miprimita.com

24 horas

en Dominación

24 HORAS

La carita de ella mientras mordisqueaba la pizza en aquel restaurante italiano lo decía todo. Era esa expresión de curiosidad, de querer preguntar algo pero no hacerlo, de inquietud morbosa. Sus ojos marrones, tan expresivos como siempre, chispeaban.

Pero yo no se lo pensaba poner fácil. Por mi cabeza seguían pasando las palabras que ella había escrito en el msn unos días antes: "Quiero ser tu esclava sexual 24 horas". Acepté sin decir nada más. ¿Quién podría haberse negado ante semejante proposición? Desde ese momento ninguno de los dos hicimos más comentarios sobre ese tema.

Habíamos preparado nuestra cita como siempre: la casita en la aldea del norte, la lista de la compra, alguna actividad complementaria,... Pero sobre aquella propuesta para 24 horas, nada. De hecho ella no sabía siquiera si yo me lo había tomado en serio o en broma, si prefería olvidarme de aquello o no, si iba a pasar algo fuera de lo común ese fin de semana o si todo iba a transcurrir como de costumbre. Aunque se moría de ganas por saberlo.

Conocía bien a aquella chica, pero se me había escapado esa faceta suya, que a buen seguro había permanecido oculta. Debo confesar que me resultaba divertido observar sus gestos y sus miradas mientras dábamos buena cuenta de aquella estupenda ensalada mixta que acompañaba a la pizza. Yo tenía una ventaja: sí sabia lo que iba a pasar. Pero no pensaba descubrir mis cartas hasta empezar a jugar, claro.

Y ya que ella quería jugar, jugaríamos, por supuesto. Me encantaba complacerla en todo, hasta en aquello. Eso sí, intenté comportarme igual que siempre, de modo que ella no notase nada. Por una vez iba a sorprenderla, con un ataque fulminante y sorpresivo.

Lo hice cuando llegamos a la casa que habíamos alquilado para esos días. Entré primero y cuando ella se disponía a cruzar el umbral de la puerta la detuve con un gesto y dije tranquilamente:

Un momento. ¿No pensarás entrar vestida en casa? Quiero que te quites la ropa ahí mismo.

¿Qué me quite queeee......? –respondió ella, totalmente pillada por sorpresa.

La ropa, toda. Y sin cerrar la puerta –añadí a modo de aclaración.

Aquí pueden verme...

En realidad las probabilidades de que alguien la viese eran muy reducidas en aquella aldea tan poco poblada y rodeada de prados, pero la simple posibilidad añadía un punto morboso al tema. No habría sido lo mismo que yo la hubiese desnudado en la habitación, como de costumbre.

Pues date prisa. Cuando acabes, cierra la puerta. Por cierto –añadí con tono irónico- nuestras 24 horas acaban de empezar.

Con cierta renuencia se quitó la chaqueta y la colgó en la percha. Dudó un instante antes de seguir, pero finalmente empezó a soltar los botones de su blusa. En sus mejillas noté un rubor que me resultó delicioso. Mis ojos no se apartaban de los trozos de piel que poco a poco se iban descubriendo. Ella tenía su parte pudorosa y estoy seguro que le incomodaba que yo mirase como se desnudaba, pero a fin de cuentas era su juego.

Cuando se quitó el pantalón y lo apartó con el pie, hizo una breve pausa. Tal vez fuera para permitirme disfrutar de aquel magnífico paisaje, o tal vez fuera porque dudaba en seguir. Las medias enfundaban perfectamente sus piernas, hasta medio muslo. Un poco más arriba, el tanga verde permitía adivinar toda su feminidad. El sujetador negro alzaba y realzaba su estupendo pecho. Por las ganas me hubiera quedado un buen rato más contemplándola así, pero hice un gesto con el dedo para que reanudase su labor.

Miró de reojo hacia la puerta abierta, dudó otro instante y continuó, hasta quedar totalmente desnuda. Hice un gesto afirmativo y ella cerró la puerta con rapidez. En su cara se veía claramente una mezcla de vergüenza y excitación.

En ese momento me pasó por la cabeza un pensamiento: ¿qué habría pasado si ella se hubiese negado a cumplir mi primera orden? Imagino que yo no habría insistido, dejando correr el asunto, o fingiendo que me lo tomaba a broma. Pero ahora ya no había vuelta atrás. Si había cumplido aquello, podría hacer con ella lo que quisiese. Y tener 24 horas de absoluta libertad es algo que todo el mundo desea...

Ven para la habitación –dije escuetamente, cogiendo las maletas.

Me siguió obediente y se colocó de pie al lado de la cama. Desde luego tiene que confiar mucho en mí para regalarme aquellas 24 horas, pensé fugazmente. Pero con rapidez volví la vista hacia aquel cuerpo desnudo y apetecible. Había leído que un "examen físico" puede resultar excitante y a la vez algo humillante para una chica. Era el momento de comprobarlo.

Por las manos en la nuca y abre las piernas, que quiero verte bien.

De nuevo dudó. Como no acababa de decidirse a hacerlo, alargué una mano hacia sus nalgas y le di un azote. No muy fuerte, pero sonó en toda la habitación e hizo que ella diese un saltito. Más avergonzada que antes, adoptó la pose que yo había dicho. Creo que ya estaba convencida de que el juego iba en serio.

Estaba a mi disposición, por lo que pude explorarlo todo a mi gusto. Pellizqué sus pezones, que ya estaba duros y desafiantes. Acaricié sus labios vaginales, apreciando una notable humedad. Palpé su ano, arrancando de su garganta un ligero gemido. Hubiera podido seguir así, pero la incómoda presión que sentía en mis pantalones me hizo decantarme por otra opción.

Me quité la ropa, con tranquilidad, disfrutando de aquel momento. Ella se mantenía tal y como estaba: piernas separadas, manos en la nuca. Sólo sus pechos parecían tener vida propia, moviéndose ligeramente al ritmo de su respiración.

Cuando estuve totalmente desnudo me senté en la cama y di la siguiente orden:

No sé a qué estás esperando, zorra. Arrodíllate y empieza a chupármela.

Se apresuró a cumplir aquello, pero la detuve con un gesto.

No, así no. Mejor como una perrita. Así que vete hasta la puerta , te arrodillas allí y vienes a gatas.

Esta vez no dudó, aunque su cara se puso colorada de nuevo. Sin decir nada se colocó en la puerta, dobló las rodillas y las llevó hasta el suelo. Después apoyó las manos y empezó a gatear hacia la cama. El suave bamboleo de sus nalgas hizo que mi pene se pusiera aún más duro. Creo que nunca había visto a aquella chica tan sensual, tan morbosa, tan atractiva...

Cuando hubo recorrido los tres metros escasos que la separaban de mí, se acomodó entre mis piernas. Cogió mi pene con destreza y empezó a lamer el glande, muy despacio. Aquella lengua calentita y juguetona me encantaba. Cuando se cansó de aquello, se la metió en la boca y empezó a chupar con un ritmo perfecto, ni demasiado rápido, ni demasiado lento, como a mí me gustaba.

Por las ganas hubiese dejado que continuara así, hasta acabar, pero no podía ser. Aquel día no era para tirar por la tangente, ya que tenía que seguir un camino retorcido, tortuoso, revirado. Interrumpí su deliciosa tarea sobre mi polla, cogiéndola por los hombros.

De un modo algo brusco la hice caer sobre mis rodillas, boca abajo. Pasé el brazo izquierdo por su espalda, inmovilizándola con limpieza. Se sorprendió, ya que pataleó ligeramente. Para cortar el pataleo alcé la mano derecha y la dejé caer con fuerza sobre sus nalgas. Gritó ligeramente ante tan inesperada agresión a sus partes traseras. Repetí la operación, golpeando alternativamente cada una de sus nalgas, hasta que cogieron un color rosadito. A cada golpe ella emitía un sonido que me encantaba, una mezcla entre quejido y gemido.

Me volvía loco oírla así y creo que a ella tampoco le disgustaba mi "tratamiento", porque notaba en mis muslos la humedad que desprendía su sexo. Me moría de ganas por follarla a lo bestia, sin miramientos de ningún tipo.

Quité el brazo izquierdo de sus espalda y mis dedos buscaron sus pezones. Los pellizqué ligeramente, comprobando que seguían duros y excitados. Con la mano izquierda atrapé su entrepierna, por detrás, colocando el pulgar sobre su ano, la palma de la mano en su coño depilado y los dedos sobre el clítoris hinchado. Apreté ligeramente y ella suspiró. Poco a poco fui aumentando la intensidad de aquella caricia, provocando en mi amiga jadeos cada vez más profundos.

La notaba tan mojada que creo que habría bastado con que siguiese masajeando su clítoris un poco más para que se corriese. Pero pensé que no era cosa de ponérselo tan fácil. Había leído que las sumisas solo pueden correrse cuando sus Amos se lo ordenan. Evidentemente eso me parecía una chorrada y no pensaba llegar tan lejos, pero me apetecía hacérselo desear un poco más.

Cuando abandoné aquellos toqueteos e hice que se incorporase, ella puso una ligera cara de decepción.

No me pongas pucheritos, que para que veas lo mucho que te quiero te he comprado unos cuantos regalitos.

¿De verdad? –preguntó ella, cambiando la expresión de su rostro.

Alargué la mano hacia mi maleta y saqué una pequeña bolsa. Con parsimonia deposité los objetos que contenía sobre la mesita. Allí estaban las adquisiciones que había realizado la víspera en un sex shop: unas pinzas para los pezones, recubiertas de plástico negro y unidas por una cadenita plateada, un pequeño plug anal color azul y un consolador de aceptables pero no exageradas dimensiones.

Los ojos se le pusieron como platos al ver aquel pequeño arsenal de juguetes sexuales. Lo último que quedaba en la bolsa era un pañuelo de seda negro, con el que vendé sus ojos, dándole dos vueltas alrededor de su cabeza.

Ahora a ser buena chica y a ponerse a cuatro patas sobre la cama, que vamos a probar estas cosas que te he comprado.

¿Crees que será buena idea? –quiso saber ella, aunque por su tono parecía más convencida de lo que quería aparentar.

Por supuesto que sí –respondí, mientras vi que ella estaba colocándose en la cama, sobre las manos y las rodillas.

Como no podía verme, amagué sobre que objeto coger primero. En esa postura estaba encantadora, con los pechos colgando, las nalgas en alto aún rosadas, el sexo expuesto. Finalmente cogí las pinzas. Me agaché un poco e hice rozar la cadenita con sus pezones. Debía estar algo fría, ya que ella se estremeció un poco.

Dado que me apetecía sorprenderla un poco más, cogí una pinza con cada mano, las abrí y las coloqué exactamente una en cada pezón, pero manteniéndolas abiertas. Si las soltaba, se cerrarían sobre sus presas. Con cierto esfuerzo y equilibrio, ya que la postura no era cómoda, coloqué mi pene justo a la entrada de su sexo, dejando que rozase allí. Ella no sabía cual iba a ser mi siguiente paso, pero noté que movía ligeramente sus caderas, intentando frotar su sexo contra mi polla.

Empecé a penetrarla, muy despacio, centímetro a centímetro. Su incipiente gemido se transformó en un grito ahogado cuando solté una de las pinzas y ésta atrapó firmemente un pezón. En ese momento empujé con fuerza, metiéndosela del todo. Otro pequeño grito. Acabé la faena soltando la otra pinza.

Coloqué las manos en sus caderas y empecé a follarla con fuerza, metiendo y sacando con energía. Sus nalgas estaban aún calentitas y me encantaba notar su temperatura cada vez que la penetraba. El ruido de su culo en cada acometida se mezclaba con el tintineo de la cadenita que colgaba de sus pechos. Era una delicia follar aquel coño tan caliente, estrecho y mojado.

La verdad es que estaba lanzado. Aquello era nuevo para mí y no me apetecía nada reprimirme. Seguí penetrándola, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, mientras pasaba una mano por debajo de su cuerpo. Con dos dedos agarré la cadena de las pinzas y tiré de ella, mientras colocaba el pulgar sobre el clítoris y lo empecé a frotar con fuerza.

Todo iba ganando en intensidad: sus gemidos, los míos, el choque contra sus nalgas, ... Al final ella gritó y el orgasmo sacudió todo su cuerpo. Los músculos de su vagina palpitaron sobre mi pene, acercándome al final. Aún me dio tiempo a sacarlo de su coño, acercarlo a su boca y explotar. En sus labios, en su lengua y en el resto de su cara quedaron bien marcados los efectos. Se relamió golosa, mientras yo me sentaba a su lado, aún medio atontado por aquel orgasmo.

Quité las pinzas de sus pezones y ella se quejó. Para mitigar esa sensación dolorosa amasé aquellos pezones que me encantaban con dulzura, haciendo que la sangre volviese a fluir por ellos. Después limpié su cara con un kleenex y besé su frente. Caímos derrengados sobre la cama, pero entonces caí en la cuenta de que se me olvidaba un detalle.

Antes de descansar tengo que hacer una cosa –comenté, mientras cogía algo de la mesita.

¿Qué cosa?

Bueno, túmbate boca abajo y lo verás, o mejor dicho, lo notarás.

El hecho de que en mi mano estuviese el plug y un frasquito de líquido lubricante restaba bastante emoción al tema. Los ojos de ella volvieron a abrirse desmesuradamente y exclamó:

¡¡No te atreverás!!

Ya sabes que sí –respondí, sonriendo por aquella frase, una de mis favoritas-. Así que relájate que no te pasará nada.

Torció algo el morro, pero se tumbó boca abajo en la cama. Separé sus nalgas y vertí un poco de aquel líquido pringoso en su agujerito. Lo extendí, acariciando con suavidad, coloqué algo más en mi dedo índice y empecé a apretar. Me sorprendió la facilidad con la que entró. Ella sólo suspiró, sin quejarse para nada. Repetí la operación con dos dedos, comprobando que tampoco le provocaba dolor. Después de unos minutos, pensé que era el momento de usar aquel artilugio azul.

Lo unté bien con aquella especie de aceite y apreté sobre su agujerito posterior. Al principio entró bien, pero se fue resistiendo a medida que se iba ensanchando. Cuando llegó a la parte más ancha, di un último empujón y noté que se deslizaba en su interior. Un ligero aullido salió de su boca, pero para nada era signo de desaprobación. Sólo se veía la base del objeto, un disco de unos cinco centímetros, también azul. El resto había entrado en su cuerpo.

Besé su espalda y dije:

Perfecto, ya está colocado, ahora creo que nos merecemos una siestecita. ¿Te molesta?

Es una sensación rara –respondió ella-, pero para nada es desagradable.

Bueno, pues dentro de un rato veremos si ha hecho el efecto que tiene que hacer.

Ella sonrió, visiblemente excitada. Por supuesto que sabía el efecto que se esperaba de aquello. Poco a poco, entre caricias, nos fuimos quedando plácidamente dormidos, saboreando aquella deliciosa fatiga.

Desperté un rato después. Ella seguía dormida, abrazada a mi pecho, con su pelo haciéndome cosquillas. Estaba preciosa, con aquella carita de niña buena. Me encantaba verla cuando dormía, era una de mis debilidades. Pero en aquella ocasión no había mucho tiempo que perder. De momento pensaba despertarla de un modo agradable.

Acaricié sus nalgas, hasta encontrar la base del plug. La giré muy despacio, haciendo que aquello se moviese y rozase su interior. Al tiempo acerqué la boca a uno de sus pezones, besándolo con cuidado. Pasados unos segundos ella empezó a reaccionar, estirándose de un modo muy sensual. Pude escuchar un gemido agradecido y notar como su pezón se iba endureciendo entre mis labios.

En ese momento empecé a jugar con el plug, tirando suavemente de él, de modo que entrase y saliese un poco de su ano. Un conjunto de emes salió de su garganta. Los dos sabíamos lo que iba a pasar, pero ella no sabía de que modo ocurriría. Seguramente debí haberme tomado más tiempo en aquellos jueguecitos previos, pero la verdad es que no estaba yo para muchas pausas y sutilezas. La verdad que hubiera matado a quien en ese momento me hubiera intentado impedir beneficiarme de ese culito.

Después de varios tirones suaves, acabé de sacar el plug. Vi que su ano estaba bastante dilatado, así que no me lo pensé más. Un poco más de aquél líquido pringoso en su culito, un poco en la punta de mi polla y adelante. Sólo un límite: no hacerle daño.

Probé primero con precaución, empujando solo un poco. Me volvió a sorprender su conducta, ya que usó las manos para separarse las nalgas, apoyando la cabeza sobre la cama. Al segundo empujón noté que empezaba a entrar, con relativa facilidad. Al llegar a la mitad ella emitió un leve quejido. Paré, la saqué casi entera y volví a la carga. En un par de minutos más acabó entrando del todo. La dejé quieta unos instantes y empecé a meterla y sacarla con cuidado.

Su culo era apretadito y cálido, me encantaba la sensación que me producía. Pronto noté que ella empezaba a mover sus caderas adelante y atrás, acompasándose a mi penetración y buscando que ésta fuera lo más profunda posible. Ya no se quejaba, gemía cada vez más alto. Sólo interrumpió sus jadeos para decirme lo siguiente:

Las pinzas... ponme las pinzas...

Como pude, sin sacar la polla de su ano, se las coloqué en los pezones. Sus gemidos eran ya prácticamente gritos y empezó a frotarse el clítoris de un modo furioso, acercándose al clímax con rapidez. No sé si fue un orgasmo larguísimo o varios encadenados, pero el caso es que se corrió como nunca la había visto. Resoplaba, gemía, jadeaba, con tal fuerza que agradecí que en aquella aldea apenas hubiera gente, porque de haberla a buen seguro habrían oído aquello.

Su ano me apretaba la polla de tal forma que antes de que me quisiera dar cuenta ya me estaba corriendo en aquel cálido agujerito. Acabamos los dos tendidos en la cama, abrazados y con una temperatura corporal bastante más alta de lo normal.

Quité las pinzas de sus pezones y con los dedos les di un buen masaje, para acabar lamiéndolos. Sabían tan ricos como siempre.

No pensé que este fin de semana iba a haber tantas emociones –comentó ella, sonriendo.

Pues aún quedan bastantes horas, así que espero que el cuerpo nos aguante, cariño.

¿Quieres decir que aún nos quedan más cosas? Me has azotado, pinzado y sodomizado, pero veo que eso aún no te basta –añadió entre carcajadas.

Bueno, alguna cosilla más se me ocurrirá. Quiero que mi chica recuerde bien estas 24 horas... Por cierto, se me había olvidado preguntarte algo.

¿El qué?

¿Llevaste al niño esta mañana al médico?

Sí. Le recetó una pomada para los labios. Ha salido a su padre en eso, con el frío se le agrietan muchísimo, por eso lloraba –explicó ella, pasando los dedos por mis labios-. Voy a llamar a mi madre, para que no se le olvide ponérsela antes de dormir.

Da gusto que el niño tenga una abuela joven y voluntariosa. Gracias a eso podemos tomarnos un finde libre de vez en cuando.

Lo hace encantada, ya sabes que adora a su nieto. Más aún cuando has estado una semana fuera y sabe que nos apetece pasar unos días juntos y tranquilos.

Mientras llamas, voy preparando un bañito de espuma, ¿te parece bien?

Sí, perfecto, pero no me lo descuentes de las 24 horas ¿eh? –añadió, mientras cogía el móvil y me guiñaba un ojo.

Descuida, que no lo haré –respondí, devolviéndole el guiño.