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Las clases de física de Anasó

en Sexo Anal

LAS CLASES DE FÍSICA DE ANASÓ

Tema número 4: dinámica de rotación del sólido rígido -bramó la voz del profesor de física.

Los alumnos de aquella clase, del último año de instituto, pusieron cara de circunstancias, pero anotaron en sus folios el título de aquella lección. La única que no anotó nada y permaneció con la mirada perdida fue AnaSó. Se sentaba en la última fila y tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparse por el sólido rígido ese. Su vista se desvió ligeramente a los compañeros que se sentaban delante de ella. Eran tres chicos. De izquierda a derecha Javi, Miguel y Luís, trataban de copiar la perorata del profesor. Miró hacia sus dos compañeras. Mar e Isabel también escribían, pero ella era incapaz de hacerlo. Su cabeza se negaba a permanecer allí, entre aquellas cuatro paredes.

AnaSó era la capitana del equipo de baloncesto del instituto. Medía 1,80 y tenía unos hombros cuadrados. Su presencia física imponía, por su estatura y fuerza muscular, pero no así la expresión dulce de su rostro: tierna, sonriente, con un gracioso flequillo y ojos claros y suaves. Jugaba de Ala-Pivot y tenía la suficiente fuerza y coraje para ganar la posición en la zona. Además era una excelente lanzadora de tiros libres. Fue al final de uno de esos partidos cuando empezó a salir con Miguel, su compañero de clase. Él era un chico alto, tirando a rubio, con fama de formal, educado y simpático.

Miró para él, que se sentaba delante de ella, y le vio como siempre: atento a las explicaciones del profe, serio, impecablemente vestido con una camisa blanca con rayas verticales de colores. AnaSó sintió una fuerte sensación de culpa en ese momento, mientras oía (que no escuchaba) aquella voz opaca:

El sólido rígido tiende a rotar sobre su eje, a no ser que fuerzas exteriores....

Su noviazgo con Miguel duraba ya un mes. En este tiempo habían hecho las cosas propias de los adolescentes de 18 años: salidas a tomar copas, paseos juntos, buen grado de complicidad entre ellos y fogosos y apresurados encuentros sexuales. Nada de esto disgustaba a AnaSó, pero la cita que tenía esa misma tarde era de un cariz muy diferente. Se paró a pensar como había llegado a esa situación. Una tarde de domingo desocupada entró en una página de relatos eróticos. Se sorprendió de lo excitantes que podían llegar a ser esos textos y de la habilidad de los autores, ya que ella era incapaz de juntar más de cuatro palabras. Su excitación llegó a un punto álgido cuando se le ocurrió leer un relato situado en la categoría "Sexo Anal". Al acabar la lectura estaba mojadísima, con los pezones duros y el sexo palpitante. Se planteó por un momento la posibilidad de masturbarse, pero prefirió entrar en el chat de aquella página.

Una vez dentro empezó a charlar con un tipo que le pareció agradable. Hablaron de los relatos y ella confesó que estaba excitada por haber leído un relato de sexo anal.

¿Nunca lo has practicado? -preguntó el tipo del chat.

No, nunca -respondió AnaSó, que aún era neófita en temas de sexo.

Deberías probarlo, si quieres yo te enseño.

La curiosidad de ella era irresistible. Aceptó aquella galante invitación y, antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, tenía dos zanahorias, una en cada mano. La excitación y la curiosidad no la permitieron pensar fríamente las cosas. Las chupó con avidez, siguiendo las indicaciones de aquel tipo situado al otro lado del ciberespacio. Con cierta renuencia, empezó a follarse en coñito con una de ellas, al tiempo que acariciaba su ano virgen. Con el paso de los minutos empezó a coger confianza. Acabó con una de aquellas hortalizas bien metida en su culo, de acuerdo con las instrucciones que aparecían en su monitor. Doblada sobre el teclado del ordenador metió y sacó por sus dos agujeritos, descubriendo nuevos placeres. Acabó corriéndose de gusto, con el culo algo dolorido, pero más que satisfecha de aquella sesión.

El eje de rotación pasará por el centro de gravedad del sólido rígido, ténganlo en cuenta -seguía diciendo la voz del tipo que paseaba delante de la pizarra.

AnaSó no escuchaba aquellas palabras. Su mente estaba concentrada en las frases que habían aparecido en la pantalla de su ordenador, aquel domingo por la tarde:

¿Cuánto mide la que te has metido por el culo?

No sé, casi un palmo -respondió AnaSó, notando un calorcito agradable en su culo.

El próximo día usaremos algo más grande, algo como mi polla, que mide 22 centímetros.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de la chica al leer aquello. Solo pensar en que un pene de esas dimensiones pudiera penetar su estrecho culito, la ponía fuera de sí. Sentía miedo, pero también una irresistible curiosidad hacia aquellas prácticas anales. Estaba a punto de despedirse de aquel tipo que tan bien se lo había hecho pasar, cuando él propuso que se intercambiasen los msn. Ella aceptó, pese a sus recelos naturales, ya que no se sentía capaz de negarle nada. Al día siguiente tuvieron una casta charla, en la que tocaron los típicos temas de adolescentes: música, cine, deportes y cosas así.

Recuerden que para calcular el área bajo una curva hay que usar las integrales, que supongo que ustedes dominarán bien.... -seguía impertérrito el profesor, pese a que ya casi nadie en el aula lograba disimular su aburrimiento, al tiempo que dibujaba en la pizarra el símbolo matemático correspondiente.

AnaSó se dio cuenta de que Miguel era de los pocos que seguía tomando notas. ¡Pobrecito mío!, pensó, si tú supieras la putada que te voy a hacer esta misma tarde. De nuevo el remordimiento se apoderó de ella, pero la sensación de peligro la empujaba a seguir adelante. Recordó de nuevo aquellas charlas con el tipo del chat. Se llamaba Julián y dio la casualidad que vivía en la misma ciudad que ella. Aquello fue algo inesperado y provocó que el sudor bañase el cuerpo de la chica, al tiempo que su sexo se mojaba. Su mente fue hacia la charla por msn que habían tenido el martes. El contenido sexual fue muy alto y ella, que estaba sola en casa aquella tarde, acabó follándose por los dos lados, casi sin darse cuenta de ello. Aquellas zanahorias eran las más felices de la huerta, no cabía duda. Cuando llegaba al clímax, AnaSó no pudo evitar escribir algo así como: "tengo ganas de quedar contigo, de sentir tu polla en mi culo". Se corría mientras leía que él aceptaba aquella invitación.

Señorita García, ¿le han quedado las cosas claras? -escuchó, mientras se daba cuenta que aquella pregunta de su profesor iba dirigida a ella.

Sí, por supuesto, muy claras -respondió ella, colorada como un tomate, avergonzada en el fondo por los pensamientos que tenía.

Pero ya no había vuelta atrás. Ella había quedado con aquel tipo y nada ni nadie se lo iba a impedir. El hecho de que la cita fuese esa tarde de viernes no hacía más que aumentar su nerviosismo. Miguel giró un poco la cabeza y miró para ella, con una carita de enamorado que no podía disimular. AnaSó le devolvió la sonrisa, pero en el fondo se sintió mal. Tal vez él no se merecía aquel engaño. Pero esta sensación de culpa se disipó cuando recordó las últimas palabras de su amigo del chat: "estoy deseando que llegue el viernes por la tarde para que descubras placeres que aún no te imaginas".

El sonido agudo del timbre la sacó de su embelesamiento. Ni se había dado cuenta de que era la hora de salida. Cogió su carpeta y su chaqueta, notando al ponerse de pie que tenía las braguitas mojadas. Se despidió de su novio "hasta el lunes, ya te dije que me iba al pueblo con mis padres". No había problema en eso: Miguel era crédulo y además estaba enamorado. Seguía convencida de que aquella especie de cita a ciegas, en la que podía terminar con el culo roto, era una locura, pero no pensaba echarse atrás. No después de haber esperado toda la semana. No después de desear que su culito tuviese un tratamiento adecuado.

Se arregló con esmero y a las siete de la tarde ya estaba en el bar en el que había quedado con aquel desconocido. Escogió un lugar alejado y discreto, donde sabía que no iba a encontrarse a gente conocida. Había visto varias fotos de Julián por internet, así que no le costó nada reconocerlo. La verdad es que no tenía mal aspecto: veinte y pocos años, un poco más bajo que ella (alrededor de 1,75), aspecto suave, pelo negro y ojos marrones. Tomó aire y se dirigió a él. Las presentaciones de rigor solo duraron lo que duró el primer cubata que pidieron. Cuando empezaban con el segundo, Julián decidió ir directo al grano:

¿De verdad que nunca lo has hecho por el culo?

No, nunca, pero tengo curiosidad por hacerlo -contestó ella, ruborizándose.

Tranquila, yo pienso llenar bien tu curiosidad y más cosas.

Aquella simple frase hizo que ella volviese a notar su sexo mojado. AnaSó pegó un largo trago a su vaso. Como buena deportista que era, no estaba acostumbrada a beber, por lo que esa segunda copa hizo que se pusiese contentilla. Ya no tenía miedo de nada, convencida de que lo que tuviese que pasar, pasaría. Si tenía que poner los cuernos a su novio, se los pondría. Si aquel tío quería su culito, lo tendría. Así de claro. El morbo de lo prohibido, de hacer cosas malas, actuaba en ella como un poderoso estimulante que recorría toda su sangre.

Cuando acabaron su segundo cubata, decidieron de mutuo acuerdo que ya estaba bien de preámbulos. El tío vivía cerca de allí, por lo que no se demoraron en llegar a su casa. Cuando traspasaron aquella puerta a AnaSó le temblaron las piernas. Aún estaba a tiempo de largarse, de acabar con aquella tontería, pero no quería hacerlo.

¿Quieres tomar algo? -dijo él, muy caballerosamente.

No, quiero que hagamos lo que hemos venido a hacer.

Y sin más le besó profundamente, metiendo la lengua hasta la garganta de aquel tipo. La cortesía de él desapareció como por arte de magia. Empezó a sobarla por todos los lados, mientras AnaSó sentía en su entrepierna la dureza de un paquete que se le antojaba enorme y delicioso. Ella estaba como flotando, presa de una excitación que no podía controlar y que nada tenía que ver con los encuentros sexuales que tenía de vez en cuando con su novio. No era ni mejor ni peor, simplemente diferente. Cuando se dio cuenta estaba completamente desnuda, sin que pudiese recordar como había perdido su ropa. Julián la miró de arriba a abajo, satisfecho.

Date la vuelta, preciosa, que te vea bien -dijo, como si tratase de alargar un poco aquello.

Aunque sentía algo de vergüenza, ella hizo caso. Se giró lentamente, mostrando sus glúteos firmes, redondos, duros, bien musculados por el deporte. Después se plantó frente a él, mostrando sus pechos grandes, los abdominales bien trabajados y el sexo cubierto de vello rizado. Él se quitó la camisa, los pantalones y, por fin, los calzoncillos. AnaSó se dio cuenta de que no había exagerado cuando hablo de 22 centímetros. Aquel pollón era enorme, largo, grueso, con una cabeza redonda y brillante. Sintió ganas de chupárselo y no se cortó lo más mínimo. Hizo que él se sentase en el sofá y ella se arrodilló entre sus piernas, empezando a lamer con calma aquel precioso glande. A su novio solo se la había chupado un par de veces, de modo breve. Pero aquello era diferente, ya que estaba ante algo espectacular. No habría muchas oportunidades de llevarse a la boca una herramienta como aquella, así que más valía aprovechar el momento. Metió en la boca lo que pudo, que no fue demasiado, mientras con sus suaves manos acariciaba dos testículos grandes y delicados. Aquella polla parecía crecer en su boca, hasta que alcanzó su máximo tamaño. En ese momento su amigo interrumpió aquella labor y dijo:

La primera regla es que debes estar muy excitada antes de practicar el sexo anal.

La tumbó en el sofá y empezó a dar lamidas a aquel coño mojado. Mientras, sus manos se posaban en sus tetas, amasándolas y pellizcando los sensibles pezones. AnaSó gemía y jadeaba, encantada por todo lo que estaba sucediendo. Ella estaba más que a punto, caliente, empapada, deseando sentir aquel descomunal miembro en su interior.

¡Fóllame! -gritó, algo descontrolada.

Como quieras. ¿Condón? -preguntó él.

Sí, por supuesto.

En la mesa había una caja de ellos, aunque AnaSó no se había enterado de ese detalle. Julián se puso uno y empezó a introducir sus dedos en el coño de ella. Uno, dos, tres. Lo estiró sin piedad, preparándolo para lo que se avecinaba. Ella trataba de disimular la expresión de dolor, pero aquello no duró mucho. Julián se colocó sobre ella, apoyó la punta en su coño y empezó a empujar. Se la metió sin contemplaciones, sin hacer caso de los leves gemidos de dolor que ella emitía. Aquella follada duró poco, apenas un par de minutos, ya que por lo visto él tenía ganas de pasar al plato fuerte de aquel suculento menú.

Cuando la mandó ponerse sobre el sofá, apoyada en las manos y en las rodillas, AnaSó empezó a arrepentirse de su estúpida idea. Aquella tranca le había dejado el coño dolorido, aunque eso no sería nada comparado con la suerte que iba a correr su culo. Un ligero temblor invadió su cuerpo cuando sintió las manos de él apoyarse en sus nalgas y separarlas.

Estate tranquila, que vamos a preparar este culito -dijo él, con un tono de voz excitado.

Para tranquilidades estaba ella. ¿No hubiera sido más fácil haberlo hablado con su novio y que hubiese sido él quien se lo hiciera? AnaSó se llamó idiota una y mil veces, por haber llegado tan lejos. Pero cuando notó una lengua cálida y húmeda posarse en su ano, un escalofrío recorrío su médula espinal, de abajo a arriba. Ese escalofrío disipó los negativos pensamientos que nublaban su mente. Cuando la punta de esa lengua empezó a jugar con su culito, no pudo reprimir un gemido. Era una sensación agradable, cosquilleante, diferente. Por toda respuesta ella separó aún más sus rodillas.

AnaSó no supo decir cuanto tiempo duraron aquellas lamidas, pero le pareció una eternidad. En un momento dado la lengua fue sustituida por un dedo cubierto de una sustancia grasienta, indeterminada. El frescor de aquello la hizo estremecer. "Mierda, debe ser vaselina o algo parecido, este bruto me va a encular de verdad", pensó ella. Pero sabía que la situación ya no era reversible, así que decidió resignarse a su suerte. Chupó dos dedos de su mano derecha, los alargó hasta su clítoris y empezó a darse un delicioso masaje circular. La unión de aquellas dos caricias le pareció deliciosa. En ese momento un dedo apretó su ano, haciendo que se abriese con aparente facilidad. Entró hasta el fondo, arrancando un suspiro de la boca de ella. Sintió dentro de su cuerpo como aquel dedo juguetón se movía. Salió y entró varias veces, haciendo movimientos circulares.

Creo que esto ya está a punto, preciosa -comentó él.

Pero AnaSó ya casi no escuchaba. Seguía acariciándose el clítoris, notando como el placer aumentaba dentro de ella. Cuando la verga enfundada de Julián se posó en el punto crítico, ella, por instinto, trató de retirarse hacia delante. Pero las manos del tío agarraron firmemente sus caderas. No había escapatoria y aquella polla enorme empezó a presionar. Apenas había entrado unos centímetros cuando un dolor terrible llegó al cerebro de la chica. Chilló como si la estuvieran matando, pero esto no desmoralizó a su amante. Empujó con firmeza, enterrando de modo gradual su pene en el culo de ella. Para AnaSó cada centímetro que aquello entraba era un suplicio. Sentía un dolor agudo en el culo y la cabeza le daba vueltas. Por su mente pasaron encadenadas una serie de imágenes: las explicaciones del sólido rígido de aquella misma mañana, la bofetada que había soltado a una jugadora del equipo rival en el último partido de baloncesto que había jugado, la carita de enamorado de su novio y muchas cosas más, mientras aquello seguía taladrando su culo virgen.

La penetración completa no duró más de un minuto, pero ella había perdido la noción del tiempo. No obstante, su sensibilidad se había agudizado de modo increíble, por lo que pudo sentir las pelotas de él rozar contra sus nalgas. En medio del dolor pudo deducir que eso significaba que ya se la había metido toda. Apoyó la cabeza en el brazo del sofá y, mientras con la mano derecha se sobaba el clítoris, mordió con fuerza los nudillos de la izquierda. No quería gritar, pero aquel dolor era insoportable, incluso para una chica poco quejica y acostumbrada a los esguinces de tobillo, como era ella.

Una especie de placentero alivio la invadió cuando él la sacó lentamente de su culo, pero el dolor volvió a subir de intensidad cuando volvió a entrar. Al cabo de cuatro o cinco entradas y salidas notó que el dolor empezaba a remitir un poco. Sintió molestias en su mano izquierda, causadas por la presión de sus dientes sobre sus nudillos. Buena señal, se dijo, ya no me duele tanto el culo. También pudo darse cuenta de que su coño estaba chorreando flujos, circunstancia que achacó a lo morboso de aquella situación.

Cuando estaba empezando a disfrutar, su amigo la sacó del todo. Oyó un sonido similar al que se produce al descorchar una botella de cava y sintió su culo vacío, que se cerraba lentamente. Llevó su mano izquierda hasta su ojete y lo tocó. Estaba caliente, muy caliente y abierto. Tenía su ano convertido en un enorme agujero, cuyos bordes estaban doloridos.

Es que, verás, con condón no acaba de gustarme -dijo él, al tiempo que se quitaba el preservativo.

Ella no tuvo tiempo a objetar nada. Aquel trozo de durísima carne volvió a entrar en su cuerpo, con mucha más facilidad que la vez anterior. Recogió su mano izquierda con rapidez, para volvérsela a morder. AnaSó sufrió de nuevo el dolor, pero era menos agudo, más mitigado que la vez anterior. Pero en cada centímetro de su culo y de su intestino podía sentir las entradas y salidas de aquella polla. Las sensaciones se extendieron por todo su cuerpo, como una mezcla de deliciosos estímulos. Ya no pensaba en el dolor, sino en el placer. Le parecía increíble que aquella cosa enorme pudiera deslizarse con cierta facilidad dentro de ella.

Cada vez estaba más excitada, hasta el punto que empezaba a gustarle aquella brutal enculada. Pudo notar como cada vez más flujos resbalaban perezosamente por los sus muslos, mientras se masturbaba el clítoris sin tregua. Su amigo cada vez la follaba con más rapidez, aumentando el ritmo y la fuerza de sus acometidas. AnaSó se sentía morir, percibiendo como el placer se iba extendiendo lentamente por todo su cuerpo. Se sorprendió cuando estalló en un brutal orgasmo. Presionó con fuerza su clítoris y dejó que aquella larga oleada de placer se apoderase de ella, al tiempo que aullaba como un animal en celo.

El orgasmo fue tan intenso que casi hizo que ella perdiese el sentido. Su mente se nubló, mientras sentía que se corría sin parar. Cuando esas sensaciones fueron disminuyendo, notó algo cremoso y caliente que llenaba sus intestinos. Acto seguido, aquella polla salió de su culo. La siguiente sensación que tuvo fue un ligero escozor dentro de ella, que acompañaba al reflujo de aquellos líquidos que acababan de inyectarle. El semen empezó a escurrir por su culito, acompañando sus últimos suspiros de placer. Recibió un delicioso beso en la nuca y escuchó:

Lo has hecho muy bien, nena. Deberíamos repetirlo otro día, ¿no crees, muñeca?

Ya lo veré –respondió ella, muy seria- y haz el favor de dejar de decirme cosas como nena o muñeca, eso no viene a cuento, ¿vale?

Después de asearse, se despidió de su amigo. Podría haber alargado la sesión con él, ya que nadie la esperaba, pero decidió que por aquel día ya estaba bien. A fin de cuentas el objetivo de aquella cita se había cumplido con creces. Caminó hacia su casa, con el culo ardiendo. De vez en cuando notaba como el semen que aún estaba alojado en su intestino resbalaba por su culo, mojando sus braguitas. Esa noche tuvo que dormir boca abajo y el dolor fue en aumento durante todo el fin de semana.

El lunes por la mañana volvió a clase a las nueve en punto. El dolor que sentía en su culito provocaba que no pudiese caminar con comodidad, por lo que se vendó un tobillo y explicó a sus compañeras y a su novio que se había lesionado ligeramente cuando ensayaba una entrada a canasta. Cinco minutos después llegó el profesor de física, que empezó diciendo:

Recordarán que estábamos tratando el tema del sólido rígido.

AnaSó sintió un escalofrío al oír aquello. Su mente se retrotrajo al viernes y a las divagaciones que había tenido en aquella aburrida clase de física. Cerró los ojos y se imaginó de nuevo como aquel sólido rígido abría su culito y rotaba en su interior.

¿Se acuerda usted de lo que hablábamos el viernes, señorita García? -preguntó el profesor, viendo la expresión ausente de ella.

Aunque no me crea, me acuerdo perfectamente de todo lo del viernes, profesor. Puedo recordarlo con todo lujo de detalles -respondió ella, sonriendo.