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Holes glory: agujeros negros

en Sexo Oral

HOLES GLORY: AGUJEROS NEGROS

El que mi amiga y compañera de trabajo, Marta, estaba un poco loca, no era un secreto para nadie. Pero no se podía negar que era una buena chica, siempre dispuesta a hacer un favor a cualquiera que se lo pidiese. Nos habíamos conocido tres años atrás, cuando ella entró a trabajar en el ayuntamiento, en el mismo departamento en el que yo llevaba cuatro años. Como compañeras de despacho pasábamos muchas horas juntas y, poco a poco, nos fuimos haciendo amigas.

¡Vamos Mabel! ¡Apaga de una vez el puñetero ordenador, que ya es la hora de irse! -me gritó ella desde la puerta.

Eran las ocho de la tarde del jueves. El estereotipo de que los funcionarios solo trabajan por las mañanas no se cumplía en nuestro caso, ya que de lunes a jueves nos tocaba estar en el tajo de cuatro a ocho. Se había convertido en una especie de tradición que los jueves a esa hora nos fuésemos las dos juntas a tomar algo. Marta apoyó el hombro contra el marco de la puerta y, con un gesto de su mano, me indicó que me apresurase. Siempre era lo mismo: ella metiéndome prisa para que dejase lo que estaba haciendo. Cogí la chaqueta y el bolso y me encaminé a la salida. Ella me esperaba, con su eterna sonrisa en los labios.

Marta tenía 32 años, tres menos que yo, y en ella destacaba su pelo negrísimo, que contrastaba con la blancura de su piel. Le llegaba hasta los hombros, siempre perfectamente alisado, enmarcando un rostro de aspecto simpático y juvenil. Coronando su cara aparecían dos ojos grandes y oscuros, muy expresivos, que parecía estuvieran siempre alerta. Tenía una naricita pequeña y una boca grande, de expresión sonriente y burlona. Su figura era normal: no destacaba por nada, ni en lo positivo ni en lo negativo. No muy alta, con un busto normal, un trasero que no era espectacular y unas piernas aceptables. Sin duda era su carácter extrovertido el que hacía que tuviera un gran éxito con los hombres. Cada dos meses, más o menos, estrenaba novio. Dentro del repertorio de hombres que pasaban por su vida había de todo, pero ella siempre se acababa cansando de ellos. Esta semana, después de que lo había dejado con su último ligue (un atractivo comercial de teléfonos móviles), extrañamente estaba sin novio.

Mientras el ascensor nos conducía a la planta baja del edificio del ayuntamiento, pensé en lo distintas que éramos. A mí los novios me habían durado mucho, seguramente demasiado. Si para ella el mes podía ser una unidad demasiado grande para medir la duración de sus relaciones, en mi caso el año era una unidad demasiado corta. Con mi última pareja había estado la friolera de cinco años, hasta que acabamos dejándolo tres meses atrás. Desde entonces, nada, ni un mal rollo de una noche. Antes de salir del ascensor me miré en el espejo del mismo, tratando de buscar una respuesta a mi escaso éxito actual con el sexo contrario. Para mis 35 años, no estaba mal del todo: pelo castaño ondulado, rostro sin arrugas y piernas bonitas. Por supuesto, mi figura ya no era la misma que con 18 años, pero aún no estaba mal del todo. Seguramente la causa de mi inactividad sexual era el miedo paranoico que me invadía a verme embarcada en otra larga relación, la cual, vistos los precedentes, no conduciría a nada.

Marta sabía todo eso de mí. Voluntariosa, trataba de sacarme de casa, pero se daba cuenta que mi actual estado de ánimo no estaba para romances. Llegamos a una pizzería que frecuentábamos de vez en cuando. Pedimos una cuatro estaciones y un par de ensaladas. Mientras esperábamos, empezamos a charlar y a tomar cervezas.

Así que ¿hoy tampoco vas a ligar? -dijo ella, de repente.

De verdad, Marta, no me apetece lo más mínimo -respondí con tono desganado.

En ese momento nos sirvieron la cena. Comimos con ganas, sin dejar de charlar ni de beber cerveza. Al final de la cena, cuando las dos ya estábamos algo contentillas, nos obsequiaron con un delicioso licor de moras. Era dulce, pero muy fuerte, y venía servido en unos vasitos de chocolate. Al acabar el licor, empezamos a comernos aquellos simpáticos vasos. Mi amiga Marta, poco vergonzosa como de costumbre, cogió aquel tubo de chocolate de unos 15 centímetros de largo y empezó a chuparlo de una forma nada discreta. Me dio un ataque de risa al verla así, deslizando los labios con gran estilo.

¿De qué te ríes? -preguntó ella, aunque la respuesta estaba bastante clara.

Es que parece que estés chupando una.... -acerté a decir entre risas.

¿Una polla? -añadió ella-. Claro. Me encanta hacerlo, ¿a ti no?

Sí, por supuesto que me gusta. Es más, al verte chupar así he pensado que es una pena que no tengamos un par de pollas a mano jajajajajaja -dije, con un tono eufórico.

Bueno -terció ella, mientras seguía lamiendo de aquella forma lo que quedaba del vaso-, aún podemos ir a buscarlas, la noche es joven.

Reconozco que me había excitado un poco ver como mi amiga manejaba la boca y la lengua. Aquellas habilidades bucales no podían dejar indiferente a nadie. Pero no tenía ganas de oír hablar de tíos y por ello una mueca de desagrado se dibujó en mi rostro. Ella se dio cuenta al instante:

Ok. Ya veo de hoy no te apetece chupar nada -dijo riendo.

No, no es eso -corregí-. Me encantaría llevarme una buena polla a la boca, pero lo que no me apetece nada es aguantar al dueño de la misma.

Era la verdad, lo que pensaba. Pero en ese momento Marta me miró fijamente, abrió mucho los ojos y enarcó las cejas. Como la conocía hace tiempo, aquello no me gustó nada. Estaba segura de que su retorcida cabeza había surgido alguna idea alocada. Apoyó los codos en la mesa, se acercó a mí y dijo en voz muy baja:

Eso tiene un arreglo muy fácil. Yo sé como hacer que no tengas que aguantar a ningún pesado, pero que te puedas poner morada de chupar polla.

¿Cómo? Tú estás como una cabra.

Vamos a tomar una copa a un sitio que hay aquí al lado y te lo explico.

No tuve tiempo de objetar nada. Se levantó a pagar la cena, me cogió de la mano y me sacó de allí apresuradamente. Dos calles más allá llegamos a un pub llamado "El Probador". No tenía ni idea de lo que mi amiga tramaba, pero me daba igual. Aquel día estaba contenta y las cervezas que habíamos tomado con la cena me daban un puntito extra de alegría. Entramos en aquel sitio, que parecía un pub normal y corriente. Pedí dos cubatas y nos acodamos en la barra para tomarlos. Había allí una veintena de personas, lo cual no estaba mal para un jueves a primera hora de la noche.

Bueno, ¿me vas a explicar ese plan tuyo? -pregunté, medio de cachondeo.

Tú tranquila -respondió ella-. Acabamos las copas y lo verás con tus propios ojos.

Miré alrededor y todo lo que vi fueron hombres normales, nada del otro jueves. "Si esta loca piensa que voy a liarme con alguno de los tíos que andan por aquí, va lista", pensé. Ella no decía nada, solo sonreía, pero con una expresión pícara y traviesa. Al cabo de diez minutos vaciamos los vasos. Yo ya estaba algo más que contenta, pero la verdad es que me lo estaba pasando de maravilla, sin saber por qué. En ese momento ella me cogió de la mano y dijo:

Ven.

Tiró de mí hasta una puerta que había en el extremo de la barra. Entramos en un pasillo de unos cinco metros. Al final del mismo había otra puerta. Marta llamó con los nudillos. La puerta se abrió, dando paso a un tipo alto y moreno, que exclamó:

¡Marta! ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí!

Hola Alberto -respondió ella, mientras le daba dos besos-. Te presento a mi amiga Mabel -y me dio otros dos besos.

¿Qué te trae por aquí? -preguntó él.

¿Tú que crees? Es un placer saludarte, pero venía a que mi amiga probase una de las cabinas.

Respiré hondo. Así que se trataba de eso, de meterse en una cabina para ver a algún mulato desnudarse. Pues la verdad es que eso de mirar no era lo que más me gustase, pero bueno, ya que estábamos alli...

Queríamos uno de los probadores centrales, para las dos -continuó Marta-. Y déjanos un poco más de tiempo, anda.

Vale, lo hago por ser tú, ¿eh? -respondió él.

Trae 20 Euros -dijo Marta, dirigiéndose a mí.

Los saqué del bolso y se los di. Unió mi billete a otro suyo, de igual valor, y se los dio al tal Alberto, al tiempo que le decía:

Eres un sol, Alberto.

Tú si que lo eres. No creo que tengáis que esperar mucho, hay bastantes tíos en el pub. Seguro que no tardan en llegar -dijo con una risotada.

A estas alturas de la película yo ya estaba perdida del todo. No entendía nada de lo que decía aquel tipo. ¿Esperar a qué? ¿Qué importaba si el bar estaba lleno de hombres o si estaba vacío? Allí enfrente se alineaban una serie de puertas. Alberto, muy caballeroso, abrió una de aquellas puertas correderas y con un gesto nos invitó a entrar, cerrando tras nosotras. La luz era muy escasa y tardé unos segundos en poder ver algo, hasta que mis ojos se acostumbraron a ella penumbra. La verdad que aquel sitio se asemejaba bastante a un probador, pero era más grande. Calculo que mediría casi un metro y medio de fondo y algo más de dos de ancho. El suelo estaba cubierto de una moqueta suave y en la pared del fondo había una percha colgada. Una pequeña banqueta baja era todo el mobiliario que allí había. En el centro del techo una pequeña lámpara incustrada emitía una débil luz rojiza.

Dame la chaqueta y el bolso -dijo Marta, con un tono alegre. Mientras colgaba las chaquetas y bolsos en la percha añadió- y descálzate, estaremos más cómodas.

Yo seguía sin tener claro para que había que ponerse cómoda, pero hice caso. Me quité los zapatos y los coloqué bajo la percha, al lado de los de Marta, sintiendo bajo las medias la suave caricia de la moqueta. Pero el caso es que todas las paredes de aquel habitáculo eran opacas, así que no tenía yo claro como íbamos a ver a los chicos que se desnudasen bailando para nosotras. Mi amiga se daba perfecta cuenta de que yo estaba desorientada, pero no decía nada. Una observación más atenta me permitió ver que había dos agujeros en el centro de las paredes laterales, aproximadamente a noventa centímetros del suelo. Tenían forma circular, con unos diez centímetros de diámetro y estaban recubiertos por una especie de cinta aislante. Me estaba agachando para acercar el ojo al agujero de la izquierda, cuando la mano de Marta me sujetó por el hombro, al tiempo que decía:

Tranquila, eso no es para mirar, es para otra cosa jejejejejeje.

Puse cara de extrañada, al tiempo que me pareció oír al tal Alberto hablar con alguien, pero no pude entender nada de lo que decía. Como cada vez estaba más perdida, Marta preguntó:

¿Nunca habías oído hablar de los Holes Glory?

No. ¿Qué es eso?

Ahora mismo lo vas a ver.

De repente el corazón me dio un vuelco. De aquel agujero negro que había a la derecha surgió algo que se movía. Marta me sonrió, se puso en cuclillas frente a aquel agujero y con un gesto de la mano me indicó que me acercase. Por allí aparecieron dos dedos, el índice y el corazón. Marta, ni corta ni perezosa, acercó la lengua a ellos y los empezó a lamer despacio. Al tiempo se desabrochó la blusa y acercó uno de sus pechos, cubierto por un sujetador blanco y diminuto, a aquellos dedos que asomaban desafiantes. Ella gimió al notar el contacto sobre su pezón, mientras yo miraba con cara de atontada. Al cabo de un minuto los dedos desaparecieron, siendo sustituidos de inmediato por un grueso capullo que asomó por aquel agujero. Dio paso a unos 15 centímetros de polla, gruesa y venosa, que Marta se apresuró a empezar a lamer con cuidado. Miró para mí, me lanzó un guiño de complicidad y susurró:

Ya sabes lo que hay que hacer ¿no? -y señaló al otro agujero.

Miré para allá y vi un dedo índice, que se estiraba y encogía en un claro gesto para que me acercase. Lo hice sin pensar, imitando lo que mi amiga acababa de hacer. Pasé la lengua despacio aquel grueso dedo, notando como mis pezones despertaban, hasta endurecerse del todo. Lo metí entero en la boca, saboreándolo despacio, mientras escuchaba, detrás de mí, las feroces chupadas de mi amiga. El picorcillo que sentía en el coño me delataba. El dedo salió pronto de mi boca, me coloqué un poco más atrás, dispuesta a recibir el manjar que se me iba a ofrecer. No se demoró más que unos pocos segundos. Por el centro de aquel agujero negro apareció un capullo redondo, carnoso, apetecible, grande como la cabeza de un champiñón, seguido de cerca por un grueso cilindro que parecía no acabar nunca. Aquel pene, debo reconocerlo, era sensacional. Lo agarré con una de mis manitas, notando con excitación que casi no llegaba a abarcarlo de grueso que era.

El calor de aquel pedazo de carne hizo que mis braguitas se mojasen en unos segundos. Le di un par de furiosos meneos, haciendo que aquella estupenda polla se pusiese aún más dura. Sin dudar empecé a metérmela en la boca, abriendo los labios al máximo. Dado el calibre de aquel miembro, me resultó difícil, pero al cabo de un rato ya notaba su roce en mi paladar. Marta me miró por el rabillo del ojo, seguramente atraída por los gemidos que se me escapaban entre tanta carne dura. No sé como lo hizo, pero la muy golfa ya se había quitado los pantalones. Pude observar que movía las manos a todo ritmo, una resbalando por la polla que salía del agujero y la otra por su coño, debajo de sus bragas blancas. Cuando sentí que aquella polla enorme me llegaba a la garganta, empecé a mover la cabeza adelante y atrás, metiendo y sacando. La metía a tope, pero aún me quedaba un trozo fuera de la boca. Con la mano meneaba suavemente esa parte que quedaba fuera y pensé que era una pena no poder apretarle los huevos, que me imaginaba grandes y apetitosos.

Colocada en cuclillas separé las rodillas todo lo que pude, con lo que mi falda de vuelo por la rodilla acabó en la cintura. Pude así acariciarme el coño, que estaba chorreante como pocas veces recordaba ¡y eso que ningún tío me había tocado! La idea de Marta había sido simplemente sensacional, pensé. Justo en ese momento, oí como ella gemía profundamente. Seguí chupando, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, sintiendo como aquel miembro palpitaba dentro de mi boca, disfrutando de su roce contra el paladar y contra la cara interna de las mejillas, al tiempo que mi mano, cada vez más audaz, me estaba dando un placer delicioso. Estaba cerca del orgasmo cuando escuché un gemido ronco al otro lado de la pared. Tuve el tiempo justo para sacármela de la boca, sin dejar de menearla. Pude ver como aquel capullo brillante palpitaba, un instante antes de que empezase a lanzar gruesas gotas de semen contra mi cuerpo. El primer chorro me dio en la mejilla, el segundo en el cuello, los restantes se desparramaron por mi blusa, repartido sobre mis tetas. No me importó que se manchara, ya que estaba concentrada en sentir en mi manita los latidos de aquella polla eyaculando.

Cuando acabó de expulsar fluido, fue perdiendo poco a poco dureza, hasta que desapareció, como si aquel agujero negro se la hubiese tragado. Me giré y pude ver a Marta en una pose excitante. En su agujero tampoco había ya ningún miembro masculino y ella estaba sentada, con la espalda apoyada contra la pared del fondo. Tenía los labios cubiertos de semen y sacó la lengua, que tenía color blanquecino, para lamérselos despacio, al tiempo que con dos dedos recogía otros restos que resbalaban perezosamente por su cuello, para acto seguido llevárselos a la boca. Me miró con cara picarona y dijo:

¿Qué te ha parecido?

Es genial. Joder tía, ¿no me digas que te lo estás tragando? -quise saber, aunque la respuesta era más que obvia.

Sí, claro, siempre lo hago. Me vuelve loca el sabor del semen mmmmmmmm -respondió, volviendo a pasar la lengua por el labio inferior.

Se me debió poner un poco de cara de asco, ya que a mí eso no me iba nada. Tal vez fuera porque el primer tío con el que tuve sexo oral, en mis tiernos años de adolescencia, en lugar de avisarme de lo que se avecinaba, prefirió sujetarme con fuerza la nuca a fin de inundarme la boca de viscoso esperma. Aquella vez, para no ahogarme, no me quedó otro remedio que tragármelo todo, por lo que la serie de arcadas y toses que me dieron a continuación no constituyó una experiencia precisamente agradable. Desde ese día preferí evitar que se corriesen en mi boca y, si alguna vez lo hacían, me apresuraba a escupirlo, en un gesto nada sexy pero instintivo.

¿No me digas que a ti no te gusta la lechita? -dijo Marta, interrumpiendo mis pensamientos.

No, no me gusta nada -repliqué secamente-. Lo único, que no me dio tiempo a cabar de correrme, este tío acabó muy rápido -añadí, en un intento de cambiar de tema.

No te preocupes, que por lo que veo esto aún no ha terminado. Creo que tienes más admiradores esperándote -comentó ella, mientras señalaba con el pulgar hacia el agujero de mi lado.

En efecto, por allí estaba apareciendo otra polla, de menores dimensiones que la anterior, pero con unas proporciones perfectas. Alargué la lengua y empecé a pasarla por el tenso frenillo, para seguir haciendo círculos por todo el capullo. Comencé a deslizar una de mis manos, notando las venas hinchadas y la dureza del conjunto. En esta ocasión me coloqué de rodillas sobre aquella mullida moqueta. A medida que chupaba más profundamente iba adelantando el tronco, dejando que mi culo sobresaliese. Cuando estaba empezando a acariciarme el clítoris, noté algo que provocó que un grito ahogado saliese de mi garganta. Dos manos cálidas se posaron sobre mis nalgas, amasándolas con dulzura. Ni siquiera hice intento de resistirme, ¿para qué? Deseaba recibir placer y Marta, tan buena amiga como siempre, estaba dispuesta a ayudarme en ese punto.

Fue separando y juntando mis glúteos, provocando que la braguita se me metiera entre ellos, lo cual me hizo estremecer. Empecé a gemir, aunque la polla que tenía en la boca hacía que mis gemidos fuesen poco audibles. Al ser más pequeña que la anterior, pude meterla entera en la boca, sin parar de lamer enloquecidamente el capullo. En ese momento mi amiga deslizó una de sus manos entre mis muslos, los cuales yo había separado un poco, a fin de facilitarle sus atrevidas maniobras. Acarició mi rajita por encima del suave encaje de las bragas, provocando que mi cuerpo volviera a agitarse. En aquel momento yo ya mamaba aquella dura polla como loca, sin dejar ni un milímetro, chupando, pajeando, lamiendo...

Marta, aprovechándose de mi calentura, colocó sus manos en mis caderas, agarró mis braguitas y de un tirón me las fue quitando. Junté las piernas para facilitarle la maniobra y levanté un poco las rodillas, hasta que ella acabó sacándomelas por los pies. Todo esto sin dejar de trabajar sobre aquel miembro de dueño anónimo. Pero casi se me corta la respiración cuando noté dos dedos juguetones entrar de un golpe en mi mojada vagina. Se movieron juguetones dentro de mí, haciendo círculos y separándose y juntándose en mis líquidas profundidades. Cuando empezaron a entrar y salir de mí sexo, follándome despacio, no pude aguantar más y me corrí en un jadeante orgasmo, que hizo que soltase aún más saliva sobre la polla que estaba degustando. Es seguro que el tío que estaba al otro lado de aquella delgada pared de madera escuchó mis gemidos de placer, pero ni eso ni nada me importaba.

Cuando mi orgasmo empezó a cesar, Marta sacó los dedos de mi sexo. Se colocó a mi lado, para que pudiera verlos empapados y brillantes por mis abundantes flujos. Acto seguido se los metió en la boca, chupando golosamente. Estaba mirando como ella dejaba sus deditos relucientes, cuando noté que mi boca se llenaba de algo caliente y viscoso. Puede parecer sorprendente, pero en medio del placer que me había dado mi amiga, me había olvidado que tenía una polla en la boca. Pero aquella descarga de semen se encargó de recordármelo. Sin perder la serenidad deslicé mi cabeza hacia atrás y dejé escurrir toda aquella leche por mi barbilla. Casi no tragué nada, pero la boca me quedó pegajosa y con sabor amargo. Después me senté en el suelo, perdiendo de vista aquel cipote tan rico.

¡Lo tuyo es de juzgado de guardia, tía! -exclamó Marta-. Otra vez has desperdiciado todo el semen.

Pues por tu culpa casi me lo trago, me pilló de sorpresa -repliqué, lacia de placer y notando como aquel fluido blanco y espeso escurría hasta mi blusa.

¿Podrás con una más, querida?

No supe a que se refería, pero cuando giré los ojos a la izquierda vi otra polla que esperaba asomada al agujero de mi lado.

Te la dejo a ti, yo ya he tenido suficiente -intenté excusarme.

Nada de eso, bonita. Por tu lado apareció y tú la vas a chupar -respondió ella, cogiéndome de la mano para arrastrarme hasta el lugar que yo debería ocupar.

Entre la resignación y la excitación acepté que iba a mamar la tercera verga de la noche. Me coloqué de nuevo de rodillas y empecé a trabajar, pasando la lengua por el capullo, acariciando el frenillo con un dedo, pajeando con la otra mano. Cuando empecé a bajar los labios sobre aquel duro tronco sentí un dedo juguetón que volvía a entrar en mi vagina. "Desde luego esta chica es un demonio", pensé, pero me apetecía dejarle hacer. A estas alturas de la noche ya nada podía sorprenderme. O eso creía yo.

Casi doy un mordisco a la polla que tenía en la boca cuando noté un dedo mojado acariciarme el ano. Me llevé un tremendo susto, en parte porque no lo esperaba, en parte porque yo no soy muy partidaria de esas prácticas anales. Pero estaba visto que la noche iba a ser pródiga en sorpresas, así que intenté tranquilizarme y disfrutar de todo. Con una deliciosa suavidad el dedo de Marta fue rompiendo la resistencia de mi agujerito, metiéndome el dedo entero. Lo dejó allí, bien metido, solo haciendo ligeros movimientos circulares que me pusieron como una moto. Con su mano libre repitió los movimientos circulares sobre mi hinchado clítoris, provocándome un efecto fácil de imaginar. Yo agitaba las caderas, movía el cuello y no dejaba de pajear el caliente regalo que tenía.

Pero Marta decidió darme una nueva vuelta de tuerca. Mientras que sus dedos índice y corazón masajeaban mi clítoris, el pulgar de la misma mano se introdujo sin previo aviso en mi vagina empapada, al tiempo que el dedo que estaba metido en mi culito empezó a entrar y a salir de él. El placer que aquello me dio fue enorme, tanto que sentí que las piernas me flaqueaban. Apoyé una de mis manos en la pared, al lado del agujero de marras, mientras que con la otra seguía meneando la polla durísima que asomaba por él y con la boca chupaba furiosamente, como si me fuera la vida en ello, como si quisiera extraer hasta la última gota de leche.

¿A que ahora sí te lo vas a tragar todo? -preguntó Marta, con voz sensual.

Síiiiiiii -acerté a responder-. No voy a dejar ni una gotaaaa -dije, sin pensar.

Siguió masturbándome con esa habilidad, que no sé si es fruto de su talento natural o de una larga práctica, hasta que sentí que me corría. El orgasmo que tuve fue como una bomba que explotó entre mis caderas. Abrí la boca para suspirar y, casualidades de la vida, en ese mismo momento los chorros de semen empezaron a golpear contra mi paladar. Estaba tan cachonda que no vacilé ni un instante. Entre las convulsiones del orgasmo empecé a tragarme aquella crema espesa, que me llenaba la boca sin remedio. Me lo tragué casi todo, sin importarme el sabor ligeramente amago que tenía. Dejé limpia aquella polla, la tercera de la noche, y me desplomé sobre la moqueta, sintiendo como los dedos de Marta salían de mi cuerpo.

Tras cinco minutos de descanso, durante los cuales no aparecieron más pollas, nos empezamos a vestir. Yo me puse las bragas y ella los pantalones. Cuando iba a ponerme la chaqueta, ella me dijo:

¿No pensarás salir de aquí con esa blusa que apesta a semen?

Es verdad, no me había dado cuenta -contesté, algo avergonzada.

Quítatela y métela en el bolso, ya la lavarás en casa -dijo ella, riendo.

Así lo hice. La chaqueta, con todos sus botones abrochados, me hacía lucir un sugerente escote triangular, pero ocultaba mi sujetador. Nada más salir de allí, Marta le dio dos besos a su amigo Alberto, el cual quiso saber:

¿Lo habéis pasado bien chicas?

De maravilla, a mi amiga le ha encantado, seguro que repetimos -contestó Marta, con su habitual soltura.

Yo me puse colorada como un tomate. Estaba segura de que aquel tío había estado con la oreja pegada a la puerta y lo había oído todo, lo cual me daba una vergüenza impresionante. Atravesamos el pub en dos zancadas: la sola idea de que uno de aquellos tipos me mirase como la chupapollas que acababa de mamársela, me ponía enferma. Ya en la calle, respiré profundamente un par de veces, tranquilizándome. Marta me cogió del brazo y dijo:

Ha estado bien, ¿eh?

Sí, muy bien, muy original.

¿Te imaginas si te hubieran visto los compañeros de trabajo? -preguntó ella, riendo.

No contesté, pero se me puso el vello de punta al oír aquello. Solo pensar que alguien me hubiese visto de esa guisa, a cuatro patas, con una polla en la boca, los dedos de Marta jugando con mis agujeritos y tragando lefa, me provocaba una sensación de desasosiego.

De esto ni una palabra a nadie, ¿entendido? -dije, en tono serio.

Claro. No me creerían. La decente Mabel comiendo pollas sin parar jajajajaja.

Nos despedimos y cada una tomó el camino de su casa. Nada más cerrar la puerta fue cuando empecé a darme cuenta de todo lo que había pasado esa noche. Más valía que Marta fuese discreta al respecto. Lo cierto es que nunca me había dado motivos para desconfiar de ella, aunque conociendo lo locuela que estaba, quién sabía....