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El disfraz

en Amor filial

Encarnación se encontraba en la cocina de su casa sola. Sobre la encimera, había dejado varias botellas llenas de alcohol. Una de ellas sería la que terminaría por llevarse a la fiesta de Halloween que esa noche se celebraba en casa de unos amigos. Para la ocasión, ella llevaba un disfraz de bruja, compuesto de un vestido negro sin mangas y un corsé apretado en su torso que realzaba su pecho. También contaba con el característico sombrero cónico que toda buena hechicera debía llevar.

Estaba pensando en que botella llevar cuando algo vibró en su bolso. Era su móvil. Lo sacó y vio que era otro mensaje de Sandro, su novio, quien no paraba de insistirle en que viniera ya para la fiesta. “Que pesadito”, pensó la joven. Continuó mirando lo que tenía delante para ver que se llevaba al final. Oyó otra vibración del móvil, pero lo ignoró.

Tenía botellas de vodka, whisky, tequila, ron y coñac. Algunas las había comprado ella y otras eran sobras de fiestas. Le costaba decidir cual se llevaría. El whisky no le apetecía demasiado y el ron le resultaba demasiado pesado. El vodka lo notaba demasiado fuerte y el coñac no lo consideraba una bebida demasiado festiva. El tequila, en cambio, siempre le había gustado más. Se quería decantar por esta, pero sabía que Sandro y sus amigos se cabrearían si no llevaba lo que ellos deseaban. Pues se iban a joder, porque el tequila le encantaba.

Se disponía a marcharse cuando escuchó unos pasos atrás. Encarnación se puso algo tensa y estaba a punto de darse la vuelta. Entonces, unos brazos rodearon su cintura y la atrajeron hacia atrás. Notó un delgado y menudo cuerpo chocando contra el suyo. Respiró intranquila, pues no tenía ni idea de quien podría ser, pero cuando un par de tetas medianas se rozaron en su espalda, supo enseguida la identidad del misterioso recién llegado.

—Que disfraz más bonito llevas, hermana.

Andrea, no podía ser otra. Su hermana pequeña la tenía bien sujeta y no cesaba de pegarse, haciendo que sus pechos se aplastasen contra la espalda de Encarnación. Ella inhaló algo de aire, más aliviada al saber de quien se trataba.

—Me has dado un susto de muerte —comentó la chica mientras la otra seguía apretándose como si nada contra ella.

—Lo siento —se disculpó—, pero es que estás arrebatadora con este disfraz, mi brujita.

De soslayo, pudo ver su ovalado rostro, oculto bajo varios mechones de pelo castaño oscuro. Se lo había dejado largo, pues así era como le gustaba tenerlo. Y entre medias de esas hebras, se notaban con total claridad sus brillantes ojos azules. Por como la miraba, parecía más que encantada de que estuviera allí.

—Muy graciosa —replicó Encarnación—. Ahora, si me disculpas, me voy a la fiesta. Me andan esperando desde hace rato.

—¿No prefieres quedarte un poquito más? —preguntó su hermanita de repente—. Papá y mamá no están.

—Lo sé, les han invitado a una fiesta —Aquello le estaba empezando a fastidiar—. Y yo tengo que ir a otra, así que no me hagas perder más tiempo.

Fue a hacer ademan de despegarse cuando Andrea la atrapó con fuerza.

—Oye, ¡que tengo prisa!

Trató de zafarse, pero la muchachita se había enganchado con saña.

—Ahora que no hay nadie, podríamos hacerlo.

Esas palabras le pusieron los pelos de punta. Esperaba que no tuviera intención de hacer eso. No ahora.

—Andrea, que me esperan —le dijo apremiante—. Si no llego a tiempo, Sandro se va a cabrear conmigo.

—Por favor, hermana, solo un poco —le suplicaba la joven—. No puedo más. Dame algo de tu cariño.

Su voz sonaba tan dulce como triste. Encarnación todavía intentaba zafarse de ella, pero le costaba. Se notaba que la tenía bien sujeta. Lo peor era que comenzó a sentir como las manos de su hermana subían por la cintura en dirección a sus pechos. Tuvo que pararla antes de que siguiese.

—¡Ya basta, esto es una tontería! —exclamó enfadada.

—No me hagas esto Encarna —le decía la muchacha desesperada—. Yo sabes que te quiero mucho.

Lo notó. Contra su culo, se rozaba eso tan duro que su hermana ocultaba entre las piernas. Al igual que ella, también llevaba un disfraz, uno de mujer. Solo que este, lo llevaría por siempre.

—Eres tan bonita —le susurró al oído. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentirla de esa manera tan excitada—. Te admiro tanto por eso. Me vuelves loca.

Su polla ya se restregaba contra sus nalgas sin ningún pudor. Estaba descontrolada, incapaz de contenerse por más que quisiera. Rebosaba deseo por todos sus poros.

—Por favor te lo pido, Andrea, ¡suéltame!

Pero su hermana no la quería soltar. Sus manos, al ver imposible acceder a los pechos, bajaron por sus caderas para colarse por debajo de la falda del vestido. Fue tan rápida, que ni tan siquiera pudo darse cuenta hasta que ya aferraba su culo.

—Vaya, llevas tanga —comentó muy divertida al tiempo que manoseaba su trasero sin ningún pudor—. Que suavecita tienes la piel.

Encarnación no aguantó más. Haciendo acopio de toda su fuerza posible, empujó a la chica, haciendo que chocase contra la mesa que tenían detrás. Le preocupó hacerle daño, pero era la única manera de quitársela de encima. Escuchó como el mueble temblaba detrás suya y el gemido abotargado de su hermana tras haber impactado. Una vez hecho esto, se dispuso a marcharse de allí.

Mientras se iba, pudo mirar a Andrea de pasada. En su rostro se notaba la desolación de quien se veía rechazada. La notaba vulnerable y muy herida. Eso hizo que su corazón se encogiese ante tan terrible imagen. En otras circunstancias, se quedaría a consolarla, pero tenía prisa. Además, su hermana tenía que aprender que había cosas que no podía conseguir, por más que insistiese. Con prisa, salió de casa y se dirigió al coche de su padre, quien decidió prestárselo para ir esa noche a casa donde se celebraba la fiesta.

Ya una vez dentro, no pudo evitar suspirar muy disgustada por lo que acababa de hacerle a Andrea. Miró fijamente el volante y, en un arranque de ira, lo golpeó varias veces, llegando a hacer sonar el claxon en una de ellas. Tras esto, buscó serenarse lo que mejor pudo y decidió que era hora de marcharse. Ya llegaba tarde a esa estúpida fiesta, así que puso el vehículo en marcha y se largó de allí, sabiendo que dejaba a su pobre hermana sola y entristecida. No podía sentirse más dolida por ello.

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Sola, así se encontraba esta noche de Halloween, tal como había estado toda su vida. Sin nadie que la quisiera, sin nadie que la comprendiese. Sola.

Andrea se hallaba recostada bocabajo sobre su cama. No dejaba de sollozar, incapaz de poder creer lo que acababa de suceder hacía tan solo un rato. No era la primera vez que su hermana la rechazaba, pero en esta ocasión, hubiera sido un momento perfecto para las dos. Sin embargo, al final no se produjo y eso la llenó de rabia y frustración. Por ello, siempre quiso llevar un disfraz, pero no uno para fiestas como las de Halloween o los Carnavales. No, ella deseaba uno para vestirlo toda la vida, que le sirviera para mostrarle al mundo como era realmente. Porque en otro tiempo, no se llamó Andrea, sino Andrés.

Desde niño, siempre notó que no estaba en el cuerpo adecuado. Se sentía extraño, como si no se reconociera cada vez que se miraba en el espejo o cuando la profesora lo llamaba en clase por su nombre. Él nunca fue de esa manera y, al principio, no lo comprendía. Tan solo cuando llegó a la adolescencia, fue cuando comprendió todo y entonces, se vio atrapado en una vorágine de la que le resultaba imposible escapar. Le costó reunir mucho valor para decirle a sus padres todo lo por lo que estaba pasando y ellos, en un inicio, lo llevaron a un psicólogo, creyendo que solo era un fase y que se le pasaría. Sin embargo, tras unas sesiones, el experto les dejó bien claro que su hijo lo que deseaba era ser mujer. Les costó aceptarlo, aunque no tuvieron más remedio que ceder a la realidad y buscar la forma de ayudar al chico en su cambio hacia una chica.

Un poco más calmada, no pudo evitar recordar cómo se desarrolló su vida desde que comenzó con el tratamiento para llevar a cabo su cambio de sexo. Fue un proceso muy duro, no solo a nivel físico, sino también mental. Nada que ver con ponerte o quitarte un disfraz. Tuvo que soportar mucha presión de todo el mundo, tanto de su entorno familiar como del exterior. En el instituto, muchos compañeros y compañeras la dejaron de lado mientras que otros jóvenes se metían con ella por ser diferente. Eso le acarreó una profunda depresión y que tuvieran que cambiarla de centro educativo para evitar altercados mayores. Se logró adaptar al nuevo lugar, pero seguía sin ser lo mismo. Continuaba sintiéndose sola, excepto por alguien: su hermana mayor Encarnación.

Encarna, como prefería que la llamasen, fue la única persona que estuvo a su lado. No siempre, pero con lo mal que le fueron las cosas durante su cambio de sexo, ella fue su mayor apoyo. La consolaba, le daba consejos sobre cómo cuidarse siendo una mujer y animándola de las maneras más inesperadas y divertidas posibles. Entre las dos siempre hubo una enorme confianza. Su hermana no cesó de darle todo el cariño y cuidado posible. Eso hizo que sintiera algo muy fuerte por la chica, un amor intenso que se fue acrecentando conforme crecía. Porque cuando quiso darse cuenta, Andrea se había enamorado de su hermana.

Muy tensa se puso cuando recordaba a la preciada mujer con la que llevaba conviviendo desde el mismo día de su nacimiento. Encarna era toda una belleza: unas perfectas curvas delineaban una deliciosa figura, denotando una voluptuosidad increíble; sus caderas eran pronunciadas, su cintura plana y sus pechos, redondos y firmes; los ojos eran azules claros, menos oscuros que los suyos; tenía unos labios finos, en los que siempre se dibujaban hermosas sonrisas; su pelo era rubio claro en una corta melena ondulada, poseedor de un áureo brillo que, junto a su blanca piel, le daba un aura pura y cuasi celestial. Se trataba de un ángel bajado del cielo. Al menos, así la veía Andrea.

La chica dio varias vueltas sobre la cama, sin dejar de pensar en su querida y deseada hermana. Con ese disfraz de bruja tan ajustado, podía atisbar a la perfección ese cuerpo tan maravilloso que tenía. Si tenía alguna duda respecto a su sexualidad, Encarna se las disipó todas de un plumazo. Le gustaban las mujeres y ella era la viva imagen de ese anhelo. La deseaba como a ninguna otra. Solo rememorarla con ese atuendo, ya hizo que su miembro se pusiera bien duro.

Al inicio, se sintió algo incomoda por cómo se hallaba, pero conforme su imaginación volaba, dejó de importarle. Llevó una mano a su entrepierna y acarició la enhiesta polla, haciendo que un leve estremecimiento recorriese su cuerpo. Poco a poco, mientras su mente se llenaba con la deslumbrante imagen que presenció esta noche, aumentó las caricias. Su respiración empezó a agitarse y el placer la llenaba como nunca. Siguió así, hasta que ya no pudo resistirlo más, y se introdujo la mano bajo el pantalón.

Con ritmo constante, empezó a masturbarse. Pese a haberlo hecho antes, se notaba que lo hacía con tosquedad, pues no tenía demasiada experiencia. Subía y bajaba a lo largo de su empalmado miembro mientras llenaba su cabeza con fantasías ardientes junto a su hermana que, provista de su disfraz de bruja, hacía realidad lo que tanto ansió media hora atrás.

—Encarna —murmuró entre suspiros.

Se agitaba cada vez más. Soñaba que su boca era tapada por la de Encarna, que sus labios degustaban los de ella. Imaginaba la mano de su hermana, en vez de la suya, pajeando la polla. Pensaba en su cuerpo, en su calidez y su suavidad. Su cabeza se inundó con todas aquellas deliciosas fantasías y las deseó con una fuerza inmensa.

—¡Encarna! —dijo de nuevo, aumentando el crepitar de su voz.

La mano no dejaba de subir y bajar. Su respiración se volvía más violenta y su cuerpo se tensaba.

—¡Encarna! —gritó esta vez.

Su mente estaba repleta con múltiples instantáneas de la chica. No dejaba de verla y la excitación la devoraba.

—¡Encarna!

Se corrió sin mayor remedio. Quiso interponer su mano para no ensuciar el pantalón del pijama, pero llegó tarde. Espesos chorros de caliente semen impactaron contra la tela y Andrea pareció deshacerse en miles de pedazos. Su mente se ausentó de su cuerpo y la respiración se le hizo complicada. Todo su ser se hallaba en pura tensión.

Dejó escapar una enorme bocanada de aire para, por fin, calmarse. Quedó derrengada sobre la cama, todavía gimiendo mientras intentaba recuperarse de tan placentero orgasmo. Pero le dolía, porque su deseo era intenso pero inalcanzable. Amaba a su hermana y jamás podría tenerla.

—Encarna —susurró de nuevo—. Te quiero.

Lagrimas cayeron de sus ojos al tiempo que sentía el cálido esperma goteando por su mano. Era Halloween, estaba sola y lloraba por un amor prohibido que siempre se le negaría.

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La fiesta se desarrollaba de la manera más anodina posible.

Mientras sonaban las peores melodías de reggaetón, mezcladas con distorsionadas voces de auto tune, la gente bailoteaba y bebía con un entusiasmo patético. Todos llevaban disfraces, desde lo más típico de la época, como fantasmas o zombis, pasando por lo más estrafalario, como de Darth Vader o Harry Potter. Algunas chicas llevaban atuendos más picantes, ya fueran de enfermera o de secretaria, mientras que un iluminado decidió disfrazarse de váter. Sentada en el sofá, Encarna veía como aquellos peculiares personajes lo pasaban en grande mientras que ella se moría del asco.

—Cariño, ¿por qué no te levantas y bailas conmigo? —dijo una voz algo afónica a su lado.

Al mirar a su lado izquierdo, pudo contemplar a su novio Sandro, quien iba disfrazado de vampiro. Era un atuendo que solía llevar cada Halloween, aunque cambiando el diseño. El año anterior fue de Blade, el cazavampiros, y el otro de Edward Cullen. Este tocaba el de Lestat, de Entrevista con el vampiro, y allí estaba el chaval, con una peluca rubia y vestuario victoriano. No podría estar más ridículo.

—No tengo ganas de bailar —le respondió un poco quejicosa.

—Venga mujer —le reprendió él mientras acariciaba su hombro—. Solo será un poquito. Si quieres podemos bailar como lo hacían en el siglo XVIII.

Cuando extendió el brazo para imitar un baile, Encarna no pudo evitar reírse, pero no porque le pareciese entrañable. Las pintas que llevaba, incluyendo la cara pintada de blanco, resultaban disparatadas. Por lo menos, no desentonaba tanto como cuando se tuvo que pintar la piel de negro para el de Blade. Ese sí que fue horrendo.

—De verdad, no me apetece —volvió a decirle.

El joven dejó de hacer su absurdo gag para mirar a la chica con cara de pocos amigos.

—En serio, Encarna, yo no te entiendo.

—¿Qué pasa?

Mientras el “Dale Don Dale” no paraba de machacar la casa, los dos jóvenes se observaron muy poco alegres. La muchacha ya no sabía cómo soportar a su novio. Lo había intentado todo, pero eso solo había servido más para retrasar lo inevitable que para solucionarlo todo.

—Últimamente estás muy aburrida y arisca —le espetó Sandro—. Hoy, por ejemplo, me estás contestando de mala manera. Sé que uno puede tener un mal día, yo también los tengo, pero tú te pasas ya. ¡Y soy tu novio!

Encarnación se notaba frustrada. En el fondo, su novio tenía razón, pues lo de su hermana la estaba volviendo loca. Todavía no podía creer que Andrea sintiera ese tipo de cosas por ella, aunque, en el fondo, sí que lo entendía. La pobre había estado sola durante el proceso de cambio de sexo y ella fue el único apoyo que tuvo, su fuente de cariño y comprensión en tan difíciles momentos. No le extrañaba que acabara enamorándose de su propia hermana mayor.

—Perdóname, es que he tenido un pequeño lio en casa antes de venir —comentó afligida.

—¿Y eso? —preguntó Sandro con sorpresa.

—Mi hermana, como siempre —le informó ella.

—¿Qué le pasa ahora a esta?

La pregunta no podría sonar más molesta. El chaval no soportaba a la hermana de Encarnación y siempre había mostrado su disgusto por el hecho de que fuera transexual. Eso era lo que más le disgustaba de todo. Bueno eso, y que le reprochase esa relación tan cercana que tenían las dos.

—Nos hemos peleado —respondió clara—. Eso es todo.

—En serio, no sé cuándo esa niña va a madurar de una maldita vez.

Odiaba que hablara así de su hermana. Era verdad que Andrea se encontraba en una situación muy complicada y mucho de ello se debía a su propia conducta, pero no tenía por qué ser tan duro con la pobre. No sabía de la situación por la que había pasado, las duras experiencias que tuvo que vivir. Eso le había hecho mella por dentro y la había dejado aislada de todo el mundo.

—No seas tan duro con ella —le replicó—. Se encuentra en un momento muy difícil y, a veces, las cosas se pueden complicar.

—Vale, pero me sorprende que todavía siga enclaustrada de esa manera —decía el chico como si supiera de lo que hablase—. Si continúa de ese modo, poca salida le veo yo a su solución.

La fiesta seguía como si nada. A Encarna comenzaba a enervarle todo, desde el jolgorio montado por toda la gente, pasando por la actitud pasota de su novio respecto a Andrea. Tenía suerte de que no le hubiese contado el motivo de su pelea.

—No eres quien para decir lo que le conviene o no a mi hermana, ¿vale? —encaró al muchacho—. Ella está sola y le ha costado salir de todo esto. Es normal que necesite mi apoyo.

—Lo entiendo, aunque, ¿no crees que lo tuyo con ella empieza a ser algo preocupante? —Sandro comenzaba a pasar de molesto a gilipollas—. O él, porque aún no tengo claro si se ha operado de ahí abajo o no.

Esa última frase fue suficiente. Le lanzó una mirada cargada de ira y, acto seguido, se levantó para poner rumbo a la puerta. El muchacho se quedó extrañado ante la reacción de su novia, sin entender aún que era lo que había dicho para enfadarla. Viendo que se marchaba, fue tras ella.

Abriéndose camino entre la gente, Encarna fue acercándose a la salida. Por el camino, se encontró con Guille, un buen amigo que iba disfrazado de momia.

—Encarni, ¿qué tal? —saludó divertido.

—Te...tengo prisa —dijo ella un poco alborotada.

Al fin, alcanzó la puerta y pudo escapar de ese sitio.

Se notaba asfixiada, como si algo invisible la estuviera oprimiendo. Dio varias bocanadas de aire al tiempo que su mente se llenaba con imágenes de su tierna hermana. ¿Qué le pasaba? El agobio la carcomía por dentro. Ya no fueron solo las palabras de Sandro, había algo más que no la dejaba en paz. No tenía que ver con el inútil de su novio. Eso era algo que ya esperaba de su parte con total tranquilidad. No, se trataba de otra cosa. Cuando a su mente regresó ese abrazo tan travieso como hermoso, ya lo tenía más que claro.

—Encarna, ¡espera! —la llamó Sandro mientras salía de la casa.

La chica se volvió y pudo ver como su novio se aproximaba con paso torpe.

—Pero, ¿¡qué te pasa?! —pregunto histérico al tiempo que jadeaba por la corta carrera que se había pegado para alcanzarla.

Se giró hacia él. Estaba harta, muy harta de soportar toda aquella farsa. Sandro y ella llevaban juntos desde hacía cuatro años, un tiempo que ni fue feliz ni mereció la pena. No lo aguantaba más y lo único que deseaba era ir en busca de quien de verdad le importaba.

—Me voy —se limitó a decir.

—¿Qué te vas? —El muchacho seguía sin entender que pasaba—. Pero, ¿qué haces?

No le hizo ni caso. Se metió en el coche y lo puso en marcha. Ya iba a pisar el acelerador cuando bajó la ventanilla y se asomó.

—Que pases una buena noche, Sandro —le dijo muy fría—. Me vuelvo a casa.

Tras esto, se marchó de allí sin mirar atrás, tan solo pendiente de lo que tenía delante y deseosa de regresar a su hogar junto a la persona que más quería.

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Andrea dormía tranquila.

Con la paja que se había hecho, había quedado más relajada y, tras cambiarse de pantalones y dejar los sucios en la lavadora, se fue a la cama. Descansaba bocarriba, tratando de conciliar el sueño, aunque no pudo evitar que a su mente asomara la bella imagen de su hermana. Le encantaba dormirse pensando en ella, pues la calmaba y le hacía sentir feliz, a pesar de que sabía que jamás podrían estar juntas. Sin embargo, prefería aparcar esos tristes pensamientos. Al final, tenía claro que lo mejor era olvidar todo, aunque fuera por una noche.

Siguió durmiendo cuando de repente, notó como la cama temblaba. Se puso algo tensa y no tardó en abrir sus ojos. Los pelos se le pusieron de punta cuando vio a su hermana arrodillada a su lado sobre la cama. Llevaba ese disfraz de bruja tan sexi que la volvía loca.

—¿Te he despertado, Andrea? —dijo al notar como se desperezaba.

La chica estaba extrañada. Se suponía que Encarna debería estar en la fiesta junto a su novio y amigos. No entendía que hacía aquí a esas horas.

—¿Por qué no estás en la fiesta? —preguntó algo cansada.

Su hermana sonrió de forma cálida. Le acarició el rostro y ese suave roce no tardó en hacerla reaccionar.

—Me aburría —respondió—. La fiesta estaba siendo un rollo. Además, te echaba de menos.

Cuando dijo eso, Andrea se puso tensa. Encarnación comenzó a tocarle el pelo, tomando entre sus dedos varios cabellos de la melena marrón clara, todo ello, mientras no dejaba de mirarla con cariño. Ante esa situación, la chica comenzó a excitarse. Sintió como su polla comenzaba a ponerse bien dura.

—¿Estás bien?

No sabía que contestar. Tener a Encarna tan cercana la alteraba como pocas cosas en esta vida podrían. Intentaba evitar su mirada, pero ese suave toqueteo la estaba volviendo loca. Lo peor era que ella estaba muy pendiente de lo que le pasaba.

—Te noto muy nerviosa —indicó la brujita, quien se aproximó a su lado, recostándose sobre la cama.

Andrea temblaba, incapaz de controlar su ansiedad.

—¿Acaso tu hermana te pone muy descontrolada? —comentó muy cerca de ella.

De repente, notó una mano sobre su pierna y como comenzaba a subir. Respiraba entrecortada, sin poder creer lo que le estaba pasando.

—Te pongo, ¿verdad que si? —dijo aproximando su boca al oído de la joven— Claro, tu hermana siempre te ha vuelto loca.

La mano acabó sobre su muslo, demasiado cerca de la ingle. Allí se detuvo. Andrea la miró, aferrada a su cuerpo, como si pretendiera reclamarla para ella sola. No entendía muy bien a que venía esa actitud en Encarna. Jamás se había comportado de esa forma. ¿Qué razón la había impulsado a actuar de esa manera?

—Oye, perdona lo de antes —habló de repente y se volvió para mirarla.

Su rostro se notaba grácil y tranquilo, aunque notaba cierto afligimiento.

—No pasa nada —respondió con cierta dificultad.

Apenas podía apartar su vista de ella. Era tan hermosa. La tenía hipnotizada.

—Siempre has estado enamorada de mí —afirmó la hermana mayor sin ningún remordimiento. La menor tembló ante eso—. Has deseado estar conmigo desde muchos años y todo el tiempo te rechazaba, pero sabes, creo que ya me estoy cansado de luchar contra lo inevitable.

La mano terminó de subir. Andrea gimió seca mientras su hermana apretaba el más que evidente bulto que se había formado en su entrepierna. Con sus dedos, abarcó todo el contorno de la endurecida polla y la recorrió varias veces.

—Encarni —aulló la muchacha mientras sentía espasmos.

—Enséñamela, cariño —le pidió con amorosa voz—. Quiero verla.

No dudó ni un segundo. Tiró del pantalón del pijama para abajo y liberó su miembro. Este salió disparado hacia arriba, bien duro y estirado. Encarna quedó maravillada.

—Oh, ¡qué bonita es! –exclamó aduladora.

Su mano se enroscó sobre el enhiesto mástil y Andrea gruñó encantada. Vio como la tenía bien aferrada y enseguida, inició una suave paja.

—Agh, ¡sí! —gimió gozosa.

—¿Te gusta, Andrea? —preguntó incitante su hermana—. ¿Te gusta que te la machaque?

—Sí, me encanta —respondió ella impotente.

La mujer la besó en el cuello. Pasó su caliente lengua por la piel mientras que la mano subía y bajaba a lo largo de toda la polla. Andrea gemía, gozando del placer que le proporcionaba su hermana.

—Soñaste mucho con esto, ¿a qué si? —fue lo siguiente que le dijo, susurrándoselo de forma sensual.

—¡Si, muchas veces!

Sentía que se iba a correr. Era ya inevitable. Fue entonces, cuando su hermana detuvo la masturbación. Andrea quedó sorprendida al ver como paraba. La miró rara, sin entender a que venía eso.

—Pero sigue —le pidió.

Encarna lo único que hizo fue sonreírle y, sin previo aviso, la besó.

Se quedó petrificada. Sentir esos finos labios fue algo increíble. El beso era suave, pero se estaba prolongando de forma grata. Estuvieron así un poco hasta que Encarna introdujo su lengua en la boca de Andrea. Sentir ese viscoso calor moviéndose por su interior la dejó noqueada. Con la suya, jugaron un poco hasta que la hermana mayor decidió separarse. Ambas se miraron encantadas, sin poder creer lo que habían hecho.

—¿Te ha gustado? —le preguntó.

—Mucho —respondió la chica entusiasmada.

—Vamos a seguir, pero más tranquilas —explicó con claridad la bruja—. Quiero disfrutar con más calma, ¿vale?

Se recostó de nuevo a su lado y volvieron a besarse con ganas. Poco a poco, fueron envolviéndose en una pasión intensa, pero calmada. No tenían prisa, no había por qué tenerlas. Sus lenguas no tardaron en enrollarse de nuevo e intercambiar saliva. Andrea fue poco a poco acostumbrándose a morrearse con su hermana y, de hecho, le empezó a gustar mucho. Siguieron así un poco más hasta que Encarna volvió a separarse.

—¿Qué tal lo estoy haciendo? —preguntó Andrea muy tímida.

—Muy bien, hermanita —comentó con aprobación la mujer—. Cada vez se te da mejor.

—Gracias —la transexual se sonrojó ante tanta adulación.

Encarna miró a su hermana de arriba a abajo, como si estuviera recreándose en su cuerpo. Subió por sus piernas, pasando por el pubis sin pelo, donde se hallaba su erecta polla y llegó a su barriguita, la cual comenzó a acariciar. La chica se estremeció ante las cosquillas le daba.

—¿Me enseñas tus tetas?

No perdió más tiempo en hacer caso a su propuesta. Sin más, Andrea se quitó su camiseta, obsequiando a su hermana con la preciosa visión de sus pechos medianos.

—Um, que bonitas —comentó cuando las acariciaba.

La chica temblaba al sentir sus redondeces atrapadas bajo las manos de su hermana. Se las tocaba con suavidad, sin apretar demasiado para no lastimarla. Con los pulgares, endureció sus pezones.

—Me encantan —decía.

De repente, se llevó a la boca y comenzó a besarlo y lamerlo. Andrea gemía de forma placentera y más lo hizo cuando su hermana succionó uno de sus pezones con la boca. Lo sintió atrapado entre sus labios mientras lo chupaba y luego lo mordisqueó con cuidado. El otro acabó atrapado entre el pulgar y el índice, pellizcándoselo para ponerlo bien duro.

—¡Encarni! —exclamó desesperada.

La boca de su hermana iba de un pecho a otro, centrando toda su atención en los pezones. Mientras, su mano descendió y volvió a aferrar el duro miembro, el cual comenzó a masturbar con lentitud, tratando de alargar en lo máximo posible su placer. Siguió de esa manera hasta que se incorporó un poco.

—Andrea, ¿quieres ver mis tetas? —le preguntó.

La chica asintió insaciable. Su hermana se desabrochó el corsé y tiró para abajo del vestido. Sus enormes pechos, atrapados bajo la prenda, quedaron por fin libres. La transexual se quedó boquiabierta al verlos. Tan redondos y bonitos, estaban coronados por un precioso pezón rosado en cada uno. Sin pensarlo, se llevó uno a la boca y lo engulló como si tuviera un hambre terrible.

—Eso es, mi vida —gimoteó la mujer—. ¡Chúpamelos!

La cogió por detrás de la cabeza para atraerla más hacia su prominente busto y al tiempo que se centraba en devorarlo, Encarna reanudó su paja, moviendo su mano para proporcionarle más placer. Las dos estaban atrapadas en un desbordante éxtasis y no cesaban de disfrutar con él.

—Oh, sí, ¡sigue! —le decía la mujer a su hermana.

Ella se afanó por lamer y chupar esas esplendidas tetas, tan abundantes y hermosas. Le encantaba. Metió su cabeza en el canalillo, sintiéndose atrapadas por esas redondas masas de carne tan duras. Era increíble.

—Espera un momento —dijo su hermana.

Ella se detuvo y pudo ver como Encarna metía las manos por debajo de la falda del vestido y se quitaba el tanga. Entonces, la cogió de la mano y la metió entre sus piernas.

—Hazme un dedito —le pidió ansiosa—. Quiero correrme yo también.

No tardaron sus dedos en tocar la húmeda raja de su hermana. En el pubis, notaba una abundante mata de pelo bien recortada. Al volver a la vagina, se perdió entre aquellos pliegues. El interior se notaba húmedo y caliente.

—Sí, eso es —hablaba con cavernosa voz—. Tócame de esa manera.

Ambas hermanas se empezaron a masturbar la una a la otra. Encarna seguía moviendo su mano sobre la dura barra de carne, esta vez de forma más enérgica. Mientras, Andrea acariciaba el sexo de su hermana, tan cálido y maravilloso. Las dos gemían con ganas y no tardaron en besarse, encendidas por la incansable pasión que las mataba por dentro. Ninguna podía creer lo que estaba haciendo, pero no podrían estar más encantadas. En un momento dado, la chica topó con una protuberancia carnosa. Supo de qué se trataba y con sus dedos índice y corazón comenzó a frotarlo.

—Eso es, mi niña —sollozaba Encarna—. ¡Toca ahí! ¡Ahí!

La mujer ya no podía contenerse por más tiempo. Se contrajo un poco y empezó a temblar. Andrea sintió como su mano quedaba atrapada entre sus muslos y al final, un gran golpe de humedad se la llenó. Su hermana gritó de una manera que jamás había visto, abriendo su boca mientras dejaba salir un fuerte gemido. La notaba colorida y vio como sufría varias contracciones. Nunca había visto nada parecido, pero le pareció lo más hermoso del mundo.

Cuando por fin su orgasmo terminó, Encarna quedó relajada, respirando entrecortada, buscando recuperarse. Andrea la dejó así, limitándose a acariciarla y dándole besos por todo su rostro. Cuando ya estaba mejor, la mujer le dio un buen morreo muy húmedo. Tras separarse, dejando que algo de saliva se derramase de entre sus bocas, ella bajó la mirada.

—Uy, parece que esto sigue duro —dijo en referencia a la polla de la chica.

Su mano aferró con firmeza el miembro, haciendo que Andrea gimiera entrecortada.

—¿Te ayudo a correrte? —le propuso.

—¡Si, por favor! —suplicó ansiosa.

No se hizo esperar.

Su mano volvió a subir y bajar por su miembro, reanudando la paja. A la vez, se besaron de nuevo con hambre. Las manos de Andrea no se quedaron quietas y apresaron los abundantes senos de Encarna. Ella se los ofreció y la chica no dudó en chuparlas con ganas. Ambas siguieron así hasta que la chica supo que se iba a correr.

—¿Te vas a venir, cariño? —preguntó su hermana.

Ella asintió. Notaba como se iba acercando el momento y deseaba esta vez dejar de contenerse. Quería sentirse libre, al fin, además, con la persona que más quería.

—¿Te gustaría hacerlo en mi boca?

Cuando dijo esto, Andrea se volvió loca. Que su mismísima hermana le chupara la polla era una de las fantasías más morbosas que jamás había tenido. Estuvo un largo rato en silencio, asimilando lo que se le ofrecía. Al final, tras cierto conflicto, le dijo que sí. Encarna sonrió satisfecha.

Sin más que perder, la mujer bajó su cabeza hasta la entrepierna de su hermana menor y comenzó a lamer la punta de su polla. Andrea entrecerró sus ojos mientras notaba la lengua paladeando su glande. Le pareció lo mejor que le había pasado nunca y se mordió el labio, buscando resistir para no correrse al instante. Lo cierta era que ya no podía aguantar más.

—Que rica está —dijo encantada Encarna.

No podía más. Tal vez quisiera con toda su alma que su hermana le hiciera la mejor mamada de la historia, pero era incapaz ya de resistir. Así que llena de desesperación, se lo dijo:

—Encarni, por favor, chúpamela ya —Su voz sonaba agónica—. ¡No aguanto más!

—Tranquila, mi pequeña. Ya voy —contestó la mujer serena.

Mirándola fijamente con sus azulados ojos, se tragó el miembro hasta la mitad. Andrea respiró abotargada al sentirse atapada en ese cálido lugar. Su hermana comenzó a mover la cabeza, iniciando una dulce y lenta mamada que parecía absorber la vida de la muchacha. Ella gemía con desesperación mientras no se separaba de ese par de luceros que la miraban con amor. Siguió clavado en ellos hasta que ya no pudo más y se corrió como nunca antes lo había hecho.

—¡Ah, sí, siiiii! —gritó desesperada.

Todo su pegajoso y cálido semen inundó la boca de su hermana mientras su pene sufría fuertísimos espasmos. Ella se retorció con violencia, notando como todo el aire escapaba de su cuerpo. Estuvo durante esos momentos tensa y llegó a creer que se iba a morir. Al final, tras haber sufrido el glorioso orgasmo, se dejó caer sobre su cama.

Permaneció un par de minutos descansado. Cuando ya se hallaba más espejada, miró a Encarna. Se había tragado todo el semen y ahora, estaba centrada en limpiar los restos que quedaban en su polla. Verla lamiendo de ese modo le parecía muy erótico. Cuando ya había terminado de dejarla limpia, regresó a su lado y la besó. A través de su boca, pudo probar el sabor de su simiente, fuerte y salado. Le pareció muy raro, pero lo tomó igual.

—¿Te ha gustado, hermanita? —preguntó Encarna tras terminar de darse el beso.

—Mucho —respondió satisfecha Andrea.

—Vale, pues ponte el pijama y tapate —le ordenó su hermana—. Yo voy a mi cuarto a quitarme el disfraz y ponerme más cómoda. Enseguida vengo.

La vio marcharse a paso lento y sereno. Observó su esbelta y voluptuosa figura. No podía creer que acabara de estar con semejante mujer. La hacía sentir muy afortunada.

Cuando su hermana salió de la habitación, se puso de nuevo el pijama y se tapó con las sabanas. Se acostó de lado mientras no dejaba de pensar en la increíble experiencia que acababa de tener. Fue algo increíble, y en su mente, no cesaba de preguntarse si volvería a repetirse. Esperaba que así fuera.

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Encarna llegó a su cuarto y se desvistió. Tras quitarse el disfraz de bruja y dejarlo bien estirado sobre su cama, se puso un pijama cómodo. Mientras se lo ponía, no dejó de pensar en lo que acababa de hacer, había tenido sexo con su hermana pequeña. A pesar de haber cometido un acto, en apariencia, terrible, no se sentía arrepentida. Más bien al contrario, era feliz de haberlo hecho. Miró el atuendo que había sobre su cama y recordó como había comenzado todo esta noche. Se estremeció un poco. Una vez lista, se volvió al cuarto de Andrea.

Una vez allí, vio a su hermanita durmiendo de lado y de espaldas a ella. Se sintió tan bien de verla relajada. Sin dudarlo, se metió en la cama y la abrazó. La chica, al notarla, se acurrucó más, tratando de sentir mejor su calor.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

—Muy bien —respondió la transexual—. Feliz de que estés a mi lado.

La besó en una mejilla. Y luego le dio otro, y otro. La colmó de besos hasta que Andrea se dio la vuelta y se dieron uno muy profundo en sus bocas.

—Te quiero —dijo con voz quebrada la joven.

Encarna notó que estaba a punto de romper a llorar. Acarició surostro y le dio un beso en la frente.

—Yo a ti también —comentó ella—. Y no temas, no voy a separarme de ti.

La necesitaba. Andrea tenía que tenerla a su lado. Era su único apoyo y quizás, el único amor que tendría. Encarna, por más que lo negase, la amaba con locura. Eran sentimientos que mantuvo ocultos por mucho tiempo, creyendo que estaban mal, pero ahora, sabía que eso no era así. Atrajo a la chica hasta que sus caras quedaron muy pegadas. Podía notar su suave respiración exhalarse por la boca. Le encantaba.

—¿Algún día lo…haremos? —preguntó de repente la muchacha.

Su hermana se quedó paralizada ante semejante cuestión. No era lo que ella esperaba que dijese, aunque, en el fondo, le parecía normal. Sonrió tierna ante esa cuestión.

—Muy pronto —le dijo—, pero tendremos que tomar precauciones.

—Claro.

Tras hablar un poco del asunto, se pusieron a dormir.

Mientras Andrea ya se encontraba entre los brazos de Morfeo, Encarna la tenía entre los suyos bien estrechada. La miraba con detenimiento, fijándose en ese disfraz que ahora llevaba. Así era como la chica había considerado que era su aspecto, pero para ella, ya no sería más así. Su hermana era una autentica mujer y no tenía por qué fingirlo más. Se sentía orgullosa de ello.

Poco a poco, ella también dejó caer los parpados y se quedó dormida. De ese modo, la noche de Halloween pasó para ellas dos, aunque para ambas mujeres no era más que el inicio de sus nuevas vidas.

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De parte del autor, espero que paseis una aterradora y divertida noche de Halloween todos y todas. Y gracias por leer el relato.