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EL ZORRO Y EL SARGENTO GARCIA

 

 

"Estimado pueblo de California, éstos son los traidores del pueblo y como tales tendrán su merecido" dijo el capitán Monasterio e hizo la señal para que el verdugo colgara a los dos pobres campesinos acusados sin razón.

De repente una sombra cayó sobre el patíbulo.

"El Zorro!!!" gritó a coro todo el pueblo que estaba en el lugar presenciando los caprichos y desmanes de Monasterio.

Cual saeta, el Zorro lanzó su látigo para tomar la mano del verdugo. Tiró fuerte y éste salió despedido del patíbulo como si se tratara de un maniquí.

El capitán Monasterio indignado, ordenó: "A él, inútiles. Lo quiero vivo o muerto!!!"

El sargento García junto con varios soldados fueron por el encapuchado negro.

El Zorro desenfundó su sable, cortó las cuerdas de los infelices condenados, quienes prestamente desaparecieron en la multitud. Acto seguido, se volvió para evitar el golpe que intentaba asestar uno de los soldados. Comenzó pues, una feroz batalla desigual entre el enmascarado y la tropa del capitán Monasterio. Trenzado ahora en duelo de sable con tres súbditos al mismo tiempo, el paladín de la justicia los derribó, y llamó a su fiel caballo con un silbido largo. Cual corcel obediente, Tornado apareció con su color negro azabache resplandeciendo por los últimos rayos del sol de esa tarde.

Un empujón a dos soldados más, y el encapuchado saltó directamente a la montura de su pingo. Otros dos soldados intentaron vanamente detenerlo, pero Zorro los pateó y comenzó a cabalgar a toda velocidad hacia la salida del pueblo.

"A sus caballos, mis soldados" gritó el sargento García, tomando él mismo el suyo propio. Pisó el estribo, se agarró muy fuerte de la montura y se subió a la bestia como pudo, con bastante esfuerzo por cierto. Sus 150 kilos de peso para su metro setenta y cinco de altura, era un suplicio para cualquiera que lo tuviera que cargar, aún tratándose de un animal. Junto a cuatro de sus subordinados, el inmenso oficial salió tras el encapuchado.


El Zorro se percató de ello y enfiló hacia el bosque de las afueras del pueblo, donde tenía preparadas algunas sorpresas a sus perseguidores. Uno a uno fueron cayendo en sendas trampas dentro del lugar. Cuerdas estratégicamente colocadas transformaron en armas letales las rocas que esperaban sobre los árboles para poner fuera de combate a dos de los soldados. Un pozo oculto con matorrales en medio del camino fue la trampa infalible que bastó para detener a otro de ellos que cayó dentro de él con su caballo. Quedaba uno aún, además del sargento.

El Zorro se ocultó entre los árboles, y dejó pasar al sargento García que iba delante. Cuando apareció el soldado que faltaba, el paladín lo sorprendió y lo puso fuera de combate.

Ahora sólo quedaba el obeso sargento.

Ya casi no quedaba luz natural. Las sombras caían sobre el bosque. El sargento García aminoró la marcha, ya que no escuchaba ningún trote de caballos. Ni los de su contrincante, ni los de su propio bando. Creyó ver una sombra por detrás suyo.

Giró.

Nada.

Cuando volvió su vista hacia el frente, se aterró. El Zorro sostenía su sable apuntándole directamente a la garganta.


"Qué sorpresa mi querido amigo" dijo el encapuchado negro "Bájese del caballo, por favor".

García obedeció sin oponer resistencia.

El Zorro se le acercó. Lo olió. Puso cara de asco.

El sargento García no era precisamente una persona pulcra. Siempre llevaba una barba de un par de días mal afeitada. La ropa sucia delataba con certeza no haber tomado un baño por varias jornadas. Un olor a transpiración casi insoportable, mezclado con olor a orina, posiblemente de algunas meadas en lugares inapropiados, con mucho apuro y sin sacudírsela antes de guardar.

Usted nunca se preguntó por qué el Zorro jamás hirió al obeso sargento García? Por qué nunca jamás le hizo un rasguño siquiera?

El Zorro sentía una extraña atracción por este regordete rival. No sabía qué era lo que le atraía más. Talvez la inmensa figura del sargento lo delataba como un cazador de gordos sin saberlo. Talvez la respuesta escondía algo más perverso, algo más pervertido, quizás hasta algo más morboso. Posiblemente le atraía la falta de pulcritud del enorme secuaz de Monasterio. Algunas veces lo obsceno, lo grosero, lo repugnante, lo asqueroso, puede resultar muy excitante. Y otras, todas las opciones combinadas pueden llegar a ser un cóctel irresistible.

Sea como sea, con el sable aún en su mano derecha el Zorro le aflojó los pantalones con dos estocadas certeras y vertiginosas. Muy lejos de caer, sus lienzos estaban aún atrapados en esa pelota que tenía por abdomen. Un tercer corte transversal, finiquitó el trabajo, y al fin cayó dejando al avergonzado sargento en paños menores. Unos calzoncillos que alguna vez fueron blancos, ahora estaban adornado con dos manchas grandes amarillas en su parte delantera, seguramente de orina, y otra más de dudosa procedencia junto a aquellas, aunque posiblemente de semen. Lo más difícil era determinar el tiempo que esas manchones yacían allí. Con razón ese olor asqueroso que todo el mundo sentía cada vez que se acercaba a él.

La siguiente orden del enmascarado fue hacerlo arrodillar. Éste obedeció presto, ya que ahora volvía a tener el arma blanca apoyada en su garganta. El Zorro extrajo de uno de sus bolsillos, un pañuelo negro similar al que él mismo usaba para ocultar su verdadera identidad. Le vendó los ojos al pobre obeso hincado sobre el camino de tierra.

"Por favor, Zorro, no me mate" rogaba García sollozando a cada momento.


"No es la idea" contestó el otro yo de Diego de la Vega mirándolo en forma libidinosa, y dándole la vuelta para ahora ponerse a sus espaldas. Por supuesto que también tenía sucios la ropa interior en su parte trasera, una mancha oscura y seca emergía de entre sus nalgas apretadas del susto, posiblemente fruto de un cagada mal limpiada.

Zorro le tocó los muslos con el sable, obligándolo a abrirlos lo más posible.

Se acercó, y con una mano le tocó el trasero. Repitió la operación, pero esta vez por dentro de sus interiores. El sargento temblaba de terror sin atinar a decir palabra alguna. La mano le tocó ambos glúteos, y fue por su ano. Se percató que llevaba puestos los guantes negros, la retiró, dejó su mano al descubierto, y volvió al ataque. Metió nuevamente su diestra hasta tocarle su agujero sucio con los dedos. Jugó un rato allí hasta que al sargento se le escapó una ventosidad la que ayudó al Zorro a lograr alcanzar una erección considerable. Continuó jugando alrededor del orto apretado de su obeso oponente hasta que logró lo que quería. Su erección que hasta ese momento se conservaba en el más absoluto de los secretos, ahora amenazaba con revelar su identidad.

Volvió a ponerse al frente del gordo y ordenó que abriera la boca.

García obedeció resignado y sin volver a oponer resistencia. El Zorro volvió a poner la punta del sable en la garganta del enemigo, apretó un poco más como para hacerle sentir el arma, y acto seguido algo penetró por la boca maloliente del sargento.

"Chupa, pero no vayas a morder porque te ensarto" le dijo finalmente.

Obedeció.

Abrigó con sus labios lo que el Zorro estaba introduciendo en su boca, y comenzó a mamar, temblando con un miedo atroz. Continuó durante un interminable par de minutos, hasta que unos pasos de caballo hicieron poner alerta al Zorro.

"Maldición!!!" susurró mientras intentaba guardar lo que el sargento estaba chupando, pero le costó bastante por la dimensión que había tomado.

"Sargento García !!!" se escuchó de repente. El grito provenía de muy cerca. Ya estaba oscuro, apenas un reflejo de luna se veía cerca de donde ellos se encontraban en ese momento y no se divisaba nada, más allá de los matorrales cercanos.

El Zorro agarró a Tornado y sin hacer el menor ruido se escondió entre unos arbustos después de marcarle una "Z" con su arma en los calzoncillos justo sobre la nalga derecha del obeso sargento.


Uno de los soldados estaba buscando a sus compañeros.

"Sargento García !!!" gritó nuevamente.


Diez segundos después, el soldado vio a su superior arrodillado, encapuchado y con los pantalones bajos y hecho trizas.

"Sargento García, que le sucedió?" intentó averiguar sorprendido.

"No lo ve por aquí, soldado?" preguntó temblorosamente.

"A quién, mi sargento???" gritó mirando hacia los costados.

"Al Zorro, idiota. Recién estaba aquí, lo estaba dominando y de repente me hizo caer los pantalones y me puso esto en la cabeza para que no lo pudiera seguir." Mintió García.

 

 

 

 

El Zorro llegó a su mansión. Saludó a Bernardo, el fiel mayordomo mudo, y éste se le acercó. No pudo evitar olerlo y le preguntó con gestos acerca del significado de ese olor nauseabundo que tenía impregnado.

Zorro atinó a hacerle el ademán de la panza del sargento García, y Bernardo entendió. Puso cara de asco. Y su amo asintió: "Sí, Bernardo, pobre sargento, cada día huele peor:"

 

 

 

 

 

Eran las 4 am.

La oscuridad era total. Unas nubes cubrían la luna y la humedad reinante hacía sospechar que un diluvio era inminente.

El sargento García estaba durmiendo en su cama de dos plazas y media, boca arriba y completamente bañado en sudor. El calor era insoportable, y ni siquiera la ventana abierta hacía correr un mínimo de brisa. Una sábana cubría al sargento que dormía en su ropa interior completamente despatarrado. El olor nauseabundo que emanaba de su habitación era digno del peor de los retretes. A los aromas de orina y excremento provenientes del baño y de su entrepierna, se agregaban los de la transpiración de las axilas, abdomen, y de cada una de los rollos desparramados por todo su obeso cuerpo. Sin olvidarnos además de las flatulencias despedidas sin cesar.

Se despertó de repente sobresaltado cuando sintió que unas manos le acariciaban los muslos del lado interno por dentro de las sábanas..

El obeso sargento no recordaba haber recogido a ninguna de las prostitutas que solía llevar a su cama de tanto en tanto para que le practicaran el sexo oral. Meretrices que recogía en la plaza central del pueblo, so pena de denunciarlas por ejercer su trabajo en lugar público. Una por vez, y no necesariamente todas las noches.

Qué mujer de la noche, por más que se precie, podría hacerle sexo oral a este inmundo y mugriento obeso tan sólo por obtener la única recompensa de no ser denunciada? Quién preferiría semejante sacrificio infrahumano a pasar un par de días en la cárcel del pueblo? Quién realmente estaba dispuesta a hacer ese trabajo con tan repugnante ser?

A decir verdad, todas y cada una de ellas.

Porque también pasaba por allí el impotente capitán Monasterio a llevarse al azar para su cama a cualquiera que estuviera en la plaza. El tema era que el cruel capitán culpaba a la profesional de turno por su falta de erección, e invariablemente le daba una feroz paliza. Varias veces sus víctimas fueron hospitalizadas con severas heridas ya sea hechas con puñetazos, puntapiés o con el látigo mismo.

Ir a parar a la cárcel?

Tampoco.

No sé qué cosa era peor. Allí debían satisfacer los bajos instintos de toda la guardia entera y en ambos turnos.

Por tal motivo, todas preferían hacerle el servicio al tierno, manso, pero asquerosamente sucio y obeso sargento García.

Como se dice, realmente ése era el mejor de los males.

Luego de la borrachera para intentar quitarse de la mente lo vivido con el Zorro esa tarde en el bosque, no podía recordar ni siquiera dónde vivía, Era un milagro que hubiera podido dar con su propia casa y no pretendía acordarse si había o no levantado a una puta en la plaza esa noche.. Solo pensar en el incidente con el enmascarado lo sumía en un terror que le helaba la sangre, y a su vez sentía la peor de las vergüenzas por lo ocurrido y rogaba a Dios que nunca nadie se enterara de ello jamás.

No recordaba haber levantado a nadie esa noche, pero era un hecho que definitivamente sí había sucedido, y alguna de ellas estaba ahora dentro de su cama por debajo de la sábana y acariciando su entrepierna.

Las manos que hacía un momento le habían explorado sus inmensos muslos, fueron por sus asquerosamente inmundos calzoncillos y se los bajaron hasta las rodillas.

Esas mismas manos se deslizaron ahora por sus testículos y se los acariciaron delicadamente, y a continuación siguieron su camino hasta su miembro que comenzaba a ganar gran tamaño.

El obeso sargento sintió cómo una lengua viciosa comenzó a lamerlo.

"Sí, puta de mierda, lame a tu sargento" susurró entre dientes mientras abría un poco más aún las piernas, soltando una ventosidad.

Ahora una boca golosa metió todo su glande dentro, y comenzó a succionar.

"Sí, sí, hija de puta, cómete la sucia pija de este obeso" volvió a susurrar mientras aceleraba su respiración y acompañaba el movimiento con su cadera.

Tras cinco minutos de sentir esa mamada antológica, El sargento García volvió a murmurar con su excitación ya al borde del caos:

"Sí, yegua de mierda, sigue, sigue así".Mientras se movía acompasadamente cogiendo esa boca caliente.

De pronto sintió que una de las manos empezó a recorrer cuesta arriba su vientre, pasando por su ombligo, acariciando su enorme pecho, y se detuvo en su pezón izquierdo, apretándolo y retorciéndoselo, mientras deslizaba la otra mano barranca abajo nuevamente hacia sus testículos, y comenzaba a ascender en sentido contrario hacia su raja. Sintió que un dedo le rozaba el agujero del ano.

"Sí conchuda de mierda, métemelo dentro. Hazme gozar como nunca lo has hecho antes" dijo ahora con una voz excitada e incontrolada, ya casi fuera de sí.

Un dedo se le introdujo en sus entrañas, al tiempo que un sonoro pedo se escapaba de su culo mientras continuaba retorciéndose de placer. Pero cuando entró el segundo, y ambos comenzaron a moverse dentro de él cual vibrador enloquecido, ahora fueron dos las ventosidades que despidió que dejaban en clara evidencia que la excitación dejaba paso al descontrol total, y que lo inminente no iba a tardar en llegar.

"Sí puta sucia, trágatela toda" gritó llegando al clímax y descargando todo su esperma dentro de la boca que succionaba con fruición todo el cuantioso líquido vertido.

Hasta que cesaron los espasmos del sargento.

La boca que no dejó escapar ni una sola gota de semen hizo sonar chasquidos con su lengua sobre los labios en señal de satisfacción, y acto seguido comenzó a lamer los gordos y peludos testículos del sargento García, hasta que éste comenzó a roncar, quedando profundamente dormido.

 

 

Comenzó a llover.

Un relincho.

Y un corcel negro azabache transportando a su amo, comenzó a alejarse vertiginosamente del hogar del obeso sargento García.

Mas de zesna

Fin

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