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Efervescencia

en Amor filial

E f e r v e s c e n c i A

HuevoS

La vida en el pueblo era dura, sobre todo para las familias de los pescadores. Los que, con buen criterio, optaron por el turismo, prosperaban a pesar de las dificultades. Sin embargo Marc y sus padres sobrevivían más que vivían. La pesca era escasa. En los últimos años muchas especies habían prácticamente desaparecido y las que quedaban no eran insuficientes para la cantidad de pescadores que había. Además estaba mal pagado.

—Hijo, ves al mercado y pídele por favor a Vicente que nos fíe unos huevos —le ordenó la madre.

—¡¿Ahora?!

La fulminante mirada de su progenitora fue suficiente para que Marc sintiera la necesidad de explicarse:

—Es que va a venir Marina a buscarme con la moto.

Marina era su prima. Los dos años que tenía más que él la convertía en una mujer adulta en toda regla.

—Pues le dices que te acerque al mercado y eso que te ahorras. ¡Venga! ¡Que no tengo todo el día!

Refunfuñando el adolescente salió de la diminuta casa, si es que se le podía llamar así a ese salón con cocina americana y una sola habitación con baño para tres personas. Esperó pacientemente a que apareciera su prima, disfrutando de la suave brisa que rozaba su cara en aquel octubre especialmente caluroso. A los pocos minutos llegó Marina, luciendo su tupida melena rizada que se escapaba por debajo del pequeño casco. Su cuerpo esbelto lucía apetecible cubierto solo por aquella camiseta blanca de tirantes y unos diminutos shorts tejanos.

—¿Subes o qué, enano? —preguntó apagando momentáneamente el motor, liberando al ambiente del molesto ruido que hacía el tronado ciclomotor aunque fuera solo por unos segundos.

—No me llames enano —contestó contrariado Marc, subiéndose al vehículo mientras se ponía el casco.

Tenía razón el muchacho. Aunque bastante delgado su metro setenta y siete de estatura y su plena adolescencia hacían de ese mote, cuanto menos, desactualizado. Llevando un bañador y camiseta por vestimenta, aprovechó el momento para arrimarse lo máximo que pudo. Acercándose hasta apretujar sus partes contra el fibroso culo de su prima. Aquellos trayectos en moto eran, sin duda, la parte más excitante de la semana. A menudo se preguntaba si Marina realmente no era consciente de su erección o simplemente se hacía la tonta.

—Tengo que ir al mercado, a la parada de Vicente —informó el joven.

La prima asintió con la cabeza y se puso en marcha, volviendo al ensordecedor ruido de un tubo de escape que no había sido limpiado en una década. No pasaron ni dos baches que Marc empezó a notar como su miembro crecía dentro del bañador. Marina encaraba el paseo más largo del pueblo mientras él podía sentir como su erección se arrimaba aún más a aquel codiciado culo, casi como si tuviera vida propia. Podía sentir el glande restregándose contra aquellas jóvenes y bien formadas nalgas. Gozó cada segundo del corto trayecto hasta llegar al mercado. Al bajarse de la moto hábilmente intentó recolocarse el aparato, poniéndolo hacia arriba y conteniéndolo con la goma del bañador para no hacer el ridículo con aquella monstruosa tienda de campaña.

—¿Qué se os ofrece, xiquets? —preguntó Vicente mirando con alternancia a los dos primos.

—Me dice mi madre si puedes fiarnos unos huevos.

Ahora su mirada estaba puesta en Marina, en sus pequeños pechos que gracias al color naranja del bikini traspasaban la camiseta.

—Huevos…ay…huevos los que te faltan a ti granuja.

Vicente, fornido y con aspecto bruto, se agachó para coger media docena de y se los acercó a Marc. Él, al intentar agarrarlos, se dio cuenta de que el hombretón los retenía con fuerza.

—Dile a tu madre que es la última vez, aquí todos necesitamos dinero —advirtió antes de soltarlos.

—Sí, señor.

Estaba a punto de irse cuando detrás del mostrador, proveniente del almacén, apareció Ágata, la dependienta que ayudaba a Vicente en el negocio. El muchacho se quedó embobado mirándole el escote, hermoso y pronunciado. Ni siquiera el delantal de trabajo tapaba aquellos inmensos y jugosos melones. No era especialmente guapa, pero a quién le importaba teniendo semejante cuerpo. Desde luego, a Marc no le importaba.

—¡Ey! ¿Necesitas algo más? —preguntó, entre risas, Vicente—. ¿Quizás un poco de pechuga?

El muchacho se ruborizó mientras que la voluptuosa ayudante se sonreía pícara, plenamente consciente del significado que tenía el comentario de su jefe. Marc se dio la vuelta patosamente y se alejó por el mercado.

—No sé qué le veis todos a la cara de gremlin. Es como una muñeca hinchable. Todo tetas y culo y cero cerebro. La versión alicantina de Yola Berrocal. De verdad, los chicos sois unos cerdos —dijo indignada y tal vez envidiosa la prima.

El chico no oyó las reivindicaciones de su prima. Quizás no quería oírlas o simplemente su sangre tenían tanto trabajo irrigando su órgano viril que habían abandonado por completo su oído, convirtiéndolo en inútil. Lo que si notó fue el collejón que le propinó Marina al sentirse desatendida.

—¡Cierra la boca, que lo vas a llenar todo de babas!

—¡Ugh!, ¿eh?, ¿yo…?

—No digas nada. Eres un salido como tus amigos. Por cierto, dile al Lote y al Piraña que se corten un poco cuando me vean, estoy harta de que me repasen el culo.

Marc asintió con la cabeza, aunque de todas las cosas por las que podía reñir a los cafres de sus amigos la de mirar libidinosamente a su prima al pasar no estaba en la lista. Al fin y al cabo era un pueblo pequeño, muy pequeño. Y el verano con sus turistas duraba poco, muy poco.

NochE

Ágata besó a Marina con pasión, entrelazándose juguetonas las lenguas. Desnudas se podía ver las diferencias entre sus cuerpos, distintos pero absolutamente deseables. Ahora la prima deslizaba su mano por el vientre de su amante hasta llegar a su perfectamente depilado pubis. Sin separar los labios de ella acercó sus dedos hasta el clítoris y comenzó a estimularlo suave y lentamente. Ágata gemía por el placer mientras que sus pechos se restregaban. Cuando parecieron lo suficientemente excitadas giraron la cabeza mirando a su primo también desnudo y le dijeron al unísono: —¿Quieres jugar con nosotras?

Marc se despertó sobresaltado. De todas las fantasías que había tenido aquella era tan retorcida como caliente. Notó enseguida su tremenda erección luchando por no agujerear el pantalón del pijama e incluso la sábana. Con la respiración desbocada recordó que a cada lado dormía uno de sus padres. A su izquierda su madre Lola y a la derecha su padre Joan al que poco tiempo le quedaba de descanso antes de irse a faenar. Maldijo ser tan pobre como para tener que dormir los tres juntos. Tan miserable para tener una habitación lo suficientemente pequeña para que solo cupiera una cama de matrimonio a duras penas. Se juró, una vez más, que sacaría dinero de dónde fuera para convertir el incomodísimo sofá del salón en un aceptable sofá-cama.

Moviéndose con extrema cautela introdujo su mano por dentro del pijama y se agarró el falo que estaba tieso como un mástil. Necesitaba a toda costa aliviarse. Sentía que si no se masturbaba sería capaz de explotar en mil pedazos. Los cuerpos de su prima y la “pollera cachonda” le volvieron enseguida a la mente y con cuidado comenzó a subir y bajar la piel.

—Mmm…

Sintió el líquido pre-seminal impregnando la yema de los dedos, recordándole lo cerca que había estado de correrse sin necesidad de asistirse.

—Mmm.

Aumentó el ritmo sin bajar la guardia pero un movimiento brusco acompañado de una especie de ronquido lo paralizó por completo. Pudo sentir como su padre se daba la vuelta, pero ya no fue capaz de retomar la acción. La excitación pronto se convirtió en una extrema frustración. Una vida en la que incluso masturbarse era un lujo no era una vida digna.

ExpectativaS

Antonio Parralo, alias Piraña, se encendió un cigarro sin dejar de mirar las olas romper en la orilla.

—¿De dónde has sacado el tabaco? —preguntó sorprendido Lote, o mejor dicho, Carlos Hernández.

—Se lo he mangao a mi madre, estaba harto de fumarme las colillas que dejan los guiris en el chiringuito.

—Hoy es un día de lujos —ironizó Marc mientras tiraba una piedra contra las olas con la intención de que planeara.

—Por lo menos tengo algo que fumarme, primos.

—Hablando de primos, ¿Marina va a venir? —se interesó Lote.

—Creo que está haciendo unas horas con Vicente. Por lo visto Ágata se ha roto la muñeca.

—¿La muñeca? Será de tanto cascársela a su novio la muy guarra —dijo Piraña soltando justo después el humo en forma de pequeños círculos.

—Pues vaya… —se lamentó Carlos.

—Tranquilo Lote, no tienes nada que hacer con ella —le picó Marc.

—¿Y tú que sabrás?

—Es una ligera impresión, Cachalote —respondió Antonio burlándose del aspecto fofo de su amigo. Recordándole la procedencia de su mote.

—¡Vete a la mierda! —se enfurruñó el amigo recordándoles el poco sentido del humor que tenía.

—Carlos, tranquilo…está bien que tus expectativas sean altas. Es bueno tener metas en la vida, aunque sean imposibles —siguió Marc.

—¡Mira quién fue a hablar! ¡Como si tú fueras a tirarte a Ágata alguna vez!

—Me conformo con tu madre.

Lote hizo un amago de levantarse pero Antonio salió al paso convirtiendo lo que parecía un “dos contra uno” en un “sálvese quien pueda”:

—Para madres la tuya, no está nada mal. Y por mí que tiene las tetas más grandes incluso que la “pollera”.

—Eres gilipollas —respondió Marc realmente ofendido.

—Ah, míralo él, con mi madre sí te puedes meter pero si te tocan la tuya te enfadas, ¿no? Pues tiene razón Piri, tu madre tiene un favor o dos.

Por un momento pensó en lanzarse sobre los dos amigos y contestarles con una tormenta de golpes, pero consiguió reprimirse:

—Es que tu madre tiene “más dónde agarrar”, Lote.

—Discrepo —expresó muy serio Antonio Parralo— puestos a agarrar prefiero las tetazas de “mamá Lola” que las chichas de “mamálote” .

—¿Y a quién le importa tu opinión? Cómo no te arregles esos dientes lo único que agarrarás será una gonorrea con las putas de las afueras del pueblo.

Antonio, lejos de ofenderse, se terminó el cigarro y dijo:

—Quién tuviera dinero para salir del pueblo a por esas putas.

—Jajajajajajaja —los tres amigos rieron, consiguiendo que el ambiente volviera a ser distendido.

—Entonces…¿va en serio que no viene Marina? —insistió Carlos después de un corto silencio.

—No, no viene. Tocará que te mates a pajas como siempre.

—Las que me hago pensando en tu madre…

—Seguro que Vicente ha bajado la persiana y ya se la está tirando encima de la casquería…

La siguiente nochE

Marc se fijó por primera vez en el espléndido cuerpo de su madre. A sus cuarenta años conservaba una excelente figura. Con enormes pechos, cintura aceptablemente delgada y un prominente pandero. La cara era bonita, de rasgos armónicos, ojos claros y una melena rubia envidiable. ¿100-70-98?, ¿110-65-95? ¿Cuáles deberían ser sus medidas? Fueran las que fueran a cuatro patas y en pompa, con las grandes mamas colgando y las nalgas en tensión la vista era inmejorable. Piraña le bajó las bragas hasta las rodillas, se colocó detrás y justo antes de embestirla como a una perra miró a su amigo y le dijo: —Joder tío, que buena que está tu madre. Comenzó a penetrarla con dureza, haciendo que sus senos se movieran hacia delante y hacia atrás con cada acometida. La madre también se giró y mirando a los ojos de su hijo le dijo: —¿Quieres follarme, cariño?

—¡Uhm!

Marc se despertó empapado en sudor. El corazón le latía tan deprisa que en sus oídos su sonido parecía el retumbar de tambores de guerra. Apenas podía respirar. Su miembro estaba tan duro que dolía. La frustración llegó a límites peligrosos. Aquella noche había sido aún más calurosa y los tres dormían destapados. A su izquierda su padre, panza arriba y roncando como un jabalí. A la derecha descansaba Lola mirando hacia el lado opuesto a él y en posición casi fetal. Su vista se acostumbró pronto a la oscuridad y lo primero que vio fue la montaña que dibujaba su erección en el pantalón corto del pijama. Luego observó a su madre, de espaldas y con las piernas recogidas. El camisón corto se había subido lo suficiente como para que su trasero asomara ligeramente, cubierto solo por unas finas braguitas.

«Joder mamá, que buena estás».

Se giró hacia el mismo lado que ella, dándole también la espalda a su padre, y bajó el pantaloncito lo suficiente para liberar la excitación. Aquella noche le daba igual todo, incluso que alguno de sus padres se pudiera despertar o el poco tiempo que pasaría antes de que el jefe de familia se levantara para ir a faenar.

«Joder mamá, que buena estás», pensó de nuevo mientras que se agarraba el falo con la mano y lentamente comenzaba a subir y bajar la piel.

«El Piraña tenía razón, joder, joder». Marc siguió masturbándose con aquella erótica imagen. Con cuidado de que el colchón no temblase lo suficiente para ser descubierto. La fantasía erótica había sido tan intensa que enseguida se sintió al borde del clímax.

«Seguro que cuando estoy por las tardes en el colegio papá te folla sin parar, vuestro momento de intimidad,  ¿verdad?».

—Mmm, mmm.

Apretó los labios con fuerza pero incluso así no pudo reprimir un par de gemidos. El espacio era tan reducido y la calentura tan descomunal que el muchacho no pudo contener el impulso de arriesgarse un poco más. Sin dejar de pajearse se inclinó ligeramente hacia su madre y con el humedecido glande rozó una nalga de Lola, descubierta tanto de camisón como de ropa interior. Aquello fue definitivo.

—Mmm, mmm, ohhh….

Derramó toda su leche contra esta, impregnando a su progenitora de su joven elixir y teniendo uno de los orgasmos más placenteros de su vida. Se dejó caer boca abajo, pringándolo todo mientras recuperaba el aliento. A Marc le daba igual ser descubierto, pero a su vez rezó para que se secara todo y nunca le pidieran explicaciones. Con suerte su madre ni siquiera se daría cuenta.

La PollerA

Ding Dong.

—¿Marc?, ¿qué haces por aquí, no tienes colegio? —Preguntó Ágata al abrir la puerta.

—Este año estoy en el instituto nocturno, solo vamos cuatro tardes a la semana.

—Ah, muy bien. ¿Y qué es lo que quieres?

—Nada, Vicente nos dijo que te habías roto la muñeca. Venía a ver si estabas bien o si necesitabas algo.

Ella se miró la mano derecha enyesada algo perpleja, luego al muchacho y volvió en sí casi ruborizada.

—¡Oh!, ¡qué encanto! Pues he tenido mala pata chico. Iba en la moto con mi novio y resbalamos con un poco de agua que había en los adoquines del centro. Puse la mano al caer y…¡ya ves! ¡Encima la derecha!

—Vaya, lo siento mucho.

—Bueno, no te preocupes —dijo ella sonriendo—. Por suerte es una fractura limpia y el médico me ha dicho que con suerte en unas cinco semanas estaré perfecta. ¿Te apetece un té o un café? Aún me desenvuelvo bien solo con la izquierda.

—Sí, vale.

Marc la siguió por un largo pasillo hasta la cocina, sin separar la vista de sus carnosas nalgas moviéndose a izquierda a derecha, luchando por librarse de aquel diminuto pantaloncito beige de estar por casa.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué? —repreguntó el chico desconcertado.

—¿Té o café?

—¡Ah!, sí, ¡sí! Un café por favor. Solo y con bastante azúcar.

La camiseta que llevaba anudada a la cintura resaltaba el generoso busto y el pelo lo llevaba recogido en una coleta de caballo parcialmente tapado con un pañuelo rojo. Mientras ella se intentaba organizar con su mano buena, el adolescente se fijaba en el movimiento de sus senos desafiando la gravedad. Con los pezones marcados en la tela estaba más que claro que no llevaba sujetador. Es cierto que no era especialmente guapa, con la cara con pequeñas marcas de la varicela y las facciones poco elegantes, pero sus carnosos labios y el resto de su anatomía eran suficientes para llamar la atención de cualquier hombre. Sus pestañas eran tan largas que Marc se preguntó si eran postizas.

Derramó unos granos de café sobre la encimera y se puso exageradamente en pompa para recogerlos patosamente, pero el chico estaba demasiado embobado mirando ahora su despampanante trasero como para ayudar a la “tullida”. Enseguida sintió como su órgano viril crecía dentro del bañador y maldijo aquel calor que no se iba ni en otoño.

—¿Ves? Con la mano así soy una patosa. Suerte que Hugo viene por las noches a echarme una mano.

«Estoy convencido que sé dónde te echa una mano tu novio». Marc se acercó un poco a ella en esa pequeña cocina, armado con su pene erecto como si fuera una bayoneta, casi poseído por la erotizante estampa hasta que, sin darse cuenta, embistió con la punta de su fusil su trasero. Ella apartó su carne con un movimiento rápido y dándose la vuelta se encontró con aquel joven, a escasos centímetros y con un tremendo bulto imposible de disimular.

—¡Yo!, esto…joder, ¡hostia!

Ágata no creía lo que veía y estaba completamente desconcertada, alucinada viendo los balbuceos de su invitado.

—¡¡Joder!!, perdona…de verdad, no sé qué me ha pasado…te lo juro…

La chica, pasado el susto, sintió una gran vergüenza y también compasión por el chiquillo, así que decidió apiadarse:

—No te preocupes, no ha pasado nada.

Volvió a darle la espalda y siguió manipulando cachivaches en la cocina, el problema fue que ni la incómoda situación alivió la calentura de Marc, que seguía bayoneta en ristre. Dudó unos segundos pero enseguida sus hormonas se apoderaron del control y, amparadas en la comprensión de la pollera, atacó sin disimulo.

«¡Que me quiten lo bailao!», pensó justo antes de volver a arrimarse. Esta vez restregó con descaro su inflamación genital por sus nalgas mientras que le agarraba aquel par de globos desde detrás, magreándolos por encima de la camiseta.

—Que buena que estás Ágata —dijo entre dientes mientras seguía metiéndole mano ante su estupor.

Los pechos eran tan grandes que se sintió estresado, los manoseaba con tanta ansia que enseguida se desanudó la camiseta y pudo colar sus manos por dentro de la ropa. La voluptuosa muchacha se veía superada por la situación y por aquel pulpo que la abordaba sin compasión.

—Marc, no, para…espera…

—Me pones muchísimo, por favor, por favor Ágata.

—Marc, tengo novio.

Sentía un cúmulo de sensaciones mientras que las inexpertas manos del jovencito exploraban su cuerpo con anhelo.

—¡Oh Dios como me pones!

De repente la explosiva anfitriona se sintió, ante todo, alagada. Pero también sabía que debía terminar con aquella situación que cada vez le parecía más inocente. Con ciertas dificultades consiguió darse la vuelta y forcejeando ligeramente con el adolescente le dijo:

—Para un momento por favor. Es normal lo que sientes, pero no podemos seguir.

El chico volvió a abalanzarse, aprisionándola contra la encimera. Podía seguir sobándole los pechos mientras que ahora su glande chocaba de frente contra su sexo, separados solo por la ropa de ambos.

—Tienes las mejores tetas del mundo —le dijo mientras le besuqueaba el cuello.

Ella no pudo evitar sentirse excitada, pero su consciencia seguía advirtiéndole de que debía ponerle fin.

—Marc, ¡escúchame! Eres demasiado joven para mí y Hugo te mataría si supiera esto. Encontraras chicas de tu edad.

—¡Por favor Ágata!, por favor… —suplicó él mientras intentaba desabrocharle el pantaloncito.

Entre la calentura y el sentido común la pollera se dio cuenta de que era demasiado cruel detener al muchacho. Pero también tenía claro que no podía dejarse follar encima de la cocina, así que buscó un camino alternativo:

—De acuerdo, de acuerdo, para. Detente.

Lo apartó con decisión y antes de que pudiera reaccionar comenzó a acariciarle el bulto por encima del bañador.

—Relájate, no voy a dejarte así.

Marc no estaba seguro de que significaban aquellas palabras, pero por un momento fue como si se le abrieran las puertas del paraíso. La anfitriona siguió manoseándolo por encima de la ropa con la mano buena hasta que, con su ayuda, le bajó el bañador hasta las rodillas. Se quedó ojiplática viendo la tremenda erección del chiquillo y nuevamente se sonrojó.

—Joder chaval, pues sí que te gusto, sí.

Le agarró el pene y siguió pajeándole libre de ataduras.

—Mmm, mmm, ohh, ohh.

—¿Te gusta? ¿Te gusta pequeño pervertido?

—¡Ohh!, ¡ohh!, síi, síii, me encanta, ¡¡me encanta!!

Ella se esmeró, con movimientos largos y profundos y Marc, por un momento, pensó que se iba a despertar de un momento a otro. Pero no, aquello era real. Tan real como que estaba a punto de explotar.

—¿Cómo vas? ¿Vas bien? ¿Te vas a correr? No aguantaré mucho con la izquierda.

—Sí, síii, ya casi estoy, mmm, mmm, sigue, ¡sigue!

Siguió subiendo la velocidad de sus caricias pero el brazo empezó a acalambrársele.

—Joder, ¡no sé hacer nada con la izquierda coño! —maldijo antes de detenerse.

El joven pareció desolado pero antes de entrar en pánico la experimentada pollera le tranquilizó:

—Dame un segundo, no te voy a dejar así. ¡No soy tan puta!

Se arregló como pudo el pañuelo, recogiéndose el pelo bien que había quedado despeinado después de los ataques de pasión del invitado. Se puso de rodillas y ofreciéndole unas inmejorables vistas de su escote volvió a agarrarle el aparato y se lo introdujo en la boca.

—¡¡¡Dios!!!

Marc pensó que iba a correrse solo con notar sus labios, pero por suerte aguantó un poco más. Ella comenzó a succionarle el miembro mientras que con la lengua jugaba hábilmente con el glande, regalándole la primera y experta felación de su vida.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡¡ohhh síiii!!!

Con la mano sana acompañaba el movimiento, ofreciéndole una mezcla de paja y mamada del todo irresistible.

—¡¡Ohhh síii!! ¡¡¡Ohhhhhhhh!!!

Sintió que estaba a punto de correrse cuando ella, nuevamente con habilidad, se retiró su falo de la boca en el momento justo y terminando el movimiento con los dedos le hizo eyacular, notando como los chorros de semen del muchacho le alcanzaban escote, cuello, pelo e incluso cara.

—¡¡¡Ohhhh síiiii!!!

Mientras que el chico se apoyaba en la nevera, exhausto, Ágata aprovechaba para limpiarse con papel de cocina y le decía:

—Esto no ha pasado, y no va a volver a ocurrir.

La prima MarinA

La madre, Lola, limpiaba el pequeño salón de la casa ante la atenta mirada de su hijo. Llevaba puesto un horrible vestido blanco a rayas azules, de esos de estar por casa, pero que tenía la virtud de ser bastante corto. Marc disfrutaba mirándole las piernas, el trasero con la esperanza de que se asomara al agacharse e incluso los pechos apretujados dentro de la tela.

—¿Es que vas a estar aquí toda la mañana sin hacer nada? —le recriminó la madre ajena a sus ojos lascivos.

—No sé dónde están ni el Piri ni el Lote.

Pues llama a tu prima Marina y aprovecha que hace un día espléndido. Ir a la playa o lo que sea.

—Tampoco se me pone al teléfono.

La madre rebuscó entre un cajón, mostrándole un exquisito primer plano de su apetecible pandero, y se volvió hacia él entregándole un billete de veinte euros.

—Pues ya que no tienes nada que hacer ves a la tienda de Josefina y compra unas acelgas y unas patatas, anda.

—Joder mamá…

—Deja de rechistar y comprueba que te den bien el cambio.

El muchacho estuvo a punto de quejarse de nuevo, pero se dio cuento de la calentura que empezaba a sentir y pensó que no era mala idea salir de casa antes de que el bañador le delatara. Salió malhumorado y cogió el paseo que a esas horas estaba prácticamente desértico. Tan solo algunos guiris fuera de temporada tomando el sol compartían la playa con las gaviotas. Giró a la derecha y en una discreta esquina encontró a sus amigos junto a su prima, cuchicheando en voz baja al verle.

—¿Dónde estabais? Os he llamado a los tres.

Marina vestía con una camiseta y debajo solo llevaba la parte inferior del bikini y Antonio y Carlos vestían también con atuendo playero.

—¿Vais a la playa? —repreguntó algo mosqueado.

—Joder, ya es mala suerte —se le escapó a Lote que parecía realmente apesadumbrado.

—¡Cállate gilipollas! —le reprendió el otro.

—¿Qué pasa? ¿Es que me estáis marginando o algo?

Los tres se miraron con cara de culpabilidad hasta que Marina dijo:

—Nos hemos encontrado de casualidad, ahora veníamos a buscarte.

Marc los estudió incrédulo, analizando sus cariacontecidos rostros.

—¿Entonces no lo vamos a hacer? —preguntó Lote en voz baja.

—¡Shh!

—¡Ey! Vale, basta de trolas. Si pasáis de mí es vuestro problema, que os den a los tres.

Estaba a punto de marcharse cuando Piraña le agarró del brazo diciéndole:

—Espera. No te cabrees. Tu prima nos había dicho que tuviéramos la boca cerrada.

—¡¿Así que eres tú la que pasas de mí?! —interrogó el joven a Marina cada vez más sorprendido y enojado.

La chica solo era capaz de mirar al suelo, completamente avergonzada.

—No es eso, es un secreto entre primos. No te ofusques —intentaba calmarlo el amigo.

—¡Iros a la mierda!

Marc se soltó con un movimiento brusco y siguió su camino hasta que esta vez fue la voz de Carlos el que lo paró:

—¡¡Hemos quedado aquí para meterle mano!! —gritó como un niño que confiesa que se ha excedido con las chuches.

—¡¡¿¿Qué??!!

—Lo que has oído…

Antonio, sabiéndose atrapados, decidió contar mejor la historia que el torpe de su amigo.

—Tu prima nos ha dicho que por cincuenta euros podíamos hacerle…”cosas”.

La cara del primo quedó completamente desencajada hasta que finalmente Marina reaccionó:

—¡Iros a la mierda mocosos!

Estaba dispuesta a salir por patas pero Piraña se puso delante privándole el paso.

—Ey, ey, tranquilos todos. Nosotros ya hemos pagado. Nadie te va a obligar a nada pero si te largas nos devuelves la pasta.

Se quedó dubitativa, nerviosa y agobiada. Reflexionó unos segundos y volviendo a la calma, saltó un pequeño muro que daba a un solar abandonado diciendo:

—Sois todos unos pajilleros.

Los tres amigos se miraron durante unos interminables segundos hasta que finalmente decidieron seguir a la jovencita. El solar era pequeño pero suficiente. Con maleza en las quinas pero predominando la tierra. Marina extendió una toalla de playa en el suelo y se puso de pie sobre ella.

—¡Venga! ¡¿Quién será el primero?! No tengo todo el día —anunció la chica en una especie de regañina, viendo que los tres inexpertos jovenzuelos la miraban con cara de pasmados.

Antonio dio un paso al frente decidido y avanzó hacia ella. Marina se quitó la camiseta y mostró su escultural cuerpo tapado solo por el traje de baño. Con un vientre firme y un culo espectacular. Sus pechos eran pequeños pero apetecibles escondidos tras esos escasos triangulitos de tela. El Piraña se fue animando poco a poco y puso sus dos manos sobre los senos, acariciándolos en círculos.

—Estás que rompes de buena, tía.

Ella miraba de lado y hacia arriba, con cara de asco mientras que el jovencito de dientes desalineados seguía toqueteándola.

Marc pudo ver como Lote, que permanecía viendo la escena atento a su lado, se llevaba la mano a sus partes y las acariciaba casi instintivamente por encima del bañador. Antonio pareció cansarse de los senos y fue directo a sobarle el culo, sin duda, lo mejor de su anatomía.

—Joder que cachondo me pones.

Su primo estaba boquiabierto, alucinado con lo que estaba presenciando. Solo le sacó de su ensimismamiento una repentina bronca de Marina.

—¿Y tú que haces aún aquí? Ya sabes a lo que hemos venido, ¿no? Ahora ya te puedes ir a dar una vuelta.

—¿Pero cómo eres capaz de hacer algo así? —preguntó, a modo de defensa propia, el muchacho.

—¿Qué coño te importa? A ver si te crees que el dinero me cae del cielo y me regalan la gasolina de la moto. ¡Lárgate de aquí anda!

No obedeció, pero la prima tampoco insistió.

El Piri siguió magreándola hasta que llevó sus dedos a la parte frontal del bikini y comenzó a acariciarle el sexo por encima de la prenda.

—No te pases —le advirtió ella retirándosela.

Sin ofenderse, cambió de objetivo volviendo al culo y los pechos alternativamente. Cuando la joven pensó que ya estaba a tono le bajó el bañador hasta las rodillas y comenzó a acariciarle el erecto pene.

—Joder que pervertido eres, la tienes toda mojadita ya.

Pensó en contestar pero las caricias le parecieron tan placenteras que solo pudo gemir.

—Mmm, ¡mmm!

Marina le agarró el miembro con fuerza y aumentó el ritmo de los tocamientos mientras que Antonio se despachaba a gusto con sus senos hasta descolocarle el sujetador. Dos pezones, pequeños y puntiagudos, quedaron al descubierto.

—¡Qué buena que estás! Mmm, ¡mmm!

Ella prosiguió con la masturbación hasta que Piraña  le detuvo, le agarró del pelo sin forzarla y la puso de rodillas sobre la toalla.

—Chúpamela un poquito Marina.

—¡No jodas! ¡Pero si estás todo pringoso!

—Vamos, va, ¡llevo dos meses ahorrando los cincuenta euros!

Finalmente obedeció, con desagrado y cara de repulsión se puso el falo en la boca y succionó con desgana el lubricado mástil.

—¡Ohh!, mmm, mmm, así, ¡así!

Chupó cada vez más deprisa con la intención acertada de terminar cuanto antes. Lamía el glande con ahínco cuando notó el primer espasmo y enseguida el primer chorro de semen impactando contra su lengua. Rápidamente se la quitó de la boca y un nuevo chorro le alcanzó en la mejilla y en el pelo.

—¡¡Ohh!!, ¡Ohh!, ¡¡ohhhhh!!

—¡¡Mierda!!, serás cerdo —dijo después de escupir en el suelo— ¡¡haberme avisado hostias!!

—¡¡Ohh!!, ¡ohh!, perdona…perdona…no lo he visto venir, mmm.

—¡Encima de pervertido eyaculador precoz! ¡Gilipollas!

La chica seguía increpándole mientras él saboreaba los últimos coletazos del orgasmo. Antonio volvió a vestirse, se dirigió a sus amigos y le susurró a Marc en el oído:

—Menuda guarrilla es tu prima.

Marc no supo que decir. De hecho llevaba rato sin decir ni hacer nada.

—¡Me toca! —avisó un sobreexcitado Carlos.

Marina se limpió la lengua con la toalla y después, incapaz de volver a colocarse la parte de arriba del bikini dignamente, optó por quitársela definitivamente.

—Venga, el pajillero número dos, acabemos con esto —dijo con desprecio mirando a Lote.

Pero él no se molestó. Para Carlos aquella era la experiencia más excitante de su vida y no pensaba fastidiarla con ningún comentario inadecuado. Tumbó a la muchacha sobre la toalla y se abalanzó encima como un animal en celo.

—¡Cuidado cachalote! ¡A ver si la aplastas! —gritó el Piri jocosamente.

El joven empezó a restregar su miembro contra su  pubis, frotando con esmero las partes nobles separadas solo por los bañadores.

—¡¿Pero qué coño haces?! —preguntó la chica sorprendida.

Petting —anunció el inexperto jovenzuelo mientras se animaba a toquetearle también los pechos desnudos.

—Joder, ¡a mí no me has dejado tocarte el coño! —se quejó el amigo.

Marina dudó unos instantes. No sabía que era peor, si esa especie de simulacro de coito o que tuviera que chuparle el pringoso miembro. Le costaba concentrarse por el dolor que sentía en los pezones acosados a pellizcos por los torpes dedos del chico.

—Tranquilo Lote, tranquilo.

—¡Es injusto! —insistió Antonio.

Pero justo en ese momento, a Carlos se le desencajó la cara y todos pudieron notar como se corría entre ridículos y ahogados gemidos.

—¡Uh!, ¡uh!, mm, ¡uh!, ¡¡uhh!!

—¡Jajaajaaj! Que pringao que eres, ¡jajajajajaaj!

—¡¡Vete a la mierda dientes podridos!! —se defendió recuperando el aliento.

—¡¡¡Jajajajaja!!! Ni siquiera has llegado a sacártela del pantalón, ¡¡jajajajajaaj!!

El regordete amigo salió de encima de la muchacha y esta consiguió ponerse en pie de nuevo diciendo:

—Bueno, pues ya está. Ya nos podemos ir.

—¡Espera! —dijo su primo que parecía algo enajenado.

Los tres le miraron fijamente y pudieron ver como se acercaba lentamente a su prima aún en topless. Marc llegó hasta su posición y levantando un brazo casi a cámara lenta le plantó la mano en un pecho ante la sorpresa de todos.

—Qué…¿qué haces? —preguntó su prima.

—Falto yo —contestó mientras que atacaba el otro pecho con la otra mano.

Los dos amigos alucinaban mientras que Marina era incapaz de reaccionar. El chico siguió acariciándole con extremada delicadeza hasta que finalmente ella volvió en sí:

—¿Te has vuelto loco?

—No, no me he vuelto loco —contestó con voz rotunda y segura— es injusto que mis amigos te puedan tocar las tetas y yo no.

El Piri no salía de su asombro y a Lote le salió el espíritu más comercial:

—A mí me ha costado cincuenta euros.

Marc se introdujo la mano dentro del bañador y tiró al suelo el billete de veinte euros que su madre le había dado hacía un rato.

—Yo tengo descuento de familia.

La prima pareció que iba a decir algo pero su primo, agarrándola por el cuello y la cintura, la estiró con suavidad sobre la toalla y se puso encima. Enseguida pudo notar su bulto clavado contra su sexo, y aquello la asustó pero también la excitó.

—No es justo que sea el único que no pueda disfrutar de ti, primita —dijo con voz queda antes de besarla por el cuello—. Además, es verdad lo de que estás muy buena, mucho más que la cara de gremlin.

Como si de repente su primo se hubiera convertido en un experimentado seductor, se dejó desvestir por él, dejando al descubierto un pubis rasurado en forma de triangulito. Marc se desvistió también y colocando el glande en la entrada de su vagina la penetró con lentitud pero con firmeza.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, mmm.

Los dos gimieron de placer, dejando los ojos incluso en blanco su prima por el gusto. De fondo podía oír a su amigo Carlos quejándose mientras que Antonio se había vuelto a animar viendo la escena y se masturbaba contemplándoles.

—¡¡Mmmm!!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ahhh!!, ¡¡ohhhh!!

El primo siguió penetrándola, con la cadencia exacta, ni demasiado fuerte ni demasiado flojo. Ni lento ni rápido.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhhh!!, ¡¡¡ohhhhh!!!

—Eres preciosa, primita.

Aquello excitó aún más a Marina, que después de sentirte como un objeto en manos de sus patosos amigos se sentía ahora bella y sexy.

—¡Ohh!, mmm, mmm, así, ¡así!

Aumentó el ritmo progresivamente. Aunque era su primera vez, el muchacho se sintió lleno de seguridad. Probablemente su experiencia con la veterana Ágata había tenido más influencia en su orgullo del imaginado. La prima jadeaba tanto que casi parecían sollozos hasta que dijo:

—¡¡Ohh!!, mmm, creo que me voy a correr…mmmm.

Entonces él se detuvo poco a poco, salió de su interior e invitándola a darse la vuelta le pidió:

—Solo un poquito más.

Obedeciendo a su lenguaje corporal se puso a cuatro patas. Su amante se colocó de rodillas justo detrás, busco desde la nueva posición la entrada de su cueva y volvió a penetrarla hasta que sus fibrosas nalgas ejercieron de tope.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, mmm.

—Joder, joder, joder —era lo único que decía Piri mientras alcanzaba su segundo orgasmo del a tarde.

Marc se inclinó un poco para poder embestirla mientras que desde detrás le agarraba los pechos y los estrujaba como si fueran pequeños limones. Ahora los gemidos eran tan fuertes que pensaron que algún vecino los sorprendería de un momento a otro.

—¡¡Mmmm!!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ahhh!!, ¡¡ohhhh!!

Las acometidas eran salvajes, podía notar como sus testículos rebotaban contra aquellos glúteos de acero. Eran eran tan fuertes que Marina casi perdió el equilibrio en un par de ocasiones.

—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhhh!!, ¡¡¡ohhhhh!!!, ¡¡¡ohhhhhhh síiiiiiii!!!

Finalmente su primo se corrió en su interior, derramando toda su simiente entre espasmos y gemidos. Ella también alcanzó el orgasmo en el mismo momento en el que sintió el primer chorro de su leche templada.  La prima no recordaba un placer tan intenso ni tan sincronizado como el de aquella tarde con Marc. Exhaustos, los dos se dejaron caer, asfixiados por el esfuerzo y tan cansados que ni siquiera tuvieron fuerzas para volverse a vestir en varios largos minutos de silencio, silencio que rompió Lote diciendo:

—¡Sois unos cabrones!