miprimita.com

¿qué pasó anoche?

en Jovencit@s

¿QUÉ PASÓ ANOCHE?

Un rayo de sol juguetón se filtró por la persiana y fue a posarse en el rostro de Sonia. Ella se agitó en la cama, despertándose de golpe. Se estiró y no pudo reprimir un grito. Tenía todo el cuerpo dolorido. Dentro de su cabeza sentía que algo palpitaba, en forma de dolor difuso: la típica jaqueca, síntoma inequívoco de resaca. En su entrepierna notó un dolor más agudo, francamente molesto. Y en las rodillas, un escozor extraño. Tenía la boca pastosa, con un sabor extraño en el paladar, como agrio, desagradable, que le provocó una pequeña arcada. Miró el reloj de su mesita, que marcaba más de las 12 de un cálido domingo del mes de agosto. Se dirigió al baño, tambaleándose, cerró la puerta, se desnudó y observó su cuerpo. Tenía las rodillas rozadas, arañadas, con restos de arena y gravilla. Las palmas de las manos también las notó algo doloridas, con pequeñas heridas. Sus pezones estaban hinchados e irritados, muy sensibles. Se metió en la ducha, disfrutando unos segundos de la relajante sensación del agua templada resbalando por su cuerpo. Al pasarse la esponja por su sexo notó un doloroso pinchazo. Una observación más minuciosa le permitió apreciar algo de sangre reseca en sus labios vaginales.

Cuando salió de la ducha estaba algo asustada. No se acordaba de nada de lo que había pasado el sábado por la noche, pero a la vista de su estado empezó a sospechar cosas. Mientras se vestía miró los pantalones blancos que había sobre la silla. De eso se acordaba, los había llevado la noche anterior, pero cosa sorprendente, estaban perfectamente limpios y sin ninguna marca en las rodillas. Bajó a la cocina, cogió un vaso de zumo de naranja y se sentó, tratando de recordar. Nada. No podía recordar lo que hizo anoche, ni cómo había llegado a casa, ni por qué estaba tan dolorida.

Sonia, a sus 16 años, no podía ocultar su preocupación. Era morena, delgada, no muy alta, no exenta de atractivos, con el pelo muy negro y liso, los ojos oscuros y el rostro afilado. Sus formas eran suaves, poco contundentes, tal y como correspondía a una adolescente de su edad. Era una chica muy extrovertida, de esas que caen bien a la primera. Llevaba dos semanas de veraneo en el pueblo de sus padres, con la pandilla de siempre, a los que conocía desde la niñez. El dolor en su vagina se había mitigado, pero aún subsistía, en forma de sensación sorda. Incluso podía notar el roce de sus irritados pezones contra la fina camiseta de algodón que llevaba.

Su mente trató de rebobinar algo más. Se situó en la tarde del sábado, de eso sí se acordaba. En la piscina sus amigas le hablaron de ir a la fiesta de un pueblo cercano. A ella no le apetecía nada ese plan, por lo que declinó la invitación. En ese momento había aparecido Alberto, el chico más guapo de la pandilla, dos años mayor que ella. Claro, Alberto. Entre las brumas del olvido recordó haber estado con él, aunque aún no acababa de encajar las piezas. Eso sí, habían quedado para "salir a beber" los dos solos, ya que los demás se habían ido.

Se excusó de comer, ya que no tenía el más mínimo apetito. Tumbada sobre la cama, con otro vaso de zumo al lado, siguió dándole vueltas a todo aquello. Empezó a recordar los bares en los que ambos habían estado. Y que habían tomado unas cuantas copas, más de las que ella solía tomar. ¿Y después? Sus recuerdos solo alcanzaban a la pequeña discoteca de aquel pueblo, donde siguieron bebiendo, bailando y su compañero no paraba de meterle mano en cada oportunidad. Dado que el chico le gustaba y que estaba algo "contentilla", ella no ponía grandes impedimentos a aquellos toqueteos, tampoco era la primera vez que hacía eso. Estaba quedándose medio dormida cuando en su cabeza resonaron las siguientes palabras: "Venga, cogemos el cubata y vamos a sentarnos a un banco del parque". Se incorporó de la cama algo sobresaltada, al recordar aquella frase que Alberto le había dicho. El parque estaba justo enfrente de la discoteca, aunque ella no recordaba como habían llegado allí.

Lo que sí encajó fue el tacto del cemento de aquellos toscos bancos, unido al húmedo contacto de los labios y la lengua de él sobre su boca. Después ella notó que se mareaba, por lo que apoyó la cabeza en los muslos de su amigo... Y nada más. Por más que lo intentó no pudo recordar nada más. Ni lo que había pasado allí (porque algo había pasado, eso era más que evidente), ni por qué su cuerpo estaba magullado, ni como había llegado a su cama. Al final se quedó dormida, agotada física y sicológicamente. Despertó a eso de las cinco y media. No tenía muchas ganas de ir a la piscina, pero tampoco tenía ganas de quedarse en casa. Así que se puso el bikini, las bermudas, la camiseta, cogió la bolsa, en la que siempre llevaba la toalla y otras cosas, y se encaminó hacia allá. Tres de sus amigas ya estaban allí. Dos de ellas la saludaron muy afectuosamente, pero la tercera, Lourdes, apartó la mirada con rapidez. Era raro, pensó Sonia, ya que con Lur siempre se había llevado muy bien.

Cuando sus otras dos amigas se metieron en el agua, se acordó de otro detalle, que hasta ese momento le había pasado inadvertido: ella vio anoche a Lur en la discoteca, estaba segura. Hasta habló algo con ella, aunque no podía decir de qué. Tal vez ella pudiese ayudarle a recomponer algo de aquella noche de amnesia. Se acercó a ella, sentándose en una de las toallas de otra amiga y empezaron a charlar. Trataron temas poco trascendentes al principio, pero estaba claro que su amiga estaba a la defensiva y con pocas ganas de hablar.

Tú y yo nos vimos anoche en la disco ¿verdad? –preguntó Sonia de repente.

Sí... Creo que sí... ¿No te acuerdas? –respondió su amiga algo dubitativa.

No, no me acuerdo muy bien, creo que anoche bebí demasiado.

La verdad es que estabas algo borracha....

Por eso necesito hablar contigo, no me acuerdo de lo que me pasó anoche.

La cara de Lur dibujó una expresión de preocupación, pero en ese momento sus otras dos amigas ya salían del agua y se encaminaban hacia donde estaban ellas. Sonia no vaciló y cogió a su amiga de la mano:

Ven, vamos a tomar algo, tenemos que hablar.

La otra no se resistió y se dejó llevar hasta la terraza del bar de la piscina. Ambas iban en bikini, por lo que recolectaron bastantes miradas masculinas, que se posaban con avidez sobre aquellos jóvenes cuerpos tan escuetamente tapados. Se sentaron en una mesa apartada, lejos de cualquier oído indiscreto, pidieron dos coca-colas y empezaron a hablar.

Sí, claro que nos vimos en la disco, estabas con Alberto.

¿Y que pasó después? –inquirió Sonia, con tono impaciente.

Bueno... Se os veía algo acaramelados.... Luego os fuisteis.

Al parque, sí. Pero solo puedo recordar hasta ahí. Aunque sé que pasó algo, algo seguramente desagradable.

¿De verdad no sabes lo que pasó? –preguntó Lur, abriendo los ojos como platos y con un tono de sincera sorpresa.

¿Lo sabes tú?

Bueno, la verdad es que algo vi, aunque me avergüenzo de haberme quedado mirando, lo siento.

La carita de Lur se sonrojó. Era evidente que no mentía: estaba avergonzada. Pero también era evidente que ella sabía lo que allí había pasado. Por lo tanto Sonia trató de tranquilizarla, acariciando su mano y diciendo:

Tranquila, siempre hemos sido muy buenas amigas. Por favor, cuéntame lo que viste.

Verás.... No quiero que pienses que os estaba espiando... Fue por pura casualidad. Cuando salí de la disco, para irme a casa, me entraron unas tremendas ganas de mear. Por eso me metí detrás de los arbustos del parque, para hacerlo tranquilamente, tú y yo lo hemos hecho más de una vez juntas ahí.

Si, es verdad –respondió Sonia sonriendo al recordar aquellas veces.

Cuando terminé escuché risas y vi que erais vosotros. Os podía ver bastante bien, ya que estabais en el banco de debajo de la farola. Entre risa y risa os dabais besos y esas cosas... Ya sé que no debería haberme quedado, pero no pude evitarlo, perdona.

No pasa nada, no te preocupes. ¿Alguien más podía vernos? –quiso saber Sonia.

No, para nada. Desde la discoteca no, ya que el frontón os tapaba. Por el otro lado no había nadie, solo yo.

Sonia respiró algo aliviada. Dentro de lo malo, fuera lo que fuera lo que allí había pasado, nadie más lo había visto.

Continúa.

Bueno, te oí decir que estabas algo mareada y te tumbaste sobre las piernas de él. Alberto te miraba de arriba abajo y empezó a sobarte las tetas por encima de la camiseta.

¿Estás segura de eso?

Joder, claro que estoy segura. Estaba a cinco metros de vosotros, como para no verlo... Sí, te dio un buen repaso a las tetas.

¿Y yo que hacía? ¿No intenté largarme?

No, la verdad que no. Te oía gemir y suspirar. Por eso pensé que te estabas enterando de todo y que te estaba gustando. Además...

¿Además qué? –preguntó Sonia, algo inquieta por el súbito silencio de su amiga.

... empezaste a mover la cabeza sobre la polla de él. Tenías que haber visto que cara se le puso. Fue entonces cuando alargó una mano hacia tú... bueno, ya me entiendes.

Hacia mi coño, ¿no? Dios mío, no me acuerdo de nada de eso.

Sí, y te metió mano a base de bien, primero por encima del pantalón y luego por debajo, en cuanto pudo desabrochar el botón. A ti solo se te oía gemir, daba la impresión de que estabas disfrutando.

Veo que te acuerdas muy bien de todo –dijo Sonia, recobrando algo la calma.

No te enfades por lo que te voy a decir, pero me resultó muy excitante ver aquello. Quería irme, sabía que era lo correcto, pero no podía. Me estaba calentando, hasta me notaba mojada, con ganas de acariciarme.

¿Qué pasó después? –interrumpió Sonia, tratando de reconducir el tema.

Pues él se levantó del banco, dejándote a ti tumbada. Se agachó y empezó a quitarte la ropa. Primero los zapatos, luego los pantalones, al final la camiseta.

¿No puse nada de resistencia a aquello?

No, ninguna –Lur hizo una breve pausa, como si tratase de medir bien sus palabras-. Más bien le ayudabas, levantando las caderas para que los pantalones saliesen más fácil. Lo mismo con la camiseta, te vi estirar los brazos por detrás de la cabeza.

¿También me quitó la ropa interior?

Sí. Primero acarició el suje y el tanga, aquel conjunto tan bonito, rosa, el que Silvia y yo te regalamos por tu cumpleaños. Pero no tardó en quitártelo. Por cierto, no sabía que te depilabas el coño...

Sí, por la piscina, es más cómodo –respondió Sonia con rapidez, evidenciando que no estaba interesada en que la conversación se desviara hacia ese tema-. Continúa.

Entonces Alberto se quitó los pantalones y los calzoncillos con rapidez. Casi se cae al intentar sacárselos por los pies, pero cuando le pude ver desnudo se le notaba muy empalmado.

¿La tenía grande?

La verdad es que no tengo referencias para comparar, ya lo sabes. Pero me pareció normalita... Bueno, sigo. También se quitó la camiseta y cuando estuvo desnudo del todo se arrodilló sobre tu pecho, acercando la polla a tu boca.

No me digas que se la chupé...

El silencio y el sonrojo de Lur le indicaron que la respuesta a esta afirmación era positiva. Sonia nunca había chupado una polla. Es más, ni siquiera había pajeado ninguna. Todo lo más un par de veces había tocado por encima de la ropa los duros miembros de algún chico con el que se enrolló, pero eso era todo. Acarició de nuevo la mano de su amiga, tratando de que ella se sintiese cómoda y pudiera contarle todo. Con la otra mano le hizo un gesto para que siguiese contando.

Abriste la boca nada más que él te rozó los labios con la polla. Aprovechó y te la fue metiendo poco a poco. Al final vi que los huevos de él casi te rozaban la barbilla. Luego se dedicó a sacar y meter, mientras jadeaba.

Así que le hice una mamada sin enterarme, ¡joder!

Te juro que te creo. Te conozco y sé que no me mientes. Pero cualquier persona que viese aquello te aseguro que pensaría que tú se la estabas chupando por gusto y que te enterabas de todo.

Qué cabrón de tío... ¿No pensaste en intervenir?

No. Por dos razones. Ya te dije que parecía que todo era consentido por los dos. En segundo lugar no sé si me hubiera atrevido. Con lo salido que estaba Alberto me hubiera dado un bofetón que me hubiese tumbado. Imagino que esa sería la reacción típica de alguien a quien se le interrumpe en ese momento.

¿Qué más ocurrió?

Por lo visto él no se quería correr muy pronto, por lo que sacó la polla de tu boca, se agazapó entre tus piernas y...

Se puso a comérmelo, vamos –completó la frase Sonia, con resignación.

Sí, pude ver su cara desaparecer entre tus piernas y darte lengüetazos, mientras con las manos te pellizcaba los pezones.

¿Te daba la impresión de que yo disfrutaba con eso? Sé sincera, por favor.

Sí, me dio esa impresión. Es más, mientras te lo estaba comiendo gritabas y suspirabas, e incluso te vi agitar las caderas contra su cara.

¿Crees que me corrí? –quiso saber Sonia, con un gesto de incredulidad.

No podría jurarlo, pero por la fuerza de tus últimos suspiros y por el brillo de su cara cuando se apartó de tu sexo, yo diría que sí. Desde luego él tenía toda la cara mojada.

Fugazmente Sonia recordó algo más de aquella noche. No era ninguna situación concreta, solo una especie de fogonazos de placer y la sensación de que su cuerpo temblaba y se agitaba, como si fuera recorrido por una corriente eléctrica. Ahora podía encajar esa sensación: seguramente era el recuerdo borroso de algún orgasmo que había tenido cuando estaba medio inconsciente. Las palabras de Lur sacaron a Sonia de aquellos pensamientos:

¿Quieres que siga?

Sí, tengo que saber todo lo que pasó.

No quiero hacerte daño...

Tú no tienes culpa de nada. La culpa la tengo yo por ser tonta y ese cabronazo por aprovecharse de mí de esa manera.

De acuerdo –Lur tomó aire y se dispuso a continuar-. Luego él te cogió de las manos y te bajó hasta el suelo. Hizo que te apoyases sobre las rodillas y las manos y se colocó detrás de ti, de rodillas.

Vamos, que me folló así.

Sí, te agarró de las caderas y la fue metiendo poco a poco. Eso lo pude ver muy bien, ya que estabais algo más cerca y de perfil a mí. Al principio la metió despacio, pero al final dio un empujón fuerte y te la clavó del todo.

Dios... Que manera más estúpida de perder la virginidad –dijo Sonia, tapándose la cara con las manos.

Su amiga acarició su pelo negro, en un claro gesto de cariño y amistad. Sonia hizo un esfuerzo por no romper a llorar. Recuperó la posición que tenía, con los antebrazos apoyados en la mesa. En ese momento encajó otro difuso recuerdo de aquella noche. Un dolor agudo, con toda seguridad provocado por la ruptura de su himen. Aquella noche todo eran recuerdos difusos, inconexos, velados, pero poco a poco todos iban encajando.

Acaba de contármelo, por favor –suplicó a su amiga.

Me asustó el grito que diste cuando te la metió del todo. En ese momento estuve apunto de intervenir, créeme. No lo hice porque al cabo de unos segundos me pareció que la cosa empezó a gustarte. Volviste a gemir y hasta creo que movías las caderas contra su polla.

¿Duró mucho aquello?

Sí, un buen rato. No sabría decirte cuanto con exactitud, pero desde luego no se corrió a la primera.

A Sonia se le pusieron los vellos de punta al oír aquello. Hasta ese momento, preocupada por desentrañar lo que había pasado esa noche, no había caído en cual era el mayor riesgo. Solo faltaba que aquel imbécil la hubiera dejado embarazada. A tal fin preguntó:

¿Viste si tomó precauciones?

¿Te refieres a si usó condón...?

Sí, a eso, ¿se lo puso?

No... –fue la escueta respuesta de Lur.

Mierda, ese tío es un gilipollas, de que va. Además de violarme no se le ocurre pensar en que puedo quedarme embarazada.

Bueno, no creo que eso pase. No se corrió dentro de ti. Eso reduce muchísimo el riesgo. Alguna posibilidad puede haber, pero muy pocas, tranquila.

Entonces ¿dónde se corrió?

A eso iba. Te dije que te folló así un buen rato. La verdad es que me diste algo de envidia, sabes que Alberto siempre me ha gustado. Y por lo que pude ver sabe hacerlo bien, no veas los envites que te daba.

¿Muy fuertes? –preguntó Sonia, algo más tranquila.

Uffff, mucho. Yo me estaba poniendo malísima. Cada empujón que te daba te desplazaba hacia delante. Ahora entiendo el por qué de que tengas las rodillas algo raspadas. Hasta se oía el sonido de su cuerpo al chocar contra tu culo. Y, de verdad, daba la impresión de que lo estabas disfrutando.

¿En serio? –respondió Sonia, mientras se acariciaba sus magulladas rodillas.

Yo creo que te volviste a correr –contestó Lur, que se iba animando en su narración-. Me hubiera cambiado por ti, te lo juro, no veas como jadeabas cada vez que te la metía entera.

Pero él se corrió fuera de mí ¿no? –la interrumpió Sonia, que súbitamente volvió a recordar el riesgo de embarazo.

Bueno, sí, aunque no fuera del todo.

¿En qué quedamos?

No temas, no se corrió en tu coño. La sacó, se colocó delante de ti y te la volvió a meter en la boca.

¿Hizo eso el muy cerdo?

Sí, hizo eso. Y tú no pusiste ninguna objeción, todo lo contrario, abriste la boca y empezaste a comérsela.

¿Estás segura de que se corrió en mi boca?

Coño, claro que sí. Se veían las gotas que resbalaban por tus labios hasta la barbilla, aunque él no te la sacó hasta que no acabó de correrse, eso sí.

Otra sensación que cobraba sentido. Recordó otro fugaz momento de aquella noche, en el cual tuvo la impresión de ahogarse, al ver su boca y su garganta invadida por algo espeso, cremoso, caliente, amargo. Una sensación de repugnancia recorrió su estómago, al pensar que había tragado el semen de aquel tipo. Pero quiso asegurarse de que no habría ninguna sorpresa más:

¿Así acabó todo?

Sí. Él se vistió mientras te decía algo así como "nena, éste ha sido un polvo memorable. Mañana lo repetimos". Al final, cuando se iba, dijo: "te dejo que te vistas. Nos vemos en la disco y tomamos el último".

¿Yo dije algo?

No, tú estabas tumbada en el suelo, sin decir nada y sin moverte. Yo ya pensaba irme, pero me asustó el que no te movieras. Por eso cuando él desapareció me acerqué a ti. Estabas como desmayada. No sabía que hacer, pero no podía dejarte así, desnuda, en medio de un parque. Además dentro de un rato cerrarían la disco y aquello podía llenarse de gente.

¿Qué hiciste entonces?

Como pude te arrastré hasta el banco. Con unos pañuelos de papel te limpié los labios y la cara. Después te quité algo de sangre que tenías... abajo. Cuando acabé, intenté vestirte. No podía casi, así que no me quedó más remedio que darte dos tortas para hacerte espabilar un poco.

¿Conseguiste despertarme?

Bueno, un poco. No entendía nada de lo que decías, pero al menos me hacías algo de caso y pude vestirte. Cuando te tuve arreglada te dije "vamos, a casita". Menos mal que estás delgadita y que vives cerca, porque no veas lo que sudé para arrastrarte hasta casa. Una vez allí abrí la puerta con tu llave. Subir contigo las escaleras fue una tortura, no sé como no se despertó todo el mundo, pero el caso es que logré llevarte a la habitación. Te tumbé en la cama, te quité la ropa, te puse la camiseta esa que te gusta para dormir, la del pato Lucas, y te quedaste sobada al instante. El resto, ya lo conoces.

Gracias por haberme ayudado –dijo Sonia, expresando un sincero agradecimiento.

Para eso estamos las amigas –respondió Lur, cogiendo sus manos y mirándola con ternura-. Tú habrías hecho lo mismo por mí. Solo lamento no haber parado aquello, si lo hubiera sabido...

No podías saberlo. Si no hubiese sido tan tonta... Pero gracias por contármelo.

¿Crees que debes agradecérmelo?

Sí. Tú eres virgen aún, ¿verdad?

Sí, lo soy.

Pues estoy segura de que la primera vez querrás que sea algo inolvidable. Que no sea algo tan ruin como lo que me ha pasado a mí.

Sí, imagino que sí –dijo Lur bajando la mirada, como si tuviese miedo de que a ella le pasase lo mismo.

Yo no me acordaba de casi nada, pero gracias a ti puedo tener un recuerdo de mi primera vez, aunque no sea muy agradable. Y sé precavida, por favor, que no te pase algo parecido.

Gracias por el consejo, lo seré.

Estaban acariciándose las manos y mirándose con esa ternura con la que solo las muy buenas amigas saben mirarse, cuando una voz sonó a su lado.

¡Qué dos chicas más guapas! ¿A alguna le apetece venirse esta noche conmigo a beber?

Era Alberto, que sonreía con aspecto de macarra exitoso. Ninguna de las dos supo si lo preguntaba en broma o en serio. Ninguna de las dos supo si era consciente de lo que había pasado la noche anterior. Pero Lur se adelantó a la posible reacción airada de su amiga, apretándole la mano y guiñándole casi imperceptiblemente un ojo.

Sí, claro que sí. Nos apetece a las dos. ¿Te atreves?

Por supuesto que sí. Os espero en bar de la plaza después de cenar, a las diez.

Allí estaremos –respondió Lur, con una sonrisa radiante.

Y se fue de allí más ancho que alto, saboreando por anticipado el éxito, con toda seguridad imaginándose un trío con aquellas dos jovencitas tan agraciadas. Cuando se fue Sonia dijo:

Tía ¿tú estás loca? Yo antes muerta que salir otra vez con ese cerdo.

Tranquila, que ahora estamos sobre aviso y él no lo sabe. Ya verás como nos vamos a divertir. Dicen que la venganza se sirve fría, pero nosotras la vamos a comer calentita. Se va a enterar éste, tengo algo pensado. Escucha...

Sonia se quedó con la boca abierta al escuchar el plan de su amiga. Desde luego Lur, detrás de su carita de niña buena, ocultaba bastante mala leche. Ambas sonrieron con malicia, pensando en que aquel tipo también iba a vivir una noche inolvidable.