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Operaciones financieras

en Hetero: Infidelidad

OPERACIONES FINANCIERAS

Seguridad y confianza son las dos cosas que hay que transmitir a quien está sentado frente a ti, con unos miles de euros frescos, para que le asesores sobre lo que debe hacer con ellos. La cosa es bastante simple: de las diversas alternativas de inversión se comparan sus posibles rentabilidades y los riesgos que llevan aparejadas. Con eso el cliente decide, o mejor dicho, suele dejar que yo decida por él. Eso a cambio de unos honorarios, compuestos por una cantidad fija y una comisión variable.

La misma historia se iba a repetir aquella mañana. El cliente era Doña Teresa, mujer que rondaba los setenta años, elegante y muy bien vestida. Por lo visto era viuda, con una situación económica más que envidiable, de lo que daban buena fe sus joyas caras y el Mercedes negro que ella misma conducía. La cantidad que pensaba confiar a mi sabiduría no era para nada desdeñable.

Puse la mejor de mis sonrisas, convencido de que aquello iba a salir bien. Apoyé la espalda en el sillón y dije con tranquilidad:

Para invertir una cantidad de dinero como ésta hay que calibrar dos factores: la posible rentabilidad y el riesgo.

Era la típica frase de perogrullo, pero que impresiona al cliente, el cual suele pedir explicaciones. Pero no fue el caso de Doña Teresa, que parecía más ocupada en observar todo lo que había alrededor. Giró el cuello con elegancia, dando un barrido total a la oficina, de derecha a izquierda, para después comentar:

Sí, lo sé.

Aquella respuesta tan escueta me dejó un poco parado. ¿Qué miraría ella con tanta atención? A su derecha estaba Elena, la secretaria, ordenando papeles en su mesa. De vez en cuando se levantaba y los iba metiendo en el archivador metálico que había detrás de ella. A la izquierda tenía a Nuria, mi colega economista, que observaba la pantalla del ordenador con atención, mientras jugueteaba con un bolígrafo negro. Ambas estaban a unos diez metros de nosotros, absortas en sus quehaceres, por lo que no prestaban la menor atención a lo que nosotros hablábamos.

Bien - acerté a decir-, pues entonces lo primero que debemos plantearnos es el riesgo que usted está dispuesta a asumir.

De acuerdo. Además creo que es usted un experto en riesgos, ¿no?

Segunda frase de ella y segunda vez que yo me quedaba descolocado. En ese momento Nuria se levantó hacia la impresora y no pude evitar que mis ojos se clavaran en sus firmes nalgas. Recogió unos papeles y me dedicó una sonrisa pícara y un guiño. No tardé más de unos segundos en volver a centrarme en el tema que me ocupaba.

Sí, claro. Trabajo en temas de mercados de valores desde hace unos diez años. El riesgo siempre es una variable a considerar, ya que...

No me refería al riesgo de los mercados, joven - me atajó ella sin levantar la voz-. Hablaba de otro tipo de riesgos. Aunque imagino que en el fondo todos los riesgos son muy parecidos, claro.

Estaba tratando de digerir lo que acababa de oír, cuando un golpecito de papeles me hizo girar el cuello a la izquierda.

La correspondencia de hoy. Nada interesante, la verdad - comentó Elena, con su perpetua sonrisa en la cara.

Gracias - respondí, devolviéndole la sonrisa, para volverme con rapidez hacia Teresa y continuar nuestra conversación.

Disculpe. No sé si entendí bien a qué se refería usted con eso de los riesgos que...

Ahora lo entenderá usted - replicó ella, girando los ojos discretamente a su izquierda.

Precisamente por ese lado apareció Nuria, con unos papeles en la mano. Se colocó detrás de mí, apoyando su mano en mi hombro izquierdo.

Disculpa, aquí tienes lo que me pediste sobre el petróleo. Cotizaciones del Brent y del Texas, junto con las perspectivas de los analistas. La cosa no pinta muy optimista, me temo - dijo, al tiempo que su mano se deslizaba por mi pecho.

De acuerdo, luego lo leeré - respondí, sintiendo las yemas de sus dedos apretar con suavidad mi pezón.

Menos mal que aquello sólo duró unos segundos, ya que empezaba a sentirme incómodo por la presión creciente que notaba en la entrepierna. Teresa sonreía, de forma tierna, casi maternal, ante aquel "espectáculo" que estaba presenciando tan de cerca. Nuria se retiró, no sin antes mover sus labios hacia delante, en un gesto casi imperceptible de mandarme un beso. Antes de que pudiera volver a centrarme escuché una voz:

A estos riesgos me refería, joven.

Bueno, en realidad somos simplemente compañeros de trabajo. Hay buena camaradería, pero eso es todo - traté de defenderme.

Yo diría que hay mucho más que eso. A los dos minutos de estar aquí ya me había dado cuenta de la tensión sexual que hay en esta oficina. Los gestos y las miradas revelan mucho más que las palabras, créame.

Sus modales eran exquisitos, su voz suave y cálida, pero eso no evitaba que me invadiese una sensación de incomodidad. Más que nada, porque aquella señora con aspecto de abuela encantadora tenía toda la razón. Casi agradecí que ella continuase hablando, ya que no sabía muy bien por dónde salir.

Tengo suficiente edad y soy bastante observadora como para que ciertos detalles no me pasen desapercibidos. Por ejemplo el modo en que estas dos chicas le miran, de diferente manera, pero ambas en la misma dirección.

¿En la misma dirección? - pregunté, cada vez más perplejo.

Sí, con una buena dosis de deseo las dos. No es difícil saber que usted es soltero y, probablemente, sin pareja. Además se le ve un buen mozo, que decimos en mi tierra.

¿Cómo sabe que soy soltero?

Por favor, esas cosas se notan. Además está el hecho de que no lleva anillo y que en su mesa no hay ninguna foto. Lo contrario que la chica morena de pelo corto - añadió, haciendo un ligero gesto hacia la mesa de Nuria-. Ella sí lleva anillo de casada y tiene la foto de un tipo, seguramente su marido.

La verdad es que hasta ahora ha acertado en todo, es usted muy observadora - admití, cada vez más interesado.

Por el contrario la chica castaña me parece que está en su misma situación, soltera y sin compromiso. Y se nota que es algo más joven, por supuesto.

Llegados a este punto aquella especie de Agatha Christie cruzó sus manos en el regazo y, sin perder aquella sonrisa entrañable, se dispuso a continuar sus pesquisas, bajando aún más la voz y poniendo un tono confidencial.

Ahora bien, creo que hasta ahora su relación no ha sido la misma con una que con otra. Es decir, con una ha llegado más lejos, mientras que con la otra aún no ha habido nada.

Pero no entiendo que tiene que ver todo esto con el asunto de sus inversiones.

Por favor, no me interrumpa ahora - replicó Teresa, con un suave pero imperativo gesto de su mano-. Claro que tiene que ver: me gusta saber en qué manos dejo mi dinero. Ahora si quiere le diré lo que piensa usted de estas dos chicas tan guapas que comparten con usted jornada laboral y... algo más.

Sí, por favor - admití, claudicando a aquellos argumentos tan certeros.

Está claro que quien realmente le gusta es la chica morena. Y lo veo normal: ella es atractiva, tiene estilo y se la ve ardiente y fogosa.

Me limité a asentir con la cabeza, aún a riesgo de que nuestra conversación se convirtiese cada vez más en un monólogo de ella. Pero a ella no pareció importarle ese detalle y continuó diciendo:

Le diré más, joven. A la vista del comportamiento de ella, de cómo le mira y de las libertades que se toma, estoy segura que ustedes dos han tenido más que palabras. Ya me entiende...

Claro que la entendía. Aún no me podía quitar de la cabeza que unos pocos días atrás habíamos pasado juntos el fin de semana, con el manido pretexto, por su parte, de un viaje de trabajo. Nos perdimos en una casita alquilada en un lugar remoto, disfrutando al máximo de las 50 horas de las que dispusimos. No era la primera vez que eso pasaba. Mi mente voló unos instantes a aquel lugar perdido.

Nuria era realmente fascinante. Lo pasamos en grande, no sólo en el aspecto sexual, sino haciendo cualquier cosa. Ella era un terremoto, un huracán, no se detenía ante nada. Le encantaban todas las variantes del sexo, cualquier cosa por audaz que pareciese la recibía con agrado. Hubo sexo en la cama, en la cocina, en la ducha, en el coche cuando volvíamos de cenar... El deseo contenido se encargaba de alimentar aquella pasión.

Recordé su cálida boca en torno a mi pene, el sabor de su sexo húmedo, el tacto suave y firme de sus nalgas, sus gemidos al alcanzar el orgasmo, la consistencia de sus pezones duros. En definitiva, todos esos detalles que componen el mosaico de una relación íntima. Aunque no me veía podía imaginar la cara de tonto que se me estaba poniendo. Doña Teresa me miraba y sonreía, sin duda adivinando lo que pasaba por mi mente en ese instante.

Pues bien –continuó diciendo- llegados a este punto veo normal que usted dude que camino tomar. ¿Me permite ponerle un ejemplo numérico?

Asentí con la cabeza, ya que no estaba el patio para negar nada a aquella ancianita tan encantadora.

Yo creo que usted le da a la chica morena un valor, digamos, de 100. En cambio a la otra chica sólo se la valora con un 70. Por tanto la rentabilidad es más alta en el primer caso.

Me temo que tiene usted toda la razón –acerté a replicar.

Pero el riesgo no es el mismo. No hay más que ver la carita de cordera degollada que pone la chica castaña cada vez que le mira. Me apostaría todos los euros de este cheque a que la tendría a sus pies a poco que se lo propusiese. Y sin riesgos externos...

Esa sensación de la que ella hablaba ya la había tenido yo en varias ocasiones. Pero por unas causas o por otras nunca me lo propuse, ni siquiera aquella vez en la que salimos a tomar unas copas los tres para celebrar un buen negocio que habíamos hecho. Recuerdo que Elena me buscó varias veces, pero Nuria estaba demasiado cerca y al primer flirteo decidió tomar cartas en el asunto. Se merendó a la pobre Elena en un abrir y cerrar de ojos, condenándola a convertirse en una figura apoyada a la barra de aquel bar.

Apenas tuve tiempo de llevarla en el coche a su casa. La dejamos en el portal donde vivía, con el tiempo justo, ya que Nuria por lo visto tenía prisa en empezar a negociar con mi cinturón y con el botón de los pantalones... Aún no sé como fui capaz de aparcar el coche en una explanada de las afueras.

Desde ese día no pasó nada más, pero a buen seguro que podría haber pasado. Elena era una chica agradable, nada fea, con ese punto tímido que en general nos gusta a los hombres y sin ataduras externas. Pero Nuria era mucha Nuria, de eso no me cabía duda.

En ese caso estaría sacrificando una buena parte de la rentabilidad, a cambio de una mayor seguridad.

Nunca fumaba en el trabajo, pero en ese momento no pude reprimirme. Saqué del cajón la cajetilla de Marlboro y ofrecí un cigarrillo a mi "clienta", la cual aceptó agradecida. Mis dos compañeras miraron con cierta sorpresa al oír el ruidillo del encendedor, pero al instante siguieron con lo suyo.

No hará falta que le diga que con la otra chica puede perderlo todo –continuó ella, mientras fumaba con elegancia.

Lo sé. Seguramente no es más que una locura, un riesgo demasiado alto, pero...

Pero las cosas vienen dadas así y no se puede luchar contra ellas, ¿no? –añadió, completando mi frase con sorprendente precisión.

No, no se puede. Al principio se intenta, pero las cosas se van de las manos con demasiada facilidad.

Bueno, a lo mejor merece la pena correr riesgos más altos. La posible ganancia los compensa.

Imagino que sí, pero siempre se duda en estos casos. ¿Usted qué me aconsejaría? –quise saber, ya que me interesaba su opinión más que el precio del crudo.

Sospecho que ya lo tiene decidido, pero quiere saber si mi opinión concuerda con la suya.

Los pasos de Nuria, a mi derecha, me impidieron responder de inmediato. Acercando más de lo necesario su duro muslo a mi brazo, me tendió unos papeles.

Perdón por la interrupción –dedicó una sonrisa fingida a mi cliente-. Los valores del Nasdaq. Te he marcado en rojo las mayores caídas y en azul los valores a los que creo que merecería la pena seguir.

Gracias, luego les doy un vistazo.

No me pasó desapercibido el post-it amarillo que estaba pegado al final de la primera hoja. En él podía leerse lo siguiente: "No hagas planes para el viernes, tengo reservada casa en nuestro sitio y tendrás alguna que otra sorpresa". Pinchazo en la ingle. Ya iba conociendo las "sorpresas" de ella y, la verdad, que no me desagradaban lo más mínimo. Por ejemplo aquella vez en la que se empeñó en inclinarse totalmente desnuda sobre la ventana, sacando medio cuerpo fuera. Dado que uno no es de piedra, no resistí la tentación de follármela bien follada en esa postura, mientras ella gemía sobre la calle.

O aquella otra vez que apareció con un variado surtido de "juguetes" en la maleta: varios consoladores, bolas chinas, pinzas... Todo aquello fue objeto de un uso variado. En definitiva, además de fascinante era una mujer sorprendente y el viernes lo iba a poder comprobar de nuevo.

Claro que me gustaría saber su opinión –dije con rapidez a Teresa, apartando aquellos papeles.

Lo veo muy claro. Elegirá, si es que no ha elegido ya, la opción más arriesgada. Es decir, la chica casada. Se expone a quedarse sin nada, pero me temo que no le importa demasiado eso, ¿verdad?

Cómo de costumbre, tiene toda la razón –añadí sonriendo, ya más relajado-. No suelo asumir muchos riesgos, pero esta vez lo estoy haciendo.

Incluso es posible que ella acabe dejando a su marido por usted, se ve a la legua que está algo más que encaprichada, y no es sólo atracción física.

Bueno, eso ya es mirar demasiado lejos, ¿no?

Puede ser –comentó, con cara de pícara-, pero también hay que tener visión de futuro a la hora de invertir ¿verdad? Además el mañana llega antes de que nos demos cuenta, lo sé por experiencia.

Esas observaciones me volvieron a incomodar algo. Me encantaba Nuria, qué duda cabe, y estaba dispuesto a ser paciente para calcular la rentabilidad real de la inversión, pero eso de que acabase por dejar a su marido me creaba un poco de mala conciencia. Mi expresión así debió delatarlo.

No se torture, joven. Ella es una mujer inteligente. Si hiciese eso, sería después de pensarlo y sopesarlo mucho, cuando llegase a la conclusión de que ganaría con el cambio.

Bueno, no tengo prisa –respondí, apoyando los codos sobre la mesa-. A fin de cuentas tanto en la vida como en las inversiones hay que tomarse las cosas con calma y no perder los nervios.

Bueno, eso era lo que decía, pero lo cierto es que con Nuria me costaba mantener la calma en ocasiones. Por ejemplo ahora, cuando mi mente se estaba relamiendo por anticipado a la vista de un suculento fin de semana con ella. No era el momento de pensar esas cosas, pero no podía evitarlo. Una mirada hacia ella y el guiño pícaro que me dedicó, aceleraron aún más mi imaginación. Ella no iba a tener tiempo ni de deshacer la maleta, ya que pensaba comérmela enterita nada más llegar. La ropa iba a durarle puesta un suspiro y en mi cabeza se iban perfilando a trazos gruesos las diferentes imágenes.

Por ejemplo un buen polvo en la ducha, mientras el agua resbalaba por su delicioso cuerpo brillante. O darle un "dulce despertar", aplicando mi lengua en su clítoris mientras ella dormía. O quizá una buena sesión de sexo sobre la mullida alfombra del salón. O dejar que me cabalgase, sobre una silla, mientras me dedico a amasar sus deliciosas nalgas. En fin, toda una buena colección de ideas, además de las que ella llevase, que a buen seguro no serían pocas.

Salí de mis ensoñaciones y volqué de nuevo la atención hacia mi adorable interlocutora. Teresa mantenía la misma expresión, sin dejar de mirarme. Cuando se cercioró de que yo había bajado de mi nube, giró un poco la vista hacia Elena, la cual seguía en su afanosa y eficaz tarea de ordenar papeles.

La verdad que lo siento algo por la inversión alternativa –comentó con tranquilidad-. Las Letras del Tesoro son muy seguras, pero tienen una rentabilidad tan limitada...

Es que hay ocasiones en la vida en las que hay que apostar todo a una carta, ¿no cree?

Por supuesto que sí, joven. Espero que tenga suerte en esa "inversión". De cualquier modo me ha convencido usted –añadió, dándome aquel jugoso cheque-. Creo que mi dinero está en buenas manos.

Gracias, espero no defraudarla –respondí, mientras miraba los ceros que contenía aquel cheque.

Sé que no lo hará, joven. Por cierto, ¿dónde va a invertir ese dinero?

Por favor, dígamelo usted. Me temo que, visto lo visto, acertará más que yo.

Le tendí un diario económico, abierto en la página de las cotizaciones de bolsa.

Señale unos cuantos valores y tenga presente que le haré caso –comenté riendo.

A un lado Nuria se pasaba la lengua ligeramente por los labios, mirándome de reojo. Al otro lado, Elena también miraba, por encima de un buen montón de papeles. En fin, qué duro es el mundo de las finanzas, siempre hay que andar eligiendo y siempre te puedes equivocar...