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Cuando comenzó todo - Capítulo 1

en Fantasías Eróticas

 

introducción

Por aquel entonces yo era bastante feliz. Tenía un buen trabajo, de técnico en seguridad informática en una empresa boyante. Mi novia y yo acabábamos de mudarnos a un pisito a las afueras de la ciudad, en un barrio residencial tranquilo, y estábamos con los preparativos de nuestra boda, que habíamos planificado para principios del otoño.

Yo me voy a presentar como José. Tenía 28 años en ese entonces (ahora tengo 32), y aunque no me tenía por un callo, tampoco destacaba demasiado. Mi trabajo me había hecho muy sedentario, y tampoco me gustaba demasiado el deporte, así que había terminado cogiendo algunos kilos. Nada exagerado, tras las vacaciones de Semana Santa había aprovechado una oferta para apuntarme al gimnasio, aunque la operación bikini no creía que llegara a tiempo a la operación bikini. Tenía el pelo corto y oscuro, con ojos marrones y gafas de montura, ya que las lentillas me resecan los ojos. También solía dejarme una barba corta, porque a mi novia le gustaba bastante. Un tipo normal, vamos.

Ella, en cambio, me parecía y me sigue pareciendo bajada del cielo. Sé que no seré el único que lo diga en este foro, pero yo me sentía más que afortunado de que hubiera terminado con ella. Marta era alta, con un pecho tirando a grande pero sin exagerar, y sobre todo bien colocado, una cintura estrecha pero una cadera ligeramente ancha que escondía un culo precioso. Su cara era angelical, siempre enmarcada en mechones de cabello castaño ondulado y adornada con una sonrisa.

Marta era todo lo que siempre había deseado en una chica. Guapa, divertida, cariñosa… independiente y segura de sí misma, pero también extremadamente dulce. Trabajaba como camarera en un restaurante bastante lustroso, y solía ser la envidia de algunas de sus compañeras, porque los clientes se la rifaban. Más de uno le tiraba la caña, pero ella siempre los rechazaba sin perder la sonrisa.

En el sexo no podía tener mucha queja tampoco. Le gustaba mucho follar, siempre tenía gran apetito de ello y era muy generosa, con unos orales espectaculares y unas cabalgadas de órdago. Le encantaba dárselas de amazona, aunque también le gustaba jugar a la colegiala. Tenía un uniforme erótico que habíamos comprado en una boutique, y solía ponérselo para que la follara con él puesto mientras la azotaba.

Pero había una espinita con ella que no conseguía sacarme en ese aspecto. Siempre me había llamado mucho la atención el vouyerismo, y antes de empezar a salir con Marta había hecho incluso mis pinitos al respecto. Mi profesión también ha ayudado a ello, aunque estoy totalmente en contra de hacer copias de lo que uno encuentra en ordenadores ajenos. Eso sí, verlo… os reconozco que más de una vez me había pajeado con las fotos eróticas de la novia de algún amigo, o de alguna compañera del trabajo o mujer de algún compañero. Ya os podéis imaginar lo que guarda la gente en sus ordenadores confiando en la intimidad que suponen, sin pensar en lo que pasa cuando se estropean.

En fin, la cosa es que siempre me ha gustado mirar, y de un tiempo a esta parte he empezado a fantasear con la idea de que ella fuera la que es vista. Cuando empecé a darle vueltas a eso, automáticamente pensé en la playa y el manido top-less, pero rápidamente lo deseché. Ella nunca había querido hacerlo. Creo que es importante hablaros un poco más de ella para que lo entendáis. Marta es de familia rural, de padres agricultores nacidos y residentes en un pueblo de la España más profunda. Trabajadores, buena gente, pero muy conservadores, especialmente en lo sexual. No es que ella fuera una puritana, aunque externamente lo parecía, pero prefería mantenerlo en la intimidad.

Así pues, aunque seguía dándole vueltas al tema, cuando ella me pidió que organizara nuestras vacaciones para principios de junio de aquel año, no lo hice pensando en que pudiera darse una situación propicia, hasta que encontré el camping. No es que seamos muy aficionados a los cámping, pero cuando empezamos a salir seis años antes fuimos un par de veces a uno en las montañas, y por ello teníamos aún una tiendecita y enseres para ello.

El cámping en cuestión tenía un nombre muy tradicional, recuerdo, muy típico para un cámping, pero lo que más me llamó la atención era que estaba en un valle, tras una playa enorme y situado en el extremo de unos pinares gigantescos. Cerca había calas nudistas, y por lo que había leído, en pinares como aquellos solían darse situaciones de dogging o de cruising. Mi vena morbosa se encendió, y me imaginé yendo a parar sin querer a alguna de esas calas. ¿Qué cara pondría Marta entonces al ver a todo el mundo desnudo? ¿Se quitaría alguna prenda si no había nadie en la cala? Sólo imaginarlo me obligó a hacerme más de una paja.

Así pues, cuando se lo mostré a ella estaba un poco nervioso, y la verdad es que al principio su reacción no fue muy buena. Marta prefería los hoteles, o en su defecto, los apartamentos. Decidí tirar de razón, y le dije que, con los gastos de la casa y la boda, no podíamos permitirnos unas vacaciones en un hotel de más de unos pocos días, y que prefería irme una quincena o, incluso, un mes, a ese lugar por el mismo precio. Marta se quedó mirando las fotos del cámping en silencio, cavilando, y finalmente dio una respuesta.

- Bueno… la verdad es que el lugar es muy bonito.- Concluyó.- Pero ya que vamos, pon un mes en la reserva, podemos aprovechar a hacer turismo o algo así.

Una semana después estábamos empacando todo en el coche: tienda, sacos, hornillo, nevera… y sobre todo, un tremendo nudo en el estómago que se había ido formando desde el día en que ella aceptó. Había aprovechado las horas en que ella trabajaba y yo descansaba (yo sólo curro de mañana) para investigar el lugar a través de Google Maps.

Era perfecto. La playa normal, los pinares, las calas nudistas, la propia poca intimidad de la tienda de campaña, las duchas separadas por una pared con un hueco encima… Todo parecía preparado para mí. Decenas de planes se fueron arremolinando en mi cabeza, y al final tomé la decisión. Iba a conseguir que alguien viera desnuda a Marta. Lo que no sabía era lo que aquello provocaría…

Capítulo 1

Marta pasó la mayor parte del viaje dormida. En cambio, mientras conducía nuestro ya trillado Renault Megane plateado por la nocturna y solitaria autopista, mi cabeza era un auténtico manojo de nervios. Es algo que me había pasado más veces cuando había intentado provocar alguna situación de este tipo: me altero, empiezo a imaginar fantasía tras fantasía, y al final me decepciono cuando no pasa nada. Pero en aquel momento me encontraba en la primera fase, en la que fantaseaba con sexo en una playa solitaria y varios mirones observándonos.

Llegamos al camping a eso de las 10, casi al mismo tiempo que el dueño, pues éste estaba saliendo de su todoterreno blanco cuando nosotros detuvimos el coche también en el aparcamiento de tierra. El edificio principal consistía en una estructura de un único piso de paredes beige y columnas blancas, con una puerta de cristal a modo de entrada en el ala izquierda. Bajamos del coche y Marta se estiró, pues apenas acababa de despertarse, y después me dio un beso. Estaba radiante, con una camiseta sin mangas blanca que marcaba un buen pronunciado escote y unos pantalones vaqueros que le llegaban a medio muslo. Se había recogido el pelo en una coleta y ésta descansaba sobre su espalda.

- ¡Qué madrugadores! - exclamó el dueño mientras abría la puerta para dejarnos pasar. Entramos, primero ella y luego yo, mientras el hombre sujetaba la puerta, y pude ver cómo lanzaba una no muy discreta mirada al escote de Marta. Sentí una pequeña punción placentera en la polla.

El interior de aquella sala, la recepción, no era muy grande. Había una oficina cerrada con una puerta de madera, un mostrador con una vieja caja registradora, un par de sillas y unas mesas con bastante información turística. Una planta un poco mustia adornaba una esquina, y las paredes estaban repletas de fotografías de la playa y los pinares.

- Bienvenidos al camping.- dijo el hombre mientras dejaba una gorra roja con el nombre del lugar en blanco.

Aproveché para fijarme en él. Era un hombre imponente, de alrededor de 1.90 de estatura y un cuerpo bastante cuidado. Su camiseta verde apenas disimulaba los músculos de sus prominentes brazos. No es que fuera culturista, pero se notaba que estaba fuerte y se cuidaba mucho. El bronceado le daba un aspecto de vigilante de la playa, y tenía un rostro afable, aunque de apariencia potente. Tenía que ser tremendo verlo enfadado. Debía rondar los 50 años, estimé, y se había rapado por completo la cabeza, posiblemente para evitar la calvicie de la edad. Envidié un instante lo bien que le quedaba la calva al tipo, y me pregunté si yo sería capaz dado el caso. Por ahora bastante tenía con empezar a calzar entradas.

- Me llamo Antonio.- Dijo, estrechándome la mano con fuerza. Era casi el doble que la mía.- Pero todo el mundo aquí me llama Toni.- Le plantó sendos besos a Marta en las mejillas.- Sentaos, vamos a hacer el papeleo rápido y si os parece os enseño las instalaciones.

Marta me dedicó una sonrisa ilusionada y ambos nos sentamos. Dejé la reserva en la mesa y Toni, tras leerla, sacó un papel que teníamos que firmar y un mapa.

- Ahora mismo tenemos mucho sitio libre, la mayor parte de la gente viene a partir de la segunda quincena o en julio, así que por ahora estaréis muy tranquilos.- Señaló un montón de parcelas distribuidas en una ladera a dos alturas. Había una piscinita en la parte inferior del camping, rodeada de césped y con hamacas entre los pinares.- La gente suele preferir las de abajo, pero sinceramente, yo recomiendo las de arriba, para no tener que estar subiendo escaleras hasta el baño por la noche ni tener el barullo de los niños en la piscina.- Toni esbozó una sonrisa y nos guiñó un ojo, mirando sobre todo a Marta.- Además, arriba la brisa es más fresca y se ve el mar por encima de los pinos.

- Entonces arriba.- Concluyó ella rápidamente, y yo asentí, al fin y al cabo los motivos eran muy lógicos.

- Pues os doy la 24, porque la mejor, la 21, está ocupada por otra pareja, ¿vale? Pero la 24 es la segunda mejor.

- ¿Y por qué no la 22?- Preguntó Marta. Yo adiviné una expresión algo desconcertada en Toni.

- Cuando hay sitio la gente prefiere estar separada, para estar más tranquilos, pero si preferís la 22…

- Ahh… es verdad, no lo había pensado… pero bueno a mí me da igual, ¿y a ti?- Dijo ella, mirándome. Como buen voyeur, mi mente morbosa imaginó lo que suponía tener a una pareja, posiblemente joven, tan cerca.

- Tampoco me importa, si la 22 es mejor, entonces ésa.

- Jajaja.- me sorprendió la tremenda risotada de Toni.- Eso es la juventud, qué pena que esté cerrado aún el bar, porque os invitaría a una cerveza. Para mí sería mucho más fácil colocar a la gente en orden que ofrecerles las parcelas diseminadas.

Así, tras elegir la parcela y explicarnos con un folleto cómo funcionaba la toma de luz y el grifo, Toni volvió a ponerse la gorra y nos condujo al exterior para enseñarnos el camping. El otro ala del edificio principal era el bar restaurante, con paredes de cristal y una terraza enorme en el exterior, junto a los árboles.

- Ahora está cerrado porque Mike y Vanessa no han venido, pero dentro podéis comer a muy buen precio. Mike hace una carne a la brasa deliciosa, aunque su especialidad es la comida de su tierra, Colombia. Vanessa es su hermana, y es un amor de muchacha, normalmente alterna entre la tiendita que tenemos y el servicio de camarera. ¡Ah! Os saldrá más barato ir a comprar al Mercadona del pueblo, pero en la tienda tenemos productos frescos de la zona. A ver si luego me acuerdo de acercaros unos tomates, vais a flipar con su sabor.

Después, Toni nos condujo a la piscina y al piso inferior de parcelas.

- Nuestro socorrista, Miguel, viene la semana que viene, así que hasta entonces tenemos la piscina cerrada.- Dijo, señalando una piscina bien cuidada aunque no muy grande.- En esta planta tenemos a un matrimonio de holandeses que vive aquí todo el año, Emma y Hans. Supongo que estarán durmiendo, porque se pegan unas juergas nocturnas… - Señaló con el dedo una autocaravana un poco antigua con matrícula de Holanda.

Por último, Toni nos llevó al piso superior, que estaba a bastante altura respecto al primero en la ladera del monte. Allí sólo había una tienda.

- Ésta es vuestra parcela.- Dijo en voz baja.- Vuestros vecinos son Raúl e Isa, tendrán vuestra edad, creo, ¿25?

- ¡Ojalá!- Exclamó Marta, riendo.- En breve 29.

- Joder, pues no lo parecéis.

Tuve que fingir una sonrisa forzada. La labia de Toni era evidente, y no me hacía mucha gracia que estuviera continuamente intentando sorprender a Marta.

- No sé si Miky estará por aquí, pero si le veo le digo que venga a echar una mano con la tienda y las cosas.

- No es nece…- Comencé a decir.

- Que sí hombre, para éso estamos.- Toni me dio una palmada en el hombro que casi me lanzó hacia delante.- Miky es subsahariano. Yo le contraté como jardinero para que le dieran los papeles, pero se encarga de echar una mano a todo el mundo. ¿Sabíais que el tío tiene dos carreras? El mundo es una puta injusticia.

- Tienes a mucha gente de fuera aquí, ¿no?

- ¿Y por qué no? Ellos valoran el trabajo mucho más que muchos españoles, y de momento se han ganado el sueldo con creces. Hay cosas que podría hacer yo sólo, pero tengo suficientes beneficios y creo que es bueno intentar echar un cable a quien lo necesita. ¿Sabéis? Es que en realidad, nunca me casé y no he tenido hijos…

- Eso está muy bien, ojalá hubiera más gente así.- La aparente complacencia y asombro con que Marta se bebía todas las palabras de Toni me comenzaba a irritar.

- Bueno, vamos a ver si subimos el coche y montamos la tienda, que me apetece echarme un rato.- Dije para cortar la situación.

- Ah, claro, venís de muy lejos.- Me volvió a dar la mano.- Pues ya sabéis, cualquier cosa tenéis mi móvil en los papeles, y de 10 de la mañana a 1 de la madrugada suelo estar por aquí, si no duermo en la oficina.- Volvió a reírse mientras daba dos besos a Marta, y después se marchó hacia la zona alta del camping, donde estaban los baños y el depósito de agua.

- Qué señor más majo, ¿no?- Me dijo Marta mientras observábamos cómo se alejaba.

- Sí… un tipo curioso.- Respondí.

Subimos el coche a la parcela y nos dispusimos a descargar las cosas y montar la tienda, pero pronto descubrimos que la falta de mañana y experiencia nos lo iba a poner difícil. Por suerte, un hombre negro en pantalones cortos y camiseta de tirantes verde se acercó a ayudarnos. Se adivinaba un buen paquete debajo de los pantalones.

- ¿Eres Miky?- Le preguntó Marta mientras el hombre, de unos 30 años, altísimo y con un cuerpo de atleta, hacía en pocos minutos lo que yo no había conseguido en media hora.

- Sí.- Respondió él. Hombre de pocas palabras. Ya hablaba Toni por él, pensé.

- Nosotros somos Marta y José.- Nos presentó ella, señalando a sí misma y a mí.

- Encantado.- Respondió Miky con una muy leve sonrisa. No parecía mala gente, pero sí extremadamente serio. Terminó de montar la tienda.- Tenéis que tener cuidado con la cremallera, porque está un poco gastada.

- ¿Cuántos años llevas en España, Miky? Hablas español muy bien.- Le preguntó Marta con curiosidad.

- Llegué a Algeciras en patera hace dos años.- Me quedé flipando, ¿cómo coño podía hablar así, sin haber podido seguramente estudiar en una academia y aprendiendo en la calle? Yo llevaba años intentando sacarme el intermedio de inglés.

- ¿Y estás contento de estar aquí?- Preguntó Marta. Noté que Miky se incomodaba un poco con el interrogatorio. A veces ella es demasiado curiosa.

- Sí, bastante…- dijo él. Decidí que era momento de terminar la ronda de preguntas.

- Marta, ¿y si nos echamos un rato? Luego podemos darnos una ducha y bajar a comer. Muchas gracias por todo, Miky.

- De nada.- Se despidió él, alejándose hacia la parte superior del camping.

Mientras Marta colocaba algunos de nuestros bártulos en la parcela, y yo ponía los parasoles al coche, comencé a sentirme un poco incómodo. Había conocido a la mitad de la plantilla del camping, y de momento teníamos a Miky con su cuerpo de atleta y a Toni con su labia y su fortaleza. Sentí que tal vez iba a ser yo quien tuviera vergüenza de quitarse la camiseta en la playa… si todos iban a estar así.

- Joe… me apetece darme un chapuzón, ¿y si nos damos uno rápido en la playa, comemos pronto y después nos subimos a dormir una siesta de toda la tarde?- Me dijo Marta, desperezándose cuando estábamos ya sentados en la tienda.- Es que hace tan buen día…

- Estoy cansado, Marta, llevo conduciendo toda la noche.

- Anda…- ella se acercó un poco a mí y me susurró al oído, mientras me acariciaba la entrepierna por encima del pantalón.- Te prometo que luego te doy tu recompensa por traerme aquí, para que tengas una siesta feliz.

La perspectiva de una mamada suya y la posibilidad de ver si se atrevería a hacer top-less en la playa pudieron por desplazar finalmente al cansancio, y asentí, a lo que ella respondió con un abrazo y procediendo a cambiarse. Desnuda estaba impresionante, con las tetas colgando al estar agachada por la poca altura del techo de la tienda. Mi polla se puso durísima.

Medio disimulando la erección con la toalla ambos bajamos hasta la playa, atravesando las primeras líneas de pinares y llegando a la duna que los separaba del mar. No había prácticamente nadie, aunque se atisbaba más movimiento en la parte más al sur. Tan sólo una chica morena de pelo largo se encontraba tomando el sol sobre su toalla, a unos 20 metros de donde nosotros habíamos entrado. ¿Sería alguien del camping? Tenía una toalla al lado, así que no estaba sóla, pero no había ni rastro de su compañía.

- Creo que son nuestros vecinos.- Murmuró Marta. Yo asentí, probablemente tendría razón. De repente, mi erección, que se había bajado un poco, volvió a reaccionar cuando me di cuenta de que la chica, que estaba boca abajo, estaba en top-less. Unas tetas de un tamaño algo menor que el de Marta pero suficientes se derramaban a ambos lados de su cuerpo.

- Marta… ¿no te animarías a hacer top-less? Casi no hay nadie...- Mi chica me dio un codazo.

- ¿Qué dices?- Con eso cortó cualquier posibilidad, y toda mi ilusión se desplomó de repente. Entraba en la fase de decepción.- Y que no te pille mirándola a ella.

Con el rabo entre las piernas, y completamente desazonado, me dispuse a montar la sombrilla mientras ella estiraba las toallas. Aproveché para echar de vez en cuando una mirada a la morena. Estaba para untar pan y no parar. Su bikini dejaba ver unas nalgas perfectas. Suspiré, resignado. Al menos siempre podría dedicarme a mirar, ¿no?

No sabía lo equivocado que estaba.