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La apuesta.

en Sexo con maduras

Esta historia nos ocurrió a Antonia y a mí, Carlos, hace ya unos años, al poco de estar juntos. Antonia tenía entonces 28 años y yo 35. Antonia es una morena guapa, ojos marrones, pelo castaño muy abundante y una nariz igualita que la de Julia Roberts. Metro setenta de altura, pecho abundante, pero no excesivo, bonitas piernas y bonito culo. Yo soy de lo más normal del mundo, moreno, un poco más alto que Antonia y delgado, vamos del bulto.

Entonces, igual que ahora, enamorado de Antonia y creo que ella de mí, aun cuando me lo diga poco para las veces que me gustaría escucharlo. Pero bueno, voy con la historia.

Por motivos de trabajo tenía que pasarme varios meses fuera de casa, no muy lejos pero lo suficiente para no poder ir y venir a diario. Decidimos mudarnos temporalmente más cerca del sitio de trabajo, ya que Antonia trabajaba en casa y le daba igual un sitio que otro.

Decidimos que Antonia buscaría algún apartamento de alquiler en el entorno del sitio de trabajo. Después de varios días de búsqueda volvió Antonia habiendo encontrado el lugar adecuado.

-              Hemos tenido suerte. He encontrado un apartamento nuevo muy bonito y con jardín y piscina compartidos sólo con otro apartamento. –Me dijo al volver y continuó.- La dueña vive en la planta baja y alquila la planta alta para sacarse una ayuda. Tiene un jardín y una piscina pequeñitos, pero muy soleados y sólo los usaremos ella y nosotros. Ella es divorciada, como de cuarenta y muchos años y sin hijos. Ya verás como estaremos muy bien.

Me pareció estupendo que le gustase a Antonia, ya que era ella quien iba a estar más tiempo en el apartamento, yo sólo podría estar por las noches y los fines de semana.

-              Ya he pagado el primer mes y la fianza, así que nos podemos ir cuando quieras. No tenemos que llevarnos más que nuestra ropa y los ordenadores, lo demás ya lo tiene el apartamento.

El fin de semana siguiente empaquetamos la ropa, los ordenadores y algunos libros y el sábado por la noche estábamos entrando en nuestra nueva casa temporal.

Como Antonia ya tenía las llaves, fuimos directamente al apartamento, al que se accedía por una escalera que partía de una entrada a la que daban las puertas de los apartamentos y la salida al jardín. Estaba muy bien, un salón amplio con la cocina integrada dando a la calle y el dormitorio y el cuarto de baño, ambos bastante amplios, dando a una terraza abierta sobre el jardín y la piscina. Antonia había acertado de pleno.

Guardamos las cosas y salimos a tomar algo. Al salir Antonia propuso que saludáramos a Rosa, la casera, llamamos a su puerta, pero debía haber salido, ya que no nos contestó. Volvimos tarde y nos fuimos a la cama muertos de cansancio.

Me desperté tarde, pasadas las once. Antonia ya se había levantado y estaba tomando un té en el salón.

-              Buenos días dormilón. En cuanto terminé el té me bajo a tomar el sol y a disfrutar de la piscina. Bájate luego cuando termines de despertarte.

Me hice un café y después de deambular un rato me duché y bajé con Antonia. Me senté en una tumbona a su lado y me dispuse a seguir dormitando. El jardín estaba separado por una valla del que debía ser el jardín privado de la dueña de la casa.

-              Hola Antonia, buenos días –saludó la que debía ser nuestra casera-.

Antonia se incorporó y fue a saludarla. Yo me incorporé también y me acerqué a la valla de la que sólo sobresalía la cabeza de Rosa.

-              Buenos días Rosa, mira te presento a Carlos, mi pareja.

Cuando me puse las gafas pude ver a Rosa. Era una mujer bellísima. Rubia, con una cara preciosa muy blanca, labios carnosos y sobre todo unos ojos entre verdes y azules de un color clarísimo. Para nada parecía tener los años que me había dicho Antonia, más bien aparentaba unos treinta y muchos que unos cuarenta y muchos. Nos besamos en las mejillas, mientras que yo estaba realmente embobado mirando semejante bellezón.

-              ¿Vas a salir a la piscina? –Le preguntó Antonia-.

-              Ya me gustaría porque la mañana está fantástica, pero primero voy a misa y después he quedado a comer con la familia. Me voy que llego tarde, ya nos veremos otro día.

Diciendo esto desapareció de la valla y nosotros volvimos a las tumbonas.

-              Antonia no me habías dicho que fuera una mujer tan guapa, ¡joder con la casera!

-              Sí que es muy guapa, pero por lo que me contó la pobre tuvo mala suerte con su matrimonio. Ambos eran funcionarios del Ayuntamiento y tras diez años casados él se lió con una chica más joven que ella. Después de un doloroso divorcio ella se quedó con la casa del pueblo y él con una que tenían en la playa. Como no quería seguir viendo al ex todos los días, dejó el Ayuntamiento y montó una boutique de ropa interior y de baño femenina y dividió la casa para sacarse un dinerito complementario que le permitiera vivir.

-              El ex debe ser tonto o ciego, porque no se puede ser más guapa.

-              Qué se le va a hacer. Así son los hombres.

-              No todos, Antonia, no todos –le dije dándole un piquito-.

-              Alguna excepción habrá, no te digo que no.

Pasamos el resto de la mañana tomando el sol y bañándonos. Después salimos a comer fuera, ya que hasta el día siguiente no podríamos hacer la compra para poder comer en casa.

Al volver me puse meloso con Antonia, pero ella no estaba por la labor y prefirió seguir viendo a Rafa Nadal en la tele.

La semana siguiente pasó rápido. Yo salía a trabajar a las ocho de la mañana y no volvía hasta las nueve de la noche como pronto, más muerto que vivo y así de lunes a viernes.

El sábado por fin pude levantarme más tarde. Antonia no estaba. Miré por la terraza y estaba en el jardín tomando el sol. Desayuné, me arreglé y bajé a acompañarla. Como a la media hora apareció Rosa, a la que no había visto desde el domingo anterior.

-              Buenos días, hoy si que voy a poder tomar el sol con vosotros –dijo al aparecer-.

-              Buenos días Rosa –le contestamos los dos a la vez-.

Traía un albornoz hasta la rodilla que se quitó antes de sentarse en la tumbona, dejando contemplar a una diosa. Llevaba un triquini negro que le venía como un guante. Las tetas le desbordaban el escote, debía usar como mínimo una 100 copa C, el cuerpo del triquini a la cadera, lo que permitía observar un espléndido culo y le alargaba las piernas hasta  hacerlas parecer infinitas. Debía tener metro setenta y algo de altura y estaba en su peso, con una ligera barriguita que la hacía todavía más atractiva. ¡Qué barbaridad como estaba la casera! Antonia desde luego no le desmerecía, pero es que Rosa jugaba en otra liga, la liga de las estrellas.

-              Antonia, ¿te importaría ponerme crema protectora? Soy tan blanca que me quemo con nada.

-              Por supuesto que no –le dijo Antonia cogiendo el tarro que le pasó Rosa-.

En aquel momento me hubiera cambiado por Antonia y así poder sobar a aquella diosa madura. Tuve que dejar de mirarlas porque me estaba empezando a poner palote. Entre Antonia que me tenía a palo a seco y el espectáculo de dos mujeres tan atractivas me había subido la temperatura algo más de lo debido.

Cuando me calmé, dije de subir al apartamento con la excusa de ir haciendo la comida.

-              ¿Te apetece comer con nosotros? –Le preguntó Antonia a Rosa-.

-              Os apetecerá estar solos y yo voy a ser un estorbo.

-              En absoluto, ¿verdad Carlos?

-              Comida hay y estaremos encantados contigo –respondí yo-.

-              Pues entonces de acuerdo, pero tengo que irme rápido, le he dado la tarde libre a Marina y tengo que abrir la tienda.

Poco después llegó Antonia diciendo que Rosa había ido a cambiarse y que tardaría unos diez minutos. Y así fue. Rosa venía absolutamente deslumbrante: una camisa entallada verde claro con algunas transparencias y un profundo escote que permitía ver un canalillo largo y apretado delicioso, unos pantalones blancos tan ajustados que o bien llevaba un tanga de hilo también blanco o no llevaba nada y que por delante marcaban suavemente su chochito y unos zapatos también blancos de plataforma que le daban al menos diez o doce centímetros más de altura. El conjunto era de infarto.

Antes y durante la comida Rosa me pilló varias veces embobado mirándole los ojos o el escote, pues no me decidía cual de las dos visiones era más deslumbrante. A mí me pareció que ella también se me quedaba mirando cuando yo no la observaba.

A Rosa se le notaba el aplomo de una mujer madura que se sabe guapa y que también sabe el efecto que produce sobre los hombres, sobre todo si son bastante más jóvenes que ella.

A las cuatro de la tarde se marchó y Antonia y yo nos quedamos comentando el pedazo de mujer que era Rosa.

-              ¿Te has quedado embobado, eh? –Me dijo Antonia-.

-              No te lo puedo negar, esa mujer me produce fascinación. Pero tú no te preocupes, que ya sabes que para mí no hay más que una mujer.

-              Que galante, ¿pero qué harías si ella te provocara?

-              Mantenerme en mi papel de amante y fiel esposo –le conteste medio en serio, medio en broma, levantándome para darle un beso que ella aceptó, pero sin mayores consecuencias-.

-              ¿Te pasa algo conmigo? Estás muy arisca.

-              Me tiene que venir la regla y no me encuentro demasiado bien.

Ahí quedó la cosa. Al día siguiente fuimos a comer con unos amigos y estuvimos fuera hasta la hora de acostarnos.

Varios días después, como todas las noches al llegar le pregunté a Antonia que tal le había ido el día, a lo que ella me contestó:

-              Muy bien. Esta tarde me llamó Rosa para tomar café y hemos estado charlando casi toda la tarde. Me dijo que quería agradecernos la comida del otro día. Me ha estado contando que se encontraba muy sola y que era estupendo que estuviéramos en el piso de arriba para poder ver y hablar con alguien de vez en cuando.

-              Qué raro. Siendo una mujer tan atractiva deberían salirle pretendientes de debajo de las piedras.

-              Pues al parecer no. Me ha contado algunas intimidades, pero no sé si decírtelas.

-              Como tu veas Antonia, pero no creo que se las cuente yo a nadie, porque no conozco a nadie.

-              No es por eso, tonto, sino porque hay cosas de las mujeres que no se deben contar a los hombres.

-              Bueno, pues no me las cuentes –le dije un poco molesto-.

-              No te enfades. Me ha dicho que ella es una mujer muy ardiente y que lleva casi un año sin sexo, lo que la tiene desquiciada.

¡Joder, para qué me contaba eso Antonia! Mi imaginación empezó a desbordarse elucubrando con que me acosaba pidiéndome guerra y mi polla empezó a reaccionar a esos pensamientos tan placenteros.

-              No me cuentes esas cosas Antonia. Prefiero no saber que abajo está ese bombón pidiendo guerra.

-              Por cierto, también me ha dicho que le pareces un hombre muy atractivo.

-              Eso es la necesidad que tiene la pobre.

Antonia había conseguido desasosegarme. Esa noche dormí mal soñando situaciones comprometidas con Rosa.

En uno de esos sueños, estábamos los tres en casa para comer después de haber estado un rato en la piscina. Antonia y Rosa estaban todavía en biquini, Antonia con una camisa amplia encima y Rosa con el albornoz que usaba para la piscina. Yo no me había bañado en la piscina e iba con el bañador y una camiseta.

Rosa entró un momento al baño mientras yo empezaba a hacer la comida y Antonia servía unas copas de vino blanco. Cuando volvió Rosa al salón, Antonia dijo que mientras se hacía la comida iba a ducharse y a lavarse el pelo, así que tardaría un rato.

Mientras hacía la comida, Rosa se sentó en una silla de la mesa de comedor.

-              Se os ve muy felices a los dos. Sois tan jóvenes y tan guapos, que me provocáis un poquito de envidia. Yo a mis cuarenta y muchos me encuentro muy sola y ya no confío en encontrar a nadie para formar una pareja.

-              Venga Rosa, que eres una mujer muy guapa y muy joven todavía –le contesté, pero en realidad no podía quitarme de la cabeza lo que me había contado Antonia sobre su fogosidad y el tiempo de abstinencia que llevaba-.

La miré y se la veía triste. Me dio cierta pena por su situación. Volví la vista a la comida que estaba preparando y ella continuó hablando:

-              Eso dices tú, pero no se me acerca ningún hombre que no quiera más que follar conmigo. –Me extrañó que utilizara la palabra follar y siguió:- ¿De verdad te parezco atractiva?

Me di la vuelta para contestarle, estaba de pie, se había quitado el albornoz y antes debió quitarse el biquini, estaba frente a mí completamente desnuda. Se me descolgó la boca ante su belleza. Sus tetas eran grandes, con unas areolas también grandes y los pezones erectos del tamaño de un dedo pulgar. El vello púbico era rubio, un poco más oscuro que el de la cabeza, y tan corto que dejaba ver la piel blanca su monte de Venus.

-              Eres muy guapa y estás buenísima, no me extraña que los hombres quieran follar contigo. Pero va a salir Antonia y vamos a tener un lío. –Le dije mientras notaba que mi polla había respondido por su cuenta ante aquella mujer desnuda. Ella debió notarlo, porque me dijo:-

-              Tú amiguito también quiere follarme.

-              Pues claro que sí, pero ahora no es el momento.

Ella avanzó hacia mí y me echó mano al paquete, mientras me besaba en la boca con pasión. Se agachó, me bajó el bañador y se metió mi polla en la boca. Movía la cabeza adelante y atrás sin parar y yo me estaba calentando mucho. Se sacó la polla de la boca y la puso entre sus tetas, que eran duras como piedras. A mí ya me daba igual que apareciera Antonia o el Papa de Roma, estaba fuera de mis cabales. Le apreté aun más las tetas contra mi polla. No pude aguantar más y me corrí como una fiera sobre sus tetas y su cara.

En ese momento oímos abrirse la puerta del baño y Rosa salió corriendo a ponerse el albornoz. Una vez se puso el albornoz cogió con sus dedos el semen que tenía en las tetas y en la cara y se lo llevó a la boca degustándolo. Yo me subí el bañador y traté de disimular la erección que todavía mantenía. Justo antes de entrar Antonia en el salón, me dijo:

-              Me debes una follada como Dios manda y la próxima vez córrete en mi boca directamente.

Me desperté sobresaltado y tardé un buen rato en dormirme del calentón con que me había quedado del jodido sueño.

Al sábado siguiente me dijo Antonia que Rosa nos había invitado a comer en su casa, después de tomar un rato el sol en el jardín. La verdad es que tenía trabajo que sacar durante el fin de semana y me excusé de bajar al jardín, iría directamente al aperitivo previo a la comida.

Me levanté temprano y me puse a trabajar en el salón. Antonia se levantó tarde y salió del dormitorio con el biquini puesto. Estaba preciosa, traté de convencerla de volver a la cama un ratito, pero nada no había manera.

Poco después bajo al jardín y oí su voz y la de Rosa que hablaban animadamente. Me hice un café y antes de volver al trabajo me asomé discretamente a la terraza para verlas. Las dos se habían quitado el sujetador del biquini y Antonia le estaba dando crema protectora a Rosa en las tetas y ¡qué tetas! Pese a su edad se veían duras y nada caídas, un poquito más pálidas que el resto del cuerpo y con unas areolas rosadas y muy grandes. Desde la distancia a la que estaba no podía ver bien los pezones, pero con un poco de imaginación me los supuse grandes y erectos. Me empalmé instantáneamente como un gorila y comencé a tocarme el nabo por encima del pantalón corto que llevaba puesto, pero aquello no era bastante, así que me bajé los pantalones y el bóxer y empecé a meneármela sin quitar ojo de aquellas tetas. Me corrí en menos de un minuto y tuve que apoyar la espalda en la pared, pues me flojearon las piernas del orgasmo que tuve.

Cuando me repuse y limpié el desaguisado volví al trabajo, pero no pude concentrarme pensando en el cuerpo de Rosa. Sobre la una y media me cambié el bóxer por un slip, para contener la erección que sin duda iba a tener durante la comida y bajé al jardín. Saludé desde la puerta por si querían ponerse el sujetador y así lo hizo Rosa, Antonia siguió con las tetas al aire.

-              Buenos días Carlos –saludó Rosa-. ¿Te apetece una cerveza?

-              Mejor un vino blanco, si tienes.

-              Si claro ahora te lo traigo –dijo levantándose y entrando a su jardín-.

Llevaba un pequeño biquini rojo que dejaba ver su espléndido culo casi entero. Menos mal que me había puesto el slip porque el comienzo de erección fue inmediato. Me quedé de pié detrás de Antonia para que no se diera cuenta. Cuando volvió Rosa me miró descaradamente el paquete y sonrió levemente. Entendí perfectamente que en lenguaje no verbal me estaba diciendo que me comería enterito.

Comimos en su jardín ellas dos en biquini y yo con pantalón corto y niqui. Me costó la misma vida que no se notara que las tetas de Rosa me tenían hipnotizado.

Me subí pronto al apartamento con la excusa del trabajo, pero la realidad es que Rosa me estaba poniendo enfermo y Antonia no me quitaba la vista de encima.

Antonia siguió en el mismo plan de tenerme a pan y agua todo el fin de semana, lo que ya empezaba a ser bastante molesto.

A mitad de semana al volver a casa por la noche Antonia no estaba. Empecé a preparar la cena y Antonia volvió como a los diez minutos.

-              Hola guapa, ¿dónde estabas?

-              Abajo con Rosa le han llegado las muestras de ropa interior de la próxima temporada y me pidió que bajara a verlas con ella. Voy a mandarle las fotos y ahora estoy contigo.

-              ¿Qué fotos?

-              Se ha estado probando las muestras, quería tener fotos para luego decidir que pedía y, como tenía la cámara estropeada, me ha pedido que se las hiciera.

Mi cabeza volvió a perderse en imágenes calenturientas de Rosa posando en ropa interior y Antonia fotografiándola. Ya iba a pasar otra mala noche.

Antonia cenó y se acostó temprano, a mí se me había quitado el sueño y le dije que iba a trabajar un rato. Después de un tiempo prudencial hice lo que nunca había hecho, cogí su móvil que lo había dejado en el salón y busqué las fotos de Rosa en ropa interior. No quería hacer lo que estaba haciendo, pero la tentación era demasiado fuerte. Lamenté mi torpeza con los móviles, pero finalmente di con las fotos. ¡Impresionantes! Las fotos del Playboy o del Penthouse que veía a escondidas en mi juventud se quedaban muy cortas al lado de aquellas. Las fotos eran una orgía de tangas, culotes, bragas, sujetadores, bodis, ligueros, medias, pantis,…etc., que lucía Rosa de manera inenarrable. Me gustaría tener palabras para describirlo aquí, pero no las tengo. Algunas braguitas transparentes me permitieron ver que Rosa llevaba una matita de pelo rubito muy recortado en el chochito.

No pude soportarlo más y pese al riesgo que corría que me pillase Antonia, me saqué el nabo y me hice un pajote como en mi juventud mirando las fotos de aquella diosa. A mi edad me estaba convirtiendo de nuevo en un pajillero, pero es que no podía soportar el calentón que me producía aquella esplendida belleza mafura.

Pese al pajote, volví a dormir mal, teniendo sueños lúbricos con Rosa. Desgraciadamente no recuerdo más que uno con claridad.

Era ya tarde, casi las ocho y media, hora de cierre de la boutique de Rosa. Entré y estaban ella y la chica que tenía contratada como dependienta. Me saludó Rosa:

-              Hola Carlos, ¿qué te trae por mi tienda?

-              Hola Rosa, perdona la hora, pero mañana es el santo de Antonia y quería regalarle algo de ropa interior sexi. Desde que llegamos aquí estamos un poco distanciados, vamos que no me hace ni caso, y quería aprovechar el evento para superar el bache. –No sabía porque le había contado nuestras intimidades, si Antonia y yo follábamos mucho o poco-.

-              Me parece una idea estupenda, ¿habías pensado en algo?

-              La verdad es que no, confiaba en que me pudieses ayudar tú que sabes más de esto.

-              No te preocupes, has venido al sitio adecuado. Marina, trae  algunas cosas divertidos.

Miré a Marina, la dependienta, que estaba terminando de guardar cosas. Era igualita que Antonia, vamos que podía ser Antonia. Igual de cuerpo e igual de cara, pero en el sueño no tenía duda de que no era ella.

Marina puso sobre el mostrador dos bodis, dos corsés  y dos saltos de cama. Uno de los bodis era rojo, casi transparente, cerrado al cuello y con encajes de cintura para abajo, que lo convertían en transparente. El otro era negro, también casi transparente, con escote palabra de honor y unos sugerentes lacitos por delante para cerrarlo. De los corsés, uno era blanco, dejaba el pecho al aire, parecía muy entallado y le colgaban unas tiritas para coger las medias, el otro era negro, con una infinidad de presillas por delante para correr una cinta y también con las tirillas para coger la medias. Los saltos de cama eran ambos negros, muy cortos, transparentes, uno con mangas y otro sin ellas.

-              Son muy bonitos todos, pero no me hago una idea de cómo quedaran puestos. ¿Tienes un catálogo para ver cómo quedan? –Le pregunté a Rosa-.

-              Debería tenerlo, pero como estamos a final de temporada creo que los hemos tirado. –Contestó Rosa y continuó:- Marina, cierra que la puerta que ya es la hora. Mejor pasamos a la trastienda, nos los probamos y así puedes elegir con más criterio.

A mí, en el sueño, me sonó como algo normal que ellas se pusieran para mí aquellas prendas de pecado. Pasamos a la trastienda, donde Rosa tenía montado una especie de “showroom”, con una sofá frente a una pared de espejo y en la pared de al lado un biombo, imaginé que para que se cambiaran las modelos.

-              Siéntate mientras nos cambiamos –me indicó Rosa-.

Tomé asiento y esperé charlando con Rosa de naderías mientras ellas se cambiaban detrás del biombo. Cuando salieron cada una llevaba uno de los corsés. Marina el que dejaba el pecho descubierto y Rosa el negro de las cintitas con un minúsculo tanga también negro y unas medias cogidas al liguero. ¡Qué barbaridad como estaban aquellas mujeres! Ambas preciosas, pero lo de Rosa no era normal. Desprendía serenidad y elegancia, además de tener un cuerpo y una cara de una belleza sobrehumana. Se pusieron las dos frente a la pared de espejo y se dieron un par de vueltas para que pudiera observar bien las prendas.

-              ¿Qué te parecen? –Preguntó Rosa-. El que lleva Marina es más atrevido y a Antonia le sentará estupendamente, ella que tiene edad para ponérselo.

-              Los dos son preciosos y muy estimulantes –contesté-.

-              Bueno, para eso son, para estimular –continuó Rosa-.

En el sueño veía normal que ellas se mostrasen ante mí casi desnudas o peor que desnudas con aquellas prendas hechas para trastornar a cualquier hombre. Volvieron tras el biombo y al poco tiempo salieron con los bodis. Rosa el rojo y Marina el negro. Rosa iba como si estuviese desnuda, podía ver perfectamente sus tetas, su culo y su rubio chochito. También podía ver el fantástico cuerpo de Marina, pero Rosa deslumbraba de tal manera que ocultaba la belleza de cualquier otra mujer.

El pase de modelos estaba haciendo efecto en mi polla, que estaba empezando a crecer de manera descontrolada. Como un acto reflejo pasaba la mano sobre mi entrepierna y la polla me seguía creciendo, hasta que noté que aquella no era mi polla, la sentía casi el doble de larga y de gorda que la mía cuando estaba totalmente erecta. ¡Qué gusto de sueño, no sólo estaba viendo a dos bombones en ropa interior, sino que además tenía el doble de polla! Después de unas cuantas vueltas frente al espejo, sin que pudiese dejar de mirarlas, Rosa le dijo a Marina, mirando fijamente a mí paquetón:

-              Marina, creo que esta vez sí hemos acertado, mira como está nuestro cliente de contento.

Se supone que yo tendría que haberme avergonzado de que pillaran en tal situación, pero no sólo no estaba avergonzado, sino todo lo contrario y descaradamente me cogía el nabo por encima de los pantalones mostrando orgulloso el bulto.

-              Carlos, te tiene que doler ahí apretada, ¿no crees Marina? –Dijo Rosa y continuó:- ¿Por qué no la liberas de su prisión? Estarás más a gusto.

Me gustó la sugerencia de Rosa, me desabroché los pantalones y los bajé junto a los boxes hasta los tobillos. La polla que lucía era descomunal, descapullada y segregando líquido preseminal que me caía por encima del ombligo.

-              ¿Y con esta cosa tan bonita Antonia no te hace caso? Hay mujeres que no valoran lo que tienen en casa. –Dijo Marina acercándose a mí-.

-              Vamos a tener que hacer algo para que puedas terminar de ver las prendas más tranquilo –Dijo Rosa acercándose también y finalmente cogiéndome el nabo por el tronco, sobre el que no podía cerrar la mano.- A mí no me cabe en la boca y a ti –le preguntó a Marina-.

-              A mí seguro que tampoco, mi novio la tiene más pequeña y no me cabe.

Estaba descubriendo que tener semejante pollón tenía sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Rosa se soltó las trabillas del bodi, dejando al descubierto su precioso chochito, se puso a horcajadas sobre mí y dijo:

-              Pero yo sé donde me cabe –diciendo eso se dejó caer metiéndosela hasta el final poco a poco y dejándose caer sobre mi pecho con tal fuerza que casi no podía respirar por la presión de sus tetas-.

Marina no perdió el tiempo y echándose al suelo metió la cara bajo el culo de Rosa y empezó a chuparme y a comerme los huevos.

Cuando más estaba en la gloria sonó el puto despertador sacándome del sueño y devolviéndome a la cruda realidad con un calentón de tres pares de cojones. Me tuve que hacer otra paja mientras me duchaba para que se me bajara.

El fin de semana siguiente Antonia se fue a ver su familia y yo me quedé trabajando en el apartamento. No quería encontrarme con Rosa en la entrada. De la impresión que me producía me quedaba hecho un pasmarote, casi incapaz de hablarle o de mirarla y terminaba sintiéndome un idiota.

El sábado me levante tarde y tomando un café miré por la terraza hacia el jardín. Rosa estaba boca abajo tomando el sol desnuda. Casi me descubre mirándola, cuando me atraganté con el café de la impresión. Su culo era simplemente espectacular, apretado, duro, del tamaño justo, con forma de melocotón, un poquito más pálido que el resto del cuerpo, las tetas le desbordaban por los lados, demasiado volumen para poder ser escondidas. Comencé otra vez a tocarme, pero aquello ya me parecía demasiado. Volví al salón y traté de trabajar un poco, pero las imágenes de Rosa desnuda o en ropa interior se cruzaban en la pantalla del ordenador y no lograba fijar la atención en nada que no fuera su cara, sus tetas, su culo, su vientre, sus piernas, ¡su todo, coño!

Después de comer me eché una siesta en el sofá del salón y me quedé frito. Volví a soñar con Rosa.

Aun cuando todavía no era verano, hacía mucho calor. Me había echado en la cama para intentar dormir la siesta, pero era imposible. Decidí darme una ducha para intentar refrescarme. Al salir del baño desnudo miré hacia el jardín y allí volvía a estar ella tomando el sol desnuda, esta vez sentada en la tumbona, sólo un poco inclinada. ¡Joder, estaba buenísima! Llevaba una pamela para defenderse del sol y unas gafas de sol. Estaba leyendo un libro que, por la cubierta, parecía ser de “La sonrisa vertical”. Pensé que no podría soportar tanto calor exterior e interior. Me daba cierta vergüenza estar haciendo de mirón, pero no podía quitarle la vista de encima.

Al menos el calor interior no pudo soportarlo mucho porque abrió las piernas y se llevó una mano a su chocho. Movía la mano despacio, tocándose el clítoris y los labios menores. Me pregunté si aquella mujer no podía estar en su jardín para hacerse un dedo y no allí donde podía verla e ir poniéndome cada vez más caliente.

Se me puso el nabo como una piedra sin siquiera tocármelo. Decidí hacerme un pajote dedicado a la casera. Sabía que donde estaba se me podía ver desde el jardín perfectamente, pero a mí no sólo no me importaba, sino que me ponía que pudiese ver el pajote que me estaba haciendo a su salud. Con las gafas de sol no podía saber donde miraba, pero su mano cada vez iba más rápida y sus dedos se perdían más dentro de su raja. Creo que acompasamos los movimientos no sabía si yo la seguía a ella o era ella la que me seguía a mí. Para colmo de mi calentura, empecé a oír los gemidos que emitía cada vez más fuerte. Dejó el libro y con la mano que no tenía ocupada en su rajita se apretaba las tetas, se las sobaba y las subía para chuparse los pezones. Yo no iba a poder aguantar mucho más, estaba deseando correrme y poder relajarme…

Me despertaron unos ruidos que debían venir del piso de Rosa. Eran gemidos, o Rosa había puesto una película guarra o se estaba haciendo una paja de cuidado, bueno esto último en cualquier caso, con porno o sin porno. Era la primera vez que escuchaba algún ruido del piso de Rosa, pero al parecer la calentura que le había confesado a Antonia le había podido esa tarde. Seguí escuchando con algo de vergüenza ajena, pero no podía hacer otra cosa, no iba a bajar a decirle que estaba oyendo la paja que se estaba haciendo.

Al rato, ya sobre las ocho de la tarde, como no paraban los gemidos, pensé que igual estaba con alguien y por fin estaba desfogándose. Los jadeos a todo volumen me estaban poniendo otra vez cachondo perdido y esta vez decidí no reprimirme. Me bajé los pantalones, me agarré el nabo y empecé el sube y baja. De pronto se fue la luz del apartamento. Debía haber saltado algún interruptor del cuadro, lo malo es que el cuadro estaba dentro del piso de Rosa. Esperé a que se me bajara la erección. Los gemidos habían callado, el problema de la luz debía afectar a los dos pisos. Me armé de valor y bajé con una linterna, lamentando que le iba a cortar el rollo, fuera el que fuera, pero no podía estar sin luz.

Rosa estaba en su puerta liada en una toalla blanca, que se sujetaba trabada sobre sus tetas y que escasamente le cubría el chocho.

-              ¿También se os ha ido la luz? –Preguntó-.

-              Sí, pero el problema debe ser de la casa, en la calle hay luz.

Mientras le contestaba observé que estaba roja como un tomate y el pecho se la movía como si hubiera estado haciendo un esfuerzo físico importante. Pese a ello, no paraba de mirarme el paquete que todavía estaba bastante crecido.

-              Pasa, el cuadro creo que está detrás de esta puerta.

Entré y con la linterna miré el cuadro. Había saltado el diferencial, lo subí, pero volvió a saltar.

-              Debe haber un problema en alguna parte, porque sigue saltando. –Le dije sin quitarle ojo. Me estaba poniendo burro por momentos-. Lo mejor es que bajemos todos los magneto-térmicos y los vayamos subiendo de uno en uno hasta dar con dónde está el problema.

Así lo hice. Primero subí el diferencial y después los magnetos del apartamento. Ninguno saltó. Empecé con los de casa de Rosa y al subir el del baño saltó otra vez.

-              Pues tiene que ser de tu baño –le dije, mirando sus bellísimos ojos-.

-              Puede ser, yo estaba en el baño, pasa y desenchufamos las cosas.

Detrás de ella, sin poder quitar la vista de su culo, del que podía ver la parte baja de las nalgas, nos dirigimos al baño. Estaba lleno de velas encendidas, era enorme, recubierto de espejos y con una gran bañera de hidromasaje llena en el centro.

-              Bonito baño – le dije-.

-              Las cosas de mi ex marido –me contestó-.

-              Apaguemos todo lo que estaba encendido –le propuse-.

-              Sólo estaba encendida la bañera, voy a apagarla. –Me contestó, se puso de espaldas a mí y se agachó para hacerlo. En ese momento pude ver entero su hermoso culo y su chocho que lo tenía precioso y depilado-.

Me puse todavía más burro de lo que estaba, empalmándome por completo, empalme que empezó a ser doloroso cuando descubrí un enorme consolador con forma de polla realista en una esquina de la bañera. Cuando se enderezó y se volvió hacia mí, se dio cuenta perfectamente que yo estaba mirando el consolador y que estaba empalmado como un burro.

-              Bueno, voy a probar si se ha resuelto el problema –dije para poder quitarme de en medio y tratar de tranquilizarme-.

Fui hacia el cuadro, subí el interruptor y ya no saltó el diferencial. Volví hacia el baño para despedirme de Rosa, volver al apartamento y que ella y yo, cada uno por su lado, pudiéramos terminar nuestro momento de intimidad. Al entrar en el baño Rosa estaba de frente a la puerta completamente desnuda. Pese a que la había visto más o menos desnuda, la visión me dejó noqueado. No se podía ser más guapa ni estar más buena. La belleza de una mujer madura es una belleza mucho más impactante que la de una chica joven. La perfección en las formas y la serenidad que transmiten no tienen comparación.

-              Perdona –le dije cuando pude reaccionar-, sólo quería decirte que ya me iba al apartamento.

-              No tengo nada que perdonar, Carlos. Me he quitado la toalla porque quería estar desnuda delante de ti, que supieras que te deseo y mucho. Cuando se fue la luz me estaba masturbando pensando que tú estabas solo arriba y yo aquí sola. Ahora estamos los dos juntos aquí, sin ningún impedimento para conocernos mejor.

Dijo todo aquello mirándome alternativamente a la boca y al paquete que estaba a reventar. Dio un paso al frente y me soltó el cordón del pantalón, que quedó enganchando sólo por mi polla, que estaba mirando al techo. Con su mano primero desenganchó el pantalón y luego me agarró el nabo. Yo estaba paralizado, pero en mi interior sentía que tenía que hacer algo de lo que, sin embargo, me arrepentiría todos y cada uno de los días que me quedaran de vida.

-              Rosa, esto no puede ser. Eres la mujer más bella que he conocido en mi vida, pero yo estoy con Antonia y no quiero serle infiel, así que mejor me voy y aquí no ha pasado nada.

-              Carlos, se que lo estás deseando. He notado tus miradas, tus erecciones. Esta mañana has estado mirándome cuando estaba tomando el sol desnuda y el otro día te hiciste una paja mirándome las tetas. Antonia no tiene porque enterarse si no se lo decimos, será un secreto entre tú y yo.

Durante la conversación no sólo no me había soltado el nabo, sino que había ido moviendo su mano lentamente arriba y abajo. Acercó su boca a la mía, pero yo moví la cabeza, para convertir el beso apasionado que pretendía darme en un beso de cariño.

-              ¿Es qué te parezco demasiado mayor para ti? –Me dijo con cara apenada, pero sin dejar de mover la mano-. ¿Es qué no te apetece que te haga todo lo que desees?

Tenía que cortar aquella situación o no tendría fuerzas para seguir negándome.

-              En absoluto Rosa y lo sabes, pero ya te he dicho que estoy con Antonia y que no quiero hacer nada que pueda estropear lo nuestro.

Rosa se puso en cuclillas sin soltarme el nabo, con la intención de empezar a chupármela. Di un paso atrás, pero como tenía los pantalones en los pies, casi me caí y tuve que apoyarme en su cabeza, como si la fuera a empujar para que se la tragase entera. Volví a moverme para alejarme y me giré hacia la puerta, dándome de bruces con Antonia, que lógicamente tenía cara de muy pocos amigos.

-              Antonia, esto no es lo que parece. –Conforme dije semejante majadería supe que la había cagado para siempre-.

-              ¿No y entonces qué es?

-              Una serie de malentendidos. Es verdad que estoy en el baño de Rosa, que tengo los pantalones bajados, que ella me tiene cogido el nabo y que está desnuda de rodillas, pero te juro que no es lo que parece.

En ese momento Antonia miró a Rosa y echándose a reír las dos, Rosa le dijo a Antonia:

-              Has ganado la apuesta.

¿Qué apuesta ni qué apuesta, que coño quería decir Rosa con aquello?

-              Anda, súbete los pantalones y tu Rosa suelta el nabo de mi pareja y ponte algo. Te lo explicaremos en el jardín tomando una copa –me dijo finalmente Antonia-.

Obedecí a lo que me dijo Antonia y salimos hacia el jardín. Estaba completamente desorientado, no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando allí.

Antonia me puso un whisky por delante y sirvió otros dos para Rosa y para ella.

-              No te vayas a enfadar Carlos y escúchame –dijo Antonia y continuó:- Primero tengo que decirte Rosa y yo somos amigas desde hace muchos años, mi amiga Rosa de la que te he hablado un montón de veces. Cuando nos planteamos lo de vivir por la zona, recordé que Rosa me había comentado que había preparado un apartamento en la planta alta de su casa. Vine a verla y quedamos en el alquiler. Hablando con ella, me contó que desde que su ahora ex marido le fue infiel, se había quedado pillada con que todos los hombres eran iguales, que todos, más tarde o más temprano, con mayor o menor facilidad, son infieles a sus parejas y que esta idea no le permitía mantener una relación estable. Yo le dije que eso no era así con todos los hombres, que confiaba en ti ciegamente y que no me serías infiel nunca. Pero ello continuó en sus trece y me propuso hacer la prueba de que, con algo de trabajo, terminarías cayendo. Acepté, pero le dije que teníamos que jugarnos algo.

No daba crédito a lo que estaba oyendo, me zampé el whisky de un trago y me serví otro de la botella que estaba en la mesa. Antonia continuó:

-              Planeamos una estrategia que debo concederte era perversa. Yo te tendría a palo seco desde que viviéramos aquí y luego iríamos subiendo el listón, primero el triquini, después el “topless”, luego las fotos en ropa interior, para, finalmente, el desnudo de Rosa de esta mañana y la escena de acoso del baño, aprovechando que supuestamente estabas sólo.

-              ¡Sois dos hijas de puta como la copa de un pino! Me habéis tenido malo de la calentura durante más tres semanas.

-              No te enfades Carlos, que todavía no te hemos contado que nos jugamos y eso te va a gustar –continuó Antonia-.

Por primera vez habló Rosa.

-              Acordamos que si caías en la tentación y ganaba yo, las pasarías putas en el resto de vuestra estancia en el apartamento, pero que si no caías y ganaba Antonia, tendrías como recompensa hacer con nosotras dos lo que quisieras, todo lo que quisieras, como premio al puterío que te habíamos hecho pasar.

No podía creer aquello, o sea, que encima el objeto de la apuesta era yo, que no había tenido vela en el entierro. Estaba tan ofuscado que no comprendía lo que Rosa me estaba queriendo decir.

-              Carlos, no has entendido lo que te ha dicho Rosa, ¿no? –Dijo Antonia-.

-              Antonia, yo no entiendo nada de lo que está pasando –le contesté-.

-              A ver Rosa, se un poco más expresiva –continuó Antonia-.

Rosa se levantó de la silla, se quitó el albornoz, quedándose otra vez completamente desnuda, se sentó en mis piernas y dijo:

-              Antonia y yo hemos acordado que puedes hacer con cualquiera de nosotras o con las dos juntas todo lo que quieras, que puedes pedirnos lo que más te apetezca y te complaceremos con mucho gusto, todo el tiempo que paséis en esta casa.

En ese momento, con Rosa desnuda sentada en mis piernas, comprendí lo que me estaban diciendo: ¡que durante los próximos días o meses iba a ser el hombre más afortunado del mundo! Miré a Antonia, que tenía su sonrisa de cuando estaba cachonda, y asintió con la cabeza sobre lo que había dicho Rosa. No me lo podía creer, así que pregunté mirando a las dos alternativamente:

-              ¿Dónde está la trampa? ¿Seguís todavía con el jueguecito y esto es el último peldaño del puteo?

-              No Carlos, –contestó Antonia- el juego anterior ha terminado y ahora empieza otro más interesante para los tres. -Diciendo esto se levantó y fue desnudándose lentamente, hasta quedarse en pelotas como Rosa, para después acercarse a mí y plantarme un beso de tornillo con lengua hasta la garganta.

Pensé en casi todas las cosas que podría hacer con aquellas dos bellezas, posiblemente a los lectores de este relato todavía se le ocurran más posibilidades, pero tenía tal cabreo con las dos, pero sobre todo con Antonia, que las cosas no podían quedarse ahí. Levanté a Rosa de mis piernas y con una erección de campeonato me levanté y les dije que me iba al apartamento y mirando a Antonia le dije que no se le ocurriera subir, que durmiera en casa de su amiga o donde le diera la gana. Salí del jardín y subí sin mirar atrás.

Eso es lo que tiene pensar cabreado y con la polla dura, que se piensan muchas tonterías. Me di cuenta en el momento de cerrar la puerta del apartamento, ¡era gilipollas! Sólo, caliente y cabreado, en vez de estar con aquellas dos mujeres follando que es lo que yo de verdad quería. Pero a lo hecho, pecho. Al recordar aquella frase se me pusieron por delante los pechos de Rosa y casi me echo a llorar, ¡cómo podía ser tan tonto a mi edad!

Me puse un whisky y me senté en el sofá, recordando la situación que teníamos cuando me dio el ataque de dignidad y me levanté. Rosa desnuda sentada en mis piernas, Antonia, también desnuda, besándome. Al rato pensé otra teoría, no había sido mi dignidad ofendida, sino el miedo a estar con aquellas dos mujeres a la misma vez. Finalmente, y tras dos whiskys más me quedé dormido en el sofá.

Podría contar que soñé con ellas, pero sería mentira o al menos no toda la verdad, porque lo cierto es que, con la mano de whisky que llevaba encima, no recuerdo haber tenido ningún sueño.

Me desperté tarde, resacoso, empalmado y arrepentido cuando sonó el timbre de la puerta. Pensé cómo podía dar marcha atrás, pero no tenía la cabeza para pensamientos complejos. Abrí y era Rosa con el albornoz de marras.

-              ¿Podemos hablar? –Me dijo-

-              Si pero bajito. Pasa iba a hacer café, ¿quieres?

-              Si por favor. ¿Puedo sentarme?

-              Claro –le dije mientras iba a hacer el café-.

Serví el café para los dos y me senté en el sillón frente a ella.

-              Carlos, Antonia y yo queríamos disculparnos contigo. Nos hemos pasado mucho con la apuesta y con la situación tan comprometida en la que te hemos puesto. No tenemos disculpa…

Perdí la atención a lo que estaba diciendo. Estaba bellísima y además con los movimientos separó un poco las piernas y pude ver su chochito rubio. Iba desnuda debajo del albornoz. Volví a empalmarme. Pensé que debía llevar unas pintas horribles, resacoso, recién despertado y sin asearme. Volví a atender la conversación de Rosa.

-              … lo que te dijo Antonia ayer es cierto. El engaño de mi marido me ha dejado muy tocada. Cuando un hombre me gusta lo primero que pienso es cuánto tiempo tardará en engañarme y dejo de verlo inmediatamente. La idea de Antonia para demostrar que no todos los hombres son iguales, equivocadamente, nos pareció estupenda a las dos, sin pensar mucho en cómo te afectaría a ti …

De nuevo perdí la atención, aquel chochito me tenía embelesado y para colmo el albornoz se le iba abriendo y cada vez podía verle más aquellas tetas capaces de tirar más que cuatro carretas.

-              … sólo quería decirte que las dos sentimos mucho lo ocurrido, aunque me haya extendido más de la cuenta.

-              Rosa yo no estoy enfadado contigo, a ti no te conocía de nada, estoy enfadado con Antonia que es mi pareja. Qué habría ocurrido si nos liamos, que por otra parte hubiera sido la cosa más natural del mundo, con tu atractivo y tus incitaciones, y Antonia sin darme ni agua.

-              Tienes razón Carlos, pero Antonia sólo pretendía ayudarme a solucionar el problema, que me está amargando la vida. Soy una mujer muy caliente y llevo más un año sin estar con un hombre. Yo era una mujer alegre y ahora estoy amargada, tensa, malhumorada. Debo confesarte que ayer, cuando te cogí el pene, estuve a punto de correrme y lo hubiera hecho si no aparece Antonia.

La conversación y la visión de Rosa me estaban poniendo malo. Ya no podía disimular el pollón que tenía debajo del bañador.

-              Bueno Rosa, déjame que me duche y que lo piense. Sé que se me pasará el enfado, quiero demasiado a Antonia para estar mucho tiempo enfadado con ella.

-              Es verdad, te he despertado y no te he dado tiempo a nada. –Dijo Rosa levantándose y quitándome el espléndido paisaje que podía contemplar antes-.

La acompañé a la puerta y me fui a la ducha. Llevaba un calentón de tal calibre que la erección no se me había bajado en ningún momento. Entré en la ducha, abrí el grifo y comencé a hacerme una paja, la necesitaba más que el comer. Tan absorto estaba en mi paja que no escuché ni vi nada, hasta que noté que alguien se pegaba a mí por detrás y me cogía el nabo. Abrí los ojos y Rosa estaba delante de mí con sus brazos al lado del cuerpo. Miré hacia atrás y era Antonia la que pegada a mí espalda me estaba sobando el nabo.

Por un momento pensé que debería hacer y cada neurona de mi cerebro y cada vena de mi polla me gritaron: ¡FOLLAR Y DEJARTE DE OSTIAS! Y así lo hice. Pasé mis manos por detrás del cuerpo de Rosa hasta poder coger y apretar su espléndido culo, mientras la besaba en la boca metiéndole la lengua tanto como podía. Sus tetas me apretaban el pecho, notaba la dureza de sus pezones contra los míos. Metí mis manos por detrás en su entrepierna, con una mano le sobaba el coño y con la otra el agujero del culo. Mientras Antonia seguía haciéndome una paja y besándome y chupándome el cuello.

Rosa gemía cada vez más fuerte hasta que dio un grito salvaje y me llenó las manos de sus flujos al correrse. Tuve que sostenerla para que no se cayera. Con el tremendo orgasmo que había tenido, había perdido la fuerza en las piernas.

-              Vamos a la cama y fóllatela –me dijo Antonia con una voz caliente, como hacía tiempo que no la oía-.

Cogí a Rosa en brazos y fuimos de la ducha al dormitorio, donde la dejé boca arriba encima de la cama. Tardó un poco en recobrar la conciencia y la fuerza. Me puse de rodillas en la cama, le abrí las piernas y empecé a comerle el coño a la misma vez que sobaba sus impresionantes tetas, a las que parecía no le afectaba la fuerza de la gravedad. Antonia se puso detrás de mí, metió su cara en mi culo para comerme el ojete, mientras realmente me ordeñaba la polla.

Me incorporé y le metí la polla a Rosa en el chocho, cosa que me agradeció con un profundo gemido. Antonia se sentó sobre la cara de Rosa mirándome con cara de pervertida y diciéndome: dale fuerte que lo necesita. Rosa le estaba haciendo un gran trabajo con la lengua a Antonia, que tras correrse entre gritos, cayó como muerta a un lado. Yo seguía bombeando cada vez más fuerte dentro de Rosa hasta que se corrió varias veces seguidas. Yo necesitaba correrme y recordé que en uno de mis sueños Rosa me había dicho que me corriera en su boca. Se la saqué del coño, se la metí en la boca y me corrí dentro como una fiera, tanto que Rosa se atragantó y tuvo que escupir parte de mi corrida.

Nos quedamos los tres dormidos ya relajados después de la excitación. Me desperté sintiendo como Rosa y Antonia me estaban comiendo la polla que volvía a estar como un palo. Mientras sentía sus lenguas por todas partes, pensé que debería trabajar menos y prolongar más la estancia en casa de Rosa.