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Refugio

en Amor filial

*Este relato lo publiqué hará un año. Lo borre debido a la dureza del mismo, entendiendo que a mucha gente le podía incomodar. Lo vuelvo a publicar a petición de una lectora de TODOREATOS, pero no sin antes advertiros de su crueldad.

 

Refugio

Coralina, 2008

La jovencita de diez años partía el filete con los cubiertos de plástico ante la atenta mirada del padre. Estaba bien enseñada, practicaba el corte de manera delicada pero decidida.

—¿Para qué son estas pastillas, papá? —preguntaba la niña mirando dos cápsulas rosadas que aguardaban encima de la mesa.

—Son vitaminas hija, ya sabes que como no podemos salir a la superficie necesitamos complementos alimenticios. Antaño, antes de la guerra, las conseguíamos simplemente gracias a una buena alimentación y la exposición al sol, pero ahora necesitamos ayudas como ésta.

La niña observó a su alrededor, aquella estancia subterránea de cien metros cuadrados era lo único que sus ojos habían podido explorar. Una pequeña habitación con una cama era el dormitorio mientras el resto del habitáculo lo completaban un baño con ducha y un amplio comedor dónde comía, miraba la televisión y practicaba deporte de manera bastante estática. Alrededor de su televisor una gran estantería hacía de videoteca, con numerosas películas que su padre se encargaba de actualizar periódicamente. Tan solo había tres pequeñas ventanas translúcidas pegadas al techo que dejaban pasar algo de luz natural, desde que Coralina tenía uso de razón las recordaba bloqueadas. Se asomaba frecuentemente e imaginaba que desde ellas podía ver el cielo, los árboles y la naturaleza, pero lo cierto es que la visibilidad era prácticamente nula.

—Recuérdame quién luchó en la guerra papi

—Aquello fue terrible hija, eres demasiado pequeña para entenderlo. Digamos que los países civilizados y buenos tuvieron que combatir contra el terrorismo.

—¿Qué es el terrorismo? —insistía la niña mientras masticaba el último pedazo de filete.

—Otro día te lo cuento, mi amor.

El corpulento padre de cuarenta y un años, metro ochenta de fornido cuerpo y la cabeza afeitada miraba con ternura a su retoño, mostrándole un rostro amable en contraposición con su aspecto rudo.

—¿Esa es la guerra en la que murió mami?

—Sí, cariño, tu madre y muchísima gente fue víctima de la barbarie, los que conseguimos sobrevivir vivimos en sitios como éste, tenemos que vivir en refugios porque el aire es tóxico. Tú eras tan solo un bebé cuando nos atacaron.

—¿Mamá era guapa?

—Era preciosa, rubita y de ojos azules como tú, y una persona maravillosa. Cuidó de muchos heridos hasta que no pudo más, ya sabes que nos observa desde el cielo con orgullo, ¿verdad Coralina?

—¡Sí! —afirmó rotundamente y con satisfacción la chiquilla.

—Muy bien, cómete el plátano y tómate las pastillas, me tengo que ir enseguida.

—¿A vigilar a los malos?

—Eso es hija, a vigilar a los malos.

Coralina, 2011

El padre abrió el portón acorazado que le separaba del refugio gracias a la tarjeta de seguridad y su huella dactilar, cruzó la entrada con la bandeja de comida y lo volvió a cerrar como pudo. Bajó las escasas escaleras y observó a Coralina practicando aeróbic, vestida con unos leggins y una camiseta blanca de tirantes sacudía su cuerpo al ritmo que marcaba la profesora virtual en el televisor. «Se está convirtiendo en toda una mujercita», pensó.

—¿Ya estás aquí, papá? —preguntó ella sin apenas darse la vuelta, intentando no perder el ritmo.

—Sí cariño, termina tranquila que voy poniendo la mesa.

Dejó la bandeja y colocó los platos y cubiertos de plástico, se sentó en la silla y esperó pacientemente a que su hija terminase. Al poco rato le acompañó ella, sentándose en otra silla mientras recuperaba el aliento.

—¡Estoy agotada!

—No me extraña, a ver si te vas a estar pasando con tanto deporte.

—¿Y qué más puedo hacer?, estudiar, ver películas y deporte, en eso consiste mi vida.

Su rostro se oscureció por un instante pero acto seguido miró la bandeja y la sonrisa volvió a iluminar su cara.

—¿Qué es eso? —preguntó señalando una magdalena con un par de velas.

—Lo más parecido a un pastel que he podido encontrar Coralina, hoy cumples trece años.

—¡No sabía ni en qué día estábamos!, ¡Muchísimas gracias! —exclamó al tiempo que le recompensaba con un cariñoso abrazo— Te debe haber costado muchísimo conseguirlo.

—Lo pedí al Gobierno con mucha antelación, ha sido un bonito detalle, me recompensan por el buen trabajo.

—¡No recuerdo la última vez que comí algo con azúcar! —seguía ella entusiasmada.

—Me alegro de que te guste, pero antes, debes comerte las judías y el pollo.

—¡A sus órdenes! —ironizó ella.

El siguiente rato transcurrió en silencio, el cansancio y la posterior excitación de Coralina habían dejado paso a un hambre feroz.

—Y dime hija, ¿has hecho tus deberes antes de entrenar? Ya sabes que aunque vivamos encerrados debemos estar preparados.

—Sí, he terminado los problemas de matemáticas y he estudiado la lección de biología. También he seguido con la historia de la guerra, los musulmanes eran de lo peor.

—No fueron los musulmanes cariño, fue una rama radical surgida del islam, ellos también lucharon como pudieron.

—Pero, hay tantas cosas que no entiendo…¿cómo un pueblo tan atrasado fue capaz de sembrar el caos de esta manera?

Gabriel, el padre, no salía de su asombro. Aquella chiquilla hablaba con una madurez increíble, el cautiverio lejos de mermar su inteligencia la había agudizado.

—Poco a poco lo irás comprendiendo todo hija, después de las bombas, ya has pasado la lección dónde se explica que significa inmolarse, vinieron los ataques con armas químicas y finalmente las explosiones atómicas. Prácticamente todo lo que conocíamos murió, el mundo cambió para siempre. Desde entonces las grandes naciones luchan por recomponerse.

—¿Es entonces cuando te convertiste en un vigía?

—Sí, esa fue la función que nuestro Gobierno me encomendó. Aunque es poco probable que sus comandos sigan en España algunos de nosotros debemos vigilar desde cámaras acorazadas en el exterior.

—¿Por eso no puedes vivir conmigo?

—Eso es, cariño.

—¿Algún día podré ver dónde trabajas?, ¿dónde vives?

—Mi amor, vivo aquí mismo, en una habitación diminuta. Cuando puedo dormir apenas quepo tumbado. Es un trabajo duro pero alguien tiene que hacerlo.

—¿Hay muchos trabajos distintos?

—Claro hija, todos debemos aportar nuestro granito de arena. Los hay que trabajan en invernaderos subterráneos para que tú puedas comer, por ejemplo. Otros forman parte del Gobierno y toman las decisiones, hay expertos en terraformación que luchan para que el exterior vuelva a ser habitable, de todo un poco.

—¿Hay exploradores?

—Sí, muy pocos porque ya sabes que los trajes anti radiación son muy costosos.

—Me encantaría ser como ellos, salir al exterior y poder ver algo distinto…—dijo ella casi entre suspiros.

—Nunca se sabe, cuando tengas dieciocho años te encomendarán también a ti una función.

—Ya…

Consciente de la dureza de vivir encerrada el padre se metió la mano en el bolsillo, extrajo una carta y se la entregó mientras añadía:

—Además, podrás ver que las cosas van por el buen camino.

Coralina desplegó sorprendida aquel trozo de papel y rápidamente comenzó a leerlo:

Estimados ciudadanos.

Vuestro Gobierno es plenamente consciente de la dureza que conlleva nuestro actual modo de vida. Nos congratulamos al anunciaros que los trabajos que están llevando a cabo para que la atmósfera del planeta sea apto para el ser humano están avanzando con paso firme, consiguiendo cada día sustanciales mejoras. Esperamos poder daros pronto la noticia que todos anhelamos, anunciar el final del enclaustramiento.

Nuestros mejores deseos.

La carta iba firmada por el mismísimo presidente de la nación y sellada con el emblema del país, aquellas pocas palabras eran suficientes para que la imaginación de Coralina volara como un pájaro libre, uno de aquellos animalitos con los que tantas veces había soñado.

Coralina, 2014

A los dieciséis años Coralina ya era toda una mujer. Tan culta y preparada en algunas materias y sin embargo muy inocente en otras. Su mayor refugio del refugio, valga la redundancia, habían sido los libros y las películas. De niña vio hasta el hartazgo todos los clásicos de Disney, soñando con convertirse alguna vez en una de las princesas de sus cuentos. Le siguieron Los Goonies, Solo en casa, Los Gremlins (la primera película que le hizo descubrir el miedo), y la bellísima Eduardo Manos Tijeras. Más adulta se interesó por el cine de acción, viendo muchas de las cintas con su padre se sabía de memoria los diálogos de La jungla de cristal o Arma letal.

Eran centenares sino miles las películas que había visto, pero últimamente le atraían otros géneros. Películas que sospechaba que el padre había depositado en su videoteca hábilmente, con la ilusión de ahorrarse más de una conversación difícil. Aún recordaba entre risas lo patoso que fue cuando le vino por primera vez el periodo, los balbuceos y las absurdas explicaciones. El pobre hacía lo que podía, no era fácil criar a una hija en esas condiciones y sin una madre. Fue con Proposición indecente, Nueve semanas y media o incluso Pretty woman con las que la adolescente notó sensaciones nunca experimentadas, una excitación más poderosa que cualquier aventura, algo que atrapaba al propio cuerpo y no lo soltaba.

Debían ser las diez de la noche cuando Coralina ya se había despedido de su padre después de cenar y paseaba descalza por el salón/comedor de aquel búnker que era toda su vida. Miraba la colección de películas atenta, buscando algún título sugerente que saciara su inquietud. El silencio era casi perfecto, tan solo ligeramente interrumpido por la vibración de los generadores, ruido al que ya estaba más que acostumbrada. Su cuerpo había cambiado mucho en poco tiempo, sorprendiéndola incluso a ella. Mientras revisaba con la vista aquella notable colección de films con las manos se acariciaba ligeramente el cuerpo, pasando las palmas  por sus nuevos pechos y las caderas trabajadas con ejercicio diario.

«¿Sería yo una tía buena?», «¿gustaría a los chicos? », se preguntaba mientras exploraba sus juveniles curvas, fantaseando con que el final de la civilización no hubiera llegado nunca. Chicos, aquella palabra retumbaba en su interior desde hacía meses, la necesidad de conocer a otra gente, de charlar, de interactuar, de…chicos. Se deshizo del pijama y fue al baño, estudiando su reflejo en el espejo, el cuerpo desnudo de aquella joven rubia sentía un nudo en la garganta, una excitación de la que no era capaz de librarse.

Volvió a vestirse, inquieta, angustiada, sintiendo por primera vez en su vida auténtica claustrofobia. Decidió meterse en la cama para paliar su estado, pero aquel fuego interior parecía inextinguible. Su respiración se aceleraba mientras su mente seguía fantaseando con jóvenes y musculados varones, maduros y atractivos hombres, interesantes y peligrosos muchachos. El latir de su corazón era tan fuerte que podía notarlo en sus oídos, como un tambor. Deshizo nuevamente con cuidado el lazo del pantalón del pijama e introdujo la mano por dentro, llegando hasta el clítoris. Con solo rozarlo notó como sus piernas se cerraban, asustadas por aquel misterioso placer. Siguió acariciándolo con suma delicadeza, disfrutando, experimentando, descubriendo por primera vez su sexualidad.

Coralina, 2015

Padre e hija comían en silencio, aunque su relación era muy buena los últimos meses habían sido duros. Coralina parecía no soportarlo más, encerrada entre aquellas paredes se sentía más muerta que viva. Faltaban tan solo dos meses para su mayoría de edad y solo el que se le encomendara una función que la sacara de aquella monotonía conseguía calmar su angustia.

—Hija, ¿qué quieres por tu cumpleaños?, siendo tu mayoría de edad estoy seguro de que serán generosos con nosotros.

—Quiero una misión que me lleve a Marte, no puede ser más aburrido que esta jaula.

—Hija…

—¡¿Qué?!, ¡no me digas que sea paciente eh!

El padre agachó la cabeza, compungido. Ella lo miró algo arrepentida y continuó:

—Me gustaría una cuchilla de afeitar.

—Cariño, ya sabes que eso está prohibido.

—Sí, igual que salir al exterior, ver dónde trabajas, el azúcar, dormir más de ocho horas, ¿hay algo que no esté prohibido?, ¡¿qué tiene de malo una cuchilla?!, ahora los talibanes parecemos nosotros.

Coralina jugaba con la comida profundamente hastiada  mientras que su padre intentaba razonar con ella:

—No todo el mundo es tan fuerte como nosotros, no toda la población lo soportaría, por eso están prohibidas las cuchillas o cualquier utensilio que sea peligroso, la misma razón por la que comemos con cubiertos de plástico.

—Eso cuándo comemos juntos claro —añadió ella— la mayoría de veces lo haces solo en tu misteriosa atalaya que no puedo ver.

Gabriel se dio cuenta de la gravedad de la situación e intentó ceder.

—Pediré la cuchilla, pero cariño, ¿para qué la quieres?

—Para depilarme, estoy harta de mirarme al espejo y parecer un mono.

—Pero si apenas tienes bello, mi amor.

—En las piernas quizás no, pero me asquean mis axilas de orangután.

—¿Y por qué necesitas depilarte con tanta urgencia?

—Está claro papá, según este Gobierno vamos a salir pronto, ¿no?, llevan tan solo diez años prometiéndolo. Pues yo no quiero ser un monstruo cuando llegue el día.

—De acuerdo, de acuerdo, haré lo que pueda —concluyó al fin el padre.

2016, cumpleaños

Gabriel cerró la puerta tras de sí y al bajar hasta el refugio encontró a su hija estudiando en la mesa, vestida con un top de deporte gris y unos shorts también deportivos negros.

—¡Papá!, ¡si que has podido venir pronto hoy!

—Claro mi niña, es tu cumpleaños, dieciocho años no se cumplen todos los días. ¿Estás estudiando?

—Sí, me queda poco, odio estás malditas integrales, tengo ganas de empezar con el yoga.

—Muy bien, hoy es un día especial, haz lo que te apetezca.

—¿Qué llevas en la mano? —preguntó Coralina al ver que llevaba su padre una pequeña caja envuelta con papel de regalo.

—Es tu regalo.

Ella se levantó entusiasmada de la mesa, agarró aquella pequeña caja y empezó a palparla por todas partes.

—¡Qué bonita!, nunca había visto papel de regalo en persona, ¡es precioso! ¿La abro?

—Claro hija, es para ti.

—Pero me da pena romper el envoltorio.

—No seas boba, ábrela de una vez.

Emocionada, rompió como pudo el lazo y luego rasgó el papel, liberando por fin aquel obsequio que tenía pinta de ser oficial.

—¿Una venus, qué?, ¡ah!, ¡pero si es la maquinilla de afeitar que pedí!

—Claro mi amor, es la manera que tiene el Gobierno de decirte que ya eres una mujer adulta, pero escúchame bien, aún no puedes usarla, estoy pendiente de que llegue la autorización, me han prometido que no tardará más de una semana. En los tiempos que corren ese instrumento es un tema muy serio, ¿comprendes?

—Por supuesto, soy la reina de la paciencia, jejeje. Oye, ¿ya ha llegado la carta con la que será mi función a partir de ahora?

—No ha llegado tampoco hija, he pedido que fuera algo interesante, que pudiera transportarte fuera de aquí aunque fueran unas pocas horas al día, pero me han pedido un montón de requisitos.

—¿Requisitos?, ¿cómo cuáles?

—Tengo que proporcionarles tus medidas, me han dicho que es de vital importancia que sean lo más ajustadas posibles. También tu historial de enfermedades.

—Pero si me he medido y pesado mil veces, mido un metro setenta y uno y peso cincuenta y seis kilos, ¿qué más necesitan? —preguntó ella extrañada.

—Necesitan saber tu envergadura y tus medidas en general, supongo que es por un tema de trajes. Incluso me han enviado un metro nuevo de papel junto a la maquinilla, eso es que se lo están tomando en serio, una buena noticia diría yo. ¿Lo hacemos ahora?

—Cuanto antes mejor —contestó Coralina dirigiéndose al centro de la sala donde solía hacer deporte y poniendo los brazos en cruz.

Gabriel se le acercó con el metro, colocó un extremo en la punta de los dedos de una mano y lo extendió por sus brazos hasta llegar a la otra. Apuntó el resultado y siguió:

—Ahora solo falta busto, cintura y caderas.

—Cuando quieras —afirmó ella manteniendo los brazos en aquella posición.

El padre dudó unos instantes, la observó de arriba abajo y le dijo:

—Creo que sería mejor que te quitaras el top y los pantaloncitos, ponía específicamente que los resultados debían ser exactos.

—¿Estás seguro?, la ropa que llevo es de deporte, no creo que los alteren mucho —preguntó ella nuevamente extrañada.

—Yo creo que sí, será solo un momento.

Coralina obedeció, quitándose primero la parte de arriba y después el short, consiguiendo que éste saliera a pesar de llevar las zapatillas de deporte y quedándose en fina ropa interior de color blanco. El padre la observaba desde detrás de su espalda, definitivamente su hija ya era toda una mujer, a aquella armónica y preciosa cara de grandes ojos azules y la melena larga y rubia le acompañaban unas curvas prometedoras. Sin pensárselo dos veces rodeó sus pechos con la cinta métrica, podía notar la incomodidad de su chiquilla con aquella acción mientras él informaba en voz alta:

—Noventa y dos.

Repitió la acción en la parte de la cintura, viendo como la piel de su hija se ponía de gallina y como ella contenía la respiración para facilitarle el trabajo.

—Sesenta y uno.

Finalmente rodeó sus caderas, presionando aquella cinta sobre su sexo, separados tan solo por las braguitas y terminando en su trasero para volver a informar:

—Noventa y tres.

—¿Qué significan estas medidas papá, está todo bien?

—92-61-93, hija mía, te puedo asegurar que todo está mejor que bien, es la perfección, definitivamente ya eres toda una mujer.

—¿Puedo vestirme ya? —preguntó ella mientras permanecía aún quieta por si faltaba una última comprobación— ¿Papá? —insistió al no recibir respuesta.

—Sí cariño, puedes vestirte ya —dijo Gabriel al fin— volveré a la hora de comer para celebrarlo contigo, hoy también tendrás una sorpresa de postre, feliz cumpleaños hija, te quiero.

—Yo también te quiero —respondió ella mientras se colocaba el short con cierta dificultado.

Autorización

A las nueve en punto de la mañana Gabriel irrumpía en el búnker, sorprendiendo a su hija vestida tan solo con una toalla, probablemente camino de la ducha.

—¿Papá?, ¿qué haces aquí a estas horas?

—Hola hija, es que…han llegado noticias del Gobierno esta mañana…

—¿Y qué pasa?, ¿por qué haces esta cara?, ¿ha pasado algo, es mi destino?

—No, no, tranquila, no es eso.

—¿Pues?, ¿cuéntame, qué es lo que decía la carta?

—Es la autorización por el tema de la maquinilla, te la han dado pero como condición pone que la primera vez…

El silencio volvió a reinar en la sala mientras que el padre miraba al suelo, incómodo.

—¿Qué la primera vez qué, papá?

—Que al ser un arma potencial la primera vez lo tengo que hacer yo.

—¿¿Cómo??

—Lo sé, lo sé, el proteccionismo de este Gobierno es para no creerlo.

—¿Pero cómo vas a hacer eso? Me da hasta miedo. Tendrás que esperar a que termine de ducharme y luego hacerlo, es lo más raro que he visto nunca.

—Cariño, esto no se puede hacer en seco.

Coralina no salía de su asombro, aquella conversación era completamente surrealista.

—No entiendo nada.

—Que se tiene que hacer en la ducha, con la piel húmeda. En su día me afeitaba cada día la cabeza con cuchilla, antes de que las regulasen y me enviasen la maquinilla eléctrica, sé de lo que hablo.

—¡Es increíble!, pero si no me has visto desnuda desde que era una niña.

—Lo sé.

—Además, ¿cómo van a saberlo?, en dieciocho años eres la única persona que he visto, ni que vinieran a inspeccionar o algo.

—Te sorprenderías de las cosas que saben, a veces pienso que los satélites siguen funcionando, hay muchas cosas que no me explico. Yo no me arriesgaría, de todas formas tampoco es obligatorio mi amor, ¿qué importancia tiene depilarse?, no lo hacemos y ya está.

—¡No!, necesito sentirme como una chica normal, como las protagonistas de las películas, femenina por una vez en mi vida. Para mí es importante.

—Bueno, ya tendrás tiempo de pensarlo.

Se dio media vuelta con intención de retirarse cuando oyó un hilo de voz de su hija:

—Papá.

—Dime, cariño.

—¿Sería solo la primera vez?

—Eso han dicho, sí.

—¿Y luego podré utilizarla cuando me plazca?

—Eso es.

Reflexionó otro ratito hasta que finalmente dijo:

—Espérame por favor, me voy a duchar y cuando haya terminado te aviso para que lo hagas, tampoco pasa nada, eres mi padre.

Gabriel sonrió a modo de respuesta, agarró una silla y se sentó paciente. Coralina, aprovechando que su padre estaba de espaldas, dejó la toalla en el pomo de la entrada del estrecho baño y se metió en la ducha. Él podía oír como el agua corría, se imaginó a su hija desnuda, enjabonándose y aclarándose su escultural cuerpo. Se removía en aquella silla esperando su turno, inquieto. El tiempo pasó despacio.

—¡Papá!

—Sí, hija, ¿qué quieres?

—Ya puedes entrar —afirmó Coralina desde el otro lado de la puerta.

Se levantó, respiró profundamente, agarró la cuchilla y un gel especial y entró en aquel artesanal cuarto de baño. Una vez dentro pudo ver a su hija a través del cristal de la ducha, desnuda, difuminada su silueta por el vaho.

—Cariño, ¿estás segura?

—Sí, sí, no pasa nada —contestó ella resignada.

Abrió la puerta corredera y volvió a mirarla, tapándose como podía sus curvas con brazos y manos.

—Guíame, que tengo que hacer —preguntó Coralina casi sin voz.

—Lo primero es estar tranquila, no te voy a hacer ningún daño y además soy tu padre. Levanta el brazo izquierdo, empezaremos por esta axila.

Dudó unos segundos, recolocando su cuerpo, ocultando su sexo tras el muslo con un movimiento de contorsionista antes de levantar el brazo y descubrirlo, con el otro seguía tapándose los pechos como podía. Gabriel le embadurnó la zona con aquel gel mientras le hablaba para tranquilizarla:

—Eso es, buena chica, estará en un momento.

Pasó con cuidado la cuchilla de afeitar, recorriendo la piel suavemente, repitiendo la acción con varias pasadas hasta lograr el efecto deseado.

—Muy bien cariño, esto ya está, ¿a qué no te ha dolido nada?

—La verdad es que no —contestó ella algo más animada.

—Perfecto, pues ahora hagamos lo mismo con la otra.

Coralina dio un giro rápido, poniéndose de espaldas a su padre preocupada siempre de no enseñar sus partes e intercambiando un brazo por el otro para descubrir la otra axila sin mostrar el busto. Gabriel miró su escultural trasero, en forma de corazón invertido y esculpido en piedra. Nuevamente embadurnó la zona y la rasuró con el mismo mimo que la anterior, asegurándose de que su hija no recibiera ningún daño.

—Me haces cosquillas —comentó ella divertida.

—Tranquila, esto también está, ahora faltaran las piernas —informó mientras alcanzaba un taburete que estaba en el mismo baño y lo colocaba en el plato de ducha— puedes poner aquí el pie, así podré trabajar mejor y te sentirás más cómoda.

Volvió a darse la vuelta tapándose como podía y obedeció sin rechistar, poniendo primero su pie izquierdo sobre el taburete, mostrando una preciosa y turgente pierna a la vez que se tapaba el sexo con una mano. Se sentía más tranquila notando la escena lo más natural posible, al fin y al cabo, era una superviviente. Gabriel empezó enjabonarle la pierna con aquel gel lentamente, casi de manera ritual, pasando las manos por toda su anatomía con auténtica parsimonia para después comenzar a rasurarla con el mismo cuidado que con las partes anteriores. Coralina sintió un escalofrío, una sensación extraña, notó por primera vez que aquella situación era insana.

—La otra —fue lo único que dijo su padre al terminar.

Ella volvió a obedecer, cada vez más asqueada, solo tenía ganas de que todo aquello terminase de una vez. Su preocupación por cubrir sus curvas ya era casi una obsesión. Repitió el proceso con la pierna derecha, a Coralina le pareció que esta vez incluso con más lentitud. Temblaba, quizás de frío, quizás de miedo. Gabriel parecía estar recreándose aunque nada de lo que hacía era un motivo real de sospecha. Por un momento se sintió mal por sentirse incómoda, encima de que su padre le estaba haciendo el favor, después de todo lo que la había cuidado.

—Esto ya está.

—Muy bien, gracias papá.

—De nada cariño —empezó a recoger las cosas y justo cuando parecía que estaba a punto de salir del baño le preguntó:—¿Hay alguna otra parte que quieras que te rasure?

—¿Cómo? —preguntó ella realmente sorprendida.

—Sí, ya sabes, quizás quieres arreglarte un poco el vello púbico.

—¿De qué hablas? Ya lo haría yo la siguiente vez, ¿no crees? —le increpó ofendida.

—Vale hija, vale, perdona, solo preguntaba —se defendió el padre saliendo rápidamente de allí.

Misión

Eran más de las tres de la tarde, Coralina permanecía sentada en la mesa del salón, intranquila por la tardanza de su progenitor. Solía venir puntual a traerle la comida, aquella demora no era en absoluto normal. Finalmente oyó el portón blindado cerrarse y los pasos de su padre bajando por las escaleras, la cara de Gabriel era de circunstancias.

—¿Estás bien? —le pregunto la chica, inocente.

Su padre se sentó en otra silla, le dio un bocadillo de jamón y se quedó dubitativo jugueteando nervioso con un papel. Aquella comida informal era otra rareza.

—Hola hija.

—¿Qué te pasa?, no me hacías un bocadillo para comer desde que hace años pillaste la neumonía.

El hombre parecía apesadumbrado, negó varias veces con la cabeza hasta que finalmente consiguió decir:

—Ha llegado por fin tu función, lo que te encargan hacer a partir de ahora.

—¡No puede ser tan malo! —exclamó ella.

—Léelo tú, anda, yo no tengo fuerzas.

Coralina casi tuvo que arrancarle la carta de las manos, con los ojos bien abiertos y el corazón en un puño comenzó a leerla en voz baja:

Estimada ciudadana Coralina Sánchez,

Nos complace informarle de que ya tenemos su función definida. La misión que le encomendamos es sin duda la más importante para nuestra sociedad, sin gente como usted nuestra nación no tendría ningún futuro. Le agradecemos de antemano su compromiso y le deseamos la mejor de las suertes en esta vital empresa. Con orgullo podemos anunciarle que tiene usted el honor de ser una repobladora, contamos con usted para que nos ayude a levantar esta sociedad que es la de todos. Dicha misión se realizará por un periodo mínimo de tres años y un máximo de diez, una vez terminada se le asignará otra función.

Según nuestro registro en el refugio nº735-44-786 solo viven dos personas:

Coralina Sánchez Hernando

Gabriel Sánchez Camús

Dado que Gabriel Sánchez Camús es un varón fértil será su inseminador.

Nuestros mejores deseos.

Coralina dejó caer la carta, aturdida, su mano temblaba después de haber leído aquello, ni siquiera estaba segura de entender la misión.

—No lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo —repetía como si de un mantra se tratase.

—Hija, no sé qué decir, no me lo esperaba.

—¿Mi misión es la que creo?

—Me temo que sí.

La muchacha se rascaba la cara nerviosa, jugaba con el pelo y balanceaba su cuerpo en la silla hasta que explotó:

—¡¿Pero quién coño se han  creído que soy?!, ¡¿una puta!?, ¡¿una yegua?!, ¡¿con qué puta autoridad se creen que me hablan!?

—Cariño, no grites, es peligroso.

—¡¿Peligroso de qué?!, ¡¿cómo me van a oír?!, ¡¿qué mierda pueden hacerme que sea peor que esto?! ¡Toda la vida esperando mi oportunidad y esta mierda de Gobierno quiere prostituirme! ¿Y qué es eso de que tú serás mi inseminador?, ¿vas a fecundarme como antiguamente se hacía con las cerdas para que me dedique a dar a luz a pequeños prisioneros de esta mierda de búnker?

—No funciona así, se utiliza el método natural —consiguió decir Gabriel entre sus gritos.

—¡¿Cómo que el método natural, me estás diciendo que me ordenan follarme a mi propio padre?!, ¡¿es eso?!, ¡debéis estar todos de coña!

—¡No hables así joder!, yo no te he enseñado esto.

—¡¡A la mierda las enseñanzas, el Gobierno y esta mierda de refugio!!, ¡prefiero salir y morir por la radiación y los tóxicos que esta misión enfermiza.

Coralina paseaba por toda la estancia como una autómata, con la sangre hirviendo por la rabia contenida durante años. Su respiración era tan profunda que producía el efecto contrario al deseado, dejándola sin aire hasta el punto que tuvo que ponerse de cuclillas para descansar.

—Relájate, te vas a hiperventilar.

—¡¡No, no, no y no!!, ¡¡no!!, me oyes!, ¡¡¡no!!! ¿Para eso querían mis medidas?, ¿luego traerán a gente de fuera para que pueda abusar de mí?

—Eso no pasará —afirmó rotundo el padre.

—¡¡Putos pervertidos de mierda, seguro que lo miran todo con cámaras y se excitan obligando a las familias a cometer incesto!!

—¡Coralina!

Se incorporó y fue como alma que lleva al diablo hacia su padre, éste consiguió ponerse en pie antes de que llegara hasta su posición cuando su hija comenzó a darle golpes en el pecho de manera compulsiva.

—¡¡¿¿Cómo puedes soportar esto??!!, ¡¿cómo?!, ¡¿cómo?! —le increpaba mientras los golpes no cesaban.

—Hija, ¿qué puedo hacer yo? —le preguntaba el padre abrazándola, intentando calmarla.

—¡¡Negarte!!, ¡negarte joder!, esto no es normal, no es normal.

—Si lo hiciera nos desterrarían, nos echarían del refugio y fuera no conseguiríamos vivir más de dos o tres semanas con suerte.

La hija paso de los gritos a los llantos, preguntándose las razones una y otra vez.

—¿Por qué?, ¿por qué?, no nos lo merecemos, no nos merecemos esto papá.

—Ya lo sé cariño, ya lo sé.

—Seguro que podemos negarnos, recurrir, ¡lo que sea!

—Eso es imposible, de hecho tenemos que empezar de inmediato.

Por un momento Coralina se quedó completamente quieta, abrazada por aquellos robustos brazos levantó ligeramente la cabeza hasta que sus ojos se encontraron con los de su padre, desolada y aterrada consiguió preguntar tartamudeando:

—¿Qué significa inmediatamente?

Él la acomodó de nuevo en una silla, se frotó los ojos y finalmente respondió:

—Debemos empezar hoy, cuando antes te quedes embarazada antes terminará esta pesadilla.

La chiquilla siguió sollozando mientras que su padre se metía la mano en el bolsillo y dejaba sobre la mesa una pastilla de color beige. Coralina la miró fijamente y preguntó:

—¿Qué es eso?

—Son píldoras para favorecer el embarazo, harán que tengamos que repetirlo el menor número de veces posible, tómatela con agua mi amor.

Ella obedeció con una tremenda mueca de dolor, aceptando poco a poco su destino aunque éste le pareciera nauseabundo. Miró con la mirada perdida a su progenitor y le consultó:

—¿Puedo asimilarlo durante unos días, papá?

—Hija, otra vez debo responder que me temo que no, cuanto más lo pienses peor será, confía en mí, no te haré ningún daño.

Fuertes arcadas invadieron el cuerpo de la chica antes de poder decir:

—Espérame aquí por favor, tengo que prepararme.

Gabriel esperó durante un largo rato, sabía que necesitaba un poco de espacio para entender todo aquello. Después de casi una hora su hija volvió a aparecer en el salón vestida con una cortísima falda de cuadros rojos y un jersey blanco holgado. Se acercó despacio hasta su padre, le agarró con cierta comprensión de la mano y le informó:

—Vamos a mi habitación, cuanto antes mejor.

Él afirmó con la cabeza y se dejó llevar hasta sus aposentos, una vez allí Coralina se tumbó en la cama y mientras no dejaba de mirar al padre que la observaba de pie en una esquina le hizo una señal con la palma de la mano en señal de espera.

—Haré lo que me digas hija.

Introdujo sus manos en el interior de la minifalda y lentamente se quitó las bragas, las dejó caer en el suelo y confirmó:

—Ya estoy preparada.

En ese instante el padre lo entendió todo, aquella vestimenta, ancha por la parte de arriba, lo menos provocativa posible pero con aquella diminuta tela en la parte inferior, para no tener que quitársela mientras practicaban el acto.  Ése era el uniforme de “trabajo” de su hija, pensado para ser funcional al máximo. Se tumbó encima con cuidado, intentando que su peso no lastimara a la jovencita, colocando sus piernas entre las suyas que ya estaban suficientemente abiertas. Coralina rezó para que sucediera todo rápido, incluso suplicó internamente para que tu padre tuviera una erección inmediata y no fuera necesario hacer nada más. Solo tenía que abrirse de piernas y esperar, eso era todo

«Ábrete de piernas y no pienses en nada».

Su padre comenzó a restregar sus partes contra las de ella, levantando ligeramente la falda para acomodarse, notando su pene contra aquel sexo recientemente arreglado, separados tan solo por el pantalón y la ropa interior de él.

«Ábrete de piernas y no pienses en nada».

Siguió frotándose contra ella con delicadeza, sorprendiéndose Coralina de lo rápido que apareció un bulto presionando contra su vagina, no podía entender como se había excitado tan rápido, se dio cuenta de que sus súplicas eran falsas, aquella reacción le asqueó más incluso que imaginarse que el coito fuera duradero.

«Ábrete de piernas y no pienses en nada, será rápido, no te dolerá, por lo menos no físicamente».

Gabriel se bajó los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas, restregó ahora su glande contra la ranura de su virginal hija sin ropa de por medio, notó la increíble erección que tenía, quizás había esperado demasiados años, pensó. Colocó la punta del miembro en la entrada de la vagina y con fuerza pero despacio comenzó a penetrarla.

«No te dolerá, no te dolerá, no te dolerá».

—¡Ahh!, ¡ah!, ¡arggg! —gimió ella de dolor, tan fuerte éste que era indescriptible, tan intenso que apenas podía articular palabra.

—Tranquila cariño, es normal, la primera vez siempre os duele mucho.

—¡Ahh, ahh, ahh! —siguió quejándose mientras una lágrima se desprendía de su ojo para recorrer toda la mejilla hasta el oído.

El padre siguió penetrándola, con cuidado pero cada vez más profundamente, pensó que podía notar como se rompía el himen de su pequeña por el paso decidido de su falo.

—Así, muy bien mi amor, ya ha pasado lo peor, no te preocupes.

—¡Ahh!, ¡ahh!, ¡ah!, ¡ah!, ¡ohhh!

Coralina no sentía que el dolor fuera menos intenso, más bien todo lo contrario, el escozor era cada vez más insoportable mientras que Gabriel seguía moviendo su miembro cada vez con más fuerza y más rápido.

—Ya queda poco mi amor, buena chica, ¡buena chica!, mm, mm, ¡ohhh!

Sintió de nuevo arcadas al ver como su padre era capaz de disfrutar con aquello, en su mente no cabía la posibilidad de que pudiera excitarse con su propia hija, por mucho que fuera una imposición gubernamental.

—¡Mmm, mmm!, me duele, me duele, ¡me duele mucho!

—Lo sé pequeña, lo sé, mmm, mmm, no te preocupes, ya casi estoy, ¡ya casi estoy!

Gabriel seguía metiéndosela y sacándosela cada vez más animado, visiblemente excitado, siendo por momentos más y más difícil disimular sus gemidos.

—¡Ohh!, ¡ohh!, mmm, mm, ¡mmm!, ohhhhh —ambos gemían por razones completamente opuestas.

—No puedo más papá, por favor, por favor.

—Ya estoy mi niña, ya estoy, ¡ya estoy! —el padre siguió embistiéndola unos segundos más hasta que finalmente consiguió meter sus varoniles manos en su trasero, aprisionadas entre éste y el colchón y mientras que lo estrujaba con fuerza la penetró hasta lo más profundo que pudo mientras eyaculaba entre fuertes gemidos— ¡¡ohhh!!, ¡ohhhhh!, ¡ohhhhhh!, ¡ahhhhhhhhhhh!

Coralina pudo notar los numerosos y fuertes espasmos del falo de su padre en su interior y también los chorros de semen descargados, sintió que realmente iba a vomitar. Él se apoyó durante unos instantes encima de su hija, le acarició con una mano el pelo y le dijo:

—Lo has hecho muy bien cariño, te prometo que la próxima vez no te dolerá, no te asustes si hoy sangras un poquito.

Sin poderlo remediar ni un minuto más la chiquilla vomitó encima del hombro del padre, descargando así todo su malestar.

Duda razonable

Pasaron seis largos días, seis días con sus seis coitos. Coralina no podía creerse lo mucho que había cambiado su vida en menos de una semana. Cómo habían muerto de un plumazo todas sus ilusiones y esperanzas, obligada por un ente invisible a practicar el más atroz de los actos. Habían sido días prácticamente iguales, comida, píldora y sexo. Aquella era su nueva rutina. Quizás su cuerpo empezaba a acostumbrarse, pero su mente era incapaz, y desde luego si el alma existía ésta o había muerto o se había dado a la fuga. Solo sentía asco, asco y odio. Todas las relaciones habían sido idénticas, con ella intentando parecer lo menos erótica posible y su padre corriéndose en menos de diez minutos.

«¿Cómo puede excitarse conmigo, cómo puede sentir atracción por su propia hija?». Aquellas preguntas atormentaban a la muchacha incluso más que el acto en sí. Sin duda él parecía llevarlo mucho mejor, y es que, ¿qué sabía realmente de su padre? Nunca había tenido ninguna otra referencia con la que comparar. Aquella mañana Gabriel entró en el búnker en un horario poco habitual, sorprendiendo a su hija aún en la cama, vestida tan solo con un camisón negro y unas finas braguitas del mismo color.

—Buenos días cariño, son más de las once, ¿hoy no estudias ni practicas deporte?

La joven se levantó sorprendida por aquella visita, notó que apenas podía mirarle a la cara.

—Hoy no me apetece, ¿qué haces aquí a estas horas?, justo ahora iba a ducharme.

—Me han cambiado el turno, por lo visto ha habido actividad sospechosa por la zona, quieren asegurarse de que no es un comando enemigo provisto de trajes anti radiación.

Fue directamente a una pequeña despensa que había cerca de la mesa donde comía, sacó un tetrabrik de leche y sirviéndose en un bol le dijo:

—Si lo que te inquieta es no poderme traer la comida no te preocupes papá, hoy no me encuentro muy bien, tan solo con un poco de leche pasaré hasta la cena sin problemas.

Él la miró pensativo, se acercó despacio hasta su posición y le contestó:

—Lamento oír eso, te traía un bocadillo, pero no es eso lo que me preocupa.

—¿Qué es entonces? —le preguntó ella de pie con el bol apoyado en la mesa, tomando pequeñas cucharadas desde las alturas.

Gabriel colocó sus manos en la cintura de la hija y la acarició con suavidad mientras le respondía:

—Que tenemos que cumplir con la misión.

De nuevo Coralina pudo notar como se tensaba todo su cuerpo, recorriendo un escalofrío toda su médula espinal.

—¿Otra vez?, tampoco creo que pase nada por un día, ¿no?

El padre acarició el vientre de ella mientras nuevamente insistía:

—Ojalá funcionara así, pero estos son los días fértiles y tenemos que aprovecharlos.

Siempre había una buena razón para seguir con la misión, la chica tenía ganas de darle un puñetazo, descargar toda su ira contra él, pero lejos de hacer eso se tragó la píldora que su querido papá ya le estaba colocando en los labios con otra cucharada de leche y le informó:

—Ni siquiera he podido ducharme. Bueno, déjame que me cambie y ahora te avisaré.

Intentó marcharse pero aquellas enormes manos se lo impidieron, bajaron lentamente hasta sus ingles deslizándose por el camisón, acercó el bulto de su pantalón y clavándolo en sus nalgas le dijo:

—Hoy no tengo tiempo para cambios de vestuario, lo siento hija.

La acomodó encima del a mesa ante su sorpresa, apoyándose ella en ésta con los codos, acarició sutilmente su sexo por encima de las braguitas y cogiéndolas por la goma se las bajó hasta las rodillas.

—Papá, no por favor, así no…

Se bajó él también la ropa hasta las rodillas, acarició con el glande sus nalgas desnudas y subió sus enormes manazas hasta sus generosos pechos, manoseándolos por encima del camisón, restregando las yemas por sus pezones mientras insistió:

—Lo siento, de verdad que debemos hacerlo así.

Siguió magreándole las tetas con descaro, era la primera vez que lo hacía en toda la semana, la primera vez que gozaba de su cuerpo sin complejos ni pequeñas trampas. Su respiración era acelerada y profunda, estaba más excitado que nunca.

—Así no papá, así no, éste no era el trato —suplicaba ella empezando a llorar de nuevo.

—No te preocupes mi amor, ya verás como te acostumbras, al final incluso puede que te guste o que no te sea desagradable.

Tosió fruto de una nueva arcada mientas su padre dejaba por unos momentos sus senos, la agarraba fuertemente por las caderas y colocando la punta del miembro en la entrada de su vagina desde detrás la penetraba de un fortísimo empujón, deteniéndose solo cuando las fibrosas nalgas de su hija actuaban a modo de tope.

—¡¡Ohhh!!, ¡ohhh!, ¡ohhhhhh!, ¡ahhhh!, ¡ahhhhhhhhh!, mmm, mmmmm.

Prosiguió penetrándola con potencia, notando su falo completamente comprimido por el angelical conducto de su despampanante hija, golpeándole el trasero con los testículos a cada embestida.

—¡Ohhhh!, ¡ohhhhhhh!, ¡mmm!, ¡mmm!, ¡mmmmm!, así, así cariño, ¡así!

Las sacudidas eran tan fuertes que Coralina tenía que ponerse de puntillas para no perder el equilibrio, sentía que en cualquier momento ambos podían caer violentamente contra la mesa.

—¡Au!, ahh, ahhh, papá para, detente, ¡por favor!

—Vamos preciosa aguanta un poco más, sabes que soy rápido, muy rápido.

Siguió follándose a su hija con brutalidad, la nueva postura había excitado aún más a Gabriel que sentía que podía morir de placer.

—Estás loco, suéltame ya joder, ¡para por favor!

—No estoy loco hija es la misión, la misión, tu misma lo leíste. Ya termino cariño, ya estoy, ya estoy, ¿con este cuerpazo como voy a aguantar más tiempo? ¡Ahhh!, ¡ohhhhh!, ¡ohhhhhhhhh!

El padre le quitó el camisón por la cabeza casi de un tirón y contemplando su preciosa espalda volvió a agarrarle las increíbles mamas desde atrás mientras que ella solo podía llorar e intentar resistir las poderosas acometidas.

—Con estas tetazas es una lástima que lleves tanto tiempo encerrada, le habrías gustado a cualquier hombre hija mía, eso te lo aseguro.

Finalmente notó que estaba a punto del orgasmo, le estrujó con violencia los pechos y descargó toda su leche en el interior de su hija, gritando de puro placer.

—¡¡Ohhh!!, ¡ohhh!, ¡ohhhhhh!, ¡ahhhh!, ¡ahhhhhhhhh!, ¡síiiii!, ¡síiii!, ¡síiiiiiii! Qué buena que estás mi amor eres un ángel, eres la mejor, te quiero, te amo.

Tan exhausto que por un momento parecía que iba a desmayarse retiró al fin su pene, se vistió patosamente y le subió las bragas a su hija en una especie de absurdo acto de redención. Le dio un beso en la espalda y se desapareció por las escaleras, dejándola nuevamente encerrada y ultrajada.

La verdad

La noche había sido más larga que nunca. Coralina no había conseguido conciliar el sueño ni por un momento, todo tipo de pensamientos la desvelaban. Se sentía aterrorizada, dolorida y usada. Por primera vez en dieciocho años pensó que estaba encerrada con su enemigo. Lo puso en duda todo, había tardado mucho, pero ahora pensaba que algo no encajaba. Sobre las siete de la mañana se levantó, harta de dar vueltas en la cama. Decidió darse una ducha templada, con la ilusión de que el agua se llevara sus demonios, le despejara un poco la cabeza. Acto seguido se vistió con unos leggins negros y una camiseta de deporte blanca, pero notó que estaba demasiada agotada incluso para el yoga y volvió a tumbarse en la cama, entrando en un estado de semiinconsciencia. Solo el ruido de un portazo proveniente de la entrada acorazada la quitó del trance.

«El mal nacido cada día viene más pronto».

Se quedó inmóvil en la cama, oyendo los pasos de su progenitor acercándose lentamente.

—Hija, ¿estás despierta?, veo que has estado practicando deporte de buena mañana —dijo el corpulento padre justo antes de agacharse para saludarla con un beso en la mejilla.

Coralina pudo notar el olor a alcohol, a licor. Lo había percibido en otras ocasiones pero nunca con esa intensidad. Le asqueó profundamente, como todo lo que tenía que ver con su padre.

—Vaya, déjame adivinar, ¿te han cambiado el turno y tienes ganas de follar?, digo…¿de cumplir con la misión?

—A mí no me hables así —dijo con voz rotunda— tómate la pastilla que no tengo todo el día.

Se la dejó encima del escote, momento justo en el que su hija la tiró con fuerza, oyéndola rebotar por todo el pequeño dormitorio.

—¿Pero qué haces?, ¿es que te has vuelto loca?

—Hoy no voy a tomar ninguna puta pastilla papá, lo siento. Tampoco pienso abrirme de patas.

—¡Te he dicho mil veces que eso no es una decisión nuestra!, ahora voy a tener que ir a buscar otra píldora, ¡serás niñata!

—Puedes traer todas las que quieras, las pienso tirar una detrás de otra —contestó desafiante, sin abrir los ojos, con una seguridad que ni ella misma sabía de dónde salía.

—¡Serás guarra!, ¿qué te propones?, ¡¿quedarte embarazada?!

Ahora sí abrió los ojos para mirar fijamente a los de su padre, Gabriel supo enseguida la metedura de pata que acababa de cometer.

—Pensé que ese era precisamente la finalidad de la misión, querido padre.

Él reflexiono unos segundos nervioso, miró con rabia a su hija y se abalanzó encima de ella, apoyando todo su peso sobre la víctima, magreándole lo que podía antes de decir:

—No juegues conmigo, ¡desnúdate de una vez!

Coralina se defendió con todas sus fuerzas, pero la diferencia de complexión y el cansancio la convertían en una presa fácil, un ser completamente vulnerable.

—¡Suéltame degenerado!, ¡¡quítame tus sucias manos de encima!!

Consiguió romperle la camiseta como si de un trapo sucio se tratase, con una fuerza desmedida, arrojó los pedazos lo más fuerte que pudo y siguió sobándole los pechos por encima del sujetador.

—Déjame jugar con tus tetitas, esto está mejor.

La joven consiguió propinarle un par de golpes en la cara pero sintió que estaba estrellando sus puños contra un muro de hormigón, la lucha era completamente desigual. Gabriel consiguió arrancarle también el sostén, dejando sus mamas al aire, se excitó aún más al ver como se movían por causa del forcejeo.

—¡Cabrón!

—¡Cállate de una vez, joder!

Siguió jugando con sus senos desnudos mientras le restregaba la erección por la entrepierna, con tanta fuerza que Coralina sintió que podría penetrarla incluso con la ropa de por medio. Bajó las manos hasta su cintura y agarrando la goma del leggin intentó bajárselo a tirones.

—¡Quítate esta mierda!, te voy a enseñar lo que es bueno.

La hija siguió forcejeando, defendiéndose como podía con la ayuda de la ajustada prenda que se resistía a ceder.

—¡Suéltame puto enfermo!, ¡vete a la mierda tú y tu Gobierno!

Coralina consiguió darse la vuelta en plena lucha pero nuevamente el peso de su padre fue suficiente para evitar que se liberara, quedándose aprisionada entre su cuerpo y el colchón. Gabriel se bajó los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos con habilidad y frotó ahora su erecto falo por las nalgas de su hija.

—Menudo culo tienes hijita, ¡no sabes cuánto me pone!

—¡Hijo de puta!, ¡degenerado de mierda!

El progenitor atacó de nuevo al leggin, esta vez con más fortuna a pesar de la batalla que estaba plantando su hija, consiguiéndolo bajar junto con la bragas hasta la mitad de los muslos, dejando indefenso el perfecto trasero de la chiquilla.

—¡No te muevas tanto joder!, ¡eres tan puta como tu madre!

El glande de Gabriel recorría ansioso la ranura de la pequeña , buscando su premio, recordando al excitado cerdo que persigue la trufa. Coralina estaba demasiado cansada, demasiado vencida para seguir plantando cara, sacaba fuerzas de dónde no quedaban. El miembro del padre encontró su objetivo, colocándose en la entrada de su ano ante el pavor de la chica.

—¡Noo!, ¡no!, ¡no!, por favor, por favor, ¡eso no!

—Cállate un poco niña, a tu madre tampoco le gustaba que le diera por el culo, todo es acostumbrarse.

Después de aquella terrible información Coralina notó como el miembro de su padre se abría paso lenta y brutalmente como un ariete por su virginal trasero.

—¡¡Noooo!!, ¡nooooo!, ¡nooooooooooooo!

—¡¡Ohhhh!!, ¡ohhh!, ¡ohh!, ¡ohhh!, sí, síii, los culos prietos son los mejores.

Con la mitad del falo en su interior parecía que la carne no podría avanzar más, pero la violencia de las acometidas consiguió meterlo poco a poco hasta entrar por completo.

—¡Auuuuu!, ¡ahhhh!, ¡¡para!!, ¡para por favo!, ¡me vas a matar!

—¡¡Ohhh!!, ¡ohhh!, ¡ohhhhhh!, ¡ahhhh!, ¡ahhhhhhhhh!, mmm, mmmmm.

Gabriel siguió embistiéndole con todas sus fuerzas, notando que cada vez su pene se movía con algo más de facilidad por aquel placentero conducto, consiguiendo así incrementar el ritmo y el recorrido de las sacudidas.

—¡Ahh!, ¡ah!, ¡arggg!, ¡ahhhhh!

A la hija ya no le quedaban fuerzas ni para luchar, apenas podía gemir de dolor, solo le quedaba llorar y esperar mientras su padre se aliviaba con ella como si fuera una muñeca hinchable.

—Así, ¡asíi!, muy bien hija, muy bien, muévete un poquito, mmm, mmm, mmmmm, ¿lo notas?, ¿notas como mis huevos rebotan contra tu culo?, ¡¡ohhh!!, ¡ohhhhhhhh!

Por fin, después de un doloroso e interminable rato, el padre se corrió en su interior, estallando en un potentísimo orgasmo y llenando de semen su cueva, aullando como si fuera un lobo. Mientras el magullado cuerpo de Coralina recuperaba el aliento él se desenganchó, se vistió lentamente y dándole un beso en las lumbares le dijo:

—Buena chica.

Agotado por el acto Gabriel salió de la habitación  tambaleándose mientras su hija se vestía con las pocas energías que le quedaban, subiéndose los leggins y la ropa interior y colocándose solo el sujetador en la parte de arriba, ya que la camiseta había quedado completamente inservible. El salón del búnker se le hizo eterno al padre, exhausto y alcoholizado consiguió subir con dificultad escalón a escalón hasta la puerta acorazada. De su bolsillo sacó la tarjeta de seguridad y la introdujo la ranura, la luz naranja le advertía del segundo paso. Colocó su pulgar en el lector de huellas y la misma luz se convirtió en verde, anunciando que la puerta de seguridad estaba desbloqueada. La abrió como pudo y justo cuando se disponía a cruzarla alguien le tocó en la espalda. Se giró extrañado y en menos de un segundo pudo ver como su hija, armada con la cuchilla de afeitar le atacaba con furia el ojo izquierdo, causándole un profundo corte en el párpado.

—¡Aaaaaaarrrrghghghhgh!, ¡hija de puta!, ¡¿estás loca?!

Coralina aprovechó el dolor del progenitor para empujarlo con fuerza contra la pared, mientras que el corpulento cuerpo se deslizaba hasta el suelo le atacó hasta tres veces más, provocándole heridas por toda la cara.

—¡Buen chico! —le gritó con sarcasmo mientras le rajaba.

—¡¡Arrrrrgggggg!!, para, ¡¡para!!

La joven hizo caso omiso y siguió cortándole sin piedad hasta que lo dejó fuera de combate. Abrió del todo el portón acorazado y descalza y semidesnuda subió por aquellas escaleras por primera vez en toda su vida. Llegó hasta otra trampilla, la abrió y salió a lo que parecía el interior de una casa normal, una de tantas que había visto en las películas.

—Pero…qué…¡no puede ser!

Recorrió un salón perfectamente decorado y llegó hasta un recibidor, giró el pomo de lo que parecía ser una puerta que daba a la calle y se alegró al sentir que ésta no estaba bloqueada. La cruzó con convicción, pero una luz potentísima la cegó casi por completo, haciendo que incluso se le cayera la cuchilla al suelo. Anduvo unos metros sin saber a dónde se dirigía, consciente de que lo que sentía abrasar sus córneas era ni más ni menos que la luz del sol, algo que en dieciocho años jamás había visto. Se tapó como pudo con el brazo y siguió andando hasta llegar a una sombra reconfortante, ésta estaba producida por altos y alineados pinos. Pudo ver cómo dos hombres la observaban estupefactos. Se acercó hasta ellos como por un impulso y les dijo nerviosa:

—Necesito ayuda, por favor, por favor, mi padre me ha tenido toda la vida secuestrada.

Uno de los hombres, vestido con vaqueros y camisa a cuadros la miraba de arriba abajo, probablemente sorprendido por tan extraño atuendo. Mientras jugueteaba con un mondadientes le dijo:

—¿Dé dónde sales, chiquilla?

Coralina intentó explicarse nuevamente mientras se fijaba en el otro individuo, un anciano de más de setenta años, con la cara completamente arrugada, la piel marchita por el sol y luciendo una repugnante sonrisa podrida. Éste añadió:

—Yo diría que es la hija de Gabriel, estas tetas solo pueden ser de su consentida princesita.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, haciéndole tener casi un ataque de pánico cuando oyó una tercera voz proveniente de la casa que acababa de abandonar, la de su padre:

—¡Vuelve ahora mismo niñata estúpida!, ¡¿quién coño te has creído que eres?!

Pretendió huir de nuevo, pero el hombre del palillo le asestó un fuerte golpe en la cabeza, derribándola para acto seguido agarrarle con fuerza de la rubia cabellera.

—Lo siento preciosa, tu dueño te reclama.

La arrastró por el pelo por aquel terreno de hierba, llevándola de vuelta con aquel monstruo que era su progenitor y seguidos ambos por el viejo de dientes roídos. Llegaron hasta la entrada de la casa, Coralina se tapaba nuevamente los ojos, intentándolos proteger del sol mientras notaba como del golpe recibido emanaba un pequeño riachuelo de sangre.

—Se te ha escapado tu puta —dijo el captor.

—Vete a la mierda Saturn —respondió el padre, acariciándose los numerosos cortes.

—Joder, te ha rajado bien la gatita, ¿eh? —se burlaba el anciano.

—Que os jodan a los dos, dádmela, la devolveré a su jaula.

El hombre que sujetaba a la hija por el pelo reflexionó unos instantes antes de añadir:

—Bueno, pero. Tú ya sabes que esto de hoy es un error grave, ¿verdad? ¿Qué sería de nuestra pequeña comunidad si todos fueran tan descuidados?

—No volverá a pasar.

—De eso estoy seguro, pero yo creo que deberías recompensaros por el acto heroico que Justino y yo acabamos de hacer. Un par de noches con tu niñita lo compensarían.

—¡Que os jodan! —repitió Gabriel.

—Vamos hombre, toda la vida sin enseñarnos a tu querida, avaricioso de mierda, no seas así —le interpeló Saturn.

—Yo te dejo un rato a mis gemelas si te apetece —le ofreció Justino.

—Vamos, ¿tus gemelas?, entre las dos no reúnen ni cinco dientes. Puta familia de deformes. Coralina es mi creación, mi obra, no la compartiré jamás.

Aquella especie de subasta, de transacción de carne, de negociación sobre personas fue lo último que oyó la muchacha antes de desmayarse fruto del golpe. La realidad era aún más abominable que la fantasía creada por su padre.