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Mi diario

en Confesiones

Mi diario

Me llamo Marta Asuramendi, tengo veinte seis años y trabajo como auxiliar de enfermera en el hospital Virgen del Camino, de Pamplona. Mi novio trabaja también aquí, es médico, traumatólogo. Se llama Raúl Sagastibeltza y es de Tolosa. Tiene treinta y cuatro años. Es alto, más de un metro ochenta, moreno y con los ojos de un azul intenso, que bajo sus grandes cejas, hipnotizan con su mirada.

Hemos comprado una casa en Gorraiz y el año que viene nos casaremos he iremos a vivir allí.

Hoy he terminado mi turno a las diez. Raúl tenía turno de noche en urgencias y hemos aprovechado para tomar un café en el bar del hospital. Al despedirnos me ha dado un dulce beso en boca. Ya me iba para casa, relamiéndome el sabor sus labios cuando me he juntado con Aitor. Aitor Gamboa, mi vecino de toda la vida hasta que se caso hace dos años. Se ha alegrado mucho de verme, me ha dado dos besos y no he notado en él esa intensa atracción que antes me atravesaba. Nunca tuvimos nada pero siempre supe que le gustaba.

Me ha dicho que, Pilar, su mujer, ha tenido un accidente moto y se ha roto una pierna. La han operado y lleva dos días en el hospital. He subido a visitarla y hemos estado charlando a gusto un buen rato, hacia tiempo que no hablábamos y nos hemos puesto al día. Serian las doce de la noche cuando me he marchado. Antes de irme he pasado por la sala de urgencias y todo estaba muy tranquilo, tenían un joven con dolor de estomago y otro esperando para una radiografía. He preguntado por Raúl y me han dicho que estaba en el almacén mirando unas sillas para no sé que. He ido para allí, el almacén es en realidad, un ala del materno infantil que de momento no se usa.

Nada más entrar en el pasillo he oído la voz de Raúl al fondo, he oído como se reía. Me he acercado sigilosamente para ver con quien estaba, yo no tendría que andar por ahí y no quería que Raúl tuviera una bronca por mi culpa. Me he asomado un poco por la puerta entre abierta y lo he visto hablando con un celador, con Miguel. Más que hablar murmuraban y me ha parecido extraña su actitud. Los he observado en silencio, sorprendida y luego atónita cuando han empezado a besarse. Raúl lo besaba con deseo, acariciándole con la mano la mejilla y el cuello, dulcemente, con pasión. Luego se ha agachado frente a Miguel y le ha subido la camiseta, le ha besado por el vientre, por el pecho, acariciándole el torso, y le ha abierto el pantalón. Ha sacado el pene de Miguel y a comenzado a chupárselo, despacio, decidido, sin vacilar. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Me he retenido varias veces para no entrar gritando e insultándolo, pero quería ver lo que hacia, de lo que era capaz este… canalla.

Ha estado un buen rato chupándosela, relamiéndose, mamándosela con una pasión y un deleite que me sorprendía. Ni yo se hacerlo así de… bien. Miguel gemía suavemente, complacido, con los ojos cerrados, sujetando la cabeza de Raúl contra si. Tenía los pantalones por las rodillas y Raúl le acariciaba la entrepierna lamiendo febril su pene, sus testículos, las ingles…. Se ha levantado y acto seguido se ha bajado él también los pantalones y se ha recostado sobre la mesa. Miguel se ha escupido en la mano y se la ha pasado por el culo a Raúl.

Yo estaba paralizada, ausente, extraña…. Luego Miguel le ha puesto las manos en las nalgas, abriéndoselas bien y vuelto a escupir, esta vez directamente entre ellas. Se ha cogido el pene y ha empezado a menearlo, tiene un pene, no voy a decir descomunal, pero si, muy considerable, mucho mas grande que el de Raúl. Se lo ha pasado varias veces por entre las nalgas, de arriba abajo y suavemente ha empezado a empujar. Raúl estaba con medio cuerpo tumbado sobre la mesa, con las manos separándose las nalgas y la cara apoyada en la mesa. Tenía los ojos cerrados y respiraba como las embarazadas en sus ejercicios. Miguel entraba y salía de él con energía, rítmicamente, con ímpetu. Perecía que lo atravesaba, cada envite era como una puñalada, lenta y profunda. Volvía a sacarla casi entera y se la metía de nuevo como un barreno, una tuneladora, con contundencia. Yo no podía dejar de mirar la perforación, como aumentaba el ritmo, y mi respiración se unía en la cadencia de los gemidos ahogado de ellos.

No se como pero de repente nuestras miradas se han unido. Raúl estaba sobre la mesa, con la cara pegada a la encimera, sacudiéndose grotescamente en cada envite y me estaba mirando con esos ojos de azul intenso, inexpresivo…

Miguel ha acelerado repentinamente sus envestidas y ha terminado dentro de él gimiendo quedamente. Yo me he marchado corriendo, he llegado a casa y me he puesto a escribir. No se que hacer, que pasará.