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El gordo precoz (2)

en Gays

EL GORDO PRECOZ (2)

CAPÍTULO II: SORPRESA

"Juan, no te vayas a enojar, pero estoy locamente enamorado de ti desde mucho antes de conocerte, y quisiera hacerte el amor apasionadamente." Dije una vez que me acerqué a su oído para que solamente él pudiera escuchar.

"Qué??? Te piensas que soy un gordo puto?" Dijo a los gritos llamando la atención de todos los presentes, y su esposa que estaba del otro lado de la mesa, se acercó preguntando qué era lo que estaba sucediendo con todo ese griterío infernal que escupía su furioso marido. "Te has cogido a mi mujer y ahora me quieres garchar a mi, hijo de mil putas. Te voy a matar, maricón de mierda. Por quién me has tomado?" Gritaba el obeso enfurecido a los cuatro vientos.

Me desperté repentinamente sobresaltado, agitado, totalmente alterado y empapado en sudor, con la respiración y ritmo cardíaco más acelerados de los que haya tenido memoria.

Oh, qué horror!

Y la verdad es que esta pesadilla no estaba demasiado lejos de que pudiera suceder en realidad.

MAYO DE 1986

OTRO MES DESPUÉS

Ya no pude conciliar el sueño por el resto de la noche.

Miré el reloj que marcaban un poco más de las cuatro de la madrugada.

Me duché, tomé casi un litro de agua bien fría, pero aún así seguía teniendo la boca seca y ese sabor extraño de haber pasado por una experiencia que me había parecido terriblemente real.

Era muy extraño que yo tuviera este tipo de sueños perturbadores. por lo que me dejó plenamente convencido de que algo muy grave, o al menos terriblemente desagradable estaba a punto de sucederme.

Definitivamente no pude volver a pegar un ojo por el resto de la noche, por lo que aproveché la tranquilidad y la soledad para evaluar mi situación.

Ya hasta estaba ocupando mis sueños y pesadillas una persona que no conocía en absoluto. Un gordo anónimo y felizmente casado y que todo hacía prever que nunca conocería.

Y si por una de esas casualidades finalmente algún día lo llegara a conocer, nada de lo visto y oído hasta ahora me daban la certeza de que fuera a haber algún tipo de relación entre nosotros, ni siquiera, para ser sinceros, tampoco de amistad.

Aún en caso de hacernos amigos, cualquier otro tipo de relación entraría en conflicto directo con mis más temidas preocupaciones.

Nada de gordos casados.

Nada de gordos con compromisos.

Me repetía una y otra vez hasta el cansancio que no debería nuevamente caer en la tentación de romper la regla, ya que me resultaría sumamente difícil salir otra vez de una relación traumática, o a lo sumo complicada como las que había tenido anteriormente.

Estaba seguro que no podría soportarlo una vez más, y mucho menos después de la inquietante pesadilla que acababa de tener.


Sin embargo, la imagen sin cara de Juan, me era recurrente.

Me decía que no, una y mil veces, pero siempre volvía a pensar en él.

 

 

 

La noche siguiente era nuevamente la fecha elegida para la reunión que ya se había pactado como mensual en casa de uno de mis patrones, y ahora dudaba también que el gordo fuera aparecer por allí en esta nueva oportunidad, tal y como tampoco lo había hecho en las ocasiones anteriores; y si finalmente decidía venir, seguramente la pesadilla que acababa de tener me haría pensar más de dos veces antes de dejarme seducir por la muy probable excitación que seguramente me desbordaría.

Todo el día transcurrió sin ninguna clase de inconvenientes, ni visitas inesperadas en el lugar de trabajo. Nuevamente el jefe quiso confirmar si acudiría a la cita, y le confirmé que sí lo haría, agregando que otra vez le íbamos a derrotar en la partida de naipes.

Cuando finalmente cayó la noche y llegó la hora señalada, llegué al lugar con recelo, porque en realidad estuve hasta el último momento a punto de no concurrir, ya que estaba seguro que Juan no acudiría como era su costumbre, y el único motivo de mi presencia fue por haberle dado mi palabra al jefe más temprano en la mañana. Así que decidí finalmente concentrarme en el juego y divertirme aunque sea ganando algunas partidas, y olvidar o al menos intentar olvidar al obeso que ya me tenía demasiado perturbado y mucho antes de lograr conocerlo siquiera.

Por esta vez no fui el primero en llegar. Ya estaban casi todos los invitados, y mi patrón me lo hizo notar.

"Zesna, pensamos que no vendrías." Dijo preocupado. "Qué te sucedió que tú siempre habías sido el primero en llegar?"

"Tuve un inconveniente que por suerte lo pude resolver a tiempo." Dije con la misma honestidad que siempre me caracteriza.

María estaba conversando con unos proveedores, y sin darme cuenta, mi vista inconscientemente buscó a una persona que ya había descartado de antemano que no iba a encontrar. Por esta vez, hasta me sentí algo aliviado cuando comprobé que el gordo tampoco había venido en esta ocasión.

Mi jefe fue el que preguntó por Juan, a lo que la esposa contestó exactamente lo mismo que la vez anterior, que estaba exhausto y que por eso se había ido nuevamente a dormir temprano.

Listo.

Me convencí plenamente, que el obeso nunca se aparecería por allí.

Jamás.

"Excusas, no son más que excusas. Según vemos tu marido está completamente asustado, por eso es que no viene a jugar." Dijo mi compañero de juego haciendo romper a carcajadas a toda la concurrencia, incluida a la propia esposa.

"No, lo que sucede, es que como él es viajante, llega a casa cuando termina la tarde, y se va a dormir temprano porque siempre está muerto de cansancio." Expresó ya más seriamente.

"Lo que podríamos hacer, si nadie tiene problemas, es cambiar el día de las reuniones para las noches de los sábados, y así el gordo no tendría el inconveniente que le impide venir. Estaba hasta pensando en organizar algún campeonato de truco de fin de semana con algún trofeo como premio para los ganadores." Dijo el dueño de casa y agregó como si fuera una idea que se le acababa de ocurrir. "Y como nadie trabaja los domingos, hasta sería mucho mejor ya que podríamos seguir hasta más tarde en la madrugada, e incluso tendrían la posibilidad de dormir aquí para seguir con el torneo en la mañana siguiente temprano con un desayuno de por medio. Para ello, tenemos varios colchones que podríamos poner en el piso de la sala de juegos para los que quieran quedarse, así los que viven lejos no tienen que trasladarse y retornar más tarde."

Decidieron votar por el cambio de día, y yo me mantuve completamente al margen porque todo me daba exactamente igual, ya me había convencido a mí mismo que nada haría acudir al gordo a esas reuniones de ninguna forma. De todas modos, decidí apoyar a la mayoría.

La votación fue un rotundo éxito para lo que se había propuesto, ya que hubo 24 votos a favor de cambiar las reuniones para los sábados contra 4 que preferían que no, los que sumados a mi abstención completaban a todos los presentes.

María votó por el cambio de día.

"Hecho, entonces. A partir del mes entrante, nos reunimos los sábados a la misma hora." Dijo el dueño de casa. "Ahora sí, María, dile a tu querido esposo que si no acude en esta oportunidad, que cambiamos el día exclusivamente para que pueda venir sin problemas, que se vaya directamente a cagar." El tono pretendía ser serio, pero no lo logró, porque estalló en una carcajada al finalizar, lo que me terminó de convencer, si es que aún me quedaban un mínimo de dudas, que el gordo nunca, jamás de los jamases, se aparecería por allí.

 

Toda la jornada transcurrió sin ninguna novedad, salvo por un par de acontecimientos.

Fuera de que mi nuevo compañero y yo arrasamos victoriosamente con todas las partidas, como ya se estaba haciendo una costumbre, mi ex pareja, Andrés, se volvió a enfurecer cuando perdió todos los juegos contra nosotros, aunque ya lo había hecho anteriormente conmigo en particular, cuando esta vez fui yo nuevamente el que se negó rotundamente a volver a jugar con él de compañero, cosa que dejó entrever que era su deseo en más de una oportunidad, diciéndole que mi pareja actual jugaba mucho mejor que él, y que por eso cuando ahora yo tenía una mala racha, como sucedió en el última partida que jugué con él, igual salíamos victoriosos, haciendo una notoria alusión, y dejando bien en claro, que el mes anterior no alcanzó con que yo sólo hubiera tenido una mala noche y haber perdido las partidas que jugamos juntos, mi compañero también juega.

Quién dijo que yo era rencoroso?

 

María estuvo igual de cargosa y ya casi rayando lo insoportable, con su constante insinuación de querer tener algo sexual conmigo.

"Podemos hablar un momento?" Preguntó cuando estuvimos apartados del resto de la gente.

"Espero que no seas reiterativa con lo que me tienes que decir." Dije anticipándome a sus pensamientos.

"Hay algo que no entiendo. Tú lo conoces a Juan?" Preguntó en forma sorpresiva.

"No, para nada. Por qué lo preguntas?" Expresé con temor a que se pudiera haber percatado en algún momento de mis gustos personales, que siempre intentaba disimular por todos los medios.

"Porque tú actúas como si fueran amigos, o cuanto menos conocidos." Dijo mirándome a los ojos como para estudiar mi reacción a sus palabras.


"Tú lo dices porque no acepto tus claras insinuaciones?" Pregunté y sin esperar la inevitable respuesta, continué. "Lo que sucede, como ya te lo expliqué anteriormente, es que estoy seguro que a pesar de lo que me contestaste cuando te lo pregunté, tú no le perdonarías alguna infidelidad a tu esposo. Cómo podrías volver a tocar al hombre que te pertenece si ha estado con otra persona?" Ya a esta altura, volvía a tener una erección considerable por el contenido de lo que le estaba diciendo, siendo consciente de quién era el protagonista de mi suposición y siempre teniendo la precaución deliberada de evitar decirle ‘con otra mujer’.

"Igualmente no te entiendo. Juan y tú no se conocen en absoluto. Qué carajo te importa él, entonces?" Dijo al borde de las lágrimas.

Entendí que estaba realmente desesperada por tener sexo conmigo, ya que tiraba sus dardos en todas direcciones para intentar encontrar un hueco donde contraatacar.

"Espero realmente conocerlo algún día, para confirmar que él no se merece en lo absoluto ser víctima de lo que intentas hacerle." Dije simplemente.

"No me hagas sentir la villana de la película." Pidió casi como un falso ruego.

"Tú realmente estás convencida de no serlo? Crees que lo que intentas hacer es correcto?" Dije casi al borde de la furia, porque ya pensé que ella me estaba tomando definitivamente el pelo.

"Correcto para quién? Para mí, estoy segura que lo es." Dijo con total desparpajo.

"Pero, y para tu marido?" Contesté y me arrepentí casi instantáneamente de haberlo hecho porque ya estaba demostrando un grado de interés en él mucho mayor del adecuado.

"Lo sigo queriendo mucho a mi gordo, pero estoy muy caliente y de un tiempo a esta parte él no puede sacarme la calentura. Ahí tienes, finalmente te lo acabo de confesar. Y lo que es más triste es que todo está empeorando entre nosotros." Quedé atónito con su confesión ya que me dio mucha más información íntima de la que yo aspiraba.

"Discúlpame el atrevimiento, pero él no te quiere?" Pregunté ahora desbordado de excitación por conocer más acerca de él, intentando no ser tan evidente con mis intenciones.

"Claro que me quiere, y mucho. Es por eso que lo inunda una amargura extrema cada vez que no me puede satisfacer de la forma en que yo lo necesito." Seguía aportándome datos cruciales para registrar en mi subconsciente.

"Sigo sin entender. Él es impotente?" Lo mío ya era casi descarado, lo único que me faltaba ahora, era solicitarle que me describiera sus órganos genitales.

"No, para nada. Mi gordito logra hacerlo, pero no todas las veces que yo lo necesito. A veces pienso que no soy capaz de excitarlo todas las veces. No sé qué es lo que sucede. Algunas veces todo está bien, y otras, no." Dijo dejando entrever que tal vez el problema no era de él sino de ella. "Cada vez que te veo a ti me pongo eufórica, y no logro apaciguar mi excitación."

Seguía sorprendiéndome con las confesiones de sus actividades más privadas, pero ya había decidido no intervenir y evitar ser cómplice de ellas.

"En realidad lo siento. Si quieres hablar, no tengo problemas en oírte. Si quieres contarme acerca de lo que tú quieras, te escucharé, pero definitivamente no puedo ayudarte con tu problema, por lo menos de la forma en que tú estás pensando." Expresé a sabiendas que mis palabras no iban a hacerla desistir de sus intentos.

 

La reunión de esa noche finalizó también alrededor de la hora habitual.

Lo que fue totalmente inesperado, al menos para mi, fue que María había venido en taxi en esa oportunidad y preguntó si alguien la podía alcanzar al edificio de apartamentos en donde vivía. El dueño de casa me miró y me hizo señas con la cabeza, como diciéndome "Zesna, se te dio." Pensando erróneamente que mi intención era conquistarla, ya que nos veían juntos casi continuamente hablando en voz baja como si fuera en secreto, cosa que también me tenía preocupado al máximo, y como no le contesté porque no tenía absolutamente ningún interés en ella, continuó con su papel de ‘celestina’.

"Zesna, tu casa queda de camino al de ella. Ni siquiera te tienes que desviar un milímetro." Dijo contento, creyendo haberme hecho un favor.

"La putísima madre que te parió." Pensé y realmente estuve a punto de decírselo. Sin embargo y para no quedar como antipático y no faltarle el respeto a mi patrón, le pregunté a María la dirección exacta de su domicilio y, efectivamente sí, debía pasar inevitablemente por la puerta de su edificio camino a mi casa.

 

 

Dejamos la vivienda de mi patrón pasadas las dos de la madrugada, estando yo muy alerta a todo lo que fuera a suceder, ya que María no vacilaría ni un segundo en intentar nuevamente su cometido a cualquier precio.

 

Íbamos sin inconvenientes hablando de cosas vanales como por ejemplo lo bien que pasábamos en esas reuniones o comentando las partidas de naipes, y me elogiaba lo bien que jugaba, buscando sobre todo mantener una conversación de cualquier índole más que hacerlo con una charla trascendente, cuando al salir de una avenida y tomar una calle lateral, me pidió detenernos.

Cuidado, Zesna, esto ya olía nuevamente a cosa conocida y no deseada.

"Zesna, no quiero que te lo tomes a mal." Me dijo lo más íntimamente posible, poniéndome una mano en el muslo y acercándoseme casi como para subirse encima de mí. "Pero quiero tener algo contigo. Me muero de ganas de verdad. Cada vez que llego al apartamento, veo al gordo roncando y me voy al baño a masturbarme pensando en ti. Por favor, sácame esta calentura. Te lo suplico!"

No supe qué contestar ya que me sorprendió totalmente que me contara eso tan íntimo, o cuanto menos fuera así de directa y sincera con lo que le sucedía.

De todas formas, hasta supuse que esa noche habría ido sin vehículo propio, como lo había hecho en todas las oportunidades anteriores, completamente adrede y con el solo fin de terminar en la cama conmigo.

Yo realmente no sentía ni la más mínima atracción hacia ella. Era bonita, simpática, agradable y despedía erotismo continuamente, pero a mi me gustan los gordos, o en todo caso, mismo las gordas, pero ella estaba a años luz de serlo. Además, cada vez que se me acercaba, los pensamientos morbosos y de excitación que me embargaban eran siempre acerca de su esposo. Todo lo que estaba sintiendo por él, que aún nunca había visto, iba y venía intermitentemente de acuerdo a mi estado de ánimo momentáneo, ya que parecía algo imposible de alcanzar desde todo punto de vista.

La única vez que María me había resultado apetitosa fue cuando me imaginé verla entregada a manos, labios, lengua, genitales y lujuria de su obeso marido, pero nunca participando del acto. En una sola oportunidad me había seducido la idea de "robarle", o a lo sumo compartir la pertenencia del gordo, como dije anteriormente, tocando y haciendo uso de los mismos lugares de los que él tenía acceso en su intimidad. Pero sea como sea, nunca era ella la que me despertaba la excitación, sino él.

No encontraba la forma de decírselo.

"Lo siento, María. No puedo hacerle eso a tu esposo." Dije repitiendo la excusa que ya le había dicho en la oportunidad anterior, y tratando de ser honesto conmigo mismo como siempre. Cómo iría a poder mirarle a los ojos al gordo, si tuviera la oportunidad de conocerlo algún día, si hacía algo tan execrable como meterle mano, o algo aún peor, a su propia esposa.

"No entiendo, Zesna." Dijo completamente desconcertada. "Tú no serás homosexual, verdad?"

Casi me pongo furioso con la pregunta. Pero en lugar de eso, y para no quedar en evidencia, le hice ver lo malvada que era por intentar manipularme de ese modo.


"Qué es lo que no entiendes?" Dije realmente enojado. "Cómo es el asunto? A ver explícame. Eso quiere decir que si tú deseas acostarte con alguien, y ese alguien por cualquier motivo ético o de otra índole no acepta tu propuesta, lo tildas de homosexual, y entonces sí, ya sería casi seguro que conseguirías lo que te propones. Qué te tendría que decir ahora, entonces? ‘No, María no soy homosexual, vayamos para la cama así lo compruebas?’ Estoy seguro que ello te daría resultado con otra persona, pero lamentablemente, no conmigo. Definitivamente no voy a hacerle algo así a tu marido, que aunque no conozco sé que es una muy buena persona y estoy seguro que no se merece semejante traición. Deberías ser tú la que piense así, pero bueno, en todo caso, soy yo el que lo está haciendo, y ni de una forma ni de otra, eso irá a suceder. Dime dónde vives de una buena vez, y no vuelvas a proponérmelo nunca más, por favor, porque lograrás realmente que me enfade contigo."

Supongo que mi cara fue realmente intimidante, porque se reacomodó nuevamente en su asiento y me indicó que aún faltaban cinco cuadras para llegar a destino, no haciendo más comentarios sobre el asunto.

 

Apenas ella me señaló el edificio, mi miembro comenzó a despedir líquido pegajoso como si de un reflejo se tratara. Posiblemente debido a que mi subconsciente captó el haber finalmente conocido el lugar donde vivía el gordo. Donde comía, dormía, se duchaba, hacía el amor con su esposa, se masturbaba solitariamente en el baño y hasta evacuaba su vientre. Ese mismo subconsciente que se percató que en estos precisos momentos él estaría muy posiblemente ajeno a cualquier actividad sexual durmiendo en su cama, tal vez desnudo o a lo sumo en calzoncillos, y en uno de los pisos de ese edificio de apartamentos.

Mi mente me traía constantemente la imagen morbosa de alguien muy obeso sin rostro, manoseando y propinándole toda clase de vejámenes a la mujer que en ese mismo momento terminó apartándome de pronto de mis pensamientos al estamparme un beso muy peligrosamente cerca de la boca como despedida y acto seguido se dispuso a descender de mi vehículo.

"En qué piso viven?" Pregunté para terminar de saciar mi morbosidad.

"En el quinto. Quieres bajar?" Dijo y agregó esta vez en forma de broma. "El gordo duerme y no nos escucharía para nada."

Sonrió y sin esperar el insulto que estaba segura que le daría, cruzó la calle corriendo y se dirigió hacia la vivienda.

 

Qué asco!

Si hasta me sonó como a una prostituta barata!

Esperé a que abriera la puerta y se cerrara tras ella, y cuando pensé que ya entraría completamente, se detuvo dos segundos, giró y me saludó con la mano antes de ser engullida por el pasillo del edificio.

Fijé mi vista por un instante en la persiana cerrada de la ventana del quinto piso, volví a mirar la puerta de entrada, vi cómo se encendía la luz del pasillo y continué observando, dejándome llevar por mi lujuria insatisfecha, siguiendo a María con mi mente.

Me imaginé que atravesó todo el largo pasillo solitario hasta toparse con la entrada del ascensor. Entró y cerró ambas puertas. Visualicé su dedo apretando el número cinco. Hasta sentí el ruido sordo del ascensor que se ponía en funcionamiento. La imaginé sola en ese cubículo claustrofóbico y mientras el indicador marcaba el piso uno, su mano iba hacia su entrepierna y rozaba delicadamente la unión de sus muslos. Sacaba la lengua libidinosamente y se recostaba contra las paredes del elevador, mientras el número dos desaparecía del panel. Ahora su mano se internó por dentro de sus pantalones para tocarse la humedecida prenda interior. Cuando el número tres marcó el piso donde se encontraba en ese momento, dos dedos hicieron a un lado la mojada bombacha para hundirse en su jugosa vagina. Hurgó allí hasta que el número cuatro le advertía que restaba tan sólo un piso para llegar a su destino. Quitó su mano completamente bañada en su líquido vaginal y se lo llevó a la boca, secándolo con su lengua.

Quinto piso. El ascensor se detuvo y ella salió presurosa de allí. Prendió la luz del pasillo y corrió hacia la puerta de entrada a su departamento mirando por sobre su hombro hacia atrás como siendo consciente de una sucia culpabilidad por lo que acababa de hacer, y sintiéndose una puta en busca de un pedazo de carne que le tapara el agujero y le matara la excitación.

Hizo girar la llave dos veces hacia la derecha, entró, cerró la puerta invirtiendo el proceso; sin encender la luz fue a tientas hacia su dormitorio donde el obeso roncaba plácidamente boca arriba, se quitó absolutamente toda la ropa y en un estado que rondaba la desesperación se introdujo completamente como Dios la trajo al mundo dentro de la cama junto a su marido que llevaba calzoncillos y una camiseta deportiva.

Se acercó aún más a él y le apoyó la mano en su muslo derecho, la que fue subiendo directamente camino a sus genitales llevándose con el impulso toda su tremenda panza. Hurgó entre los testículos, hasta que encontró y acarició un adormecido pene por encima de su calzoncillos y decidió introducir su mano por dentro del elástico de la prenda interior, para manosear los escasos pendejos y mojar su mano con el ocasional líquido que podría esta despidiendo el miembro en ese momento. Siguió con el toqueteo frenético hasta lograr llegar ella misma a un grado de excitación mayúsculo, y estando de costado, le apoyó su vagina húmeda en el muslo y comenzó a refregarse contra él bañándolo con sus jugos. Cuando la frotación adquirió un ritmo vertiginoso y desesperado, cerró los ojos y tomó la mano del obeso, le asió el grueso dedo pulgar y se lo llevó a la boca; lo chupó durante un par de minutos imaginando que estaba saboreando el pene duro de su marido, lo inundó de saliva y se lo introdujo en sus entrañas comenzando a masturbarse con él.

Tras largos momentos de mete y saca, pegó un grito ahogado, que su obeso marido, totalmente ajeno a todo cuanto sucedía en su propia cama y al lado suyo, sólo atinó a preguntar entre ronquidos: "Llegaste querida?" para lo que no había la más mínima intención de recibir respuesta, ya que esos mismos ronquidos continuaron, apaciguando y disimulando los jadeos, gemidos y hasta los alaridos que eran fruto de la desesperación de esa mujer y que finalizó en un orgasmo interminable bañando completamente el inmenso pulgar y gran parte del resto de esa gorda mano con sus líquidos vaginales.

 

 

Mi volante resultó igualmente salpicado pero por mi esperma, y creyendo ingenuamente que iba a poder controlarlo, tampoco pude evitar hacerlo por sobre toda mi indumentaria.

 

 

 

 

 

JUNIO DE 1986

OTRO MES DESPUÉS

SÁBADO A MEDIODÍA

 

Estuve tan atareado durante toda la mañana, por lo que se me pasó por alto totalmente la reunión de esa noche.

"No te olvides que hoy comienza el campeonato de truco. No se te ocurra olvidarte, Zesna." Dijo recordándome la velada el jefe organizador del evento.

"Ah, claro. Ni sueñe que voy a faltar. Voy a seguir siendo su pesadilla." Contesté jocosamente. "Estoy seguro que nos divertiremos en grande, como siempre." Comenté, y tras preguntarme con quién jugaría el torneo, le contesté que lo haría con Julio dejando bien en claro que yo no volvería a jugar nunca más con Andrés por considerarlo demasiado antipático y poco tolerante.

"Sinceramente Andrés me tiene totalmente desconcertado. No sé que le ha pasado a ese muchacho. Tienes razón en estar enojado con él. La verdad es que en un primer momento, cuando no quiso volver a jugar contigo la primera vez, pensé que estaba bromeando. Cuando me di cuenta que él estaba hablando en serio, me sorprendió realmente. Nunca pensé que pudiera hacer algo así. Una mala noche la puede tener cualquiera, creo que exageró demasiado. Aunque luego se arrepintió." Contestó recordando mi actuación espantosa de aquella noche. Me dijo también, que si lo deseaba, podría quedarme a dormir en su casa, ya que yo era uno de los que vivía más alejado de su domicilio, para continuar temprano a la mañana siguiente, e intentó convencerme diciendo que el desayuno sería opulento.

También me mostró los dos trofeos que ya había comprado para adjudicar a cada uno de los ganadores del torneo. Eran tres naipes tomados en abanico por una mano, fabricado en bronce y con una plaqueta pequeña que decía "La Pareja Imbatible" y un lugar por encima de eso como para agregar los nombres de ambos integrantes de la misma. Muy bonito.

 

 

Cuando llegué a casa después del trabajo, alrededor de las 2:45 PM, apenas almorcé y me fui a dormir una siesta, ya que previne que la siguiente iba a ser una noche interminable. Y estuve muy agradecido de haberlo hecho, por más que no tengo el hábito de hacerlo, porque en realidad esa iba a ser una de las noches más largas de mi vida.

 

 

 

 

 

SÁBADO 08:00 PM.

 

Decidí volver a mi costumbre de llegar temprano para poder ofrecer mi ayuda en todo lo que hiciera falta en esa oportunidad.

La noche estaba lluviosa y fría, por lo que daba por descontado que finalmente inauguraríamos la sala de juegos.

Aunque todo estaba bajo control, lo único que restaba hacer era llevar los cinco colchones doble plaza desde el altillo hasta la habitación de juegos donde iríamos a dormir los que decidiéramos quedarnos. Los bajamos junto con mi patrón y acomodamos contra una de las paredes de la sala.

Yo no estaba muy seguro si iría a quedarme o volvería a casa para dormir más cómodo en mi propia cama y retornar a la mañana siguiente para continuar con el torneo. Desconocía qué tan tarde terminaríamos esa madrugada, por lo que dejé abierta la decisión de qué hacer para más adelante.

 

Fueron apareciendo algunos de los asiduos concurrentes a las reuniones y comenzamos a jugar para matar el tiempo hasta que llegaran los demás y organizar con ellos las partidas para el torneo.

Mi más reciente compañero aún no había llegado y mi otro jefe tampoco, por lo que, por esta única vez, jugué de pareja con el dueño de casa.

 

 

 

En este momento me gustaría decir algo brevemente acerca de las reglas de juego del truco, para el que no lo conozca, porque va a ser importante en el desarrollo inmediato del relato.

Es un juego rioplatense, aunque tengo entendido que debido a la gran cantidad de gente que ha traspasado las fronteras se ha vuelto muy popular en otros lares, para el cual se utiliza un mazo de la baraja española; aunque en Argentina se juega de una forma bien diferente a la de Uruguay, en ambas orillas se reparten 3 cartas a cada uno de los cuatro jugadores que forman las dos parejas que se enfrentan en cada oportunidad. La diferencia más notoria, y por ello cambia sustancialmente parte de las reglas de juego, es que en el truco uruguayo se da vuelta una carta que va a ser "la muestra" por toda esa mano; ese agregado extra es lo que hace al juego un tanto más difícil, más complejo y por ende más divertido si lo comparamos con el mismo argentino.

El truco porteño, como se le llama aquí al de la vecina orilla, tiene lances similares, pero los puntajes difieren un poco debido a las diferencias antes mencionadas. Por ejemplo, el primer desafío que se forma en el transcurso de cada partida es el "envido", lance que consta en sumar el puntaje de dos cartas, de determinadas características, resultando vencedor aquel que tenga la mayor cantidad de puntos. En el juego argentino, el máximo puntaje del envido es de 33 puntos, mientras que en el que jugamos aquí, es de 37. Lo mismo sucede con otro lance, que es la "flor", que en el juego porteño, sólo se da cuando un jugador tiene las tres cartas del mismo palo de la baraja, cosa que obviamente, sucede en bastante menos ocasiones que el envido. En el juego uruguayo, además de con las tres cartas del mismo palo, se puede poseer "flor" teniendo dos "piezas", que resultan del palo de la carta abierta, llamada "la muestra", sin importar cuál sea la tercera carta en cuestión; y la otra manera de formar "flor", es teniendo dos cartas del mismo palo, sumadas a una "pieza" cualquiera, con lo que obviamente hay bastante más oportunidades de poseer ese lance que en el juego de la vecina orilla.

Luego el "truco" propiamente dicho es unos de los últimos lances, que se juegan puntos para sumar al que gane dos de las tres bazas que se disputan en cada mano. Tanto en el "envido", como en la "flor" como en el mismo "truco", el rival que recibe el desafío, tiene la opción de aceptar, y entonces el que tenga mejores cartas es el vencedor; o bien retrucar, que quiere decir, aumentar los puntos en disputa, dejándole la palabra al contrincante; o por el contrario no aceptar, dándole como ganador al oponente los puntos mínimos correspondientes al reto que lanzó.

Cabe agregar aquí también, que entre las parejas se suelen realizar algunas señas para que entre compañeros se sepa qué cartas tiene cada uno, y poder así organizar mejor la estrategia de juego frente al rival. Esto obviamente es lícito y permitido, y es causa fundamental para que luego de hacerle las señas de lo que tienes a tu compañero, "mientas" diciendo para que escuchen tus rivales que no tienes cartas buenas, cuando en realidad las tienes, o viceversa, engañándolos a ellos, sin esconder la verdad a tu propia pareja.

Por ejemplo, las señas de las "piezas" son las siguientes:

El 2 de la muestra, la carta más valiosa, se levanta levemente ambas cejas. El 4 de la muestra, la siguiente en valor descendente, se junta los labios, tal como si se fuera a enviar un beso. El 5 de la muestra, se arruga la nariz. El 11 y 10 también de la muestra, más conocidos como perico y perica respectivamente, se guiña el ojo derecho para el caballo, y el izquierdo para la sota.

Luego vienen las "matas" que vendrían a ser las cartas más valiosas del truco argentino. Aquí se hacen conocer al compañero con un leve movimiento del costado derecho de los labios hacia arriba para los ases de espadas y de bastos, y el mismo movimiento hacia la izquierda para los 7 de espadas y de oros.

Luego vienen los 3, que se identifican con una leve mordida del labio inferior con los dientes superiores. Los 2, que no sean de la muestra, abriendo los labios como si se fuera a pronunciar la letra "A"; y los ases, de copas y de oros, que se señalan sacando la puntita de la lengua apenas por entre los labios. Finalmente cuando no tienes absolutamente ninguna carta de valor, cierras ambos ojos como diciendo "estoy ciego y sin vista", dicho muy usado en el trámite del juego.


Todas las señas deben hacerse de una manera disimulada y lo más imperceptible posible, para que solamente tu propio compañero la pueda captar, intentando que ningún rival se percate de ello, por obvias razones. Muchas veces los contrincantes ven las señas que haces a tus compañeros, y eso te perjudica en ambos sentidos, cuando no tienes cartas, ellos están seguros de ganar, y cuando tú tienes buenos naipes, ellos pierden la menor cantidad de puntos en esa mano retirándose sin aceptar lances que te podrían otorgar más puntaje.

Las "piezas" no existen en el truco porteño, siendo el as de espadas el naipe más alto en el juego de la vecina orilla, mientras que en el uruguayo hay cinco cartas con más valor por encima de aquél.

 

Cabe agregar también, que es muy importante la química que se pueda llegar a formar entre los integrantes de una pareja, porque las decisiones deben ser hechas de común acuerdo, o bien confiar uno en el buen juicio o intuición de su compañero. Es un juego en el que se habla mucho, y en el cual está permitido consultarse antes de aceptar cualquier reto o lance durante el trámite del encuentro, y por supuesto, está permitido mentir, y aquel el que lo logra hacer mejor, tiene más posibilidad de engañar al rival, y por ende quedarse con la victoria.

 

 

Volviendo a la primera partida que jugué con mi patrón de compañero, que tuvo un trámite arduo, largo, complicado y realmente interminable, contra unos rivales que a piori parecían tener la suerte de su lado.

Finalmente la victoria estuvo de parte nuestra, pudiéndolos vencer en forma por demás dificultosa, reconociendo en ellos a unos contrincantes que fueron dignos merecedores de mis elogios. Siempre me gusta jugar con rivales que me exigen lo más posible y que me pone al límite de mi capacidad y por tal motivo disfruto muchísimo más de las partidas, siendo aún bastante mayor la satisfacción cuando junto a mi compañero finalmente somos los vencedores del encuentro.

Sinceramente nunca disfruto cuando venzo a unos contrincantes de manera muy fácil. La satisfacción mía no es sólo de ganar las partidas, sino de hacerlo con rivales que saben jugar muy bien. Debo aclarar también que jamás hice trampas para ganar a ningún juego, y me pone furioso cuando tanto un rival o mismo un compañero hace siquiera una insinuación para falsear resultados o cualquier trámite de los mismos sólo con el afán de llevarse la victoria. Yo no disfruto el ganar absolutamente a nada, de ese modo.

Qué se le va a hacer. Soy así de honesto hasta para jugar a los naipes.

Será por eso que me gusta tanto el truco, ya que es un juego en el que es lícito mentir, y no me siento mal por hacerlo.

Hicimos un alto en el juego, y el dueño de casa sirvió un aperitivo y refrescos, y mientras iban llegando otros invitados, comenzamos a jugar la revancha de la partida contra los mismo rivales.

El trámite del mismo comenzó también muy difícil y parejo, estando los cuatro muy concentrados en el juego, llevando el tanteador tan parejo como nos era posible, y hasta parecía como que estábamos haciendo un tanto cada uno por vez.

Cuando estaba promediando ese segundo encuentro sentí una presencia perturbadora en los alrededores. Comencé a girar la vista hacia atrás, y vi a María que iba caminando por el costado de la mesa en la que estábamos jugando, parecía una yegua libidinosa que iba moviéndose en cámara lenta, mientras me miraba haciéndome una guiñada y se ponía directamente enfrente de mí, para tenerme más a su alcance y mirándole las cartas a mi compañero.

"La putísima madre que la parió. Cómo mierda me saco de encima a esta tipa?" Me dije a mi mismo, perdiendo totalmente la concentración en el juego. Sencillamente no lo podía creer, si hasta ya me había comenzado a perturbar completamente. Había logrado ponerme muy nervioso sin siquiera haber entrado en mi campo visual. Me sucedió todo eso sin haberla visto siquiera. Qué me estaba pasando? Eso solamente me había sucedido anteriormente con los gordos. Pero por qué con ella? Sería posible que finalmente estuviera sintiendo algún grado de atracción hacia ella, y me estaba resistiendo a reconocerlo?

Posiblemente.

Su esposo era el culpable.

Pero qué estoy diciendo, si ni siquiera es lo mínimo gordita exigible para ni siquiera pensar en tener algo con ella.

"Estás con nosotros, Zesna?" preguntó de pronto mi jefe.

La puta que me parió.
Ya me estaba entreteniendo demasiado, y eso estaba complicando mi concentración.

No voy a permitir que me suceda lo mismo que con mi primera pareja.

Seguimos con la partida, intentando volver a meterme de lleno en ella como antes, hasta que en determinado momento se me presentó una encrucijada en el juego que debía resolver, y que era de muy difícil decisión.

Agradecí el haber logrado hacer desaparecer al resto de la gente que rodeaba la mesa de mi mente, para poder asumir mi compromiso.

Ya comenté que el truco es un juego donde básicamente se miente mucho. La habilidad, o la suerte, de detectar una mentira, o de mentir sin que el contrincante se percate de ello, bien puede hacer la diferencia cuando se están disputando puntos decisivos, como sucedía exactamente en este preciso instante.

Mi compañero había acusado un "envido" y los rivales contestaron con un "diez tantos de envido" lo que agregaban 10 puntos a los 2 ya acumulados. Si llegábamos a aceptar y teníamos menor puntaje, ellos quedarían a dos puntos de la victoria. Si por el contrario aceptábamos y ganábamos nosotros quedaríamos a tan sólo un punto de vencer la partida.

Debía contestar y realmente no teníamos los puntos suficientes para hacerlo. Yo contaba con 29 puntos, y el máximo del envido son 37, lo que no es muy común que tuviera la posibilidad de vencer con ese miserable puntaje. Mi compañero estaba fuera de juego en esta instancia. La única manera que teníamos de ganar, y realmente no había otra, era que ellos estuvieran mintiendo, y que a sabiendas, tuvieran puntajes muy inferiores a los nuestros, o bien que en verdad no tuvieran para nada los naipes adecuados para pelear por el reto lanzado. De todas formas, lo más sensato que podía hacer en ese momento era que me retirara dejándoles los dos puntos obtenidos hasta ese momento para ellos, lo que era poco, y evitaría de esa forma seguir sumando puntaje perdido.

"A ti que te parece?" Pregunté aún sin decidirme, a mi aún más dubitativo compañero.

"No lo sé Zesna. Teniendo en cuenta que esta gente no ha mentido mucho esta noche, deberíamos pensar que tampoco lo están haciendo ahora, por lo que deben tener naipes muy buenos." Me dijo sin alentarme demasiado. Y para colmo concluyó de la peor forma en que lo puede hacer un compañero de juego. "De todas formas, yo no tengo cartas, así que la decisión es tuya."

"Muchas gracias por la excelente ayuda brindada." Dije irónicamente." Justamente, como no han mentido hasta ahora, eso puede ser un arma a favor de ellos para hacerlo en esta oportunidad y pasar desapercibidos." Agregué aún dudando de mi propia apreciación.

Miré a los ojos a ambos contrincantes, y de repente noté algo casi imperceptible en la mirada de uno de ellos que me convenció totalmente de que estaban mintiendo. No sé qué fue concretamente, tal vez la forma nerviosa de pestañear. Pero estuve seguro en un cien por ciento de que mi decisión iba a ser la correcta.

No conforme con aceptar el reto, resolví aumentar aún más los puntos en disputa.

"Falta envido." Dije, lo cual aceptaba lo que habían lanzado ellos y echaba un plus que en este caso sumaba el punto que nos faltaba para ganar, estando convencido que no aceptarían el reto porque de hacerlo sin cartas, terminaría la partida a favor nuestro.

Una carcajada nerviosa de parte de uno de los rivales, demostró totalmente que yo no estuve equivocado en lo más mínimo con mi decisión.


"No se puede mentir con esta gente!" Exclamó entre risas el rival.

"Pero casi lo logramos, verdad?" Dijo su compañero dirigiéndose hacia mí.

"Casi." Dije simplemente, sonriendo más para mis adentros que lo que demostré exteriormente y asintiendo con la cabeza, y muy satisfecho con el logro obtenido, ya que era blanco de todo tipo de elogios por parte de mi compañero de juego y de todos los presentes sin excepciones, que recién noté que ya eran bastante más que antes.

Ahora quedamos a un solo punto del final del encuentro y tan solo gracias a esa decisión harto comprometida que finalmente tomé.

Continuaba sintiendo esa sensación que me perturbaba sobremanera, y volví a mirar detrás de mi compañero, para confirmar que María efectivamente seguía allí y viéndome fijamente mientras sonreía de una manera extraña. Hasta me estaba quemando su mirada. No dejaba de ponerme nervioso no sólo ya la perturbación en sí, sino comprobar quién era la causante de ella.

 

No tuvimos cartas para aceptar el "truco" lanzado por nuestros rivales en esa misma mano, por lo que nos retiramos sin mostrar las cartas, ya que ellos no habían aceptado el desafío que lancé, y sumamos 12 puntos para nosotros contra 1 sólo para ellos, y sin descubrir que yo tampoco tenía buenas naipes.

Si hubiera mostrado mis cartas, posiblemente hubiera causado más alboroto entre los rivales, ya que es más que probable que ellos hubieran ganado de todos modos, pero un "falta envido" no se acostumbra a aceptar, ni mucho menos a lanzar con menos de 34 puntos.

 

Repartieron los naipes nuevamente, y sólo teníamos que jugar bien para quedarnos con la victoria, por lo que intenté por todos los medios volver a concentrarme en el juego. Únicamente teníamos que conquistar un solo punto, por lo que ellos eran los que debían correr con todos los riesgos para tratar de alcanzarnos, cosa que sabía por experiencia que les iba a resultar muy difícil lograrlo, salvo que se les pasara definitivamente toda la suerte con los naipes ya que iban a 13 puntos por debajo de nosotros.

El primer lance siguiente por parte de ellos fue tan tonto y evidente que todos los presentes se percataron que intentaban mentir para robarnos la mayor cantidad de puntos, pero esta vez, mi compañero fue el que respondió simple y cautelosamente aceptando el reto para ganar la partida irremediablemente y sin que quedara ninguna duda

 

Aplausos de todos los que rodeaban la mesa me dejaron contento por el reconocimiento, disfrutando del momento y sin ocultar mi avergonzado rostro que comenzaba a teñirse de color ante la mirada de tanta gente que continuaba con los elogios ya a esta altura un poco desmedidos y exagerados, cuando de pronto una mano se posó en mi hombro y sentí algo parecido a una electrocución que me sacudió en forma sorpresiva y borró súbitamente la sonrisa nerviosa de mis labios y toda la atención que tenía a la mesa de juego.

"Oye, cómo te diste cuenta que estaban mintiendo con el envido?" Preguntó en tono de admiración una voz muy gruesa, pausada pero extremadamente tierna apenas como un susurro detrás de mí y casi pegado a mi oreja; y cuando hizo la pausa sólo atiné a mirar hacia el costado izquierdo para ver los dedos gordos que estaban apoyados allí, a milímetros apenas de mi vista. "Yo hubiera jugado bien diferente con los naipes que tú tenías, y obviamente hubiera perdido todos esos puntos."

Los latidos de mi corazón comenzaron a acelerarse a ritmo de vértigo. Mi pulso alcanzó el nivel más alto permitido antes del diagnóstico de taquicardia. Apreté los puños lo más fuerte que pude e hice un esfuerzo supremo para evitar que se notara que todo mi cuerpo estaba temblando. Mi miembro despidió líquido sólo con sentir a ese susurro entrar a mi oído. Mis piernas perdieron fuerzas, y solamente por estar sentado no me desplomé directamente al piso. Un par de lágrimas se escaparon también de mis ojos como para completar el desequilibrio total al que acababa de ser víctima.

En ese mismo momento, tuve la plena certeza de que el origen de la presencia que me había estado perturbando muy fuertemente durante por lo menos los últimos quince minutos, no era el que había supuesto en una primera instancia.

Terminé de girar la cabeza como si se tratara de una cámara lenta, para permitir a mi vista estrellarse contra un par de anteojos de leve aumento que dejaban ver los ojos más bonitos que haya visto antes, no tan sólo por el color miel claro, que eran de ensueño, sino por una interminable gama de sensaciones que me causaron. Mezcla de mirada entre tierna y cansina, mixturada con la gran incertidumbre que tenía por el motivo que lo llevó a formular la pregunta. Ojos chiquitos, casi achinados y bastante escondidos producto de una sonrisa sincera que me obsequiaba en ese momento, y que transformaba la totalidad de su rostro en algo gratamente apetecible. Sus sonrojados y abultados cachetes, junto a su abundante papada, agregándole su labio inferior, más carnoso que el superior, me dejaron por unos segundos sin habla.

No necesité preguntarle nunca su nombre. Ya sabía quién era esta persona.

Seguí explorándole el rostro, sabiendo que él continuaba aguardando mi respuesta. La nariz respingada y achatada contra su regordete rostro, y hasta las orejas incrustadas en esa cabeza, me hacía recordar literalmente la cara de un cerdito. Tierno en grado sumo, despidiendo ese aire de pedir a gritos que alguien lo cuide, de estar terriblemente necesitado de muchísimo más que del ‘lo quiero mucho’ que nunca dudé que le brindaba su esposa.

 

 

Adiviné que hacía un rato muy largo que estaba en ese preciso lugar mirando la partida. El tamaño de ese hombre era mucho más grande del que me había imaginado, y hasta ese momento pude suponerlo tan solo con verle el rostro casi pegado al mío que limitaba mi perspectiva de poder distinguir aún algo más de él.

Me estiré hacia él como para no hacerlo esperar más y contarle mi secreto, exactamente de la misma forma como lo pudiera haber hecho alguien de quien se es compinche de muchos años, y él acercó igualmente su oreja para escuchar y mantener en privado mi explicación y en un alto grado de complicidad conmigo. Un par de pelitos apenas fue lo que pude observar por entre los botones superiores sin abotonar de la remera, y que asomaban apenas tímidamente entre esas gigantescas tetas.

Las inmensas aureolas de traslucían por sobre la prenda y los pezones se adivinaban oscuros y sobresaliendo sensiblemente de su pecho.

Muy lejos de intimidarme su gran humanidad, me inundaba un sentimiento extremadamente fuerte de protección hacia él.

 

Antes de contestar, miré esa oreja que tenía frente a mí, viéndole el pelo castaño claro casi rubio, prolijamente cortado, con patillas muy cortas y que le caía por detrás del lóbulo que sostenía sus gafas. Aspiré hondo disimuladamente, inundándome de su delicado perfume, intentando por todos los medios de disfrazar lo que realmente me iba a ser imposible lograr.

Me vi tentado a darle un beso, sin importarme en lo absoluto que casi una treintena de personas nos estuvieran mirando.

La adrenalina me corría a chorros por el cuerpo.

 

Pido disculpas, porque por primera vez no estoy realmente seguro de sentirme capaz de transmitir exactamente los sentimientos que me inundaban en ese preciso instante por culpa, o mejor dicho gracias a esa persona.

 

Es que instantánea e irreversiblemente me enamoré de él.

 

CONTINUARÁ

Se agradecen los comentarios.

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Fin

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