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El gordo mayor (5)

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EL GORDO MAYOR (5)

CAPÍTULO V: RÓMULO Y REMO

 

Creo que si esa vez no me cagué encima de mis pantalones, supongo que nunca lo iré a hacer.

Los dos doberman me miraban con cara de pocos amigos. Era lógico, al fin y al cabo yo era el que estaba invadiendo su territorio.

Un gruñido sordo se escuchaba como un eco, ya que ambos lo emitían al unísono. Y tuvieron la precaución de hacerme saber de esos dientes terriblemente afilados que tenían cada uno. Comencé a rezar, rogando que Eduardo apareciera lo antes posible.

Yo estaba petrificado y los perros que nunca supe distinguir ya que me parecían hermanos gemelos, me mantenían en jaque.

Intenté recordar cuando fue la última vez que había estado tan aterrado, y no me vino ninguna otra experiencia ni siquiera lejana a la memoria.

De dónde mierda habían aparecido estos animales?

Pensé que finalmente iba a salir por lo menos algo lastimado cuando Eduardo apareció y apenas me vio en la situación que me encontraba, se asustó. Es que, como me dijo luego, yo estaba tan pálido como un papel.

"Rómulo sit. Remo sit." Ordenó, y ambos mastines se sentaron.

Se acercó a mi, y comenzó a limpiarme toda la suciedad que tenía sobre todo el cuerpo con una esponja .


"Pobrecito, mi niño. Discúlpame, por favor. No me di cuenta que los perros estaban cerca." Noté verdaderamente mucha preocupación en sus palabras. "Es que no es habitual que haya gente que les sea extraña por la casa."

Gracias a Eduardo, hoy conozco mucho más acerca de los doberman.

Me dijo que era una raza de perros de guerra que fue creada por expreso pedido de Hitler mediante cruzas y algunas alteraciones genéticas. De hocico muy pequeño pero con una fuerza descomunal. Son muy leales a sus amos pero sufren de un gran problema. Tienen el cerebro demasiado grande para la cabeza tan chica y eso les da una jaqueca permanente, lo que los hace demasiado inestables. El dolor de cabeza siempre está presente, pero a veces se hace más agudo aún, y es cuando son muchísimo más peligrosos todavía. Me quedó claro que ellos cambian de humor más rápido que yo de calzoncillos. Más que temerles hay que respetarlos, y sin lugar a dudas, más vale tenerlos como amigos.

Eduardo me demostró todas las señales de afecto delante de los animales, para que se fueran acostumbrando a la idea que yo no era un desconocido para nada, ni mucho menos un enemigo

"Remo go." Dijo, y uno de ellos se levantó y salió por donde había venido.

Lo gracioso fue que el otro lo miró como preguntándole "Y yo? Me voy a quedar aquí?" Pero hasta que Eduardo no se lo indicó de la misma forma, no se movió del lugar.


Cuando finalmente el segundo can obedeció, se fue lentamente, casi majestuosamente, diría yo, pero no me gustó en lo absoluto la mirada que me lanzó. Adivino que era por lo menos desafiante.

Pensé, sin embargo, que era admirable ver como tan peligrosos seres son también muy obedientes a sus amos.

 

"No sabía que dejaba a los perros pasearse por toda la casa." Dije cuando el alma me volvió al cuerpo.

Fuimos a un rincón donde había una ducha, y Eduardo mismo me enjabonó y me enjuagó, para quitarme todo resto de suciedad. Me emocionó que fuera él mismo que lo hiciera, ya que siempre me gustaba hacérselo yo a un gordo.

Una vez limpio totalmente, nos abrazamos y besamos.

 

 

"Recuerdas que una vez te dije que tengo alguna forma de satisfacerme sexualmente dentro de mis posibilidades y que luego dejé para contarte en otro momento?" tras asentir, continuó. "Bueno es que estos perros son los que me otorgan el placer cuando estoy necesitado."

No pude ni siquiera sospechar qué era lo que me quería decir concretamente..

"Estoy intrigado por ver cómo." Le dije con muchas ansias.

"Remo, come here." Dijo. Y como si estuvieran esperando tras una puerta abierta, irrumpió corriendo al instante uno de ellos.

Eduardo se sentó sobre el asiento plegable con las piernas abiertas, y se echó para atrás quedando recostado.

"Remo, lick." Bastó que le dijera, para que el doberman se le acercara y comenzara a lamerle los testículos.

Me quedé atónito.

"No sabes el placer que se siente." Dijo y le creí pero no dejaba de ver el lado peligroso del asunto. "Rómulo, come here." Gritó, e irrumpió de igual modo el otro animal.

Éste último pasó frente a mi caminando despacio, igual que antes, sin ningún apuro, en forma demasiado distinta al otro can y otra vez sin quitarme los ojos de encima, gruñiéndome por entre sus dientes, como dejándome bien en claro quién mandaba aquí.

Era posible que me estuviera retando?

"Dios mío, deben estar celosos." Dije en voz alta.

"Lo están, pero no te preocupes, mi niño." Y agregó esta vez al perro que acababa de entrar. "Rómulo, lick." Y se sumó al otro doberman en la misma tarea de lamerle los genitales, ambos simultáneamente.

Ambas lenguas le acariciaban y golpeteaban repetidamente los testículos. Eso era muy excitante sólo de ver. Supuse que lo sería muchísimo más al sentirlo. Estuve seguro que el placer de Eduardo debía ser indescriptible, pero nuevamente, no quise estar en su lugar.


"Quieres probar tú?" me preguntó como leyéndome los pensamientos.


"Noooooooooooo, en absoluto. No es algo que me vaya a quitar el sueño si no conozco la experiencia." Dije, aterrado con la posibilidad de verme castrado por cualquiera de estos perros. "Estos animales me ponen nervioso."

Eduardo se retorcía sobre el asiento, pero no noté ningún signo de erección en su pene. Continuaba desaparecido. Sólo gozaba sin excitarse.

 

 

"Remo go." Dijo finalmente, y éste dejó el lugar corriendo. "Rómulo go." Agregó y también éste otro obedeció, sin antes volverme a gruñir de camino a la salida, exactamente de la misma forma lenta que lo había hecho anteriormente y sin quitarme los ojos de encima hasta que desapareció tras una puerta.


Dios mío, sólo Rómulo era el que tenía algún problema conmigo. Sentí un escalofrío correr por mi espalda. Ese perro me estaba amenazando, sin ningún lugar a dudas.

 

 

 

Nos vestimos y fuimos al comedor, que ya estaba puesta la mesa.

Muy pocas veces había asistido a una comida como las que toman los de la clase muy alta. Quiero decir con esto, que muchos platos con distintas variedades de alimento frío estaban sobre un mantel impecable. Además de todo eso acerca de los cubiertos para cada plato, cuchara para esto, cuchara para lo otro, lo mismo para con los cuchillos y tenedores, exactamente igual de ridículos, que nunca voy a terminar de entender por qué, ya que actualmente, en mi casa, soy yo mismo el que lava la vajilla, y cuanto menos haya siempre es mejor.

Lo cierto es que tampoco había visto platos preparados como los que vi allí, y muy lejos de ser sofisticados, eran preparados con ingredientes demasiados habituales.

Había una fuente con cubos rojos, lleno de hojitas verdes. Me pareció reconocer los ingredientes, pero ante la duda, pregunté qué era, y Eduardo llamó al chef que me explicó que eso era sandía cortada en dados al cual se deben extraer todas las semillas cuidadosamente y condimentada con bastante perejil crudo muy picado.

"Qué cosa???" pregunté asombrado.

"Prueba, por favor y me dices." Suplicó Eduardo.

Tomé un cubo de sandía con bastante perejil sobre él, y me lo llevé a la boca con temor.

Se me hizo agua a la boca.


"Dios, qué cosa más rica." Dije y sin demostrar disimulo, me serví más en el plato.

"Lo que sucede con el perejil crudo, es que realza el sabor de las comidas." Dijo el chef. "Quieres probar esto otro?" Preguntó mostrándome otra fuente que contenía una ensalada de lechuga, tomate, y varias cosas más que no reconocí de inmediato.

"Sí, pero por favor dígame primero que contiene." Solicité.


"Cómo no. Es básicamente una ensalada de lechuga y tomate con repollo colorado cortado muy fino, al que se le agregan trozos de durazno sin piel cortados en dados, nuevamente bastante perejil muy picado, apio, y se condimenta con aceite, sal, orégano, el jugo de un limón y el de una naranja." Dijo con una sonrisa.

Puse cara de no saber si me iba a gustar.

"Prueba." Me pidió nuevamente mi amigo.

Lo hice, y me gustó tanto que realmente aún hoy preparo esa delicia. Es una de mis ensaladas preferidas.

El menú incluía caldo de pollo, rosbif mechado y servido con salsas varias que tenían como base la mayonesa. Algunas con aceitunas, otra con morrón colorado, otras combinadas con ketchup, haciendo una especie de salsa golf. Todo eso acompañado con ensalada de papas también cortada en forma de dados, con cebolla, un poco de aceite de oliva, sal y mucho perejil y orégano, con el agregado del jugo de un limón que le daba un sabor realmente especial.

Luego como segundo plato, sirvió pollo trozado con bastante condimento, pero muy suave, acompañado con un puré de manzanas con perejil y nueces.

Por todos los cielos, qué cosas me hubiera perdido de no haber conocido a este chef. Dicho sea de paso, gracias a él, comencé a ponerle perejil crudo a casi todas mis comidas.

Como postre, simplemente helado de frutilla.

"Delicioso. No siempre me gustan los helados de sabor frutilla. De qué heladería es?" pregunté apenas lo probé.

El chef y Eduardo se miraron y sonrieron, antes que aquél volviera a la cocina.

"No, hijo. El helado lo hace siempre él. Y no es de sabor frutilla. Es de frutilla. Con frutillas de verdad."

"Por Dios, necesito esta receta. Es muy difícil de hacer?" Pregunté ansioso por conocer cómo hacer uno de los helados más sabrosos que había probado en mi vida.

El chef volvió con más porción del helado para ambos.

"Es muy fácil de hacer. Cocinas dos terceras tazas de jugo de limón, junto con la misma cantidad de jugo de naranja, mezclado con una taza de azúcar. Cuando hierve, has hecho un almíbar. Lo dejas enfriar, y licuas medio kilo de frutillas junto con el almíbar. Cuando está pronto, bates una sola clara de huevo con la batidora, ojo que es clara y no yema, eh?. Decía que bates una clara a nieve, y le agregas el licuado. Y listo, así de fácil. Cuando está bien mezclado, lo pones en un pote y va al freezer. Esperas a que se endurezca, y te quedan dos litros del helado más delicioso de frutillas que puedas probar."

Quedé atónito por lo verdaderamente sencillo que era hacerlo. Y realmente no podía creer lo delicioso que quedaba.

Cabe agregar aquí, que efectivamente ya me he hecho el helado de frutillas demasiadas veces, y respetando esa receta, siempre fue igual de rico que en esa oportunidad.

Repetimos el helado una vez más.

Cuando terminamos, Eduardo me propuso ir a dormir una siesta.

"Hummm, está seguro que va a dormir?" Pregunté con mirada pícara.

"Qué? No me vas a dejar?" Preguntó y sonrió.

Subimos a su dormitorio.

Me pidió que le quitara la ropa a él primero, así podía verme desde la cama mientras me quitaba la mía.

Lo hice como me pidió.

Quité sus zapatos y medias, acariciándole los pies en forma disimulada.


"Oye, esto ya me lo has hecho antes en el probador, eh?." Se percató de repente. "Eres un pillo. Y yo un tarado que nunca se da cuenta de nada." Y sonrió.

Le quité la camisa, y desabroché su cinturón para continuar con su bragueta y dejarle caer los pantalones.

"No nos quitemos los calzoncillos, vamos a disfrutar de nuestros cuerpos de esta forma." Pidió.

También en eso le complací, ya que no necesitaba excitarme nuevamente en ese momento. Ahora yo también necesitaba algo de cariño, sentir amor.

Eduardo se introdujo entre las sábanas y observó, como él quería todas las fases de mi strip tease. Era impresionante ver esa humanidad dentro de su cama, tapado apenas con una sábana que cubría su gigantesca figura.

Quité mi camisa en primer lugar, luego hice lo propio con mi cinturón, y con mi pie izquierdo saqué mi zapato derecho y viceversa. Luego me deshice de ambas medias, y dejé caer mis pantalones.

Eduardo levantó la sábana para que me internara allí mismo a su lado.

Lo hice.

Sentí su cuerpo cálido pegarse al mío. Sus brazos me aprisionaron, y uno de sus muslos se subió encima de mis piernas.

Sentí amor verdadero. Uno no lo puede explicar, sólo que se siente cuando el amor está instalado allí.

Conversamos mucho. Casi al oído, con murmullos.

A veces con algunos besos, a veces con caricias.

Charlamos de esta relación. Ambos nos sentíamos muy cómodos, y disfrutábamos la compañía del otro.

No había necesidad de sexo continuo, eso era una buena señal. Sólo lo necesario. Eso quería decir que había algo más que lujuria, algo más que impulso. Así era como me gustaba a mi. Saciar la lujuria, pero que todo no se limitara exclusivamente a sacarnos leche mutuamente como ocurre habitualmente con este tipo de relaciones.

Estuvimos acostados por largo rato, abrazados, mimándonos. Sintiendo el calor corporal mutuo, hasta que finalmente me dormí. En paz y con esa tranquilidad.

Unas tres horas habían pasado cuando me desperté y noté que Eduardo no estaba al lado mío. Sentí que salía del baño y al verme me saludó con un "Buenas tardes, mi niño" y tras preguntarme si había dormido bien, me invitó a meterme en el jacuzzi con él. Nuevamente una proposición a la cual era muy difícil de negarme. Noté que Eduardo no tenía los calzoncillos puestos. Le contesté que sí quería, y volvió al baño a prepararlo.
Revisé entre las sábanas para ver si sus interiores estaban allí, y tuve la suerte de encontrarlo.

Me lo llevé a la cara, aspirando fuertemente para intentar excitarme.

 

Entré al baño, y Eduardo notó mi erección.

Entramos al agua y el calor y las burbujas me pusieron de una forma insólita. Todo eso agregado a los besos y caricias que recibía por todo el cuerpo como señal de afecto de mi abuelito.

Me pidió que me sentara en el borde del jacuzzi.

Me tomó el pene erecto con una mano, y comenzó a moverlo en forma muy lenta y suave. Sin apuro, sin ningún tipo de prisa, subía y bajaba su mano inmensa sosteniendo mi miembro duro. De pronto acercó su boca, y dudando, decidió intentarlo nuevamente.

Primero le pasó la lengua a mis testículos. Derecho e izquierdo. Nuevamente hizo la secuencia. Derecho e izquierdo. Repitió una vez más.

Me los besó. Una y otra vez.

Nuevamente. Muchos besos más.

Estaba haciéndolo bien. Despacio, como para tomarle la idea al asunto. La vez anterior que lo había intentado le había dado náuseas, y me había dicho que quería intentarlo más tarde nuevamente. Ahora había llegado ese momento.

Luego que me tomó el gusto, y ganó confianza en mi entrepierna, comenzó a lamer el tronco de mi verga. Comenzó desde los testículos, y la lamida continuaba cada vez más hacia arriba, hasta que finalmente alcanzó mi glande. Siguió las lamidas hasta la abertura de mi cabecita húmeda, y me la secó.

"Eres rico." Me dijo.

Sonreí.

Tanteó con los labios sobre mi prepucio, y lo besó. Me corrió la piel del pene hacia atrás, dejándome totalmente el glande al descubierto. Abrió su boca, y fue introduciéndoselo muy pero muy lentamente dentro. Yo no me movía para nada. Le estaba permitiendo tomarse todo el tiempo del mundo. Todo lo que fuera absolutamente necesario para él. Quién tendría alguna clase de apuro en mi lugar? Yo, seguro que no.

Cuando tuvo toda me cabeza dentro de su boca, apretó los labios, e intentó succionarme, e hizo una arcada, señal de que estaba a punto de vomitar. Retiró la boca. Tragó saliva, y se dispuso a intentarlo nuevamente.


"Si no puede está todo bien, abuelito." Dije resignado, para evitarle el disgusto que tuviera más náuseas.

"No, mi niño, realmente deseo hacerlo." Se sinceró. "Tal vez me lleve más de la cuenta, pero lo haré." Prometió.

Comenzó nuevamente como al principio.

Lengua a los testículos. Lamida hacia arriba hasta llegar al glande. Labios. Besos. Y nuevamente el momento de la verdad.

Se introdujo nuevamente mi cabeza en la boca, y otra vez las náuseas.

Mierda.

Muy lejos de darse por vencido, ahora era su amor propio que lo llevaba a no bajar los brazos.

Todo volvió a comenzar.

Esta vez cuando llegó a mi glande, hizo una arcada muy grande que pensé que vomitaría allí mismo, o que se atoraría por resistirse a expulsarlo.


"No te muevas de allí." Dijo, haciéndome adivinar que volvería por la revancha. "Ya vuelvo."

Estaba muy consciente del tremendo esfuerzo que estaba haciendo este obeso. Es que él no era homosexual. Nunca lo había sido, pero quería darme una mamada para devolverme parte del favor que yo le estaba haciendo.

Se cepilló y enjuagó los dientes.

Volvió a internarse dentro del agua y nuevamente se puso en posición para darme sexo oral.

Estuvo más tiempo con mis testículos. Lamió, besó, y ahora me los chupó, cosa que no había hecho antes. Lo mismo hizo con el tronco de mi miembro. También me lo chupó.
Llegó nuevamente a mi glande. Lo lamió muchas veces. Me lo llenó de besos, y abrió la boca suavemente para metérselo en la boca.

"Chúpeme el caramelo, abuelo." Dije para distraerlo. "Cómo lo necesito. Cómame, por favor."

Lentamente todo mi glande estuvo dentro de su cavidad bucal. Cerró los labios sobre él, y comenzó a moverse de arriba abajo. En forma muy despacio sin cambiar el ritmo.


"Te gusta, mi niño." Preguntó sin sacarse mi miembro de su boca.

"Mucho, abuelito. Mucho." Realmente me gustaba, y estaba emocionado por el gran sacrificio que estaba haciendo por mi.

Ahora comenzó a succionármelo siempre muy despacio.

Esperaba que se descompusiera nuevamente de un momento a otro. Hizo un par de arcadas, detuvo sus movimientos, pero esta vez ni siquiera sacó mi pene de su boca. Cuando se recuperó, prosiguió con la mamada. Nuevamente una arcada. Volvió a detenerse hasta que volvió a sentirse calmo y continuó a los pocos segundos.

Todo prosiguió lentamente pero no hubo más interrupciones.

Chupó repetidamente y cuando ganó confianza, agregó su lengua a la labor.

Tuve bien claro desde un primer momento que no le eyacularía dentro de la boca, podría ser catastrófico. Imagínense que casi vomita sólo con sentir mi verga en su boca, definitivamente no le iba hacer pasar por esa traumática experiencia.

Con el correr de los minutos, Eduardo se transformó en un experto. Recibí una chupada de antología sin apuro. El clímax me podía venir en cualquier momento.

"Abuelito necesito que me haga un favor." Dije con real intención que no se negara. "Necesito que me meta aunque sea un dedo dentro."

"Dentro de qué?" preguntó inocentemente.

"Ay, abuelito. Quiero que me penetre con su dedo." Rogué.


"Dios, te voy a lastimar. Has visto tú lo gordo que tengo mis dedos?" Me dijo con cara de espanto por lo que me podría causar.

"Sí, abuelo, y necesito su dedo más gordo. Métame el pulgar en el culo, por favor, que ya me falta poco." Mis jadeos le hicieron adivinar que yo estaba nuevamente descontrolado.

Yo mismo le tomé su mano derecha, y me llevé su pulgar a la boca. La tuve que abrir muy grande para poder metérmela toda.

"Creo que vas a necesitar más lubricación." Dijo, y fue a traer el aceite que estaba sobre la mesa de luz del dormitorio.

Yo ya me estaba retorciendo de placer con el sólo pensamiento de estar sentado sobre ese dedo monstruoso.

Miré a la puerta del baño y desde el preciso instante que el obeso apareció de vuelta, me fui imaginando cada paso que iba a dar mi violador.

PUM PUM PUM PUM

Ahí se acercaba King Kong, nuevamente, sólo que ahora desnudo completamente.

En una mano traía el frasco del aceite, y en la otra el falo que me iba a introducir en el agujero.

Entró otra vez al agua, me pidió que me diera vuelta para lubricarme el ano, y cuando lo hice, dejó caer el aceite sobre mi raja. Con un dedo me lo esparció, e hizo algo de presión por sobre mi orificio.


Retomé la posición anterior, sentado frente a él.
Dejó caer el lubricante sobre su pulgar, y le pedí que comenzara a chuparme nuevamente.

Lo hizo, y me puso casi al borde del orgasmo casi al instante.

Le pedí tan sólo que apoyara la palma de su mano en la baldosa delante de mi con el pulgar levantado.


Dios, realmente se veía muy gordo su dedo.

Levanté mis nalgas, y ya adivinando lo que se venía, comencé a agitar la respiración de una forma descontrolada. Eduardo movió la mano hasta ubicarla por debajo de mi ahora levantado trasero, mientras recomenzó con su mamada. Su pulgar tocó mi orificio anal, y comenzó a juguetear con él. Yo me movía en forma circular, sintiendo como me rozaba ese monstruoso pulgar, demorando la violación deseada. Cuando me detuve con los movimientos, el obeso hizo lo mismo con su dedo dejándomelo en la entrada misma de mis entrañas. Lentamente me fui sentando sobre él. Cuando el dedo se resistía a seguir su camino yo mismo hacía presión para que continuara hacia adentro. Subía y bajaba sobre ese gordo pulgar hasta que me dejé caer sobre él, con un dolor espantoso mezclado con un placer indescriptible. Eduardo comenzó a mover el dedo dentro mío, y un par de segundos después, le avisé que estaba a punto de acabar.

Muy lejos de sacar mi pene de su boca, se lo introdujo aún más dentro, y prosiguió con la succión.


"No, no, no, no." Dije desesperado, al mismo tiempo que una incontrolable eyaculación fue despedida de mi uretra camino directamente a la garganta de mi obeso abuelo.

Orgasmos interminables, placer indescriptible, culo ardiendo y palpitando alrededor de su grueso pulgar, pene en sus últimos espasmos, y el caliente vómito que salía de su boca sobre toda mi entrepierna era la extensa gama de sensaciones que sentía en ese momento y absolutamente todo al mismo tiempo.

 

El placer fue tal, que me desmayé.

 

 

 

 

Abrí los ojos.

Eduardo me estaba mimando.

Yo estaba sobre la cama sintiendo sus besos y caricias.

"Siempre gozas de esa forma?" Preguntó y nos pusimos a reír a carcajadas.

Me ardía el culo.

Le abracé poniendo mis brazos alrededor de su cuello. Nos besamos. Fue un beso muy largo, muy húmedo. Lentamente en primer lugar, para luego dejarnos llevar por la euforia y la desesperación, entrelazando nuestras lenguas, chupándolas e intercambiando saliva.

"Qué me has hecho, hijo?" Me susurró al oído una vez que nos despegamos de la interminable succión bucal. "No sé qué me pasa contigo. Esto es maravilloso y extraño a la vez."

No contesté. Sólo le regalé una mirada de compresión. A mi me sucedía exactamente lo mismo con cada obeso con el que mantenía una relación.

"Quieres bajar a cenar, o deseas hacerlo aquí?" Dijo de pronto.

"Cenar? Pero qué hora es?" Estaba sorprendido con su pregunta, ya que recordaba haber almorzado hacía muy poco.

"Son las diez de la noche. Es que estuviste inconsciente mucho rato." Miré el reloj en forma incrédula, y efectivamente había pasado todo ese tiempo. "Y no me aproveché de ti en lo más mínimo." Nuevamente ambos reímos.

Decidí bajar al comedor.

Antes fuimos a tomar una ducha, y por primera vez lo enjaboné como a mi me gusta. Lo enjuagué, y para no perder la costumbre, comprobé con la lengua que no le quedó jabón por ningún lado.

 

 

El chef nos deleitó nuevamente con sus exquisiteces, aunque esta vez comimos muy liviano.

De postre, una ensalada de frutas como nunca antes había probado.

"Caramba, pero qué tiene de diferente ésta ensalada de frutas, además del perejil." Sí había reconocido el verde ingrediente dentro de ella.

"Todas las frutas que tú le puedas poner, y además del perejil picado, tiene zanahoria rallada." Contestó el chef. "Le gusta señor?"

"Si, mucho." Repetí dos veces más como buen goloso que soy.

Eduardo miraba como comía, sonriéndome a cada momento. Muy pensativo.

En una oportunidad me sorprendió viéndole el trasero al chef cuando volvía a la cocina, y sonriéndome simplemente movió de derecha a izquierda el dedo índice, diciéndome que no.


Esa noche cuando estábamos en la cama, me preguntó muchas cosas acerca de mi vida.

Siempre con su gordo cuerpo caliente pegado al mío, y su muslo izquierdo sobre mis piernas, como para no dejarme escapar. Ni buena falta hacía semejante preocupación. Me gustaba ser el prisionero de mi abuelito obeso.

Sus demostraciones de cariño, de amor, no cesaban. Me gustaba la forma como me hablaba, despacio al oído.

Esa noche le conté parte de mi vida. Todo lo referente a mis gustos personales. Mis experiencias con los gordos que hubo en mi vida hasta ese momento, pocas pero muy intensas. Le dije que vivía con mi madre y mi hermano menor y que mi padre había fallecido hacía años cuando estaba en Buenos Aires. Cuando le conté acerca de mi relación con Daniel, lagrimeó y me dio un fuerte abrazo, acompañado de un beso.


"Si yo no fuera así de gordo, qué hubiera sucedido entre nosotros?" Preguntó con interés.

"Seguro que nada. No siento absolutamente nada por la gente que no es muy gorda. Además si usted no fuera gordo, seguro que no hubiera ido por la tienda, y todo hubiera sido muy diferente." Contesté honestamente.

"Sí, supongo que tienes razón. Es muy extraño el amor que tienes hacia la gente como yo. Aunque ahora tengo una duda. Tú lo que buscas es un cuerpo gordo solamente?"

"No, para nada. Yo busco un cuerpo gordo en un principio. Pero si luego no hay algo más, algo con más sustancia, la parte sentimental por ejemplo, entonces la relación no funciona." Y aquí le conté lo que sucedió con Arturo, quien fue el que finalmente me hizo decidir a viajar a la Argentina, y que al no existir algo más que lo físico, la cosa no funcionó.

Me preguntó si estaba arrepentido de algo en mi vida, y sinceramente le contesté que al menos en las partes más trascendentes de mis decisiones estaba realmente conforme con la forma en que había elegido resolverlas. No, definitivamente no tenía nada de qué arrepentirme.

Ante la misma pregunta que le hice a él, la respuesta fue bien diferente.

"Sí, tengo que confesar que por lo menos hay una cosa que no volvería hacer de tener la posibilidad de volver a vivir mi vida: no dejarme seducir por una prostituta como lo hice." Confesó demostrando tristeza.

"Si, pero como yo siempre digo, siempre hay que ver el lado positivo. Si no se hubiera dejado seducir por ella, no se hubiera casado, ni hubiera tenido el hijo que tuvieron, y posiblemente nunca hubiera ido por la tienda donde trabajo, y por ende jamás nos hubiéramos conocido."

Sonrió.

"Realmente eres especial." Dijo simplemente, y me apretó aún más contra sí mismo.

 

Dormimos en esa misma posición. Uno pegado al otro y con su pierna apoyada encima de mi.

Desperté en la madrugada.

Escuché los sordos ronquidos de mi abuelo sobre mi cara.

Lo miré en la penumbra.

Aspiré su aliento.

Lo olí, reconociendo su aroma.

Lo besé en la mejilla, y ahora me apreté yo aún más fuerte contra su cuerpo sujetándome de él para que no se me escapara.

Estaba en la misma cama con un obeso de casi 200 kilos de peso, ambos totalmente desnudos, y demostrándonos amor en cada acción.

Volví a dormirme con una sonrisa de oreja a oreja.

 

 

Desperté antes de las 8 AM.

Eduardo seguía dormido. Seguía prisionero de sus brazos y muslo.

Nuevamente lo besé en la mejilla, y de pronto abrió los ojos sobresaltado.

"Buen día abuelito." Dije besándolo nuevamente.


"Mmmmm, qué lindo es despertar así." Dijo desperezándose. "Qué feliz que estoy, mi niño."

Me dio un beso en la mejilla. Y le tomé la cabeza y le comí la boca desesperadamente. Nuevamente estaba muy excitado.

Le pedí que se acostara boca arriba sobre la cama con la sábana cubriéndolo. Cuando lo hizo, me metí dentro de ella y fui por su entrepierna.

Comencé a chuparle los muslos delicadamente. Lamiéndole cada milímetro de ambos. Subí con la lengua hasta sus testículos. El calor allí reinante era sofocante, y el olor a sus bolas me excitaba tremendamente. Chupé su escroto hasta secarlo, mientras con ambas manos le acaricié los lados internos de los muslos muy delicadamente casi como rozándoselos. En determinado momento, mi nariz chocó contra algo duro por encima de sus testículos, asombrándome sobremanera y muy gratamente.


"Dios mío, abuelo, la tiene parada." Fue lo que me salió en ese momento.

"Tú eres el que lo ha logrado, mi niño." Escuché entre las sábanas.

Comencé a lamer el caramelo que ya vertía abundante líquido preseminal.

Cuando finalmente lo dejé seco, me lo introduje dentro de la boca, succionando con fruición. No dejaba de acariciarle muslos y testículos. De pronto sentí un jadeo y comenzaron los movimientos espasmódicos que anticipaban el desenlace. Seguí chupando esa minúscula pero gorda cabecita hasta que escuché un alarido y mis labios sintieron que el líquido se aproximaba a la salida. Apenas un poco entró en mi boca, porque Eduardo se sacudió violentamente hacia todas direcciones, escapándoseme su pene de entre los labios. Los espasmos eran violentos esta vez, y me golpeó sin querer repetidamente con sus muslos que se levantaban y volvían a su puesto. Los alaridos dejaron paso a un griterío infernal, que se amplificaba dentro de las sábanas. Su semen me salpicó por toda la cara, y aún seguía saliendo desparramándose por todo su vientre, muslo, testículos, y todo alrededor de las paredes de esa cueva formada por las sábanas, dejando un gran charco sobre la cama.

Salí a la superficie totalmente mojado, entre esperma y transpiración.

Eduardo al verme, tomó la sábana y me quitó todo resto de semen del rostro. Me tomó con sus fuertes brazos, y me puso acostado de espaldas a la cama. Miró todo mi cuerpo, y se me apoyó sobre mi, haciéndome sentir parte de su peso encima mío. Se sostenía con sus brazos, para no hacerme daño, pero sentía gran parte de esos 200 kilos que me cortaba la respiración, pero era extrañamente excitante. Frotó sus genitales mojados con su propio esperma encima de mis genitales, y así como estaba, subido encima mío, me agarró el pene rocosamente duro con una de sus manos y comenzó a masturbarme mientras me metió la lengua en la boca.

"Esto va a ser un desastre." Dije avizorando que mi semen no iba a tardar en salir e iba a mojar toda las sábanas.


"Esa es la idea." Dijo. "Vamos a dejar toda la cama salpicada en leche, para que la puta de mi mujer se percate que ya vuelve a salir algo más que orina de mi garcha." Y sin decir más, continuó comiéndome la boca.

Su mano me apretaba la verga, la llevaba lo más abajo posible, para dejar más descubierto mi glande con el envión, y para tomar la mayor cantidad de pene de dentro de mi abdomen. Cada vez me aplicaba más presión con su mano, lo que me hacía gozar de una manera diferente a lo que acostumbrado.


"Me vengo." Alcancé a decirle, y en ese preciso instante me salivó dentro de la boca.

Comencé a sentir mis espasmos, y él se detuvo a apretarme el pene en el comienzo mismo del tronco, muy fuerte. El goce era indescriptible. Sentí un orgasmo increíble, pero no me salía el esperma. Él lo estaba taponeando.

Comencé a moverme desesperadamente, y cuando finalicé con el orgasmo y mis convulsiones, recién en ese momento aflojó la presión, y sentí correr un chorro de semen por todo el largo de mi miembro en dirección a mis propios testículos. La salida de mi esperma no se detenía. Me asusté. Habían finalizado mis temblores de la eyaculación y seguía expulsando el líquido blancuzco.


Sentí más saliva traspasar de su boca a la mía.

Tragué absolutamente toda. Era deliciosa.

Yo estaba exhausto, y aún sentía como seguía saliendo un hilito de leche de mi uretra.

Aflojó totalmente la presión a mi órgano genital, y tuve un último espasmo y sentí como más líquido salía hacia el exterior.

Esta experiencia fue insólita y extremadamente placentera.

Sonrió.

"Te gustó mi niño?" Dijo.


Yo como respuesta le miré los labios y abrí los míos con lujuria para que me los acercara, ya que no podía moverme.

En vez de eso, decidió lamérmelos, y darme piquitos con los suyos, hasta que los juntó y nos besamos apasionadamente.

 

 

 

 

Bajamos a desayunar luego de una nueva ducha.

Luego de saber qué opciones tenía para el desayuno, elegí jugo de naranjas, café con leche, medialunas de manteca y panqueques de chocolate y crema, con dulce de leche y bañados en caramelo líquido.

Todo hecho por el chef.

Todo delicioso.

 

Fuimos nuevamente a darnos un chapuzón a la piscina.

Me acerqué a una de las sillas plegables y tras quitarme la camisa, la apoyé sobre ella. Me quedé petrificado cuando vi que uno de los doberman estaba a dos centímetros de mi mano.


Eduardo comenzó a gritar.

"Rómulo sit. Rómulo sit."

Qué extraño, qué estaba diciendo si el perro estaba echado.

Giré la vista en dirección a Eduardo, y lo que vi casi me hizo orinar en mis pantalones. El perro que tenía al lado de la silla era Remo, y Rómulo venía corriendo hacia mí ignorando completamente la orden de Eduardo. Su mirada estaba desencajada y mostraba todos sus dientes filosos.

Terror fue la palabra que describió mi sentimiento en ese momento.

"Oh, Dios, no." Gritó Eduardo. "Remo, kill dog. "Gritó desesperadamente. Y como si tuviera un resorte, Remo saltó de donde estaba descansando, y no sólo se interpuso entre Rómulo y yo, sino que gruñendo pegó un saltó hacia éste clavándole los colmillos en el cuello y con el impulso lo arrastró dejando una estela de sangre en las baldosas hacia la pileta de natación lugar donde ambos finalmente cayeron.

Eduardo llegó corriendo hacia donde yo estaba y me abrazó.

Miré hacia la piscina, y vi a uno de los doberman salir de ella de un salto luego de apoyarse en el borde, y al otro sacudiéndose espasmódicamente, semihundido, mientras toda el agua a su alrededor se teñía lentamente de rojo.

"Dios mío." Dije rompiendo a llorar como un bebé.

Sentí como mi abuelo me apretaba contra sí con mucha fuerza.


"Estás bien, Zesna?" Preguntó preocupado.

"Sí. Remo me salvó la vida." Dije entre sollozos, cayendo finalmente en la cuenta de lo muy peligrosos que eran estos perros. "Rómulo está muerto?" pregunté."

"Seguramente. Esa fue la orden que le di a Remo." Dijo mientras me acariciaba el rostro.

"Lo siento mucho realmente, Eduardo." Dije sinceramente.


"No tienes por qué, mi niño. Si él hubiera acatado mi orden, no le hubiera sucedido. La culpa es enteramente de él. No te puedes encariñar con estos perros. No dudaría ni un instante en volver a darle nuevamente esa orden si todo volviera a ocurrir de la misma forma. Sólo agradezco a Dios que Remo estaba allí en ese preciso momento. No sé qué hubiera hecho si hubiera estado más alejado, no quiero ni pensarlo." Y ahora fue él que rompió en un llanto.

 

Volví a ponerme la camisa.

"No se enoje, Eduardo pero quiero irme. Esto fue muy fuerte para mi." Dije disgustado conmigo mismo. Muy difícilmente pudiera estar mejor quedándome en el lugar por el resto del día.

"Te entiendo, Zesna. Lo siento mucho, realmente. No me hubiera perdonado nunca si algo te hubiese ocurrido." Dijo resignado. "Te llevo a tu casa?"

"No se preocupe. Supongo que usted tiene que hacer bastante por aquí." Dije señalando al perro flotando que ahora estaba completamente inmóvil y rodeado de agua roja. "En verdad, prefiero tomarme un taxi."

"No estás enojado conmigo, verdad?" Preguntó dubitativamente.


"No, en lo absoluto." Y para demostrarle que era sincero, lo abracé y le apoyé la cara contra su pecho.

 

 

Inesperadamente llegué a mi casa mucho antes de lo que había planeado ese domingo, aunque eso no es tan malo teniendo en cuenta que estuve a un paso de tal vez no haber llegado nunca más.

 

CONCLUIRÁ

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Si no desean escribirme pueden poner un comentario en esta misma página.

Gracias.

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