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¿Es mi hermana lesbiana?

en Amor filial

Las sospechas siempre estuvieron ahí. Ada no cesaba de tenerlas y cada día que pasaba, lo tenía más claro. Esther, su hermana mayor, era lesbiana.

Desconocía en qué momento se dio cuenta, pero la evidencia no podría ser más clara. Esther siempre andaba saliendo más que con amigas, nunca la veía con chicos y, para colmo, no le conocía ningún novio.

En más de una ocasión, la veía entrando de la mano de alguna chica hacia su cuarto, lo cual le resultaba sospechoso. Para colmo, su amiga Georgia le chivó que una prima suya la había visto por la noche en un local “solo para bolleras”, como ella lo bautizó, bailando con otras mujeres. Sea como fuere, estaba claro, a Esther le encantaba comerse el morro con personas de su mismo sexo.

Ada estaba más que dispuesta a llegar hasta lo indecible para probarlo, aunque para ello, necesitaría una prueba evidente que la inculpase. Y solo había un lugar donde podría hallarlo, su dormitorio.

Tenía todo listo para ponerlo en marcha, pero necesitaba del momento adecuado para ejecutar su plan. Y no tardaría en presentarse.

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Era un tranquilo viernes por la tarde. Ada estaba sentada en el sofá, viendo la tele tranquila. Su madre no estaba, ya que se había ido a una reunión de antiguos alumnos de su instituto, y su padre trabajaba hasta la noche. Bien acomodada, la chica atusaba el rojo pelo de la coleta en trenza que llevaba. Era una costumbre que tenía de acariciarse su cabello, tan suave que le relajaba. De repente, escuchó algo de ruido atrás.

Al volverse, vio salir de su habitación a Esther. La chica quedó bastante impresionada al ver cómo iba. Llevaba su melena negra y ondulada suelta, la cara bien maquillada con sus gruesos labios resaltando bajo el intenso brillo de un rojo escarlata del pintalabios, además de vestir una camisa verde y unos pantalones vaqueros apretados que resaltaban muy bien su anatomía. Ada quedó muy impresionada.

—Madre mía, pero, ¿dónde vas tan bien arreglada? —preguntó.

Esther clavó sus ojos verdes en la muchacha, quien se estremeció un poco al notar esa penetrante mirada sobre ella. Tanto la impresionó, que llegó a ocultarse un poco bajo el respaldo del sofá.

—He quedado con un par de amigas para tomar café —fue lo único que se limitó a decir.

Ada tragó un poco de saliva y vio cómo su hermana se movía en dirección a la cocina. Sin querer, sus ojos se fueron hacia el culo de ella. Redondo y bamboleante, la joven no podía apartar su mirada de él. Era una visión hipnótica. Ada sacudió la cabeza incrédula. ¿Cómo podía estar mirando el trasero de Esther? ¿Acaso se había vuelto loca? Viendo cómo se alejaba, fue tras ella.

Una vez en la cocina, vio que su hermana mayor estaba cogiendo las llaves del coche. Atolondrada, decidió acercarse para ver de qué se podía enterar.

—¿Y quiénes son esas amigas? —preguntó con cierto tono chismoso.

La mujer, al escucharla, se volvió un poco extrañada por la cuestión. Su afilada mirada volvió a posarse sobre ella.

—A ti que más te da —le replicó.

—No sé. Me interesa saber con quién sales —comentó Ada—. Quiero ver si mi hermanita mayor se lo pasa bien.

Esther no podría estar más extrañada ante la actitud de su hermana y Ada esperaba que no sospechase algo. Para suerte de la muchacha, no parecía ser el caso.

—Ya sabes, Claudia y Mónica —le respondió—. Alguna vez las has visto por aquí.

Se acordaba ambas. Claudia era una chica delgada y con el pelo corto que no podría gritar más “tomboy” si no tuviera un megáfono, dado su peculiar aspecto. Además, en alguna que otra ocasión la había pillado mirándole su culo. Eso era lo que Ada pensaba, claro. Mónica era más femenina, con el pelo largo y de color marrón claro. Aparte, vestía de manera más pija, con ropa de marca, siempre llevando escuetas minifaldas y sugerentes escotes, como si quisiera llamar la atención lo máximo posible. Se preguntaba, eso sí, si sería la de los hombres o las mujeres. Quizás la de ambos. Con semejante par de acompañantes, a la chica le costaba creer que su hermana no fuera de la otra acera.

—Muy bien —dijo con una amplia sonrisa—. Pues diviértete con ellas.

—Gracias —habló complacida Esther.

A pesar de las inusitadas sospechas, ambas hermanas se tenían mucho cariño. Quizás, de vez en cuando, pudieran pelearse o tratarse de forma un poco desdeñosa, pero sabían, en el fondo, que se querían mucho. Sin embargo, ese amor pareció disiparse cuando la hermana mayor abandonó la casa, pues para Ada, era indicativo de que su plan se iniciaba.

Desde la ventana, vio como Esther cogía su coche, lo ponía en marcha y se marchaba de allí. Con una satisfecha sonrisa en el rostro, la muchacha supo enseguida que era hora de iniciar la operación.

Con la musiquilla de Misión Imposible sonando en su cabeza, Ada caminó directa al cuarto de su hermana. Una vez frente a la puerta, la chica sintió un enorme escalofrío recorrer su ser. Temblando de la emoción, posó su mano en el pomo, tiró hacia abajo y la abrió. Tras eso, entró en la habitación.

No era la primera vez que estaba en el cuarto de su hermana. Incluso ya había entrado en él cuando ella no estaba, pero, en esta ocasión, las cosas eran muy diferentes. Ada pretendía esclarecer el enigma bajo el que se envolvía la orientación sexual de Esther. En el fondo, se decía que aquello era una evidente invasión de su privacidad y que no debería de estar haciendo algo así, aunque el ansia por saberlo la carcomía por dentro. Necesitaba hacerlo y nada la detendría. Ni siquiera su conciencia o su sentido común.

La habitación estaba bien ordenada. Mirara donde mirase, se podía encontrar con la pulcritud y la serenidad que su hermana dotaba a todo. Una enorme diferencia respecto a ella, más desordenada y sucia. Ada comenzó a inspeccionar la estancia, preguntándose donde podría hallar alguna evidencia del lesbianismo de su hermana. Debía ser algo claro, que no dejara ambigüedad alguna. Una foto, un diario, revistas guarras, pornografía. Incluso, un consolador. Algo en ese estilo.

En nada, comenzó a registrar el dormitorio. Revolvió los cajones, desbarató la cama, miró por todo el escritorio, registró cada estantería, llegando a quitar libros y otras cosas que hubiera por allí para ver que encontraba. Buscó en todos lados y no halló nada interesante. Esther parecía ser una chica muy formal. Más allá de un montón de dibujos que hizo durante su adolescencia, no encontró nada que la incriminase como lesbiana. Ada comenzó a sentirse frustrada.

Sentada sobre la cama, comenzó a preguntarse si no sería paranoia suya todo lo que imaginaba respecto a su hermana. A lo mejor era así. Quizás ella era tan solo una persona de vida discreta que no deseaba que alguien se enterase de con quien salía. Que no supiera quien podía ser su novio, no significaba que fuera lesbiana. Pese a todo, no quería dejar las cosas así, sin más. Todavía tenía la sensación de que había algo más aquí y lo iba a averiguar. Ese pensamiento recorrió su cabeza cuando fijó su atención en el armario. En ese momento, se frotó las manos llena de satisfacción.

Levantada, fue hacia el mueble y abrió sus puertas. Dentro, encontró ropa colgada del perchero y más doblada abajo. Sin pensárselo, comenzó a mirar entre esta, llegando incluso a sacar varias prendas, pues quería asegurarse de que no se dejaba ni una esquina sin registrar, pero de nuevo, no encontraba nada. Enseguida, la frustración hizo acto de presencia y comenzó a enfadarse. Agarró un par de camisetas y las tiró al suelo furiosa. Se cruzó de brazos y comenzó a caminar de lado a lado, cavilando en lo que hacer a continuación. Fue entonces, cuando, se fijó en que dentro del armario había una pequeña estantería en la parte de arriba. Sobre ella, se hallaba una gran caja de color azul oscuro. Sin dudarlo, la bajó.

Le costó un poco de trabajo sacarla de allí, pues la condenada pesaba lo suyo, pero al moverla, Ada notó varios objetos moviéndose dentro. Eso la llenó de renovada esperanza y excitación. Muy emocionada, puso la caja sobre la cama y con manos temblorosas, le quitó la tapa. Sus azulados ojos se abrieron de par en par cuando vio lo que había en el interior.

—Joder —dejó escapar.

La caja estaba repleta de toda clase de juguetes sexuales. Ada tragó saliva, incrédula ante semejante colección. Había cosas de todo tipo, algunas de las cuales desconocía por completo. Más de una tenía un diseño tan extraño que le llegaba a dar miedo. Lo cierto era que estaba muy impresionada ante semejante gama de productos. Esther se había abastecido muy bien para proporcionarse mucho placer. Decidida, comenzó a sacar todo lo que había dentro para investigarlo de manera precisa.

Cada cachivache que cogió acabó sobre el colchón, aunque la chica se sentía un poco violentada al tocarlo. Se imaginaba los lugares en donde podrían haber estado metidos y un estremecimiento le recorría su ser. Más lo notó cuando creyó ver a su hermana usando alguno de estos. Esa imagen, más que asquearla, le resultó sugerente… Ada meneó la cabeza de un lado a otro como si tratara de quitar esa imagen de su mente. No entendía por qué pensaba en ese tipo de cosas tan absurdas. ¿Ni que a ella le atrajeran las mujeres? Continuó ordenando cada juguete hasta que los tuvo todos alineados sobre la cama.

Allí había de todo. Reconoció tres objetos que eran claramente consoladores. Dos eran largos, de colores negro y rosa. El negro tenía una forma realista de pene, con todos sus detalles bien representados, incluyendo las marcadas venas del tronco. El rosa estaba hecho de gelatina y se movía de forma flexible de un lado a otro. El azul oscuro era el más pequeño de todos, no llegando a la mitad del negro y parecía tener debajo un botón, así que supuso que debía ser un vibrador. Luego, se topó con una serie de esferas metálicas unidas por un fino hilo que suponía eran unas bolas chinas. También había una especie de tapón con el centro acabado en punta, otro consolador verde claro con los extremos acabado en punta y un bote de lo que parecía vaselina. Cuando leyó en la etiqueta como hacía la penetración, se le erizaron los pelos. Y más se le pondrían cuando halló el strap on. Se trataba de un arnés que se ataba alrededor de la cintura en cuyo centro colgaba un consolador. Este era rojo y de tamaño mediano, no tan desmesurado como el negro. Ada agarró de una de las sujeciones. Se encontraba sin palabras.

Toda aquella evidencia lo dejaba bien claro. No había más vueltas que darle. Observando semejante arsenal, Ada ya no tenía más dudas. Su querida hermana Esther era toda una amante de las mujeres, una lesbiana. Aún seguía sin creerlo, aunque en el fondo, ya lo sabía. Todo esto no era más que el empujón definitivo para aceptarlo.

Entre sus manos, sostuvo un extraño “consolador”, si es que se le podía llamar así, que hasta ese momento le había pasado desapercibido a la muchacha. Era más corto que los otros y se curvaba hacia la mitad. Además, tenía una extensión más pequeña debajo. No entendía para qué demonios debía servir semejante rareza. Se llamaba consolador conejo, por lo que ponía en la etiqueta.

Continuó inspeccionando cada objeto, tan fascinada como atemorizada por lo que descubría. Eso hizo que se distrajera, sin percatarse de lo que ocurría a su alrededor. Tanto, que no se dio cuenta de que su hermana acababa de entrar en la habitación.

—¿Qué coño pasa aquí? —dijo Esther de forma repentina.

Al oírla, Ada se dio la vuelta aterrorizada. Enseguida, los profundos ojos de su hermana se clavaron en la pobre. Ella tembló llena de miedo y nerviosismo. Respiró profunda, sin saber que le esperaría.

—¿Pero se puede saber que has hecho? —preguntó la mujer estupefacta ante el desorden producido en la habitación—. ¡Está todo por el suelo!

Su mirada no tardó en dirigirse a la cama, donde estaban repartidos todos sus juguetes sexuales. Ada no tardó en soltar el vibrador que sostenía entre sus manos y miró con temor a Esther, a quien notaba cada vez más enfadada.

—¿Qué hace todo eso aquí encima? —Su voz reverberaba como el de una peligrosa fiera.

—Te…te lo puedo ex…explicar —trató de decir la joven.

—Más te vale.

Ada sabía que acababa de meterse en un buen lio. Cuando Esther se enfadaba, era el inicio de una terrible tormenta, una de las que era imposible escapar, así que debía inventarse una excusa rápido.

—Bueno, yo… —comenzó a hablar, aunque se quedó bloqueada, pues no sabía que decir.

—¿Es que te pusiste cachonda y decidiste aliviarte con alguno de mis juguetitos? —comentó de forma repentina Esther—. Si, se ve que  necesitabas uno. Habérmelo pedido y no habrías montado este desastre.

Quedó impresionada ante lo que acababa de decirle. Una curiosa explicación que le venía perfecta para escabullirse de este lio, aunque después vendrían cuestiones de como sabía ella que tenía consoladores y otros artilugios para proporcionar placer sexual, aunque eso ya sería lidiar con algo menor. Sin embargo, no podía. Había descubierto un secreto muy oscuro de su hermana y su único deseo era confrontarla con ello.

—Mira, esa no es la razón —dijo la chica de forma repentina.

Esther, quien se disponía a recoger todo el estropicio causado por su hermana, se quedó mirándola muy sorprendida.

—Ah, no. Entonces, ¿por qué ha sido?

Ada le devolvió la mirada decidida. Sabía que iba a cometer una locura, pero ya no podía aguantarse más. Aquello ya rebasaba el límite de lo soportable, así que, sin más dilación, se lanzó.

—Porque estaba tratando de averiguar si eras o no lesbiana.

El rostro de su hermana se tornó pálido ante semejante respuesta. Aquella reacción impresionó a Ada. Comprendía que acababa de dar con algo más comprometido de lo que imaginaba.

—Por lo que he hallado aquí, parece que así es —sentenció con contundencia.

—¿En serio? —dijo su hermana bastante picada.

Ada asintió. Sabía que estaba a punto de liarla. Jugaba con fuego y, lejos de darle miedo, le gustaba. Parecía incluso darle morbo el saber el secreto más profundo de su hermana, uno que había ocultado con recelo a todo el mundo. Eso la hacía sentir poderosa y llena de ansia.

—Tienes mucha cara para atreverte a decir algo así —espetó Esther.

—Yo no soy la que va ocultando su condición sexual a los demás —inquirió Ada.

La tensión se palpaba en el ambiente. Ambas mujeres se miraban desafiantes. Estaba claro que aquello no iba a ser otra pelea más entre hermanas. Esta vez las cosas eran mucho más comprometidas de lo que aparentaban. Permanecían en silencio, prestando con atención a lo que hacía la otra.

—No tienes ni idea de cómo es mi vida y no tienes ningún derecho a meterte en ella —dijo al final la hermana mayor, como si tratara de protegerse al soltar aquellas palabras.

—¿En serio? —habló la menor mientras se levantaba para colocarse frente a ella—. Siempre te veo con tus malditas amigas y cuando te traes a alguna a casa, os acabáis encerrando en tu habitación. Ahora sé por qué, claro.

Esther dio un par de pasos hasta colocarse frente a Ada. Era un poco más alta que ella y, pese a nunca sentirse intimidada por su estatura, había que reconocer que, en esta ocasión, su hermana le imponía.

—¿Esa es la idea que tienes de mí? —preguntó amenazante.

La chica se sintió intimidada por esa presencia tan poderosa que tenía delante. Tragó un poco de saliva y agachó un momento la cabeza. Notaba su cuerpo temblar, dándose cuenta de que andaba metiéndose en un buen lio. Pese a todo, no pensaba ceder y miró a la mujer, dispuesta a plantarle cara.

—Pues sí, eres una bollera y ya verás cuando se lo cuente a papá y a mamá.

Notó algo raro en el rostro de Esther cuando dijo esto último. Tal vez la mujer no esperaba que su hermanita pequeña se fuera a atrever a decir algo así. Pudo notar un poco de enojo en ella.

—¿No se te ocurrirá contarles esto? —preguntó con los nervios a flor de piel.

Ada sonrió de forma siniestra.

—Vaya, eso significa que he acertado de pleno —afirmó contenta.

Había pillado a su hermana. La sospecha estaba casi confirmada, pero necesitaba que ella misma lo reconociese. Ahora, lo había conseguido.

Esther se apartó un poco e inclinó su cabeza, en clara señal de hallarse alterada por esta revelación. La chica deseaba tantearla más, ver que otros detalles le ocultaba. Fue entonces, cuando se fijó en que volvía mirarla de esa manera tan estremecedora.

—Sí, soy lesbiana —le reveló sin demasiada ceremonia.

—¿En serio? —dijo llena de sorpresa—. ¿Desde cuándo?

—No sé, desde siempre, supongo —caviló como si no lo recordase bien—. El caso es que siempre he sido así y ya no tengo ningún problema con ello.

—¿Y tus amigas? —preguntó impresionada.

—También lo son —explicó tranquila—. Gracias a ellas he podido descubrir mí autentica sexualidad.

Ada se quedó mirándola, llena de sorpresa, sin poder creer que le estuviera contando algo así. Se sorprendió de su naturalidad al hablar de ello. Parecía haberlo aceptado de forma plena.

—¿Por qué no se lo has contado a nuestros padres? —fue su siguiente cuestión.

Los ojos verdes de Esther se volvieron a posar sobre ella. No entendía que poseían, pero eran capaces de hacerla temblar con una mera mirada.

—Lo sabes muy bien —Notó cierta molestia en su voz—. Son muy tradicionales. Descubrir que una de sus hijas es una invertida sería una vergüenza para la familia. No sé si estaría dispuesta a pasar por semejante calvario…. A no ser que tú te atrevas a contárselo, claro.

Vio cómo se acercaba de nuevo. El momento relajado que acababan de tener se esfumó en un instante. Volvieron a estar cara a cara y Ada no pudo evitar sentir algo de pánico. Su hermana podía parecer tranquila, pero, en el fondo, llegaba a ser muy peligrosa si se enojaba.

—No pensarás decir esto, ¿verdad? —Notaba tanto su proximidad que casi caía de espaldas contra la cama al intentar huir.

—Yo….yo…

Estaba bloqueada, sin saber muy bien que decirle. Continuaba notando esa penetrante mirada sobre ella y eso hizo que un enorme miedo se apoderase de la pobre. Ahora estaba paralizada, sin saber qué hacer.

—¿Por qué quieres hacerme daño de esta manera? —preguntó Esther—. ¿Acaso yo te he molestado alguna vez o te he jodido de mala forma? No lo entiendo, con lo mucho que te quiero y tú me lo pagas así.

—Solo quería saber la verdad —confesó la chica alarmada—. Quería averiguar lo que tanto sospechaba, eso es todo.

—¿De verdad? ¿Solo eso?

Asintió de forma apremiante. Se sentía tan amenazada que estaba dispuesta acabar con todo aquello de la forma más rápida posible.

—Um, así que solo era sana curiosidad —comentó su hermana mayor—. Bueno, eso no es tan malo.

Una sonrisa se dibujó en el  rostro de la mujer y eso, alivió un poco a la chica. Parecía, después de todo, que las cosas se iban a solucionar. Entonces, notó como una mano comenzaba a acariciar su brazo derecho. Subía poco a poco, dejándole una extraña sensación electrizante, que la hizo estremecer de pies a cabeza. Volvió su vista a la cara de su hermana y se fijó en como la miraba.

—Con lo guapa que eres —soltó sin más—. Me dolería tanto que me hicieses daño.

Sin mediar palabra, la boca de Esther acabó en la de Ada en menos de un segundo. La chica abrió sus ojos de par en par cuando sintió esos labios pegándose a los suyos. No podía creer que aquello estuviera pasando y trató de zafarse, pero su hermana la abrazó, atrayéndola más. Sus pechos chocaron, apretándose con fuerza. El beso se tornó más intenso y húmedo. Pudo escuchar como su captora gemía, señal de que parecía estar disfrutando.

Tras esto, Esther se separó de ella. Se la notaba radiante, repleta de mucha felicidad y, también, deseo. Ada tembló sin saber que era lo que estaba sucediendo. No podía explicarse porque su hermana actuaba de esa manera tan rara. No era propio de ella o, quizás, sí. Desconocía en estos momentos tanto de ella.

—Yo creo que lo que pasa es que tienes curiosidad, ¿no es así? —dijo—. Debe ser eso, mi hermanita quiere saber qué se siente al estar con una mujer.

Quiso explicarse, decirle que no era así, pero se lo impidió.

Esther volvió a besarla con una agresividad inusitada. Lo hizo con tanta fuerza, que acabó pegada contra el armario. Una vez allí, la atrapó entre sus brazos y continuó con el beso, llegando incluso a meter la lengua dentro de su boca. No sabía cómo sentirse. Todavía estaba paralizada por el impacto, no solo de que la besase una mujer, sino de que fuera su propia hermana.

Esther no tardó en separarse y mirarla de nuevo. Esta vez, en sus ojos no había odio o rabia, más bien, otra cosa. Eso la asustó un montón.

—¿Quieres saber por qué me hice lesbiana? —dijo con un tono de voz que le sonó muy sensual—. Fue por tu culpa, mi pequeña. Eres tan guapa y ardiente. Te he deseado por tantos años que al final no me he podido resistir.

Le acarició el pelo. Sintió como la mano derecha se deslizaba por su coleta, atrapando algún que otro cabello. Percibía como la atusaba con tanta dulzura. Siempre lo hacía. Ahora, empezaba a pensar que el matiz cariñoso era mucho más que eso.

—Eso es imposible, ¡soy tu hermana! —le gritó a la cara, esperando hacerla entrar en razón.

Sin embargo, Esther no cambió la angelada expresión de su rostro. Estaba como hipnotizada por ella, algo que le resultaba tétrico.

—Tan bonita —murmuró ansiosa—. Claro que no eres una niña nada buena. Mira lo que has hecho con mi cuarto.

La chica vio en ese momento una perfecta vía de escape.

—Si quieres, recojo todo —propuso desesperada—. Lo dejaré tal como estaba. Cada ropa bien recogida en el cajón o en el armario, las sabanas de la cama bien dobladas. Todo en perfecto estado.

Esther la observaba en silencio, sin decir o hacer nada. Eso la desesperó bastante más de lo que ya estaba.

—Además, no le contaré nada ni a papá ni a mamá.

Parecía que su hermana estaba conforme con lo que la chica acababa de decirle. Pese a todo, Ada notaba que no era así del todo. Se notaba que Esther tramaba algo, cosa que no le gustó.

—Si eso suena bien, pero no justifica que hayas intentado invadir mi privacidad tratando de indagar en algo tan personal como son mis gustos sexuales—le dijo con total claridad—. Así que me temo que voy a tener que darte una buena lección.

—¿Co…como que una lección? —preguntó Ada tensa.

La única respuesta que recibió por parte de su hermana fue otro apasionado beso. Por lo visto, era la única manera que tenía ya de comunicarse con ella.

Esta vez las manos de Esther no se quedaron quietas. Una volvió a acariciar con mesura el rojizo pelo de Ada mientras la otra descendía por su cuello hasta llegar a su pecho, colándose por la chaqueta de chándal que llevaba, en dirección a sus senos. Atrapados bajo una ceñida camiseta blanca, no eran tan grandes como los de su hermana, pero se mostraban redondos y erguidos. Uno de ellos acabó atrapado bajo su palma, apretando con ganas. La chica gimió un poco, resonando el sonido entre las bocas de ambas mujeres.

—Que tetitas más bonitas tienes —comentó mientras acariciaba con mesura cada uno de sus pechos—. Están bien firmes y duritas. Me gustan.

No contenta con manosearla con una mano, la otra dejó su labor de atusar su pelo y viajó para atrapar la otra solitaria teta. Ahora que las tenía bien atrapadas, apretó con ganas, sintiendo su firmeza. Ada no pudo evitar gemir ante tanta presión.

—Vamos a ver tus pezones —dijo su hermana a continuación.

Sus pulgares pasaron por encima de estos. Enseguida, notó lo duros que estaban.

—Uy, si se te han puesto bien empitonados —habló con sorpresa Esther—. A mí me da que tú andas muy excitadilla.

Aproximó su boca al rostro de la chica y comenzó a darle cálidos besos en su mejilla izquierda y en el cuello. Mientras, sus dedos pellizcaban los pezones.

—Esther, ¡para! —gimoteó quejicosa Ada.

Lejos de frenarse, su hermana encontró aquella protesta muy incitante.

—Eres tan bonita —decía la mujer entre estertores—. No puedo parar de quererte.

Sus manos ya meneaban las tetas de un lado a otro como si fueran suyas. Con su lengua, lamió desde el cuello hasta la oreja de la chica. Ada se sentía un poco asqueada al notar toda esa humedad derramándose por su rostro, pero todo aquel tocamiento la estaba poniendo bien caliente. Sabía que no debería sentirse así. Sin embargo, un intensó ardor se estaba formando en su entrepierna, clara señal de que estaba disfrutando. No podía creerlo.

—¿No me digas que no te está gustando? —susurró a su oído Esther, para aumentar aún más la fatalidad de todo el asunto.

Se miraron. ¿Qué coño estaba pasando? Era su hermana quien le hacía todo esto y debería separarse de ella, decirle que le daba asco e, incluso, que se lo diría a sus padres. Pero no, en vez de eso, se dejaba hacer como si nada, poco a poco disfrutando de tan agradable gozo. Puede que no quisiera reconocerlo, más en su cabeza, no paraba de repetirse lo mucho que disfrutaba con todo ello.

—Vamos, reconócelo —le dijo su hermana.

Parecía leer su mente, aunque seguro que no le hacía falta. Su lenguaje visual la delataba. Tenía el rostro colorado y cada suave roce hacía que suspirase como una loca. Estaba claro. Le encantaba que su hermana la tomase de esa manera.

—Venga, cariño, tu puedes —le continuaba diciendo al oído—. Dilo.

Ya no aguantaba más. Su entrepierna era un volcán a punto de entrar en erupción y el deseo era insalvable. Emitió un sonoro gemido y entonces, habló:

—Sí, me gusta.

El reconocimiento definitivo fue suficiente para que las cosas terminaran precipitando. Esther la besó con mucha mayor excitación que antes. Ada, en esta ocasión, no quedó tan indiferente y respondió tímidamente, dejando que la lengua de su hermana entrase en su boca, paladeando cada centímetro de su interior. Al mismo tiempo, la mujer llevó sus manos por detrás y, recorriendo la espalda, acabaron aferrándose a su culito.

Todo lo que sucedía era una locura, pero le encantaba. Siguieron intercambiando saliva mientras sus lenguas seguían unidas y no dejaban de comerse la boca. Era un momento mágico, algo que nunca imaginó, aunque le gustaba tanto que no deseaba que terminase. Notaba como las manos de su hermana apretaban sus nalgas con ganas y la atraían más contra su cuerpo. Se trataba de una experiencia increíble. Estuvieron así un poco más hasta que Esther decidió separarse.

—¿Qué…qué pasa? —Ada se hallaba un poco confusa.

—Mete todos los juguetes sexuales en la caja y ponla en el suelo.

Extrañada, accedió. Metió todos esos aparatos y utensilios de placer femenino en la caja y la colocó en el suelo. Mientras, su hermana hablaba por el móvil con alguien. La observó con detenimiento. Se movía de un lado a otro con natural elegancia y se la notaba muy cómoda hablando. Admiraba tanto esa forma de ser tan segura y sincera de ella. Cuando terminó de hablar, colgó.

—¿Quién era? —preguntó llena de curiosidad.

—Mis amigas —contestó Esther—. Les he dicho que al final no voy a tomar café con ellas.

—¿Por?

—Porque voy a follarme a mi preciosa hermana —Una juguetona sonrisa se formó en su rostro al decir esto—. Claro que esa parte no se lo voy a decir.

Volvió a besarla.

Ada no podía creer todavía que estuviera enrollándose con su propia hermana, aunque lo que de verdad no podía concebir era que ella se dejara llevar sin más. ¿Por qué hacía esto? Nunca se había planteado nada igual, era ridículo. Ella no se consideraba lesbiana, como Esther si admitía con tanta normalidad. Jamás se había fijado en las mujeres con interés sexual, nunca había hecho nada así….

Eso era lo que pensaba, pero al notar como la lengua de su hermana entraba dentro de su boca, concluyó que se equivocaba por completo. Claro que era lesbiana. Siempre miró a sus compañeras muy excitada y, en la soledad de su habitación, se tocaba pensando en ellas, imaginando que tenían sexo apasionado como otras jamás podrían tener. Su ordenador estaba repleto de pornografía lésbica y continuamente había espiado a Esther. Su obsesión por querer desenmascarar a su hermana solo era una mera muralla para ocultar la realidad de que también ella era una bollera redomada. Al final, había terminado sucumbiendo a ese deseo que tanto se negó y no podía sentirse más feliz.

Los besos y las caricias seguían de forma caótica. Antes de que se diera cuenta, Esther le había quitado la chaqueta y para cuando quiso percatarse, las dos estaban tumbadas sobre la cama. Continuaban devorándose la una a la otra, incansables, como si parecieran estar alimentándose de la energía que irradiaban sus cuerpos. Tal vez fuera así.

—Cariño, voy a quitarte la camiseta —le dijo su hermana en ese instante—. Quiero verte sin ninguna ropa encima de tu bello cuerpo.

Quiso hablar. Necesitaba confesarle todo, pero no la dejaba. Esther era insaciable y no dejaba títere con cabeza en lo que al sexo se refería. Con un ímpetu demoledor, la despojó de la prenda que cubría la parte de arriba de su cuerpo. Ada tuvo que alzar sus brazos para terminar de quitársela. Así, quedó tan solo con un simple sujetador verde que mantenía bien atrapadas sus redondas tetas.

—Qué guapa eres, mi niña —le obsequió en una bella frase.

Le gustaba que fuese tan cariñosa, aunque Esther también era apasionada y salvaje. Bien se lo demostró al comenzar a besarla en el cuello. Al inicio, solo posaba sus labios para darle meros ósculos, pero no tardó en volverse más intensa y comenzar a dejarle chupetones por toda la piel. Podía escuchar como chisporroteaba con cada pasada. Le dejaría marca seguro.

—Oh, Esther —murmuró mientras la abrazaba.

De repente, la mujer se incorporó y comenzó a quitarse la camisa. Desabrochó cada botón de la prenda y la abrió, obsequiando a la joven con una hermosa visión. Ante ella tenía las voluminosas tetas de su hermana. A diferencia de las suyas, más pequeñas y redondas, las de Esther eran mucho más grandes, en forma de lágrima. Estaban un poco caídas, pero se extendían a los lados, dándoles un aspecto más erguido y turgente. Ahora, estaban tapadas en un ajustado sujetador negro que las juntaba y daban forma a un recto escote.

—¿Te gustan? —preguntó como si esperara una sincera respuesta.

Ada se quedó sin habla. Si necesitaba alguna confirmación de su gusto por las mujeres, aquella era la respuesta que buscaba. Notando su desencajado rostro, Esther se echó a reír.

—Hum, ya veo que si —comentó divertida.

Sin perder más tiempo, la mujer se abalanzó de nuevo sobre la chica y comenzó a besarla. Dejándose arrastrar por la pasión, Ada la abrazó. Sintió como sus cuerpos se restregaban con deseo y eso la llenó de más excitación. El calor aumentaba y estaba claro que las dos hermanas ya no podían controlarse.

Sin mediar palabra, Esther desabrochó el sujetador de su hermana y se lo quitó en un rápido movimiento. Sus pechos, al fin, quedaron al descubierto. Eran medianos, redondos y firmes, coronados por unos pequeños pezones rosados. Ada se estremeció un poco, pero no estaba atemorizada. Más bien, se hallaba deseosa de sentir más.

Su hermana comenzó a besar y lamer sus pechos. Los atrapó, como si deseara que no se escapasen y comenzó a pasar su lengua por encima, dejándolos llenos de brillante saliva. Ada gemía dichosa, disfrutando de tanta atención. En un momento dado, tras darle varios besos a la teta derecha, decidió atrapar su pezón con la boca, succionándolo. Eso causó una fuerte tensión en la chica que le produjo un fuerte gemido.

Esther se afanó en succionar muy bien aquellos pezones, dejándolos bien duros y puntiagudos. Atrapó cada uno con sus dedos pulgares e índices, apretándolos para terminar de empitonarlos

—Agg, hermana, ¡esto me encanta! —gritó ya desbocada.

—Por lo que veo, si —comentó satisfecha Esther.

Ada ansiaba que su hermana la llevara al siguiente nivel. Deseaba probar el sexo de verdad, no los pequeños orgasmos que tenía al masturbarse. No se trataban más que de pequeños aperitivos y ella lo que deseaba era el menú completo.

—¿Que vas a hacerme ahora? —le preguntó.

El rostro de Esther se mostró algo taciturno, pero no tardó en mostrar una grata expresión de interés. Parecía, después de todo, que Ada tenía muchas ganas.

—Pues pienso lamer y chupar eso que tienes oculto entre tus piernas.

Aquellas palabras aumentaron la temperatura del cuerpo de la joven.

Sin más preámbulos, Esther le empezó a bajar el pantalón de chándal que Ada llevaba. Ella dejó las piernas bien estiradas para que su hermana pudiera quitársela sin problemas. La deslizó por sus pies sin problemas. No llevaba calzado. Por casa le gustaba ir cómoda. Al final, quedó tan solo con sus braguitas blancas y finas.

—Madre mía, ¡estás esplendida! —exclamó emocionada Esther.

—¿Te gusto? —preguntó con una juguetona sonrisa Ada.

—Ya lo creo —La mujer se notaba cada vez más excitada—. Eres muy sexy, hermanita.

Volvió a colocarse encima de ella y se besaron con ganas. Mientras se acariciaban con dulzura, Esther se quitó el sujetador, dejando al descubierto sus tetas. Ada las observó impresionada. Estaban algo caídas, pero se mostraban voluptuosas y turgentes. En el centro, se enmarcaba un precioso pezón oscuro  que invitaba a ser mordido. Eso fue lo que hizo. Se llevó uno a la boca y lo succionó con ganas.

—Um, vaya. Veo que ansiabas que te diera el pecho —comentó divertida Esther.

Mientras Ada se afanaba por devorar la teta de su hermana, Esther decidió colar su mano por entre las dos. De ese modo, comenzó a descender por el torso de la chica hasta llegar a su plano vientre. La joven se estremeció un poco al notar un leve cosquilleo por su barriga y eso la llenó de una euforia intensa, pues sabía a donde se dirigía. Tembló temerosa al sentir esos dedos por su bajo vientre, muy cerca del pubis, pero apenas pudo manifestar nada, pues la mujer le entregó el otro pecho para que lo mamase.

Al tiempo que engullía el otro pezón, la mano de Esther acabó sobre su entrepierna, haciendo que Ada se estremeciese nerviosa. La mujer pasó sus dedos sobre la tela, notando lo húmeda y caliente que estaba.

—Vaya, parece que por aquí hay una buena riada —expresó su hermana con gracia.

Su mano presionó contra el mojado sexo de la muchacha, haciendo que un fuerte gemido se le escapase, aunque el gran pecho atrancado en su boca lo silenció. Esther palpó los contornos de la vagina, recorriendo sus humedades formas, bien marcadas bajo la tela de las bragas. Ada comenzó a gemir con mayor fuerza, sintiendo esos dedos recorriéndola con tanto deseo. Respiraba desacompasada mientras sentía el calor aumentar en su interior. Se iba a volver loca.

—Cariño, voy a comerme tu coño —soltó su hermana mayor.

Acto seguido, sacó su pecho de la boca de Ada y se colocó entre sus piernas. Ella se retrajo un poco al ver como la mujer cogía sus braguitas blancas y tiraba de ellas para quitárselas. Las deslizó con rapidez hasta sacárselas por los pies. Antes de tirarlas, las llevó hacia su nariz, respirando la fuerte fragancia de su vagina. Sorbió con ansias tan potente aroma.

—Dios, como huele a chica cachonda —expresó con sumo gusto.

Ada no podía negar que estaba excitada. La situación, tan prohibida como morbosa, la estaban volviendo loca. Una vez desprovista de su ropa interior, Esther tenía completa vista de su cuerpo desnudo. La contempló fascinada hasta que sus ojos llegaron a su pubis, recubierto de una mata de pelo rojizo.

—Um, vaya. Parece que aquí tenemos el felpudito colorado —le dijo juguetona.

La chica se ruborizó. De hecho, cruzó sus piernas de nuevo, como si estuviera avergonzada de mostrar su intimidad. Esther se dio cuenta y no tardó en hablarle con suma calma.

—Tú tranquila. No voy a hacerte nada malo.

Con bastante timidez, la muchacha apartó sus piernas, revelando su preciado sexo. Esther lo observó extasiada.

—Ada, tienes un coñito precioso —comentó su hermana muy encantada.

Sin dudarlo, la mujer llevó sus dedos hasta la rajita de la joven y lo acarició, sintiendo la cálida humedad que supuraba del interior. Lo hizo varias veces, provocando suaves gemidos en la chica. Ella cerró sus ojos, notando un placer cada vez mayor inundándola.

—Ahora, quiero probarte —escuchó decir a su hermana.

Esther se agachó y, sin dudarlo, comenzó a devorar su coño. Enseguida, la chica comenzó a temblar ante el contacto de la mojada lengua contra su sexo. Al inicio, tan solo sentía pequeños lametazos, pero enseguida, la mujer empezó a chuparlo, a sorberlo y a besarlo de una manera arrolladora. Eso hizo que el placer aumentase de forma repentina, sobrecogiendo a Ada.

—¡Agh, Esther, para! —decía la pobre desesperada.

Sin embargo, su hermana no le hizo ni caso. Siguió lamiendo aquel jugoso lugar, arrancándole a la chica intensos gritos. Sentía como aquella lengua recorría cada centímetro de su órgano sexual, notando como este se contraía con cada estimulo recibido. Su cuerpo también temblaba y su respiración se volvía más pesada conforme llegaba el momento esperado. Y es que, por más que intentara postergarlo, sabía que no podría resistir mucho más. Estaba a punto de correrse.

—Ahm, ¡¡¡me corro!!! —gritó impotente.

Su coño comenzó a sufrir fuertes contracciones y sintió una fuerte explosión de humedad en su entrepierna que se extendió por todo su cuerpo. Aquellas ondas de éxtasis avanzaron imparables, conquistando cada rincón de su ser, envolviéndola en un placer como nunca alcanzó a imaginar. Desde luego, jamás había conseguido nada igual en sus habituales masturbaciones. Todo ello, era causa de que quien le había procurado tan glorioso orgasmo era su querida hermana Esther.

Tembló de pies a cabeza, agitada por el súbito orgasmo, y gritando como nunca antes lo había hecho. Cuando todo acabó, se relajó, aspirando aire con desesperación para así poder reanimarse. Con los ojos entrecerrados, vio cómo su hermana besaba sus ingles y la parte interna de los muslos. Le daba pequeños besos sobre la piel, deslizando a veces la lengua sobre ella.

—¿Te ha gustado? —le preguntó Esther de sopetón.

—S…si —llegó a contestar. Estaba todavía un poco ida.

—Pues vete preparando —comentó mientras una malévola sonrisa se dibujaba en su rostro—. Esto no ha hecho más que comenzar.

Durante los siguientes minutos, Esther se consagró en devorar el sexo de su hermana pequeña como si la vida le fuera en ello. Ada no pudo decir o hacer nada, tan solo gozar de las increíbles sensaciones que la mujer le proporcionaba con su boca y lengua. El clítoris, ese lugar que, de vez en cuando, se tocaba en sus sesiones masturbatorias, ahora recibía todas las atenciones. La mujer lo golpeteaba con la punta de su lengua, lo sorbía, lo atrapaba entre sus  gruesos labios y lo besaba. Todos aquellos estímulos fueron suficientes para llevar a la muchacha a la cúspide del placer de nuevo.

—Joder, ¡esto es increíble! —decía entre estruendosos lamentos.

La lengua de Esther no se quedaba ni un solo momento quieta. Parecía tener vida propia y a la chica, se le antojaba como una suerte de serpiente húmeda y caliente que estuviera hurgando en su guarida para buscar cobijo. Tras el segundo orgasmo, el pulsante musculo se adentró en el interior de su vagina, abriéndose paso entre las estrechas paredes, sin dejar ni un solo recoveco por explorar. Dentro de ella, se convirtió en un incesante torbellino que la estaba resquebrajando por culpa del increíble placer. Y para añadir más savia a esa tortura, su hermana comenzó a frotar el prominente clítoris con dos dedos, lo cual hizo que la joven terminara de descomponerse.

—¡Aaaaah! —gritaba desesperada, sintiendo como si fuera a morir.

Se agitó varias veces mientras arqueaba su espalda y sentía todo el aire salir de su cuerpo. Terminó rendida sobre la cama, respirando de manera muy profunda, como si sintiera que en cualquier momento su alma fuera a abandonarla. Rendida, lo único que notó fueron varios lametazos sobre su mojado coñito, señal de que Esther la estaba limpiando de todos los flujos que debía haber liberado tras su orgasmo. Tal como estaba, decidió permanecer con los ojos cerrados y relajarse un poco. Siguió así hasta que notó como su hermana se incorporaba y se recostaba sobre ella.

—Anda, prueba el sabor de tu placer —le dijo muy cerca.

De repente, los labios de la mujer chocaron contra los suyos y se fundieron en otro ardiente beso. Sus lenguas no tardaron en entrar en contacto y enseguida, pudo degustar a que se refería. Su sexo tenía un toque amargo, pero también fuerte y fresco. Eso le gustó. Siguieron fundidas en aquella unión por un rato, jugueteando simplemente, hasta que Esther se separó.

—Bien, es tu turno.

Al escuchar esto, Ada se quedó muy extrañada. Miró a su hermana, quien se había incorporado, quedando de rodillas en la cama, con la espalda recta. Se quedó prendada al ver la pose en la que había quedado, tan sexy y hermosa que la hacía temblar de la excitación. Su largo pelo negro, suelto y revuelto; sus brillantes ojos verdes observándola; sus labios rojos; ese par de suculentas tetas, tan grandes y bonitas. No podía apartar su mirada de ella.

—¿Mi turno de qué? —preguntó incomoda.

—De que me comas el coño —respondió con contundencia su hermana.

Ante sus ojos, vio cómo se desabrochaba el pantalón y, poniéndose de lado, se lo quitaba deslizándolo por entre las piernas. Un tanga de color negro era lo que llevaba debajo y no tardó en deshacerse de él también. De esa manera, Esther quedó desnuda por completo, dejando alucinada a la chica. Era la mujer más hermosa que jamás había visto en su vida.

—¿Estás lista? —le dijo.

Pese a estar algo incomoda, no dudó en asentir. Eso hizo sonreír a su hermana mayor.

Vio cómo se aproximaba a gatas hacia ella. Sus ojos se clavaron en la fina línea de vello púbico negro que coronaba su monte de Venus y podía notar como los gruesos labios de su vagina sobresalían destacando. Debía estar muy excitada.  La mujer continuó su avance hasta encaramarse sobre su cabeza. La hizo recostarla sobre una almohada y ella se puso encima, encajándola entre sus piernas. De esa manera, Ada pudo contemplar su sexo.

—¿Qué te parece?

Aquella pregunta parecía hecha con ganas. No le costó demasiado juzgarlo. Su coño era increíble.

Mientras que el coño de Ada era una rajita rosa clara, el de Esther era una gran maravilla de color rosa fuerte. Los gruesos labios mayores envolvían a los menores, que sobresalían entre estos. El clítoris era grande y redondeando, asemejándose a un ciclópeo ojo. Resultaba tan intimidante como atrayente.

—Precioso —contestó Ada al final.                                   

—Pues lámelo —le dijo su hermana.

Pese a ser la primera vez que haría algo así, no dudó por un segundo. Sacó su lengua y Esther descendió, poniéndola en contacto con el húmedo coño. Cuando lo palpó por primera vez, algo de líquido ya se derramó por su boca, mostrando lo cachonda que ya estaba. El tacto era tibio y amargo, como el de su propio sexo, y le encantaba. Sin dudarlo, comenzó a moverse de abajo a arriba, recorriendo la mojada raja.

Esther gimió ante los inesperados lametazos de su hermana. Para su sorpresa, sabía más de lo que aparentaba. Llevó sus manos hasta sus enormes pechos y los acarició con ganas. Estaba gozando bastante y cada rica lamida allí abajo se extendía como una electrizante sensación por todo su cuerpo. Se pellizcó los pezones, añadiendo mayor estímulo al que ya degustaba. Mientras, Ada no cesaba de lamer su coño.

—Oh, ¡qué bien lo haces! –exclamó muy agitada.

Comenzó a mover sus caderas a la vez que su hermana la lamía. La muchacha podía ver desde abajo el voluptuoso cuerpo de la mujer, tan imponente como sensual. No paraba de chupar aquel sexo tan caliente, de cuyo néctar se estaba volviendo adicta. Esther se estremeció varias veces y, al final, tuvo un gran orgasmo.

—¡Si, joder, si! —gritaba desesperada.

El rostro de Ada se llenó con los flujos que su hermana expulsaba. Al principio, se asustó un poco, pero al ver como se derramaban por su boca, buscó beberlos. El sabor le encantaba. Esther se tambaleó un poco y se vio obligada a echarse un poco adelante, apoyando sus manos en el cabecero de la cama para no caerse. Respiró varias veces, tratando de recuperarse.

Cuando ya se hallaba mejor, la mujer dirigió su mirada hacia su hermanita pequeña, cuyo rostro seguía tapado por su entrepierna. Podía atisbar sus ojitos azules, brillando de manera muy inquieta. Sonrió un poco.

—Venga, lámeme otra vez —le ordenó con claridad. Ada se puso a ello sin rechistar.

Esta segunda vez, la chica fue más exhaustiva. Recorrió cada pliegue del sexo, introdujo su lengua en el húmedo conducto, de manera similar a como Esther le hizo antes. Un lugar en donde puso especial atención fue en su gran clítoris, el cual lamió y succionó con minuciosidad, tal como su hermana le hizo al suyo antes. Todo ello hizo que la mujer prorrumpiera en fuertes gritos y temblase como si le fuera a dar un ataque. Su hermana siguió devorando su coño hasta que volvió a correrse.

No aguantó tanto como quiso. Esther logró resistir las fuertes contracciones de su vagina, pero terminó cayendo de lado. Estaba agotada. Ambos orgasmos habían sido muy fuertes. Por su parte, Ada tenía el rostro bien empapado con los jugos de su hermana mayor. Quedó maravillada con su sabor y su caliente humedad. Era algo increíble. Permaneció así hasta que la mujer trató de besarla de nuevo.

Sus miradas se encontraron y Ada no pudo evitar sonreír. Se besaron con ganas, degustando ahora el sabor del sexo de Esther.

—Um, que rica estoy —comentó divertida la mujer tras apartarse de su hermana.

Puestas de lado, ambas hermanas se acariciaban mientras sonreían encantadas. Se hallaban muy felices por lo que acababa de ocurrir y, la verdad, estaban ansiosas porque sucediera más.

—Ada, puedo hacerte un par de cuestiones —dijo de repente su hermana.

La chica quedó algo cortada ante tan inesperado interrogante. No tenía ni idea de que era lo que pretendía Esther ahora, pero, visto lo visto, decidió darle el beneplácito.

—Vale.

La mujer sonrió un poco y, sin dudarlo, habló:

—Primero, ¿eres lesbiana?

Menuda pregunta. Ada se sintió un poco agobiada y la miró indecisa. Al verla así, su hermana respondió con un suave beso.

—Pues no lo sé —contestó al final—. En estos momentos, estoy hecha un lio.

No podría ser más mentirosa si no pudiera. Solo le hizo falta besarse con su hermana un par de veces para sacar la conclusión de que lo que le gustaban eran las mujeres.

—Cariño, que te he pillado en más de una ocasión mirándome al culo o a las tetas —dijo de forma repentina Esther con una sibilina mirada.

Ada se quedó de repente callada. No sabía que decir. La había sorprendido.

—Ya bueno, pero eso es normal entre hermanas —se intentó excusar.

—Con la colección de porno bollero que hay en tu ordenador, me cuesta creerlo —comentó certera Esther.

De nuevo, no supo que decirle, pero parecía más que claro que la tenía bien pillada. No hacía falta ni que contestase, ya tenía todo lo que necesitaba leyendo su rostro.

—Ahora, la otra pregunta —habló con claridad su hermana—. ¿Eres virgen?

A estas alturas, Ada ya no tenía nada que perder, así que prosiguió con las revelaciones.

—Si.

Esther sonrió satisfecha. Se acercó de nuevo a ella y le dio otro beso, bien lento, sin prisas.

—Eso era lo que quería oír —dijo a continuación—. No sabes cuánto me gustas. He soñado tanto contigo. Saber que te gustan las mujeres y que, además, nunca has tenido sexo, me vuelve loca.

Se colocó encima de ella y empezó a besarla con más intensidad. Ada estaba tan abrumada. No podía creer que su hermana mayor, aquella persona con la que creció y compartió tantas cosas, la deseara con todo su ser. Y se lo iba a demostrar.

La chica no tardó en gemir cuando sintió como una mano se internaba en su entrepierna y comenzaba a masturbarla. Gimió con fuerza al tiempo que Esther lamía su cuello y llegaba hasta sus pechos, los cuales chupó con ansia. Sentía como los dedos de su hermana frotaban su clítoris con fuerza, dándole un placer increíble. Gimió gustosa. Le encantaba lo que le hacía.

Esther ascendió para besar a su hermana menor por la cara y su boca acabó en su oreja.

—Quiero desvirgarte  —le murmuró muy provocativa—. Deseo ser yo quien te estrene y ser la única desde hoy que te posea.

Esas palabras sonaban poderosas e incitantes. Ada no sabía que pensar. Estaba atrapada en un torbellino de pasión y desenfreno. Lo mejor, que la cosa no había terminado aún.

De repente, Esther se levantó de la cama, dejando a la muchacha muy extrañada. Vio cómo iba hasta la caja que contenía todos sus juguetes sexuales y que ella había dejado en el suelo. La abrió y se puso a revolver en esta hasta que encontró lo que tanto buscaba.

—Aquí está —dijo satisfecha.

Cuando Ada vio de qué se trataba, notó como el corazón se le paraba. Era el dichoso strap on.

—¿No…no irás a follarme con eso? —preguntó asustada.

—Podría meterte un consolador, las bolas chinas o mis dedos, pero yo quiero tener el control completo de la situación. Es la mejor forma —Mientras hablaba, se fue atando el strap on a su cintura.

Apretó bien las correas para tenerlo bien sujeto. Ada observaba el consolador rojo que colgaba de este. No era tan grande como los otros que vio, pero aun así, resultaba un poco intimidante. Miró a su hermana, repleta de dudas.

—Tranquila, no voy a hacerte daño —dijo con voz calmada—. Es más, ¿quieres que me ponga un poco de vaselina para que no te duela tanto?

Dudosa, asintió. Creyó que eso sería lo mejor.

Esther cogió el bote y se recostó al lado de Ada. Después, vertió un poco de vaselina sobre el coñito de la joven, quien tembló un poco al sentir el frio contacto. Luego, la mujer cogió dos de sus dedos y los comenzó a pasar por el sexo, repartiendo la vaselina. La chica gemía emocionada, sin poder creer lo que sucedía.

Con sumo cuidado, Esther abrió los labios mayores y comenzó a pasar el corazón sobre los menores, haciendo que la joven gritase. Siguió así hasta que decidió introducirlo dentro. Ada gimió de manera entrecortada. Sentía como aquella falange se adentraba por su coño, abriéndose paso sin ningún problema. Su hermana lo sacó y metió un par de veces, bombeando un poco como si buscara abrirla un poco. Apretó los dientes ante el placer que le daba.

—Te…te quiero —dijo en un suspiro.

Cuando Esther la miró, ambas hermanas se besaron sin poder contenerse. Al mismo tiempo, la mujer usó su pulgar para frotar el clítoris de la chica, suficiente para hacer que se corriera. Ada sintió todo su cuerpo agitarse mientras ahogaba sus gemidos en la boca de la hermosa fémina que la estaba haciendo gozar. Terminó apoyándose en su pecho, buscando descansar un poco del increíble orgasmo que acababa de tener. Pasados unos minutos, se espabiló un poco y buscó la boca de la mujer, ansiosa de más acción.

—Um, veo que tienes ganas de marcha, ¿eh? —comentó sorprendida Esther.

—Ya lo creo —le aseguró ella.

Tras otros pocos besos, la mujer sacó el dedo corazón del coñito de su hermana y lo volvió a llenar de vaselina. Luego, lo introdujo de nuevo en la vagina y esta vez, fue lo más adentro que pudo.

—¡Agh, Esther! —dijo al sentir esa presión.

—Vaya, parece que he dado con tu himen —comentó su hermana mayor.

Notaba como esculcaba en una suerte de pared elástica en su interior. Respiró entrecortada un par de veces ante el estímulo. Fue entonces cuando la mujer retiró el dedo de dentro.

—Voy a lubricar el strap on —le informó.

Echó un buen chorro de vaselina sobre el consolador rojo y lo esparció con sus manos. Quedó con un brillante tono rojizo. Luego, se aproximó hasta Ada. Ella la miró un poco atemorizada, sin saber cómo sería todo lo que estaba a punto de suceder.

—Tú tranquila. Todo irá bien —la calmó Esther.

Apoyó la punta del strap on en la entrada. Ada ya temblaba con tan leve presión. Deseaba tener sexo, pero sabía de lo que sus amigas le habían contado, dolía. Sin embargo, cuando se encontró con los preciosos ojos verdes de su hermana, supo que no iba a ser tan malo.

Se recostó sobre ella. Podía ver su cuerpo posándose sobre el suyo y como la miraba encandilada.

—¿Estás lista? —preguntó Esther.

—Si —respondió Ada—. Puedes empezar.

—Dolerá un poquito, pero ya verás cómo luego la cosa va a mejor.

Esther empujó y Ada notó la inesperada intrusión. Aquel duro miembro de plástico iba penetrando su interior, abriéndose paso de forma inexorable. No tardó en encontrarse con el himen. La muchacha sabía, por lo que le contaron algunas amigas, que esa barrera podía ser elástica e, incluso, no romperse, pero ella notó como se resistía, clara señal de que se iba a romper.

—Tranquila, ya verás que no es para tanto —le decía su hermana.

Cerró sus ojos y sintió como la mujer empujaba, metiendo el consolador más adentro y rasgando así su himen. Sin embargo, el dolor estaba lejos de mitigarse. Aunque la lubricación de la vaselina y de su propia humedad ayudaban, la estrechez del conducto hacía que la penetración se dificultase un poco y una molesta irritación empezó a notarse allí abajo. La chica lo acusó con bastante molestia.

—Esther, ¡me duele! —se quejó Ada.

La mujer la calmó con suaves besos, pero se notaba que le estaba haciendo un poco de daño a su hermanita. Pese a todo, logró meterle el consolador por completo, algo que sorprendió a la propia chica.

—Ya está, ya la tienes toda dentro —anunció Esther.

Sin embargo, para Ada ya era más que suficiente. Notaba su sexo muy dolido y no aguantaba más esta presión.

—Por favor, sácala —le pidió a Esther—. No quiero tenerla más dentro.

Su hermana quedó sorprendida ante la reacción. Al inicio, pensó en no hacerlo, pero cuando vio como un par de lágrimas caían de sus ojos, no tuvo más remedio que salirse de dentro de ella.

—Venga, cálmate —le decía mientras sacaba el strap on de su interior.

Ada se sintió vacía y muy abierta al notar como se retiraba el miembro de plástico y eso, la alivió. Cuando miró a este, pudo ver que estaba lleno tanto de vaselina como de flujo vaginal y de sangre. No había mucha, pero la podía ver recubriendo el objeto. El rastro de su primera vez.

Esther desabrochó las correas y se quitó el strap on. Luego, cogió de un cajón una caja de pañuelos y limpió el consolador. Tras eso, lo metió dentro de la caja y, luego, cogió la misma para dejarla guardada en el armario. Ada miró todo con detenimiento, observando como su hermoso cuerpo se movía de manera tan sensual. Le gustaba mucho. Una vez terminado, la mujer se recostó a su lado.

—Deja que te limpie —le pidió.

Cogió un par de pañuelos y los pasó por la entrepierna de la chica, dejando su vagina libre de sangre. Le gustó sentirse tan atendida por su hermana y una vez terminó, la abrazó, como si deseara que no se marchase de su lado. Ella le correspondió, haciendo que apoyase su cabeza en su pecho y acariciando con cariño su pelo rojo. Ronroneó muy cariñosa, encantada de estar así.

—¿Tu no quieres hacer algo más? —preguntó la chica.

Su hermana mayor la miró con dulzura.

—Tranquila, con los dos orgasmos que me has dado estoy más que satisfecha.

Ada sonrió satisfecha. Para ser su primera vez, sentía cierto orgullo de haber hecho gozar a Esther. Se apretó un poco más contra ella y como respuesta, la besó con mucho amor.

—Cuanto te quiero, mi niña —comentó la mujer.

Esa frase la dejó un poco extrañada. Cuando decía que la quería, ¿se refería como a una hermana o como a algo más? Tenía cierto interés por saber que era lo que tramaba, sobre todo tras lo que habían hecho. En verdad, sintió que era imperativo hablar del tema.

—Oye, ¿qué vamos a hacer? —preguntó un poco tensa.

La mujer volvió la cabeza llena de sorpresa. La miró con sus ojos verdes bien abiertos, como si aquella cuestión la hubiera pillado desprevenida. A Ada le parecía que algo raro ocultaba.

—Tú no te preocupes por eso ahora —respondió desenfadada su hermana—. No es momento de pensar en esas cosas.

—¿Como que no? —inquirió la chica contrariada—. ¡Nos hemos liado! ¿A ti eso te parece normal?

Por respuesta, lo único que hizo Esther fue bajar un poco la cabeza. No sabía si estaba molesta por lo que acababan de soltarle o si acaso no le apetecía hablar del asunto. El caso era que Ada necesitaba una maldita contestación ya mismo.

—Oye, ¡que somos hermanas! —espetó ya enfadada—. No es algo que suelan hacer, la verdad.

Finalmente, Esther hizo algo. Se acercó y le dio un buen beso. Pilló desprevenida a la muchacha, quien se revolvió furiosa. No le estaba gustado todo este juego.

—Ada, Ada —intentó calmarla la mujer—. Quieres parar un momento.

Tras resolverse un poco, le hizo caso. Acto seguido, su hermana la cogió del rostro y la hizo mirarle.

—Mira, te quiero un montón y esto que hemos hecho es solo el principio.

—¿El principio? —Ada quedó muy extrañada ante lo que acababa d decirle.

Esther asintió.

—Sí, estoy enamorada de ti y ahora que por fin eres mía, no te voy a dejar escapar.

Aquellas palabras le hicieron helar la sangre a la chica. No podía creer que su hermana mayor sintiera algo parecido, era inconcebible, pero, en verdad, le encantaba. Ella la había admirado durante tanto tiempo y le parecía la mujer más bella de todo el mundo. Sentirse querida entre sus brazos era lo mejor del mundo.

—Yo…yo también estoy enamorada de ti —confesó de forma tímida—. ¿Qué haremos ahora?

Su hermana la volvió a besar y ella correspondió metiendo su lengua de forma atrevida. Revolvió el interior bucal de Esther por un rato hasta que esta tuvo que frenarla. Se hallaba frenética.

—Venga, para de una vez —la intentó calmar—. Papá y mamá estarán al llegar y tenemos que recoger todo este desorden que tu mismita has liado.

Ada miró a un lado y a otro y vio toda la habitación revuelta, lo cual la hizo sentir avergonzada.

—Pues sí, más vale que nos pongamos.

—Además, si nos viesen aquí acostadas y desnudas les daría un ataque.

No pudo evitar reír ante ese comentario.

—Pues sí, se volverían locos.

Las dos sonrieron divertidas y, acto seguido, se pusieron manos a la obra.

Tras ponerse la ropa, comenzaron a recoger el cuarto. Ada, de vez en cuando, miraba a su hermana, fijándose en su hermoso cuerpo y en cómo se movía. Ahora no podía negar lo cachonda que la ponía y cada vez que se centraba en su espléndido culo, atrapado en ese apretado pantalón vaquero, o en ese par de apetitosas tetas, enfundadas en esa camisa verde bajo las que tanto resaltaban, se ponía bien cachonda. Fue en una de esas, cuando su hermana la pilló.

—¡Quieres dejar de mirarme! —le dijo apremiante—. Venga, termina de recoger lo que queda.

Al fin, terminaron. Miraron la estancia, bien limpia y ordenada. Ada se fijó en la cama, con las sabanas bien puestas. Quien creería que tan solo unos minutos antes, su hermana y ella estuvieron allí desnudas teniendo sexo. Era algo tan imposible de creer como excitante. Tanto, que comenzó a sentir un súbito cosquilleo en el estómago, amenazando con subir hacia arriba y extenderse por todo su cuerpo. De repente, sintió la mano de Esther acariciando su hombro.

—Tu y yo no hemos terminado —le dijo en el oído, haciéndola temblar.

Se volvió, encontrándose con su provocadora mirada y una perfecta sonrisa formada en esos sensuales labios que tenía. De repente, la joven se abalanzó sobre ella y comenzó a comérsela a besos.

—Soy tuya —le habló con total entrega—. Hazme lo que quieras.

La mujer sonrió satisfecha. Estaba claro que tenía muchos planes.

—Pues quiero follarte bien con el strap on, darte cañita de la buena —La acercó más a su vera. Ada se estremeció emocionada—. Y quiero probar todos los juguetitos que hay en esa caja.

Tras decir eso, se fundieron en un profundo beso, cerrando así una etapa, una llena de revelaciones y secretos liberados tras llevar ocultos por demasiado tiempo, y abriendo una nueva de libertad y plenitud, donde vivirían el sexo de forma grandiosa e intensa.

Eran hermanas y lesbianas. Su relación era algo terrible y prohibido por la sociedad, pero poco les importaba. Se tenían la una a la otra y con eso, tenían más que suficiente.

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Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.