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Mami,no te vayas.

en Amor filial

Elena regresó a casa. Había sido un día muy ajetreado. Toda la mañana estuvo con el abogado para ultimar los detalles del divorcio. Aun tendrían que llegar al acuerdo económico y cuánto dinero le iba a corresponder de la venta del piso. El problema es que estaba a nombre de los dos y su futuro exmarido se negaba a venderlo, pese a que era la única forma de que la indemnizase por todo lo ocurrido. Crispada por todo, la mujer entró en su hogar. Lo único que deseaba era relajarse un poco.

Entró en el salón y se acomodó en el sofá para calmarse y despejar su atribulada mente. No dejaba de pensar en lo agitadas que estaban siendo estas semanas, con todo el caótico proceso del divorcio. En unos días tendría que ir a los juzgados para solucionar todo el tema del dinero que él le debía. Esperaba que esta vez las cosas se terminasen de forma clara y cada uno pudiera continuar con sus vidas sin más problemas. A veces, pensaba que quizás debería haberse resignado a continuar con él, pero ya estaba harta. No haría como otras, llevando una vida infeliz mientras su marido se acostaba con otras mujeres. Ella ya había tenido suficiente y por ello, tomó la determinada decisión de solicitar el divorcio. Agitaría el avispero con fuerza, pero al menos, sería por fin libre.

Se recostó un poco mientras suspiraba. Deseaba pasar el resto de la tarde tranquila, sin querer oír hablar de más procesos judiciales y otras cosas que no entendía, pues trabajaba en una tienda de ropa que regentaba con una amiga. No era abogada. En su cabeza, comenzó a pensar en que lo primero que iba a hacer era darse una relajante ducha con agua tibia, todo ello para luego acostarse en su cama, ponerse algo de música relajante y leer una de las novelas que tenía pendientes al tiempo que bebía algo de vino tinto de la botella que su amiga Tania le había regalado. Si, era el mejor plan para pasar la tarde, tal como estaban las circunstancias.

Dejó caer su cabeza hacia un lado, haciendo que una parte de su larga melena negra cubriera su rostro. Se quería recostar sobre el sofá y dormir. Estaba cansada de todo. Tania le decía que iban a correrse un día de estos una buena juerga y ligarse a un par de tíos buenorros, pero ella, con todo el lío en el que andaba montada, no estaba para ligues. Tan solo quería cerrar sus ojos y que todo pasara.

Ya estaba en pleno trance de descanso, cuando alguien llamó de forma repentina al timbre. La mujer se revolvió algo incómoda, incapaz de entender quién demonios podría estar llamando a esas horas. Apesadumbrada, se levantó dando tumbos mientras se dirigía a la puerta.

El timbre siguió sonando de forma histriónica, lo cual estaba crispando a Elena.

—¡Ya va! —vociferó la mujer exasperada.

Cuando por fin llegó a la puerta y la abrió, Elena quedó muda.

Ante ella, tenía a una joven chica un poco más baja que ella. Tenía el pelo rubio y liso, dejándolo caer en una corta melena hasta por debajo del cuello. Era de cuerpo delgado, aunque se le notaba una figura curvilínea, sin llegar a la rotundidad voluptuosa de Elena. Su piel era clara mientras que la mujer era morena. No podía verle el rostro, pues tenía la cabeza gacha. Elena estaba muy impresionada al verla, quedando sin respiración, como si no esperara encontrársela allí delante.

—¿Claudia? —dijo estupefacta.

La chica alzó su cabeza al escuchar esto. Sus ojos azules estaban cuajados de lágrimas y una mueca de tristeza se dibujaba en sus carnosos labios. Cuando ambas mujeres se miraron, pudo notarse la emergente tensión entre las dos.

—¿Por qué te has ido de casa? —preguntó temblorosa la joven.

Antes de que Elena llegara a contestarle algo, Claudia rompió a llorar. El llanto sonaba alicaído y grave. Eso le rompía el corazón a la mujer. Se la notaba tan frágil y vulnerable. Iba a decirle algo, pero entonces, la chica se abalanzó sobre ella y hundió su cara entre los pechos grandes de esta. Elena quedó momentáneamente paralizada ante esto, pero no tardó en reaccionar.

La apartó un poco y pudo ver como más lágrimas caían de sus ojitos. Estaba realmente dolida y al cogerla entre sus brazos, notó que estaba algo débil. Claudia siguió gimiendo de forma lastimosa y Elena, viendo que no era plan dejarla ahí fuera, le hizo entrar en la casa. Juntas, avanzaron hasta el salón y se sentaron sobre el sofá blanco en el que no hacía mucho, Elena estaba dándose una cabezada.

Cuando volvió a mirarla, pudo notar el gesto de afligimiento que Claudia portaba. El pelo rubio cubría su rostro, enmarañándoselo y dándole un aire descuidado a la chica. Con sus manos, fue apartando cada mechón, notando que estos estaban húmedos por las copiosas lágrimas. También su camisa estaba algo manchada al pegar ella antes la cabeza. Cuando por fin apartó todo el pelo, vio que sus ojos estaban enrojecidos y pudo notar como otra lagrima caía de uno de estos.

—Anda, voy a traerte una toalla para que te limpies esa cara.

Se levantó y caminó hacia el baño. Una vez allí, fue al armario y sacó una pequeña toalla roja. Iba a irse cuando no pudo evitar soltar un súbito lamento. ¿Qué demonios hacía esa chica aquí? ¿Cómo la habría encontrado? Elena estaba confusa, sin entender los motivos para que Claudia viajase hasta las afueras de la ciudad en su busca, pero por como estaba, era evidente que la pobre chica la necesitaba. Ya hacía tres semanas que no la veía desde que comenzó el proceso de divorcio. Se sentía mal por haberla dejado allí y ni siquiera la había llamado desde entonces, pero sabía que era la única forma de estar lejos de su padre. Si volvía a escucharle, juraba por todos los dioses existentes y por existir que lo mataba. Aun así, le apenaba haberla abandonado de ese modo. Después de todo, era su hija adoptiva.

Regresó al salón, donde Claudia permanecía en silencio y cabizbaja, con las manos colocadas sobre cada pierna en una pose relajada, pero a la vez, triste. Cuando llegó, alzó su vista. Elena no pudo evitar estremecerse al notar los cristalinos ojos azules de la chica mirándola con atención. Se acercó de vuelta al sofá y se sentó a su lado.

—Aquí tienes —dijo algo cortada mientras le entregaba la toalla.

—Gra…gracias —le respondió con timidez la chica.

La miró, incapaz de poder creer que hubiera venido hasta aquí ella sola en su busca. ¿Pero qué mosca le había picado a esta muchacha? Aun no podía creer que todo esto estuviese ocurriendo de verdad. Tras ver como Claudia se secaba su rostro, decidió sonsacarle la información de buenas a primeras.

—¿Estás mejor? —preguntó primero.

—Si —respondió la muchacha mientras asentía, como si pretendiese reafirmar su respuesta—. Gracias por esto, mami.

Eso último que acababa de decirle la puso más nerviosa de lo que ya se encontraba. No era su madre, ni la de verdad ni la adoptiva. No lo sería en unos días, cuando todo el asunto del divorcio quedase ya por fin cerrado.

—¿Qué hace aquí? —fue lo siguiente que preguntó Elena.

Claudia quedó en silencio, como si no desease decirlo. Parecía una tumba cerrada, de donde nada parecía que fuese a escapar. Y eso le molestaba bastante. Siempre tenía esa irritante manía de ocultárselo todo a los demás. Le decía que si era así de tímida con las personas, jamás tendría amigos. Los ojillos azules de Claudia no tardaron en cruzarse con los marrones oscuros de Elena, quien aún esperaba impaciente su respuesta. Al atisbar esto, la muchacha se puso más inquieta, pero decidió, dadas las circunstancias, que lo mejor era responder.

—Vine a verte. —Su tono de voz sonaba dolorido.

—¿Por qué?

Los ojos de Claudia volvieron a posarse sobre ella y pudo notar en ellos el miedo y reticencia a hablar. La chica titubeó un poco, pero no tardó en hacerlo.

—¡Te fuiste! —exclamó decepcionada—. No he sabido nada de ti en estas tres semanas. No sabía ya que hacer, así que fui a la tienda donde trabajas y  le pregunté a tu amiga. Me dijo que te encontrabas en la casa que su hermana tiene en las afueras. Así que gracias a eso, vine hasta aquí.

Tania le había dicho donde vivía. Genial. Elena tendría que hablar mañana con su compañera sobre decirle a todos donde se encontraba. En estos momentos, no quería ver a nadie, tan solo estar tranquila y dejar que la tormenta, que no cesaba de caer sobre todos, se despejase. Estaba siendo más complicado de lo que creía esta separación y ya estaba harta. Para colmo, ahora Claudia estaba allí.

—Clau, escúchame —le dijo Elena mientras la miraba fijamente a sus bonitos ojos—, si me fui es porque sabes que me voy a separar de tu padre y lo más absurdo sería seguir en esa casa. Sabes que no podía quedarme y por eso, me marche.

—¡Pero me dejaste allí! —se lamentó la chica—. Se suponía que tú eras mi madre, que íbamos a estar juntas.

Elena suspiró. Entendía lo enfadada que estaba la pobre Claudia. Podía sentir la tristeza que arrastraba cada palabra y, por supuesto, le apenaba mucho verla en ese estado, pero la joven debía de entender que la vida era así. Nada era perfecto y no siempre todo salía bien. Ya era mayor de edad y se le debía meter en su cabecita.

Sin embargo, verla tan dolorida, la destrozaba. Se acercó y le cogió sus manos con una mientras que la otra acariciaba su angelical rostro. Buscaba calmarla, aunque solo fuera un poco. Y parecía estar consiguiéndolo.

—Cariño, sabes que te quiero un montón y que jamás te abandonaría pero no podía seguir en casa por más tiempo. Ya no lo soportaba.

Ambas quedaron en silencio ante lo que acababa de decir Elena. Porque lo que acababa de decirle a su hija, era más serio de lo que ninguna de ellas podría creer.

—Sé que papá te engañaba —comentó incomoda.

—¿Engañarme? —Elena se notaba enojada ante esto—. No, lo que tu padre me ha hecho es peor que eso.

Claudia la miró muy sorprendida ante lo que acababa de decir.

—Ya, ya lo sé.

—Seis años. Ese fue el tiempo que estuvimos casados, lo sabes mejor que nadie. —El resentimiento emanaba con clara evidencia de Elena— Y desde el primer día, me estuvo poniendo los cuernos el muy desalmado.

—Mi abuela me contó de que antes de que mi verdadera madre muriera, él ya la estaba engañando con otras— le confesó cabizbaja—. Por lo visto, siempre fue así.

La auténtica madre de Claudia murió en un accidente de tráfico cuando la joven no tenía más que tres años. Desde entonces, a pesar de que su padre la quería mucho y le daba todo lo que podía, nunca creció con el calor y la compañía de una familia, lo cual, la dejó muy afectada. Su padre la veía en contadas ocasiones por los viajes de trabajo, dejándola siempre al cargo de los abuelos o de otras personas. Todo eso cambió cuando Elena apareció en su vida.

Se casó con su padre cuando ella tenía 12 años. Al principio, la convivencia fue algo complicada, pues Claudia la veía más como una intrusa y la por aquel entonces niña se comportaba de forma rebelde. Pero, poco a poco, Elena fue ganándose su confianza y en muy poco tiempo, se hicieron amigas, revelándose sus más profundos secretos y emociones. La mujer se convirtió en el mejor apoyo de la chica cuando entró en la adolescencia y cada vez que le ocurría algo malo, ella se encontraba allí para consolarla y brindarle ayuda. De aquellos seis años de matrimonio, Elena consideraba que esto había sido lo mejor.

—Por esa misma razón dejo a tu padre, Claudia —le explicó más calmada a la chica—. Tengo treinta y dos años y no quiero pasar el resto de mi vida infeliz. Necesito salir de todo esto.

—¿Y nosotras que?

Elena no pudo evitar suspirar de nuevo ante la insistencia de la joven. Seguía igual de angustiada que antes y estaba empezando a cansarse, aunque comprendía que estuviera así. Ella había sido lo más cerca que había tenido a una madre o más bien, se podría considerar como una autentica figura materna. Pero ya tenía que ir aprendiendo que en esta vida, no se puede tener todo.

Notándola cada vez más alterada, Elena decidió hablarle con claridad.

—Primero, ya eres lo bastante mayor como para seguir necesitando una madre. —Claudia tan solo se limitó a guardar silencio mientras ella le decía todo aquello—. Segundo, que me divorcie no significa que te vaya a olvidar. Podemos seguir en contacto y no sé, quedar para tomar un café o ir de compras. En serio, no voy a abandonarte, cielo. Nunca lo haría.

Aquellas palabras parecían calmar a la chica, o eso era lo que Elena creía. Porque cuando vio como otra vez lagrimas eran derramadas de sus ojos, supo que iba  ser un auténtico viaje convencerla.

Claudia se abrazó de nuevo contra ella, estrechándola aun con mayor fuerza y llorando con más intensidad. Elena ya no sabía que más hacer y trató de apartarla con suavidad de su lado, pero la chica estaba bien apretada.

—Claudia, por favor. Todo va a ir bien —le dijo con suavidad, intentando tranquilizarla.

—¡Se suponía que íbamos a estar juntas por siempre! —exclamó la muchacha entre sollozos—. Que daba igual lo que ocurriese entre mi papá y tú, nunca nos separaríamos.

—¿Pero de que estas hablando? —preguntó confusa Elena.

Claudia la miró fijamente, como si estuviera concentrando todo su ser en ella. Estaba cada vez más tensa, pues algo le decía que sabía claramente a que se refería la chica.

—Ya sabes, lo que ocurrió el año pasado.

Un súbito escalofrío recorrió su espalda cuando la chica dijo esto. Elena no quería recordar lo que pasó aquella noche. Era algo que deseaba olvidar con todas sus fuerzas. Notó los ojos azules de su hija con un mayor candor del esperado. Era como si quisiera llegar a ese momento específico dentro de la conversación, cosa que le inquietó bastante.

—Vamos a ver —expresó Elena con intención de dejar las cosas bien claras—, lo que ocurrió aquella noche fue tan solo un pequeño desliz. Tu padre estaba de viaje, yo sola y triste y tú estabas allí. Pasó lo que pasó, pero ya está. Dejamos bien claro que no hablaríamos más de este tema.

—Pues para mí, fue lo más increíble que jamás haya vivido —dijo Claudia mientras acercaba su rostro al de su mami.

Elena retrocedió un poco, aunque Claudia avanzó lo suficiente como para que sus rosados labios rozasen la boca de la mujer. Podía notar en su mirada todo ese deseo creciendo con fuerza, como las llamas de un fuego que están iniciando el ardiente incendio. Un incendio que estaba empezando a repartirse por todo su cuerpo, extendiéndose por cada punto de su ser. Sentía el cálido aliento de la chica tan cerca.

—Cielo, esto no está bien —le dijo cuando de repente, su niñita le dio un pequeño beso en sus labios, alterándola más de lo que estaba.

—Mami, después de esa noche, ¡me enamoré por completo de ti! —exclamó Claudia con su tierna voz.

 Y sin mediar palabra, le dio un beso profundo e intenso. Uno que la devolvió a aquella noche del año pasado. A aquel dormitorio donde se cometió el pasional crimen del cual eran ambas culpables.

Ella estaba tan sola y afligida. Ya sabía que su marido la engañaba por aquel entonces, y por ello, fue a la habitación de Claudia. Ella estaba en su cama, con uno de eso pijamas cortos que dejaban entrever su apetecible cuerpo. Elena la había visto crecer, dejar de ser una niña para convertirse en una hermosa mujer. Una mujer que un buen día le confesó que no le atraían los chicos, sino las chicas. Y cuando la vio allí, tan preciosa y radiante, no pudo evitar caer en la tentación. Porque pese a estar casada con un hombre, Elena también se sentía atraída por las féminas, llegando a tener varias relaciones lésbicas en la universidad. Y ahora, ese impulso que creía haber enterrado al casarse, la llevó a acabar en la cama junto con su hija adoptiva. Las dos estaban desnudas, acariciando sus cuerpos, besándose con fuerza y rabia mientras sus lenguas se envolvían en un húmedo abrazo, todo ello, extasiadas por la intensa fragancia que las estaba llevando al éxtasis. Y cuando su mano se posó en el virginal sexo de Claudia, cuando exploró por primera vez su cálido interior, haciéndola gritar mientras sufría un placentero orgasmo, supo que aquello era lo más increíble que jamás le había pasado en su vida. Y ahora, estaba a punto de volver a suceder.

Sobrepasada por la situación, Elena apartó con brusquedad a Claudia, quien quedó impresionada al ver la reacción de su madre adoptiva.

—¿Que….que pasa? —preguntó extrañada.

—Mira, esto no puede continuar —dijo alterada Elena mientras se levantaba y trataba de arreglarse un poco—. Voy a por las llaves del coche y te acerco a casa. Me da igual si me cruzo con tu padre, pero esto no puede seguir.

Claudia miró asolada a Elena, quien bastante nerviosa, buscó las llaves dentro de su bolso. Cuando esta se volvió, se cruzó con el entristecido semblante de la chica.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó la mujer desconcertada.

No estaba llorando. Al menos, no con un intenso berrinche como antes. Ahora, simplemente estaba en silencio, mirando con la cabeza gacha al tiempo que pequeñas lágrimas se deslizaban por sus mejillas, dejando un brillante rastro. A Elena le rompió el corazón verla de ese modo. A veces, era tan brusca.

—Claudia, pequeña, no llores —dijo deprisa mientras se sentaba otra vez a su lado—. No quiero hacerte daño. No llores, por favor.

La abrazó y ella apoyó la cabeza en su pecho. Acarició su corta melena rubia, sintiendo la suavidad de ese liso cabello. Luego, alzó su rostro cuajado de lágrimas y le dio un suave beso en la frente. Luego, con tranquilidad,  otro beso en una mejilla. Acto seguido, otro cerca de su boca y uno más en su otra mejilla. El último fue en su cuello. Después, sus ojos marrones miraron la carita angelical de Claudia y se la limpió de lágrimas. Cuando retiró la última perla de agua de su piel, contempló el maravilloso cuadro que era la cara de su niña.

—¿Mejor? —le preguntó.

—Si —respondió la chica más calmada.

Las dos mujeres se miraron con mucho deseo, uno más que evidente, bien reflejado en sus cuerpos, en sus miradas y en esos gestos cargados de ansiosa lujuria. Elena se sentía muy bien al lado de Claudia. Despertaba en ella ese lado tan perverso y caliente que con su padre hacía tiempo que no afloraba. Miró a la chica a sus ojos azules y ambas sonrieron. No hizo falta nada más.

Sus bocas se unieron en una perfecta fusión y dieron paso al beso más ardiente que ninguna de las dos pudo imaginar. Se inundaron de la saliva de la otra y dejaron que sus lenguas se enlazasen con desesperación, como si la vida les fuese en ello. Elena atrajo a la chica y pudo sentir como su prieto cuerpo se pegaba al suyo, notando los duros pezones de esta arañando sus senos. Respiraban anhelantes, queriendo dar rienda suelta a toda esa pasión que retenían desde la última vez.

Sin dudarlo, Elena hizo que Claudia colocara su cabeza en el respaldo, dejando que su espalda se apoyase en la base del sofá. Una vez así, ella se colocó a su lado y empezó a besarla. Acarició su barriga y no tardó en meter su mano por debajo de la camiseta que la chica llevaba. En nada, sus manos acariciaban los pechitos de Claudia, desprovistos de sujetador, y notando los duros pezones bien erectos por la excitación en la que se encontraba la chica.

—¿Esto es lo que quieres que te haga mami? —preguntó amorosa a su hijita.

Claudia tan solo pudo gemir como respuesta, pues Elena comenzó a besar su cuello. Y la cosa fue a más cuando esta le levantó su camiseta, dejando al descubierto sus tetas. Estas eran pequeñas pero se notaban erectas y picudas, acabadas en unos grandes pezones rosados muy bonitos. Elena llevó sus manos hasta estas y las apretó con suavidad, haciendo que un grave gemido fuese emitido por la chica. Pellizcó ambos pezones con sumo cuidado, provocando un gran estremecimiento en la joven para acto seguido, inclinarse sobre esta y chupar uno de ellos. Claudia gritó con más fuerza cuando su mami chupó uno de sus rosados botones, succionándolo un poquito para ponerlo más duro. Al mirarlas, a Elena se le antojaban como dos fresitas pequeñas. Continuó devorando los pechos de su hijita, haciéndola vibrar con cada chupada y mordida hasta que llevó una de sus manos a su entrepierna. Al acariciar por encima del pantalón corto, escuchó como Claudia gimoteaba, incapaz de poder controlar su placer.

—Estas cachonda, ¿eh?

—Si mami. No aguanto más.

Dejando sus pechos brillantes de saliva, Elena se retiró de Claudia y le desabrochó el botón del pantalón para, a continuación, quitárselo. Lo pasó por sus piernas y la dejó con sus bragas blancas. Elena llevó su mano hasta estas y las acarició, notando la incipiente humedad al mismo tiempo que Claudia chillaba histérica. Ya era incapaz de resistirse la pobre. Sin dudarlo, la mujer le retiró sus braguitas y así, tuvo una visión perfecta de su sexo.

El coño de Claudia era una rajita con los labios mayores semiabiertos y de color rosado. Se encontraba brillante gracias a los jugos que no dejaban de manar y no tenía ni un solo pelo. Por lo visto, se lo había afeitado, tal como le enseñó Elena. Ella contempló maravillada la bonita vagina de su hija, que llevaba tiempo sin ver. No perdiendo más tiempo, colocó su cabeza entre las piernas de la chica y empezó a lamer.

—¡Oh, mami! —gritó Claudia, poseída por el desbordante ansia de venirse.

Elena recorrió de arriba a abajo la rajita de la chica, degustando el tan añorado sabor y disfrutando con los gemidos que emitía. Quería correrse ya, no aguantaba por más tiempo. Y no se lo iba a demorar demasiado. Buscó con su lengua el clítoris y tras dar con la protuberante carnosidad, la golpeteó con la  punta para luego engullirla con sus labios. Eso fue más que suficiente para que Claudia tuviera el tan deseado orgasmo. La joven puso sus ojos en blanco y se retorció en medio del placer que la invadía. Un suave gritito salía de su boca mientras que Elena disfrutaba con las contracciones sufridas por el gozo que le proporcionaba.

—¿Te ha gustado? —preguntó la mujer mientras relamía el coñito perlado de líquido vaginal recién expulsado.

—Sí, no pares —le pidió la joven.

Y no paró. Elena devoró aquel coño con deleite, disfrutando de su sabor y viscosidad. Su lengua se perdió entre aquellos pliegues, adentrándose por el estrecho conducto de la chica. Jamás había sido penetrada por un hombre y dudaba que fuera a serlo. Pero no tenía himen. Este se le rompió en un pequeño accidente que tuvo con 13 años, al caerse.

—¡Agh, Dios! —se estremeció la chica al sentir esa lengua penetrándola.

Se fue adentrando más y más en su interior, haciendo que Claudia fuera poniéndose tensa, hasta el punto que llegó a arquear su espalda. Finalmente, no pudo resistirlo más y se corrió, empapando el rostro de Elena con sus fluidos. Ella los degustó encantada y lamió todo su coño para dejarlo bien limpio. Una vez acabó, se levantó para besar de nuevo a Claudia.

—Que bien sabes —susurró la mujer mientras su hija le chupaba su lengua para degustar el sabor de su propio sexo.

Estuvieron besándose por un ratito hasta que Claudia empezó a acariciar las tetas de Elena, más grandes que las de ella y atrapadas en una ajustada camisa.

—¿Así que quieres las tetas de mami? —preguntó picarona Elena.

Claudia asintió con ganas y eso incitó a la mujer a ponerse de rodillas sobre el sofá. La chica desabrochó cada botón de la camisa y Elena se la quitó, dejando al descubierto los dos senos, recubiertos tan solo por un sujetador negro. Claudia los volvió a acariciar, apretándolos de forma suave y haciendo que un leve suspiro se escapase de la boca de la mujer.

—Mi niña, estoy tan excitada —dijo Elena mientras sentía las suaves manos de su hija recorriendo sus pechos.

Se desabrochó el sujetador por detrás y Claudia le bajó los tirantes para acabar tirándolo al suelo. Sus senos quedaron al fin desnudos, mostrándose grandes y redondos, de color moreno y coronados por un pezón oscuro rodeado de una gran areola marrón. Claudia llevó las manos a ellos de nuevo, amasándolos con ansia para luego tocarlos con delicadeza, iniciando un liviano masaje que estimuló mucho más a Elena.

La mujer notaba su respiración acelerándose con cada caricia. Sus pechos eran una zona muy sensible y la chica estaba encargándose de excitarla mucho más de lo que ya estaba, cosa que aumentó cuando le pellizcó los pezones. Y ya cuando Claudia engulló uno de los tiesos pitones, chupándolo con vehemencia y mordisqueándolo, la mujer no pudo resistirse más. Solo con esas sensaciones, con esa mera estimulación, Elena se corrió, haciendo que todo su cuerpo temblase y que incluso sintiera las fuertes contracciones de su coño. No pudo aguantar más.

Abrió sus ojos con lentitud, respirando con calma para dejar entrar aire que la ayudara a recuperarse.  Cuando bajó su mirada, Claudia estaba allí. Ahora tenía el otro pezón metido en la boca, chupándolo como si estuviera dándole el pecho. Sus ojos brillaban con intensidad como si se sintiera alegre por lo que estaba pasando. Y en verdad, así era. La chica se incorporó, quedando cara a cara frente a su madre adoptiva y la besó con toda la lujuria que le embargaba. Ambas mujeres se pegaron mucho, sintiendo el roce cálido de sus semidesnudos cuerpos, frotándose con deseo salvaje. Tras separarse, Claudia habló.

—Mami, me vuelves loca.

Verla hablar de ese modo tan provocativo, siendo tan joven y de apariencia frágil, la puso más excitada.

—Tu a mí también —le contestó mientras le daba un cariñoso beso a la punta de su nariz.

Elena llevó sus manos a la falda que llevaba puesta y tiró de la cremallera para quitársela. Finalmente, quedó desnuda, tan solo cubierta por un tanga de color negro. Claudia llevó sus manos a las nalgas desnudas y las acarició con mesura.

—Tienes un culito muy bonito —le piropeó.

—¡Tú también! —exclamó Elena y acto seguido, agarró con fuerza el trasero de la chica.

Siguieron besándose con trémula ansia, mientras no dejaban de tocarse la una a la otra. Unieron sus lenguas en un húmedo beso, intercambiando cálida saliva en el acto. Permanecieron así hasta que Elena se separó de Claudia para hablarle.

—Cariño, ¿sabes que me encantaría que me hicieses? —le preguntó mientras la miraba de forma viciosa.

—¿El qué? —dijo ella, ansiosa por querer saberlo.

La mujer colocó su boca justo en la oreja derecha de la chica y se lo susurró:

—Quiero sentarme encima de tu cara.

Cuando volvió a mirar su rostro, Claudia tenía los ojos abiertos como platos y sus mejillas coloradas. Esa expresión de sonrojada sorpresa divirtió mucho a Elena. Con una preciosa sonrisa en su rostro, la mujer se levantó y se quitó el tanga, dejando expuesto su coñito sin pelos, exceptuando una pequeña línea de color negro justo encima del pubis. Mientras, Claudia se deshizo de su camiseta, quedando completamente desnuda y se recostó todo lo largo del sofá.

—¿Así estoy bien, mami? —le preguntó de forma inocente.

Observándola ya sin ropa y recostada de esa manera, Elena se pudo permitir el lujo de contemplar la gran belleza de su niñita. Claudia había crecido y se había convertido en una preciosa mujer. Su cuerpo delgadito  de piel clara lucía una figura sensual y atrayente. Puede que tuviera unas tetas pequeñas pero se notaban erguidas y sus pezones parecían dos suculentas fresas, rojas y puntiagudas. Eso, unidas a sus estilizadas piernas, su vientre plano coronado por un piercing en su ombligo y su angelical rostro, la convertían en el mayor objeto de deseo para cualquier hombre. Pero ahora, era suya, completamente dispuesta a hacer todo lo que desease.

Sin más miramientos, se sentó encima de su cara, colocando su vagina para que pudiera lamerla, flexionado sus piernas y apoyándose en las rodillas.

—¿Lista, cariño? —preguntó.

La chica tan solo se limitó a sonreír y Elena se dejó caer sobre ella. Enseguida, comenzó a notar algo caliente y viscoso recorriendo su coño. Claudia lamía con vehemencia, disfrutando del fuerte y fresco sabor del sexo de su madre, dejándose empapar por este. Todo ello, mientras agarraba con firmeza las nalgas de esta con cada mano.

—¡Oh Claudia! —profirió en medio de su agitación Elena—. ¡Eres maravillosa con esa lengua!

Elena comenzó a menear sus caderas, restregando su coño contra el rostro de la chica, todo ello mientras ella seguía recorriendo con su lengua el húmedo sexo. La mujer podía sentir como el clítoris chocaba contra su nariz, al tiempo que la lengua se adentraba por el interior de la vagina.

—Eso es, querida. ¡Métela lo más dentro que puedas! —aullaba la mujer, estremecida por la penetrante sinhueso.

La lengua ya no podía continuar por más que Claudia lo intentase, pero para Elena fue más que suficiente. Tuvo un fuerte orgasmo que hizo temblar todo su cuerpo e inundó la boca de su hija de jugos. Pero aquello no había terminado. Mientras se recuperaba, Claudia continuó lamiendo y en un abrir y cerrar de ojos, Elena ya era de nuevo presa del placer.

—¡Joder, que bien lames! —masculló la mujer mientras se contoneaba—. ¡Se nota que has aprendido de mí!

Mientras Claudia lamía con dedicación su coño, Elena humedeció su dedo corazón y lo llevó hacia su culo. Internándolo entre sus nalgas, logró llegar hasta su ano e introdujo su falange en este. Al principio le costaba un poco, así que humedeció su dedo de nuevo y, ahora sí, entró a la perfección. Fue internándose más hasta que prácticamente, lo había metido entero. Entonces, Elena se volvió a mover, dejando que la lengua de la chica se deslizase por todo su sexo, al tiempo que bombeaba su dedo en su culo. Todo este proceso, hizo que el placer aumentase de forma instantánea, provocando que gozase mucho más. Estaba en el cielo, disfrutando como nunca en mucho tiempo. Y se corrió, gritando con la mayor fuerza posible.

Cuando se recuperó, casi estaba a punto de caerse. Notaba su cuerpo algo fatigado y sudado. Exhausta, se sentó de nuevo en el sofá y vio como Claudia se incorporaba. Tenía una amplia sonrisa en su brillante rostro. Brillante gracias a los fluidos que había expulsado. Sin dudarlo, la besó.

—Has estado genial —le dijo orgullosa.

—Gracias, aprendí de la mejor —respondió ella fulgurante.

—Pues me alegro de que así sea.

Continuaron con los besos y caricias hasta que Claudia, mirándola de forma perversa, decidió preguntarle.

—Oye, ¿qué te estabas haciendo en el culito?

Elena abrió los ojos en clara señal de sorpresa al oír esa cuestión.

—¿Cómo lo has notado?

—Mientras te acariciaba las nalgas, noté tu manita ahí —comentó la chica tímida—. No quise tocar.

La mujer guardó silencio por un instante y luego, sonrió a su hijita con ternura. Le dio un suave beso en la boca mientras palpaba su cálida y tersa piel.

—Bueno, metí un dedo dentro de mi culo.

Ante esta revelación, Claudia se quedó boquiabierta.

—¿En serio?

—Sí, el culito puede ser otra fuente de estimulación —le informó con claridad Elena—. Me encanta hacerlo por ahí.

—¿Y te la han metido? —preguntó con curiosidad la chica.

—No —respondió—. Ningún hombre ha tocado mi culo. Tan solo mis dedos mientras me masturbo.

Claudia pareció quedar fascinada ante las explicaciones que su madre le daba. Mirándola fijamente a los ojos, Elena parecía adivinar qué era lo que tramaba la joven.

—¿Quieres que mami te lo haga por ahí? —preguntó con rapidez antes de que ella se lo pidiese.

Al oír esto, Claudia se lanzó a besarla. No necesitaba más respuesta.

—Venga, date la vuelta —le ordenó.

La chica se puso a cuatro patas sobre el sofá, dejando su redondo culo levantado, ansiosa de que Elena comenzase. La mujer disfrutaba con todo aquello y no dudó en llevar sus manos ante tan sublime trasero. Palpó ambas nalgas y le dio un par de azotes en la derecha. Aunque sonoros, eran flojitos.

—¡Auch! —se quejó poco convincente Claudia.

—Eso por venirte a mi casa sin avisar —le reprendió Elena.

—¿He sido una niña muy mala? —preguntó con tono provocativo la chica.

—Sí, me temo que te voy a tener que castigar.

Abrió sus nalgas y pudo ver la estrecha rajita que era su vagina chorreando por la excitación. Más arriba, estaba ese agujerito que era su ano, parte inmaculada aun sin estrenar. Elena se relamía del gusto de tenerla así, solo para ella. Pasó su mano por encima del húmedo sexo, haciendo que Claudia se estremeciese.

—Estas bien cachonda, cariño —suspiró emocionada la mujer.

—Claro mami. Estoy como loquita por me hagas eso en el culo.

Se mordió el labio, incapaz de creer lo que tenía delante. Mientras que otras chicas de su edad preferían tener sus primeras experiencias con hombres, Claudia había preferido acudir a ella. En esas circunstancias, no podía sentirse más afortunada.

—No te toques bajo ningún concepto —le ordenó—. Déjamelo todo a mí.

Claudia tan solo pudo asentir algo incómoda, pues quería con todas sus ganas correrse ya. Mientras, Elena admiró el espléndido trasero de la chica hasta que finalmente, decidió empezar.

Su lengua se hundió en el ano de Claudia y ella, al sentirlo, emitió un fuerte grito.

—Mami, ¿¡que me haces?!

Ella no respondió, simplemente prosiguió con su penetración en el culito de la joven, adentrándose cada vez más. O en verdad, tratando de hacerlo. El ojete era más estrecho de lo que creía, así que de momento, lanceaba con la punta la entrada, dejado rastros de saliva que la ayudasen. De esa manera, fue metiendo su lengua poco a poco.

La chica gemía con sonoridad y se contoneaba mientras sentía esa húmeda intrusa en su ojete. Elena notó como el ano respondía a la penetración, sufriendo pequeñas contracciones que indicaban que iba cediendo poco a poco. Sentía como su amada chillaba incapaz ya de poder contenerse. La pobre estaba al borde del orgasmo. Apiadándose de ella, decidió acabar con su agonía.

Mientras la lengua se arremolinaba dentro del ojete, presionando para entrar más, una de las manos de Elena se coló por entre las piernas de Claudia y acarició su coñito. Con diestra maestría, encontró su duro botoncito y comenzó a masajearlo entre dos dedos. El grito que pegó la joven fue estridente. Antes siquiera de poder llegar a verlo, Claudia se corrió, meneando su cuerpecito en fuertes agitaciones.

Tras esto, respiró jadeante, buscando recuperarse del gran orgasmo que su madrastra acababa de proporcionarle. Elena tenía metida su lengua dentro del ojete y la sacó, dejando un gran rastro de saliva. Besó una de las nalgas de la chica y luego, lamió su coñito, degustando el dulce néctar de los jugos recién expulsados.

—Ya está bien lubricado —dijo a continuación.

—¿Cuantos dedos vas a meterme en el culo? —preguntó, girando su cabeza. Se la veía un poco preocupada.

—Solo uno, el corazón —le informó Elena—. Con dos sería demasiado arriesgado. Podría hacerte daño.

La chica asintió tras escuchar esto y dejó que ella le lamiese su coñito, volviendo a calentarla.

—Ya estás otra vez ardiendo —dijo encantada Elena.

Con suma delicadeza, introdujo en el conducto vaginal el dedo corazón de su mano derecha. Cuando Claudia lo sintió horadando su interior, no pudo evitar gemir. Elena lo tuvo dentro un poco describiendo círculos, causando una gran tortura de placer sexual en la chica, quien se revolvía como si aquello le hiciese daño, aunque no fuera así. A la mujer le encantaba verla sufrir por el intenso gozo que le causaba. Era muy volátil en sus orgasmos y prolongar esa agonía resultaba delicioso.

—Ya está bien húmedo —dijo.

Retiró el dedo y, acto seguido, lamió la vagina de Claudia, como si le estuviera calmando el dolor de una herida recién abierta. La muchacha tembló. Estaba al borde del orgasmo.

—Prepárate.

Claudia se puso algo tensa. Al notarlo, Elena le dio otro suave beso en su culo.

—Tranquila —dijo con ternura.

Viendo que era su mami, la chica se relajó. Entonces, fue cuando Elena decidió comenzar con la penetración. El dedo fue colocado justo en la entrada y la mujer fue metiéndolo con meticuloso esmero. Claudia gimió un poco ante esto.

—¿Te duele?

Gruñó por respuesta, pero luego, negó con su cabeza. Viendo que no la estaba lastimando, la mujer siguió con su penetración. El conducto era estrecho, como cabría esperar. Más murmullos le indicaban que la chica parecía molesta, aunque al no decirle nada, prosiguió como si tal cosa. El dedo fue metiéndose cada vez más hasta que ya la mitad estaba dentro.  Claudia seguía tensa, así que Elena llevó su mano izquierda a la vagina de la chica y empezó a acariciar su clítoris. Esos suaves estímulos ayudaron a que se calmase un poco más.

—Ya falta menos —anunció la mujer.

Mientras Claudia gemía por el placer proporcionado con la masturbación vaginal, el dedo terminó de penetrar su culito. Ya estaba todo dentro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó a su hijita.

—¡Ag, no pares! —le pidió ella—. ¡Ooooh! ¡Esto es maravilloso!

Los gritos se intensificar cuando Elena decidió bombear su dedo de dentro hacia fuera. Primero lo sacaba un poco y luego, lo internaba de nuevo. Cada pequeño estoque hacía revolverse a la joven. Mientras, los diestros dedos de la mano izquierda continuaron manipulando su clítoris, matando de placer a la joven con ellos.

—     Elena, ¡no te detengas ahora!

Era la primera vez que la llamaba por su nombre. Quedó muy sorprendida y gracias a esto, se animó a acelerar las penetraciones. Un par más y Claudia se corrió.

Un fuerte grito fue emitido por la chica al tiempo que Elena notó las fuertes contracciones tanto en su ano como en su vagina. Claudia estaba orgasmando como nunca antes imaginó. La mujer quedó maravillada ante el espectáculo de ver a su hija adoptiva estallar de esa manera. Estaba impresionada.

Tras esto, la joven se desplomó, ya incapaz de sostenerse. Ella se incorporó un poco y dejó que se extendiera a lo largo del sofá. Mirándola, pudo ver como su rostro estaba oculto bajo su liso pelo rubio, dándole un toque divertido y salvaje a la vez. Notando que estaba ya cansada de tanta guerra, se coló por detrás, acostándose a su lado. La rodeó con sus brazos, haciendo que la chica se apretase más. Sus tetas se aplastaron contra la espalda de ella.

—¿Estás mejor? —preguntó Elena.

—Ahora si —respondió Claudia con un suave hilo de voz.

Ella le dio un beso en la mejilla. Era tan adorable.

Permanecieron así por un pequeño rato. Elena abrazaba por la cintura a Claudia mientras que su rostro se hundía en su pelo, el cual aspiraba con ganas. Sentía su fragancia juvenil y le encantaba. Notó como la chica se aferraba a sus brazos y los estrechaba en un nudo, como si no quisiera dejarla escapar. Esto le sorprendió.

—No quiero que te vayas —habló de forma repentina—. Pero sé que tendrás que hacerlo. Es lo prioritario para ti.

Que dijese eso, la desanimó muchísimo.

—Cariño, sabes que….

—¡Sabes que te quiero!— le interrumpió de manera fortuita.

De nuevo, su rostro apareció demacrado, al borde del llanto. Elena no estaba para más dramatismo, así que decidió besarla como única solución. Claudia, al sentir esto, no dudó en responder. Y notar la entrega de la joven mientras se besaban, le hizo replanteárselo todo. Con nadie sentía lo que sentía con esta chica. Ningún hombre, ni siquiera una mujer, le completaban tanto como esta chiquilla lo conseguía. A su lado, estaba bien, a gusto. Poder abrazarla le hacía sentir feliz. Y eso, le hizo darse cuenta de que no deseaba apartarla, sino tenerla a su lado. Cuando terminaron de besarse, lo tuvo más que claro.

—Claudia, deja de llorar —le dijo un poco nerviosa a la joven—. No voy a irme de tu lado.

Oír esto, hizo recuperar la ilusión de la chica. No dijo nada. Prefirió que Elena continuase.

—Tú eres lo mejor que me ha pasado en mi vida y apartarte, sería estúpido. —Poco a poco, se fijó en como regresaba el brillo a los azulados ojos de la muchacha—. Te quiero y no voy a dejar que te marches, ¿entendido?

Claudia se abalanzó sobre ella y se la comió a besos. La mujer trató de calmar la eufórica respuesta de la joven pero no pudo evitar dejarse llevar por esta. Se besaron con intensidad y se acariciaron hasta que el ansia que las envolvía, fue disipándose. Ya más calmadas, se sentaron, abrazándose con ternura.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Claudia—. ¿Me vengo a vivir contigo aquí o nos iremos a otro sitio?

Elena bajó su mirada llena de sorpresa ante las afirmaciones de la joven. Tan solo habían tenido sexo y ya pensaba en la residencia donde vivir como si fuesen una pareja. Tenía que pararle los pies.

—Oye, oye. Vamos a ir con un poquito más de tranquilidad, ¿vale?

Aunque un poco desilusionada, Claudia asintió, comprendiendo lo que le decía. Debía tomárselo con más calma.

Las dos mujeres permanecieron allí abrazadas, tranquilas. Elena le daba besitos en la cara y el cuello a Claudia, haciendo que la chica se riese. La mujer estaba encantada de tenerla con ella. En verdad, la quería y no deseaba que se fuese.

—Sabes —dijo de forma espontánea—. Esta ha sido la mejor sesión de sexo que he tenido en mucho tiempo.

—¡Me alegro! —exclamó muy contenta Claudia.

Notó como la chica se acurrucaba un poco más contra su cuerpo. Ella la abrazó con fuerza, como si fuera de su propiedad.

Después de todo lo ocurrido, Elena concluyó que su matrimonio no había sido tan malo. Si, su marido la engañó con muchas mujeres pero ella a cambio, se iba a tirar a su hija por bastante tiempo. No pretendía utilizar a Claudia con esa intención. Si iba a estar con ella era porque la amaba de verdad pero como si de justicia poética se tratase, tenerla para ella sola era una suerte de compensación por todo lo vivido. Y esperaba que en un futuro no muy lejano, un suplicio para ese imbécil.

—Mami, te quiero.

Eso era lo último que necesitaba escuchar. Ahora, todo estaba perfecto.

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Nota: no se si publicaré la segunda parte de "Dia de playa". Todavía le estoy dando vueltas a alguna idea buena. De momento, publicaré otro tipo de relatos. Estaos en espera.

Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.