miprimita.com

Odiseas sexuales en el siglo XXII

en Parodias

ODISEAS SEXUALES EN EL SIGLO XXII

Estamos en el año 2.120 de la era cristiana. El mundo se ha desarrollado de forma armónica, reduciéndose las desigualdades, tanto entre países como entre individuos. La esperanza media de vida supera los 100 años y las guerras, delitos y actos violentos han desaparecido de la faz de la tierra. Las energías limpias han desplazado totalmente al petróleo y a la energía nuclear, por lo que el ecosistema terrestre goza de una excelente salud. La vida se ha convertido en algo más seguro, más apacible, más cómodo y .... más aburrido. El precio a pagar por todo lo anterior es la drástica reducción de las libertades. Todos los ciudadanos están controlados, ya que desde que nacen se les implanta un chip electrónico que contiene toda la información posible de esa persona: datos personales, características físicas y localización en cada instante. Todas esas mareas de información van a converger a unas impresionantes computadoras, cuya misión es tener "fichados" a millones de seres.

La mayoría de los ciudadanos del mundo están contentos con esta forma de vida, aceptando ser gobernados por una minoría elitista. Todo lo más participan en las elecciones que se celebran cada 10 años, votando desde el terminal informático de su casa, aunque las opciones políticas son prácticamente idénticas entre sí. Sin embargo hay una minoría que no aceptaba este estado de cosas. Naturalmente, les parecía bien que la renta percápita fuese alta, que no hubiese pobres y que las ciudades fuesen limpias y seguras. Pero había algo que no estaban dispuestos a aceptar: el profundo cambio que había experimentado todo lo relacionado con el sexo. En realidad el sexo había permanecido prácticamente inmutable desde la prehistoria hasta mediados del siglo XXI y, en opinión de esa minoría, debería seguir así hasta el final de los tiempos. Pero desde el año 2.050 las cosas habían evolucionado en una dirección totalmente diferente e inesperada. Las cuestiones sexuales habían pasado de ser algo perteneciente a la esfera interna de los individuos, para convertirse en un asunto de interés público, sometido al control del Estado.

El detonante de esto fue la aparición, en el año 2.046, del mortífero virus STV1013, de transmisión sexual y que causó una oleada de mortalidad sin precedentes. A fin de erradicarlo se tomaron medidas extremas y contundentes: aislamiento de los individuos infectados, severo control de la natalidad (para evitar, de paso, la superpoblación) y extinción paulatina del sexo físico, que fue sustituido por técnicas virtuales y cibernéticas. A fin de cuentas la clonación se había desarrollado de modo vertiginoso, lo que permitía tener niños sanos, perfectos y guapos. Todo esto repugnaba a una minoría audaz e inconformista, cuyo ideal era recuperar la libertad sexual de la segunda mitad del siglo XX y primera mitad del XXI.

Pero el poder no daba tregua y a tal fin fue creado en todos los países un cuerpo especial de policía encargado de las "desviaciones sexuales", entendiendo por desviación todo aquello que se saliese de los cánones actuales o que quisiera revivir las costumbres de aquellas décadas degeneradas que habían colocado al ser humano muy cerca del desastre biológico. Este cuerpo de policía se mostraba implacable y usaba métodos expeditivos, pero lo cierto es que en algunas ciudades las noticias al respecto eran cada vez más alarmantes. Aquella minoría estaba creciendo deprisa, por lo que había que tomar medidas rápidas. El poder central envió una circular a los jefes del cuerpo especial de policía, en la que se les apremiaba para que aquella pequeña molestia dejase de serlo.

Precisamente en el despacho central de la policía de una de las ciudades que tenía más fama de libertina, el comisario jefe Jorge F109658Y (los apellidos habían sido sustituidos hacía bastante tiempo por el número del microchip que cada persona llevaba implantado) leía detenidamente aquella circular. Llegó a la conclusión de que había que actuar rápido, si no quería que su jefe máximo, el Consejero de Asuntos de Sociedad (cargo equivalente al antiguo Ministro del Interior), le llamase al orden y le diese un destino de esos que nadie quería. Jorge respiró profundamente al acabar de leer aquello. Tenía que ponerse manos a la obra, sin pérdida de tiempo. Se había hecho funcionario del cuerpo de policía para llevar una vida tranquila. Ascendió con rapidez, evitando aquellos fatigosos y monótonos trabajos al pie de calle, por lo que siempre tuvo su despacho y nunca se vio en peligro físico. Pero ahora, a sus 35 años, iba a tener que mancharse las manos. De lo contrario, su carrera meteórica (era el comisario jefe más joven del país) iba a correr peligro.

Ojeó detenidamente la ficha electrónica de una de las mujeres que figuraba en la base de datos. Aquella mujer atendía al nombre de Gemma J234087V y era sospechosa de presuntas desviaciones sexuales. Presentaba un peligro potencial de 17 (sobre un máximo de 20), de los mayores que él había visto nunca. Tras las estadísticas había un buen número de fotos. Le chocó su aspecto, que en nada se parecía a las modernas chicas, delgadas, con expresión indolente y cara pálida. Gemma era una mujer de 30 años, voluptuosa de formas, con pechos firmes y generosos, media melena morena y rizada, caderas amplias y un delicioso color tostado en el rostro. Le recordó a las mujeres que había visto en algunas películas de principios del XXI. Aquello había sido en su juventud, antes de que aceptase la ortodoxia oficial, que prohibía ver ese tipo de cosas. Ahora ella era un peligro potencial para la sociedad y su trabajo consistía, precisamente, en anular esos peligrosos elementos. Había llegado el momento de hacerle una visita.

El localizador del microchip de Gemma le indicó que se encontraba en su casa. Allí se encaminó él, en su coche. Llegó en menos de cinco minutos, ya que los atascos habían desaparecido de las calles de las ciudades décadas atrás. Subió hasta el décimo piso, llamó y esperó. La puerta corredera se abrió con un suave zumbido. Allí estaba ella, sentada frente a su computadora. Giró su silla y observó con aparente indiferencia el uniforme color caoba que lucía Jorge, mientras éste decidía presentarse:

Soy el comisario jefe del cuerpo de policía encargado de desviaciones sexuales y ...

Sé muy bien quien es usted -le interrumpió ella, en un tono cortante-. ¿A que debo el honor de su visita?

Verá usted, en los últimos meses las desviaciones sexuales han aumentado un 150% en esta ciudad y su nombre aparece en la lista de personas fichadas como sospechosas en nuestra base de datos.

¿Y qué? ¿Le parezco una desviada sexual? -respondía Gemma en un tono desafiante.

El comisario Jorge se lo pensó unos instantes antes de responder. Miró al cuerpo de aquella mujer, que se había puesto de pie. Desde luego su indumentaria no era de lo más adecuada para acallar las sospechas. Vestía una camiseta blanca, por medio muslo y de un blanco demasiado transparente. Debajo de ella podía adivinarse perfectamente una prenda anticuada: un escueto tanga de color negro, que tapaba lo justo. En los últimos lustros se había impuesto la ropa interior unisex, poco ajustada y que tapaba muchísimo más.

Yo no vengo aquí a juzgarla señorita, pero según nuestros informes hace algún tiempo que un ciudadano llamado Roberto K649787H la visita con relativa frecuencia y no consta que ustedes dos figuren en el registro de parejas -dijo el comisario, con un tono lo más neutro posible.

¿Y cuál es el problema, señor comisario? -respondió ella sonriendo-. ¿Hacemos mal a alguien con eso? -añadió, pasando la lengua por sus carnosos labios.

Sabe usted que eso no respeta las reglas de moralidad que impone la normativa actual -replicó el comisario Jorge, tragando saliva ante aquella vista que se le ofrecía.

Sí, es verdad, el Rober viene a visitarme siempre que le apetece y siempre que a mí me apetece. Y le puedo asegurar que nos apetece mucho -la palabra mucho la alargó más de lo debido, mientras una de sus manos se deslizaba por la curva de su cadera.

Me temo que tendrá que acompañarme a las oficinas centrales de la policía, señorita. Tendré que tomarle declaración.

No sea usted moderno señor comisario. ¿No me diga que no preferiría cachearme, a la antigua usanza? -dijo Gemma, al tiempo que se colocaba cara a la pared, con brazos y piernas extendidos.

Aquella visión estuvo a punto de sacar de sus casillas al comisario Jorge. Esa diabólica mujer le daba la espalda, con las piernas bastante separadas y las manos colocados a los lados de su cabeza. La camiseta se alzaba hasta sus caderas, dejando al descubierto un precioso culo, que se tragaba literalmente su pequeño y sexy tanga negro. Sintió un deseo incontenible de cachear aquellas firmes y apretadas carnes, aún a sabiendas de que era imposible que Gemma ocultase algo, dado lo escueto de su vestimenta. Colocó las manos en la cintura de ella, apretando con suavidad. Fue subiendo lentamente, hasta toparse con dos estupendos pechos. Jorge se sorprendió con su tacto y su temperatura, ya que estaba acostumbrado a su mujer, que tenía unos pechos apenas perceptibles (como la mayor parte de las mujeres de aquella época), pero aquellas tetas eran de otra categoría: grandes, redondas, firmes, suaves, con pezones duros. Su imaginación empezaba a volar, cuando se vio interrumpido por las palabras de ella:

¿Le gustan mis tetas señor comisario? -dijo con un tono de voz sugerente, pero en un plan de lo más irónico.

Guarde silencio señorita, considérese usted detenida -replicó él, tratando de contener inútilmente la excitación que le invadía.

Siguió aquel cacheo, placentero pero totalmente ineficaz, subiendo sus manos hasta las axilas de la mujer, para después irlas bajando con una deliberada lentitud. Se recreó unos segundos en aquellas deliciosas caderas, para después descender por sus largos y prietos muslos. Súbitamente subió de nuevo, apretando los glúteos de Gemma y arrancándola un gemido profundo. Deslizó los dedos por las partes íntimas de ella, apreciando bien a las claras la humedad que se estaba acumulando allí. Estaba separando las nalgas de la chica, cuando se dio cuenta de que una erección, como no había tenido desde sus años de adolescente, presionaba contra el pantalón de su uniforme. Deslizó un dedo por la raja del culo de ella, provocando un gemido de placer en la mujer, cuando un sonido agudo le sacó de aquella lujuriosa situación. Era el timbre de la puerta. Jorge empuñó su arma reglamentaria (que emitía un rayo de partículas capaz de dejar fuera de combate a cualquiera durante una hora, sin causar mayores daños) y se colocó a un lado, en guardia.

Abre y estate calladita -ordenó, recobrando su tono imperativo de policía.

Gemma obedeció, sonriendo. Pulsó el botón que abría la puerta corredera y al otro lado apareció una figura totalmente opuesta a la del hombre que estaba dentro desde hacía un buen rato. Era un tipo de 29 años, con el pelo desordenado, los ojos profundos, complexión fuerte y expresión perezosa. Vestía una vieja chaqueta de cuero negra y unos tejanos también viejos y desteñidos. El rostro de ella se iluminó en cuanto lo vio, pareciendo olvidarse por un instante de su visitante, o si no se olvidó, presintiendo que la situación estaba bajo su control.

Pasa, cariño -dijo en un tono de lo más meloso.

Aquel tipo entró con tranquilidad, hasta que descubrió la figura del otro hombre, vestido con uniforme de la policía que le apuntaba con un arma. No perdió la compostura, sino que mantuvo una mirada desafiante contra los ojos de aquel agente de la autoridad. Gemma, muy segura de sí misma, habló en ese momento:

Rober, te presento a mi invitado. Él es el comisario jefe de la brigada de desviaciones sexuales.

Encantado, está usted en el lugar adecuado -respondió riendo Roberto-. Esta mujer presenta todas las desviaciones habidas y por haber. Supongo que se habrá dado cuenta de ello.

No se ponga insolente, está usted hablando con un agente del orden -le atajó Jorge, tratando de hacer valer su autoridad.

No se lo tenga en cuenta señor comisario -dijo Gemma, con un tono entre cariñoso y provocativo-. Es un buen tipo, pero le gusta mucho el sexo, que se le va a hacer.

En ese momento se produjo un silencio de unos cuantos segundos. Jorge observaba el cuerpo flexible de Gemma, mientras que no dejaba de encañonar a Roberto. Pero éste se dio cuenta de todo lo que estaba sucediendo allí, por lo que decidió jugar fuerte y a tal fin dijo:

¿A que nunca se ha tirado a una hembra de este calibre, señor inspector?

Ocupo el cargo de comisario jefe, no se confunda -respondió Jorge, mientras pensaba en la pregunta que le acababa de hacer aquel tipo con aquellos ademanes tan desvergonzados.

No eche balones fuera -intervino Gemma con su habitual energía- y responda a la pregunta.

El comisario jefe Jorge vaciló unos instantes, mientras sus ojos se clavaban en los erizados pezones de la mujer, que parecían querer salirse de su blanca camiseta. Con una sonrisa, ella alargó sus finos dedos hasta la polla de él, atrapándola por encima de la ropa. Aunque siempre le habían enseñado a despreciar aquellas prácticas arcaicas de sexo físico, no pudo resistirse a la deliciosa sensación de aquella caricia. Guardó su arma reglamentaria, convencido de que ni el propio Presidente del Consejo (cargó que sustituyó al de presidente del gobierno o primer ministro) podría haber distraído su atención en ese momento del cuerpo de aquella diabólica mujer. Roberto se relajó aún más, al darse cuenta de que ya no había peligro. Con su habitual tono irónico dijo:

Ya veo que no, señor inspector jefe, pero es que una mujer como ésta no es fácil de encontrar, se lo digo yo.

Jorge ni siquiera se molestó en corregirle. Colocó sus manos en la cintura de Gemma y fue alzando su camiseta poco a poco, hasta sacársela por la cabeza. Lo que vio casi le deja sin aliento: dos pechos preciosos, firmes, palpitantes, con los pezones duros y que subían y bajaban al ritmo de la respiración de ella. Por un instante tuvo la sensación de que había bajado al mundo real, después de más de 30 años viviendo en un mundo virtual. La voz de Roberto le sacó de su ensimismamiento:

¿Qué le parece si compartimos a esta preciosidad de mujer, señor director general?

No tuvo tiempo a responder, ya que las manos ágiles de ella empezaron a desnudarle. No sintió ningún reparo cuando las manos de Gemma le despojaron de su cinturón, del cual pendía su arma, de su chaqueta, de su placa de policía (con sus galones de comisario jefe), de sus pantalones y de su ropa interior, que cubría desde más arriba de su ombligo hasta casi las rodillas. Mientras, Roberto se había colocado a la espalda de la mujer y sin interrumpir para nada la labor de ésta, acariciaba aquel bello cuerpo femenino con habilidad casi profesional. Por un instante pasó por la cabeza de Jorge la idea de detener a aquellos dos degenerados. Como si Gemma lo adivinase, y al objeto de quitarle esa peregrina idea de la cabeza, se arrodilló ante él y empezó a lamer su miembro duro con suavidad y tranquilidad.

La sensación de aquella lengua, suave, cálida y húmeda, acabó definitivamente de romper la resistencia del duro funcionario de la policía. Él nunca había experimentado la sensación de que una boca experta de mujer chupase su polla. Cerró los ojos y, apoyando sus manos en el pelo de ella, decidió centrarse en disfrutar de algo delicioso y prohibido al mismo tiempo. Aquella lengua dando vueltas alrededor de su capullo le estaba volviendo loco. Cuando entreabrió los ojos pudo ver, por un lado, la carita de viciosa de Gemma, esmerándose en hacer una mamada perfecta y, por otro lado, vio al que debería ser su enemigo, pero que se había convertido en su aliado, colocado detrás de la chica, desnudo y con la polla a punto. Roberto miró para él, le lanzó un guiño y se agachó para empezar a pasar la lengua por las nalgas de la chica, mientras su mano se perdía entre las piernas de ella.

Jorge notó que ella aceleraba los movimientos de su boca y de su cuello. Cuando el otro, tras haber corrido hacia un lado el tanguita negro que apenas tapaba nada, apoyó su capullo en el conejito de ella, la excitación de aquel debutante en el sexo físico se elevó hasta límites insospechados.

Gemma sintió aquella dura barra penetrar de un golpe en su sexo mojado. Gimió de gusto y adelantó aún más su cabeza, hasta que la polla que tenía en la boca rozó su campanilla. Disfrutó un par de minutos más de aquella deliciosa follada, suave y enérgica a la vez, sin abandonar el trabajo con la boca. En ese momento decidió incorporarse, ya que estaba deseosa por sentir dentro de ella el pene de aquel burócrata de cabeza cuadrada que había sucumbido totalmente a sus encantos. Hizo que se tumbase y, en un rápido y casi violento movimiento, se colocó sobre él, tras haber dejado que Roberto le quitase el tanga. Aquella polla apuntaba directamente al techo, por lo que ella pudo metérsela en el coño sin necesidad de usar las manos. Se la clavó de un solo movimiento, hasta el fondo. Empezó a cabalgar, a base de precisos movimientos de pelvis y de cintura. Sus músculos apretaban deliciosamente aquel miembro duro que se clavaba en ella.

El comisario jefe estaba en la gloria. Nunca había ni siquiera sospechado que eso del sexo físico fuese algo tan placentero. Ella le cogió las manos y las llevó hasta sus tetas, incitándole a que disfrutase de aquel estupendo y suave tacto. En ese momento Jorge tomó la decisión: a partir de ese día empezaría a hacer la vista gorda con aquello que las leyes denominaban "desviaciones sexuales". Desde luego, pensó, si eso eran desviaciones, se compadecía de los tontos que seguían el camino recto.

Gemma tuvo un brutal orgasmo sobre la polla de aquel policía, hasta el punto que sintió como sus propios jugos resbalaban sin control por sus muslos. El morbo de tirarse a uno de aquellos tipos "del uniforme color caoba" había sido el catalizador definitivo de sus sensaciones. La verdad es que aquel tipo no sabía nada de sexo, pero era tan excitante enseñar al que no sabe, como aprender de quien lo sabe todo. Se sacó del coño aquella polla aún dura, se acurrucó entre las piernas del policía y empezó a darle una furiosa mamada.

Roberto, entre tanto, había permanecido tranquilamente a la espera. En los últimos años había echado un número de polvos suficiente para no tener que ser ansioso. Cuando Gemma se colocó entre las piernas del otro, aprovechó que su sexo quedaba perfectamente a tiro para ensartarla de un solo golpe. Empezó una follada regular, sin apresurar el ritmo, mientras acariciaba las nalgas de aquella caliente mujer, una de las mejores de aquella minoría recalcitrante.

El trabajo de ella sobre la polla de Jorge surtió efectos rápidos y satisfactorios. El comisario sintió una oleada de placer elevarse por sus piernas, llegar a su cabeza, bajar por la médula espinal y explotar en su entrepierna. Se corrió en la boca de aquella deliciosa y anticuada mujer, la cual le prolongó el placer un buen puñado de segundos, ya que no paró de lamer aquel miembro hasta dejarlo bien limpio. La imagen de ella, con la boca llena de semen, afanándose en tragarlo todo poco a poco, le pareció algo irreal, como de otro planeta.

Mmmmmmmmm, que leche más rica tiene usted señor comisario -dijo ella en un tono de lo más informal.

Jorge no pudo más que permanecer quieto, sentado en el suelo, con las piernas estiradas y algo separadas, apoyado sobre los codos, con cara de atontado y sintiendo por todo su cuerpo unos deliciosos residuos del tremendo placer que acababa de experimentar. Roberto continuaba follando tranquilamente a Gemma, en la posición del perrito. Ambos disfrutaban, eso saltaba a la vista, y se notaba que se conocían a la perfección. El comisario no supo decir cuanto tiempo duró aquello, hasta que los dos se corrieron casi a la vez. Ella aulló de placer, mientras que él soltó gruesas gotas de esperma sobre sus nalgas redondas.

Una vez que los tres estuvieron colmados de placer se produjo un silencio, que duró varios minutos, hasta que la voz de Roberto lo interrumpió:

No ha estado nada mal el polvo, ¿no cree señor inspector general?

En un par de sesiones más aprenderá usted muchísimo, se lo aseguro -terció Gemma, tumbada boca abajo en el suelo y con visibles restos de semen en su culo y espalda.

El comisario escuchó, pero no contestó. Empezó a buscar su ropa, a fin de vestirse y largarse de allí. Nacesitaba aclarar un poco sus ideas.

Quédese un poco más y repetimos. Le aseguro que esta mujer aún tiene muchísimos argumentos que le sorprenderían, señor delegado de policía -le dijo Roberto, con expresión sonriente-. Su repertorio es variadísimo, le doy mi palabra.

No, me voy. Y como vuelva a equivocarse en lo que respecta a mi cargo y rango, le prometo que lo detengo por menosprecio a la autoridad -respondió Jorge, mientras acababa de vestirse.

No sea tan duro con nosotros señor comisario, en el fondo somos buena gente. Un poco libertinos y promiscuos tal vez, pero buena gente -intervino Gemma, doblando las rodillas hasta que sus talones tocaron sus nalgas brillantes, mientras apoyaba la barbilla en sus manos.

Ha sido un verdadero placer señorita -añadió Jorge desde la puerta a modo de despedida.

Vaciló unos segundos, se volvió y añadió:

En un par de días recibirá otra visita mía. Su amigo del siglo pasado tiene razón: aún me quedan muchas cosas que aprender y estoy deseando hacerlo -por primera vez una sonrisa se dibujó en su rostro-. Y no teman, la policía de desviaciones sexuales no volverá a molestarles, al menos en esta ciudad. Que pasen un buen día.

Y se fue, con un ligero temblor en las rodillas. Cuando la puerta corredera se estaba cerrando a sus espaldas puedo escuchar la voz de Gemma que decía:

Buenoooo...... ¿Así que ahora te apetece mi culito? Pues no te voy a dejar con las ganas..... Pero hazlo despacito ¿eh? que la última vez casi me lo rompes -seguido de risas de los dos.

Dos horas después Jorge estaba sentado en su despacho, tratando inútilmente de concentrarse en su trabajo. Ya había tomado la decisión. Nunca más volvería a meterse con aquellos a los que las autoridades políticas denominaban "degenerados libertinos". Por supuesto repetiría las visitas a la endiablada Gemma, aunque aquello le costase el puesto, pero el riesgo merecía la pena.

En el apartamento de ella, justo en ese momento, Roberto y Gemma estaban tumbados cómodamente en una moderna cama de agua, desnudos, mientras se recobraban de una salvaje sesión de sexo, en la que no había faltado nada. Se acariciaban levemente, mientras charlaban.

Menuda sesión, cariño. Si pillas así de inspirada al del uniforme caoba, le desarmas -dijo él.

Ya lo sé, pero lo importante es que ya está en el bote. Otro converso para nuestra causa.

La verdad es que eres genial. Primero el Delegado Ciudadano (el antiguo alcalde), luego el Fiscal Superior y ahora el comisario jefe de policía. En esta ciudad dentro de poco ya nadie se va a meter con nosotros. Por cierto ¿he tratado bien tu culito no? -quiso saber él, al tiempo que acariciaba con suavidad el ano de la chica.

De maravilla, cabronazo. Pero aún nos queda el Enviado Gubernativo, no se te olvide -respondió ella, con una expresión que demostraba agradecimiento por la caricia que estaba recibiendo.

Ese también caerá. Sé de buena tinta que ya ha puesto sus antenas detrás de mí. Cualquier día te lo tendrás que pasar por la piedra -dijo él, riendo pausadamente, mientras introducía un dedo por el agujerito posterior de ella.

Uuuummmmmm, ya sabes que por eso no hay problema, me da un morbazo impresionante follarme a tipos importantes y tenerlos a mi merced.

Pues a mí lo que más morbo me da es abrirte ese culito tan lindo que tienes -añadió él, metiendo con facilidad un segundo dedito.

Ella se giró y, sin dejar que él sacase los dedos de su culo, empezó a chupársela con calma. Notó como su sexo se empapaba progresivamente. El solo hecho de pensar en cepillarse a los individuos más poderosos de la ciudad provocaba este efecto en ella y Roberto lo sabía. Cuando él tuvo la polla bien dura y bien cubierta de saliva, agarro las caderas de ella y la colocó sobre él, de modo que su culito quedara directamente sobre su erecto miembro. Ella cerró los ojos, se mordió ligeramente el labio inferior y gimió largamente mientras disfrutaba de la sensación deliciosa de aquella polla que entraba lentamente en su cuerpo. Como siempre ocurría, por la cabeza de ambos pasó la pena que les podía caer por aquella práctica sexual, una de las más graves que recogía el vigente Código de Moralidad: cinco años de internamiento en un centro de reeducación sexual.