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Sabor a ti

en Fetichismo

Los 4

Hacía tiempo que los cuatro, los dos matrimonios, salían juntos los fines de semana. Marta y Alejandra eran amigas, de toda la vida que se dice. Raúl y Santos se conocieron al ser los novios y ahora los maridos de ellas.

Marta era alta y delgada, morena, y de carácter… eso, de carácter, de mucho carácter. Alejandra también era alta y morena pero mas rellenita, entradita en carnes que dicen por aquí. No era gorda, era fuerte, llena de curvas, tenia abundante de todo, pero donde hay que tener. Ella decía que le sobraban diez kilos pero ni doscientos gramos se le podían quitar sin cometer un pecado.

Raúl era rubio, más alto que Marta y con un cuerpo currado en el gimnasio. Tenía la nariz aguileña, generosa, pero era un hombre atractivo, de unos treinta y dos años. Santos era más campechano, más rural. Un poco dejado, pero buen chaval.

Raúl estaba obsesionado con Alejandra. Más que con Alejandra, con su cuerpo, con su movimiento, con su erotismo. Luego, en realidad, no la soportaba, era demasiado estridente para su gusto, demasiado vulgar. Poco fina.

El pasado verano alquilaron un bungalow en la playa en la costa del mediterráneo.

La primera semana, Raúl se rompió una pierna en las rocas de la playa, fractura de tibia. Lo escayolaron hasta la rodilla.

Por las tardes paseaban por el malecón, y cuando ellas se iban de tiendas, Raúl y Santos se ponían tibios a cañas en los garitos del paseo marítimo. Por la noche cenaban en la terraza del bungalow y conversaban animadamente hasta bien entrada la noche.

Cuando se retiraban a sus aposentos se entregaban al placer carnal y hacían generoso uso del matrimonio. Si bien, Raúl y marta disfrutaban enormemente el uno del otro, lo de santos y Alejandra era excepcional. Se entregaban frenéticamente al vicio y entre risas, gemidos, grititos y bramidos hacían perder la paciencia a Raúl que mucho rato después de haber terminado con Marta tenia que seguir aguantando la sinfonía de gemidos y el delirio de sus amigos.

Por las mañanas, Raúl se quedaba en casa leyendo el periódico mientras sus amigos se iban a la playa.

Una mañana, después de una noche de alcohol y sexo, se fueron a la playa a despejarse y a pasar la resaca. Raúl se quedó en la cama y les dijo que luego se acercaría a la playa. Cuando se levantó estaba toda la casa revuelta y se puso a recoger un poco.

Entró en la habitación de Santos y Alejandra…

Recogió unas bragas del suelo y las olió, estaban enrolladitas, como un churro, las desenrollo y las olió de nuevo… le gustó y se excitó

Nervioso revolvió la habitación…

Tocó las prendas intimas de Alejandra, las olió todas, las sucias y las limpias.

Casi le dio un ataque cuando encontró un vibrador entre las sabanas revueltas de la cama. Lo cogió en la mano y se le aceleró el corazón, lo puso en marcha y la vibración le asustó y se le escapo de las manos. Lo agarró de nuevo y lo apagó, lo olió y se sobre excitó, olía sexo, a puro sexo, dulzón. Se sacó el miembro y empezó a masturbarse, oliendo y chupando el vibrador, disfrutando del sabor dulzón de los restos de los fluidos de su deseada Alejandra.

A partir de entonces todas las mañanas buscaba el vibrador y se masturbaba oliéndolo, chupándolo, imaginado como entraba y salía de Alejandra. Saboreándola.

La penúltima noche que pasaron allí hicieron una fiesta, bebieron y comieron a tope, se agarraron un buen pedal y hablaron mas abiertamente que nunca, hablaron de mujeres, de hombres, de fantasías y de todo. Se confesaron cosas…. Y cada uno dijo cosas que nunca, estando ebrios, habrían confesado. Marta dijo que le gustaba correrse a la vez que Raúl, aunque no siempre le daba tiempo. Alejandra reconoció su fantasía de acostarse con dos hombres a la vez. Santos dijo que le encantaba el sexo anal. Dijo que lo que más le gustaba era que su mujercita le metiera un vibrador por el culo mientras follaban.

Raúl no dijo nada.