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Incubus

en No Consentido

*Relato publicado anteriormente con otra cuenta que cerré. Lo vuelvo a publicar corregido.

Incubus

Capítulo I

El otoño se inició en el pequeño pueblo de Baso Beltz, en el norte de Navarra. Aunque las fechas ya eran muy próximas a octubre parecía que el tiempo no se había percatado del cambio de estación, siendo las temperaturas inusualmente calurosas. Cinco jóvenes amigos se arremolinaban alrededor de un banco en la plaza mayor del pueblo, cobijados por la sombra de un gran roble.

—Mañana es el gran día, ¿verdad? —dijo Gorka mirando a Miren mientras terminaba de liarse un cigarrillo.

—¿De qué hablas? —respondió ella de manera algo cortante.

—Joder tía, pues hablo de que mañana es tu cumpleaños, la benjamina del grupo por fin cumple la mayoría de edad.

Los cinco amigos habían terminado el instituto el año pasado, tenían todos ellos trabajo en el pueblo o sus alrededores a excepción de Miren, que había decidido estudiar psicología a distancia con no demasiada motivación.

—Para mí es un día como cualquier otro, además cae en jueves.

—¿Qué importa el día que sea?, ¿es que no piensas celebrarlo? —le preguntó algo sorprendido Koldo.

Koldo y Miren mantenían una relación sentimental desde los quince años. Esta había tenido altibajos y era bastante peculiar, los traumas de la chica no ayudaban en nada a la hora de tener una vida normal, por mucho que ella se esforzase.

—No tengo nada que celebrar, además, ¿qué se puede hacer en este puto pueblo?

—Podemos ir al caserío abandonado —contestó Nagore, su mejor amiga.

—Ya están las dos amigas góticas planeando Halloween antes de tiempo —añadió Ander, el quinto en discordia y novio de Nagore.

Mientras Gorka le daba dos profundas caladas al cigarro hecho con tabaco de liar, Koldo miraba fijamente a su novia intentando desentrañar sus pensamientos mientras que Nagore lanzaba una fulminante mirada de reprobación a Ander.

—Pues a mí no me parece tan mala idea —apuntó Gorka —podemos contar un par de historias de miedo y luego hacemos un akelarre orgiástico.

—¡Hombre!, ya tardaba en opinar el salido —respondió Ander aplaudiendo sarcásticamente.

—Para ti es muy fácil de decir, como vosotros dos tenéis donde meterla… —se defendió este.

—Bueno, mejor dicho tú, o…en fin, ya me callo —se autocensuró Gorka dándose cuenta al momento de la metedura de pata.

Si Miren ya hacía rato que se sentía incómoda por el tema de su cumpleaños aquel comentario terminó de asquearla, sintiéndose avergonzada y a la vez furiosa. Sabía perfectamente a lo que se refería su amigo, ella y Koldo empezaron su relación de manera animada y pasional, pero un terrible hecho sucedido en el seno de la familia de la muchacha la había convertido en una persona introvertida, incapaz de interesarse por nada y mucho menos por el sexo. La sola idea de imaginarse a los tres amiguitos contándose sus hazañas sexuales, con su novio explicando su obligado celibato, le revolvía el estómago.

—Mañana nos vamos de excusión al caserío y allí ya veremos lo que hacemos —salió al paso Nagore intentando salvar la situación.

—Lo que queráis —contestó Miren con desgana abandonando el lugar lentamente, volviendo a casa sin ni siquiera despedirse del grupo.

Los cuatro la observaron marcharse, su amiga preocupada por lo sucedido y los tres chicos sin perder de vista sus descubiertas y largas piernas. Aquel día su vestuario era especialmente curioso a la par que provocativo. Llevaba un top blanco y corto que dejaba al descubierto su ombligo y riñones, una faldita muy corta a cuadros donde convivían los diferentes tonos de granate y como calzado utilizaba unas botas militares, dándole al conjunto un toque alternativo. Desde la desgracia que le había pasado a su hermana mayor se maquillaba siempre los ojos con tonos oscuros e incluso se pintaba los labios de negro. Era su peculiar manera de expresarle al mundo su tristeza, incluso su indiferencia por las cosas mundanas de la vida. Su pelo algo corto y negro como la noche tampoco dejaban a nadie indiferente.

A pesar de ser una chica bastante flaca, con pocas curvas, su juvenil cuerpo y sus rasgos armónicos no pasaban desapercibidos en el pueblo. Eran muchas las miradas que recibía de la gente, la mayoría lascivas en cuanto a hombres se trataba. Los tres integrantes masculinos del grupo no eran una excepción, empezando por su novio, que tan solo había conseguido colarse entre sus muslos una vez en aquellos tres años de relación al principio de ésta, y terminando por el novio de su mejor amiga y Gorka el salido, que le habían dedicado más de una noche de prácticas onanistas.

Caminando lenta y con la vista siempre puesta en el suelo llegó hasta su calle. Veía al final de esta la casa familiar cuando alguien la llamó:

—Miren, ¿cómo estás?, ¿podemos hablar?

Al girar la cabeza pudo ver al sacerdote del pueblo, Fernando, con su mal aspecto habitual. No era la primera vez que la esperaba en los alrededores de su casa.

—Es importante —insistía el cura con cara de preocupación, agarrándola con cuidado del antebrazo.

La chica se soltó con fuerza de la mano que la sujetaba y acelerando el paso le gritó:

—¡¡No tengo nada que hablar con usted!!

Capítulo II

El cumpleaños transcurrió según lo previsto, con sus padres compartiendo la comida preferida de Miren junto a ella, intentando aparentar normalidad, cantando el cumpleaños feliz mientras ella soplaba las velas con hastío. Después de la comida familiar ella se retiró a su habitación con la excusa de que tenía que estudiar y no volvió a abandonarla hasta que dejó la casa.

—Adiós, puede que vuelva un poco tarde —se justificó avanzando hacia la puerta.

—¿Dónde vas a estas horas, hija?, pero si ya casi es la hora de cenar —le preguntó su madre algo descolocada.

—He quedado con la cuadrilla para celebrar mi cumpleaños.

—Diviértete hija —interrumpió su padre zanjando el tema, evitando que su esposa y ella se enzarzaran en alguna discusión absurda.

Empezaba a oscurecer cuando Miren llegó a la plaza mayor, habitual punto de encuentro de la juventud. Sus cuatro amigos la esperaban sonrientes cuando ella decidió aclarar las cosas:

—No empecéis con las felicitaciones y todas esas chorradas por favor, me doy por aludida, gracias a todos y bla bla bla.

Se quedaron todos serios ante aquella reacción pero ya empezaban a estar acostumbrados a sus salidas de tono y su carácter esquivo.

Pues nada, no te voy a felicitar —le dijo Koldo dándole un pico en la boca e intentando poner cara de comprensión.

—¿No te has cogido nada de abrigo? —le preguntó Nagore mirando nuevamente sus piernas descubiertas, tapadas tan solo por unos shorts tejanos y las habituales botas.

—Mira que empieza a refrescar y vamos a andar un rato por el bosque eh —insistió su amiga.

—Ya voy suficientemente abrigada —contestó ella alzando los brazos, dejando ver la sudadera con capucha que cubría la parte de arriba de su cuerpo.

—Déjala, que vaya como quiera —la defendió Gorka más preocupado por ganarse unas bonitas vistas que en la salud de la joven.

Olvidaron el tema y se pusieron en marcha, entrando en el bosque en dirección al caserío abandonado.

—¿Qué coño llevas en la mochila tío? —Le preguntó Koldo a su amigo Gorka.

—Los condones y los lubricantes —le contestó este divertido, de manera desenfadada.

Siguieron andando unos veinte minutos hasta que vislumbraron el caserío entre los árboles y la maleza, este seguía entero pero en peor estado que la última vez que lo visitaron.

—Joder, cada día es más tétrico —dijo Ander mientras se frotaba los brazos por encima del sweater, notando la notable diferencia de temperatura entre la noche y el día.

Entraron por el agujero que desde hacía tiempo no tenía puerta y rápidamente Gorka puso en pie una mesa que estaba apoyada contra la pared, llena de hollín y telarañas. Los tres chicos buscaron entre los escombros del abandonado lugar hasta encontrar cinco sillas o muebles que pudieran hacer la función de estas.

—Ya pueden sentarse, damas —informó teatralmente Gorka.

—Parece mentira que aún encontremos cosas que no se hayan llevado de este sitio —dijo Koldo observando las cinco improvisadas sillas y a su alrededor.

—Ya sabes lo que dicen, da mala suerte llevarte cosas de los sitios abandonados —contestó Nagore mirando con cierto miedo en todas direcciones.

Mientras se acomodaban todos, Gorka sacó de la mochila una gran vela y la encendió con su mechero colocándola en el centro de la mesa. Acto seguido sacó también una botella de calimocho y cinco vasos de plástico para cada uno de ellos, diciendo:

—Serviros amigos míos, hoy es un día de celebración.

Miren obedeció, llenándose el vaso mientras hacía cara de aborrecer a su amigo.

—¿Así que eso es lo que escondías?, ¿la priva y una vela? —le preguntó Koldo sorprendido por aquel despliegue de efectivos.

—La bebida y esto —contestó él mientras abriendo al máximo la mochila dejaba caer sobre la mesa lo que claramente era una tabla ouija.

Todos miraron aquello con estupor excepto Miren, sus sentimientos iban mucho más allá de la sorpresa, un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

—Joder qué cabrón que eres, ¿quieres jugar a la niña del exorcista? —le recriminó divertido Ander, cogiendo la tabla para observarla de cerca.

—Ya somos mayorcitos para estas chorradas, ¿no?, ¿vamos a jugar a mover el circulito satánico por las letritas a ver que nos dicen? —le siguió Koldo.

—Bueno, nos tendremos que conformar con este vaso de chupito porque el simbolito ese no lo he encontrado por ninguna parte —se justificó Gorka.

Mientras los comentarios jocosos siguieron Miren notó como sus pulsaciones aumentaban, siéndole cada vez más difícil respirar, petrificada por el miedo. Sus amigos continuaron divirtiéndose un rato más hasta que su novio se dio cuenta del estado en el que se encontraba.

—Cariño, ¿qué te pasa?

En un ataque de ira ella le dio un manotazo al vaso lleno de calimocho y salió rápidamente por la puerta mientras gritaba:

—¡Idos a la mierda panda de gilipollas!

Mientras la muchacha intentaba recuperar el control apoyada en un árbol en las afueras del caserío su mejor amiga salió corriendo detrás para intentar ayudarla.

—¿Pero ahora qué coño he hecho? —preguntó Gorka realmente sorprendido.

Ander miró a su amigo igualmente sorprendido mientras que Koldo decía:

—Supongo que le ha recordado toda la historia de su hermana.

Gorka se frotó pensativo la barba de hípster y respondió:

—¿Su hermana?, ¿qué pasa con su hermana?, ¿no cayó en manos de una secta?

—Yo también había oído esa historia —añadió Ander.

—Sí, esa es la versión oficial, la verdad es que ni yo mismo tengo puta idea de que pasó con Gaila, no creo que lo sepa ni su propia familia.

Los tres amigos siguieron comentando que podía haberle pasado a Miren mientras que su amiga Nagore la abrazaba por detrás tranquilizándola:

—Ya está Miren, ya está, no pasa nada, no hagas caso de estos imbéciles.

Ella recuperó la respiración poco a poco, con esfuerzo. El tono suave y cariñoso de su amiga le ayudaron a relajarse, notar su contacto la hacía sentir segura. Cuando consiguió serenarse del todo Nagore añadió:

—No, si al final casi era mejor la propuesta de la orgía.

Ambas estallaron a carcajadas, riéndose sin parar después de tanta tensión.

—Ahora volvemos a entrar, le decimos a Gorka que se meta la tabla por el culo, nos tomamos unas copas y para casa —continuó ella bordando el trabajo de amiga-psicóloga.

Mucho más animada, incluso sonriente, Miren respondió:

—No pasa nada tía, me he puesto nerviosa eso es todo, déjalos que jueguen a los espíritus si les hace ilusión.

Nagore miró fijamente los ojos marrones de su amiga, secó cuidadosamente con su dedo lo que era el inicio de una lágrima y sentenció:

—¿Estás segura?, piensa que con lo cerdo que es quizás hasta le hacemos un favor dejando que se sodomice.

Una nueva carcajada resonó por todo el bosque antes de que las dos amigas entraran nuevamente al caserío. Se aposentaron en sus sitios ante la expectante mirada de los tres chicos.  Koldo preguntó:

—¿Estás bien?

—Sí, —mintió ella —es solo que me debe haber venido la regla.

—Miren yo… —intentó justificarse Gorka antes de que lo cortara.

—Venga, juguemos un rato, quizás hasta pueda hablar con alguna bisabuela o algo así.

Ander rellenó los vasos de todos antes de ponerse manos a la obra, intentando romper nuevamente el hielo. Finalmente los cinco amigos colocaron sus dedos encima de aquel improvisado vaso de chupito, esperando las instrucciones del maestro de ceremonias.

—¿Hay alguien allí? —preguntó Gorka con voz solemne—. Si hay alguien en esta casa, ¡manifiéstate!

El grupo de amigos miró fijamente aquel pedazo de cristal, esperando cualquier intento de broma de alguno de los integrantes más gamberros, pero este permanecía absolutamente quieto.

—Repito, si hay alguna presencia, comunícate con nosotros.

Estaban todos a punto de retirar su dedo índice del vaso cuando Gorka siguió:

—¡Esperad chicos!, me ha parecido oír algo.

Aguardaron todos en absoluto silencio cuando el ruido de una sonora ventosidad rompió aquel tétrico ambiente. El barbudo autor de dicho gas se delató rápidamente con una maliciosa risa.

—¡Eres un puto cerdo! —le gritó intentando no reírse Nagore ante las carcajadas del resto de chicos, incluso Miren pareció sonreír ante el socarrón humor de su amigo.

—De ultratumba no sé, pero que ha salido de muy adentro eso os lo aseguro —continuó él ante las risotadas de todos.

El jolgorio duró un buen rato hasta que la homenajeada preguntó:

—Bueno, ¿hemos terminado con la bromita?

—No, no, un último intento serio y nos vamos a dar una vuelta por el bosque —se aventuró a contestar Gorka.

Poco a poco se fueron serenando mientras que volvían a apretar el vaso.

—¿Hay alguien allí? —repitió la pregunta el maestro de ceremonias conteniendo la risa con dificultad.

Esperaron un tiempo prudencial y justo cuando estaban a punto de desistir el pedazo de cristal pareció moverse un poco.

—¡¿Lo habéis visto?! —preguntó Ander con voz de alucine.

—Dejad de hacer los niñatos chicos —les recriminó Nagore.

—Espera, espera, que os juro que yo no he hecho nada —intervino Koldo.

—Dejadme preguntar otra vez, ¿hay alguien allí? —insistió Gorka.

Al momento los cinco pudieron notar como el vaso se movía decididamente hasta la casilla del .

—¡Joder!, ¡esto no me hace ni puta gracia! —gritó Nagore realmente asustada.

—Shhh, tranquilos chicos, que no tiene porqué ser malo —Intentó tranquilizarla Gorka mientras seguía con las preguntas.

—Ente que intentas comunicarte con nosotros, ¿eres de este mundo?

Ante el asombro de la pandilla el vaso fue lentamente desviándose hasta el NO. Miren volvió a sudar de puro terror, mientras todos sentían una emoción difícilmente descriptible ella solo sentía las imperiosas ganas de irse de aquel lugar lo antes posible.

—Espíritu de otro mundo, ¿tienes algo que contarnos? —avanzó Gorka con el interrogatorio.

La casilla del volvió a marcarse en aquella espeluznante tabla.

—¡Yo me piro a casa! —afirmó Nagore casi histérica.

—No, no, no, ni se os ocurra, es peligroso dejar estas cosas a medias —explicó Ander muy serio.

—Danos tu mensaje —ordenó Gorka.

Desde el comienzo de aquel macabro juego  Miren sentía pánico, frío, palpitaciones, incluso le parecía oír voces probablemente fruto de la sugestión. Casi hipnotizada observó como aquella presencia se movía letra a letra.

MIREN, fue la primera palabra que completó, recitada letra a letra por los tres chicos. Siguieron enunciando cada vocablo que el vaso construía decididamente hasta llegar a la frase:

MIREN DEBES FOLLARTE A TU NOVIO

Cuando Ander y Gorka recitaron la frase al unísono enseguida se dio cuenta de la pesaba broma de la que estaba siendo víctima y miró a Koldo con ojos de auténtico odio mientras él intentó justificarse nervioso:

—Te juro que no he tenido nada que ver con esta soplapollez.

Nuevamente las risas delataron a Gorka y a Ander como autores de aquella broma de mal gusto, pensó en darles un puñetazo a cada uno por aquella humillación cuando una voz hizo que todos dieran un bote de sus asientos:

—¡No debéis jugar con estas cosas! —gritó desde la entrada el cura del pueblo, realmente enojado.

Miren aprovechó aquel momento de susto y confusión para salir a toda prisa del caserío, seguida de cerca por su novio que estaba tan o más enfadado que ella. Nagore se dedicó a atravesar a los dos amigos con la mirada mientras estos no podían parar de reír.

—Oye cucaracha, ¿no tienes algún niño del que abusar? —le increpó Gorka entre risas a Fernando, el religioso.

—Vete a darle la brasa a otros —añadió Ander más serio, consciente de que aquella broma le iba a costar varios días de enfado con su novia, siempre tan protectora con su mejor amiga.

Lejos de intimidarse el sacerdote gritó con todas sus fuerzas:

—¡¡Inconscientes!!, ¡¡no tenéis ni idea de lo que hacéis, niñatos!!

Capítulo III

Después del disgusto de la noche anterior Miren apenas consiguió pegar ojo. No podía olvidar el miedo pasado ni la vergüenza. Lo último que le apetecía era hablar con su novio, al que había conseguido dar esquinazo en el oscuro y frondoso bosque mientras corría en dirección a su casa. Una vez se sintió a buen recaudo lo primero que hizo fue apagar el móvil, aislándose lo máximo posible de aquel “pueblo de mierda”.

Al día siguiente decidió seguir con su silencio, enclaustrada entre las cuatro paredes de su habitación. Los cuatro amigos intentaron hablar con ella mediante su móvil, pero éste seguía apagado y ni el trabajo ni la vergüenza les permitió personarse en su casa. Eran las dos de la tarde cuando haciendo malabarismos para coincidir sus horarios Gorka, Ander y Koldo quedaron en una tasca del pueblo para comer juntos.

—Que mal rollo lo de ayer noche —se pronunciaba Ander hablando con la boca llena, degustando un plato combinado de huevos fritos con chistorra.

—Joder, pero si solo era una broma —se justificaba Gorka intentando quitarle hierro al asunto.

—Sois un par de cabrones coño, a mí de momento ni me habla, no sé cómo coño voy a solucionar todo esto, para qué os cuento nada joder —se lamentaba Koldo.

—Tío, era una puta broma, además no es mi culpa si es un poco rarita. Como si el sexo fuera malo, tendría que estar prohibido estar buena y no utilizar tu cuerpo.

Koldo miró a su amigo con un desprecio infinito, eligiendo el insulto perfecto cuando lejos de retractarse éste siguió con su argumento:

—¡No me mires así hostias! No sé cómo puedes aguantar tres años con una tía sin follar.

—Prefiero eso que tener que matarme a pajas —contestó el aludido al borde de la pérdida de control.

—¿Ah sí?, pues yo no, he follado más en mi vida sin tener nunca novia formal que tú teniendo la relación más duradera de todo el puto pueblo. Además yo cuando empiezo una paja la termino, no me quedo con las ganas.

El furioso rostro de Koldo delataba las ganas que tenía de clavarle un tenedor en el ojo al bocazas de su amigo cuando Ander decidió intervenir para suavizar las cosas:

—¡Vale, coño, vale!, tranquilitos todos, además, las gallinas no cuentan como relaciones sexuales —le dijo a Gorka guiñándole el ojo.

Éste pareció sonreír ante las habituales bromas de su amigo cuando Ander siguió:

—No nos peleemos por una chica, ya sabéis como va esto, las tías van y vienen, los que luego recogemos los trocitos cuando nos parten el corazón somos los colegas.

Con su filosofía barata y machista consiguió suavizar las cosas, haciendo que sus dos amigos rebajaran el tono y siguieran comiendo con normalidad.

—Por cierto, ¿el puto cura cada día está más loco, no? —afirmó Gorka después de darle un largo trago a su cerveza.

—Si yo os contara, lo que le hizo a la hermana de Miren no tiene nombre.

—¿Qué le hizo?, preguntó Ander realmente curioso después de aquella frase.

—No lo sé muy bien, hizo que se volviera loca, la pobre sigue ingresada en aquel psiquiátrico de Pamplona, y por lo poco que sé, me parece que va a estar allí mucho tiempo.

—Joder, pues es una lástima, Gaila también estaba buena —afirmó Gorka justo después de terminarse la cerveza.

Capítulo IV

Llegó la noche del viernes y los padres de Miren se despidieron de ella:

—¿Seguro que estarás bien hija?, llevas todo el día muy rara.

—Sí mamá —contestó ella con paciencia.

—¿Seguro que no quieres venir?, hace mucho que no ves a tu hermana.

—Déjala mujer, ya irá cuando le apetezca —intervino como siempre el padre.

Su esposa le dedicó una larga mirada para que se diera cuenta de que nunca la apoyaba, que debía dejar de proteger siempre a su hija pequeña mientras añadió:

—Bueno, ya sabes el hotel de Pamplona donde nos quedamos, volveremos el domingo por la tarde.

—Vale —fue la única respuesta que recibieron de la hija.

La madre le dio un afectuoso beso en la mejilla y finalmente se fue sin parar de dar instrucciones sobre la casa hasta el mismo momento de salir por la puerta. Cuando ésta se cerró sintió por fin la calma que tanto necesitaba. Decidió que aquella noche no le apetecía cenar, así que simplemente se hizo un paquete de palomitas en el microondas y se acomodó en el sofá a ver la televisión. Su móvil seguía apagado, a esas alturas ya no sabía si seguía enfadada o simplemente le daba pereza leer la multitud de mensajes que imaginaba que habría en el aparato. La única que le daba un poco de pena era Nagore, estaba segura que ella no había tenido la culpa de nada.

La climatología seguía sin cambiar durante el día, con bastante más calor del habitual en aquella zona pero por la noche refrescaba sobre todo debido al viento. Miren oía los porticones de madera golpear contra la ventana, odiaba ese ruido, siempre le había inquietado. Terminó con su atracón de palomitas y siguió atenta a la comedia romántica que daban por televisión, pensó que solo le faltaba una enorme tarrina de helado de chocolate para convertirse en un auténtico cliché. De repente sintió frío, el pijama de manga corta y pantaloncito ya no era suficiente para andar por casa, pero por otro lado no solo notaba un descenso de la temperatura, también viento. Revisó todas las ventanas de la planta baja de su casa comprobando que estuvieran cerradas, vio que así era y volvió a aposentarse en el sofá. El aire helado volvió a hacer presencia en el salón y extrañada decidió subir al piso de arriba, yendo directa a su habitación para taparse con un jersey.

Cuando se lo puso volvió a notar, esta vez en su cuarto, aquella extraña brisa, acompañada esta vez por lo que le pareció ser un susurro.

Miiiireeeeeen, creyó oír. Se quedó paralizada, convenciéndose de que había sido fruto de su imaginación, probablemente sugestionada aún por el jueguecito de la noche anterior en el caserío abandonado. Consiguió sacarse aquella extraña idea de la cabeza cuando volvió a oír aquella susurrante voz, acompañada esta vez del fuerte repicar de la ventana de su habitación.

Miiiiiireeeeeeeeeennnnn. Rápidamente se lanzó sobre la cama y se tapó hasta las orejas, buscando un lugar que la hiciera sentirse segura. Sintió nuevamente la calma y pensó:

Muy bien Miren, ahora ya estás segura protegida por tu sábana antibalas. Burlarse de sí misma le sirvió para serenarse, para volverse a convencer de que todo aquello tan solo era una casualidad, algún ruido que simplemente su cerebro había decidido interpretar de la manera más espeluznante posible. Recordó que tanto las luces del salón como del televisor seguían encendidas en el piso de abajo pero prefirió esperarse hasta terminar de serenarse. Cogió el mando a distancia de la minicadena de música que por suerte estaba en su mesita de noche y se puso su disco favorito, aquellas canciones siempre hacían que se pusiera de buen humor.

El trabajo de pedagogía que estaba ejerciendo sobre sí misma estaba funcionado, casi volvía a sentirse segura cuando las luces de la habitación parpadearon varias veces hasta apagarse por completo, haciendo que se asustara de nuevo.

Tranquila Miren, son solo los plomos, siempre pasa.

Intentó reunir el valor para volver al piso de abajo y arreglar el tema, pero se sintió incapaz, ni siquiera tenía una linterna a mano para ayudarse con la luz. Su respiración volvía a acelerarse como si estuviera a punto de tener un ataque de pánico, entonces aquel viento, aquellos susurros, volvieron a escena.

Miiiiireeeeeen, Miiiiiiiiiireeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen.

Esta vez nada podía convencerla de no estar oyendo su nombre, tuvo claro que todo aquello no era normal y sintió ganas de llorar y gritar a la vez. Se tapó hasta más arriba de la cabeza, cubriéndose por completo y diciendo en voz baja “no pasa nada, no pasa nada”, como si de un mantra se tratara. De repente, con una fuerza descomunal la sábana fue arrancada con violencia de la cama y se estampó contra el techo, quedándose incrustada en él por una fuerza inexplicable. Aquella misma energía atacó el cuerpo de Miren, estirándola por completo en el colchón, sintiendo que no tenía control sobre este aun luchando con todas sus fuerzas. Gritó  sin parar mientras combatía con aquella fuerza invisible que seguía presionándola contra la cama y poco a poco le abría las piernas.

—¡¡Nooo!!, ¡¡nooooooo!!, ¡¡ayudaaaaa!!, ¡ayuda por favor!

Completamente inmóvil pudo notar claramente como una presencia se posaba encima, abriéndole aún más las piernas y notando como si unas garras le acariciaran los muslos con suavidad.

—¡¡Arrrghhhhhhhh!!, ¡¡noooooooooooooo!!

Gritaba y lloraba de puro terror mientras que aquella fuerza inexplicable seguía acariciándole el cuerpo, primero los muslos para acto seguido recorrer sus pequeños pechos por encima del pijama y el jersey.

Miiiiireeeeeeeeeeen, oía mientras sentía su cuerpo lentamente ultrajado. Miiiireeeeeeeen. Podía notar como si unas uñas invisibles se pasearan con total libertar por encima de su sexo, protegido tan solo por la fina tela del pantalón del pijama.

—¡¡Basta!!, ¡¡basta por favor!!, ¡por favor!

Aquel ser demoníaco siguió jugando unos segundos con el cuerpo de la inocente muchacha hasta que finalmente, en tan solo un segundo, desapareció, encendiéndose la luz de la casa y cayendo del techo la sábana de su cama, volviendo todo a la normalidad. Absolutamente histérica cogió temblorosa el teléfono móvil y lo encendió, pareciéndole que el aparato tardaba horas en reiniciarse. Sin mirar ninguno de los mensajes que entraban sin cesar marcó como pudo la extensión rápida de su amiga Nagore.

—¿Sí?, ¿Miren?, ¿pasa algo, qué hora es?

—¡Por favor tienes que venir a mi casa, tía ven corriendo, corre!

—Joder Miren no me asustes, ¿qué te pasa?

—Nagore ven te lo suplico, ¡¡te lo suplico!!

—Vale, vale, me visto enseguida y voy.

Capítulo V

Miren le contó a su amiga con pelos y señales lo que había sentido sola en aquella casa. Estaba muy nerviosa, se atropellaba al hablar haciendo que el relato fuera casi ininteligible. El miedo también se apoderó de Nagore, que solo pudo abrazarla e intentar tranquilizarla. Un par de horas después las dos chicas durmieron en la cama de la anfitriona, muy juntitas para sentirse protegidas. La invitada pensó que nunca había visto a Miren tan asustada, ni siquiera con aquellos pequeños ataques de pánico con los que le sorprendía de vez en cuando. Se convenció a sí misma de que toda aquella historia era fruto de la sugestión, pero no tuvo el coraje suficiente para confesárselo. Su función era muy simple, hacerle compañía y apoyarla.

Se levantaron tarde, a eso de las once de la mañana, la noche había sido muy larga.

—Guapa, ¿seguro que estás bien?, ¿No te importa que me vaya a ayudar a mi padre?

Los padres de Nagore tenían un pequeño supermercado donde el fin de semana solía echar una mano, sobre todo haciendo inventario.

—Vete tranquila, no sé qué me ha pasado esta noche, muchas gracias por venir.

La luz del día hacía que Miren lo recordase todo con más confusión, quizás tan solo había sido una pesadilla, o alucinaciones por el trauma que hacía años que arrastraba, aunque algo dentro de ella le decía que todo aquello no era normal.

—¿Estás segura?

—¡Qué sí plasta! —le contestó su amiga sonriendo, demostrando que tenía la situación bajo control.

—Vale, me voy al super, pero esta noche vendré a dormir contigo digas lo que digas. A no ser que te reconcilies con Koldo y quieras pasar la noche con él —le dijo guiñándole un ojo.

—Bueno, ya veremos —respondió sin ganas de hablar del tema.

Sobre la una el padre Fernando abrió el gran portal de su iglesia, salió tranquilamente vestido con el clériman y mientras bajaba las escaleras sacó del bolsillo un paquete de tabaco. Como si fuera un ritual cogió un cigarrillo con los labios, lo encendió con una cerilla y le dio una profunda calada, relajándose mientras observaba las escasas nubes que decoraban el cielo.

—¿No es pecado fumar, padre? —le preguntó Miren desde su posición, sentada tras él en la esquina de las escaleras de la iglesia, sorprendiendo al cura que no había reparado en su presencia. Rápidamente se giró para ver de dónde salía aquella pregunta, dio una segunda calada y contestó:

—Me parece que Dios tiene mayores problemas que fijarse en este pobre siervo y sus pequeños vicios.

Su rostro mostraba cansancio, con profundas ojeras y barba de varios días, pero también confianza e incluso ternura. Se sentó al lado de Miren, sorprendido por aquella pequeña emboscada. Por mucho que observaba a la chica, vestida nuevamente con una cortísima falda negra como su cabello y un top a juego, con las piernas juntas para no mostrar una parte indecorosa de su anatomía, juntando las suelas de sus queridas botas militares, se sentía incapaz de averiguar que pasaba por aquella compleja mente.

—Dime, ¿qué te trae por aquí? —le preguntó el sacerdote.

—Nada.

—¿Nada?, ¿sueles venir por aquí y sentarte a meditar en la escalera de mi iglesia?

—Pensaba que la iglesia era de todos —respondió la muchacha, fiel a su carácter hosco.

El cura siguió fumando contemplativo, sabía que aquella indefensa chica necesitaba contarle algo, pero también que cualquier paso en falso la cerraría en banda.

—Llevo tiempo intentando hablar contigo, pero nunca me has dado la oportunidad.

La muchacha ni se inmutó ante aquella afirmación, simplemente siguió allí sentada, con la vista clavada en los escalones. Pasaron varios largos minutos hasta que por fin reaccionó:

—Quizás es por lo que pasó con mi hermana.

El padre Fernando sabía perfectamente lo que opinaban de él tanto ella como su familia, había tenido que vivir tres largos años con aquella carga, con aquella injusticia.

—Lo creas o no yo intenté ayudar a Gaila, es una chica estupenda.

Miren notó de nuevo como su boca apretaba fuertemente sus músculos haciendo rechinar sus dientes antes de decir:

—Mi hermana estaba perfectamente hasta que se topó con usted y con aquella puta secta. Ahora es prácticamente un vegetal.

El sacerdote intentó controlarse, se levantó pensando que entrar en movimiento le ayudaría a no explotar, diciéndose una y otra vez que aquella era una oportunidad única. Moderando el tono con gran esfuerzo objetó:

—¿De verdad crees que yo o una secta de la que nadie sabe nada en todo Navarra, un grupo de personas a los que jamás nadie ha visto somos los responsables de lo que le pasó a tu hermana?

El padre Fernando se dirigió hasta la entrada de su iglesia y antes de atravesarla añadió:

—Si quieres saber la verdad sígueme.

Miren se quedó sorprendida con aquella reacción, ni siquiera recordaba la última vez que había estado allí, probablemente fue en su primera comunión. Dudó unos segundos pero finalmente pensó que no tenía nada que perder. Siguió sus pasos, entró por el enorme portón y observó que el cura la esperaba cerca del altar, al lado de otra puerta esta vez en el interior. Avanzó lentamente hasta allí, la oscuridad del sitio y aquellos viejos bancos de madera no le daban ninguna serenidad, nunca había notado ningún tipo de calma en los lugares santos, su ateísmo se lo impedía. Cuando alcanzó al sacerdote éste abrió la puerta, entró en lo que parecía un pequeño despacho y con un gesto la invitó a pasar. Le señaló la silla delante del escritorio dónde esperaba que la chica se sentara y cuando obedeció hizo él lo mismo sentándose al otro lado de la mesa.

—¿Qué hacemos aquí?

El cura abrió un cajón del escritorio y empezó a remover papeles buscando algo.

—Quiero enseñarte algo, eres lo suficientemente mayor para entenderlo.

Siguió buscando hasta que por fin sacó un dosier y se lo entregó a la joven.

—¿Qué es esto?

—Esto es el informe médico de tu hermana Gaila, tus padres no quisieron ni leérselo y finalmente convencí a la enfermera para que me lo entregara.

—¡¿Por qué coño voy a leerme yo esta mierda?! —alzó la voz la chica, indignada y haciendo un ademán de irse.

—Léelo por favor, necesito que lo hagas.

Miren tuvo que concentrarse nuevamente en su respiración, serenarse, luchar por no caer en otro ataque de pánico mientras el padre Fernando insistió:

—Por favor, solo te pido esto.

La frágil chica ojeó aquellas páginas, aunque no eran demasiadas la aterrorizaron desde el primer momento, quedándose tan solo con algunas frases sueltas del informe.

  • Magulladuras en muñecas y tobillos.
  • Arañazos provocados por las garras de algún animal.
  • Heridas vaginales tanto internas como externas, profundo desgarro.
  • Se ha encontrado esperma de múltiples individuos, incluso de animales en el interior.
  • Embarazada, feto con severas malformaciones.

Mientras que Miren estaba prácticamente en shock por lo que estaba leyendo el sacerdote le preguntó:

—¿Y ahora?, ¿crees que yo tuve algo que ver con esto?, ¿qué alguna secta invisible fue capaz de actuar de esta manera en un pueblo tan pequeño como el nuestro sin que nadie viera ni notara nada?

La chica estaba más confusa que nunca, inmóvil ante aquel macabro informe médico. El padre Fernando decidió darle tiempo para que asimilara la información, sin agobiarla.

—Entonces, ¿cuál es su teoría, padre?

Estaban en un momento crucial, el cura sabía que seguramente lo iba a tomar por loco como tanta gente del pueblo, pero ante una pregunta tan directa fue incapaz de no decir la verdad.

—Verás, antes de convertirme en un cura de pueblo estuve en el Vaticano. Siendo muy joven me convertí en uno de los ayudantes del padre Balducci, uno de los pocos demonólogos y exorcistas autorizados por la iglesia. Viajábamos a todas partes intentando ayudar a familias, personas que no sabían que les estaba pasando. Las cosas que he visto…nunca podrías imaginarlo. Por mucho que estudiemos algunos fenómenos, aunque leamos todo lo escrito sobre el tema y nos esforcemos en cuerpo y alma, la pura verdad es que es poco lo que sabemos del maligno y sus esbirros. Pero algo tuve muy claro desde el primer día que pisé este pueblo, sin duda este sitio es un lugar especial, una localidad especialmente expuesta a fuerzas que no puedes comprender.

Miren no salía de su asombro pero su experiencia nocturna, el terror que había sentido le hacía tener la mente más abierta de lo habitual.

—¿Me está diciendo que mi hermana estaba poseída, esa es su teoría otra vez?

—No, Gaila nunca estuvo poseída, lo que digo es que fue víctima de una obsesión diabólica. Ningún demonio se apropió de su cuerpo, pero sufrió terribles ataques.

—¿Entonces?, ¿Satanás atacó a mi hermana que ni siquiera era creyente, como si se tratase de una santa o algo así?

El religioso se frotó sus cansados ojos, buscando la manera más adecuada de enfocar todo aquello.

—Satanás no, un íncubo. Un demonio que fornica con mujeres y les roba la energía. Lo sé, hay muchas cosas escritas sobre estos temas, pero no todas son ciertas o están demostradas.

—Más bien ninguna lo está —replicó Miren.

—Vale, no estamos hablando de ciencia, pero yo sé lo que han visto mis ojos, y si miras el informe que te he pasado, tú misma verás que hay cosas que no cuadran. Es más, si has venido a verme me atrevería a decir que no ha sido una casualidad.

—Mire padre, no he venido aquí a ofenderle, pero lo que le pasó a mi hermana no tiene nada de paranormal. En este mismo pueblo se han encontrado restos de misas negras, no son leyendas todo el mundo lo sabe. Incluso se tuvo que poner un vigilante nocturno en el cementerio por la cantidad de profanaciones que había. ¿No sería más lógico pensar que cayó en las manos de algún desalmado?, incluso, aunque me duela reconocerlo, ¿que no estaba muy bien de la cabeza? De hecho —miren volvió a mirar al suelo apesadumbrada —creo que yo también estoy teniendo alucinaciones últimamente.

—¿Lo ves?, ¡sabía que tú también notabas algo! —afirmó el cura.

—Claro, ¿entonces simplemente es que un demonio quiere follarme?, ¿y por qué a nosotras?

El sacerdote se sintió incómodo ante el vocabulario de la joven y ella misma se arrepintió de haberse expresado en esos términos.

—Miren, no tengo todas las respuestas, de hecho no tengo casi ninguna. ¿Por qué tu familia?, ¿por qué este pueblo? ¡No lo sé!, pero nunca debéis jugar con fuerzas que no entendéis, la tabla ouija puede ser una estupidez, pero también puede ser tomada como una invitación.

—Padre, me está asustando, esta mierda de pueblo y sus creencias, ayer pensé que iba a morirme de miedo.

—¿Qué te pasó?

—No quiero hablar del tema, noté algo, creo que me estoy volviendo loca. Si tiene algún consejo démelo o olvidemos el tema.

El sacerdote se apoltronó en la silla meditabundo.

—Los íncubos suelen ser demonios cobardes, no se manifiestan si hay más personas en la misma sala, tampoco de día. Hoy asegúrate de no dormir sola, mañana a primera hora iré y bendeciré todas las paredes de tu casa. Antes debo pedir permiso verbal para hacerlo al Vaticano y también enviar uno por escrito para que me dejen practicar el rito romano en el interior de la vivienda. En lenguaje que puedas entender es algo así como exorcizar una casa en vez de a una persona. Espero recibir el permiso pronto y lo haremos uno de los fines de semana que tus padres visitan a Gaila al hospital, mientras tanto te propongo que seamos discretos.

—No se preocupe padre, no me apetece mucho ir contando por allí que un demonio se muere por mis huesos.

—¿Estarás bien?

—Sí, pero, ¿puedo hacerle una última pregunta?

—Por supuesto.

—¿Qué pasó con mi hermana?

—Que llegué tarde.

Capítulo VI

—¿Sí? —contestó Koldo la llamada de su novia entre sorprendido y contento.

—Hola —dijo ella sin añadir nada más.

—Hola, ya era hora de que volvieras a hablarme, te juro que yo no tuve nada que…

—Lo sé —le interrumpió ella.

—Me gustaría que pasaras la noche conmigo si te viene bien, quiero estar contigo.

Aquella afirmación era probablemente lo más bonito que Miren le había dicho a su novio en los últimos meses.

—Claro, ahora mismo iré para allá.

La compleja muchacha colgó sin despedirle, poco a poco estaba cambiando, pero no iba a ser de la noche al día.

—¿Era tu amorcito? —le preguntó Gorka burlón mientras le pasaba un porro a Ander, estando los tres en casa éste.

—Que os jodan, tengo que irme.

Koldo se fue sin dar más explicaciones, lo último que alcanzó a oír fue a su amigo siguiendo con la broma.

—Que tengas un feliz no polvo, jajajaj.

Sobre las nueve el chico llegó a casa de su novia, en cuanto ella le abrió la puerta no pudo retirar la vista de su bonito cuerpo, resaltado por su minúscula faldita negra y la camiseta de tirantes ajustada donde se marcaban sus pequeños senos. Sorprendentemente Miren se lanzó sobre él y lo apretujó entre sus brazos con fuerza.

—Gracias por venir.

—Cariño, ¿estás bien?

Ella le agarró de la mano y llevándolo al sofá del comedor contestó de manera desenfadada:

—Estoy bien, es solo que no me gusta estar tantas horas sin hablar contigo. ¿Has cenado algo?

—Sí. Más o menos, nos hemos preparado unos bocadillos en casa de Ander, no tengo hambre de momento, ¿y tú?

—Claro —mintió ella.

Se acomodaron los dos en los cómodos cojines del sofá mientras ponían la tele.

—¡Eyes Wide Shut!, adoro esta peli, ¿la podemos ver? —preguntó Koldo emocionado.

—Lo que tú quieras —contestó ella complaciente.

Viendo la escena en la que una joven y preciosa Nicole Kidman se pone unos pendientes estando completamente desnuda, mirándose en el espejo, Koldo empezó a sentir excitación. Miren se agarraba con las dos manos en el brazo de él, dejándole la mano libre para que éste pudiera acariciarle su desprotegida pierna, lenta y sensualmente. Recorriendo su muslo desnudo decidió acercar sus labios a los de ella, besándola lentamente para terminar en un buen morreo. Mientras las lenguas de ambos se entrelazaban juguetonas la mano del chico siguió subiendo, colándose dentro de la escasa tela de la falda y llegando hasta sus finas braguitas, pudiendo acariciar su sexo por encima.

Miren no se quejaba, seguía besándole como hacía tiempo que no lo hacía, permitiéndole aquel contacto mientras él se animaba aún más con los tocamientos.

—Joder Miren como me pones tía —le susurraba mientras que una mano seguía encima de sus partes y la otra atacaba sus pechos, moviéndolos de manera circular por encima de la ropa.

El bulto de Koldo había crecido hasta el punto de estar incómodo aprisionado entre tanta ropa, patosamente sin dejar de besar ni sobar a su novia se quitó las deportivas y el pantalón, pensando que la espera por fin había valido la pena, recordando la primera y única vez que estuvieron juntos. Sin embargo ella se volvió a sentir incómoda, notando que todo estaba yendo demasiado rápido y que quizás no estaba aún preparada.

—Afloja campeón —le dijo a su novio bajando la intensidad de los besos y frenando cariñosamente sus caricias.

Para entonces el muchacho ya estaba demasiado caliente y lejos de hacerle caso se quitó también los calzoncillos mostrando una gran erección.

—Vamos Miren cariño, no pasa nada.

Siguió con los magreos cada vez más excitado pero la actitud de la chica seguía siendo negativa, separando incluso su cuerpo del de él.

—Joder siempre igual, ¿no ves lo cachondo que estoy?, ¡no me puedes dejar así!

La joven se dio cuenta que había llegado demasiado lejos, que hacía rato que el punto de no retorno quedaba atrás, mordisqueó sensualmente el cuello de su hombre y mientras le agarraba el miembro con su pequeña mano le dijo:

—Te puedo terminar de otra manera.

Pensó que aquello lo solucionaría todo, en parte creía que se lo debía, pero la paciencia y abstinencia de tres años del chico habían llegado a su fin. Le retiró la mano y se abalanzó sobre ella, tumbándola en el sofá y tirándose encima. Le subió la pequeña falda hasta el ombligo y clavó su erecto pene contra su sexo, con la única protección de la tela de su finísima ropa interior. Mientras que le restregaba su falo por las bragas Miren forcejeaba con él sin ningún éxito, era demasiado enclenque para poder quitárselo de encima.

—¡¿Qué coño haces?! ¡Sal de encima gilipollas!

El chico seguía magreándole como podía, evitando los empujones de la muchacha tan solo con su peso, consiguiendo incluso subirle el top para así poder manosearle los pechos por encima del sujetador.

—Estoy harto joder, somos el hazmerreír del pueblo, llevamos tres años juntos y he tenido que aguantar de todo.

Koldo se justificaba mientras seguía abusando de su novia, recordando las veces que había soñado con colarse entre sus piernas adornadas siempre con aquellas botas militares que casi se habían convertido en su fetiche. Aunque estaba entre ellas le juntó momentáneamente los muslos para poder bajarle hábilmente las bragas hasta las rodillas y una vez allí quitárselas con fuerza, desgarrándolas cuando éstas se atrancaban en la potente suela de goma de las botas. Desnudando sus partes íntimas le gustó la visión de su vagina, perfectamente rasurada, convirtiendo la mata de pelo en un sensual triangulito.

—¡Koldo déjame joder!, ¿Estás loco?

Le colocó el glande en la entrada de su sexo, inmovilizándola con bastante facilidad gracias a su superioridad física y de un fuerte empujón consiguió penetrarla hasta la mitad de su pene.

—¡Ohhh!, ¡ahhh!, ¡ahhhh!, ¡así hostias!, esto es lo que hacen las parejas normales, ¡follar!

Completamente fuera de sí la embistió aún con más fuerza mientras la sujetaba fuertemente por las muñecas, consiguiendo esta vez penetrarla hasta el fondo. La presionaba con tanta fuerza que Miren sentía un dolor insoportable, con sus riñones clavados en el sofá ejerciendo de tope.

—¡Así!, ¡así!, muévete un poco, ya verás cómo te gusta —le decía mientras la sacudía cada vez con más fuerza y velocidad.

En el momento en el que Koldo consiguió penetrarla sabía perfectamente que no podía detener aquello, sus cincuenta y dos kilos eran completamente inútiles contra el cuerpo musculado del chico, no era capaz de decantarse sobre que era peor si el dolor físico o el psicológico pero decidió no forcejear más para por lo menos recibir el menor daño posible. Incluso en una circunstancia tan terrible como esa Miren era capaz de pensar con raciocinio.

—¡Ohh, síi, que gusto cariño, así me gusta, fóllame, fóllame como una perra!

Mientras seguía metiendo y sacando su miembro de su interior consiguió también quitarle definitivamente la camiseta de tirantes y posteriormente el sujetador, ella había cambiado la fuerza por la súplica:

—Por favor déjame, tú no eres así, suéltame por favor.

Koldo la embestía con tanta fuerza ahora que notaba sus testículos chocar contra el cuerpo de la muchacha mientras le apretujaba el culo y los pechos como si de fruta fresca se tratara. Ver sus pequeños senos moverse al ritmo de las sacudidas lo excitó aún más.

—Vamos cariño no hagas un drama, te pasas el día por el pueblo provocando con esas putas minifalditas y tengo que aguantar como te miran, como se ríen de mí por ser tan pringado. Lo necesito joder, ¡lo necesito!

La agarró fuertemente por las nalgas y la penetró con más violencia, metiéndosela hasta lo más hondo de sus entrañas cuando notó que estaba a punto de correrse. Miren hizo un esfuerzo heroico por no llorar, no quería sentirse aún más débil, ni darle el placer.

—¡Ohhh, ohhh, joder síii, que buena que estás cariño, como me pones!

Justo en el último momento decidió evitarse problemas y sacar el falo de su interior, acompañando los últimos compases con su mano para terminar corriéndose encima del escote de su novia, teniendo un espectacular orgasmo.

—¡¡¡Síi, síii, síiiiiiiiii!!!, ¡¡ohhhhh!!

Miren recibió los chorros de semen sin moverse, sintiéndose completamente vencida y humillada, notando como la poca inocencia que en ella quedaba había muerto sin remedio en aquellos monstruosos quince minutos. Koldo seguía de pie exprimiendo hasta la última gota de su preciado elixir, se sentía agotado, exhausto por el esfuerzo. Pudo ver como su novia permanecía inmóvil en el sofá, embadurnada con su leche parecía estar ausente, completamente ida. De repente no podía creerse lo que acababa de hacer, cuando la excitación abandonó su cuerpo en éste entró de nuevo la conciencia, la mala conciencia en este caso. Miró a su improvisada víctima unos minutos hasta que decidió acariciarle la mejilla con ternura, intentar explicarse.

En el preciso segundo en el que la muchacha notó el contacto de Koldo en su cara lo apartó con un violentísimo manotazo, se incorporó y mirándole fijamente a los ojos con auténtico odio le gritó:

—¡Veté ahora mismo de aquí hijo de la gran puta!

Al violador le entró pánico de repente, recogió su ropa del suelo como pudo y salió de la casa semidesnudo a toda prisa, huyendo de la escena del crimen. Miren se sintió sola, más que en toda su vida.

Capítulo VII

Amaneciendo en el pueblo Miren volvía a estar en la ducha, por tercera vez intentaba arrancarse todo el sufrimiento de su piel con agua y jabón. Solo en aquellos momentos permitió que sus lágrimas se mezclaran con el agua. Se vistió con unos vaqueros de pitillo y una camiseta blanca y salió de casa, notaba que entre esas cuatro paredes le faltaba el aire. Creía pasear sin rumbo, pero su subconsciente la llevó directa a la iglesia. En frente de ésta pudo observar al padre Fernando hablando con Javier, el jefe de zona de la Policía Foral Navarra. Ambos parecían muy serios hasta que finalmente el agente le estrechó la mano al sacerdote, se metió en su 4x4 y abandonó el lugar. Decidió acercarse al cura, necesitaba hablar con alguien, no de lo sucedido, simplemente charlar.

—¿No es muy pronto para una jovencita como tú?, ¿has notado algo esta noche? —le preguntó mientras encendía un cigarro.

—Koldo ha pasado la noche conmigo, todo ha ido bien. ¿Qué hacía Javier en tu iglesia?

—Somos amigos de hace años.

—Esa no era la pregunta —insistió la suspicaz muchacha.

El cura sonrió, le fascinaba la manera de ser de su nueva amiga, su inteligencia, sabía que el ojo clínico del que siempre se había sentido orgulloso no le fallaba cuando miraba a Miren.

—Ha sido una noche movidita por lo visto, solo quería hacerme algunas preguntas.

—¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar la chica, asustada, pensando que quizás Koldo había hecho otra barbaridad.

—Han vuelto a profanar el cementerio, ha habido dos denuncias por violencia doméstica y un adolescente, el hijo de los Gorriti, ha aparecido ahorcado en el bosque, creen que se ha suicidado. No está mal para un pueblo que no llega a los mil habitantes.

Miren asimiló toda aquella información, conocía al chico solo de vista pero nunca se había imaginado que pudiera acabar así.

—¿Y el guardia del cementerio no ha podido evitar la profanación?

—Al guardia lo han encontrado dentro del mausoleo que tiene la familia Aranguren, por lo visto se había preparado un nutritivo caldo con los huesos de sus antepasados.

—¡Joder!, ¡¿pero qué coño está pasando?!

El sacerdote se acabó casi medio cigarro de una larguísima calada, lo tiró al suelo, pisoteó la colilla y respondió:

—Todo está relacionado, cuando un demonio, un ser vicioso como un íncubo merodea por la zona, acaba sacando lo peor de cada persona.

—¿Entonces toda esta gente no es consciente de lo que hace? —preguntó esperanzada la joven, intentando justificar el atroz acto de su novio.

—No funciona así, la presencia maligna solo los desinhibe, los anima a hacer lo que siempre habían querido y no se habían atrevido por miedo, miedo a las consecuencias, a Dios, a su entorno, a la sociedad, lo que sea. Los demonios son astutos pero la maldad es inherente al hombre, eso es lo que he aprendido con los años.

Nuevamente Miren se sintió decepcionada con aquella respuesta, sintió que abusaban de ella por segunda vez.

—Ayer conseguí hablar con mis superiores, no tengo permiso para hacer nada, dicen que primero tiene que venir un psiquiatra y descartar cualquier tipo de enfermedad mental. Así lo dice el protocolo y después de lo que pasó con Gaila, me va a ser muy difícil convencerles de lo contrario.

—¡¿Y que se supone que tengo que hacer yo mientras?! —preguntó casi a gritos desesperada.

El sacerdote la agarró con serenidad por el brazo intentando calmarla:

—No estés sola, reza, evita las situaciones de riesgo, puedes contar conmigo.

—¡Váyase a la mierda usted y su puta secta!, lo mismo me dijo ayer y he acabado bien jodida, ¡¿sabe?!, ¡olvídeme!

Se libró de la mano que la sujetaba y empezó a andar rápido en dirección a su casa, notando como un nuevo ataque de pánico comenzaba a hacer presencia.

—¡Miren!, ¡Miren espera!, ¡Espera por favor!

Los gritos del cura fueron inútiles, la frustrada muchacha andaba a paso ligero y no estaba dispuesta a escuchar nada ni a nadie. En menos de cinco minutos estaba frente a la puerta de su casa, intentó abrir la puerta pero le temblaban las manos de rabia y de miedo, pensó que incluso se le iban a caer cuando de repente una mano se las arrebató, era Gorka.

—¿Estás bien?, pareces histérica —le preguntó mientras acertaba con la cerradura y le abría la puerta.

—Sí, estoy bien, gracias —contestó secamente, como si cada palabra fuera un latigazo.

Entró y cuando intentó cerrar la puerta a sus espaldas la mano de Ander, que acompañaba a su amigo como de costumbre, lo evitó.

—Chica estás pálida, ¿seguro que estás bien?

Ella notó algo raro en sus miradas pero antes de poder reaccionar ambos entraron en la casa, esta vez fueron ellos los que cerraron la puerta tras de sí.

—Chicos, iros por favor, quiero estar sola —les dijo controlándose, disimulando su nerviosismo.

—Antes tenemos que asegurarnos de que te encuentras bien, ¿tienes cerveza?, nos tomamos una birra contigo y cuando veamos que se te pasa lo que coño te pase nos vamos —dijo Gorka exhibiendo una falsa sonrisa.

—¿Queréis una cerveza a estas horas?

—Nunca es mala hora para una cerveza —dijo Ander —además nosotros aún no nos hemos acostado, hemos pasado toda la noche en mi casa jugando a la consola.

—Entonces ya habéis tenido suficiente alcohol por hoy, iros de mi puta casa —ordenó Miren notando como se llenaba de rabia nuevamente.

Era una chica lista, pero de poco sirve el intelecto contra cierto tipo de personas, sobre todo si te superan en número y fuerza. Fue el mismo Ander quien se abalanzó sobre ella, pasando sus fuertes brazos por debajo de las axilas para acabar con sus manos detrás de la nuca de la muchacha, completando una llave perfecta.

—¡Suéltame coño! —gritó ella forcejeando y pataleando.

—Miren, Miren, Miren, —dijo Gorka paseando pausadamente por delante de la inmóvil joven —ya nos ha contado Koldo que esta noche te has comportado como una auténtica fiera.

—¡Iros a la mierda cabrones! –siguió gritando y luchando ella inútilmente, intentando alcanzar con una patada al que parecía ser el cabecilla.

Ander hizo fuerza con sus extremidades, haciendo crujir los huesos de la flaca chiquilla, demostrando que ellos tenían el mando.

—¡Se lo voy a contar a Nagore gilipollas, estáis acabados!

—Sí, claro, la loca del pueblo, hermana de la otra loca del pueblo, se folla a tres chicos y luego dicen que éstos la han violado, seguro que te creen —contestó el aludido con sorna.

—De todas formas tranquila, no vamos a violarte, eres la chica de Koldo y esto nosotros lo respetamos —añadió Gorka acercándose a ella, inmune a los patosos golpes de la chica.

Le manoseó los pechos por encima de la camiseta, aquella mañana con las prisas ni siquiera se había puesto sujetador. Le pellizcó los pezones y siguió:

—Con una mamada a cada uno será suficiente, ¿verdad Ander?

—Ya lo creo que sí, una mamadita y para casa.

Miren golpeó con todas sus fuerzas la pierna de Gorka, maldijo no llevar sus botas militares, por una vez que se ponía unas zapatillas deportivas y le pasaba algo así.

—¡Os la va a chupar tu puta madre!

—Menuda lengua tiene la putilla, Ander, cuéntale cual es la alternativa.

—La alternativa es que te demos por el culo hasta que te desangres —obedeció su amigo, apretando aún con más fuerza los brazos y el cuello de la joven.

Miren luchó un minuto más inútilmente, se obligó a serenarse y ante la sorpresa de los muchachos dijo:

—Ok, una mamada y a casa.

Ander aflojó con precaución la llave, dejando que se liberara poco a poco y amenazándola por última vez:

—Como intentes algo raro te juro que no saldrás de esta.

—Tranquilos, me importa una mierda chupárosla, además así Ander podrá compararme con Nagore y tu Gorka con tu puta madre o la que sea que te estés tirando.

Gorka se disponía a responder cuando se dio cuenta de que Miren ya estaba de rodillas en el suelo, mirándolo lascivamente y acariciándole el bulto del pantalón por encima de la ropa. Sin pensárselo dos veces se desabrochó el vaquero y junco con el bóxer lo bajo hasta las rodillas, liberando como un resorte una gran erección.

—No sabes la de pajas que te he dedicado Miren —le explicó con una sonrisa en la boca.

Ella le agarró el miembro y lentamente comenzó a subir y bajar la piel, masturbándolo suavemente.

—Solo tenías que pedírmelo —afirmó justo antes de meterse el pedazo de carne dentro de la boca.

Recorrió con su lengua cada rincón del glande mientras poco a poco, agarrando la base del pene con la mano para ayudarse empezaba una deliciosa felación.

—Oh, oh, oh, mm, mmm.

Los gemidos fueron casi instantáneos, igual que la impaciencia de su amigo.

—Hostias que morbo, daros prisa que yo también quiero —comentaba Ander a la vez que se acariciaba las partes por encima de la ropa.

Miren siguió chupándosela, dándose pequeños golpecitos en el interior de la mejilla con la punta del pene y haciendo que la felación fuera cada vez más profunda y rápida.

—Oh, oh, ohh, ohh, ohh, ¡ohhhh!, joder, joder, joder. Que bien lo haces, me voy a correr enseguida.

Mientras ella seguía con la que seguro era la mejor mamada de la inexperta vida de su amigo éste no pudo evitar agarrarla por el pelo, acompañando con su mano aquel vaivén.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhhh!!, ¡¡ohhhhh!!, me corro, ¡me corro joder!, ¡no aguanto más!

En aquel preciso instante ella llevó de nuevo el glande de Gorka hasta la entrada de su boca y lo mordió con todas sus fuerzas, notando como enseguida brotaba sangre de la herida.

—¡¡Arrrghhhhhhhhhhh!!, ¡¡aaaaaaaaaahhhhhhhhh!!, ¡¡la puta me ha mordido joder!!

Cayó al suelo de rodillas obligado por el dolor, agarrándose su maltrecho miembro con las dos manos, notando como manaba la sangre en abundancia. Sin pensárselo dos veces Miren se puso en pie e intentó darle un puñetazo con todas sus fuerzas al otro agresor, pero éste lo interceptó sin problemas. Pensó que estaba acabada, su heroicidad iba a acabar peor para ella que si hubiera obedecido las repugnantes órdenes de sus examigos.

—¡Te vas a enterar! —advirtió Ander oyendo como Gorka se retorcía de dolor en el suelo.

Justo cuando se dispuso a contraatacar un estruendo lo paralizó, era el ruido de todos los porticones de la casa golpeando las ventanas a la vez.

—¡Pero qué demonios es este ruido!

En décimas de segundo Ander soltó el puño de la muchacha y como impulsado por una fuerza invisible y descomunal se estampó contra la pared, por un momento parecía que un pequeño huracán había entrado en aquella casa.

—¡Ahhh!,¡ pero qué mierda me está pasando!

Incrustado aún en la pared se elevó poco a poco, levitando del suelo ante el estupor de Miren. Una voz que sin duda no era humana resonó por toda la estancia:

—Os dije que ella era mía.

Acto seguido el cuello del agresor volador empezó a retorcerse, oyendo como crujían sus vértebras intentando adaptarse a aquella imposible postura hasta que finalmente un “crac” fuerte y seco anunció su rotura total, dejando al chico sin vida y posteriormente cayendo su cadáver contra el suelo.

Aquella presencia invisible pareció atravesar a Miren que seguía en shock y fue directa a por Gorka, que entre gritos de dolor gateaba intentando huir. Lo arrastró varios metros ensangrentando las yemas de sus dedos que intentaban aferrarse al suelo como podían para finalmente retorcer su cuerpo como si estuviera hecho de plastilina.

—Es mía —insistió de nueva aquella voz de otro mundo —¡tú eres mía!

Miren pensó en el padre Fernando, en él y en todos sus errores, aquella bestia iba a atacarla aun estando acompañada y siendo de día, por alguna razón había vuelto a por ella y con un poder muy superior al que tenía en su último intento. La luz pareció desaparecer en toda la casa, como si fuera un eclipse doméstico mientras que los porticones seguían golpeando sin parar.

La joven notó como aquel demonio la tiraba al suelo y se abalanzaba sobre ella, aunque era invisible sentía como si una gigantesca gárgola la atacara, incluso le pareció ver unas alas batirse entre la oscuridad. Le arrancó la camiseta con tanta fuerza que ésta pareció desintegrarse, al momento pudo notar como unas grandes garras le magreaban sus pequeños pechos mientras que en su boca se posaba un pestilente aliento.

—Miiiiiiiireeeeeeeeeeeeeeeeen.

—¡No!, ¡noooo!, ¡¿Por qué yo?!, ¡¿Por qué?!

Su pantalón vaquero empezó a desabrocharse solo igual que sus zapatillas a toda velocidad para luego salir despedidas tan lejos que no pudo ni oír el impacto. El tacto de la bestia era frío y húmedo, parecía que tuviera muchas extremidades. Mientras notaba como el íncubo jugaba con sus senos otras manos con afiladas uñas le arrancaban la ropa interior, dejándola completamente desnuda e indefensa.

—Miiiiiiiiiiiiiireeeeeeeeeeeeeeeeeen.

—¡Suéltame!, ¡desaparece!, ¡te lo pido en el nombre de Dios!

Una infernal y sádica risa se oyó por toda la casa, como si viniera desde varios sitios a la vez, supo que nada ni nadie podía salvarla.

—Eres mía, ¡mía!

Notó como su cuerpo se impregnaba de aquella humedad, haciéndola incluso tiritar. La bestia también la agarraba por las muñecas apretando sus brazos contra el suelo, dejándolos en forma de aspa. Aunque luchó con todas sus fuerzas sus piernas se abrieron lentamente, notando el miembro del demonio recorrer su vagina, restregarse contra su clítoris para finalmente penetrarla con violencia, sintiendo todo su conducto ocupado por el monstruo.

—Miiiiiiiiiiiiiiireeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen.

La chica gimió de puro dolor, sintiéndose atravesada por aquel sable que se movía incesante en sus entrañas, cada vez con más fuerza, golpeándola sin parar contra el frío suelo de baldosas. La bestia gruñía como un cerdo en día de matanza, haciéndole notar el placer que sentía con la violación. Durante un par de segundos pareció detenerse, la invisible energía levantó ligeramente el cuerpo de Miren de cintura para abajo y un segundo miembro la penetró analmente sin previo aviso, provocándole el dolor más insoportable que jamás había sentido.

Sus gruñidos de ultratumba eran tan fuertes que a la indefensa víctima le dolían hasta los oídos mientras que el demonio seguía gozando de la doble penetración. Miren sintió que las embestidas tenían tanta fuerza que acabarían partiéndola en dos.

—Eres mía, contigo viviré entre los humanos para siempre —gritaba el íncubo sin dejar de sacudirla.

—¡¡¡Arrghh, ourggggg, oungggg, argggg!!!

Miren acompañó sus gemidos y sus gritos de un llanto desconsolado, suplicando clemencia pero sin ningún tipo de esperanza. Notando que dentro de ella había más parte del monstruo que de sí misma levitó medio metro por encima del suelo, inmovilizada y doblemente penetrada hasta que después de un infernal grito sintió como sus cavidades se inundaban del semen de la bestia, haciéndola arder por dentro. Acto seguido cayó de golpe, notando como la presencia desaparecía, huyendo con la fuerza de un tornado por la maltrecha casa. Se sintió tan exhausta y dolorida que no pudo ni hablar, incluso seguir respirando era todo un reto.

Pudo oír como alguien echaba la puerta de su casa abajo y entraba corriendo por el pasillo, de reojo vio la cara desencajada del padre Fernando, observando su cuerpo desnudo, la sangre, los cadáveres de Ander y Gorka. El sacerdote fue incapaz de articular palabra, y la joven, casi en su último aliento consiguió decir:

—Tarde padre, tarde.