciese. Me recosté y comenzamos a besarnos de forma intensa y animal. Mi polla se deslizaba enloquecida y sabía que estaba a las puertas de un nuevo orgasmo. Ella también, pues la notaba ya temblorosa.

—Lucía, tengo que salirme para no acabar dentro de ti —le informé.

De repente, sus piernas se aferraron a mi cintura, cerrándose con fuerza.

—¿¡Pe….pero que haces?! —pregunté asustado por tan repentina acción.

—No se te ocurra salirte —me habló mirándome fijamente a los ojos. Se la notaba más que dispuesta—. Yo también estoy a punto.

No había marcha atrás. Me seguí moviendo un poco más y ya no pudimos resistirnos ninguno de los dos.

Al mismo tiempo que yo me corría por segunda vez, Lucía tenía su ya quinto orgasmo. Destrozados, acabé desplomándome sobre ella, sintiendo mi pene dentro de su mojada cuevita, envuelto entre sus fluidos y los míos. Tras recuperar algo de aire, me recosté sobre su pecho, sintiendo como sus esponjosas tetas se apretaban contra mi cara. Dejé escapar un leve suspiro y ella me acarició el pelo con ternura.

—¿Mejor? —preguntó de repente.

—Si —fue lo único que respondí.

Estuvimos un rato así. No nos decíamos nada, solo dejábamos que el silencio nos envolviera y que el tiempo pasara. No había nada que hablar. Esto sucedía tantas veces que ya no tenía sentido discutirlo. Ocurría y punto. Eso era lo que pensábamos, claro.

Me levanté un poco y ella se hizo a un lado para dejarme sitio. Acabamos cara a cara, teniendo yo cuidado de no sacar mi polla de dentro de su vagina para no manchar el sofá.

—Dime, ¿irás mañana a trabajar o qué?

La pregunta no me sorprendió nada en absoluto. Fue el motivo por el que había venido aquí, para intentar animarme a que volviera a retomar mi vida. Esa era la intención de esta visita y lo cierto es que había triunfado.

—Claro, pero mañana no puedo. Es fin de semana.

Cuando escuchó esto, se echó a reír. Su risa era tan agradable y contagiosa que no tardé yo poco en carcajear también ante esta ocurrencia. Cuando ya nos calmamos, ella me siguió mirando.

—¿La has olvidado?

—Gracia a ti, un poco —comenté—. Pero pasará algo más de tiempo hasta que me recupere del todo.

—Bueno, seguro que muy pronto encontrarás a otra chica que te hará muy feliz.

La miré. Aun recordaba en nuestra adolescencia como comenzó todo. Solo era simple curiosidad que deseaba satisfacer. Ella se ofreció encantada. Me dejó tocarla, me hizo cosas. ¡Dios! La primera vez que lo hice con ella fue el mejor momento de mi vida y desde ese entonces, no había mujer que la hubiera superado aun.

—No sé si quiero otra mujer en mi vida, teniéndote a ti.

Mi comentario no le molestó. Ella sabía cuáles eran nuestros sentimientos respecto a cada uno, pero era evidente que esto no podía ser.

—Ricardo, no empieces —me advirtió.

Por eso era una relación tan esporádica. Ella rompía, pensando que era lo mejor, que muy pronto encontraríamos cada uno a alguien que nos haría felices. Pero al cabo del tiempo, nos reencontrábamos y sucumbíamos a esa dulce condena. Porque eso era la relación con mi hermana. Una dulce condena que estaba dispuesto a vivir, por muy prohibida o terrible que fuese.

Le acaricié el flequillo que le caía por la frente. Ella me sonrió con mucho cariño y la besé.

—Quédate este fin de semana, ¿por favor? —le pedí suplicante.

—No puedo —me respondió reticente—. He quedado con Adolfo para ir a visitar sus padres mañana.

—¿En serio?

Yo sabía que su relación con Adolfo era una farsa. Como lo eran todas las relaciones que había tenido con otros chicos. No era feliz con ninguno y con este nuevo pretendiente, no iba a ser ninguna excepción.

—Venga —le azucé.

Me dio un fuerte beso en la boca. Era toda la respuesta que necesitaba. Me puse encima de ella y comenzamos a acariciarnos con pasión.

—Mi niñito pequeño —me dijo tierna y atrevida—, como se nota que solo yo puedo cuidar de ti.

—Lo eres. Eres la única capaz —contesté cada vez más excitado.

Mi polla se había vuelto a poner dura y el deseo de volver a follármela se acrecentaba cada vez más. Ella también se percató.

—¿Vas a follarme otra vez?

Negué con la cabeza. Ella me miró extrañada.

—Ni hablar. Voy a hacerte el amor. —Acerqué mi rostro al suyo— Es lo que mi hermana se merece.

Muchos dirán que esta clase de relación es algo abominable y horrendo, todo un tabú que nuestra sociedad no dudaría en condenar de descubrirse. Pero qué queréis que os diga, mi hermana es mi dulce condena y estoy dispuesto a cumplirla encantado.

No importa el problema, no importa la solución, 

Me quedo con lo poco que queda, entero en el corazón. 

Me gustan los problemas, no encuentro otra explicación. 

Esta si es una dulce condena, una dulce rendición. 

Cada sensación o sentir vulgar, 

Una sola cosa, un solo lugar.

Los Rodriguez. Dulce condena.

------------------------------------------------------------------

Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.