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Parque Enrique Tierno Galván

en Gays

PARQUE ENRIQUE TIERNO GALVÁN

Nací en México DF pero por problemas que no vienen al caso, tuve que hacer la maleta con 18 años recién cumplidos y volar hasta una nueva ciudad, un nuevo país y hasta un nuevo continente. ¿Dónde fui a parar?, a una de las urbes más bonitas y abiertas del Mundo, enclavado entre la sierra y una extensa llanura en donde Don Quijote cabalgaba hace ya cuatrocientos años con su escudero Sancho Panza. Hablo de Madrid.

Actualmente tengo 31 años y soy propietario de un par de tiendas de telefonía móvil en el barrio de Chueca y Las Tablas. Me paso todo el día de aquí para allá entre una tienda y otra para atender las necesidades de las mismas por lo que cuando llego a casa intento relajarme, me pongo mis pantalones cortos de correr, una camiseta vieja, los tenis y me bajo al parque a relajarme durante aproximadamente cuarenta minutos, luego me voy a una de las barandillas del mirador del Planetario y estiro para evitar posibles lesiones.

Ésta era mi vida rutinaria hasta que apareció el amor de mi vida. Todos los días, cuando salía a correr, en el parque me encontraba a un chico (Pablo) de mi edad más o menos, blanco, fibrado, pelo castaño... que al principio ni mutis cuando nos cruzábamos pero que con el paso de los meses nos fuimos saludando.

Un día llovía a mares pero decidí bajarme también pues así estaría todo más tranquilo y se podría correr mejor. Al dar la cuarta vuelta, la lluvia caía fuertemente sobre mi. Qué placer oír a las pajaritos cantar, caer la lluvia y absolutamente nada más –pensé-. Ese día, después de estirar, decidí andar un poco por la zona del mini golf. La lluvia ya había cesado y aunque estaba calado no me importó recorrérmelo una vez. Al llegar junto a las vías vi a un hombre tirado en el suelo por lo que corrí hasta él para auxiliarle cuando me di cuenta que era aquel chico fibrado con el que quedaba.

¡Pero tío!, ¿qué te ha pasado?, -le pregunté-, nada, que éstos cabroncillos de las obras de la M-30 no señalan las zanjas y la leche que me he metido ha sido buena –me respondió-. Pablo se había bajado el calcetín y se estaba masajeando el tobillo derecho, tenía muy mala pinta.

Me acerqué a él y le dije, venga, vamos a urgencias a que te vean eso. Pablo no quería pero al final le cogí a burro y me lo llevé al hospital Doce de Octubre. Después de tres horas de espera, le atendieron. Tenía un esguince grande así que escayolado durante un mes.

¿Dónde vives?, le pregunté

En la calle Almez me dijo.

Paré un taxi y nos subimos. A la calle Almez, por favor.

Una vez allí, Pablo sacó las llaves y me pidió que le ayudase, así que abrí la puerta y subimos hasta el segundo piso donde él vivía. La casa era pequeña y destartalada. Perdona lo desastre que soy. No te preocupes –respondí-. Le llevé hasta el sofá, cogí una silla y puse dos cojines sobre ella, encima, el pie de Pablo. Me senté junto a Pablo y nos quedamos en silencio, al rato, apoyó su cabeza sobre mi hombro y me dijo "gracias por todo Adolfo, eres un cielo". Aquella noche cenamos ensalada y nos quedamos dormidos el uno junto al otro viendo las noticias.

Al día siguiente, me desperté y vi a Pablo dormido cogido de mi brazo, me separé de él intentando no despertarle, le hice una caricia en la cara con mi fría mano y me fui a mí piso para ducharme e ir al trabajo. Al volver, me pasé a verle para ver como se las apañaba, le encontré tal y como le había dejado en la mañana, con la misma ropa y con algo más de barba, muy guapo, la verdad.

"¡Qué sorpresa!", no creí que fueras a venir. Si hombre, ¿no te voy a venir a ver?, -contesté-. Estuvimos hablando un rato y me dijo, "Oye Adolfo, no te lo tomes mal, ¿vale?, pero... esto... ¿me podrías ayudar a ducharme?". Yo le miré y sonreí. Bien, ¿dónde está el baño?.

Pablo se alejó por un pasillo oscuro y abrió una puerta. Pasó y se sentó en un taburete, se quitó la sudada camiseta e intentó con los pantalones pero me pidió ayuda y yo por supuesto no se la negué. Cuando le desabroché el cordón pude notar como su bulto, que veía tambalearse todo los días en el parque, iba cogiendo consistencia. Cuando se lo bajé del todo, me encontré a Pablo desnudo. Mi entrepierna no dudo en ponerse contenta y aunque llevase pantalones de pinzas, el paquete se notaba a distancia.

Pablo empezó a acariciarse el pene de una forma muy sexy con una mano y con la otra me tocaba el pantalón de arriba abajo muy suavemente. Mi glande ya estaba eufórico y tenía ansias de que esa mano le tocase. Me puse de rodillas y empecé a besar el abdomen de Pablo, casi desde el pene hasta el cuello sin olvidarme, por supuesto, de las tetillas, cuando llegué a su nuez, la empecé a absorber y a tocarla con mi lengua, luego, subí por la parte posterior del cuello con mis labios hasta la oreja y de ahí a la boquita, que beso le di, le comí toda la boca, pasando mi lengua por todas las cavidades y sin dejar atrás ninguna de ellas. Me separé y le miré, tenía una sonrisita preciosa y unos ojos... que... que bonito es. Después de eso ya os podéis imaginar lo que sucedió.

Esa situación fue las raíces de nuestra relación como novios, Pablo se vino a vivir a mi casa (dos cuadras más allá) y él vendió la suya. Con el dinero que le dieron se compró un coche y un garaje (pues hoy en día en Madrid está muy jodido lo del aparcamiento) y con lo que le sobró, invirtió en Letras del Tesoro.

Desde el principio dejamos las cosas bien claras de que aunque fuéramos pareja, no dejaríamos de hacer cosas sin el otro. Lo que nos daba gran libertad a la hora de quedar con los amigos o hacer planes. A los tres meses, acordamos ir los dos al centro de salud Sandoval en donde nos haríamos los dos las pruebas del VIH, hepatitis, mantoux, etc... los dos salimos limpios de las pruebas por lo que en pronto dejamos de usar los condones para nuestras relaciones, que, aunque recomiendan que no se haga, teníamos mucha fe en que el otro no haría nada con nadie.

El día de nuestro aniversario nos fuimos a comer a comer a la Casa de Campo, al restaurante A Casiña, un restaurante gallego reconocido. Pablo me regaló un par de entradas para que fuéramos a ver el musical de "Hoy No Me Puedo Levantar" por la tarde, el musical, que ha compuesto Nacho Cano, trata sobre el mítico grupo Mecano. Después de la comida fuimos andando hasta Chueca para tomar un café, nos metimos en el BAires hasta que llegó la hora de ponernos rumbo al Teatro Movistar. Nos lo pasamos pipa los dos recordando todas las canciones de Mecano y se me pusieron los pelos de punta cuando Pablo me agarró de la mano mientras cantaba eso de "...la misma mesita que nos ha visto amarrar las manos por debajo...", la verdad es que como las letras de éste grupo madrileño no hay ninguna.

Al salir nos fuimos a cenar a casa de unos amigos de Pablo a la Quinta del Molino y tras la última copa, salimos hacia la disco COOL en la que pasamos toda la noche. Al día siguiente nos dirigimos a casa y dormimos hasta el anochecer.

Mientras Pablo se duchaba, le preparé una cena en la terraza con velitas por todo el suelo y así, mientras cenábamos pudimos ver las estrellas... viendo, el cielo de Madrid.

 

dedicado a todos aquellos que estéis enamorados