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Un día aciago

en No Consentido

UN DÍA ACIAGO

Cuando logré digerir lo que aquel tipo (que hasta ese mismo instante era mi novio) acababa de decirme, no podía sospechar que eso sólo era el inicio de un día de lo más aciago. Sus palabras aún me retumbaban en la cabeza, mientras permanecía de pie, con los ojos como platos y cara de pánfila, frente a la puerta de su casa, que él con una caballerosidad helada acababa de abrir, en una inequívoca invitación para que me fuese de allí.

Lo siento cariño, pero las cosas no pueden continuar así. He decidido que lo mejor es que lo dejemos. Y ya sabes que no voy a aceptar un no por respuesta. Que tengas suerte en la vida - me acababa de decir, con una cortesía cortante y una mirada dura y fría.

En algo tenía razón, debe reconocerlo. La relación entre Jorge y yo hacía tiempo que no funcionaba como debiera, pero nunca había imaginado un desenlace tan fulminante como aquél. Tardé un buen rato en responder a sus palabras, pero no perdí la compostura.

Está bien, como tú quieras. Adiós - dije con tono suficiente, instantes antes de que la puerta se cerrase a mis espaldas.

Me fui de allí y caminé largo rato por la calle, sin rumbo fijo, con un cabreo que me quemaba por dentro. Eran vísperas navideñas, la calle estaba más animada que de costumbre, pero yo no veía gente, ni coches, ni nada, absorta en mis pensamientos. Entré en un bar, pedí un cubata de vodka (con la extrañeza del camarero, ya que apenas eran las cinco de la tarde) y me puse a beber y a pensar. Llegué a la conclusión de que, en realidad, mi berrinche no provenía, como pudiera pensarse, ni de que yo estuviera profundamente enamorada de Jorge, ni del hecho de que él me hubiera dejado sin más, ni siquiera de lo sorprendente y fulminante de su decisión. Lo que en realidad me fastidiaba era perder la oportunidad de serle infiel. Por raro que pueda parecer siempre deseé probar lo que se siente al ser infiel a la pareja, y este deseo se remontaba a mi tierna adolescencia, cuando con 16 años tuve mi primer novio. Con los relatos de infidelidades, de los que era asidua lectora, inevitablemente me mojaba al leer como novias infieles ponían los cuernos a sus novios. Y ahora, con 22 bien cumplidos, me quedaría de nuevo sin probarlo. Maldije mi suerte, recordando las muchas oportunidades que tuve de engañarle durante los ocho meses largos que había durado nuestra relación. Pero nunca me acababa de decidir. Y ahora, que ya estaba totalmente convencida de ponerle los cuernos, el muy idiota va y me deja tirada como una colilla. El alcohol de mi bebida me quemaba el estómago, aunque más me quemaba pensar en estas cosas.

Después de dos cubatas y media docena de cigarrillos, decidí volver a casa, al típico piso de estudiantes que compartía con otras tres chicas. No esperaba encontrar a nadie dentro, ya que dos de mis compañeras (Mª Jesús y Pili) se habían ido la víspera. Quedaba Yoli, pero la verdad es que no nos veíamos mucho, ni teníamos una relación demasiado estrecha, limitándonos a cumplir el papel de compañeras de piso. Nada más entrar vi una figura masculina sentada en el salón, enfrente de la tele. Me acerqué y le sonreí. Era Ricardo, el novio de Yoli, un tipo aburrido, mal estudiante, de aspecto vulgar y con un grado de horterismo difícilmente superable. Todo lo contrario que Jorge, por cierto. Yo sabía que él tenía una llave de nuestro piso, pero prefería hacer como que no me daba cuenta, más que nada por no crear mal rollo con ella. Me saludó con un gesto apenas perceptible y, a la vista de su aspecto, volví a preguntarme como podía ser que aquel tipo se hubiera convertido en el novio de mi compañera de piso. Ella era rubia, alta y guapa, mientras que él ofrecía un aspecto desaliñado y poco atractivo.

No sé por qué, pero el caso es que me senté en el sofá, a su lado, y le pregunté:

¿Cómo tú por aquí tan solo, Ricky?

Estaba esperando a Yoli, pero el caso es que llevo aquí desde las cuatro y no sé que es de ella - respondió, sin apartar la vista del televisor, que estaba emitiendo un programa de cotilleo.

Tú tranquilo, estará al llegar - comenté, en tono alegre, mientras rozaba mi rodilla contra la suya.

Sí, supongo que sí - replicó Ricky, sin cambiar la expresión anodina de su rostro.

Un pensamiento fugaz atravesó mi mente: ¿por qué no liarme con él?. La verdad es que no me atraía lo más mínimo, pero con aquello mataría dos pájaros de un tiro. En cierto modo podría serle infiel a mi novio (aún me negaba a considerarle ex) y por otro lado me encantaría que la chulita de Yoli luciese una buena cornamenta. Los dos cubatas que había tomado me quitaron las inhibiciones propias de mí y, con un cosquilleo creciente en el estómago, me acerqué más a él. Con expresión melosa y apoyando mi mano izquierda en su muslo comenté:

A lo mejor tarda un rato en volver....

Bueno, mejor la esperaré en mi casa - dijo él, poniéndose en pie con brusquedad -. Cuando vuelva dile que me llame, ¿vale? - añadió, cogiendo la chaqueta y dirigiéndose con grandes zancadas a la puerta de salida.

Vale, se lo diré... - acerté a decir, con tono de derrota en la voz.

El portazo de la puerta de la calle se me clavó como una puñalada. Recosté la nuca en el sofá, pensando que era la segunda vez en escasas horas que me daban calabazas. Desde luego el día estaba siendo de lo más nefasto. Un penetrante dolor de cabeza empezó a invadirme, al tiempo que la sangre latía con fuerza en mis sienes. Permanecí sentada un rato allí, mirando al techo y pensando seriamente sobre el hecho de que aquel aciago día cualquier representante del sexo masculino podía mandarme a freír espárragos sin más. Tampoco es que yo fuese un adefesio, ni mucho menos: 22 años, casi 1,70 de alto, no muy delgada, pero mis formas solían gustar, empezando por los pechos generosos y acabando por el trasero contundente. En fin, lo mejor sería llamar mañana a mis papis, anunciándoles que me iba a casita.

Pero el dolor de cabeza cada vez me martilleaba más el cráneo. No supe si era por los dos cubatas que me había tomado a deshora o si era por todo lo que me había pasado aquel infausto día, pero lo cierto es que necesitaba tomar algo, una aspirina, un calmante o lo que fuese. Mañana sería otro día y, más fríamente, podría tomar las decisiones oportunas. Siempre que necesitas algo no lo tienes, esa era una de mis reglas, pero recordé que Yoli siempre tenía de todo, así que me dirigí a su habitación. Ella no estaba y evidentemente no notaría la falta de una aspirina o similar. Me puse a rebuscar en el cajón de su mesita, pero allí no había nada. No perdí la calma y miré en los cajones de su armario. Bingo, allí había una caja de aspirinas, al lado de otra de píldoras anticonceptivas. Y, debajo de ellas, una tarjeta, con lo que parecía un número de móvil. No pude resistirme y miré dicho número. Casi me caigo del susto cuando vi que era el número del móvil de mi novio (en ese momento no me acordé que ya era mi ex).

Estaba pensando en qué demonios pintaba ese número en la habitación de Yoli, cuando el ruido de la puerta de la calle llamó mi atención. Me quedé paralizada un instante, sin apenas respirar, y pude oír la voz de ella, acompañada de una voz masculina que no pude identificar. Me imaginé que era la voz de su novio, pero el caso es que se acercaron con rapidez a aquella habitación. Yo no quería que Yoli me viese fisgoneando sus cosas, así que busqué un refugio por si acaso. Lo único que encontré fue una mesa redonda, cubierta por unas faldas de flecos. Tras apagar la luz me metí allí sin pensarlo, respirando con suavidad para tratar de calmar los nervios que me invadían. Ya estaba oscuro, por lo que el lugar en el que yo estaba refugiada aparecía perfectamente camuflado, en una esquina de la habitación.

Cuando la luz se volvió a encender, pude ver, a través de los flecos que cubrían aquella camilla, la silueta de Yoli, en la puerta, hablando con alguien a quien yo no podía ver. Solo pude apreciar una mano (que parecía masculina) agarrada a la de ella. Con rapidez me decanté por la posibilidad más lógica. Yoli y Ricardo se habían encontrado y les apetecía pasar una tarde calentita juntos. En el fondo me daban envidia, ya que a mí acababa de mandarme mi novio a tomar el fresco. Y es que empezaba a comprobar que en la soledad hace frío...

Apliqué el ojo por un resquicio de mi escondite y pude ver a la Yoli besando con ardor a un tío. Lo curioso del caso es que no me pareció su novio: era más alto, más moreno, mejor vestido. Cuando se giraron y pude verle a él mejor casi me desmayo de la impresión. No era el novio de ella, ¡era el mío! (para mí no había pasado a la categoría de ex, mi mente se negaba a admitirlo). Y allí estaba yo, testigo mudo de aquello, sin escapatoria posible, tan solo rezando para no ser descubierta. Se sentaron en la cama, a dos metros escasos de donde yo estaba escondida, cogidos de las manos, en una actitud impropia de dos personas que acaban de liarse.

Así que ya has plantado a la petarda de tu novia... Me alegro muchísimo - dijo Yoli con tono satisfecho.

La verdad es que no sé como aguanté tanto, me tenía hasta los huevos. Tú no sabes lo que es tener por novia a una gilipollas así - respondió él, con una sonrisa dura y cínica dibujada en el rostro.

Yo estaba harta de tener que vernos a escondidas, aunque voy a echar de menos la sensación de ponerle los cuernos, nunca me cayó bien, ¿sabes? - concluyó ella, entrelazando las manos por el cuello de Jorge y colocando una de sus estupendas piernas (eso debo reconocerlo) sobre los muslos de él.

Tuve que agarrarme a las patas de la mesa para evitar salir de allí y cantarles las cuarenta a aquel par de mentirosos. Me di cuenta de que los relatos son eso, relatos. En ellos siempre era la chica la que le ponía los cuernos al chico y, en ocasiones, él lo veía. En este caso era yo la engañada, por lo visto desde hacía tiempo, y encima me iba a tocar verlo en directo, por el cariz que las cosas estaban tomando. En algunos textos de los que había leído el novio engañado se quedaba a ver el espectáculo por morbo, excitación o insana curiosidad, y siempre acababa caliente como estufa, disfrutando en el fondo de lo que veía. En mi caso me atrevo a asegurar que si hubiese podido largarme de allí, lo habría hecho. Pero mi situación no me lo permitía, ya que la mesa bajo la cual estaba escondida se encontraba en la pared opuesta a la puerta, con la cama en la que ellos estaban sentados de por medio. No había escapatoria, para mi desgracia. Y pensar que solo unas pocas horas antes era yo la que acariciaba la idea de serle infiel...

No me hacía maldita la gracia verles, pero como no quedaba otro remedio me concentré en lo que hacían. Cada vez se acariciaban más, frotándose con ardor creciente. En un momento dado Jorge dijo:

Y tú que, ¿cuándo se lo vas a decir a tu novio?

Dame un poco de tiempo, anda. Ya sabes como es el Ricky....

Sí, ya lo sé. Más imbécil aún que Elena. De verdad que no sé por qué le soportas un minuto más.

En el fondo, dentro del cabreo que tenía, agradecí que mi ex (en mi subconsciente ya se iba imponiendo la idea de que era mi ex) me pusiera por encima del novio de ella. Estaba de acuerdo con la idea de que el Ricky era un idiota, pero la dura realidad seguía desarrollándose ante mis ojos.

Todo a su tiempo, cariño. De momento eres tú el que me tiene, ¿no te quejarás, verdad? - dijo ella, mientras se quitaba la blusa, dejando a la vista un sujetador que apretaba sensualmente sus bien formados pechos.

No me quejo para nada, tendrías que ver como es en la cama Elena. Podría deprimir al más optimista. En dos palabras: poco y malo.

A estas alturas de la charla los dos ya estaban en ropa interior y, dado el rumbo que estaban tomando los acontecimientos, no cabía duda que la cosa iba a pasar a mayores. Así que yo era mala y escasa en la cama.... Sin que me pudiera controlar noté que dos rabiosos lagrimones me resbalaban por las mejillas, mientras que ellos, ajenos al drama que yo estaba viviendo, se comían por todos los lados, retorciéndose sobre la cama como serpientes. La poca ropa que les quedaba fue desapareciendo, hasta que sus cuerpos quedaron completamente desnudos. Sin solución de continuidad, ella se arrodilló sobre la cama, entre las piernas de él, que medio recostado medio sentado esperaba tranquilamente el tratamiento de ella. Nunca me pude imaginar que la Yoli era así, pero ahora lo estaba viendo con mis propios ojos. Con ademanes de puta de lujo (debo reconocerlo, ella tenía estilo, pero era una puta) y contoneando las caderas, con su estupendo culo alzado, se apoderó de aquella polla y la metió con movimientos deliberadamente lentos en la boca.

Se la estuvo chupando durante un buen rato, con un estilo más propio de una actriz porno que de una chica que estudiaba económicas. El caso es que a mí aquello no me excitaba lo más mínimo, todo lo contrario, me apetecía estrangularles a los dos, pero eso no era posible. Cuando aquella zorra consideró que la polla de mi ex (ahora ya no cabía duda, era mi ex) estaba suficientemente a punto se incorporó ligeramente, dejando caer sus caderas sobre ella. Se la clavó hasta el fondo, gimiendo de gusto. Por más que me pese reconocerlo, hay que decir que cabalgaba de vicio, subiendo y bajando su estupendo culo, al tiempo que sus tetas se balanceaban con frescura. Me arrepentí de todas las veces que había racaneado sexo a Jorge, de todas las veces que no me apetecía chupársela y, en fin, de todas las veces que evité sus fogosos envites con la excusa vulgar y manida del dolor de cabeza. Aquello era un polvo salvaje, sin cortapisas ni restricciones, y el sonido de la polla de él entrando en el coño de ella rítmicamente, torturaba mis oídos.

Aquello no era excitante, ni morboso, ni siquiera agradable a los sentidos. Pero allí estaba yo, con mis circunstancias, deseando con todo el alma que el improvisado espectáculo que me estaban ofreciendo terminase pronto. Pero aquel par de embusteros parecían no tener prisa. Después de la cabalgada, vino un perrito más que logrado, en el que pude ver bien a las claras como la polla de él desaparecía con lentitud entre los muslos de ella. Todo aderezado por una sinfonía de gemidos, suspiros, jadeos, grititos y suaves quejidos, naturalmente. Y, lo más triste del caso, yo no podía dejar de mirar como se lo pasaban en grande.

En ese momento se me ocurrió una idea. Ya que yo lo había perdido todo ese día, aún podía morir matando. Siempre se ha dicho que los héroes no son más que gente cabreada, que en un momento dado explotan y se rebelan contra algo, procurando causar el mayor daño posible. Pues así me sentía yo en ese momento. Saqué mi móvil nuevo del bolsillo de la chaqueta, apunté y disparé, logrando impresionar el momento en que ella era follada como una perrita. Después vino un misionero muy clásico, donde ella abrazaba con las piernas los riñones de él, tratando de metérsela cada vez más profundamente. También saqué una nítida foto de eso.

La verdad es que nunca pensé que aquellos dos pudieran follar tanto tiempo a todo trapo, pero lo estaba viendo. Él se sentó en la cama, ella me dio la espalda (no se lo tomé como una descortesía), separó sus largas piernas y se dejó caer sobre la polla de él, clavándosela entera. En aquella foto hasta se podía apreciar el gracioso lunar que Yoli lucía en su nalga izquierda. Al final se tumbaron en la cama, en la postura del 69 (hay que ver que repertorio tenían...), y se comieron con ganas, hasta que se corrieron de gusto. Saqué dos fotos más. Una mientras se chupaban hambrientos y otra en la que se veía a ella con los labios chorreantes de semen, relamiéndose golosa.

Después se dejaron caer sobre la cama, abrazados, disfrutando del placentero cansancio. A mí ya me dolían las rodillas y el culo de las posiciones que me veía obligada a adoptar debajo de aquella mesa, pero esperé pacientemente. A los diez minutos fue ella la que comentó:

¿Te apetece un café?

Por mi encantado, parece que la noche va a ser larga....

Vamos a prepararlo.

Y se fueron los dos de allí, cogidos de la mano, en pelotas, con la mayor naturalidad del mundo. Aproveché ese momento para salir de la habitación de Yoli y me metí en la mía con rapidez. Cinco minutos después, con la oreja apoyada en la puerta, les oí reír, junto con un ruido de tazas y cucharillas. Entraron de nuevo en la habitación mientras yo pensaba "ya veremos si dentro de un rato os quedan ganas de reír". Salí en silencio, sin encender las luces, y abandoné el piso sigilosamente. En el rellano tiré de móvil y envié a Ricardo las fotos que acababa de tomar, junto con el siguiente mensaje: "para que veas como se divierten algunos. Elena". No hacía falta nada más. El día había sido de lo más aciago, pero quien ríe la última...

Nada más llegar a la calle sonó el móvil. Tal y como yo esperaba era Ricardo. Su tono de voz sonaba algo alterado, lo cual era perfectamente lógico:

Elena, ¿dónde estás? Tenemos que vernos.

Estoy en la calle - respondí sonriendo.

En el fondo me apetecía fastidiar al mayor número de gente posible. A mí me habían dado un mal día, pero yo podía hacérselo pasar mal a otros tres. Me parecía justo.

Pásate por casa, por favor, quiero que hablemos - suplicó la voz del Ricky.

De acuerdo, en cinco minutos estoy allí - contesté, viendo con satisfacción que mi plan surtía efecto.

Me encaminé hacia su casa, saboreando por anticipado la victoria. El resultado no era difícil de imaginar. Ricardo se pondría a llorar sobre mi hombro, rompería con su novia (después de ponerla de zorra para arriba) y, tal vez, tuviese algunas palabras fuertes con Jorge. Después de todo el día no iba a ser tan aciago, pensé mientras llamaba a la puerta del piso de Ricardo. Me abrió, con un tembleque en las manos que no podía disimular, y me invitó a pasar. Me condujo a su habitación, sin mediar palabra y, por primera vez en ese día noté que mi mal humor había desaparecido. Ya no me importaba nada de lo que me había pasado.

Me quité la chaqueta y la dejé sobre una silla, esperando que él me invitase a sentarme para hablar. Pero en lugar de eso sentí un bofetón en la mejilla, que me hizo caer de bruces sobre la cama. Estaba tratando de recuperarme cuando una mano me agarró del pelo, me alzó la cara y descargó otro tortazo en mi otra mejilla. Volví a caer, medio atontada, medio sorprendida. Cuando intenté rehacerme una mano me agarró del cuello, al tiempo que un cuerpo se aplastaba encima del mío. Aquello no estaba en el guión, así que intenté pedir explicaciones:

Que coño estás haciendo...

¡Eres una zorra! - respondió el Ricky gritando -. No tienes derecho a hacerme esto - añadió, acercando su cara amenazante a la mía.

Me entró miedo. Él estaba fuera de sí, como poseído, y la violencia se podía sentir en el ambiente. La cara me ardía, pero aún así me dio otro fuerte bofetón. No sabía que hacer, ni que decir, pero las palabras me salieron solas:

Yo no he hecho nada... Son ellos los que...

¡Cállate puta! - chilló, mientras sus palabras se confundían con el sonido chasqueante de otro golpe que propinó en mi rostro.

Agarró mi blusa por los cuellos y de un violento tirón arrancó todos los botones, dejando mi sujetador al aire. Intenté cubrirme, pero él me lo impidió. Giró mi cuerpo, colocándome boca abajo en la cama, se sentó sobre mi espalda, agarró el cable del radiocaset y me ató las manos, por encima de la cabeza. No había escapatoria para mí, aunque mi cabeza se negaba a aceptar aquello. Me ató las muñecas con tal fuerza que sentí que la sangre dejaba de fluir por mis venas. Entonces él me quitó los zapatos, para seguidamente empezar a forcejear con mi pantalón. Lo acabó sacando, ya que poco o nada pude hacer para impedírselo.

¿Por qué me haces esto? - acerté a decir entre sollozos.

Yo estoy enamorado de Yoli. Y tú me has jodido la vida, me lo vas a pagar - respondió, mientras me despojaba del sujetador.

Pero ella te engaña... - protesté débilmente.

¡Eso me da igual! Si no me hubiese enterado no me tocaría sufrir.

No hagas locuras, todo se puede arreglar.

Sí, a ti te voy a arreglar, te voy a enseñar a no meterte en la vida de los demás - concluyó, mientras tiraba con fuerza de mis braguitas, hasta sacármelas por los pies.

No podía moverme, con las manos atadas y su cuerpo sobre el mío, aplastándome los riñones. Estaba casi desnuda, solo me cubría la blusa con los botones arrancados. Y, lo que es peor, me temía como iba a continuar la cosa. Se quitó de encima de mi espalda y un fuerte azote en una de mis nalgas provocó que me retorciera de dolor. Estaba indefensa, desnuda, a merced de un tipo muy cabreado. Lloré, suplicando su clemencia, pero no sirvió de nada. Me agarró de las caderas, con fuerza, haciendo que tuviese que incorporarme sobre las rodillas y apoyó la punta de su pene en la entrada de mi coño. Sin solución de continuidad me la metió de un solo golpe, con muy mala leche. Dado que yo no estaba nada excitada me dolió y grité. Apoyé mis manos atadas a la pared, a fin de no esmorrarme y traté de aguantar sus acometidas.

Me folló con rabia, provocándome dolorosas sensaciones, ya que mi cuerpo se negaba a segregar fluidos que lo hiciesen más llevadero. Sus manos se apoderaron de mis pezones, apretándolos y retorciéndolos sin ningún miramiento, mientras decía:

¡Muévete, puta! No sé dónde has aprendido a follar.

Yo solo podía morderme el labio inferior, para tratar de mitigar el dolor que aquella violación me estaba produciendo. Cuando se cansó de follarme así respiré aliviada, sin pensar que aún me quedaba lo peor. En efecto, cuando me di cuenta había apoyado un dedo en mi expuesto ano, para acto seguido presionar sin ningún cuidado. Me lo metió hasta el fondo, haciéndome ver las estrellas. Grité de nuevo y traté de protestar:

No, por favor, eso no...

¿No me digas que no te encanta que te abran el culito? - quiso saber, con una voz sádica que me hizo temblar.

Te lo suplico, eso no - insistí, tratando de evitar lo inevitable.

Pero aquel día aciago iba a tener su colofón. Cuando apoyó su durísima polla en mi ano comprendí que sería inútil resistirse. Apretó con energía y decisión, abriéndome el culo. Grité y protesté, pero no había nada que hacer. En medio de un dolor agudo que me perforaba la cabeza noté que la iba metiendo de modo implacable. Recordé todas las veces que a Jorge le había negado lo mismo, y lo paradójico que resultaba el hecho de que ahora no pudiese negarme, pese a no apetecerme lo más mínimo. Cuando la acabó de meter era tal el dolor que sentía que pensé que me iba a desmayar, pero no lo hice, aunque solo fuera por estúpida dignidad. Empezó a culearme, primero despacio, para luego ir incrementando progresivamente el ritmo. El culo me ardía, me dolía todo el cuerpo y temí seriamente que aquello me causara una avería importante.

Me culeó de ese modo un buen rato, hasta que se cansó. Respiré aliviada cuando noté que su verga (que aún no había visto, pero que se me antojaba enorme) se retiraba de mi, hasta entonces virgen, agujerito. Pero aquel cabrón resentido no estaba dispuesto a darme tregua. Me agarró de las manos atadas, colocándome de rodillas en la cama, mientras que él, de pie en el suelo, me metía la polla en la boca. No había forma humana de resistirme. Su polla sabía amarga, seguramente debido al lugar en el que acababa de estar alojada. No se conformó con una chupada superficial, sino que me la introdujo hasta la garganta, provocándome una arcada que a duras penas logré disimular. Su mano en mi nuca me impedía retirarme, mientras él movía su pene con suavidad dentro de mi boca. Se corrió justo en la entrada de mi garganta y, para no ahogarme, me vi obligada a tragarme todo aquello. Su semen amarguzco me llenó la boca, antes de deslizarse en dirección a mi estómago. Estuve a punto de vomitar, pero conseguí evitarlo.

Cuando sacó su polla de mi boca apenas quedaba un hilillo de leche que escurría por mis labios. Me dio un despectivo empujón que me hizo caer de nuevo sobre la cama. Se subió el pantalón del chándal que llevaba y me miró con desprecio. Yo estaba hecha una piltrafa: me escocía el coño, me dolían los pezones, sentía el culo en carne viva y la boca me sabía ácida y pegajosa. Solo pude volver a suplicar:

Por favor, suéltame las manos.

Lo hizo, sin siquiera mirarme, y sentó a leer tranquilamente. Me vestí deprisa, avergonzada y humillada como nunca lo había estado en la vida, mientras que él parecía mucho más relajado que un rato antes. Al menos, algún botón de mi blusa se había salvado del estropicio, permitiéndome abrocharla algo. Me apresuré a marcharme de allí, pero antes tuve que escuchar su último comentario:

Espero no volver a verte y espero que lo que ha pasado aquí no lo sepa nadie. De lo contrario, la próxima vez será mucho peor.

Sí, no te preocupes, adiós - respondí, después de sopesar un par de respuestas más fuertes, que descarté dado lo aciago que estaba resultando el día.

Cuando pisé la calle me detuve un instante, lo justo para aspirar una bocanada de aire puro y encender un cigarrillo nerviosamente. Eran casi las once de la noche y yo acababa de vivir las horas más amargas y desagradables de mi existencia. Poco antes de llegar a casa sentí la imperiosa necesidad de tomar algo fuerte y, en un impulso entré en un pub. Pedí otro cubata de vodka y, mientras me lo servían, pasé por el servicio. Una vez allí me tranquilicé un poco, cuando me percaté que en mi culito no había restos de sangre y que mis mejillas no guardaban ninguna señal de los golpes que acababa de recibir. Cuando volví el camarero me dijo que mi bebida ya estaba pagada y señaló a un tipo de más o menos mi edad que estaba a dos metros escasos de mí. Le miré con desconfianza, pero él se acercó sonriendo.

Me pareció verte entrar sola y estaba pensando que tal vez te apeteciese compañía - me dijo.

Le escruté durante unos largos segundos. Parecía un chico normal, agradable, simpático y nada feo, pero quien sabía, dado el día que llevaba. Al final llegué a la conclusión de que, en un día en el que mi novio me había dejado, se lo había montado con mi compañera de piso delante mismo de mis narices y el novio de ella me acababa de violar a lo bestia (sin que yo obtuviese ni un triste orgasmo a cambio), nada peor me podía pasar.

Sí, claro que me apetece, aunque no tengo un buen día, te lo advierto - respondí.

Bueno, tal vez eso podamos arreglarlo. Me llamo Luís ¿y tú?

Me reí, pensando en algo que pudiese empeorar aún más mi día aciago. No iba a ser fácil, a menos que mi cadáver apareciese a la mañana siguiente flotando en el Pisuerga. Pero, la verdad, no me importaba correr ese riesgo... Cuando las cosas están tan mal, es fácil que tiendan a mejorar.

Yo me llamo Elena... - respondí mirándole fijamente.