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Darknet

en No Consentido

Darknet

Iniciación

Dos viejos amigos, excompañeros de trabajo, comparten café y charla en un concurrido bar del centro de Madrid.

—Joder, veo que Julito no ha cambiado nada, ¿sigue con sus charlas motivacionales? —preguntó Leo después de darle un largo sorbo a su taza.

—Cada día las perfecciona más, el otro día casi me apetece trabajar y todo —respondió Hugo mostrando una amplia sonrisa.

—El bueno de Julito, en fin…¿qué tal está Eva?

—Muy bien, liada en el banco todo el día, pero con los tiempos que corren no nos podemos quejar. ¿Y tú, Leo?, ¿alguna mujer ha conquistado tu duro corazón?

Se terminó el café, sonrió y contestó:

—Después de lo de Olga no me apetece atarme a nada demasiado tiempo, si una relación de siete años se va al traste, no veo porque no me tendría que pasar con todas.

—Veo que te has vuelto todo un romántico —afirmó su amigo, mirándole con detenimiento las arrugas de expresión y la barba de varios días, comprobando que aunque ambos rondaban los cuarenta años Leo parecía mucho mayor.

—Debe ser eso. Oye Hugo, no me malinterpretes eh, pero, ¿por qué estamos aquí?

—Tenía ganas de charlar con un amigo —respondió con un gesto amistoso.

—Ya, y estoy encantado, pero, ¿por qué estoy aquí? —insistió él, incrédulo.

Hugo dudó unos instantes, se tocó la cara algo nervioso y confesó:

—Mira Leo, de verdad que me apetecía saber de ti, hacía siglos que ni siquiera hablábamos por whatsapp…

—¿Pero?

—Pero necesito que me ayudes con un artículo.

—¿Yo a ti?, no me jodas, tu trabajas en una redacción, yo ahora me dedico a escribir necrológicas en una mierda de periódico local, lo sabes perfectamente.

—Aun así, creo que puedes ayudarme.

—Eres joven para querer escribir ya tu epitafio —bromeó él.

—Es sobre la Deep Web, sé que empezaste un artículo hace un par de años, Julio me da el suplemento dominical, diez putas páginas enteras para que hable de ese mundillo y necesito algunos consejos.

Leo se irritó con aquella petición, la sangre le hirvió por dentro pero disimuló como pudo su estado.

—Lo siento, no veo en qué podría ayudarte.

—Vamos Leo, sé que buceaste por las profundidades del ciberespacio durante meses, no te pido gran cosa, tan solo hacerte unas preguntas.

—Mira Hugo, —comenzó casi mordiéndose la lengua por no saltar— en cualquier foro vas a encontrar manuales detallados para conectarte a la Deep Web, y mucho mejor explicado que por mí.

—Ya estoy conectado, llevo tres semanas metido de lleno en el asunto y no entiendo nada, mis problemas no son técnicos.

—¿Ah no?, así que ya eres todo un informático, dime, ¿qué sistema operativo tiene tu ordenador?

—Windows 10.

—Ya, Windows 10 y seguramente te conectas con Tor Browser, ¿verdad?

—Exacto.

—Pues empiezas mal, a saber cuántos malwares tienes ya instalados, no te extrañe que pronto el banco te llame diciéndote que estás sin blanca.

—No creo que pase eso pero de todas formas, ¿qué habrías hecho tú?

—Linux e instalar Tails, y te sorprendería las cosas que pasan por la Deep Web —respondió Leo lo más escuetamente que supo.

—Vale, oye, olvidemos los temas técnicos, quiero entender por dónde navego, por eso te necesito. No comprendo nada del argot que hay allí, todo me parece lento y rudimentario.

—Es fácil, Snuff para los vídeos de torturas, Hard Candy para la pornografía infantil, Jailbait para adolescentes, Crush Fetish para los maltratos animales, luego están los sicarios, las drogas y los hackers que aún son más fáciles de encontrar, cómprate unos Bitcoins y a disfrutar —contestó con auténtica amargura.

—La mayoría de todo eso es una exageración, estoy seguro de ello, creo que hay mucho estafador y poca realidad.

—Hay mucho estafador, pero en la Darknet puedes encontrar cualquier puta cosa —sentenció Leo, notando los dientes rechinar.

—Ok, entonces me creo que todos esos foros son reales y no timos para morbosos, ¿eso es todo?, con esto no tengo ni para dos páginas.

—Tu problema, no el mío.

—Leo, siento haberte hecho venir para pedirte ayuda, te aseguro que no me gusta tener que hacer estas…

—¿Tretas?

—Llámalo como quieras. Pero no me creo que estuvieras meses escribiendo sobre esto, estoy seguro de que encontraste algo más.

—No quiero recordar eso, Hugo.

—Por favor, solo dime qué te pasó, siempre he pensado que sucedió algo en el transcurso de tu investigación.

Leo le hizo un gesto a un camarero que pasaba cerca y pidió una cerveza, volvió a mirar a su amigo y dijo:

—Dos palabras, Daysi’s Destruction.

—¡Vamos!, ¡no me jodas!, todo aquello es una patraña —exclamó Hugo.

La expresión de Leo cambió radicalmente, ya no era capaz de disimular su rabia.

—¡¿Crees que aquello fue un creepypasta?!, ¡¿una leyenda de internet!? Busca la vida de Peter Scully y sus secuaces, ignorante de mierda, ¿y tú te haces llamar periodista?

Hugo miró atónito aquella reacción, sin saber muy bien que decir mientras su amigo seguía increpándolo:

—A ver qué tal te va por el infierno capullo, no tienes ni puta idea de dónde te estás metiendo.

—Leo… —balbuceó Hugo.

—¿Qué, qué coño quieres ahora? —preguntó mientras llegaba el camarero con la cerveza, casi asustado por aquel espectáculo.

—Escúchame por favor —dijo él bajando el tono, intentando relajar el ambiente— si te digo que no creo que me puedan dejar sin blanca por la Deep Web, es casi literal, no me están yendo muy bien las cosas. Compramos el piso de Chamartín un año antes de la crisis, entre unas cosas y  otras estoy con el agua al cuello, necesito hacer ese dominical, ¡lo necesito!

Leo reflexionó unos instantes, arrepentido por su calentón, mirando a su excompañero con preocupación.

—Pero Eva tiene un buen trabajo y tú también, ¿qué os ha pasado?

—La crisis tío, la puta crisis. La mayoría ya no vivimos, sobrevivimos. El papel cuesta mucho de vender, los periódicos online nos están jodiendo bien, y los bancos, los bancos son para darles de comer aparte. Ni trabajando para ellos te dan un respiro. De todas formas Eva no sabe hasta qué punto estamos mal, debo reconducir la situación, necesito ayuda Leo.

—Haré lo que pueda —se comprometió él, asustado por los viejos recuerdos.

Inmersión

Cypherspace, Onionland, Clearnet, Mariana’s web, Carding, Stats, Shilling, Escrow, Stealth, Honeypot, Love Letter, DNM, BTC, FE, LE, CP, en una semana Hugo se había familiarizado con aquel lenguaje y todos los acrónimos que abundaban en la Deep Web. La ayuda de Leo estaba siendo impagable, sin embargo nada de lo que había encontrado hasta la fecha le satisfacía. Su artículo, su especial dominical, hasta la fecha no era más que una recolección de términos e información que poco podía interesarle al lector del periódico. Necesitaba encontrar una noticia no escribir otra de tantas guías. El periodista aquella mañana se había quedado en casa recopilando información, siendo el trabajo de pura búsqueda había considerado que no hacía falta trasladarse hasta el periódico. Hugo degustaba un bol de cereales con leche frente a su ordenador cuando sonó su móvil:

LEO: Buenos días Sherlock Holmes, ¿cómo va la búsqueda?

HUGO: Pues igual, mucho mito y poca chicha, ¿qué tal tus muertos?

LEO: Hoy ha empezado el día divertido, ayer escribí una necrológica sobre un hombre, supuestamente marido abnegado y padre de tres hijos.

HUGO: ¿Y?, ¿no era abnegado?

LEO: No estaba muerto, era una venganza del hijo por temas de la empresa familiar.

Emoticonos de todo tipo sucedieron a continuación, mayoritariamente caritas muertas de risa y calaveras.

HUGO: Oye Leo, he encontrado una página que tiene buena pinta y además está en español, se llama algo así como El club de las esposas torturadas, ¿te suena?

LEO: La verdad es que no, ¿qué pasa con ella?

HUGO: Hay más de veinte vídeos subidos, solo puedo ver algunos frames al poner el cursor encima de ellos, pero para visualizarlos enteros necesitas una invitación.

LEO: Y vale dinero, ¿no?

HUGO: En ningún sitio lo encuentro, y espero que no, ya sabes que estoy sin blanca.

LEO: Déjame pensar, ¿por qué no te acercas hasta aquí y comemos juntos?

HUGO: Me encantaría pero los últimos meses de hipoteca los he pagado con el dinero que me dieron por la moto y tú trabajas en el quinto coño.

LEO: ¿Te has vendido la Bandit? ¡Putada! Tranquilo, ya me acerco yo, te doy un toque.

HUGO: Gracias tío, bye.

Los amigos charlaban en el bar de debajo de casa de Hugo, comiendo cada uno un plato combinado mientras comentaban el fútbol.

—Oye —dijo Leo con la boca llena de huevo frito, tapándosela con la mano— cuéntame sobre la página esa.

—No sé, es rara, apenas he visto imágenes sueltas pero, parecen casi reales.

—Seguro que son fakes, el típico timo.

—Podría ser pero lo curioso es que no sé ni dónde ni cuánto tendría que pagar, se abre una ventanilla y te dice que escribas tu invitación, debe ser como una contraseña o algo así. ¿Conoces a alguien que pueda hackerla?, ¿hacerme entrar sin que se note?

Leo hizo un trago de la botella de su cerveza antes de responder:

—En la red profunda abunda la gente que podría, pero por mucho que te fíes de la reputación nunca sabes si te van a estafar o no, podrías contratar uno a través de Escrow, de un intermediario que haga de depósito, pero estos servicios son caros.

—Mal lo llevo pues, de hecho me vas a tener que invitar a comer tu —bromeó Hugo, guiñándole el ojo a su amigo.

—Sé de un tipo que se rumorea que tiene invitaciones para todo, se hace llamar el Arlequín, pero es arriesgado.

—He oído hablar de él en los foros, ¿cuánto me pediría?

—Ni idea, nunca lo he contactado, pero podrías reunirte con él.

—Prepárame una cita amigo.

—Uy, quita, quita, te doy su TorMail y como mucho te acompaño, pero nada más. Tienes que escribirle, poner tu nombre y dirección y explicarle que quieres concertar una cita.

—¿Y eso es todo?

—Es todo, pero como te digo es muy arriesgado.

—No sé si vendrá de aquí, antes de que me ayudaras metí la pata bien, Windows, maximicé la pantalla, me bajé Tor en español, todo lo que me has recomendado que no haga. Déjame pensarlo un poco.

—Cómo gustes.

Por la tarde Hugo sí tuvo que ir a la redacción, su jefe le había convocado para saber detalles del artículo. Llegó a eso de las cinco de la tarde, saludó a algunos compañeros y fue directo al despacho de don Julio. Llamó a la puerta, espero oír el “adelante” y entró diciendo:

—Buenas tardes Julito, ¿viste ayer el partido?

—No tuve tiempo, siéntate por favor.

Al periodista le sorprendió la actitud distante de su superior, por lo general era un hombre campechano y solía estar de buen humor.

—Usted dirá.

—¿Cómo va el especial dominical?, me gustaría que llegáramos a publicar antes de Todos los Santos, ¿lo ves factible?

—Un poco justo, pero lo intentaré.

—Inténtalo mucho, puedes retirarte Hugo, gracias.

Nuevamente Hugo se vio sorprendido por la brevedad de la reunión y lo parco en palabras de su jefe, salió del despacho y fue directo a sentarse en su escritorio, conectó el ordenador, miro de reojo a su compañera Carmen y preguntó:

—¿Julito está rarito hoy, no?

La periodista giró la cabeza para mirarlo, le regaló una amplia sonrisa llenando aquellos sonrosados mofletes y contestó:

—Creo que hoy es el aniversario de la muerte de su esposa, cada año se pone raro por estas fechas.

—Joder no sabía nada, ¿qué era lo que le había pasado?, ¿cáncer?

—Ni idea —respondió de nuevo Carmen, concentrada ya en el monitor y tecleando sin parar.

Las dos horas siguientes fueron intrascendentes, releyendo por enésima vez foros plagados de leyendas sobre la oscura red, buscando artículos antiguos y navegando por los bajos fondos. A las siete se despidió de sus compañeros y se dispuso a coger el tren rumbo a casa. Llegó a su dulce hogar y enseguida se puso el pijama, se sentía algo cansado y sobre todo saturado de tanto leer sobre las mismas cosas. Media hora más tarde llegó Eva, entrando con paso firme vestida de ejecutiva agresiva:

—Hola cariño, ¿qué tal tu día?

—Bien, normal, hoy he comido con Leo, ya te comenté que me estaba ayudando con un artículo, ¿verdad?

—Sí, eso creo —dijo quitándose los zapatos. ¿Cómo está?, hace años que no le veo y desde que cortó con Olga no he sabido nada de ella.

—Está…bueno, se le ve algo deteriorado la verdad, ha envejecido, pero creo que este artículo le está dando vidilla aunque no quiera reconocerlo.

—Me alegro, a ver si coincidimos algún día —dijo Eva quitándose ahora la americana y la falda en medio del salón, quedándose solo con la blusa y las medias.

Hugo miró a su esposa, con treinta y ocho años lucía incluso más guapa que cuando se conocieron. Metro setenta de mujer, muy guapa de cara, con los ojos verdes y el pelo largo y castaño oscuro. Sus facciones completamente proporcionadas, destacando, eso sí, unos gruesos labios que le daban sensualidad al rostro. Muy delgada, con unos pechos pequeños talla ochenta y cinco y cinturita de avispa donde se le marcaban las costillas. Sin duda su mejor atributo era el trasero, firme y muy bien puesto, con nalgas trabajadas y fibrosas, acompañadas de unas largas y turgentes piernas. Solía cambiarse en el comedor porque allí hacía más calor que en el dormitorio, regalándole un striptease a su marido a diario que muchas veces no valoraba, pero aquella tarde noche sí se fijó.

Eva siguió desvistiéndose hasta quedarse solo con la ropa interior negra, momento que su marido aprovechó para ir en su encuentro. Mientras ella se agachaba para recoger toda la ropa y juntarla en un montón, Hugo se puso detrás presionando con sus partes en su culo, haciéndole notar el bulto de su pijama. Se levantó despacio, sorprendida por aquella pequeña emboscada. Él recorrió su vientre con las manos, acariciándolo despacio y subiendo lentamente hasta sus pechos, apretándolos por encima del sujetador.

—Qué buena que estás cariño —le susurró al oído.

—Pero bueno, sí que me recibes hoy travieso, ¿no?

—Joder, es que no soy de piedra.

Eva se dejó hacer unos segundos hasta que se dio la vuelta, le besó en los labios y dijo:

—Cariño, estoy agotada, perdóname.

Hugo no era capaz de recordar la última vez que hicieron el amor, los problemas económicos, unido a tener que ocultárselos e intentar llevar una vida normal, lo habían angustiado hasta el punto de quitarle la libido. Si al cóctel le añadías el estrés del trabajo de Eva, el resultado eran meses sin acariciarse, sin sentirse. Pero por fin la estaba deseando, caliente como hacía tiempo que no recordaba. Le agarró las nalgas con fuerza, acercándola, restregando de nuevo su miembro sin rendirse.

—Vamos mi amor, me has puesto como una moto.

Empezó a besarla por el cuello sin dejarle de acariciar, subiendo por el mentón hasta que nuevamente se unieron sus labios.

—Cariño de verdad, no puedo con mi alma —dijo ella tentada pero realmente cansada.

—Vamos…después de tanto tiempo te aseguro que acabaré enseguida.

Siguió besándola, zalamero, con la ilusión de convencerla, pero finalmente su esposa sentenció:

—Hoy no, de verdad, vas a tener que aliviarte tu solito, me voy a la ducha, prometo recompensarte el fin de semana.

Sin darle opción a réplica se fue cargando de nuevo con la ropa. Hugo volvió al sofá, frustrado, agarró el móvil y le escribió a Leo:

HUGO: Voy a hacerlo, ya te contaré.

Implicación

El viejo Opel Corsa de Leo llegó puntual a la cita, recogiendo a Hugo a las diez en punto de la mañana.

—Entonces, ¿dices que sólo has recibido una hora concreta y unas coordenadas de GPS? —preguntó el conductor.

—Exacto, tenemos cuarenta y cinco minutos para llegar a la cita y no tengo ni pajolera idea de dónde está el sitio —contestó colocando su móvil en el salpicadero, con la dirección ya puesta.

—Pues nada, dejémonos guiar por Google Maps.

Las indicaciones los llevaron hacia al norte, saliendo pronto de la ciudad de Madrid.

—Debe ser un pueblecito o algo —dijo Leo, sacando un pequeño portaminas del bolsillo sin dejar de mirar la carretera, colocándose un polvo blanco en la mano que sujetaba el volante para luego acercar su cara y esnifarlo.

—¿Qué mierda es esa?, ¿ahora te metes coca?

—Solo para despertarme un poco —respondió con frialdad.

—Joder, pues no sé si quiero saber qué haces para dormir.

—Diazepan.

El trayecto seguía rumbo a lo desconocido cuando Hugo decidió romper el incómodo silencio.

—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Claro.

—¿Qué os pasó a Olga y a ti?

Su amigo reflexionó unos segundos, se frotó la nariz y respondió al fin:

—Nada y todo. La monotonía, el trabajo me tenía cada día más absorbido y amargado, ella se moría por volver a Barcelona y a mí no me convencía la idea de mudarme de mi ciudad. La cosa iba mal desde hacía tiempo, pero cuando sus padres regresaron a la ciudad condal vi que no había nada que hacer, era cuestión de tiempo que se marchara.

Volvió aquel silencio pesado, tanto como el día encapotado, amenazando lluvia pero sin acabar de descargar.

—Creo que nos estamos acercando —dijo el conductor entrando en una extraña urbanización.

Aquella amalgama de edificios abandonados junto con otros a medio construir convertía el lugar en un sitio siniestro, con las calles desérticas y las paredes pintarrajeadas. Ambos amigos miraban hacia todas partes, atónitos.

—¿Qué coño es esto? —preguntó Hugo inquieto.

—Supongo que otro regalito de la crisis, el típico pueblecito que se quedó a medias al quebrar la promotora inmobiliaria. Da puto miedo.

Unos yonquis rompieron aquel silencio sepulcral, observando el coche mientras andaban entre cartones.

—Me cago en la puta, a ver si nos van a atracar —dijo Hugo pasando de la inquietud al miedo.

—Tú decides hermano, la verdad es que me ha sorprendido que le echaras tantas pelotas, di la palabra mágica y nos volvemos a Madrid.

El periodista meditó un rato mientras su amigo seguía maniobrando por aquellas estrechas y medio derruidas calles, acercándose al punto exacto.

—A tomar por el culo, ya estamos aquí.

Salieron del coche y siguiendo las indicaciones a pie llegaron hasta un edificio, o mejor dicho la base de éste, sin que le acompañasen los pisos que seguro frenaron su construcción por la falta de presupuesto.

—Es aquí —afirmó Leo.

—Entremos.

Aprovechando que no había puerta se adentraron en aquellas ruinas, alegrándose de que la falta de ventanas permitiera entrar un poco de la escasa luz que se filtraban entre los nubarrones. Llegaron hasta una mesa de escritorio. En ella dos solitarias sillas les esperaban en frente mientras que un hombre alto y corpulento se sentaba al otro lado. El individuo se levantó y educadamente les invitó a sentarse con un gentil gesto, parecía estar en una especie de macabro despacho. Medía probablemente alrededor del metro noventa, y a su pelo largo y cano recogido en una coleta le acompañaba una frondosa pero cuidada barba, también blanca. Los amigos se acomodaron en aquellos asientos.

—Buenos días caballeros —dijo él volviéndose a sentar— ¿en qué puedo ayudarles?

—Necesito una invitación para poder acceder a unos vídeos de internet.

—¿Por qué?, ¿Cuál es su motivo señor Ibáñez?

Hugo se sorprendió, no solo por la pregunta, también por cerciorarse de que aquel hombre que tanto respeto infundía sabía cuál de los dos era él. Tenía claro que dando su nombre y su dirección renunciaba al anonimato, pero ahora se preguntaba hasta qué punto.

—Estoy haciendo un reportaje sobre la Deep Web, soy periodista.

—Entiendo, es una respuesta bastante concreta, pero me gustaría ir más allá, ¿por qué quiere la invitación, señor Ibáñez?

El periodista miró a su amigo extrañado, buscando algún consejo, desconcertado por aquella extraña reunión.

—Busco encontrar algo en concreto, no quiero hacer un manual para usuarios, busco la noticia.

—Entiendo, pero, ¿por qué quiere usted una contraseña para acceder a la web de El club de las esposas torturadas?

Un escalofrío recorrió la médula espinal de Hugo, aquel hombre sabía demasiadas cosas y hacía preguntas sencillas que tenían, al parecer, respuestas complejas.

—Me gustaría indagar sobre si las imágenes son verdaderas o falsas, ya le he dicho que estoy escribiendo un artículo.

—Entiendo. Caballeros, siento no poder ayudarles, necesito saber las verdaderas razones para dar acceso a ciertos contenidos, el señor Ibáñez parece reservarse la verdad para él.

Hugo se revolvió inquieto en la silla, observando los oscuros ojos de aquel hombre al que apodaban el Arlequín, notó la mano de su amigo encima de su mano, tranquilizándolo.

—No sé ¿qué respuesta quiere?, de verdad que no comprendo nada. Necesito escribir sobre ese tema, mi jefe me lo ha encomendado eso es todo.

—¿Por qué quiere la contraseña? —volvió a preguntar el misterioso hombre, recalcando cada una de las palabras.

—Necesito el dinero, espero que sea un trampolín para que me encarguen cosas más importantes.

—Ahora sí —afirmó el individuo, oyendo resoplar a Hugo por la tensión.

—¿Cuánto necesitaría para reconducir su vida, señor Ibáñez?

El periodista meditó la respuesta, no sabía qué demonios hacía allí, hablando con aquel personaje que parecía salido de una novela negra, contándole secretos que no le había explicado ni a su propia mujer.

—Veinte mil euros serían de gran ayuda.

—Muy bien —dijo el Arlequín— la palabra que necesitas es Dante, disfruten de su viaje de regreso.

—¿Eso es todo?, ¿no le debo nada? —preguntó Hugo cada vez más desconcertado.

—Es todo, no se preocupe, la deuda ha sido ya saldada. Ahora si me disculpan, tengo cosas que hacer.

Los dos amigos salieron despacio de aquel edificio en ruinas, preguntándose aún que había pasado, entrando en el Corsa con más incógnitas que antes de empezar el día.

Obsesión

Hugo llevaba casi una semana navegando por aquella web, viendo vídeo tras vídeo, cada uno más dantesco que el anterior. Las barbaridades que había visto en tan poco tiempo le habían hecho ya un daño irreparable, sentía que nunca volvería a ser el mismo. Nervioso agarró el móvil y llamó a su amigo:

—Leo, ¿puedes hablar?, ¿tienes mucho curro?

—Nah, don’t worry, hoy es un día tranquilo. ¿Qué te pasa?, te noto alterado.

—Es la web tío, ¡la puta web!

—¿Qué le pasa?, Hugo, sea lo que sea piensa que seguro que es falso, el noventa por ciento de la mierda que hay en la Darknet son chorradas para asustar a la gente, leyendas para ganar visitas.

—No sé Leo, no sé, no entiendo nada. Esta gente no cobra, no hay publicidad, no entiendo que ganan con toda la mierda que cuelgan.

—¿Pero qué mierda?

—Mujeres tío, mujeres violadas y torturadas. Todos los vídeos son parecidos, empiezan con una relación sexual que parece consentida y luego se tuerce todo. Encapuchados, cuchillos, armas, orgías, es todo muy enfermizo.

A Hugo se le quebraba la voz contando todo aquello.

—¿Se les ven las caras?

—No, los vídeos tienen mala resolución, tampoco tienen sonido, hay partes editadas. Son raros de cojones, los que se ven mejor pixelan los rostros. En todas hay un testigo encapuchado, un tío raro que se pasea pos las casas con una capucha anaranjada, y las casas, las casas, las casas también —siguió tartamudeando.

—Hugo, relájate, ¿qué dices de las casas?

—Algunas son raras tío, están como decoradas, cómo tétricas pero cutres a la vez. En algunos de los vídeos incluso los protagonistas van disfrazados.

—Bueno, eso ya me lo habías dicho, ¿no?, encapuchados y tal.

—No, eso viene luego, hablo de la pareja inicial, joder, no sé cómo explicarme.

—Vale, hermano, tranquilo hombre, yo acabé igual que tú, pero casi todo era fake.

—¿Y si esto es de lo que no lo es, Leo? Joder…no puedo ni dormir ya, necesito terminar con el dominical de una puta vez.

—Ok, veo que estás realmente jodido. Déjame que haga un par de indagaciones, tengo una amiga que de esto sabe mucho, hace tiempo que no hablo con ella pero todo sea para que te quedes tranquilo.

—Pensaba que no tenías amigos hackers —dijo Hugo con cierto tono de recriminación.

—Ésta no es hacker, solo una enteradilla, y como te digo hace mucho que no la llamo, no quería molestarla por cualquier tontería. Dame unas horas y te cuento, ¡y no te agobies joder!, que seguro que no es nada.

—Lo dice el que necesita drogas para vivir.

Hugo siguió nervioso, andando por la casa, reproduciendo una y otra vez aquellos vídeos en su cerebro. Oyó la puerta de la calle abrirse, Eva entró con una sonrisa.

—Al final me he podido escapar un ratito para comer contigo —dijo alegre.

Él fue directo a su esposa y la abrazó con fuerza, apretándola entre sus brazos.

—Cariño, ¿estás bien?, el reportaje ese te está estresando demasiado me parece.

Sin mediar palabra la arrinconó contra la pared, observando su cuerpo en aquel elegante vestido negro, poco escotado pero algo corto por la parte de abajo, mostrando sus preciosas piernas dentro de las habituales medias. Él iba vestido solo con unos calzoncillos bóxer y una camiseta vieja, aquel día ni siquiera se había duchado.

—Te deseo mucho Eva, te necesito.

Empezó a subirle el vestido a la vez que se bajaba la ropa interior hasta las rodillas, parecía mentira que en apenas unos segundos su falo pudiera estar tan erecto, sediento de sexo. Le apretó el pene contra sus medias y sus braguitas, restregándolo.

—¿Qué haces?, ¿Hugo?

Eva no entendía aquel esporádico arrebato de pasión y permanecía inmóvil, notando los tocamientos de su marido por todo el cuerpo, en los pechos, en el trasero, en las piernas, la sobaba con angustia. Empezó a bajarle las medias casi por la fuerza, mostrando parte de sus muslos desnudos mientras le decía:

—Eres mi mujer, te amo, te deseo, me pones a mil.

—Hugo, déjame anda, tengo el tiempo justo para comer y volver a la oficina —contestaba ella cada vez más incómoda.

Él seguía magreándola por todas partes, intentándole bajar las bragas ajeno a las reticencias de su esposa.

—Vamos, solo un polvo rápido —le suplicaba cada vez más excitado.

—Hugo…por favor.

En medio del pequeño forcejeo Eva consiguió darse la vuelta, mostrándole parte de sus nalgas desnudas, cogiéndose con fuerza las bragas para evitar que su marido se las quitara con sus arremetidas. Hugo no cesaba en su empeño, aprisionándola contra la pared y tocando la carne desprotegida con su ansioso miembro. Finalmente ella volvió a girarse y le empujó con fuerza, tirándolo al suelo por el efecto de su bóxer en las rodillas, zancadilleado por su ropa interior.

—¡Joder, que te he dicho que no!, ¿estás gilipollas o qué te pasa?

Su marido se sintió ridículo, recuperando la compostura después de aquella patosa caída mientras ella seguía increpándole:

—Si quieres aliviarte te haces una paja guapo, que yo no soy tu puta muñeca hinchable.

Mientras Eva se ponía bien la ropa, adecentando sus medias y bajando su vestido, Hugo consiguió ponerse de pie y gritó:

—¡Pues eso haré joder, una paja!, ¡me la voy a pelar pensando en cuando aún te gustaba!

Sin darle opción a réplica abandonó el salón y se encerró en el cuarto de baño, confundido por lo sucedido, arrepentido y avergonzado por su primitivo comportamiento. Desde su posición pudo oír la puerta de la calle cerrarse con fuerza, deduciendo que su mujer había cambiado de planes para comer.

Una ducha con agua temblada consiguió relajarle un poco, mientras se secaba el pelo con una toalla observó que le había llegado un mensaje al móvil.

LEO: Amigo, falsa alarma, la página es completamente falsa, en el mundillo todo el mundo lo sabe.

Aquello terminó de tranquilizarlo, de repente sintió como si se liberara de una gran losa, incluso se puso de buen humor por primera vez en días. Mierda, Eva, pensó entonces. Sin pensárselo dos veces, buscó su contacto en el teléfono y le envió un mensaje:

HUGO: Cariño, ¿estás bien? No sé qué me ha pasado, el reportaje me tiene medio loco, entre la falta de sueño y las barbaridades que he tenido que ver... Por favor, perdóname, te quiero muchísimo, no volverá a pasar.

Hugo pudo ver como casi al instante whatsapp le informaba de que su esposa estaba leyendo el mensaje, fueron unos segundos interminables hasta que recibió:

EVA: No te preocupes J, pero tómatelo con calma por favor. Pronto nos vemos en el terreno de juego, ¡machote!

El mensaje, con el característico buen humor de su mujer, fue el revulsivo definitivo para recobrar la cordura. Con el tiempo recordaría aquellas semanas como una pesadilla, algo borroso, un artículo más en sus cuarenta y un años de edad. Necesitaba el dinero y esperaba que llenando las páginas del dominical con todas las leyendas que circulaban por la red fuera suficiente, tenía que ponerse las pilas si quería llegar a tiempo de publicarlo.

Halloween

El dominical se había publicado el día anterior, Hugo sentía definitivamente como aquel lastre desaparecía. Quizás echaría de menos colaborar con Leo, seguramente habría nuevas ocasiones, su amigo seguía siendo un periodista de raza, un galgo al que no dejaban correr amarrándolo en las necrológicas de un periodicucho. En la redacción todo eran alabanzas por el trabajo bien hecho, algunas de las historias que se contaban en la Deep Web eran mucho más terroríficas que cualquier película de Wes Craven. Julio le felicitó efusivamente, insinuando que pronto gozaría de nuevas oportunidades. El dinero extra ganado no era la panacea a sus problemas, pero si un buen bálsamo. Aquella tarde terminaron pronto el trabajo, el día siguiente era Todos los Santos y el jefe les dejó salir a todos a las cuatro y media, citándolos para la misma noche a la fiesta de disfraces del periódico.

De camino a casa hizo cola en la pastelería del barrio, se habían repartido las tareas de la fiesta y a él le había tocado comprar los huesos de santo. Justo en frente le pareció ver una cara conocida, la observó un rato más hasta que finalmente se aventuró:

—¿Sara?

La mujer, algo entrada en carnes y de unos sesenta años se giró contestando:

—Hugo, ¿eres tú?

A Hugo le había costado reconocerla, se la veía muy desmejorada, aquella mujer que parecía inmune al paso del tiempo había ganado kilos y arrugas.

—Sí, ¡claro que soy yo!, ¡cuánto tiempo! —exclamó dándole un par de sonoros besos— ¿cómo estáis?

La mujer le miró con cara extrañada, tragó saliva y dijo:

—Bueno, allí andamos, como podemos hijo, como podemos.

El periodista enseguida notó la amargura en sus palabras, el pesar.

—¿Qué tal está Olga? —preguntó inocentemente.

—¿Olga? —su expresión era una mezcla de incomprensión y tristeza— ¿es que Leo no te dijo nada?

—Bueno, sí, claro, ya sé que no siguen juntos pero igualmente quería saber cómo estaba, hace siglos que no la veo. ¿Qué hacéis por Madrid?, ¿de visita o os volvéis a instalar?

La cara de Sara cada vez estaba más desencajada.

—Hugo, no sé de qué estás hablando, siempre hemos estado en Madrid.

—Pero si Leo me dijo que…

—¿Es que Leo no te contó lo qué pasó? —le interrumpió la mujer casi enfadada, sin darse cuenta de que la cola había avanzado.

—Sara, no sé de qué me hablas, sinceramente.

—Olga desapareció hace dos años, dejó una carta despidiéndose de todos y se esfumó. Desde entonces no he sabido nada más de ella, ni un mensaje, ni una carta, ni una foto, ¡nada!

—Por favor, ¿podemos avanzar? —preguntó una mujer que hacía cola justo detrás de Hugo.

—Cállese señora, ¡haga el favor!, pase si quiere —respondió el periodista en un pequeño ataque de rabia, volvió la vista de nuevo en Sara y continuó: —No entiendo nada, no era lo que me habían contado.

—Pues eso es lo que pasó hijo, no hay día que no le dé vueltas a la cabeza, ¿por qué haría algo así una chiquilla que lo tenía todo?

Ahora el que tenía la cara desencajada era Hugo, no sabía cómo reaccionar, fue retrocediendo a pasitos cortos mientras balbuceaba:

—He olvidado algo, adiós Sara, cuidaros mucho.

Decidió ir directo a casa, sin completar su recado y pensativo, intentando comprender aquella situación que acababa de vivir. Ya en casa se dio una ducha, se puso un pantalón de chándal y una camiseta negra y se acomodó en el sofá, procesando aún la noticia que le habían dado. Perdió la noción del tiempo, se encontraba casi en trance cuando el ruido de la puerta abriéndose le hizo reaccionar.

—Cariño, ya estoy en casa, ¿has comprado los huesos de santo? —preguntaba Eva mientras entraba en el salón.

—No quedaban.

Pensó en contarle aquel extraño encuentro con Sara, pero acabó descartándolo, definitivamente no era el momento.

—¿Has mirado en más de una pastelería?, eso nos pasa por dejarlo para el último día. Por cierto, ¿la cena en tu periódico es a las nueve y media, no?

—Sí, a las nueve y media.

—¿Y qué haces que aún no te has disfrazado? Luego querrás entrar en el baño y no podrás porqué estaré maquillándome, al final llegamos tarde a todos lados. Bueno, da igual, me voy directa a la ducha, intento ir rápida.

Mientras su esposa se duchaba Hugo jugueteaba con el móvil, tentado en varias ocasiones de escribir a su amigo, incluso de exigirle explicaciones, pero suponía que si había ocultado algo tan dramático sus razones tendría. Por fin entendió la precipitada marcha de Leo del periódico, incluso sus malos hábitos o su envejecimiento precoz. Eva irrumpió nuevamente en el salón, vestida tan solo con un conjunto de ropa interior negra y andando teatral y provocativamente mientras decía:

—Esto es lo que te espera a la vuelta, ahora me voy a maquillar y luego me pongo mi vestidito de bruja putilla. ¿Tú te va a disfrazar ya?

—Ahora mismo mi sargento —contestó irónico— dispuesto a seguir sus órdenes al final de la noche.

La imagen del despampanante trasero de su esposa aún revoloteaba por su mente cuando sonó el timbre de casa. Se acercó a la puerta, miró por la mirilla y vio a cinco chiquillos, de unos nueve años, disfrazados y con sus bolsas para caramelos preparadas.

Joder, tampoco he comprado caramelos.

Abrió la puerta algo abochornado y antes de que pudieran hablar les dijo:

—Lo siento amiguitos, se nos han acabado ya las chuches.

Los niños se fueron decepcionados mientras Hugo oía a Eva gritar desde el baño:

—¿Quién era?

—El vecino y sus amiguitos, querían caramelos.

—¿Les has dado?

—Lo habría hecho si me hubiera acordado de comprarlos —se excusó.

—Joder Huguito, que desastre eres de verdad.

Se dispuso a ir al dormitorio a desempolvar su viejo y pasado de moda disfraz de Drácula cuando nuevamente llamaron a la puerta. Hastiado volvió a la entrada, miró por la mirilla y observó dos menudos vestidos de payaso.

—¿Quién es? —volvió a preguntar su esposa a lo lejos.

—Dos niños más —contestó abriendo nuevamente la puerta, dispuesto a excusarse por la falta de material.

En el preciso instante en que la puerta estaba abierta de par en par uno de los pequeños payasos le dio una dolorosa patada en la espinilla, colándose en el piso sin invitación. El otro aprovechó que se retorcía de dolor a la pata coja para empujarle con fuerza, tirándolo al suelo.

—Pero qué coño…

Ambos estaban ya dentro, mientras que Hugo observaba al que había entrado primero sin comprender nada éste sacó de su saco presuntamente para caramelos una especie de escopeta recortada hecha a medida, apuntó a la lámpara que colgaba del salón, cargó el arma y sin pensárselo ni dar más explicaciones disparó, dando de lleno en el objetivo y provocando un terrible estruendo por la detonación mezclada con los cristales rotos y demás pedazos. La habitación se iluminó con un fuerte chispazo para después quedar casi en penumbra, el corazón de Hugo se sobresaltó hasta límites peligrosos mientras que el payaso en miniatura soltaba una siniestra risita.

Eva apareció en el salón completamente asustada, vestida aún en ropa interior y con uno de sus ojos a medio pintar.

—¡¿Pero qué está pasando aquí?! —exclamó la chica, histérica.

—¡Cállate puta o la próxima a la que dispare serás tú! —le gritó la criatura armada mientras que su compañero reía sin parar

Hugo lo entendió por fin, no eran niños, eran enanos, enanos disfrazados de terroríficos payasos, ¿cómo había podido ser tan estúpido?

—¡Así se habla Tim Curry! —animó un tercer individuo entrando en la casa, aplaudiendo irónicamente y cerrando la puerta tras de sí.

El periodista lo reconoció enseguida, era el Arlequín.

—Eva, quédate quieta cariño —le dijo su marido desde el suelo.

El corpulento hombre, que claramente era el líder, anduvo parsimoniosamente por el salón, instalando una especie de cámara inalámbrica en una esquina mientras proseguía:

—Mis dos pequeños acompañantes son Tim Curry, lo reconoceréis por los colmillos y la escopeta, y Bill Skarsgård, algo más tímido pero un cabrón sin escrúpulos. A mí me conocen por el nombre de Arlequín, tu marido y yo ya nos conocemos.

El hombre siguió recorriendo el salón e instalando una segunda cámara pegada en la pared, buscando el ángulo contrario, cogió una silla de la mesa del comedor y se sentó en ella justo enfrente de Hugo.

—¡¿Qué coño queréis?! —preguntó Hugo temblando de rabia y miedo.

—¿De qué va todo esto? —insistió su esposa, tapándose el cuerpo como podía y completamente aterrada.

El líder metió la mano en una bandolera, sacó un sobre y se lo tiró con desprecio a Hugo diciendo:

—Aquí están tus veinte mil euros, no te preocupes amigo, hemos venido a salvarte.

—Hugo, ¿qué está pasando aquí?

El Arlequín se tocó la coleta, hizo un par de estiramientos de cuello y añadió:

—Señora, le recomiendo que no diga ni una sola palabra más, Tim Curry está especialmente sediento de sangre y ya le ha advertido una vez. A la próxima me temo que no podré detenerle. Lo que está pasando aquí es una clara falta de comunicación. Probablemente su marido no le ha contado que están casi arruinados, que incluso ha tenido que renegociar la financiación de la hipoteca para poder seguir pagando. Parece mentira que trabaje usted en un banco. Claro que por lo que he oído ni siquiera tiene ganas de follar con él, así que, no me extraña que no le cuente nada puta frígida.

Hugo hizo un ademán de incorporarse cuando el enano volvió a disparar, esta vez contra un sillón, abriéndole un boquete y desparramando decenas de plumas a la vez que se precipitaba contra el suelo. La pareja se asustó nuevamente, acelerándoseles la respiración y sintiendo que no tenían escapatoria.

—Vendrán a por vosotros, alguien oirá los disparos y llamará a la policía —dijo el marido poco convencido.

—¿La noche de Halloween?, lo dudo —contestó el Arlequín— eso nos pasa por cambiar nuestras tradiciones, putos yankees de mierda, lo invaden todo como una metástasis. Por cierto, antes de que se me olvide, Leo te manda sus disculpas.

—¿Leo?

—Sí, tu amigo, se disculpa por esta situación igual que Julio lo hizo con él hace dos años.

De repente la mente de Hugo trabajó a mil revoluciones, la esposa muerta de su jefe, la marcha de Leo, la desaparición de Olga, aquellos vídeos, aquellas casas, la gente disfrazada, los pisos decorados, la oportunidad de escribir un suplemento, ¿cómo había podido estar tan ciego? Llevaban semanas manipulándolo hasta llegar a aquel punto. Sintió tanto pánico que tuvo ganas de llorar. El líder le lanzó una pastilla mientras le ordenaba:

—Tómatela o mataremos a tu querida esposa y luego te ahorcaremos con sus intestinos, no te preocupes, te juro que no es nada malo, confía en mí.

La pastilla era azul con lunares morados, el periodista dudó unos segundos pero oír al enano recargar nuevamente la escopeta acabó de convencerlo. Se la metió en la boca, miro hacia el techo y dándose algún pequeño golpe en el cuello consiguió engullirla.

—Buen chico, es una especie de viagra experimental, más rápida y efectiva, la necesitarás.

Eva sintió que estaba a punto de desmayarse, de repente su mundo había cambiado, no reconocía a esa gente ni entendía los tratos que tenían con su marido y sabía que aquello acababa de empezar.

—¡La puta está muy buena! —gritó el otro enano, sacando del cinturón un cuchillo que en sus pequeñas manos parecía aún más descomunal.

—Tranquilos chicos, no queremos que sufra ningún daño, ya sabéis que estamos aquí para lograr que este par de tortolitos se reencuentren sexualmente. Eso sí, tienes razón, hacía tiempo que no teníamos una esposa tan atractiva.

Dos lágrimas, una en cada ojo, resbalaron mejilla abajo, corriendo el maquillaje mientras ella balbuceaba:

—Por favor…

—¡Cállate puta!, ¡cállate!, ¡cállate!, ¡cállate!, ¡cállate!, —repetía Tim sin parar.

—Bueno, a estas alturas probablemente tu remolona polla esté entrando en calor —dijo el Arlequín mirando a Hugo y colocándose un pasamontañas de color naranja— que empiece el espectáculo. Eva, ven aquí por favor, ¡ahora!

Obedeció, andando despacio por el salón, tapándose como podía su anatomía y sintiendo los pies descalzos fríos a pesar de tener parqué.

—¡La puta está muy buena! —repitió Bill.

—Hugo, desnúdate y demuéstrale a tu mujer quien manda.

—Hijos de puta —contestó él entre dientes.

—Hugo, no me hagas ser violento, a mí me importa una mierda si te la follas viva o muerta, no me hagas perder el tiempo. Para que conste en acta, no soy famoso por mi paciencia, la próxima puta cosa que tenga que repetir, ¡¡os joderé hasta que no os quede ni una gota de sangre!! —sentenció gritando la última frase a pleno pulmón, pareciendo aún más aterrador ataviado con el pasamontañas— desnúdate de una puta vez, sé un hombre, mi negocio es un negocio de hombres.

Hugo se puso en pie, primero se quitó la camiseta y luego hizo lo mismo con el chándal, quedándose en ropa interior igual que su esposa, tocando casi hombro con hombro.

—¡¡Quitatelo todo de una puta vez!! —ordenó el líder, cada vez más enojado.

El periodista lo hizo, bajándose el bóxer hasta los pies para acabar tirándolos a un lado. Los enanos empezaban a reír, disfrutando del espectáculo.

—¡Chúpasela!, ¡Chúpasela!, ¡Chúpasela!, ¡Chúpasela!, ¡Chúpasela! —repetía Bill sin parar.

—Querida, complace a mi amigo, no es que Bill Skarsgård sea un gran realizador, pero veo que a tu maridito le cuesta ser un hombre incluso con la ayuda de los químicos, así que, ponte de rodillas y chúpasela antes de que a alguien que yo me sé se le escape un disparo en tu bonita cara.

Eva temblaba de pavor, llorando cada vez más mientras que obedecía. Se arrodilló en el suelo, cogió la base del pene de su marido y empezó a masturbarlo lentamente, intentando que su miembro reaccionara mientras que se lo introducía suavemente en la boca, acompañando el movimiento con tímidos lametones.

—Glup, glup, zorra —dijo Tim Curry desde su posición, apuntándolos con la escopeta.

—Yo de ti me daría un poco de prisa, o te folla él o seré yo el que tenga que sacarse la polla y hacer el trabajo.

Siguió con aquella forzada felación, aumentando el ritmo con la mano y los labios, intentando no vomitar por causa del miedo. Notó como poco a poco el falo de Hugo reaccionaba, nunca habría podido imaginar la ilusión que llegó a hacerle, sintiéndose algo más aliviada.

—Glup, glup, zorra.

—Esto empieza a funcionar, así, así me gusta, cómete todo el trozo de carne. Bien, ahora vuelve a levantarte, ¡rápido!

Obedeció sin pensárselo, cada grito del Arlequín era como una punzada de terror.

—¡La puta está muy buena!

—Quítate el sujetador, enséñanos tus tetitas. Yo de ti me daría prisa antes que al maricón de tu marido le baje la erección.

Eva obedeció de nuevo, desabrochándose el sostén y dejándolo caer al suelo, tapándose los senos con los brazos.

—¡¿Por qué te cubres si te he dicho que me enseñes las tetas, joder?!, ¡quita los putos brazos!

Nuevamente le hizo caso, sintiéndose completamente ultrajada.

—Ñam Ñam, —dijo Bill disfrutando del espectáculo.

—Ahora quítate las bragas.

Lentamente se las bajó, sollozando en cada movimiento, dejándolas caer al suelo para luego apartarlas. El Arlequín la repasó con la mirada y dijo:

—Coñito modelo ingles brasileñas, no está nada mal.

—¡Hijos de puta! —no pudo evitar gritar Hugo.

Tim Curry disparó sin pensárselo, rozando la parte derecha de la cabeza del periodista, abriéndole una brecha sangrante pero no grave. El líder se sorprendió con la reacción del enano, alzó las manos en señal de calma y ordenó:

—Haya paz chicos, la noche es joven— observó que su víctima estaba bien y añadió:— mira tú por donde, nuevo peinado gratis.

Hugo se presionaba la herida, ensordecido por la detonación y notando como la sangre resbalaba por su brazo, atendido enseguida por su preocupada esposa.

—Vuelve a tu sitio puta. Joder, amiguitos, ¿entendéis ahora por qué las mujeres no comprenden nada? —dijo con sarcasmo el líder mirando a sus secuaces.

—Ñam Ñam.

—Querida, ponte a cuatro patas y empecemos de verdad, al final se la has puesto tan dura que no le baja la empalmada ni a tiros. Hugo, deja de mariconear y fóllatela a lo perrito, cuando antes empieces, antes terminaremos.

Cada vez más temblorosa y manchada con la sangre de su cónyuge, Eva se puso en posición, dejando su despampanante culo en pompa. Hugo, dolorido aún por aquella bala que casi le desparrama los sesos, se colocó de rodillas detrás de ella, le agarró las marcadas caderas y le restregó casi involuntariamente su pene erecto por el culo. Colocó el glande en la entrada de su sexo y justo cuando se disponía a penetrarla, notando a su esposa aterrada e indefensa, se negó diciendo:

—No puedo joder, ¡no puedo!

El líder no tuvo que ordenar nada, Tim Curry, mostrándose proactivo, se acercó hasta ellos y apuntó con la escopeta a la cabeza de Eva, apoyando el doble cañón contra su frente.

—Tú mismo —se limitó a decir el Arlequín.

—Vale, vale, lo haré, lo haré joder.

El periodista volvió a colocarse, agarró nuevamente por las caderas a su esposa y disculpándose antes de emprender la acción la penetró con dificultad, gimiendo ambos por el dolor y la indignación.

—Bueno, algo es algo chicos. La verdad, ahora entiendo por qué no folláis nunca, que poca pasión. Ya sabes cómo continúa esto compañero, mueve las caderas adelante y atrás, es muy fácil.

—¡Ahhh!, ¡ahhhh!, ¡ahhhhhhh! —Ambos gimieron, Eva sentía como si la atravesaran con un cuchillo, estaba tan poco lubricada que el dolor era insoportable.

Hugo siguió penetrándola, aumentando el movimiento con la intención de acabar lo antes posible, intentando aislarse para que la poca excitación provocada por el fármaco no se esfumase.

—Ohhh, ohhhh, ohhhh.

—Bueno, señor Ibáñez, me parece que aquí el problema es que hace años que te cansaste de follarte a tu mujer a lo perrito o en la postura del misionero. Ya te he dicho que estamos aquí para liberarte. Dime, con confianza, ¿cuántas veces has soñado con darle por el culo? Reconozcámoslo, está un poquito flaca para mi gusto, pero tiene un trasero de infarto. Hoy es tu día de suerte, dale por detrás, tíratela como la puta que es.

Hugo seguía penetrándola con desdén mientras decía entre lágrimas:

—No, no por favor.

El líder se levantó de su silla por primera vez en mucho mostrando autoridad, miró a la pareja que copulaba obligada delante de él y ordenó:

—Tim Curry, si vuelven a desobedecer una orden mía cárgate a la zorra.

—Está bien, está bien, ya está, ya está —intentó tranquilizarlos el periodista, retirando su miembro del interior de Eva y colocándolo en su ano.

Su esposa lloraba desconsoladamente mientras le animaba:

—Hazlo cariño, no te preocupes, estoy bien.

Hugo presionó con fuerza la entrada de su culo con el glande, respiró hondo y con extrema fuerza consiguió metérselo hasta la mitad.

—¡Ahhhh!, ¡ahhhhh!, ¡ahhhhhhhhhhhhhh!

La sumisa esposa gritaba por el intenso dolor mientras el Arlequín la animaba:

—Cierto, la primera vez que os dan por el culo duele, pero luego es hasta placentero.

El periodista notaba su pene completamente presionado en aquella cavidad completamente desconocida para él, siguió presionando casi violentamente hasta que consiguió penetrarla por completo.

—¡¡Ahhhhhhhhh!!, ¡¡ahhhhhhhhhh!!, ¡¡ahhhhhhhhhhhhhhhh!!

Los gritos de Eva eran descontrolados, hecho que parecía excitar aún más a los enanos.

—¡Fóllatela, fóllatela, jajajajaj!

Hugo siguió metiéndola y sacándola, con dificultad pero cada vez más rápido y más profundo, gritando los dos.

—¡¡Fóllatela!!, ¡¡fóllatela!!, ¡¡fóllatela!!

Las embestidas continuaron incrementándose, notaba como los testículos chocaban contra sus nalgas de acero, casi había conseguido aislarse del entorno mientras la sacudía con brutalidad. Tim Curry hundía su arma en la frente de la esposa, simulando las arremetidas del marido.

—¡¡Fóllatela!!, ¡¡fóllatela!!, ¡¡fóllatela!!

—¡¡Ohhhhhhhhh!!, ¡¡ooooooooohhhhhhhhhhhhhhhh!!, ¡ahhhhhh!

Los gemidos resonaban por toda la casa mientras el marido sodomizaba a Eva, los tres asaltantes le animaban a continuar.

—Sí, sigue, sigue, sigue, sigue,

—¡Ohh!, ¡ohh!, ¡¡ohh!!, ¡ohh!

De repente Hugo sintió que iba a eyacular, avergonzado por haber disfrutado de aquello en cierta medida pero aliviado con la esperanza de que todo terminara. Se inclinó sobre su amante, le agarró con fuerza los senos desde atrás y apretujándolos se corrió entre grandes espasmos, quedando exhausto casi al momento.

—¡¡Ohhhhhhhhh!!, ¡¡ohhhhhhhhh!!, ¡ahhhhhh!, ¡ahhhhhhhhhhhhhhhh!

Eva lloraba como una niña cuando por fin su marido retiró el falo de su interior, ambos cayeron al suelo agotados, sintiendo que algo había muerto en su interior. El periodista consiguió recuperar el aliento, lo necesario para decir:

—Ya tenéis lo que queríais, largaros de mi casa.

El Arlequín se acercó a Hugo, se agachó lo justo para colocar su cara cerca de la de él y sacando una pistola taser dijo:

—Vamos, eres un fan de nuestros vídeos, sabes de sobra que esto es solo el principio.

El líder sonrió debajo del pasamontañas un segundo antes de lanzarle una tremenda descarga, dejándolo completamente paralizado. Pero ni en ese momento Hugo tuvo suerte, no quedó inconsciente, tan solo inmóvil, convirtiéndose en espectador de lo que estaba a punto de pasar.

Era el turno de los enanos, durante la siguiente hora vio como aquellas alimañas, torturaban, violaban, sodomizaban, amputaban, rajaban, ataban y finalmente descuartizaban a su esposa, todo contemplado por sus llorosos ojos, completamente impotente. El Arlequín volvió a acercarse al periodista, lo miró desde las alturas y sentenció:

—Pero bueno, veo que has podido disfrutar del espectáculo, mucho mejor. No sufras, somos unos profesionales, antes de irnos lo dejaremos todo limpio como una patena y te proporcionaremos una cuartada. Después nos despediremos, pero tu vida será nuestra, la vida de tus padres será nuestra, la vida de tus primos y tíos será nuestra. Quedarás a nuestra merced hasta que dentro de dos años, si has sido un buen chico y no le has ido con el cuento a nadie, dejaremos que elijas a un amigo para que te sustituya y te liberaremos. Dulces sueños —terminó diciéndole antes de dispararle una última descarga.

Ciberleyenda

Dos adolescentes están sentados en un banco del parque, son las seis de la tarde y las clases de su instituto han finalizado. Ambos comparten un porro cuando uno de ellos dice:

—Hostia tío, ¿has oído lo de la página web esa?, ¿la que torturaban a las esposas de unos pringaos?

—Eso es una creepypasta como una casa, una puta leyenda.

—Que no tío, en serio, tengo un amigo que ha visto los vídeos.

—Ya claro, así empieza, un amigo, que tiene otro amigo, que su viejo tiene un primo…chorradas para asustar a abuelitas.

—No sé, pero el tema es bastante escalofriante, cuentan unas cosas...

—Cuando vea a Slender Man en mi jardín, entonces, ¡entonces sí que me creeré estás chorradas!

El colega le dio una profunda calada al canuto, expulsó el humo mirando al cielo y añadió:

—Pues molaría que alguna de estas fuera verdad.

 

*Nota del autor: Obviamente, el relato es pura fantasía, pero sí se nombra un hecho verídico que protagonizó un australiano residente en filipinas, el vídeo de Daisy’s Destruction por desgracia es un caso real. Si me permitís un consejo, si alguna vez tenéis la mala suerte de encontraros con estos cuatro clips, no los miréis, venced al morbo y simplemente, no los miréis.